EL CLAVO DE JAEL

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en un manuscrito temprano (Biblioteca Nacional, Madrid, #15.331) de la comedia hasta ahora inédita EL CLAVO DE JAEL. Fue preparado por Vern Williamsen para sus estudios en 1980 y luego fue revisado y puesto en forma electrónica en el año 1987.


Personas que que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen JAEL y TAMAR, criada
JAEL: Ya no puedo caminar. TAMAR: Y a descanso te convida aquesta fuente. JAEL: ¡Ay, Tamar, que es símbolo de la vida, un correr y un murmurar! Ya son sus cristales fríos, ya furiosos, ya tardíos, ya por peñas, ya por prados, hasta que en el mar mezclados pierden sus nombres los ríos. ¿Qué es la muerte sino el mar a donde acaban las vidas? TAMAR: La tuya debes guardar. Si tus pesares no olvidas, tú misma te has de acabar. Mira ese valle florido, de sus flores guarnecido. JAEL: Si a mí imitándome van, presto se marchitarán. Falte el sol, vendrá su olvido; que la Fortuna crüel un mismo fin apresura, y el mayor tormento en él. TAMAR: Quien goza tanta hermosura, ¿por qué se queja, Jael? ¿Qué importa que con rigor, por pensión de tu valor, te sea la suerte avara? Pues, al fin traes en tu cara el mayorazgo mayor. JAEL: ¡Ay, Tamar, nunca creí que era hermosa, aunque avisada del cristal o espejo fui, hasta verme desdichada; que entonces lo presumí. TAMAR: Siéntate. JAEL: Llega a mi lado, verde sitio, hermoso prado para aumentar mi tristeza. TAMAR: Aumenta más su belleza de los montes coronado. JAEL: ¿Qué tierra [es ésta]? TAMAR: No inquieres; que no lo puedo saber; mas al fin preguntar quieres por ser del todo mujer, aunque a todas te prefieres.
Salen FINEO y SIMANEO
SIMANEO: ¡Qué ligero el corzo va! FINEO: Los cristales buscará de esa fuente clara y fría, ¡cosa tan cobarde cría el desierto de Judá! SIMANEO: Imposible es alcanzalle, y más yo, que un topo soy. FINEO: Atrás deja el verde valle, y en parte corrido estoy de herirle y no matalle. SIMANEO: A tan veloz animal, seguirle pudieras mal. Gente hay en la fuente, espera. FINEO: ¡Oh, qué felice ribera! Ninfas beben su cristal. SIMANEO: ¿No es ésta caza mejor sin que se gasten las flechas? FINEO: Antes me anima el temor entre dudas y sospechas que los presume el amor. ¡Qué soberana belleza! A no saber con certeza que hay sólo un Dios, adorara a Venus en esta cara, monstruo de naturaleza. SIMANEO: ¿Por cuál dices? FINEO: Hablad vos. Vista mis ojos pudieran... ¡No las entiendo, por Dios! SIMANEO: Pues, en tus ojos hubieran lugar a un tiempo las dos. Donde hay lengua, ¿para qué han de hacer los ojos fe? FINEO: Advierte con más decoro, cuanto resplandece el oro si entre la plata se ve. SIMANEO: Pienso que a la blanca humillas el corazón. FINEO: Maravillas miro en el cristal ligero. SIMANEO: Pues yo a la morena quiero para hacerla seguidillas. TAMAR: Si Narciso quieres ser, bien puedes mirarte más. JAEL: Mal me sabes entender. TAMAR: Sé que embelesada estás. Amor te podrás tener. SIMANEO: Llega, pues. TAMAR: Gente ha llegado. ¡Qué cazador tan turbado! De la suspensión me admiro. JAEL: Mal acertaréis el tiro con el arco desarmado. Si caluroso buscáis la fuente, llegad. FINEO: No llego, por saber que me engañáis. Dieron vuestros ojos fuego y agua con la voz me dais. Mas, si hubiera de llegar, agua pudiera tomar cuando me he sentido arder; que si no para beber sirviera para llorar. ¿Quién eres, mujer divina? JAEL: Una mujer desdichada que desterrada camina. FINEO: Una gloria está cifrada en beldad tan peregrina. ¿Eres gentil? JAEL: De Israel, el Dios adoro y en Él fundo esperanzas altivas. FINEO: Ya de sentido me privas. ¿Cómo te llamas? JAEL: Jael. ¿Y tú, quién eres? FINEO: Escucha, porque te quiero obligar diciéndote brevemente mi estado y mi calidad. Yo me llamo Ever Fineo. Adoro al Dios de Abrahán. Ignorante de la escrita, sigo la ley natural. Fue mi ascendiente Esaú y soy nieto de Boaz, deudo del santo Moisés, vuestro heroico capitán. Cuando huyendo de Egipto fue pastor en Madïán, le dio Jetro, sacerdote, la hija que quiso más. Después, cuando el Mar Bermejo hizo muro de cristal y pasó las doce tribus: Judá, Rubén, Isacar, Zabulón, Neftalí, Aser, Simeón, Benjamín, Dan, que Jacob llamó culebra, Efraín, Manasés, Gad, y después que Josüé quebró el viril del Jordán, [y] en la prometida tierra rompió los muros de Haí, bajó mi padre y familia de la hermosa Ciudad de las Palmas y habitaron los desiertos de Judá. Aquestos valles que miras que eternos abriles dan, cuyas fuentes son lazadas de las flores de coral, cubren los ganados míos de quien soy otro Labán sin que varas de Jacob puedan sus pieles manchar. Dime tú, Jael divina, iris hermosa de paz, ¿quién eres y qué es la causa que a este desierto te trae? JAEL: Obligada, Ever Fineo, a tu amor y voluntad, oye las desdichas mías en que un prodigio verás; el tribu de Benjamín, nieto querido de Isaac, me dio sangre clara y noble por serlo entre los demás. De ricos padres nací a quien no pude heredar porque hermanos codiciosos son ejemplo de crueldad. Si fui hermosa, o si la soy, tus ojos te lo dirán. Sólo sé que el parecerlo pudo mis penas causar. Muertos mis queridos padres, al partir con gusto igual la hacienda que nos dejaron en el monte de Galaad mis hermanos me dijeron, "Jael, ¿qué tesoro hay [más] que tu rara hermosura que puede el sol envidiar? No fue Raquel tan hermosa ni vio más belleza Adán en Eva, siendo su cuerpo de jazmines y azahar. ¿Qué rosas cría Samer, qué claveles Simaná, qué bellos lirios Emón, qué jazmines el Cedar que a tus mejillas y cuello no den superioridad confesando ser traslados de tu hermoso original? Dividida en cuatro partes nuestra hacienda, ¿quién será rico de todos nosotros si no es inmenso el caudal? Tú, Jael, seguramente esposo rico hallarás, y por eso de la hacienda tu parte nos puedes dar. Dijeron y entre los tres sin temer que el Jehová poderoso castigase tan inhumana impiedad, parten los bienes y quedo como en la orilla del mar el que sin bajel desea romper sus montes de sal, como el mísero que pasa los desiertos de Farahán perdido en sus arenales no habiendo a quien preguntar. Piadosa y enternecida pedí el favor celestial como si entonces llovieran las nubes dulce maná. Determinéme, en efecto, a dejar mi natural. Aunque soy hija de Sara peregrina como Hagar, y con el traje que ves, con poca seguridad, de todos desamparada, sino sólo de Tamar, por inciertas sendas guío, hasta que la variedad de las flores de este prado entre lirios y arrayán al descanso convidaron con el dulce murmurar de las fuentes fugitivas que huyendo a su centro van, nuestros cansados alientos donde has venido a escuchar las desgracias de quien huyo pero corren ellas más. FINEO: Aunque debo con razón culpar el término injusto de tus hermanos, es justo que alabe su discreción; pues entre varios efetos del ambicioso cuidado, Jael, contigo han andado avaros pero discretos. Hazaña fue peregrina el quitarte tus hermanos todos los bienes humanos conociéndote divina. SIMANEO: ¿Y ella no dice quién es? TAMAR: Su crïada. SIMANEO: Brevedad notable y facilidad. TAMAR: Yo le informaré después. FINEO: Fuerza es, divina mujer, que halles un rico esposo. Sólo es lo dificultoso que te pueda merecer, y si de mí conociera que méritos igualara y que al cielo de tu cara atrevido no ofendiera, ya puesto a tus plantas bellas, amante y enternecido, diera, siendo tu marido clara envidia a las estrellas. Y, si licencia me das, [si] para este atrevimiento, y si de mi pensamiento ya con enojo no estás, permíteme que te ofrezca un crïado, no un esposo, que te sirva cuidadoso y que humilde te obedezca. Rica y servida serás y por tus ojos serenos, Jael, que no puedo menos ni puedo ofrecerte más. JAEL: Fineo, el agradecer tu amor es justa razón, y pagar a tu afición si acaso pudiera ser. El casarnos, ¡no os asombres!, es imposible los dos. Soy de los hijos de Dios y tú hijo de los hombres. En mi ley es prohibido el poder ser yo tu esposa. FINEO: ¿No sabes, Jael hermosa, cuántos ejemplos ha habido? JAEL: Yo sigo la ley de Job. No vive otro sino tú, descendiente de Esaú entre hijos de Jacob. FINEO: Justas las leyes serán. JAEL: Y es excusada porfía. FINEO: ¡Cuántos están de la mía en el seno de Abrahán! JAEL: Antes que Dios la ley diera en el Sinaí a Moisés, puede ser, mas no después. FINEO: La grandeza considera de mi pueblo. Balán fue testigo de su valor. Si sois hijo del Señor, ¿cómo consentís que esté en esclavitud pisada, de Jabín, rey de Canaán? JAEL: Nuestras muchas culpas dan fuertes filos a su espada. Padece porque ofendió a su Dios. Porque estuvieron en gracia, presto cayeron los muros de Jericó. Y para decir verdad, por dichosa me tuviera si nuestra ley una fuera, en pagar tu voluntad. FINEO: La mucha fuerza de amor a quien el alma rendí hoy quiere mostrar en mí todo su extremo mayor. Pobre vienes y cansada. Aquí si mi amor deseas te queda para que seas servida y reverenciada. Una tienda te armarán que al sol en belleza afrente. Tendrá la punta al oriente y sus columnas serán de cedro para que estés como tu beldad promete. Las columnas serán siete y la cama de ciprés. Allí de espacio, informado de tu ley, seguirla quiero y ser tu esposo. JAEL: No quiero, viéndome en tan pobre estado, no aceptar tu ofrecimiento pues que de ti me fío mi honor. FINEO: No es amor el mío ni atrevido ni violento. Con respeto y cortesía has de ser de mí tratada. El hospedaje me agrada. SIMANEO: ¿No habláis vos, morena mía? ¿Es vergüenza o es temor? (Derretido estoy por ella). Aparte FINEO: El vano miedo atropella. JAEL: No le tengo de tu amor. FINEO: Sólo licencia te pido porque llegue a ser dichoso que alcance el nombre de esposo. SIMANEO: Esposo de anillo has sido. JAEL: Ese favor te concedo. FINEO: Pues, ven, esposa querida. JAEL: Amante y enternecida, al amparo tuyo quedo,. FINEO: Ven, mi querida Jael. JAEL: Soy esclava tuya al fin. FINEO: Hoy, hija de Benjamín, claro espejo de Israel...
Vanse
SIMANEO: ¿Osaráme a hablar agora que su ama no está aquí? TAMAR: Hablo poco. SIMANEO: Jamás vi mujer menos habladora. Milagro es que haya mujer que calle. TAMAR: Si empiezo a hablar, muy tarde suelo acabar. SIMANEO: Eso es fácil de creer. Advierte que no hay zagal en los desiertos que ha habido más fuerte ni más erguido. ¿Quiéresme? TAMAR: Ni bien, ni mal.
[Vanse]. Salen el REY y SOFONISA, su hermana, y el capitán SÍSARA
REY: Dame los brazos. Bienvenido seas. SOFONISA: Bien merecidos son esos favores. SÍSARA: Por ver que mis deseos los empleas, se acrecientan en mí fuerzas mayores. Tú, viva emulación de las tebeas, que [así] con [tus] divinos resplandores afrentan su candor, dame tus plantas. SOFONISA: Con la humildad al cielo te levantas. ¿Tienes salud? SÍSARA: ¿No es fuerza que con muerte la cobre, aunque en tu ausencia me faltara? SOFONISA: Que nos escucha el rey, mi hermano, advierte. SÍSARA: Deslúmbrame tu luz hermosa y clara.] REY: Sísara, capitán heroica y fuerte, que en Aser y Canaán mi gente ampara, ¿cómo quedan Samaria y Palestina? SÍSARA: Pues, tú por mis venturas adivina: Saqué [desde] Haroset, el cananeo ejército marchando belicoso hasta mirar al muro jebuseo que esperaba entre palmas, temoroso; allí quisiera ver al gran hebreo que el mar rompió soberbio y espumoso, o el que detuvo al sol con tal porfía que se durmió la noche y todo el día. Del tribu de Judá vi las banderas, con el león real que al sol atreve al pasar del Jordán por sus riberas que goza a mediodía diez y nueve ciudades que puestas en hileras cerca del mar que sus cristales bebe, cobardes y rendidas, aunque tantas, sobre ellas puse mis altivas plantas. Rubén, que un monte por sus armas tiene y el reino goza de los amorreos, franco pasó. A mi ejército previene para que marche, rico de trofeos. Benjamín, con el buey por armas, viene humilde a presentarme sus deseos que hacia el septentrïón límite inclina y con el Muerto Mar líneas termina. Dan mostró la culebra, su estandarte, mas fue para que humilde se rindiera; que el airado aquilón sus tierras parte gozando de su eterna primavera. Isacar, cuyas tierras a la parte del Líbano, del mar ve la ribera más humilde metió mis pretensiones que el animal que pinta en sus pendones. Neftalí, con el ciervo presuroso de sus armas llegó a besar mi mano; y Simeón, confuso y temoroso dejó los montes, ocupando el llano. Vi la Asiria y la Caldea hasta el hermoso campo en Damasco, conde por la mano de su Dios fue formado, porque asombre, del limo de la tierra el primer hombre. No se atrevió ninguno a dar señales de que alegre admite tu obediencia y los montes, los fieros animales aman tu nombre y temen mi presencia. ¡Y pensar que los dioses inmortales pudieran con humana inteligencia juntarse, me dieron [dos] mil desvelos del globo los desiertos paralelos! No temas que otra vez los israelitas salgan del cautiverio como hicieron de Egipto, a quien las plagas infinitas por orden de los dioses destruyeron. Conquista las naciones inauditas que de Orontes los cristales bebieron que estatuas tuyas de alabastro y jaspe han de ver las corrientes del Hidaspe. REY: Ya conozco tu valor y te estimo de manera que contigo dividiera, para muestras de mi amor, el reino si de este modo mis deseos no afrentara, pues al que todo lo ampara fuera bien dárselo todo. Sólo te quiero advertir para saberte premiar que ya que soy corto en dar no los seas en pedir. SOFONISA: ¿No respondes? SÍSARA: Mil caminos intento, mas todos vanos; que por servicios humanos espero premios divinos. SOFONISA: Bien te puedes atrever. Agora hay buena ocasión y no será discreción que así la dejes perder. SÍSARA: Si por heridas pudiera el corazón enseñarte, de él, en la más noble parte, lo que he de pedir se viera. Del que puedes inferir lo que te quiero agradar, pues sabiendo pelear me turbo para pedir. REY: Ya ofendes con esas dudas mis liberales antojos. SÍSARA: Yo sé que hablan los ojos cuando están las lenguas mudas. De ellos pudieras saber, si puertas del alma han sido, que ciego de amor te pido a tu hermana por mujer. Perdóname, loco estoy. REY: Justos son tus pareceres. Tú pides como quien eres. Yo he de dar como quien soy. Tuya es mi hermana cara, mi valor y su nobleza. Por dueño de su belleza desde luego te declara. Dale la mano. SOFONISA: Y con ella el alma que suya es ya. SÍSARA: Humilde a tus pies está quien toda el Asia atropella. Job quedara envidioso de mis dichosos empleos, mas quiero que los trofeos veas que alcanza tu esposo. Los esclavos israelitas quiero que besen tus pies para que estimes después la libertad que me quitas. REY: Dispón a tu gusto, en fin. SOFONISA: No hay más bien que desear. SÍSARA: A caza te he de llevar a los montes de Efraín, porque si conmigo vas, después de verme temido, viendo lo que yo he vencido, el vencerme estimarás.
[Vanse]. Salen ABDÍAS, BARAC, RUBÉN, y SOLDADOS
ABDÍAS: Aquesta es su habitación. Éste es el monte Efraín. BARAC: Ya estoy con más confusión. Saber, Abdías, el fin me llama a esta ocasión. ABDÍAS: Ella misma lo dirá. Aquí vive entre Ramá y Betel. BARAC: ¿Qué puede ser? ABDÍAS: Aquesta ilustre mujer respuestas al pueblo da. Al pie de una palma altiva, después que murió su esposo Lapidot, para que viva en el seno venturoso y su nombre en bronces, escriba, vive Débora, y consulta con alta deidad oculta, al Dios de Abrahán e Isaac. RUBÉN: ¿Quién es aquéste? SOLDADO 1: Barac. RUBÉN: Quiero ver lo que resulta. BARAC: [El fin] de haberme llamado [cierto me lo dirá]. SOLDADO 1: Mira cuánta gente se ha juntado. ABDÍAS: Ya escucha el pueblo admirado; y su belleza me admira.
Sale DÉBORA
Aquí está, Débora hermosa, Barac. BARAC: A tus pies [me] tienes. (Mucho me mira y no habla. Aparte Más confusión me parece). DÉBORA: Sean los montes testigos cuyos peñascos parecen gigantes que al cielo suben armados de ramos verdes; los arroyos despeñados cuyas risueñas corrientes con ricas plumas de vidrio púrpura y azahar guarnecen; los animales feroces que a mis voces obedientes embelesados me escuchan y sin responder entienden de que el gran Dios de Jacob por mi indigna boca quiere hablar para remediaros, porque el ánimo os despierte. ¡Oh, pueblo de Dios querido! ¡Victorioso tantas veces contra el número infinito de los idólatros reyes! ¡Ah, vosotros que pasasteis el Mar Bermejo, de suerte que hombres [treparon] las ovas a donde habitaban peces, por quien cayendo las aguas sobre Faraón rebelde, el caballo y caballero vieron su sangre la muerte! Los que una nube cubría para que el sol no les diese calor sino luz hermosa por los estíos ardientes; y de noche una columna de fuego os prestaba siempre luz para ver en los campos llover el maná de nieve; que cansándoos su dulzura disteis causa a que lloviese codornices por las ollas que llorasteis impacientes. ¿No sois los que con el arca el Jordán claro y alegre abierto por doce bocas os dio paso francamente y en la prometida tierra que manaba miel y leche, vencidas tantas naciones os vestisteis de laureles? ¿Cómo, desagradecidos al Dios que os dio tantos bienes, falsos dioses adorasteis engañados del deleite? Volved al Dios de Jacob, que Él por mi boca os ofrece la victoria de Jabín y su capitán valiente. A ti, Barac, te ha elegido el Dios que ejércitos vence porque del número seas de los ilustres y jueces. Levanta pues, animoso. Trae al Tabor eminente del tribu de Neftalí origen de quien desciendes y deja brillar diez mil soldados con que presentes a Sísara la batalla, del Cisón en las corrientes. Allí el Dios de vuestros padres traerá a tus manos la gente de Sísara, con los carros falcados que rige y tiene. Será famoso tu nombre. Levanta, ¿qué te suspendes? Dios te llama y yo te aviso. Anímate, pues. Él vence. BARAC: ¡Oh, profetisa divina, el ánimo helado enciendes! La ceniza de mis canas en vivas brasas conviertes. No dudo de la victoria sino de hallarme imprudente para empresa tan heroica que tanta industria requiere. Débora, si vas conmigo, con tu amparo atreveréme; mas si no vas, mi osadía se acobarda y entorpece. No iré si no me acompañas porque quiero que peleen mi espada y tus oraciones. No es miedo aunque lo parece. DÉBORA: ¡Qué no por llamar Jacob ciervo a Neftalí te viene parte de su cobardía! Contigo iré, pero advierte que no tiene de ser tuya la victoria que Dios quiere; que a manos de una mujer Sísara la vida deje. ABDÍAS: ¡Vivan Débora y Barac! ¡A sus contrarios sujeten! Ciña este laurel honroso, Barac ilustre, tus sienes.
Dentro
VOCES: ¡Por aquí va el capitán! Con él al valle desciende su alteza. SÍSARA: Deja el caballo. ABDÍAS: Voces al aire suspende de cazadores.
Salen SÍSARA y SOFONISA
SÍSARA: Teneos. ¿Qué hace aquí tanta gente? DÉBORA: Éste es Sísara. No temas. BARAC: Ya es forzoso atreverme. SÍSARA: ¿Qué es esto, viles hebreos? ¿Quién os animó a juntar tanta gente, y en lugar contraria a nuestros deseos? ¿Qué laureles, qué trofeos en la cabeza ponéis de un caduco? ¿A quién hacéis fiesta? ¿Qué memoria honráis? ¿Los ácimos celebráis o la pascua ennoblecéis? Como al ídolo que adoro primero y a mí después, ¿No sois alfombra a sus pies de más divino tesoro? Si le perdéis el decoro y no llegáis a adorar a Venus, hija del mar, en perfecciones tan raras, vuestra sangre en limpias aras le pienso sacrificar. ¿No habláis? ¿No respondéis? Si es que turbados estáis, ya que la ocasión buscáis, por el miedo que tenéis,
SÍSARA le quita la corona de laurel a BARAC y se la presenta a SOFONISA
vuestros laureles veréis puestos a sus plantas bellas para que se honre en ellas. DÉBORA: ¡Suelta, mujer! SOFONISA: ¡Ay de mí! SÍSARA: ¡Vivan los dioses! Que vi en el suelo las estrellas.
Quítale DÉBORA la espada a SÍSARA
DÉBORA: Levanta, Sísara. SOFONISA: Apenas puedo vencer el temor. SÍSARA: La sangre con el furor helada queda en las venas. Manche las rubias arenas la sangre de la canalla. DÉBORA: Quien sin espada se halla, ¿cómo busca nuestra ofensa? Si tú me das mi defensa, necia seré en no tomalla. SOFONISA: Advierte que sólo estás y sin armas. SÍSARA: Loco estoy. Muestra mujer. DÉBORA: No la doy para que te enojes más. De aquí adelante tendrás por defensa de Israel un contrario más crüel en el que informas así; que por eso le ceñí verdes hojas de laurel. Resucitado a Josué otro Judá ha nacido que a tu poder atrevido el castigo justo dé, y no será lo que fue. SÍSARA: Bárbaros jueces nombráis cuando cautivos estáis, pero bien es que mostréis cuán poco valor tenéis pues de un caduco os fïáis. BARAC: Sísara, si no te viera de tus carros rodeado, verte [he] de mí castigado y que el castigo te diera. Cubra la verde ribera del Carit y del Cisón, tu innumerable escuadrón agote el claro Jordán. Sube en tus carros. Serán los que perdió Faraón. Vuelve a Haroset y no esperes a que tu injusto rigor tanto incite mi valor; que te deshonras si mueres desarmado. SOFONISA: Si me quieres, como dices, no aventures tu vida y mi mal procures. ¡Si es difícil de vencer hasta que con el poder las victorias asegures! SÍSARA: Aunque del furor vencido, tu mandamiento obedezco y las causas que te ofrezco de estos que libres han sido. Vuestros nombres no he sabido. DÉBORA: Débora y Barac serán los que guerra te darán. SÍSARA: Débora, guarda mi espada. DÉBORA: Presto la verás manchada con la sangre de Canaán. SÍSARA: ¡Qué arrogancia de mujer! ¡Y qué viejo confïado! La guerra habéis publicado que vuestra muerte ha de ser. BARAC: Dios tiene el sumo poder. SÍSARA: ¿Qué poder si vivo estoy y asombro a los cielos doy? DÉBORA: Confía en el Dios de Isaac. TODOS: ¡Vivan Débora y Barac! SÍSARA: Rabiando de enojo voy.
Vanse y sale SIMANEO
SIMANEO: Cada hora, cada instante va creciendo mi amorío; de noche no temo el frío, no hay día que el sol me espante. Ya no voy tras el ganado con el gusto que solía. Yo que amor no conocía en su ciencia soy letrado. Ésta es la tienda en que están las dos de todos servidas, que de mozas tan garridas inficionados están. Saber un cantar quisiera con qué llamase a Tamar, pues que no sabe el cantar ruiseñor de esta ribera, como ella. ¿Qué podré hacer para que pueda salir? Que es leer y no escribir el cantar y no tañer. Gente suena. ¡Juro a mí! Instrumentos traen. Quisiera que alguno un cantar dijera, y se hiciese, porque así dijera que había sido requebrando a mi morena a costa de voz ajena que ya es uso introducido.
Salen FINEO y los MÚSICOS
FINEO: Como el bien aún no poseo que con esperar me engaña, adorando a esta cabaña le doy aliento al deseo. A mi esposa querida darle música concierto; que en cuidado tan despierto no ha de haber alma dormida. SIMANEO: Éste es mi amo. FINEO: ¿Quién va? SIMANEO: Bien arrebozado estoy. FINEO: ¿Es Simaneo? SIMANEO: Él [soy]. Todos estamos acá. FINEO: Pues tú, ¿qué haces aquí? SIMANEO: También soy persona yo, y sus virotes gastó Amor, como en vos, en mí, y si a Tamar no me dais, amor, guárdaos el ganado. FINEO: Gusto infinito me has dado. SIMANEO: Como en esperas andáis de casaros, los desvelos diferenciáis de los dos; que gocéis la esposa vos y acá que nos papen duelos. [.......................] FINEO: Calla; que yo estoy aquí para que imites a mí. [........................] MÚSICOS: "Levanta, paloma mía. Suene a mi oído tu voz, la de la tórtola a mí en nuestra tierra se oyó."
Dentro
JAEL: Muéstrame, adorado mío, dónde, en ardiente calor, apacientas tus rebaños pues ves que a buscarte voy. [TAMAR]: Estando el rey en su trono, el nardo dióme su olor. Hija de Jerusalén hermosa aunque negra soy. MÚSICOS: "A estos montes de Judá mi bella esposa subió, hermosa como la luna, escogida como el sol." JAEL: Si viéredes a mi esposo, bellas hijas de Sïón, llamadle y decidle todos que estoy muriendo de amor.
Salen JAEL [y TAMAR]
Levantéme, esposo, a verte cuando mi alma te oyó, llenas de mirra las manos para que abriesen mejor. FINEO: Ábreme, esposa querida, que el invierno no pasó, y el verano a dar empieza dulce fruto entre la flor. Ya se llega el mismo tiempo de nuestra imaginación, fruto ha dado la higuera, la viña flores brotó. Por el desierto subiste como hermosa inspiración del vino que de la mirra y del incienso nació. Es aceite derramado tu nombre. Tras ti me voy al olor de tus aromas de infinita estimación. Los tabernáculos santos del Cédar del rey mayor el vestido a tu belleza, son propia comparación. Hermosa eres, mi Jael, y mancha en ti [no] se halló. Tórtolas son tus mejillas, palomas tus ojos son. Tu cabellera el rebaño de las cabras que subió; del monte Galaad quedaba bellísimo resplandor. SIMANEO: ¿No dejaréis que requiebre a Tamar un poco yo? FINEO: Antes quiero que nos vamos. Que descanse y es razón. JAEL: ¿Qué más descanso que el verte? FINEO: Adiós, mi Jael. JAEL: Adiós. SIMANEO: Vamos cantando, zagales, una amorosa canción. MÚSICOS: "Si tus ojos se ponen, zagala bella, no habrá luz que me alumbre cuando amanezca."
Vanse todos

FIN DEL PRIMER ACTO

El clavo de Jael, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Jun 2002