ACTO TERCERO


Salen CARLOS y el ALMIRANTE
ALMIRANTE: Ya en los términos anchos de tu tierra entró, señor, la no pensada guerra; el griego emperador con arrogancia violando ya los límites de Francia, ya a París endereza su camino. Toquen al arma, pues, César latino. CARLOS: Ya las armas de Francia Marte ordena y la trompeta de la fama suena, levantando valientes escuadrones que ceñirán mis lirios de blasones. Si su venganza quiere hacer Ricardo, de cuerpo a cuerpo el hecho más gallardo, reduciendo esta guerra a desafío. Dénos igual edad un mismo brío. ALMIRANTE: La villana, señor, está vestida de dama, y a Sevilla parecida, de modo que con fáciles extremos a la atrevida Grecia engaños demos; y más, que tiene industria y tiene maña, de modo que aun a mí propio me engaña. CARLOS: Los pares, ¿qué dirán cuando la vean? ALMIRANTE: Ellos, primero, nuestro engaño crean; que estaba en estos montes retirada diremos, de tu amor repudïada. CARLOS: ¿Ya Blancaflor lo sabe? ALMIRANTE: Y ella viene; que encomendado este secreto tiene.
Sale BLANCAFLOR
BLANCAFLOR: Mucho me pesa, gran señor de veros entre el rumor de bárbaros aceros, si cuando de la paz gozó esta tierra, escucho el aparato de la guerra. CARLOS: Hermosa Blancaflor, no os dé cuidado, que los griego en Francia hayan entrado. Pues, vimos otra vez los sarracenos volver de espanto e ignominia llenos. Cuando mire Ricardo esa villana, que es de Sevilla imagen soberana, amainará las velas de su furia, volviendo en amistad la que es injuria. Conviene que la asistáis en palacio, para industriarla en todo muy de espacio. Y entre los tres se quede solamente este secreto. Estímela mi gente por reina, que volviéndose a su tierra el griego, y fenecida ya la guerra, sola serás mi dueño soberano; y de que esto será, te doy la mano.
Al dar la mano sale la REINA de dama y los ve
REINA: ¿Qué es esto? ¿Qué villanía usáis en mi deshonor? ¿Cómo dais a Blancaflor la mano que sola es mía? ¿Para ver esta traición a palacio me traéis? Carlos, Carlos, mal hacéis, mal daréis satisfacción a Dios, a mi padre, al mundo, si mientras que viva yo loco amor os sujetó a matrimonio segundo. Y vos, vana, impertinente, que con ansias de reinar, y dando qué murmurar sois fábula de la gente, semejante sois en esto al tirano más airado que por verse coronado, a sus peligros expuesto, aunque reine sólo un día, ni teme al mundo ni a Dios. ¿Pretendéis lo mismo vos? Vuestro amor es tiranía. BLANCAFLOR: ¡Oigan, oigan! Pues, ¿a mí? ALMIRANTE: Tan mañosa Dïana es que aun a solas con los tres quiere proceder así. CARLOS: (¡Válgame el cielo! ¿Qué veo? Aparte Turbado, suspenso y mudo, ni bien mis desdichas dudo, ni bien mis discursos creo. Entre el temor y el deseo siento el alma vacilando. A Sevilla estoy mirando, a Sevilla estoy oyendo. Mi agravio estoy refiriendo, mi amor está renovando. Sobresaltado de gloria intento darla un abrazo; pero al levantar el brazo, sale luego la memoria refiriéndome la historia que apenas el mundo calla. Y como el brazo se halla levantado en esta acción, le aconseja el corazón que sea para matalla). Mesurada, honesta y grave tu ceño me maravilla. ¿Eres Dïana o Sevilla? Todo en mis desdichas cabe. Tu aspecto, tu voz süave dice con lengua profana que eres la mujer liviana, que mereció mi crueldad; pero luego la verdad me dice que eres Dïana. REINA: (¿Aun el enojo le dura Aparte que le causó la traición? Usemos de su invención porque así no voy segura). Pues, ¿verme her mi fegura enoja a su señoría? Si a fingir esto venía, ¿Por qué enfado ha recibido? Denme luego mi vestido; volveré como solía a her carbón. BLANCA: Según eso en burlas nos has hablado. REINA: Pues, si lo traigo estodiado, ¿no he de fingir voz y gesto? Desnúdenme presto, presto; que a ser villana me voy pues al rey enojos doy cuando soy reina fingida. ALMIRANTE: La serrana es advertida. CARLOS: Y yo inadvertido soy. Mas ya que guerras espero y que administra el furor las armas, mi sucesor nombrarte en el reino quiero ya que me falta heredero. ALMIRANTE: Deja que bese tus pies, invicto César francés. REINA: (Sucesor quiere nombrar. Aparte ¿No puedo disimular?) ¿Es razón que el reino des a un sobrino de esa suerte teniendo un hijo los dos? Ni yo, ni el reino, ni Dios tal permitirán.
Al ALMIRANTE
Advierte que buscas tu propia muerte. No tienes qué agradecer. ALMIRANTE: Demonio es esta mujer; ella se ensaya en nosotros para engañar a los otros. CARLOS: Almirante, ¿puede ser --el alma tengo turbada-- que aquésta Sevilla sea y que viva en esa aldea desde entonces retirada? ALMIRANTE: Su muerte está averiguada. Es vana imaginación. CARLOS: Sospechoso el corazón grandes misterios me ha dicho. REINA: ¿Se enoja? Lo dicho, dicho. Yo me vuelvo a mi carbón. BLANCAFLOR: ¿No ves que finge? ALMIRANTE: Aquí está su padre esperando a vella. CARLOS: Entre, pues, hable con ella. Mis sospechas templará. (Su semejanza me da rasgos de mi amor pasado; porque a Sevilla he mirado y que es ella no he creído. Y así, no estando ofendido, vengo a estar enamorado).
Salen LAURO y LUIS
LAURO: ¿Qué manda tu majestad? CARLOS: ¿Conoces esta mujer? LAURO: Hija es mía, si al nacer dijo su madre verdad. CARLOS: Háblala. LAURO: Si calidad no puede dar el carbón, mi deshonra y tu traición me está diciendo ese traje. REINA: Basta, Lauro, ese lenguaje. Unos los tiempos no son. LUIS: Madre, aunque vestida así quiera el mismo rey que ande, cuando tiene un hijo grande mala cuenta da de sí. Es villana y yo nací humildemente. No quiera sacarnos de nuestra esfera en que cabe honra también porque ser mujer de bien le bastara si lo fuera. Cuando su traje vestía, cuando en las sierras estaba, hijo suyo me llamaba, y yo madre le decía con honra y con alegría; pero ya en caso tan nuevo, a llamarla no me atrevo madre y causa de mi ser; antes, la empiezo a perder el respeto que la debo. Vos, hermosa Blancaflor, si sois reina soberana, no os sirváis de una serrana. Pagad mi cortés amor en hacerme este favor. Dadme a mi madre, señora, vuelva consolado agora de vuestra hermosa presencia villano que os reverencia y rústico que os adora. REINA: Vos, hijo, no sois villano porque es reina vuestra madre. Carlos Magno es vuestro padre. Llegad, besadle la mano. .................... [ -ano] CARLOS: ¡Con qué gravedad lo dijo! ................. [ -ijo] Casi le tengo temor .................... [ -or] ................... [ -ijo].
Vase CARLOS. La REINA deja caer un lienzo y BLANCAFLOR le levanta y se le da con reverencia
REINA: ¡Hola! BLANCAFLOR: ¿Señora? REINA: Ese lienzo. BLANCAFLOR: Tómele tu majestad.
Vase BLANCAFLOR
...................... [ -ad] ...................... [ -enzo] .................... [ -ó]
Deja caer un guante y el ALMIRANTE le levanta, le besa y se le da
REINA: .................... ¡Almirante! ALMIRANTE: ¿Qué me mandas? REINA: Ese guante. ALMIRANTE: ¿Mandas otra cosa? REINA: No.
Vanse el ALMIRANTE y LUIS y sale el CONDE
CONDE: En palacio, ¿Blancaflor y el almirante secretos con Carlos? O son efeto de su mal prudente amor o hay alguna novedad que de mí se han recelado. REINA: ¡Conde! CONDE: (El ánimo turbado Aparte en quien cupo la crueldad sin fuerzas el pecho a quien dio amor tiranos antojos, y en mortal duda los ojos este espectáculo ven. ¡Válgame Dios! ¿Es Sevilla? Conozco su majestad y la misma novedad más y más me maravilla). REINA: ¿Qué espanto, qué suspensión os tiene, conde, dudando? ¿O es que estáis imaginando alguna nueva traición? CONDE: (¡Ella es! No son engaños Aparte del alma ni del sentido; mas, ¿de qué infierno ha salido al cabo de tantos años? ¡Vive Dios, que disfrazada en los montes se quedó y que nunca se embarcó!)
Sácale la espada de la vaina la REINA
REINA: ¡Villano, tu misma espada el instrumento ha de ser de mi venganza y tu muerte. Los agravios hacen fuerte el pecho de una mujer. Si el testimonio pasado no confiesas, morirás a mis manos. CONDE: ¿Tú me das admiración y cuidado más que temor, porque así no se rinde mi valor. REINA: Confiesa a voces, traidor, tu mentira o muere aquí. CONDE: ¿Hablas de veras, señora? Suspende la airada mano. REINA: ¡Confiesa a voces, villano! CONDE: Yo lo haré. Suspende agora para mejor ocasión tu cólera.
Sale CARLOS y quédase al paño
REINA: (Carlos viene). Aparte Ciega el agravio me tiene. ..................... [ -ón]. CARLOS: (Como el misterio no sabe el Conde, y la conoció, como a villana la habló y ella se defiende grave).
Salen LUIS a medio vestir y CRIADOS
LUIS: Pienso que voces oí de la reina, mi señora. ¿Quién os ha ofendido agora? ¿Cómo estáis, señora, así? Vistiéndome estaba y quise saber de qué está enojada vuestra majestad. REINA: No es nada.
Arroja la espada a los pies del CONDE
LUIS: Vuestra majestad me avise de sus secretos enojos porque saberlos deseo siempre que a este conde veo que ya le traigo entre ojos. No me encubra tu grandeza lo que pasa entre los dos, y haré luego, ¡vive Dios!, que le corten la cabeza. REINA: Bueno está, delfín.
Vase la REINA
CONDE: (¿Qué es esto? Aparte Cielos, ¿es sueño? ¿Es encanto?) LUIS: De mi paciencia [me espanto]. En sospecha me habéis puesto, conde, de alguna traición. No estéis delante de mí hasta averiguarlo; y si hallo cualquiera ocasión, fuerza es que hayáis de sentir el castigo y el rigor de mi enojo. ¡Hola! CRIADO: ¿Señor? LUIS: Acabadme de vestir.
Vase LUIS con los CRIADOS
CONDE: O estoy loco o estoy ciego, oyendo, viendo y dudando mi muerte estoy recelando. CARLOS: (Si a desengañar no llego Aparte al conde, de mi privanza, pensará que le aparté siendo el que más estimé). Venid, señor de Maganza, yo os dejaré sin cuidado y aun os daré qué reír. CONDE: (¡Vive Dios, que han de morir Aparte por el susto que me han dado!)
Vanse. Tocan cajas y salen soldados griegos y RICARDO, emperador viejo
RICARDO: Oiga París este día los bélicos instrumentos que al mar de Levante dan admiración y respeto. Si se precian los franceses que de Troya descendieron, y han llorado los troyanos nuestros fatales incendios, dense batalla crüel águilas de dos imperios. Sepa el romano que tiene enemistad en el griego. Si han callado nuestras armas, ni fue descuido ni miedo. Ya puedo vengar la hija que Carlos Magno me ha muerto.
Sacan presos a BARUQUEL y ZUMAQUE
SOLDADO: Señor, estos dos villanos, al parecer carboneros, prender pudimos. Bien puedes saber lo que pasa de ellos. Pienso que soldados son que disfrazados quisieron ser espías de tu campo. RICARDO: Morirán en no diciendo lo que yo les preguntare. BARUQUEL: Eso y mucho más diremos. ZUMAQUE: Dé por dicho lo que quiere, y mándenos soltar luego. RICARDO: ¿Qué gente tiene aprestada Carlos Magno? BARUQUEL: Señor, pienso que diez millones de infantes y de caballos ligeros veinte millones. RICARDO: No mientas; di la verdad, embustero. BARUQUEL: Para la vanguardia tiene dos escuadrones de necios presumidos que os degüellen a enfados; también tenemos, porque a sátiras os maten, dos mil poetas; mas estos comeránse unos a otros antes de llegar al puesto. No hay por qué temerlos. Íten: a ayudar al rey vinieron las naciones extranjeras, sólo no vienen gallegos porque caminan descalzos, y no llegarán a tiempo. RICARDO: [A este villano], si loco se nos finge, denle luego tratos de cuerda. BARUQUEL: No soy hombre de esos tratos. RICARDO: Necio, ¿qué caballería trae? BARUQUEL: Diez mil mulas y machuelos en que vienen los doctores, boticarios y barberos a no dejaros salud. RICARDO: ¿Y tú sabes más? ZUMAQUE: Dirélo. No so tonto, Dios loado. Bien sabré decir mi cuento. Érase una prima mía con quien presto, Dios queriendo, me tengo de velar. Dicen que tiene el pergeño parecido a una Jervilla, hija de un señor gregüesco. Pues miren lo que hace el diabro, hanla quillotrado, y puesto como reina, porque piensen que Jervilla no se ha muerto. Un hijo tiene mi prima, y a éste, mi antenado, han hecho atún de Francia... no atún... ¿cuál es un peje ligero amigo de que le canten? RICARDO: ¿Es delfín? ZUMAQUE: Delfín le han hecho. RICARDO: ¿Es esto cierto? ZUMAQUE: Señor, yo no lo sé, pero es cierto. RICARDO: Guardad a ésos en mi tienda. ZUMAQUE: Nosotros nos guardaremos. Déjenos ir. SOLDADO: Por agora, seréis nuestros prisioneros.
Llévalos
RICARDO: ¿Carlos quiere usar conmigo estratagemas? Maestros somos en Grecia de engaños. Querrá fingir que no ha muerto, publicando que es Sevilla la villana, aunque con esto más engañarme podrá.
Sale el SOLDADO
SOLDADO: Aquí ha llegado un mancebo que es gallardo embajador de Carlos Magno. RICARDO: De medios querrá tratar. Mi venganza ha de ser a sangre y fuego.
Sale LUIS, vestido de francés
LUIS: Carlos, emperador de Roma, te saluda. RICARDO: Y yo deseo, satisfaciendo mi injuria, despojarle del imperio. Dadnos asientos.
Siéntanse
LUIS: Señor, a quien coronen los tiempos de siglos y de blasones, tan cristianos como eternos, Carlos Magno mi señor, cuya fama y cuyos hechos sobre su misma grandeza están siempre compitiendo, admirado está y confuso de ver que vengan los griegos con voz de agravios a Francia siendo amigos, siendo deudos. Señor, ¿qué Elena os robaron? ¿Qué ley de amistad rompieron? ¿Qué hospedaje os han violado? ¿Qué tálamo os han deshecho? Cuando mares del oriente debieran sufrir el peso de pacíficos bajeles, dando flámulas al viento; cuando el águila sagrada debiera unir sus dos cuellos para formar de dos mundos un cuerpo, un reino, un imperio; cuando tu sangre y la suya, mezclada en valientes pechos, debe eslabonar las almas con un vínculo perpetuo, gobernados del engaños de la fama, que mintiendo suele convertirse en lenguas, ¿vestís túnicas de acero? Si Sevilla algunos años retirada en los amenos montes, que estamos mirando, no sé yo con qué misterio, depuso la majestad, ya al trono francés ha vuelto tan gallarda y tan hermosa que nos parece que el vuelo detuvo a la juventud. Y así, Carlos ha propuesto la paz, la amistad, la sangre para excusar por lo menos, si no muertes lastimosas, culpa en su defensa; y pienso que si la campal batalla queréis reducir a duelo como gallardos soldados, aunque emperadores viejos, fuera gusto para Carlos. Pero yo no lo consiento; que soy el delfín de Francia. Entre mi padre y abuelo mal permitiré batalla sin que cueste primero la muerte a mí, gran señor.
Levántase y arrodíllase
Dad la mano a vuestro nieto. De Carlos y de Sevilla soy hijo y los pies os beso deseoso de serviros y alegre de conoceros.
Levántase RICARDO
RICARDO: Levanta, joven gallardo, y en engaños lisonjeros no te empeñes; que te mienten atrevidos pensamientos. Murió Sevilla sin hijos. Tu madre, de un carbonero fue mujer, y como acaso dan semejanza los cielos a personas diferentes, alguna en tu madre han puesto. Temió Carlos, porque agora faltan los pares del reino, y se vale del engaño. Reina y delfín os han hecho. Hablen esos dos testigos que la verdad descubrieron.
Salen ZUMAQUE y BARUQUEL
BARUQUEL: ¡Qué galán estás, Luisillo! ZUMAQUE: En lindas bragas han puesto a mi antenado Luís. ¿Cómo estás, borracho? LUIS: Necios, ¿sabéis lo que estáis hablando? BARUQUEL: Deja, sobrino, embelecos. Despierta, que estás soñando. LUIS: ¡Vive el cielo! ¡Qué ya os creo; que tanta dicha no pudo caber en hombre despierto! Agora entendí el engaño, agora entendí el secreto de llamarme Carlos hijo; vengaréme, ¡vive el cielo! Volveré por el honor de mi madre, que rïendo no han de estar de mí en París. Tu soldado soy; prometo de ser un rayo caído de las regiones del fuego. RICARDO: Y yo prometo mil honras a quien mate al conde Arnesto, señor de Maganza, que es causa de mi sentimiento. LUIS: Bien le conozco, señor, y aun darle muerte deseo por secreta inclinación. Ganar tus honras pretendo. Toca al arma contra Francia; que aunque soy francés, ya tengo griego espíritu y alcanzo ánimo de Aquiles nuevo.
Vanse. Tocan al arma y salen CARLOS, el ALMIRANTE y el CONDE
ALMIRANTE: El ejército enemigo toca al arma. CARLOS: Ni con ruegos puedo obligar a los griegos ni con razón los obligo; no creyeron mi embajada o nuestros designios saben. CONDE: Señor, los medios me acaben; ya miras tu gente armada y ya a campaña salimos. Morir o vencer conviene. ALMIRANTE: La fingida reina viene de la manera que vimos pintada a Palas. Su tienda manda poner en campaña y Blancaflor la acompaña. CONDE: Con ardides no se ofenda a Ricardo; que sería caso de menos valer. Vuelva al monte esta mujer a la pobre casería donde nació; que es extremo de temor ese cuidado. (Ya tengo yo averiguado Aparte que es la reina y así temo). CARLOS: Si acepta mi desafío, cesa el temor y el morir. CONDE: ¿Y quién lo ha de consentir? CARLOS: El que supiere mi brío.
Salen RICARDO, SOLDADOS, BARUQUEL y ZUMAQUE
RICARDO: Emperador famoso de occidente, que el imperio de Grecia has dividido, si por librar de mi rigor tu gente la batalla a los dos has reducido, en el campo me tienes tan valiente que a las canas llegué sin ser vencido. Retírese tu gente, Carlos, fía que esta señal no pisará la mía.
Hace una raya con la espada
CARLOS: Ricardo, a quien respeto y amor debo, como siempre mis causas justifico cuando las huestes belicosas muevo, cuando la guerra y el furor publico, satisfacción te di; que en mí era nuevo el recelo que dices. No me aplico a guerra injusta y a batalla esquiva; mas ésta de mi parte es defensiva. Retírese mi ejército y en tanto que entre los dos esta batalla dura, dénos admiración, dénos espanto, y favor no me dé humana criatura; que por vida juré del cielo santo que a tal inobediencia, tal locura vuelva la espada yo, y el brazo fuerte pague su ayuda con airada muerte. ALMIRANTE: ¿Y quién ha de sufrir teniendo vida verte en batalla a ti? Salga un soldado que de Ricardo este peligro impida y batalla conmigo. CONDE: Y a su lado saque otro griego aquí; que reducida a cuatro la batalla, es acertado que nos miren los dos emperadores teñir de humana púrpura esas flores. CARLOS: Basta, conde, no más. ¿Tú me gobiernas? ¿Tú me defiendes, bárbaro almirante? Os cortaré, por San Dionís, las piernas si en el campo me dais paso adelante. Ésas que veis, al parecer eternas montañas, que los hombros, como Atlante, a los cielos arriman, den primero su favor a los dos que vuestro acero.
Tocan, y al acometerse los dos emperadores, sale la REINA con espada y rodela y pónese en medio
REINA: ¿Qué es esto, emperadores? Paz, ¿qué es esto? Permitir a mi padre y a mi esposo tan extraño rigor no fuera honesto suspendiendo mi brazo generoso cuando a su pie veloz la edad ha puesto vuestros cuellos y debe estar ocioso de las armas el uso en vuestras manos. Ni reyes mostráis ser ni ser cristianos. ¿Y tú, señor, qué intentas si yo vivo? ¡Sevilla soy! ¡Sevilla, ilustre rama de esa planta infeliz, y de ese altivo valor, que ha merecido inmortal fama! De quién su ser me dio, ¿agravios recibo? Quién hija me llamó, ¿sangre derrama de franceses? Envaina la cuchilla que ha sido de dos Asias maravilla. RICARDO: (¡Aun su beldad no es trofeo Aparte de la fuerza de los años! ¿Cómo pueden ser engaños si es Sevilla la que veo? Días ha que no la vi mas las especies no pierdo; de su rostro bien me acuerdo. Saldré de dudas así). Carlos Magno, esa mujer que en paz intenta dejar la batalla singular, favor del uno ha de ser. Ayuda al que tú quisieres, porque el otro, ¡vive Dios! que ha de reñir con los dos. REINA: Pues, aunque tú, señor, eres mi padre, me pongo al lado de mi esposo. Ven, porfía.
Pónese al lado de CARLOS
RICARDO: No tienes tú sangre mía, villana, pues me has negado. REINA: Aunque tú me diste el ser, como padre generoso, mi mismo ser es mi esposo y le debo defender aunque mi padre sea. Mi esposo, dueño y señor, es mi honor y por su honor contra su padre pelea quien es honrada, y así pues uno nos llama Dios, ni tú riñes contra dos ni tu hija es contra ti. CARLOS: Emperador, yo no he dado ocasión para esta guerra; pero el entrar en mi tierra pienso dejar castigado. Ésta es Sevilla y conmigo no estará, aunque amor me abrase. A tu ejército se pase, hija al fin de mi enemigo. REINA: (¿Cómo, cómo? ¿No agradece Aparte que yo me ponga a su lado? Acabóse lo estudiado aquí el desengaño empiece). Ricardo, villana soy. Más mi pergeño no alcanza. RICARDO: Admiro la semejanza pero crédito te doy. Y pues aumentas la injuria con engaños, hoy verás que también aumento das a mi valor y a mi furia. Queda conmigo, mujer, por imagen de quien eres. Tendrás cuánto tú quisieres. CONDE: (¿Esta villana ha de ser Aparte causa de tantos extremos?) Si no se va... REINA: Conde, calla, porque agora en la batalla los dos nos encontraremos. CARLOS: ¿Al fin se rompe la guerra y ha cesado el desafío? RICARDO: No es ya mi gusto. CARLOS: Ni mío. RICARDO: ¡Toca al arma! CARLOS: ¡Toca y cierra!
Vanse. Éntranse tocando al arma unos por una parte y otros por otra, y sale CARLOS retirándose de los griegos y de LUIS que le salen acuchillando y arrodillando en el suelo
CARLOS: ¡Ah, griegos, perdí el caballo. ¿Quién puede haber que resista todo un escuadrón? LUIS: ¡Teneos!
Pónese a su lado
(No sé qué estrellas me inclinan Aparte a quererle bien, aunque es quien burló mis fantasías. Es mi dueño natural. ¿Qué mucho?) SOLDADO: ¿Tú no querías admitir honras en Grecia? LUIS: No con ser el homicida de un magnánimo varón. Ese caballo que pisa los cristales de ese arroyo te podrá salvar la vida. Subid, gran señor, en él. CARLOS: Déte el cielo inmensa dicha. Págasme mi amor, Luís. (Tal ánimo y valentía, Aparte ¿de villano puede ser? Hijo de veras le diga mi obligación). LUIS: Sube presto. (Bien le quiero). Aparte CARLOS: Bien me obligas.
Vase CARLOS
SOLDADO: ¿Tú le amparas? LUIS: Yo le amparo; que aquellas canas convidan a respeto. SOLDADO: Morirás. LUIS: Haré que mi nombre viva.
Éntranse peleando y salen la REINA y el CONDE peleando
REINA: Ya, Magancés, ha llegado tu castigo y la rüina de tus locos pensamientos. CONDE: Mujer, ¿quién te da osadía contra mi valor? REINA: El ver que no hay virtud en malicia ni valor en la traición. CONDE: Habrá ingenio y habrá dicha.
Sale LUIS
LUIS: Déjame, señora, a mí matar a ese hombre, que obligan las mercedes que Ricardo por su cabeza publica. REINA: Deja tú que yo le mate; dasle honor si determinas su muerte. CONDE: Los dos seréis despojos de esta cuchilla; que no perdona mujeres una furia vengativa. REINA: Muera a manos de los dos.
Éntranse acuchillando y sale CARLOS Magno
CARLOS: En batalla tan reñida ayudar quisiera a todos; que todos a amor me obligan. Por las peñas de este monte un francés se precipita al parecer, que las lises en el escudo traía. Si no me engaño, es el conde, el trance que la desdicha más terrible puede darme será su muerte.
Baja el CONDE despeñándose sangriento
CONDE: La vida de un traidor no está segura; en cualquier parte peligra. El cielo, el mundo y los hombres con razón y con justicia se conjuran contra él. Rabiando acabé la mía. CARLOS: ¡Ah, conde! CONDE: ¿Es francés quien habla? CARLOS: Sí. CONDE: Yo te ruego que digas a Carlos Magno que muero rabiando, porque a Sevilla levanté aquel testimonio por una venganza indigna, de un desprecio que me hizo como honrada y atrevida. A Florante di la muerte y la reina en sus desdichas disfrazada ha estado siempre en estos montes. La misma que fingió reina, es la reina. Bien a su hijo acredita esta muerte que me ha dado furiosa si merecida. CARLOS: ¿Conócesme? CONDE: No, francés. Lo que digo no es mentira, por los cielos, y ya quiero en las ondas cristalinas de ese arroyuelo morir, bebiendo la sangre misma que yo derramaré en él; que aunque me falta la vista oye mi sed su corriente. Beberé mientras expira un alma que a Dios no teme y honras inocentes quita.
Éntrase cayendo y levantando
CARLOS: ¡Vida, gloria y honra hallé cuando lástimas temía. ¿Quién dijera que la muerte del conde fuera mi vida? A Sevilla iré buscando.
Tocan y salen franceses acuchillando a LUIS
SOLDADO: No habrá quien tu muerte impida pues siendo francés mataste al conde. LUIS: No hay quien resista mi valor.
Gritan
SOLDADOS: ¡Muera el rapaz! CARLOS: ¡Ay, hijo del alma mía! ¡Dejadle! SOLDADO: Al conde dio muerte. CARLOS: Hizo bien. Dejadle. ¡Viva! Qué es mi hijo. SOLDADO: Ya sabemos que es fingido. CARLOS: ¿Rebeldías conmigo? ¡Por San Dionís! ¡Que es mi hijo! TODOS: ¡Viva, viva!
Éntranse
BARUQUEL: ¡Grandes cosas estoy viendo! ZUMAQUE: A mí me parecen chicas, porque el miedo me ha cegado. ¡A esto llaman la melicia?
Tocan cajas y salen RICARDO, la REINA y SOLDADOS
RICARDO: Toca a recoger y acaba la batalla con el día. No sea la noche tumba de tantas cristianas vidas.
Sale LUIS
LUIS: Ya, señor, el conde es muerto. RICARDO: Mercedes es bien me pidas. LUIS: Pido que cese la guerra y haya en las dos monarquías unión y paz. RICARDO: Mucho pides.
Tocan cajas y salen CARLOS y el ALMIRANTE y BLANCAFLOR
CARLOS: Ricardo, a tus pies se inclina Carlos Magno el generoso; y la espada no vencida postrada besa tus plantas. RICARDO: ¿Qué novedades te obligan a tal acción? CARLOS: Es saber que por mi engaño tu hija ha vivido en estos montes y ya a tu lado la miras. Murió el conde entre mis manos culpando su alevosía, y dando satisfacciones a su honor. Ésta es Sevilla y Luís mi hijo es aquéste.
Abraza CARLOS Magno a LUIS
REINA: ¿Conoces esta sortija? Si el cielo mudó en mi rostro las facciones conocidas, estas señas te aseguran que fui villana fingida pero no fingida reina. RICARDO: Batalla con tanta dicha de ambas partes no se ha dado. Los brazos es bien te pido. LUIS: Y yo a Blancaflor si es que tengo merecida esta merced, padre y rey. CARLOS: Gusto es mío. BLANCAFLOR: Y dicha es mía. ALMIRANTE: Así se cumplió, condesa, de la docta astrología el prognóstico. REINA: Y aquí a la gran reina Sevilla, reina de Francia, da fin quien el perdón os suplica.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002