ACTO SEGUNDO


Salen HORACIO y FABRICIO
HORACIO: Admirado me deja esta grandeza. FABRICIO: Es poco lo que veis, señor Horacio. Si veis de esotras cuadras la riqueza, tan adornadas en tan breve espacio, no iguala a su hermosura y su grandeza de Numa y Mino, alcázar y palacio. HORACIO: ¿Quién es, Fabricio, aqueste caballero? FABRICIO: Ser rico es el linaje verdadero. No preguntéis al que dinero tiene si es sangre de los godos. HORACIO: ¡Cosa clara! Si a gastar neciamente se previene, de Carlos seguirá la suerte avara. FABRICIO: Proceder cuerdamente le conviene. HORACIO: Carlos me pidió ayer que le comprara una sola heredad que le quedaba, que sus frutales en el mar miraba. Paguésela, y en menos de un momento, llevaron el dinero acreedores. FABRICIO: El fue de sus desdichas instrumento. HORACIO: ¡Líbreme Dios de mozos gastadores! FABRICIO: Pero volviendo, Horacio, a nuestro cuento, veréis el patio, salas, corredores, jardines, camarines y retretes, flores, pinturas, paños y bufetes. Los escritorios, sobre blancas bolas de alabastro, pirámides parecen; unos muestran del mar las canas olas, otros de montería se guarnecen. Aun en las cuadras que veréis más solas, tales pinturas a la vista ofrecen, que se juzga vencida en cualquier parte naturaleza del poder del arte. HORACIO: Ver este Creso o Midas deseaba. FABRICIO: Presto podrás cumplir ese deseo; ya le bendice Génova y alaba. HORACIO: ¿Es hermoso y galán? FABRICIO: ¿Qué rico es feo? HORACIO: ¿Sabes qué hace? FABRICIO: De vestirse acaba, y que ha salido a aquesta sala creo. HORACIO: ¿Haréle reverencia? FABRICIO: Sí, que es rico. HORACIO: ¿Qué nombre tiene? FABRICIO: El nombre es Federico.
Salen FEDERICO muy galán, OCTAVIO y JORGE con él, y MARÍN, GARAVÍS, paje y otros
OCTAVIO: El no haberos conocido causó la descortesía de no hacer el primer día lo que es a un noble debido. Dos crïados nos tened, y admitid la voluntad. MARÍN: (¡Cielos! ¿Es esto verdad?) Aparte FEDERICO: Mucho estimo esa merced. JORGE: Servicio muy corto es; que si descorteses fuimos, no agradezcáis que venimos para besaros los pies. FEDERICO: Los vuestros mil veces beso.
Hablan aparte HORACIO y FABRICIO
HORACIO: Sones de lisonja toco. ¿No ve? FABRICIO: Los ricos ven poco. HORACIO: Esa verdad te confieso. Hacer tantas reverencias un viejo es cosa cansada. FABRICIO: El oro en cosa juzgada Tiene aquesas preeminencias. Acércate más. FEDERICO: ¿Quién es? OCTAVIO: Nobles de Génova son. HORACIO: Debéis a nuestra afición satisfacción tan cortés. JORGE: Éste es padre de una dama la más discreta y más bella gallarda, noble y doncella. FEDERICO: ¿El nombre? JORGE: Julia, se llama. FEDERICO: (¡Oh, cielos, qué alteración! Aparte Alma y lengua me enmudece cuando mi dicha me ofrece tan medida la ocasión). Noble Horacio, perdonad, pues era yo quien debía esta visita. OCTAVIO: (Él se guía Aparte con notable gravedad). HORACIO: Ésta es justa obligación que se tiene al forastero. FEDERICO: Ser muy natural espero, pues lo soy en afición. HORACIO: Por la fama que he tenido de quién sois, a visitaros vengo. FEDERICO: ¿Cómo he de pagaros el favor que he recibido? HORACIO: Con tenerme por amigo. FEDERICO: (Por padre teneros quiero. Aparte ¡Cielos! Si callado muero, muy mal mi intento consigo). Con extremo he deseado veros, que vuestra nobleza, discreción, fama y riqueza ocasión al vulgo han dado. HORACIO: Mercedes son que de vos recibo. FEDERICO: ¿No os sirvo en nada? HORACIO: Afición es demasiada si no hay trato entre los dos. (Cierta malicia sospecho Aparte que no me estuviera mal). FEDERICO: De un hombre tan principal honra la sangre mi pecho; que después de ser soldado y estar de mi patria ausente, aunque un amigo y pariente mi hacienda me ha envïado, fuera bien vivir quïeto. HORACIO: Digo que tenéis razón; que hüír la ocasión es aviso de discreto. OCTAVIO: Paréceme que le pide su hija. FABRICIO: Creo que sí. ¡Y le estará bien, si aquí con el interés se mide! JORGE: ¿En quién mejor empleada puede estar? OCTAVIO: Carlos, ¿qué hará? [JORGE]: ¿Qué ha de hacer si pobre está, y el pobre a ninguno agrada? FEDERICO: Perdonadme si os ofendo... HORACIO: Antes recibo favor. FEDERICO: ...que es atrevido el amor. MARÍN: ¡Vive Dios, que no le entiendo! HORACIO: (No fue mi sospecha vana; Aparte y que me está bien, infiero, si es tan rico y caballero). FEDERICO: (Hoy mi esperanza se allana). Aparte Aquí aparte me escuchad. HORACIO: Ya pienso que os he entendido. FEDERICO: Bien sé que culpa he tenido en hablar con libertad. Mas, Amor, ¿qué no derriba? ¿Qué libertad no conquista? Pues entrando por la vista los corazones cautiva. A la hermosa Julia vi, que el cielo se cifra en ella. Nunca yo llegara a vella; pues por ella estoy sin mí. Si mi calidad y hacienda son dignos de este favor, haced que alcance mi amor los quilates de esta prenda. HORACIO: No niego que es cierta cosa que gano en que vuestra sea; que si en algo ha sido fea, es en ser tan venturosa. Mas obra que es de esta suerte, ha de llevar buen cimiento, que es prisión el casamiento de quien es jüez la muerte; demás que la condición de Julia no es de manera que tan fácilmente diera lugar a vuestra intención; que es temeraria, os prometo. Conquistar de espacio es justo, porque en razón de su gusto suele perderse el respeto. Lo que por vos puedo hacer es saber su voluntad. FEDERICO: Dadme los pies. HORACIO: Levantad. FEDERICO: No puedo el gusto vencer. Dad licencia a que la envíe un recado. HORACIO: Eso permito. FEDERICO: En el bien que solicito Amor mis intentos guíe. HORACIO: Más de espacio entre los dos se tratará. FEDERICO: Eso procuro en la dicha que aseguro. HORACIO: Adiós, Federico.
Vase HORACIO
FEDERICO: Adiós. OCTAVIO: Si es cierto lo que imagino, discretamente escogéis. FABRICIO: Bien es que prendado estéis de sujeto tan divino. JORGE: Es bella y noble. FEDERICO: ¡Marín! MARÍN: ¿Señor? FEDERICO: Llega. MARÍN: Estoy turbado. FEDERICO: ¿No llevarás un recado a mi bello serafín? MARÍN: ¿A quién? FEDERICO: A mi Julia hermosa. MARÍN: ¿Quién diré que se le envía? FEDERICO: Yo. MARÍN: ¿Quién eres? FEDERICO: Quien solía, ¿no sabes? MARÍN: ¡Graciosa cosa! ¿Qué? ¿Tú eres aquel soldado que desnudo llegó aquí? ¿Cómo estás agora así en perlas y oro engastado? FEDERICO: ¿Pues no ves que me han traído mi hacienda? MARÍN: Pues, ¿tú tenías aquestas tapicerías? Señor, yo pierdo el sentido. El conde Partinuplés, pienso que anda por aquí; pues desnudo me dormí y desperté como ves. FEDERICO: ¡Aparta, necio! GARAVÍS: Señor, si importa mucho, yo iré; que aunque soy pequeño, sé las huroneras de amor. FEDERICO: ¿Conoces a Julia? GARAVÍS: Sí. FEDERICO: Dile... mas no hables con ella; que si es crüel como bella, hará donaire de mí. GARAVÍS: A las crïadas conquista, que éstas alivian la pena. FEDERICO: Dale a Laura esta cadena. GARAVÍS: ¿Qué pecho habrá que resista los golpes del interés? FEDERICO: Dile que sea tercera, que esta dádiva primera será más grande después. GARAVÍS: ¿Del padre estamos seguros? FEDERICO: Sí. GARAVÍS: Pues de mi ingenio fía, que tú verás en un día aportillados los muros. Adiós.
Vase GARAVÍS
FEDERICO: Iremos al mar. Dadme el caballo. MARÍN: ¡Qué extremos! FABRICIO: También os enseñaremos la belleza del lugar. FEDERICO: La que más estimo es veros. ¡Quita, necio! Entrad los dos. MARÍN: No me acordaba, por Dios, de que éramos caballeros.
Vanse todos y sale CARLOS en traje humilde
CARLOS: Nada me sucede bien. ¡Vive Dios, que estoy perdido! Fortuna, la rueda ten; mira que temo tu olvido y recelo tu desdén. En el bien eres mudable y sólo en el mal estable. Dichoso, Fortuna, fuera aquél que no te tuviera contraria ni favorable. ¡Oh, caras orillas frías del mar que menguado vais, ya furiosas, ya tardías! Sospecho que os retiráis por no oír las quejas mías.
Salen FEDERICO, FABRICIO, OCTAVIO, JORGE, MARÍN y CRIADOS
FABRICIO: Es forzosa obligación debida a vuestra nobleza. OCTAVIO: Noble y leal condición. CARLOS: (¡Oh, cuál viene la riqueza Aparte cercada de adulación! A mi mal estás opuesto. En un peso nos ha puesto la Fortuna, que a las nubes te va levantando, y subes porque yo baje más presto. Ya que no puedo ocultarme, aunque la razón me sobre, hablar quiero y alegrarme, que no es bien hacerme pobre con quien no ha de remediarme). OCTAVIO: Éste es Carlos. JORGE: No le habléis, que es loco. FEDERICO: No le culpéis. (¡Oh, leyes de la ambición!) Aparte FABRICIO: Con los que tan necios son no es bien que ese amor mostréis. FEDERICO: Débole mil amistades, y que le honréis todos quiero. OCTAVIO: En vano le persüades. JORGE: Seréis el rico primero que es amigo de verdades. FEDERICO: ¡Señor, Carlos! CARLOS: ¡Federico! FEDERICO: ¿Qué es esto? ¿Ya no me habláis? CARLOS: Que me perdonéis os suplico. FEDERICO: Poco mi amor estimáis; que es mayor que significo. CARLOS: Quien tiene nuevos cuidados estilos corteses pierde; y sé que en nuevos estados no hay ninguno que se acuerde de beneficios pasados. Dispuso naturaleza las leyes de la riqueza con privilegios sin tasa. FEDERICO: Todos los rompe, y traspasa el amor y la nobleza. ¿Triste estáis? CARLOS: Tengo ocasión. FEDERICO: ¿Qué es la ocasión? CARLOS: No tener. FEDERICO: Bastantes pesares son. OCTAVIO: No le habléis, si puede ser. FABRICIO: Llegaos a conversación. CARLOS: Ver mi hacienda perdida y el discurso de mi vida siempre tan sujeta a amor; ver tan dudoso el favor en quien pienso que me olvida; ver que cuando rico estaba a mi Julia no gocé porque el padre le estorbaba, y que si pobre me ve, toda mi esperanza acaba, dame ocasión a que muera a manos de mis cuidados. FEDERICO: ¿Tan pobre estáis? CARLOS: Bien pudiera decir que no me ha quedado para enterrarme siquiera. Una imagen que he traído siempre conmigo ha salido, de tan notable afición que a no ser de devoción también la hubiera vendido. FEDERICO: ¡Válgame Dios! CARLOS: Esto es cierto. FEDERICO: ¿Qué puedo por vos hacer? CARLOS: Pues de mi mal os advierto, pueda yo por vos vencer un peligro descubierto. Que espero en vuestro valor darle buen fin a mi amor, que, pues tanto publicáis la obligación en que estáis, confío en vuestro [favor]. FEDERICO: Daros mi hacienda es debida deuda de nuestra amistad; mas no os espantéis que impida esa larga voluntad que os ha de costar la vida. Siempre el discreto reporta un frenesí que le acorta la vida mal empleada; que aunque no me importa nada por nuestra amistad me importa. CARLOS: Federico, es imposible que deje de pretender; que es la inclinación terrible, y nadie podrá vencer voluntad tan invencible. Bien sé que no me ha olvidado por verme tan desdichado. FEDERICO: (Hoy se muestra mi prudencia). Aparte Pues hagamos la experiencia. Veréis que estáis engañado, y que sólo el interés es el cebo que la anima, porque la olvidéis después. CARLOS: Ya conozco que me estima. FEDERICO: Y yo que es al revés. Dejad que yo la pretenda, y veréis como a la hacienda y no al hombre da favores. (De esta suerte a mis temores Aparte les doy seguro la rienda; que cuando sepa muy cierto que la sirvo, pensará que es sólo por el concierto). CARLOS: Aquesta prueba os dirá la verdad de que os advierto. Ofreced, solicitad, y vuestro poder mostrad; y cuando quedéis vencido de su firme amor, os pido que amparéis mi voluntad. FEDERICO: Vos veréis de la manera que os sirvo en esto. CARLOS: Eso creo. FEDERICO: El interés vuelve en cera el más valiente Teseo. CARLOS: De espacio hablaros quisiera. FEDERICO: Venir conmigo podéis, o en mi casa me veréis. CARLOS: Después iré a visitaros; que tengo qué suplicaros. FEDERICO: Si os tengo amistad veréis. MARÍN: En pensar entretenido esta mudanza de estado, a vuested no he conocido. CARLOS: ¡Oh, Marín! MARÍN: Soy su crïado aunque no me dio el vestido. Mas no me espanto, que ya las mandas se dan así Mas ya vino por acá el socorro. CARLOS: Si ofrecí, cobrad. MARÍN: Ya cobrado está; que soy hombre agradecido, y toda mi vida he sido a los buenos inclinado; y reniego del crïado que sirve por el vestido. CARLOS: Dices bien. MARÍN: Verdades digo. FEDERICO: ¿Queréisos venir conmigo, Carlos? CARLOS: Perdonad, por Dios, que estos que vienen con vos no me tienen por amigo. FABRICIO: (¡Si acabase Federico!) Aparte FEDERICO: Que vais conmigo, os suplico. CARLOS: Junto al oro seré cobre, y pareceré más pobre si voy al lado del rico.
Vanse todos y salen LAURA y GARAVÍS
LAURA: ¿Quién sois al fin? GARAVÍS: ¿No lo veis? En el talle un paje soy, que a mi señor gusto doy en el oficio que veis. LAURA: ¿Y quién es vuestro señor? GARAVÍS: El más rico caballero que he visto ni ver espero, aunque pobre del favor que procura y solicita. LAURA: ¿Difícil empresa intenta? GARAVÍS: La dificultad aumenta; mas el deseo la incita. De esta cadena os servid porque abogado seáis en su pleito. ¿Qué dudáis? LAURA: (Éste es el perfecto ardid; Aparte mas hacerme de rogar es bien, por más esperanza, que lo que presto se alcanza poco se suele estimar). ¡Jesús, niño! ¿Yo, interés? ¡Perdóneme tu señor! GARAVÍS: (¡Qué lindo para mi humor! Aparte Échele la garra, pues). ¡Pesar de mí, que son finos todos estos eslabones! ¿Para qué son los turrones conmigo? LAURA: ¡Qué desatinos! GARAVÍS: Mire, lo que se ha de hacer tarde, hágase temprano; que la arrojo. Abra la mano. LAURA: Si le ha de dejar caer, muestre acá. GARAVÍS: Eso me contenta. Quien recibe, sabe dar. Aquésta puede asentar en su libro a buena cuenta; que hay diamante como un huevo, y escudos por celemines, que aun para pescar delfines es éste bastante cebo. LAURA: Y como que ya yo estoy asida del paladar, Carlos puede perdonar si tan mal pago le doy; que quien no tiene, perece. GARAVÍS: Pues, ¿quiérela Carlos bien? LAURA: Y ella le quiere también. GARAVÍS: Más Federico merece; que éste es de mi dueño el nombre; que es gallardo, liberal, noble, hermoso, principal, rico, afable, gentilhombre, y trescientas cosas más. Habla con Julia, encarece lo que mi señor padece; que más que un Fúcar tendrás. LAURA: Tú verás mi voluntad. GARAVÍS: (Hasta aquí mi amo habló; Aparte agora entro y digo yo conmigo por caridad). Señora, Laura o Laurel con que el amor se corona, aunque es chica la persona y la letra del cartel, sepa que se alquila aquí un grande amor, una fe más de marca. Haga vuesé que viva la suya en mí, aunque chico, gentes amo. LAURA: ¡Ay, el mundo va perdido! Del cascarón no ha salido y ya sirve de reclamo. GARAVÍS: Pues, ¿qué la parche? LAURA: Después podremos hablar mejor. Vete porque mi señor no venga. GARAVÍS: Ya el interés antes que a ti le ha vencido. Con su gusto vengo yo. LAURA: ¡Mi señora...! No sé..., [¡no!]... ya a aquesta cuadra ha salido. GARAVÍS: Déle vuesarced un nudo a nuestra conversación hasta mejor ocasión. LAURA: (El rapacillo es agudo). Aparte
Sale JULIA
JULIA: Laura, ¿qué haces? LAURA: Aquí con aqueste paje estoy que es conocido. GARAVÍS: Sí, soy, porque en su casa nací. JULIA: ¿A quién sirve? LAURA: A un caballero con notable extremo rico. JULIA: ¿Y es su nombre? LAURA: Federico. JULIA: ¿Ginovés? LAURA: Es forastero. JULIA: Sí, que ese nombre jamás le he oído. GARAVÍS: Ha poco, señora, que está en Génova.
[A LAURA]
Habla agora, pues en la ocasión estás. JULIA: ¿Hasle visto?
[A LAURA]
GARAVÍS: Di que sí, y alábale. LAURA: Estotro día desde aquella celosía en un caballo le vi; galán como el mismo sol, con vestido cortesano, que en un cuerpo italïano mostraba brío español. Volvió a mirar con cuidado la reja, puerta y balcón, propia seña de afición.
[A LAURA]
GARAVÍS: ¡Ah, qué bien lo has encajado! Adelante, pesia mí. JULIA: ¿Con afición te miró? LAURA: A la reja, que a mí no. JULIA: Pues, ¿qué pudo ver allí? LAURA: Tú lo entenderás mejor. JULIA: Si solamente a las rejas dice ese galán sus quejas, ¡las rejas le den favor! GARAVÍS: Quien es amante cobarde, mi señora, entender puedes, que mirando las paredes, se declara nunca o tarde. Quien tiene una joya bella en una caja encerrada, el ver la caja le agrada por lo que está dentro de ella. JULIA: Basta, ya estáis entendido. LAURA: A fe que me prometía... JULIA: Quien de crïadas se fía, este pago ha merecido. ¿Es eso lo que querías, a Carlos? ¿Tal pago das a las deudas en que estás? Presto a su fuego te enfrías. Ya conozco tu intención, y lo que dices entiendo. LAURA: Yo imagino que te ofendo en sustentar su atención, pues ya por su vanidad es pobre ese caballero. JULIA: Necia, ¿quiero yo al dinero o al hombre? LAURA: Dices verdad, porque quien bien aconseja debe evitar el engaño; que después de hecho el daño, es sin remedio la queja. No es esto errar el camino; que a dos leguas de rodeo vuelven a él. JULIA: Tu deseo y pretensión imagino. No trates de eso en tu vida. No me canses y porfías.
GARAVÍS y LAURA hablan aparte
LAURA: ¿Qué dices? GARAVÍS: No desconfíes, pues a tres va la vencida. No vencerás sus cuidados, si a la francesa acometes, porque pobres y alcahuetes diz que han de ser porfïados con un tudesco tesón. JULIA: Mi padre viene. LAURA: Es así. GARAVÍS: No importa que esté yo aquí [siendo pequeño pajón].
Sale HORACIO
HORACIO: ¡Julia! JULIA: ¿Señor? HORACIO: Disgustada parece que estás. JULIA: No, a fe. HORACIO: Como en espejo, se ve en ti mi vejez cansada. Ruego al cielo que te dé lo que pide tu hermosura, aunque siempre la ventura contra la hermosura esté. JULIA: Eres parte apasionada, y el amor propio te guía. HORACIO: Este paje, ¿qué quería? JULIA: Vino a ver esta crïada; que de un Federico es crïado. HORACIO: Ya sé su intento. Es de ilustre nacimiento, afable, noble y cortés, y, pienso, el más poderoso de Génova toda. JULIA: ¿A fe? ¿Vísteisle ya? HORACIO: Hoy le hablé. No es necio presuntüoso como esotro mozalbito; que es liberal y prudente; que quien gasta locamente hace la virtud delito. JULIA: (¡Oh, también viene tocado Aparte mi padre del interés!) Yo me voy. Beso tus pies. HORACIO: ¡Qué presto te has enfadado de que alaben a ninguno sino a Carlos! Siempre ha sido cualquiera nombre a tu oído ofensible e importuno. ¡Pues, has de oír, vive Dios, las verdades! JULIA: ¿Qué me quieres? HORACIO: A dondequiera que fueres, hemos de ir juntos los dos. Carlos es loco,... GARAVÍS: (¡Oh, qué bueno Aparte a la demanda salió!) HORACIO: ...vano,... JULIA: ¿Digo yo que no? HORACIO: ...de cuatro mil faltas lleno; Federico, noble, afable... JULIA: Sea muy enhorabuena.
[Aparte los dos]
LAURA: Dígalo aquesta cadena. GARAVÍS: ¿Quieres que después te hable? LAURA: ¿Después vendrás? GARAVÍS: ¡Pesia tal! HORACIO: ¡Vive Dios, que si le ensayo, que he de hacer que el papagayo diga de tu Carlos mal!
Vanse y salen FEDERICO y el DEMONIO, MARÍN y CRIADOS
DEMONIO: Dame los brazos, amigo, que te estimo de manera que eternamente quisiera, Federico, estar contigo. FEDERICO: Quien con obras se acredita, palabras puede excusar; que con ellas puede hablar. Pues que mi bien solicita, ¿No preguntas cómo estoy? DEMONIO: ¿Yo preguntar? ¿Para qué? Ya, Federico, lo sé, pues siempre contigo estoy. Tanto te quiero y estimo por tu mucha discreción, que en cualquier conversación al propio lado me arrimo. Y en mí tal efecto labras, oyendo tu estilo altivo que en mi pensamiento escribo tus obras y tus palabras. FEDERICO: ¡Oh, amigo, cuánto te debo! Gusto, honor, riqueza y vida. DEMONIO: La paga está concedida. FEDERICO: Eso es honrarme de nuevo. Llegad sillas. PAJE: ¿Quién es éste? MARÍN: ¿Conocéisle vos? PAJE: Yo, no. MARÍN: Así, pues, tampoco yo. El juicio hará que me cueste esta duda y confusión. DEMONIO: Del poder que darte quiero, amigo, la paga espero en tu alma y corazón; que si la amistad se imprime en ella, con la amistad pagarás mi voluntad, porque a servirte me animo. Toda Génova por verte se altera. FEDERICO: A César igualo. DEMONIO: Gozad de gusto y regalo hasta que venga la muerte, que vendrá cuando ya estés viejo y cansado. Imagina que es tan flaca, que camina llenos de plomo los pies. FEDERICO: Si tú a mí Julia me das, no hay mayor gloria que pida en el curso de mi vida. DEMONIO: Ni tienes que esperar más. ¿Qué más quieres? Mujer bella, hacienda y gusto, ¿no son glorias? FEDERICO: ¿Basta mi afición para poder merecella? DEMONIO: El padre gusta en extremo de que se case contigo, y yo estoy aquí. FEDERICO: ¡Ay, amigo, que en fuego de amor me quemo! DEMONIO: En otro fuego mayor te abrasarás. FEDERICO: ¿De qué suerte? DEMONIO: Que es más temerario, advierte, el de un celoso furor. ¿No estás alegre de ver pobre a Carlos, y que a ti te pide favor? FEDERICO: Así, amigo, pienso vencer, aunque he de darle dinero, porque mi amor no sospeche. DEMONIO: No hayas miedo que aproveche si le das un mundo entero, porque yo le quitaré todo cuanto tú le dieres. FEDERICO: ¿La ciencia humana prefieres? DEMONIO: Y la divina alcancé. La propia sabiduría pierde conmigo opinión, dígatelo Salomón, Federico, que escribía que al Infante de Belén embestí; y dirá su ejemplo, el pináculo del templo de la gran Jerusalén.
Sale GARAVÍS
GARAVÍS: ¡Señor! FEDERICO: Seas bien venido. GARAVÍS: A lo que mandaste fui. Laura es de tu parte, y di asalto al muro rompido. Defiéndese, porque tiene a Carlos tanta afición que le ha dado el corazón fuerza, e industria conviene. FEDERICO: ¡Ay, cielos! DEMONIO: ¿Por qué le pides favor al cielo, si estoy de tu parte? FEDERICO: Muerto soy si mi disfavor no impides. DEMONIO: [Dejadnos] solos. MARÍN: Salgamos de la sala. GARAVÍS: ¡Oh, qué fineza de amante! PAJE: ¡Extraña tristeza! GARAVÍS: Pero entrambos deseamos.
Vanse
FEDERICO: ¿De qué sirve, caro amigo, que en las salas y jardines flores retraten el cielo y sus estrellas imiten, si ha de faltarme la joya más preciosa que te piden mis esperanzas dichosas si gozan tan dulces fines? DEMONIO: Oh, Federico, no sabes cuán ardua empresa me pides, qué hecho tan temerario, qué pretensión tan difícil. Pídeme que las estrellas de los epiciclos quite, y que la luna y el sol con negras nubes eclipse, que del mar los mudos peces medrosos hablen y griten, que haga dulces las aguas aunque envueltas en salitre, y no que dé muerte a Carlos; que con armas doblas riñe, y en letreando dos letras del abecé, es invencible. FEDERICO: Pierdo el sentido de pena. ¿En qué tu temor consiste? ¿Quién le defiende y le guarda para que te atemorices? ¿Es santo? DEMONIO: Pecador es, y tan libremente vive, que de vicios se sustenta, y de pecados se viste. FEDERICO: ¿Da limosnas? DEMONIO: Antes daba con profanidades viles su hacienda a menesterosos maldicientes y malsines. FEDERICO: ¿No jura? DEMONIO: Siempre su boca trae por vicio incorregible el nombre de Dios; que aun yo tiemblo en nombrarle y decirle. FEDERICO: ¿Es casto? DEMONIO: No hay mujer noble a quien el honor no quite con profanas alabanzas aunque a Julia quiere y sirve. FEDERICO: Pues, ¿qué tiene que le temes? DEMONIO: El ser devoto... FEDERICO: Prosigue. DEMONIO: ...de la esposa de José. FEDERICO: Por rodeos me lo dices. DEMONIO: Por no tomar en la boca... --¡Basta para que le libre!-- ...María, pues es parienta de los tres que en uno asisten. Hija del Padre y del Verbo, madre y cara esposa humilde del Amor, ¿han de negarle su favor? Es imposible. Ella le defiende. FEDERICO: ¡Ay, muero! DEMONIO: Espera, ¿de qué te afliges? Que yo pienso hacer muy presto que esta devoción olvide. Licencia tengo de Dios, si en todo un día no pide favor a aquesta doncella, para matarle y asirle. Hoy divertido en la pena que en verse pobre recibe, no se ha acordado, y ya llega la noche lóbrega y triste. Si a las doce de la noche, cuando empiezan los maitines, no se ha acordado, le llevo, y contigo no compite. FEDERICO: Él ha de venir a hablarme. DEMONIO: Pues, con palabras sutiles le divertiré. Ya viene. FEDERICO: ¿Ya le has visto? DEMONIO: Soy un lince. ¡Ea, piadosa mujer, no le llames ni le incites!
Sale CARLOS
CARLOS: Bésoos mil veces las manos. FEDERICO: Las vuestras, Carlos, os pido. DEMONIO: Aunque no soy conocido por los caminos humanos, por amigo me tened. CARLOS: Esclavo seré de vos. DEMONIO: (¡Bien dice!) Aparte FEDERICO: Sentaos los dos. DEMONIO: (Tiende la engañosa red). Aparte CARLOS: ¿No os he visto en el lugar otra vez? DEMONIO: No, que no soy de la tierra, aunque aquí estoy. FEDERICO: Bien le podéis estimar. DEMONIO: Yo os he visto y deseado que mi amistad recibáis. Parece que triste estáis. CARLOS: Tengo ocasión y cuidado. FEDERICO: Que no tenéis para qué, dad de mano a la pasión. CARLOS: ¿Da el reloj? DEMONIO: Las nueve son, que es temprano. CARLOS: Ya lo sé. DEMONIO: Aunque estéis algo alcanzado de dineros, podrá ser volver al antiguo ser y al gusto y vicio pasado. No traigáis a la memoria cosas que disgusto os den. CARLOS: Conozco que decís bien, pues vuelve en pena la gloria. FEDERICO: Es estar enamorado hace[r] que viva afligido. DEMONIO: Pues a un hombre bien nacido, ¿le causa el amor cuidado? Si resiste la mujer, forzarla; si el padre impide, darle la muerte. CARLOS: Eso pide un furioso proceder. Pero no quiero por fuerza cosas que de gusto son. DEMONIO: ¿Es hermosa? CARLOS: Mi pasión aquesa opinión esfuerza; más que la luna y estrellas, más que el sol. DEMONIO: ¿Más que Clavela a quien Fabricio amartela? CARLOS: Escurece las más bellas. DEMONIO: Mirad, que Clavela es hermosa. CARLOS: ¿Qué dificultas, pues sé las partes ocultas? FEDERICO: Dice bien. CARLOS: Una, dos, tres... DEMONIO: Las diez serán, ¿qué contáis? (Solamente faltan dos). Aparte ¿Que es tan hermosa? FEDERICO: ¡Por Dios, que muy bien prendado estáis! DEMONIO: ¿Conocéis a Flora? CARLOS: Sí. DEMONIO: Ésa diz que es la mujer más bella que hay. CARLOS: No ha de ser como el sol que alumbra aquí; que Flora es necia, que es propia calidad de hermosa; pero mi Julia es graciosa. DEMONIO: No es bien que a Flora infamáis, que yo sé que Jorge está loca por ella y es hombre de buen ingenio y buen nombre. CARLOS: La experiencia lo dirá. ¿Habéis visto a Julia? DEMONIO: Sí. No puedo negar que es bella; mas es Flora clara estrella que da luz al sol aquí. CARLOS: No habéis visto bien, señor, aquella rara belleza que es causa de mi tristeza y principio de mi amor.
Vuelta a FEDERICO
DEMONIO: El reloj ha vuelto a dar; las once son. No te queda más de una hora, porque pueda de esta doncella triunfar. Con esta conversación le divierto.
A CARLOS
¿No tenéis su retrato? CARLOS: En él podéis juzgar si tengo razón. FEDERICO: Enseñadle. CARLOS: Aquí guardado le tengo. DEMONIO: Verle querría. CARLOS: Tomad. DEMONIO: (¡Aquésta es María!) Aparte Di, ¿qué veneno me has dado? ¡Pese al cielo y pese a mí! CARLOS: ¿Qué es eso? FEDERICO: Desmayo ha sido. CARLOS: El retrato se ha caído. ¡Virgen! ¿Vos estáis aquí en el suelo? ¡Claro norte de pecadores! DEMONIO: (¡Yo he sido, Aparte cuando ya estaba perdido, antídoto que le importe!) CARLOS: ¡Oh, cielos, que en todo el día no me he acordado de vos, custodia del mismo Dios! Rezar quiero. Ave María,... DEMONIO: Ven, que reviento de pena. FEDERICO: Carlos, aquí me aguardad. CARLOS: A vuestro amigo curad. DEMONIO: Ya no hay cura. CARLOS: ...gratia plena... DEMONIO: Ven, ¡no escuchen mis oídos las palabras de Gabriel! No hay escudo como aquél para golpes atrevidos.
Llévale FEDERICO al DEMONIO
CARLOS: Cerca de las doce son, y como ocupado estaba en la lascivia, olvidaba de ordinaria devoción. Hablemos aquí los dos, pues es muy justo que entienda que es necio quien por la hacienda en olvido pone a Dios. Ya la cadena vendí, Virgen santa, en que os traía al cuello por guarda mía, mas no os apartéis de mí. Acertar por yerro fue, que así mi vida dilato, pues por sacar un retrato de Julia, el vuestro saqué. Parece que sueño ha sido todo cuanto me ha pasado, pues sin haberos hablado, tantas horas he vivido.
Sale MARÍN con un talegón
MARÍN: Aquí os traigo... pero está divertido Carlos. ¡Ce! Mas con el dinero haré que vuelva a verme. Sí, hará, que no hay son como el dinero para despertar dormidos, que volverá los sentidos al más loco y majadero. ¡Carlos, señor! CARLOS: ¿Quién me llama? MARÍN: Vuestro amigo verdadero. CARLOS: ¿Qué tiene aquel caballero. MARÍN: Allí se ha echado en la cama de mi señor Federico. Yo os tengo tan grande amor que olvidaré a mi señor por vos. Que calléis suplico. Y sabed... CARLOS: ¿Qué he de saber? MARÍN: Que a Julia sirve y pretende, y vuestra amistad ofende pidiéndola por mujer. Yo, agradecido de vos, os descubro la verdad. CARLOS: Es prueba de su amistad y concierto entre los dos para saber si es constante Julia. MARÍN: ¿A fe? CARLOS: Verdad te digo. MARÍN: Nadie fíe del amigo negocio tan importante. Jamás en mujer ni espada hagáis pruebas vos; vivid con cuidado, y recibid esta pretina extremada que os da Federico. CARLOS: Di, ¿que era tan rico en su tierra? MARÍN: Cuando se partió a la guerra estas grandezas no vi. CARLOS: ¿Quién se lo envïó? MARÍN: No sé. Sé decir que loco estoy de verlo. Ni sé quién soy. CARLOS: ¡Caso notable es a fe! ¿Quién es este caballero? MARÍN: Menos lo sabré decir. Con Dios os podéis partir; que volver a verle quiero. ¡Qué mal los descuidos sufre! CARLOS: Ve con Dios. MARÍN: Lo que he sabido es que es famoso, o lo ha sido. CARLOS: ¿Por qué? MARÍN: Porque huele a azufre.
Vanse

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El amparo de los hombres, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002