EL AMPARO DE LOS HOMBRES

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe de EL AMPARO DE LOS HOMBRES, una "suelta", aparentamente única de la Staatsbibliothek de Munich. Fue editado por primera vez por Wilfred Wilenius como parte de su tesis de maestría en la Ohio State University en 1951. Luego fue editado de nuevo por Vern G. Williamsen en el curso de sus investigaciones en 1975, preparado en su forma electrónica en 1986, y en su forma actual en 1996.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen FEDERICO y MARÍN, de soldados muy pobres
FEDERICO: ¡Ésta es Génova! MARÍN: ¡Por Dios, conforme nuestra pobreza, que ha menester su riqueza, si nos remedia a los dos! FEDERICO: ¡Bellos edificios! MARÍN: ¡Bellos! Los lienzos de Flandes son cifra, sombra e ilusión si se comparan con ellos. ¿Pero tenemos de andar viendo casas todo el día, sin buscar una hostería donde podamos manjar? Volvámonos, si te agradas, a ver si en los bodegones a trueco de macarrones reciben estas espadas, pues no nos sirven de más que de traerlas lïadas, que aquí se riñe a puñadas. FEDERICO: Hambriento y prolijo estás. ¿No causa extraña alegría después de varias tristezas, las infinitas grandezas de esta noble señoría, ver tan hermosas pinturas en las casas, el Senado, que a Roma atrás ha dejado, heredando sus venturas? ¿Ver...? MARÍN: El verte con dineros, Federico, es mi deseo; que ya de hambre no veo, y mi cuenta es todos ceros. Cuando contigo salí de la Pulla a ser soldado, no pensé verme quebrado como me veo por ti. Servimos al de Pescara sobre el Parque de Pavía; y con papeles te envía y sin blanca... FEDERICO: Cosa es clara, ésa es la paga mejor con que voy a pretender, que el César me puede hacer capitán. MARÍN: ¡Gracioso humor! ¿Con qué carga de moneda vas a pretender a España? Que con nación tan extraña, no hay Scipïón que más pueda. ¿Qué presente le has de dar al secretario? ¿Qué joya al que tus hechos apoya para poder negociar? FEDERICO: Filósofo estás, Marín. MARÍN: Como en ayunas estoy, estoy agudo. FEDERICO: Ya voy viendo de mi intento el fin. Necio he sido en procurar papeles. MARÍN: La duda es llana. ¡Qué esperanza tan liviana! ¿Qué provecho puede dar? FEDERICO: A la Pulla me volviera, dejando mi pretensión, si la pasada cuestión, Marín, no me lo impidiera. No sé qué tengo de hacer. MARÍN: Pide limosna. FEDERICO: Eso no. A dar estoy hecho yo; y pedir es padecer. MARÍN: Mas no comiendo, padeces este trabajo y crisol; y pidiendo a lo español, pienso que no desmereces. FEDERICO: El español, ¿cómo pide? MARÍN: Llega arrogante y severo, y, de la espada al sombrero, primero los tiempos mide; y dice: "Déle vuesé su caridad a un soldado pobre, desnudo y honrado." Y el bergamaza que ve el aspecto con que avisa del daño que le previene, si parpallonas no tiene, se quitará la camisa. FEDERICO: Yo soy, Marín, caballero, y no tengo de pedir. MARÍN: Pues, dejémonos morir. ¡Qué pobre tan majadero! Yo pediré. FEDERICO: ¡Enhorabuena! Pide tú para los dos. MARÍN: De esta suerte dará Dios para la comida y cena. Aquesta casa parece de algún rico ciudadano. FEDERICO: Pide con estilo llano, pues la vergüenza enmudece. La portada y patio son del dueño bastante abono. MARÍN: Ahora bien, la voz entono para causar compasión. FEDERICO: Caballeros salen. MARÍN: ¿Quieres hüir? FEDERICO: Apartarme quiero. MARÍN: Muy corta limosna espero de poltrones mercaderes.
Salen CARLOS, FABRICIO, OCTAVIO, JORGE y CRIADOS, y CARLOS sale dando barato
JORGE: ¿Cuánto perdéis? CARLOS: No lo sé. Esto se queda, tomad de barato. OCTAVIO: Es necedad que deis barato. CARLOS: ¿Por qué? OCTAVIO: Porque cien doblas perdéis. CARLOS: Si ganara y no perdiera, poco en dar barato hiciera. CRIADO: Largos años os gocéis. MARÍN: (¡Oh, beatísimos escudos! Aparte Sin ver a quien los reparte yo quiero entrar en la parte. ¡Oh, si hubiera pajes mudos! ¡Ciégale tú, Santantón! Dios ponga tiento en tu mano). CARLOS: Tomad. CRIADO: Apartaos, hermano. MARÍN: (Ganóme la bendición). Aparte CARLOS: Quiero ver si quedan más. Tomad. MARÍN: (¡Oh, caso importuno! Aparte Aun no me ha cabido uno de los que da[n] por detrás). CRIADO: ¿Queréis quitaros, hermano? ¡Quitaos! OCTAVIO: ¿Qué picarón es ése? MARÍN: ¡Paso, pajón! Que aunque roto, soy cristiano. No soy moro ni judío. Barato quiero alcanzar. CRIADO: Dadle, Fabio. MARÍN: ¿Cómo dar? ¡Juri a Cristi, si deslío...! FEDERICO: (Sin duda ha hecho Marín Aparte de las suyas. Llegar quiero). CARLOS: Para la gloria que espero, aguardo felice fin. FEDERICO: ¿Qué es eso? MARÍN: ¡Estos pajarotes, que maltratan los honrados! FEDERICO: ¡Paso, señores soldados! MARÍN: Espera; no te alborotes, señor, hasta que deslíe. FEDERICO: Sosiégate, majadero. Por ser pobre y forastero, nadie a ofenderle porfíe; que habrá quien vuelva por él. OCTAVIO: ¿Y defenderéisle vos? JORGE: ¡Buena arrogancia, por Dios! MARÍN: El lance ha sido crüel. FABRICIO: Muy maltratado venís para ser tan atrevido. FEDERICO: Jamás miréis al vestido si de sabio presumís; que quizá este traje encubre más valor de que pensáis. MARÍN: Deslío... CARLOS: Bien lo mostráis, que el proceder los descubre. ¿Quién sois? FEDERICO: Un soldado soy, por mala paga perdido. CARLOS: Antigua querella ha sido. FEDERICO: A España a pretender voy. CARLOS: Reportaos. FEDERICO: De vos me fío, si el traje al ser corresponde. CARLOS: Decid quién sois y de dónde. MARÍN: Pues hay amistad, deslío. FEDERICO: En la Pulla, que es provincia del noble reino de Nápoles, nací, para tantas penas, de nobles y ricos padres. Con regalo me crïé, aunque no sin mil desastres, que el que ha de ser desdichado muere en el día que nace. Fue mi infancia prodigiosa, hasta que en edad bastante, al peso del sentimiento, fueron creciendo mis males. Faltaron mis padres luego, para que mozo heredase; que riqueza y pocos años no hay leyes que no traspasen. Amor, que mejor sujeta los pechos más arrogantes, se mostró, siendo tan niño, para mi ofensa gigante. De una doncella hermosa, de tan excelentes partes que a verla primero Apolo no siguiera tanto a Dafne, me cautivaron los ojos; que no hay alma que no abrasen tan divinos soles negros, que miren libres y graves. Solicité muchos días su favor sin que alcanzase, si no esperanzas inciertas, preeminencias de casarme. Tuve por competidor un mancebo cuya sangre, hirviendo de puro noble, fue lumbre en que se quemase. Entrando en el Domo a misa, para mi desdicha un martes, nuestra dama, la seguimos los solícitos amantes. Al tomar agua bendita se cayó al descuido un guante; y a un mismo tiempo llegamos entrambos a levantarle. Fue la porfía de suerte, que, dividido en dos partes, quedó partido el favor, y los celos más pujantes. Desafïóme atrevido, y sin que a ver aguardase la misa, el mancebo loco al campo se fue a esperarme. Salí yo, y a un mismo tiempo vio los aceros el aire de nuestras espadas nobles, donde el sol pudo mirarse. Apenas del primer tercio pude los filos tentarle, cuando por ellos camino, sin que pudiese librarme. Rompe el animoso pecho, por donde, envuelta en granates, salió el alma y dejó el cuerpo para difunto cadáver. Viendo el desastrado caso, por entre secretos valles huyo con este crïado, que fue mi querido Acates. Vine al fin a Lombardía adonde los generales del ilustre Carlos Quinto sus ejércitos reparten: Próspero, Borbón y Leiva y el de Pescara, pilares adonde estriba el imperio y a quien Roma estatuas hace. El invencible Francisco de Angulema, a quien levante la fama, de cuyos lirios temblaron tantos alarbes, para ocupar a Pavía, que es una fuerza importante, entra con furia francesa a mirar del Po la margen. El ejército imperial le espera en medio del parque, adonde Francisco llega a levantar su estandarte. La batalla le presenta, pensando a muy pocos lances ver de Milán el castillo, besar sus plantas reales. Llegado el amargo día el estrépito de Marte suena en los vecinos bosques, temerosos de escucharle. Trabóse al fin la batalla; aquí mueren, y allí salen contra bridones franceses los españoles infantes. Al fin, los franceses rotos, el de Pescara al alcance sigue; y el francés furioso no quería retirarse. El valeroso francés, sin que el peligro le espante, desea morir valiente, para no vivir cobarde. Yo, después de haber ganado una bandera, bastante indicio de valor, vi al rey, que teñido en sangre, en un caballo español de los que al Betis le pacen la verde juncia y le beben los fugitivos cristales, con el estoque sangriento furioso procura entrarse en el paso de una puente, donde los suyos le amparen. Llego entonces, y al bridón que espuma mascando esparce, de un revés corto las corbas, para que Francisco salte desde la silla a la arena, adonde no quiso darse, sin que cortés y amoroso el de Pescara llegase. Viendo el marqués lo que hice, no supo con qué pagarme sino con darme papeles, esperanza leve y frágil. Con ellos a España voy, aunque es bien que me acobarde, pues sin dinero y favor no habrá quien merced alcance; que aunque es Carlos dadivoso y otro segundo Alejandre, suelen regir y mandar mil codiciosos magnates. Cansado, en efecto, y pobre llegué a Génova esta tarde donde, viendo sus grandezas, se aliviaron mis pesares. Llegué a ver este palacio; y os vido aqueste ignorante dar barato. Llegó y tuvo esta cuestión con los pajes. Si sois noble caballero, como le declare el traje, remediadnos; que hacer bien es acto de pechos grandes. CARLOS: Huélgome que hayáis contado vuestras desgracias; que espero, como noble caballero, quitaros de ese cuidado. Ningún bien os puede hacer España, aunque el bien le sobre; que es necio el que va tan pobre a la corte a pretender. Vuestro término me agrada. Vivid, si queréis, conmigo; que no seré mal amigo. FABRICIO: ¡Franqueza bien excusada! FEDERICO: Tus pies beso. MARÍN: Y yo las losas adonde tocan tus plantas; que tras de tormentas tantas son las bonanzas gustosas. OCTAVIO: Como le costó tan poco granjear tanto dinero, gasta como caballero. JORGE: Es amante, mozo y loco. FABRICIO: Ya es tarde, Carlos. Adiós. CARLOS: Él mismo, Fabricio, os guíe. OCTAVIO: Yo os aseguro que fíe sus secretos de los dos. JORGE: Será en eso impertinente. OCTAVIO: De su mal seréis testigos; que no se hallan amigos verdaderos fácilmente.
Vanse los tres
FEDERICO: Ya ningún daño recelo si tan buen norte nos guía. MARÍN: ¿Diráme, vueseñoría, por dónde se va al tinelo? CRIADO: Luego iremos. CARLOS: De manera me agrada vuestro valor, que de mi bien y mi amor daros relación quisiera. FEDERICO: Bien os podéis confïar de quien desea serviros. CARLOS: Venid, que habéis de vestiros. MARÍN: ¿No fuera mejor cenar? FEDERICO: Calla, necio. CARLOS: Iréis conmigo esta noche; que a mi lado quiero llevar un soldado para defensa y testigo. FEDERICO: Bésoos los pies. MARÍN: Tripas mías, ir a rellenaros quiero. No os embargue algún barbero, viendo que estáis tan vacía[s]. Ya no tenéis qué sentir. FEDERICO: Todo el fin es perecer. MARÍN: Bueno es servir por comer. FEDERICO: Mal es comer por servir.
Vanse y salen HORACIO, JULIA y LAURA
HORACIO: Suelta, loca. JULIA: ¿Qué le quieres? HORACIO: Saber mi celoso efeto. ¿Cómo procuras secreto, no cabiendo en las mujeres? JULIA: Siempre en la que es noble vive. HORACIO: Suelta el papel. JULIA: Vesle aquí. Necia en esconderle fui. HORACIO: Carlos sin duda te escribe. JULIA: Es verdad. HORACIO: Así lo creo. No es poco decir verdad. JULIA: ¿Es acaso liviandad un casto y noble deseo? HORACIO: ¿Qué pecho el ser padre vale con pecho tan importuno? JULIA: ¿Pues, hay en Génova alguno que en noble y rico le iguale? ¿Es error poner los ojos en un rico y bien nacido, con intento de marido? ¿Para qué te cause enojos? Si tú procuras casarme, ¿no es bien que a mi gusto sea? HORACIO: Siempre tu gusto desea destrüirme y deshonrarme. JULIA: ¿No ves con cuánta afición en diversas ocasiones, en juegos y en invenciones, me declara su intención? ¿No ves que gasta y consume su hacienda por agradarme? ¿No ha de poder obligarme pues su valor se presume? ¿No adviertes con cuánto exceso es en mi amor liberal? ¿Por qué te parece mal que le quiera bien? HORACIO: Por eso. ¡Oh, Julia, qué poco sabe la mujer que sabe más! ¡Qué de atributos le das de liberal y de grave! Lo que en él más te contenta es lo que me desagrada. La hacienda no importa nada si el dueño no la acrecienta. Alabas que dé libreas del color de tu vestido, que gaste, por ti perdido, en los juegos que deseas. Y eso en mis entrañas cría la cólera, que me basta que quien su hacienda gasta, también gastará la mía.
Vase HORACIO
LAURA: De cólera va perdido. ¡Qué a un viejo vivas sujeta! JULIA: Lo que al famoso poeta Virgilio me ha sucedido. LAURA: ¿De qué suerte? JULIA: Componía un paso en cierta ocasión donde la reprehensión de un padre al hijo escribía. Estaba confuso; entró su padre, que se ofendía de su heroica poesía, y allí le reprehendió. De modo que él, advirtiendo sus razones arrogantes, halló conceptos bastantes en lo que estaba escribiendo. Así, agora, Laura mía, sus razones escuchaba [y conceptos encontraba] mientras me reprehendía. LAURA: Bien tus favores merece Carlos, pues es principal; que antes por ser liberal más se ilustra y ennoblece. JULIA: En el papel escribía que el retrato le envïase y a la ventana aguardase esta noche, que quería verme. LAURA: ¿Piensas aguardar? JULIA: Sola en mi lugar te dejo, Laura, por no dar al viejo agora que sospechar. Arrójale este papel; que en él digo que a la esquina aguarde. LAURA: ¿Qué determina tu amor agora con él? JULIA: A Porcia he de visitar esta noche, y así trato darle a Carlos el retrato que me ha pedido al pasar. LAURA: Ya es tarde. JULIA: A la reja acude; que a mi padre voy a ver. LAURA: A una resuelta mujer no habrá fuerza que la mude.
Vanse las dos y salen CARLOS, FEDERICO y MARÍN, de noche
CARLOS: Ésta es la calle en que mi Julia vive. MARÍN: Sin duda alguna que es mujer caliente. CARLOS: De sus ojos el sol la luz recibe. Estas ventanas son su bello oriente. FEDERICO: De propia voluntad es bien me prive, porque a servirte con amor asiente. MARÍN: ¡Buen vestido te pillas! FEDERICO: ¡Calla, necio! CARLOS: El celo estimo, si las obras precio. Adoro esta mujer de tal manera que el juicio pierdo y de mi ser me olvido. MARÍN: ¿Es acaso bonita la platera? La que friega, te digo, ¿está advertido? FEDERICO: Pues, ¿qué te importa a ti cuando lo fuera? MARÍN: Suelen tomar los puntos a un vestido; y es mía de derecho, y aun de tuerto; que traigo el coramvobis descubierto. CARLOS: En la reja estará, sin duda alguna.
Sale LAURA a la ventana
LAURA: ¿Es Carlos? CARLOS: Sí, mi bien. LAURA: Menos terneza, que no soy mi señora. CARLOS: ¿La Fortuna me priva de su hielo y su belleza? LAURA: El padre la persigue y la importuna; mas no veréis mudanza en su firmeza. Tomad ese papel, y en esa esquina a que salga, aguardad. CARLOS: ¿Qué determina? LAURA: A una visita va, y de espacio quiere daros aquel retrato. CARLOS: ¡Oh, gloria mía! LAURA: Tened cuidado, adiós. CARLOS: Haré que espere la clara luz del venidero día. FEDERICO: Dichoso, pues a todos te prefiere. Pierde el temor, señor, y al puesto guía. MARÍN: ¡Por Dios, que habla bien la fregoncilla! Bestia de albarda quiero y no de silla.
Está en la pared una imagen de Nuestra Señora, de bulto, y una lámpara sin luz
CARLOS: La esquina es ésta, mas la luz no veo. La lámpara está muerta. FEDERICO: ¿Qué has hallado? CARLOS: De los vecinos el descuido creo. La luz os falta, y sois quien la ha cuidado. Encender esta lámpara deseo, aunque está todo, al parecer, cerrado; que no ha de estar sin luz la imagen bella de la que siendo madre fue doncella. FEDERICO: ¿Qué ves en la pared, o qué alboroto te priva de quietud? CARLOS: Oh, Federico, de esta divina imagen soy devoto, pues me concede cuanto le suplico. FEDERICO: ¿Imagen hay aquí? CARLOS: La falta noto, y así a encender la lámpara me aplico. FEDERICO: ¿Y si viene tu dama y no te halla? CARLOS: Confuso estoy. FEDERICO: Después podrás buscalla. CARLOS: Piérdase la ocasión. MARÍN: Quedas perdido. CARLOS: Voy a buscar la luz; que me acobarda. Federico, pues tienes mi vestido, en esta esquina a la que adoro aguarda; que no serás de noche conocido entre las sombras de su capa parda. Toma el retrato con astucia cuerda; que aquesta devoción no es bien se pierda. FEDERICO: Al fin, ¿me quedo aquí? CARLOS: Yo vendré luego; pero, por si tardare, esto te aviso. MARÍN: ¡Oh, qué devoto amante! CARLOS: Eso te ruego. FEDERICO: Aquí te aguardo, pues amor lo quiso. CARLOS: ¿Cómo, siendo la zarza, os falta fuego y el ángel del divino paraíso? Mas vuestras luces son puras y bellas, y junto al sol no lucen las estrellas. MARÍN: Pues, por Dios, que no parece nada devoto el galán. FEDERICO: Mil inspiraciones dan como la ocasión se ofrece. MARÍN: Ventura ha sido encontrar este mozo. Loco es; el seso tiene en los pies. Puedes vivir y triunfar. FEDERICO: Vendrá presto. MARÍN: Caso es llano. El preguntarle es error. Yo aseguro que el amor le vuelva al puesto temprano. FEDERICO: Deseo tengo de ver aquesta dama que alaba y de encarecer no acaba. MARÍN: Eso tiene el pretender. Gente suena. ¿Si es acaso la susodicha? FEDERICO: Ella es. Tardó Carlos. MARÍN: ¡Ea, pues! Cubre el rostro y ponte al paso. pues hay tan buena ocasión. FEDERICO: La luz de las hachas temo. ¡Es hermosa! MARÍN: ¡Por extremo! Cortas alabanzas son.
Salen don PAJES con hachas encendidas, y detrás HORACIO, JULIA y LAURA, con mantos
HORACIO: Gente hay al paso, ya sé quién es, poco más o menos. LAURA: ¡Qué extremos de juicio ajenas! FEDERICO: (Más hermosa es que pensé. Aparte ¡Oh, qué divina mujer!) HORACIO: Quitad la luz. FEDERICO: (Razón tienen; Aparte que donde sus ojos vienen otra luz no es menester). MARÍN: (¡Ah, señora, la de atrás!) Aparte FEDERICO: (Sin duda quedo perdido Aparte si echa de ver el vestido).
Dale JULIA el retrato de presto
JULIA: Guardadle. FEDERICO: No pido más. HORACIO: ¿Qué fue aquello? JULIA: Tropecé. HORACIO: Ya que ciega camináis, tropezad y no caigáis. MARÍN: ¡Hola, trasera! ¡Ce, ce! Hablad con Inés. FEDERICO: (¡Ay, cielos, Aparte qué hermosura y discreción!) HORACIO: Julia, basta un tropezón. FEDERICO: (Ya de Carlos tengo celos). Aparte MARÍN: ¡Hola, chica! LAURA: ¡Ah, ganapán! ¡No tire!
Vanse HORACIO, JULIA, y LAURA
MARÍN: ¡Lindos extremos! Federico, hablar podemos, que conocido nos han. FEDERICO: ¡Ay, amigo! MARÍN: ¿Qué te duele? FEDERICO: Loco estoy. MARÍN: Días ha ya. FEDERICO: Sin luz quedo, pues se va quien me alumbre y me consuele. MARÍN: Si te picó la fregona, mira que es mía. FEDERICO: ¡Ay, Marín, otra intención, otro fin mi justa pérdida abona! MARÍN: El viejo no pudo ser. FEDERICO: Deja las burlas ligeras, pues ves que muero de veras. MARÍN: Mira, que ha de ser mujer de Carlos. FEDERICO: Fuerza es que calle si es de mis yerros jüez. Quiérola ver otra vez a la vuelta de esa calle. MARÍN: Tu pérdida determinas. FEDERICO: Sígueme. MARÍN: En peligro estamos; que hoy a Génova llegamos, y andamos tomando esquinas.
Vanse y sale CARLOS con una luz
CARLOS: El aire ha reconocido, aunque fue siempre atrevido, al dueño de mi cuidado, pues en sus cuevas se ha estado mudo, absorto y escondido. Pero que es razón colijo, si es de todo actor y padre, como al Águila lo dijo: "Que respeten a la madre los que obedecen al Hijo." Luz os traigo, aunque sois vos quien puede darla a los dos, norte que a los puertos guía, y el alba clara del día, del sol de justicia, Dios. Sois la Estrella de Belén, cuya luz, como contemplo, nos lleva al cielo también; y el candelero del templo de la gran Jerusalén. Pues nunca luz encendida os faltó, reina escogida, antes que naciese Adán, pues en Palmas os vio Juan con el mismo sol vestida. Mas Federico se fue. Mi Julia lo habrá llevado. Notable ocasión dejé, pero si luz os he dado más que he perdido gané. Quiero subir y encender la lámpara; para ver mejor vuestros ojos bellos; que si Dios se miró en ellos, espejos deben de ser.
Va subiendo por unas gradillas que ha de haber debajo de la Virgen, y enciende la lámpara
Luz tengo, y nadie parece. Para leer el papel buena ocasión se me ofrece, pues el noble dueño de él mejor cuidado merece.
Saca el papel y léelo
"Mi bien, aunque el padre mío con caduco desvarío quiere mi intento estorbar, es querer medir el mar o volver atrás un río. A su pesar, tuya soy
Mientras va leyendo el papel, va dando vuelta la imagen hasta ponerse de espaldas a CARLOS
y a tu amor agradecida. El alma propia te doy; que sin ti no quiero vida, pues a ti sujeta estoy". ¡Oh, palabras, que me dais, aunque pintadas estáis, nueva vida y nuevo ser! ¿Cómo, si sois de mujer, tanta firmeza mostráis?
Vuelve a leer
"Para acabar tu recelo saldré contigo, mi bien. ¡Nuevo y no visto consuelo! Perdone el cielo también, si se ofende [de] esto el cielo". ¡Raro amor! ¡Ojos! ¿Qué veis? ¿Las espaldas me volvéis, siendo, entre varios errores, la que a tantos pecadores buenas espaldas hacéis? ¿Pero de qué estoy quejoso si Moisés que a Dios habló afable, manso, amoroso, por las espaldas le vio, y se tuvo por dichoso? Mas sin duda os ha ofendido ver que el papel he leído que tiene locuras tantas; que a las imágenes santas mayor respeto es debido. El alma tengo turbada. Mayores desdichas creo; pues ésta es, Virgen sagrada, la primera vez que os veo con pecador indignada. Que si los vanos antojos y tan lascivos despojos tratan delante de vos, parece que al mismo Dios le quieren tapar los ojos. Mas, si el haberle leído os ha podido enojar, en la luz que os he traído podrá, señora, quedar en ceniza convertido. Arda el confuso Babel, tan soberbio y tan crüel. Y volved, madre piadosa, el rostro más amorosa pues veis que es llama el papel.
Vuelve el rostro la imagen como quema el papel, y cae CARLOS por las gradas desmayado, y sale MARÍN
¡Jesús! MARÍN: Al fin no he podido traerle, perdido está. Ya Carlos habrá venido, pues trajo luz; pero habrá nuestra derrota seguido. ¡Oh, Federico, qué loca intención tu honor apoca! ¡Pero Carlos está aquí sin vida! ¡Triste de mí! A lástima me provoca. ¡Señor, señor! Yo he perdido, si es que la vida perdió, un muy honrado vestido CARLOS: ¡Ay, Dios! MARÍN: Sin duda cayó de aquestas gradas dormido. ¡Carlos! CARLOS: ¿Quién eres? MARÍN: Yo soy Marín, que llorando estoy verte así. CARLOS: Desmayo fue. MARÍN: ¿Qué fue la ocasión? CARLOS: No sé. Vamos, que asombrado voy. ¿Y Federico? MARÍN: Siguió a tu dama. CARLOS: Eso creí. MARÍN: Pienso que a casa volvió; que quiere aguardarte allí. ¿Aguardas la vuelta? CARLOS: No. Vamos que voy sin sentido. MARÍN: Así Federico ha ido. ¿en qué parará su amor? CARLOS: Si no caí de temor, sé que en la cuenta he caído.
Vanse y sale FEDERICO con el retrato
FEDERICO: Ciegas sombras de la noche, que disteis luz, siendo ciegas, para que viese unos ojos cuyas niñas me sujetan, dad lugar al claro día, para que, abriendo la puerta a su horizonte de nácar, el retrato hermoso vea. Ya el alba divida el día de la noche oscura y negra, llorando de compasión de oír mis amargas quejas. Y porque las mira el sol, pierden su luz las estrellas; y él entre rosadas nubes saca las doradas hebras. Mas, ¿por qué los cielos miro, si está mi sol en la tierra, y miro en tan breve espacio más excelente belleza? ¡Hermosa frente, a quien ciñe el cabello que desprecia el ámbar y el oro fino; que mejor color les queda! ¡Los ojos negros y graves cuyas pestañas aumenta la hermosura, haciendo sombras sobre párpados de perlas! No hay remedio en mis desdichas; que estoy pobre en tierra ajena, y sirviendo a quien procura gozar mi divina prenda. Entrad al pecho, retrato, pues el alma y sus potencias os han dado puerta franca en el corazón por fuerza.
Sale el DEMONIO vestido de galán, con botas y espuelas
DEMONIO: ¿Sois vos el que daba voces? Estéis muy enhorabuena; que habéis hecho que dejase mi caballo entre las hiedras. FEDERICO: ¿Quién sois, señor? DEMONIO: Un hidalgo cuya rara descendencia antes que el mundo ha traído su generación eterna. FEDERICO: ¡Notable encarecimiento! DEMONIO: Y soy a quien más le pesa de que padezcan trabajos los que viven en la tierra. Dame pesadumbre el pobre cuando sufre con paciencia desdichas y enfermedades, desventuras y pobrezas. A los que tristes están procuro que se diviertan, que se alegren y regalen en juegos, gusto y fiestas. Nadie tiene mi amistad que conozca a la tristeza. Todo es gusto, todo es risa, hasta que la muerte venga. FEDERICO: Buena condición tenéis. DEMONIO: ¿Sois, por ventura, de Génova? Que parece que os conozco. FEDERICO: Desde hoy vivo y muero en ella. DEMONIO: ¿Fuisteis soldado en Pavía? FEDERICO: Allí gané una bandera. DEMONIO: Ya os conozco; que Fortuna mueve tan grande tormenta. ¿No os amaba el capitán y os honraba con su mesa? ¿Quién os engañó FEDERICO: Engañóme una codicia sedienta. Iba a pretender a España, y me siguió de manera la desdicha que no pude conseguir mi honrada empresa. Quedéme a servir. ¡Ah, cielos! DEMONIO: ¿Un hombre de vuestras prendas ha de servir a ninguno? ¡Por mi vida, que es afrenta! ¡Servir! Sirva algún villano que, cansado de las tierras, busca hambriento la ciudad, y le falta industria y letras! ¡Yo, servir! Por no servir, del cielo mismo me fuera; que aun los que sirven a Dios me afligen y me avergüenzan. ¿A quién servisteis? FEDERICO: A Carlos. DEMONIO: Yo tengo cierta pendencia con él. FEDERICO: ¿Y por qué ocasión? DEMONIO: No ha sido ocasión pequeña. Iba conmigo, y dejóme por llevar a una doncella que tuvo hijo y marido, una luz. Bien me desprecia. Pero así lo paguen todos. ¡No sirváis! FEDERICO: ¿De qué manera puedo dejar de servir sin dineros y sin prendas? No es el servir lo que siento. DEMONIO: Yo soy amigo de veras, y podéis fïar de mí secretos de más esencia; que yo prometo ayudaros. FEDERICO: Las palabras y presencia me obligan a que os estime, y de mi mal os dé cuenta. Tiene Carlos una dama cuyo donaire y belleza me cautivaron el alma a pesar de mi soberbia. DEMONIO: ¿Es Julia acaso? FEDERICO: Ella es. DEMONIO: Pues, ¿qué sentís? FEDERICO: Que no pueda, por ser pobre y ser crïado, gozarla ni pretenderla. Que si fuera poderoso, con servicios, con ofertas la ablandara. DEMONIO: Oídme agora; veréis de quien soy las muestras. ¿Qué me daréis [si] os daré mayor poder y riqueza que tiene Carlos? FEDERICO: Pedidme alguna cosa que tenga. ¡No tenga prenda ninguna; la vida y el alma os diera! DEMONIO: Aquesa palabra estimo; que es lo que más me contenta. FEDERICO: ¿Qué pedís? DEMONIO: Lo que me dais. FEDERICO: ¿El alma? DEMONIO: ¿De qué te alteras? FEDERICO: ¿Eres el demonio? DEMONIO: Sí. ¿Qué te admiras? ¿De qué tiemblas? ¿No me ves manso y afable, Federico? ¿Acaso piensas que somos como pintores necios nos pintan y muestran? No perdimos la hermosura ni aquella profunda ciencia, aunque perdimos la gracia sin esperanza de enmienda. Y advierte que muchos hombres nacen con tal inflüencia de estrella que nos obliga a servirle, y nos apremia. Yo vengo forzado así a ayudarte, porque crezca tu riqueza y tu esperanza, que ya por difunta entierras. Cuanto cría el padre rubio, y cubren las once esferas, poseo, gobierno y mando: oro, plata, aljófar, piedras. El mar en conchas y ramos con las ondas verdinegras para mí cría el coral, los nácares y las perlas. Los montes me dan la plata cuando les sangro las venas de las encubiertas minas, sangre que tanto aprovecha. Esto, y Julia, será tuyo; y porque mejor me creas, mira entre estos verdes ramos si son sombras mis ofertas.
Descúbrese entre los ramos cantidad de oro y joyas
¿Es mejor servir a Carlos, donde sufras y padezcas celos que matan a espacio, que ser dueño de esta herencia? Acepta, pues, mi amistad; que tu juro si lo aceptas, que te respeten los orbes, y los hombres te obedezcan. FEDERICO: Turbado y confuso estoy. ¡Oh, Amor, grandes son tus fuerzas! Tú me animas, tú me incitas. No hay valor ni resistencia. Interés es poderoso. No hay muralla que no venza, cuanto más un pecho amante convertido en blanda cera. Oro, perlas, dïamantes, mujer, gusto, honor, grandeza, el amor y la ambición a los ojos me presentan. ¡Poderosos enemigos! DEMONIO: ¿En qué dudas? ¿En qué piensas? FEDERICO: Balas tiran a la vista; derribarán las almenas. El corazón se me abrasa. DEMONIO: Ese retrato contempla. Mira si el original será justo que la pierdas. FEDERICO: Venció Amor. Y tú venciste. DEMONIO: Dame los brazos, y espera de mí mayores favores. FEDERICO: Ya tus palabras me alegran. DEMONIO: Yo te juro, Federico, que has de ver por experiencia mi valor. Yo haré que Carlos pobre y humilde se vea, y llegue a servirte a ti. Compra un palacio que exceda los alcázares de Mino. Busca pajes, da libreas; que aquí tiene un millón. FEDERICO: ¿Qué haré para las sospechas que tendrán, viéndome rico? DEMONIO: Di que te envïó tu hacienda la justicia de la Pulla, y que te han dado por pena un destierro de por vida que fue piadosa sentencia. Sube en mi caballo, y carga de esas joyas cuanto puedas; que después vendrás de noche para llevar las que restan. FEDERICO: Presto, mi Julia querida, aguardo que bien me quieras, y gozar tus dulces brazos en la cama y en la mesa. DEMONIO: Sube, pues. FEDERICO: ¡Grande amistad! De amigo son claras muestras. DEMONIO: Yo soy amigo del alma; que de Dios me vengo en ella.
Vanse

FIN DEL ACTO PRIMERO

El amparo de los hombres, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002