ACTO SEGUNDO


 
Salen CASTAÑO y DOMICIO
CASTAÑO: Avisad a la duquesa que estoy aquí y que le traigo ciertas píldoras. DOMICIO: Ya caigo en quién es. CASTAÑO: Pues, daos priesa. DOMICIO: (¡Vive Dios, que he de gozar Aparte la ocasión de hallar aquí, médico de balde!) Oíd. CASTAÑO: ¿Qué me queréis preguntar? DOMICIO: Los médicos de esta tierra no los entiendo. CASTAÑO: Ni yo. DOMICIO: ¡Bien haya quien lo parió! CASTAÑO: Por poco estudio se yerra. DOMICIO: De todos oigo contar lo mismo, sino de vos. Esto de "estaba de Dios" los hace no reparar en mil hombres más o menos. CASTAÑO: Si el pueblo se satisface con decir que Dios lo hace. los que matan son los buenos; y con mataros a vos, entre los demás dolientes, son ministros obedientes a la voluntad de Dios. DOMICIO: Si de esto adquieren los hombres, mejor es que no curasen. CASTAÑO: Si los médicos faltasen, ¿dónde cupieran los hombres? Y así es razón que te cuente su vida en sucesos varios. Hay médicos comisarios que van matando a la gente... DOMICIO: Bien la experiencia lo muestra; pues con haberme curado, como miras, me han dejado a pique de dar la muestra. Gasto las noches, señor, en toser y en escupir, sin descansar ni dormir. CASTAÑO: Será falta de calor o, ¿os han dado algún bocado? DOMICIO: ¿Bocado? CASTAÑO: Pues, ¿por qué no? DOMICIO: Si soy un pobre hombre yo... CASTAÑO: ¿No habéis sido enamorado algún tiempo? ¿Con qué engaños se vive? DOMICIO: Señor, sí he sido; mas fue en mi tiempo florido. CASTAÑO: ¿Cuántos habrá? DOMICIO: Sus treinta años. CASTAÑO: ¿Treinta años habrá? DOMICIO: ¡Y bien hechos! CASTAÑO: ¿Y diréis que no es bocado? ¿No os sentís menoscabado, flaco de muslos y pechos? Veneno es, según lo escribe... Muchos hay que lo escribieron, pero fue el que a vos os dieron en polvos de bronce, y vive hasta la putrefacción del cuerpo con calidades de vanas enfermedades. El que se da en almidón encubre más la cautela y viene más disfrazado. Decidme, ¿habéisos sacado en verano una muela? DOMICIO: Yo no sé en qué tiempo fueron; mas sé que todas volaron. CASTAÑO: Hermano, a matar tiraron. Entonces no conocieron el mal; mas creed, amigo, que según lo que decís, la enfermedad que sentís es bocado como digo. DOMICIO: Una mala hembra fue, de celos de un buñolero. Señor, el remedio espero en vuestras manos. CASTAÑO: Sí, haré. Tome aceite de cangrejos y polvo de alcamonías, y úntase cuarenta días lo que quisiere. DOMICIO: ¡Consejos divinos! CASTAÑO: Por las mañanas ande en camino dos horas, tome jarabe de moras y cáscaras de avellanas molidas, y eche también piedra pómej y una drama de jaspe armenio. DOMICIO: ¡Qué fama adquiere! ¿Dios le haga bien! Váseme hinchando también el vientre. CASTAÑO: A eso llamamos potra. DOMICIO: ¡Avïados estamos! ¡Otra! CASTAÑO: Pues, tíñase [bien]. DOMICIO: Pues, ¿qué tiene que hacer la potra con el teñirse? CASTAÑO: ¿Qué? ¿No quiere reducirse? Mire, cuantos llega a ver que se tiñen son potrosos, y como es mal de la edad, encubren la enfermedad con remedios tan tiñosos. DOMICIO: ¿Y para cierta dolencia allá en la postrera vía? CASTAÑO: Cuatro onzas de alejandría y dos de la quinta esencia de ruibarbo. DOMICIO: Tengo flaca memoria. ¿Cómo decía? CASTAÑO: Ruibarbo y alejandría. DOMICIO: Si con esto se me aplaca el mal, a buen punto llego.
Vase DOMICIO y sale la DUQUESA
DUQUESA: Doctor, seáis bien venido. CASTAÑO: Esta respuesta he traído de mi señor; que hay gran fuego. Toda esta noche ha gastado en gemir y suspirar. DUQUESA: Pues, ¿quién lo puede causar? CASTAÑO: Lee, y sabrás su cuidado.
Lee
DUQUESA: "El príncipe, mi señor, --perdonad si os causo enojos-- se partió de vuestros ojos con accidentes de amor; porque la mucha tristeza que ausentándose mostró, bastantes señales dio de la pasión de su alteza; y así habrá de ser forzoso, si es que de servirle trato, o que yo os olvide ingrato o que me pierda celoso". De entendimiento carece, y su propio ser ignora, la mujer que se enamora de hombre que mujer parece. CASTAÑO: La mujer discreta y bella brío robusto procura, que la que busca hermosura pretenderá una doncella.
Vase CASTAÑO y salen ENRIQUE y la INFANTA
INFANTA: Viniéndoos a ver, duquesa cuando el alma se me abrasa, que ha nacido en vuestra casa muda mi inquietud confiesa; y es tal mi amoroso engaño, que sin poderlo estorbar, no descansa sin tornar a donde recibió el daño. DUQUESA: Viendo, señor, que no ordena mi deseo que penéis, diré que con vos traéis la causa de vuestra pena, puesto que reconocida estoy de vuestro favor. INFANTA: (¡Qué mal que resisto, Amor, Aparte los efectos de tu herida! Ama a Enrique mi deseo y teme mi pensamiento la infamia en mi vencimiento, y entre mil dudas peleo. ¡Ay, Enrique! Aunque te quiero, no es mucho mi amor te asombre; que si me juzgas por hombre, mal que lo entiendas espero. En vano mi mal resisto; que ya se miran los dos. Remediarélo, o por Dios...) Enrique, porque habéis visto que os quiero, ¿me dais enojos? ENRIQUE: ¿Yo os puedo causar desvelos, señor? DUQUESA: (Él se abrasa en celos). Aparte INFANTA: ¿No basta que alcéis los ojos para ver a la duquesa? ENRIQUE: Con sano intento sería. INFANTA: Salíos fuera. ENRIQUE: No entendía tu ofensa. De ello me pesa.
Vase ENRIQUE
DUQUESA: Señor, pues que no podéis, según el fuero, casaros conmigo ni yo pagaros el amor que me tenéis, no deis, por Dios, ocasión --que mi honor no lo consiente-- a que pueda hablar la gente en mi fama y opinión. Enrique es igual y puede, cuando en mí ponga los ojos, hacer que con sus despojos casada y alegre quede; y vos me podéis honrar con olvidar este intento. INFANTA: Mal puede mi pensamiento con tal guerra descansar. Vos tenéis justos desvelos. Vuelve, Enrique, a mi presencia. (No entendí que era la ausencia Aparte aun más crüel que los celos). Llamadle. DUQUESA: ¡Enrique!
Sale ENRIQUE
INFANTA: (¿A qué aspiras, Aparte pensamiento? Yo deseo...) Oye, Enrique. ENRIQUE: Ya lo veo. INFANTA: (No lo ves, aunque lo miras). Aparte Enrique, quiero decirte... ENRIQUE: Ya sé que tienes presentes tus penas. INFANTA: (¡Qué mal las sientes! ¡Ay, quién pudiera advertirte que en mi intricada querella presuma mi mal crüel de la duquesa por él, y son de Enrique por ella! Si mi rostro lo confiesa, mi honor, mi estado, lo niega y la esperanza se anega). ENRIQUE: (Si el mirar a la duquesa Aparte era por razón de estado y no verdadero amor, dejarlo será mejor, olvidando su cuidado; pues alienta mi esperanza el príncipe de tal modo en su favor, quiero en todo dejar el lugar que alcanza).
Sale DOMICIO
DOMICIO: Señora, el enfermo llama. INFANTA: Y que acudáis es razón; que el tiempo dará ocasión a que os busque quien os ama. DUQUESA: Que me perdonéis, os ruego. INFANTA: Id con Dios, duquesa bella.
Vase la DUQUESA
ENRIQUE: (Siga el príncipe su estrella, Aparte pues no me abrasa su fuego).
Vanse ENRIQUE y la INFANTA
DOMICIO: Ruibarbo y alejandría, no sé qué provecho hará que siento en las tripas ya notable volatería.
Salen el MARQUÉS y FABIO
MARQUÉS: Domicio. DOMICIO: ¿Señor marqués? MARQUÉS: ¿Merecerá mi amistad saber de ti una verdad? DOMICIO: Nunca me mueve interés; soy honrado. MARQUÉS: Este diamante... DOMICIO: Ni por la imaginación... MARQUÉS: Cumplo así mi obligación. DOMICIO: Tómolo y paso adelante. MARQUÉS: ¿Sabes de lo que han tratado el príncipe y la duquesa? DOMICIO: Que lo preguntas me pesa. ¿En qué montes se han crïado? Di, ¿qué han de tratar, señor, un muchacho y una moza, que la sangre les retoza en las mejillas de amor? MARQUÉS: (¡A qué furia me provoco!) Aparte Di, Domicio, ¿cómo fue DOMICIO: Luego se lo contaré. (¡Ay ruibarbo!) Aparte
Vase corriendo como que tiene cámaras
FABIO: Éste está loco. MARQUÉS: Sospechas mal nacidas, que estáis más cerca cuando más perdidas, no aumentéis más mis desvelos con la fiera ocasión de tantos celos; pues que con las que paso, el alma, el pecho, el corazón me abraso. ¿Qué me aconsejas, Fabio, cuando miras la fuerza de mi agravio? Diré que la duquesa la obligación desmiente que profesa, pues da ligeramente tanta ocasión a que mi mal se aumente; diré --solos estamos-- que el príncipe la sirve.
Sale DOMICIO
DOMICIO: ¿En qué quedamos? MARQUÉS: Quedó en que te ha admirado preguntarte, Domicio, qué han hablado. Si es forzoso que... ¡hable!... ¿de cosas amorosas? DOMICIO: No es notable el ingenio que alcanza... Que ha de lograr, entiendo, su esperanza. MARQUÉS: ¿De qué suerte, Domicio? DOMICIO: Aguarde un poco, si he de hacer mi oficio. Sentáronse en dos sillas que afrentaron las quince maravillas. ¿Eran quince por todas? Aguarde, contaré: El Coloso en Rodas, el Mausoleo en Caria, Monte de Gelboé... FABIO: ¿Muy necesaria es agora la cuenta? MARQUÉS: Cuando de furia el corazón revienta, ¿gastas el tiempo en vano? DOMICIO: Sentáronse los dos y mano a mano... MARQUÉS: ¡En furia me resuelvo! DOMICIO: ¡Ah, mal haya el ruibarbo! Luego vuelvo.
Vase DOMICIO corriendo
MARQUÉS: ¿Hay desdicha más grave? ¡Que tal imperfección en mi amor cabe y tras tantos desvelos, se acrecientan agora nuevos celos, cuando remediar trato los que me inquietaban! FABIO: El recato, con que al príncipe crían, las mayores sospechas te desvían, pues tienes ocasiones para poderla hablar por los balcones. MARQUÉS: Pues, de esta vez procuro vivir de mis sospechas más seguro. Venga la noche fría, que miedo helado en los cobardes cría; veré lo que sospecho, de acero armado y de valor el pecho, dándolo por despojos, de cuerpos viles, monumentos rojos, que trepando por ellos, mi mire el sol entre sus brazos bellos.
Sale DOMICIO
DOMICIO: Señor, ¿en qué quedamos? MARQUÉS: Fabio, vámonos ya... DOMICIO: Todos nos vamos. MARQUÉS: ...porque la vida pierdo, loco en mis celos y en desdichas cuerdo. DOMICIO: ¡Quién le viera en un día llegar desde ruibarbo a Alejandría!
Vanse y salen la INFANTA y ENRIQUE
ENRIQUE: Ya estamos solos, señor; di lo que quieres mandarme. INFANTA: Cierra esa puerta. ENRIQUE: (¿Es temor Aparte el mío? ¿Yo he de turbarme, si ejemplos doy de valor?) Ya está cerrada. (Fortuna, Aparte ¿qué es esto? ¿Tan importuna conmigo vienes a estar que no se puede esperar en ti firmeza ninguna?) INFANTA: ¿Tú eres español, Enrique? ¿Tú blasonas de español, para que el mundo publique tu trato, y do nace el sol y muere, lo notifique? ¿Por ventura no previenes, cuando de España te vienes a reinos que extraños son, que habrás hurtado a Aragón tantas barras como tienes? ¿Tú hablas a la duquesa, sabiendo que yo la adoro y de tu intento me pesa? ¿Así guardas el decoro que mi dignidad confiesa? ENRIQUE: Noble y español nací, y que nunca te ofendí en mi defensa prevengo; y la obligación que tengo, cumplo, sirviéndote aquí. No ofende el noble jamás sus blasones de armas llenos; sólo al villano verás que de lo que tiene menos es lo que blasona más. INFANTA: Saca la espada. ENRIQUE: ¿Señor? INFANTA: Bien pudiera mi valor matarte [sin] advertir; que no se ha de prevenir a la venganza [el] traidor. ENRIQUE: Con ese nombre sin duda me da la muerte mi espada que está a mis ofensas muda, vestida a tus pies honrada más que en mis manos desnuda. INFANTA: ¡Traidor! ENRIQUE: Tu alteza repare... INFANTA: Cuando el alma te sacare, porque te la he de sacar del pecho (mas para entrar Aparte en el lugar que dejare)... Di en el estado que estás del amor que yo procuro. Confiésalo. (Y bien podrás, Aparte que yo mismo te aseguro, cuando te amenazo más). ENRIQUE: Príncipe, prometo a Dios que fue simple voluntad. INFANTA: Sí, que sois muy simple vos. ¿Hubo premiada lealtad? ¿Estáis muy firmes los dos? ENRIQUE: Eso a mi ser contradice, porque de su honor desdice el que descubre un secreto; que el que le guarda es discreto, y villano el que le dice. INFANTA: ¿Estás muy favorecido? ENRIQUE: ¿Qué favor tendré, señor, de tanta humildad vestido y desnudo de valor? INFANTA: Otros habrás merecido de mujer más importante; porque, en iguales intentos, sucede el amor constante suplir con atrevimientos los defectos del amante. Dilo, pues que lo confiesa la duquesa. ENRIQUE: Amor profesa; dulces papeles escribe. INFANTA: ¿Y los tuyos? ENRIQUE: Los recibe. INFANTA: (Descuidaos con la duquesa). Aparte ¡Débesla tú de querer mucho! ENRIQUE: Nunca el pecho mío por ella he sentido arder; mas mil ternezas le envío. INFANTA: (Lanzadas habían de ser). Aparte Jura, pues, que no la quieres para que mi enojo esperes ver con menos crüeldad, y mira que sea verdad todo cuanto me dijeres. ENRIQUE: Juro que no la he querido, por el alto firmamento de luz hermosa vestido. INFANTA: ¡Qué agradable juramento, si de temor no ha nacido! ¡Jura más! ENRIQUE: Tu vida juro; que puedes estar seguro. INFANTA: Esto es quererme engañar. ENRIQUE: Antes lo vengo a jurar, porque quietarte procuro; y podré yo presumir que a ninguno darás tanto crédito con advertir que, si acaso lo quebranto, podrás llegarlo a sentir. INFANTA: Dime mal de la duquesa. ENRIQUE: Que esto me mandes me pesa. Ciego en tus celos estás, y eco de tu voz, no más, he de ser en esta empresa. INFANTA: Estoy tan ciego que quiero digas mal de ella, por ver si, en la pretensión que espero, la dejas tú de querer. ENRIQUE: Mi ignorancia considero, mas no me parece bien. INFANTA: Por eso hay muchos a quien parece un ángel divino. ENRIQUE: ¿Qué importa si no me inclino? INFANTA: Dios te dé salud, amén. ¿Es discreta? ENRIQUE: Mal podrá serlo una mujer rendida, pues de estarlo perderá lo que adquirió pretendida, y la voluntad le da. INFANTA: Pues, porque no formes quejas de la pretensión que dejas, otra mi fe te asegura, que abrasará su hermosura del sol las doradas rejas. ENRIQUE: (Sin duda que ha imaginado Aparte el príncipe divertirme, por si estoy enamorado, y así quiere persuadirme con otro ajena cuidado). Yo te quiero obedecer. INFANTA: (¿Qué es lo que pretendo hacer, Aparte Amor? Mas no hay que dudar, ya que has llegado a mostrar la fuerza de tu poder). Enrique, a tu pecho fío un gran secreto. Mi padre... (¿Hubo mayor desvarío?) Aparte ...tuvo de un parto en mi madre... (¡Tente, pensamiento mío!) Aparte ...dos hijos, Matilde y yo, uno a otro semejante de suerte, que se engañó, aun teniéndonos delante el mismo que el ser nos dio. Matilde, mi hermana, vive en esa torre, dó apenas del sol los rayos recibe, compañeros en sus penas que en aire sutil recibe. ENRIQUE: La causa saber espero,. INFANTA: Consultó la astrología mi padre; y un extranjero le dijeron que sería dueño de su amor primero. Y desde que el juicio sabe mi padre, caso tan grave ha querido prevenir con no dejarla salir. Tú, Enrique, con esta llave la irás a ver de aquí a una hora.
Dale una llave dorada
ENRIQUE: ¿Con tu alteza podré ver a la Infanta, mi señora? INFANTA: No, que será menester quien, a mi padre, que ignora este caso, le entretenga, para que mi intento tenga el efecto prometido; que no podrás ser sentido, como mi padre no venga. Quedando yo, será igual con el deseo el efeto. Tú, Enrique, si eres leal, viva en tu pecho el secreto que guarda un pecho real,. Ve solo, Enrique. ENRIQUE: Señor, a tan supremo favor mil vidas no satisfacen. INFANTA: (¡Qué de imposibles deshacen Aparte mujer, ingenio y amor!)
Vase la INFANTA
ENRIQUE: ¿Quién oyó tal novedad ni más singular suceso? Vos, duquesa, perdonad, que aunque vuestro amor confieso, más me obliga esta lealtad. Hoy Carlos me ha revelado su secreto y su cuidado; y si con razón lo mido, ha de ser agradecido un noble que está obligado.
Sale CASTAÑO
CASTAÑO: ¿Qué haces, señor? ENRIQUE: Admirando tu vana solicitud. Decidme, ¿qué andas curando? CASTAÑO: Si es dolencia la salud, a todos los voy sanando. Hay enfermos a porfía, y el que en mis manos caía, con venir de dos en dos, luego estaba en las de Dios, que no es poca mejoría, porque les doy la receta universal. ENRIQUE: Ya me enojo con tu malicia inquïeta. CASTAÑO: No se hallara por un ojo una vara de bayeta. ENRIQUE: Bien mis intentos ayudas. CASTAÑO: Mientras tú no me desnudas de doctor, fiesta tenemos; de ayer acá nos comemos de huérfanos y de viudas. ENRIQUE: Yo no sé en qué ha de parar éste tu intento ambicioso. CASTAÑO: Antes llego a aprovechar, pues vengo a hacerme famoso con no dejar de curar.
Sale DOMICIO con un papel
DOMICIO: Cansado a buscarte vengo con este papel. ENRIQUE: No tengo licencia para tomalle. DOMICIO: ¿Helo de echar en la calle? ENRIQUE: Lo que me importa prevengo. DOMICIO: Mira que es de mi señora, con el sello de su amor, y tiernamente te adora. ENRIQUE: El príncipe, mi señor, sus esperanzas mejora. Así, Domicio, podrás no buscarme a mí de hoy más, si no es, ya que hacerlo intentes, para cosas diferentes de ese intento. DOMICIO: Ciego estás. ¿Cómo el hermoso arrebol de su deidad desconoces? ¿Qué intentas, noble español? ENRIQUE: Endurecerme a sus voces, para que me abrase el sol.
Vase ENRIQUE
DOMICIO: ¿Así te vas y me dejas? CASTAÑO: No tienes que formar quejas, pues es fuerza que lo haga, para que así satisfaga a Carlos. DOMICIO: ¿Tú le aconsejas? Mas volviendo, mi señor, a la purga. Buena fue la tal burlilla. CASTAÑO: Al doctor se ha de mirar con más fe. DOMICIO: Sois un crüel purgador. (Si esos remedios ordena, Aparte poco le duele la pena de los que a sus manos van). CASTANO: Esos remedios están dispuestos por Avicena.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: (¿Domicio en palacio? Admiro Aparte la novedad. ¿Es papel aquél que en sus manos miro? El príncipe es dueño de él. A un hecho bárbaro aspiro. Loco me tienen los celos; perderé a los mismos cielos el respecto). DOMICIO: Sois crüel físico. MARQUÉS: ¡Suelta el papel!
Quítale el papel
DOMICIO: ¿Aun nos quedaban más duelos? No es justo de mí se arguya. MARQUÉS: ¡Sois un infame tercero! DOMICIO: (¿Qué dice? ¡Dios me destruya Aparte si no es tonto!) Caballero, suélteme el papel. ¡Concluya! MARQUÉS: ¿Qué he de soltar, vejezuelo? ¡Ya sois alcahuete! DOMICIO: Apelo para el tribunal de Dios, y el castigo de los dos me dará el Señor del cielo. ¿Hase visto tal afrenta? (¿Qué será lo que éste intenta? Aparte Los dos vienen ya de manga). CASTAÑO: Pues, quínola con pendanga que ha de pasar de setenta, ¿qué queréis? MARQUÉS: Tu intento fiero con ésta acabar espero.
Saca la daga para el viejo
DOMICIO: Vuelva el acero a esconder. ¿No basta purgarme ayer, sino tomar el acero?
Vase DOMICIO
CASTAÑO: Léalo, vueseñoría, que es muy gran bellaquería y no se ha de consentir. MARQUÉS: ¿Qué le queda que sufrir hoy a la paciencia mía?
Lee
"Don Enrique, mucho me importa hablarte, si los celos del príncipe y la ocupación de tu privanza te dieren lugar; ven, o enviarásme a Castaño, tu criado." ¿Aún tiene Amor escondido más daño y riesgo mayor? ¿Sois Castaño vos? CASTAÑO: No he sido sino rucio; mas, señor, úsase, y heme teñido. MARQUÉS: ¿No sois el doctor Castaño? CASTAÑO: Soy el doctor Albarcoque. MARQUÉS: ¡Qué un acreditado engaño a venganza no provoque a quien participa el daño! ¡Español, bajo crïado! CASTAÑO: Tráteme bien, caballero, que soy un doctor honrado. MARQUÉS: No sois sino un embustero. CASTAÑO: Héme aquí desgradüado.
Vase CASTAÑO
MARQUÉS: Villano Amor, ¿dónde vas con tantas alevosías? Ya bien vengado estarás, pues hallo en las penas mías siempre un enemigo más. Mas yo sacaré del pecho a Enrique el alma arrogante, pues que no es en mi provecho, o ya tercero o ya amante. Papel, pedazos te he hecho, por no admitir tus delitos; mas poco remedio dan a mis celos infinitos, pues en cada letra están todos mis celos escritos.
Vase el MARQUÉS y sale la INFANTA, vestida de dama
INFANTA: Con la fiebre y sed, iguales en el calor y el tormento, con un volcán en la boca yace en la cama el enfermo. ¡Cuántos arroyos y fuentes dan a los prados amenos, en competencia del alba, vidrios y aljófares tiernos! Adora con la memoria, se bebe con el deseo, hidrópico, el apetito y el espíritu sediento; mas entre flores y ramos que fueron de abril trofeos le muestra fingidas fuentes el piadoso lisonjero. Él, alentado su engaño, sus puros cristales viendo, con el alma les ofrece el hospedaje del pecho; y entre las contradicciones que reprimen sus deseos, siempre apetece la causa sin temor de sus efectos. Igualmente me sucede en el intricado enredo de amor, pues viendo mi daño, a quien lo causa apetezco. Ardua empresa, rara industria conozco que es la que emprendo. Si lo digo, soy perdida, y si lo callo me pierdo. Tres montes y tres abismos se oponen a mis intentos, todos fuertes e invencibles: la vana ambición de un reino, la vergüenza de las gentes, y de mi padre el respecto. Y por otra parte, a Enrique, a quien con el alma ofrezco deseos enamorados, víctima de su trofeo, el alma me solicita; que ya, admitiendo su imperio en su memoria descansa y en él espera remedio. La puerta abrieron; sin duda es él, porque pasos siento. Temblando estoy. Dame ayuda, Amor, cuando ves que intento un caso que es tan difícil al más dilatado ingenio.
Sale ENRIQUE como tentando parte oscura
ENRIQUE: Por laberintos de dudas voy entrando, y no discierno con la vista cosa alguna; mas ya miro lo que espero. El príncipe no me engaña. Yo le ofendí, ¡vive el cielo!, pues dudé de su palabra. ¿Qué deidad es la que veo? INFANTA: ¿Quién eres, hombre, que entraste con osado atrevimiento donde nunca pies humanos osadas plantas pusieron? ¿Quién eres tú que has venido a este lóbrego aposento que ha estado siempre guardado con el castigo y el miedo? ENRIQUE: Señora, a tal majestad, a tan soberano pecho, si el príncipe no me diera...
Turbado
porque yo tu sol eterno... INFANTA: Ten ánimo; no te turbes. ENRIQUE: Los excelentes objetos suelen turbar los sentidos más agudos y más diestros. El sol deslumbra los ojos, con soberanos reflejos, al Águila, mariposa de las regiones del fuego. El Nilo, que al mar no llega, como revuelto y soberbio, tributo de sus cristales, sino batallas de viento, con el estruendo ensordece sus vecinos. Y en los cielos tan alta y dulce armonía ordena su movimiento. Y, como no son capaces nuestros sentidos, corriendo hacen sus círculos de oro con hermosura y silencio. ¿Qué mucho que un sol divino, un cielo claro y sereno y un piélago de hermosura, dé confusión a mi pecho, dé adoración a mis ojos, dé a mi voz y lengua miedo, dé ignorancia a mi discurso y a todos juntos respecto? INFANTA: ¿Tan soberana me juzgas? ¿Tan hermosa te parezco? ENRIQUE: Díganlo el tiempo y la fama, que yo, señora, no puedo. Ni el mar en serena calma, que blandamente batiendo con trabucos de cristal los escollos, forma en ellos montes de nieve y de espuma, que deshaciéndose luego son tornasoles azules, son damascos verdinegros; ni el sol cuando en horizonte entre celajes diversos de nubes muestra a pedazos sus rayos y sus cabellos, y escondido entre cortinas de púrpura, entre los fluecos de nácar y oro se duerme entre las sombras y hielos de las noches; ni aquel ave que vive siglos eternos con alas y pies de rosa, cuello azul, dorado pecho, y en aromas de Arabia su hermosura entrega al fuego, y ya ceniza y gusano vuelve a renacer más bello no tienen tanta hermosura, ni en nuestras almas pudieron causar sus mudas bellezas tanto amor, tanto respecto. INFANTA: ¿Qué es amor? ENRIQUE: Una pasión con que el alma que tenemos en la ajena se arrebata y vive en el ser ajeno. INFANTA: Y dime, ¿puede el amor causarse en tan poco tiempo como ha habido agora? ENRIQUE: Sí; como se ve en este ejemplo. Cuando las nubes se rasgan con el oprimido fuego, trueno, relámpago y rayo resultan del rompimiento. Cuando el alma se enamora, nacen también tres efectos que son la delectación, la admiración y el deseo. Al trueno se corresponde la admiración del sujeto, y al relámpago luciente la delectación de verlo, el deseo al rayo ardiente; y de la suerte que vemos que espanta, deslumbra y mata con furia el rayo violento, la admiración nos espanta, la delectacion es cierto que deslumbre, y luego mata el amor con los deseos. Y así de repente, amor, sin dar dilación al tiempo, nos da la muerte, porque es rayo, relámpago y trueno. INFANTA: Gran filósofo de amor te juzgo y te considero. ENRIQUE: Antes, jamás he querido, porque las veces que veo singulares hermosuras, parece me están diciendo, "No te enamores, aguarda; que más divino sujeto te han prevenido los hados por dueño de tu hemisferio." [........................] INFANTA: En aquese mundo vuestro hay muy grandes hermosuras, hay soberanos sujetos. Una duquesa me dicen, de Montehermoso, que es cielo. ENRIQUE: Comparada a tu hermosura, es un humilde arroyuelo entre las rústicas flores junto al mar cano y soberbio, es una estrella pequeña que en el alto firmamento mendiga rayos del sol para servirte con ellos. INFANTA: ¿Qué te admira más de mí? ENRIQUE: Aquel singular extremo de semejanza que tienes con tu hermano. INFANTA: Ya lo ha hecho naturaleza otra vez. Tú pareces extranjero. ENRIQUE: Sí, lo soy. INFANTA: ¿De qué nación? ENRIQUE: Español. INFANTA: ¡Oh, monstruo fiero! Quítate de mi presencia; no estéis aquí. Vete luego. ENRIQUE: ¿Monstruo llamas al que es hombre? INFANTA: ¿No lo son? Pues me dijeron que por uno me privaban de ver la luz de los cielos. ENRIQUE: ¿Y podré volverte a hablar? INFANTA: Si mi hermano gusta de ello, sabe agradarle. ENRIQUE: ¿Y sin él no veré tus ojos bellos? INFANTA: Quizá por aquestas rejas alguna vez. Vete presto. No te encuentre nadie aquí. ENRIQUE: Entré cobarde y voy ciego. Queda a Dios. INFANTA: Y ve con Él. ENRIQUE: (¿Qué enigmas son éstas, cielos?) Aparte INFANTA: (Amor, ingenio y mujer, Aparte ¿qué imposibles no emprendieron?)

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Amor, ingenio y mujer, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002