AMOR, INGENIO Y MUJER

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe de AMOR, INGENIO Y MUJER, en PARTE TREINTA Y DOS, CON DOCE COMEDIAS NUEVAS DE DIFERENTES AUTORES (Zaragoza: Diego Dormer, 1640). Fue editado por primera vez por Joanne I. Limber como parte de su tesis de maestría en la Ohio State University en 1946. Luego fue editado de nuevo por Vern G. Williamsen en el curso de sus investigaciones en 1976, preparado en su forma electrónica en 1987, y en su forma actual en 1996.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen el REY, POMPEYO el mayordomo, y CRIADOS
POMPEYO: Sólo a vuestra majestad se aguarda. REY: Pues, ¿ya ha llegado el cardenal? POMPEYO: Ya ha dejado, con su rara autoridad, muda la Envidia. A su ejemplo, los grandes del reino todos hacen por diversos modos esfera del sol el templo. Y en Sicilia, que está ufana con Carlos, a ver juralle, cabe un sol en cada calle y un cielo en cada ventana, por donde las damas bellas ostentando su alegría, se muestran, cual a porfía, en la noche las estrellas. REY: ¿Viene el Príncipe? POMPEYO: Ya acaba de vestirse. CRIADO 1: Incomparable es su hermosura. POMPEYO: Admirable su belleza. CRIADO 2: No imitaba la regia severidad Augusto con tal valor. POMPEYO: Él es natural señor del reino y la voluntad.
Sale el príncipe, que es la INFANTA Matilde, bien aderezado, con capa y gorra
INFANTA: El perdón de haber tardado me dé vuestra majestad. REY: Merécelo tu humildad. Si en algo hubieras errado, tiempo hay bastante; y primero a solas te quiero hablar. INFANTA: Haced luego despejar la sala; obediente espero.
Vanse los CRIADOS
REY: Ya tendrá clara noticia de aquella ley tan tirana que tuvo en Roma principio, dándole por nombre salia. Ley que a las hembras prohibe heredar, y que se guarda con inviolable costumbre en Sicilia como en Francia. ¡Dura ley! ¡Pluguiera al cielo que de sus duras palabras salieran llamas veloces que a su inventor abrasaran! Pues no desmerecen, no, las valerosas hazañas de las mujeres famosas que las historias alaban. El bárbaro no advertía que varias historias hablan de mujeres valerosas por las letras y las armas, para no agraviar así cuántas en valor igualan a las pasadas ilustres mujeres. Si fue venganza, bien lo ha mostrado su efecto, que tanto su ser agravia. Yo, pues, temiendo si acaso, viendo tu madre preñada, pariese hija que diese fin al reinar a mi casa; porque siendo así, venían a este reino y le heredaban los hijos de un mi enemigo, que quiso por acechanzas darme la muerte un mi hermano, que huyendo de mi venganza salió de Italia, previne, según el caso importaba, escribanos y matronas que diesen fe, pero falsa, si importante. Llegó el día en que viste al sol la cara; murió tu madre del parto; partió a la región más alta. Crïéte con el cuidado que al grave caso importaba, encomendado a la industria vencer la suerte contraria. Los que sabían del caso ya todos del mundo faltan, y sólo en los dos consiste del secreto la importancia. Tan varonil te he crïado que en tus acciones se engaña la propia naturaleza. Hoy, pues que el reino te aguarda para jurarte, he querido saber si Amor, que a las plantas, a las aves y animales rinde a su púrpura y nácar, obligando con su fuego, a ti te provoca y llama al nombre de madre, y quieres serlo. Aquí me desengaña porque yo lo diga al reino, que convocado te aguarda, y trate tu casamiento en Italia o en España. Y si por el cetro olvidas tu ser, imitando a tantas que en más extraña clausura y por menos esperanzas viven, podrás, imitando la Semíramis bizarra, dar leyes a aqueste reino y dar contento a estas canas. ¿Qué me respondes? INFANTA: Señor, que si por ley heredaran hembras tu reino y que fuera preciso que yo mostrara serlo, el ser reina perdiera por encubrir esta falta; porque si aquella opinión de los filósofos de Asia, que dicen que en otros cuerpos suelen mudarse las almas, fuera católica y firme, justamente blasonara que el alma del griego Aquiles mi experiencia gobernaba. REY: ¿Qué más pudiera escuchar si en Macedonia aguardara esta respuesta Filipo de su Alejandro? Descansa en mis brazos, hija mía. INFANTA: Aun con los ecos me infamas; olvida, señor, tal nombre, si mi obediencia te agrada. REY: Mira si estimo tu brío, pues que sirvas a las damas te aconsejo. INFANTA: Desde hoy, otra Venus más gallarda, sirvo a la hermosa duquesa de Montehermoso. REY: Bien andas.
Sale un CRIADO
CRIADO: Ya está todo apercibido. REY: Ven, príncipe. INFANTA: Vamos. CRIADO: ¡Plaza!
Vanse y salen ENRIQUE, galán, y CASTAñO su criado
CASTAÑO: Pienso que hemos de morir en Sicilia desterrados, de dos diluvios cercados para no poder salir. ENRIQUE: Cércale el mar con espumas y las montañas con fuego. CASTAÑO: Que nos volvamos te ruego; que no es razón que presumas del rey de Aragón, tu tío, que ha de durar el enojo. ENRIQUE: Por medio el vivir escojo aquí. CASTAÑO: Gentil desvarío. ¿Dónde comen macarrones quieres vivir? ENRIQUE: Fuerza es, pues procede como ves de tan justas ocasiones. Yo soy segundo en mi casa y tan pobre caballero, que en vano de España espero más favor. CASTAÑO: Anduvo escasa contigo, que yo también soy de mi casa el noveno. ENRIQUE: De mi casa me enajeno para buscar mayor bien. Entre todos mis crïados, por prudente y por leal, hice de ti más caudal para fïar mis cuidados; y pues está obligado, agora mi intento advierte. CASTAÑO: Cualquier fortuna divierte un ingenioso crïado. (No se entienda que lo digo Aparte por mí). ENRIQUE: Pues, oye mi intento. CASTAÑO: Sombra de tu movimiento he de ser. ENRIQUE: Castaño, amigo, ya sabes que me hospedó en Nápoles con afable término el gran condestable, y la condesa me dió cartas para la duquesa, su prima, en quien he hallado tal favor. CASTAÑO: Gentil bocado, si no hubiera ley expresa de que no hereden mujeres en Sicilia. ENRIQUE: Sin que herede a su hermano, hacerme puede dichoso. CASTAÑO: Di lo que quieres. ENRIQUE: Tiene de por sí un estado rico y, cual ves, pobre soy, y sé que a sus ojos doy un apacible cuidado. CASTA&NtildeO: Pues sigue, señor, la empresa. Pues te llama la Ocasión a tan dulce pretensión, solicita a la duquesa; que ya reviento por verme en Italia señoría, que aunque es común cortesía, podré del "vos" defenderme. ENRIQUE: Como te digo, me estima, y con pecho nada ingrato me pidió ayer un retrato, con que mi esperanza anima; pero no sé de qué suerte podrá a sus manos llegar. CASTAÑO: ¿Qué? ¿Te atreves a dudar de aqueste ingenioso? Advierte. Su hermano, el duqueso, está enfermo, mas es cansera. Dame el retrato y espera en la calle. Muestra acá esos guantes. ¿No hay visita de médicos? ENRIQUE: Ya han entrado. CASTAÑO: Pues médico soy, que el grado, cualquiera lo solicita por dinero; en conclusión todo médico me infundo que tendrá en el otro mundo su lugar junto a Lerón. Y de su impiedad lo infiero pues, obediente a su voz, viene el verdugo feroz con la capa del barbero, y sin moverse a piedad de la dueña resfrïada, le da cinta colorada, símbolo de la crueldad. ¡Oh, mal nacido Interés! ¡Lo que puedes ambicioso! ENRIQUE: Pero mira, que hay celoso competidor. CASTA&NtildeO: ¿Y quién es? ENRIQUE: El marqués. CASTAÑO: Aunque murmure, Yo me atrevo a asegurar que ha de venir a enfermar sólo porque yo le cure. Vete. Aguarda donde digo; que aquí sale un pajezuelo. ENRIQUE: Déte su favor el cielo.
Vase ENRIQUE
CASTAÑO: ¿Cómo en un campo enemigo, sin que puedan agotallos, hay médicos Sacripantes que matan dos mil infantes y cuarenta mil caballos? ¿Pero cómo puede ser, que habiendo caballería, le toque a la infantería? Mas, ¿Quién ha de echar de ver que en la batalla trabada de albéitares y doctores vienen a ser los mejores los que no curan de nada?
Sale DOMICIO, vejete
DOMICIO: (Que éste es médico barrunto). Aparte CASTAÑO: ¿Quién son de la junta? DOMICIO: Son el doctor Julio Polión... CASTAÑO: Por el número pregunto. DOMICIO: Cuatro son. CASTAÑO: Pues avisad que un médico forastero quiere ver al duque. DOMICIO: Espero que os pagarán la amistad. Su hermana, que al sol alegra, sale y la podéis hablar.
Vase DOMICIO y sale la DUQUESA
CASTAÑO: (Ya me muero por matar. Aparte ¡Oh, quien topara una suegra!) Señora del alma mía, ¿puédote hablar? DUQUESA: Sí, Castaño. CASTAÑO: Menos que con este engaño, que la sospecha desvía, fuera imposible el hablarte; que éste es el vero retrato de aquél que, a su patria ingrato, vive sólo de adorarte. Médico soy contrahecho; guárdese el que me creyere. DUQUESA: Mientras el Duque estuviere mal, será de provecho la industria. CASTAÑO: Si importa así, deja que una vez le cure, para que el engaño dure un siglo. DUQUESA: Dichosa fui en ver lograda mi fe en tu ingenio y tu señor. CASTAÑO: Esclavo de este favor soy; dime, ¿qué le diré a Enrique? DUQUESA: Que me ha envïado prenda tal, que me contenta, y que corre por mi cuenta agradecer su cuidado; y que esta tarde me vea porque tengo que tratar con él. CASTAÑO: ¿Cómo te ha de hablar? DUQUESA: Con aquesta carta sea, que de mi prima he tenido, y dirá vino en su pliego. CASTAÑO: (¡Por Dios, que es diestra en el juego! Aparte ¡Bien el caso ha prevenido!) DUQUESA: Pues, vete, porque no demos en casa que sospechar. CASTAÑO: Primero he de visitar al Duque; no nos fïemos de los que le están curando, que nos le podrán matar. DUQUESA: ¿Atreveráste a curar? CASTAÑO: Muy presto. DUQUESA: ¿Cómo? CASTAÑO: Matando.
Vase CASTAÑO y queda la DUQUESA. Sale DOMICIO, vejete, muy alborotado
DOMICIO: Señora, la novedad encarezco, no el suceso. DUQUESA: ¿Qué queréis decir en eso? DOMICIO: Si importa la brevedad, yo lo diré, que me precio de compendioso. DUQUESA: Dejad las arengas y abreviad; que dais de prolijo en necio. Decid a lo que venís. DOMICIO: Pues, ¿es buñuelo? DUQUESA: Es la muerte. DOMICIO: El príncipe viene a verte. DUQUESA: ¿De ese modo lo decís? DOMICIO: Pues, si me doy a entender, ¿es mal modo habl[ar] poesía que has menester todo un día para poderlo entender? DUQUESA: ¿El príncipe? Estoy turbada; cosa es nueva. DOMICIO: Causa tiene la novedad. Hélo. Viene el moro por la calzada.
Salen la INFANTA, que es el Príncipe, POMPEYO y CRIADOS
DUQUESA: Pues, ¿cómo, señor, el día en que estáis tan ocupado y Sicilia os ha jurado honráis la memoria mía? Si lo hacéis por imitar los césares que triunfaban, que con prudencia buscaban ocasión con que templar su gloria, imitando aquí su estilo... INFANTA: El de Roma quiero saber, duquesa, primero, para saber si es así. DUQUESA: Entre diversas naciones, entre arneses abollados de los bárbaros soldados,... DOMICIO: Y entre sangrientos pendones,... DUQUESA: ¿Quién os mete en eso a vos? DOMICIO: Sé mi poquito de historia. DUQUESA: ¿De eso tenéis vanagloria? DOMICIO: Mejor salud me dé Dios. DUQUESA: Entre el imperial decoro y el aplauso popular, saliendo el triunfo a gozar en carros de perlas y oro, que así a su lado llevaba, virtud moral parecía, quien a voces repetía las faltas de quien triunfaba; porque si acaso cobrase con el triunfo presunción, tuviese luego ocasión con que la gloria templase. INFANTA: Con fin diferente vengo, duquesa, si bien se advierte; pues en la gloria de verte librado mi triunfo tengo. Y para tener en él seguro el honor que gano, vengo a que de vuestra mano me adorne el verde laurel. Decid que nos dejen solos. DOMICIO: ¿Y cerraré las ventanas? INFANTA: Si en belleza son Dïanas, serán en la luz Apolos, y será bien los veamos a su mismo resplandor. DOMICIO: (El trae nublados de amor. Aparte Verálos un lince). Vamos.
Vanse [DOMICIO y POMPEYO]
INFANTA: Duquesa, el atrevimiento victorias de amor adquiere, que vemos que Amor se muere en su mismo alojamiento. Ni terceros ni papeles pide mi intento amoroso, que en su efecto riguroso serán, por tibios, crüeles. Vos sois divino sujeto de mi amor, y no penséis que en la libertad que veis os he perdido el respeto; que así a decirlo me obligo y es fuerza que lo sepáis. Mejor es que lo entendáis siendo Amor solo testigo. DUQUESA: Agradecida al favor quedo de vuestro cuidado, aunque habérmelo callado hubiera sido mejor; que en mí tal estado alcanza, no obstante que sois mi rey, que el parentesco y la ley, acorta vuestra esperanza; y así os quiero suplicar tiréis la rienda al deseo, que os entrega por trofeo a quien no os puede premiar. INFANTA: Tan resuelto llego a veros, que miro en vuestro rigor que nace de ajeno amor, duquesa, no enterneceros. DUQUESA: Injustamente culpáis cumplir con mi obligación. INFANTA: Crece mi ardiente pasión en ver que la desdeñáis. Y como mi firme amor en obligaros porfía, pediros, mi bien, querría algún honesto favor; no porque pueda obligaros a imaginar que me amáis, sino en señal que me dais licencia honesta de amaros. DUQUESA: Que advirtáis ruego, señor, lo mal que me puede estar. INFANTA: ¿Un guante os ha de faltar? DUQUESA: Pues, es batalla de honor.
[La INFANTA] vale a tomar la mano y ve el retrato
INFANTA: ¿Retrato, y de hombre, duquesa? ¿Veis como no me engañé? DUQUESA: ¿Qué importa, si yo no sé quién es? (¡Oh, cuánto me pesa!) Aparte Ayer al romano Apeles le pedí me retratase y para muestras sacase retratos de sus pinceles. Tomé éste de los más bellos, de una caja de retratos, para divertir a ratos el pensamiento con ellos. INFANTA: Duquesa, en amor no hay fuerza. Si el vuestro ha sido trofeo de las partes que en él veo, ¿quién habrá que su ley tuerza? Y así sólo me animo a saber a quién amáis, para que luego veáis cuánto le amparo y estimo. No lo neguéis. DUQUESA: Que es forzoso... INFANTA: No tenéis por qué dudar; bien me lo podéis contar. Decid, que no estoy celoso. DUQUESA: Don Enrique de Aragón, en cuyo apellido se conoce que sus reyes dan a su casa principio, dejó a España con temores del rey de Aragón, su tío, porque el valor y nobleza tienen por premio el castigo. Llegó a Nápoles, adonde el condestable, mi tío, le hospedó, y dándole cartas para mí, a Sicilia vino. Diómelas, y de sus ojos los rayos de fuego vivos, lisonjeros del deseo, hicieron guerra a los míos. Hallé de nuevo cuidado, mi pensamiento vestido, y en sus ojos y en su voz, también vive el suyo escrito. Ésta ha sido la ocasión, señor, de haber resistido tu cuidado, porque él es el dueño de mi albedrío. Si es bizarro, ya lo veis; si valiente, ya os la he dicho; pero entre todas sus partes el ser discreto no afirmo, pues a serlo contradice estar tan favorecido. INFANTA: Por la buena información que en vos y en su rostro miro, disculpo nuestro rigor. Ya a hacerle merced me animo; que quiero que conozcáis vos por él lo que os estimo. Envïádmele, duquesa, para que esté en mi servicio. DUQUESA: Bésoos los pies, gran señor; pero pues que ya os he dicho el dueño, dadme el retrato. INFANTA: Quiero ver si es parecido al dueño; que los pinceles suelen con mudo artificio ser, acreditando engaños, muerta lisonja de vivos. DUQUESA: (¡Que necia que hubiera andado Aparte si le hubiera encarecido sus partes a otra mujer!)
Sale DOMICIO
DOMICIO: Un español ha venido con una carta. DUQUESA: Éste es. Decid que entre.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Ésta han traído en mi pliego para vos. DUQUESA: En mucho el cuidado estimo. Llegad a besar la mano al príncipe.
De rodillas
ENRIQUE: Estoy corrido, señor, de no conoceros cuando a los remotos indios, de vuestra rara belleza llegan retratos divinos. INFANTA: Alzad. ENRIQUE: Permitid que llegue al suelo, soberbio y rico, el favor de ser alfombra de vuestros pies. INFANTA: Bien me han dicho vuestras partes. Levantad. Decid, ¿qué os ha parecido de las damas de Sicilia? ¿Pueden ya las que habéis visto competir con las de España? ENRIQUE: Sin lisonjero artificio respondo, señor, que es tierra imagen del paraíso donde hay tales hermosuras. Las demás del mundo admiro. INFANTA: Si las hizo el cielo hermosas como a vos cortés os hizo, no dudo que podrán ser justa admiración del siglo.
Aparte [las dos]
(No finge nada el retrato, duquesa). DUQUESA: (Bien lo acredito). INFANTA: Pues, en Sicilia os halláis, empleaos en mi servicio y en mi cámara. ENRIQUE: A esos pies los labios humildes rindo; soy vuestra hechura. INFANTA: Advertid que desde agora sois mío. DUQUESA: (Por la merced que me hacéis, de nuevo el alma os obligo). INFANTA: (Buen gusto tenéis, duquesa). DUQUESA: (Señor, pues que ya habéis visto el original, volvedme el retrato). INFANTA: (No es tan tibio, duquesa, el amor que os tengo que, si os lo doy, no me obligo a que, volviéndooslo, hagan los celos en mí su oficio). DUQUESA: (Pues, al dueño os encomiendo). INFANTA: (Que le haré merced os digo, más que vos le deseáis). ENRIQUE: (Bien la Fortuna me quiso).
Vanse todos y salen el MARQUÉS y FABIO
FABIO: ¿En qué te puede ofender el príncipe en visitarla? MARQUÉS: ¿No es hombre? ¿No puede amarla? ¿No hay qué sentir ni temer? A no temer abrasada el alma en mayores celos, aumentará mis desvelos esta ocasión no pensada. FABIO: ¿Quién la puede pretender con igualdad? MARQUÉS: No [me] impida esa ocasión. FABIO: En mi vida vi tan servida mujer. MARQUÉS: Fuerza es que mi amor publique, pues ella la causa ordena. FABIO: Pues, da remedio a tu pena. MARQUÉS: Para eso he llamado a Enrique. FABIO: Pienso que debes temer si es él que va a hablalla. MARQUÉS: ¿Él había de ser? Calla, necio; aquí lo podrás ver.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Estimo, señor marqués, que de mí queráis serviros. MARQUÉS: Antes quiero advertiros que juzgo a gran interés saber que en Sicilia estáis; que estimo que hayáis venido porque ocasión haya sido para que de mí os sirváis. Conoced en mí un amigo, que tendrá ya por favor serlo de vuestro valor, por quien mi suerte bendigo. ENRIQUE: Poco pudieran valer mis partes a estar sin vos. FABIO: (Lisonjeros son los dos). Aparte ENRIQUE: Pero en lo que puedo ser de vuestro servicio, espero que mandándome me honréis, cierto de que en mí tendréis un amigo verdadero. MARQUÉS: El estar bien informado de vuestro valor me obliga a que de mi pecho os diga el más oculto cuidado, satisfecho que podéis empeñar vuestro valor en los negocios de honor. ENRIQUE: Seguro decir podéis. MARQUÉS: La duquesa... ENRIQUE: ¿Qué duquesa? MARQUÉS: La hermana del duque Octavio. ENRIQUE: (¿Yo soy autor de mi agravio? Aparte ¡Cielos!) MARQUÉS: Parece que os pesa de oír mis penas. ENRIQUE: No es eso; por ser mujer principal y decir que os paga mal, que me ha pesado os confieso. MARQUÉS: Habla por unos balcones a un embozado; y si empeño la vida, he de ver el dueño de tan locas pretensiones; que a mi lado vuestra espada, no temerá mi osadía los fuegos que exhala y cría esa montaña abrasada. ENRIQUE: Que os serviré, imaginad, cuando la Ocasión lo pida. MARQUÉS: Con el alma agradecida reconozco esta amistad, que árabes tesoros son corto premio a tanta fe. Cuando importe, avisaré.
Vanse el MARQUÉS y FABIO
ENRIQUE: ¿Hay más grande confusión? El lance de amor prevengo más arduo de imaginar, pues he venido a ayudar al competidor que tengo; y que haya tan ciego abismo que el más lince no lo entiende, pues que contra mí pretende hallar favor en mí mismo; y en iguales desvaríos, aumentando mis desvelos, iré confuso en sus celos, y él irá ciego en los míos.
Vase y salen el REY, la INFANTA y el MARQUÉS
REY: Hijo Carlos, ¿cómo vienes de tanto gusto tan triste? Alegre y bueno saliste. ¿De qué tal tristeza tienes? Si sabes que son dos vidas las que padecen agravios, mueve, príncipe, los labios para que remedio pidas; que de tu mudo callar y la pena de tus ojos, creo que por darme enojos no quieres, príncipe, hablar. INFANTA: No sé mi mal os prometo; pero si digo verdad, conozco en la soledad menos dañoso el efeto. MARQUÉS: ¿Y podrá causarte enfado un acordado instrumento, blanda lisonja del viento? INFANTA: Mucho, aunque venga templado, y aun húrtase el armonía entre compases diversos a los dulcísimos versos que Mantua escuchó algún día. MARQUÉS: Siéntate. INFANTA: No me consueles. MARQUÉS: Medicina sea a tu mal este rompido cristal que va animando claveles. Mira aqueste margen frío donde salen rosas juntas, al sol coronando en puntas, para volver el rocío. Mira entre flores y peñas... INFANTA: Marqués, basta, que ya infiero que soy huésped extranjero a quien el jardín enseñas. Del dueño has de presumir, cuando te llegue a escuchar, licencia para admirar pero no para advertir. ¿Tú piensas que puede haber en término tan sucinto, flor en algún laberinto que se me pueda esconder? Pues, ¿por qué en discurso varios me pintas flores y peñas? Que lisonjero te enseñas, o te precias de herbolario. Soledad busca mi pena; vete. MARQUÉS: ¡Gran melancolía! REY: Pues de su mal la porfía las potencias le enajena, vengan médicos que vean al príncipe; su remedio traten, aplicando un medio. INFANTA: Los que mi salud desean, sé que han de ignorar mi mal y aplicar remedios vanos, que no vieron los humanos jamás otro mal igual; mas si vos de eso gustáis, vengan médicos, señor. MARQUÉS: Con opinión del mejor, que es bien que le conozcáis, cura un médico español al duque de Montehermoso, por sus letras más famoso que por su eclíptica el sol. REY: Pues, vámoslos a buscar, porque de su salud traten
Vanse los dos
INFANTA: ¡Qué de penas me combaten! Cielos, ¿en qué han de parar? ¿Qué es esto, Fortuna mía? ¿Dónde me llevas así con tan loco frenesí que de mi ser me desvía? No me acabe tu porfía en tan confuso penar; da a mi remedio lugar y pues que nunca estás queda, dame lugar en tu rueda por tener qué derribar. ¿Qué mal no podrá tener quien de [t]í su bien espera? Si así te mueve ligera un niño y una mujer, ¡ay de mí!, que vengo a ser en el sufrir sin hablar... ¡Fuera! Mas bien es penar y que tienen advertir, mudar, razón de sufrir, y yo, razón de callar.
Salen el REY, el MARQUÉS, CASTAÑO, de médico, y otros dos MÉDICOS y ENRIQUE
REY: Príncipe, en humanos medios libra el cielo la salud, y es cuerda solicitud valerse de sus remedios. Los médicos alcanzaron, llenos de docta experiencia, los provechos de esta ciencia. INFANTA: Dices bien. Los que estudiaron...
Aparte [los dos]
ENRIQUE: (¿Hay suceso semejante? Bárbaro, ¿en qué me has metido?) CASTAÑO: (¿Qué he de hacer, si me han traído?) ENRIQUE: (Si eres un bruto ignorante, ¿qué respuestas puedes dar con que tu engaño autorices?) CASTAÑO: (Pues, si por eso lo dices, muy pocos saben curar). ENRIQUE: (Si al primer intento mío, pudiste ser de provecho, agora en mayor estrecho de remedio desconfío).
Los MÉDICOS dicen aparte
MÉDICO 1: (Agora es bien que mostremos nuestro cuidado en saber su mal.) MÉDICO 2: (Darálo a entender, si él calla, el pulso.) MÉDICO 1: (Lleguemos.) ¿Qué siente su alteza? ¿Tiene su estómago alborotado de alguna cosa? INFANTA: (¡Qué enfado Aparte este necio a darme viene!) MÉDICO 1: ¿Ha tenido algún disgusto? INFANTA: Nada siento. MÉDICO 2: Pues, veamos el pulso. CASTAÑO: Siempre curamos los españoles al gusto del enfermo. MÉDICO 2: No hay señal de fiebre. CASTAÑO: La curación es difícil. El pulmón tiene extrañez. Tiene igual todo vital nutrimento. MARQUÉS: ¡Es notable su agudeza! CASTAÑO: Déme el pulso, vuestra alteza. Sí, ha habido algún corrimiento de humor vaporoso. Tiene lánguida sofocación.
Dice el un MÉDICO [aparte] al otro
MÉDICO 1: ¿Éstos, los médicos son de España? CASTAÑO: Templar conviene las médulas. ¿Hay orina? Mas no será menester. Aquí es menester hacer consulta la medicina; retirémonos allí.
Retírase con los MÉDICOS y dicen aparte
Señores, ¿qué les parece? MÉDICO 1: Por lo que el pulso me ofrece y las señales que vi, su enfermedad se compone de ojo maligno, y es llano según lo escribe Elïano, libro de Fascinacione; y esto se deja inferir por ser tanta la hermosura del príncipe. MÉDICO 2: Gran locura es quererme persuadir que sea ojo, que Avicena, si tales señales veía, daba por melancolía aquel mal; que aquella pena tan profunda está fundada en abundancia de humor. ¿Qué dice el señor doctor? CASTAÑO: Que entrambos no dicen nada. Vos nescitis quid petatis. Este mal se llama en griego cacatritutos, y es ciego quien no lo ve. MÉDICO 1: Satis, satis. Doctor, la consulta espere, pero no se ha de alegar más en griego. CASTAÑO: Yo he de hablar en lo que mi Dios quisiere; y hablaré sin ceremonia turco, armenio y persa yo, y en cuantas lenguas oyó la torre de Babilonia porque los buenos doctores algo han de saber en griego [. . . . . . . . . . . . . .] por ser lengua de aguadores y lacayos. MÉDICO 2: Yo me rijo en esto por Avicena. CASTAÑO: Ave como o ave cena, no supo lo que se dijo. MÉDICO 1: La misma opinión verás en Hipócrates divino. CASTAÑO: Confieso que bebo vino, pero n[o] vino hipocrás. MÉDICO 2: Diga autoridad alguna. CASTAÑO: Gatatumba lo afirmó, que es un autor que escribió sobre la sarna perruna cien libros; y Galfarrones, autor que en España vive. MÉDICO 1: ¿De qué enfermedad escribe? CASTAÑO: De la tos y sabañones. Y acredita la opinión de los autores que alego, que está su doctrina en griego. ¡Aprended, ignorantón! MÉDICO 1: Vuestra merced ha alegado autores sin opinión. CASTAÑO: Físicos modernos son. MARQUÉS: A los dos ha barajado. Mire vuestra majestad si sabe. REY: De la consulta aguardo lo que resulta. MARQUÉS: Tiene gran profundidad.
[A los MÉDICOS]
El rey la consulta espera. MÉDICO 1: ¿Vuesamerced se conforme con mi opinión? MÉDICO 2: Pues, informe al rey. CASTAÑO: ¡Qué gentil zorrera! MÉDICO 1: Señor, el príncipe está aojado, que su belleza da la ocasión. INFANTA: (¡Qué simpleza!) Aparte REY: Pues, ¿qué remedio tendrá su mal? MÉDICO 1: Fácil y seguro: tome, si agora se alienta, sahumerios. CASTAÑO: No por mi cuenta, médico silvestre y duro. ¿Dijera más un barbero ni una comadre? Señor, la enfermedad es mayor, y este remedio es grosero.
[Aparte los dos]
ENRIQUE: (Bárbaro, ¿qué es lo que intentas? ¿Quieres ponerme a peligro de la vida?) CASTAÑO: (¿Y no es mayor el de los dos mediquillos? Déjame y verás milagros.) Licencia para hablar pido al príncipe a solas. REY: Llega.
Llégase a la INFANTA
CASTAÑO: Por las señales que he visto en tu rostro y la inquietud de tu pulso... INFANTA: Habla. CASTAÑO: Digo que es tu enfermedad amor, o yo quemaré mis libros aunque he de quemar muy pocos. (Seguramente me han dicho Aparte su mal porque a la duquesa miraba tan a lo niño, que le descubriera el fuego cualquier doctor invernizo). INFANTA: No puedo negar que aciertas, porque amor la causa ha sido, que el pensamiento atormenta y que turba mis sentidos; mas, ¿qué remedio tendrá cuando a un imposible aspiro? CASTAÑO: ¿Cómo imposible, señor? ¿Adoras algún prodigio? ¿No es mujer? Dile tu pena. Si hay galanes, si hay maridos, hazlos ahorcar a todos, que amor no tiene delitos. Habla al dueño. Di tu pena a estas fuentes, a estos lirios. INFANTA: (Ojos, ya lo estáis mirando, Aparte mas no lo digáis os pido). CASTAÑO: En los negocios de amor, en cuñados y sobrinos, suele cometer un gato siete u ocho gatifinios. INFANTA: Tu remedio es importante, y en fe de lo que le estimo y me ha aprovechado, toma esta cadena. CASTAÑO: Reclino en tu cordobán mis labios.
Dice un MÉDICO al otro
MÉDICO 2: ¿Qué vano embuste le dijo este español que le premia? MÉDICO 1: ¿Agora veis que en el siglo se premian los embusteros? Vanamente hemos perdido el tiempo en estudios vanos, que ya mercedes y oficios huyen virtudes y letras como si fueran delitos.
Vanse [los dos]
REY: Grande hombre es el español, pues tan diferente miro al príncipe. INFANTA: ¿Oyes, Enrique? Esta tarde determino ir a ver a la duquesa, y para que vais conmigo, os prevengo. MARQUÉS: Mejor fuera te dieras al ejercicio de la caza en esos sotos. INFANTA: Dueño soy de mi albedrío, marqués. MARQUÉS: (Yo me abraso en celos). Aparte REY: Príncipe, ven.
Vanse entrando
ENRIQUE: ¿Qué le has dicho que quiere ver la duquesa? CASTAÑO: Pues, ¿faltará otro aforismo para quitarle el amor? Los doctores tan peritos como yo con un remedio hacemos cuatro caminos; que, como damos a bulto las recetas, nos servimos para cámaras, y pujo siempre de un récipe mismo.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Amor, ingenio y mujer, Jornada II 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002