ACTO TERCERO


Salen SILVA y VIVERO
SILVA: Y no sé desde aquel día lo que en la corte ha pasado, que me han tenido ocupado fronteras de Andalucía. Y aunque las nuevas derrama la Fama, que éste es su empleo, nunca soy fácil ni creo lo que publica la Fama pues suele mentir y así de sucesos y accidentes cualquier cosa que me cuentes será nueva para mí. VIVERO: El infante de Aragón hoy a la paz reducido, entra en la corte, que ha sido un generoso blasón de don Juan no ser crüel a tantos atrevimientos. Ya sabes los casamientos del rey don doña Isabel de Portugal, que ya vino, siendo octava maravilla de las damas de Castilla; y con ella fue padrino el rey, prudente y afable, de don Álvaro; ambos fueron padrinos que honrar supieron las bodas del condestable. Doña Juana Pimentel fue el favor que la Fortuna dio a don Álvaro de Luna más supremo, porque en él el condestable ha librado toda su dicha y al fin la quinta de su jardín fue el tálamo deseado. Mas si el sol suele correr al auge, y de allí no sube, algunos indicios tuve de que esto ha de suceder al condestable, y que ha sido el auge de su ventura ser dueño de esa hermosura. SILVA: ¿De qué lo habéis presumido? VIVERO: De que, viniendo el infante, le han de volver sus estados; y los grandes, incitados de la ambición arrogante de don Álvaro, se unieron a hacer cargos rigurosos. SILVA: ¿Y vos llamáis ambiciosos pecho y ánimo que os dieron tanto honor? ¿Ése es buen pago? ¡Vive Dios, que es inculpable la vida del condestable, maestre de Santïago! Ni arrogante ni ambicioso en sus obras se ha mostrado; mas es siempre el envidiado lo que quiere el envidioso. De ingrato y desconocido retaros puedo, y prometo que a no mirar el respeto de palacio...
Vase SILVA
VIVERO: Ya ha salido el rey. Yo responderé donde os deje satisfecho. Declaréme. Mal he hecho mas yo me disculparé.
Sale el REY
REY: ¿Qué hay, Vivero? VIVERO: Gran señor, lo que siempre digo. Presto no tendréis hacienda; y esto lo sé como contador. Mucho a don Álvaro dais, todos los grandes lo sienten. ¡Plega a Dios que ellos no intenten remedios que vos sintáis! Remediadlo como sabio. rico está; basten, señor, tanta amistad, tanto amor. REY: ¿Os ha hecho algún agravio? VIVERO: No, señor, ni de él lo espero. REY: Ingrato sois. VIVERO: El crïado a su dueño está obligado. REY: Bueno está, basta, Vivero.
Salen ISABEL y el INFANTE
ISABEL: Señor, el infante viene más humilde y más humano. Suplícoos le deis la mano. REY: Cuando tal padrino tiene, mis brazos daré al infante. INFANTE: Si la reina, mi señora, me da este favor agora, bien osaré estar delante de tu majestad, señor. Dadme la mano. REY: Yo estimo la persona de mi primo; levantaos. INFANTE: Sin el favor de vuestra mano, ¿quién puede levantarse de su estado? REY: Tomad, pues. INFANTE: Ya ha perdonado quien la mano me concede. Señor, si algunos enojos os he dado sin razón, válgame para el perdón el sagrado de esos ojos. Ya arrepentido los vi y obediente os seré yo; soldado sí, opuesto no, primo no, vasallo sí. REY: Yo lo creo. ISABEL: Y yo lo fío. INFANTE: Pues conocéis mis intentos perdonad si tengo alientos de aconsejaros, rey mío. No llevan los grandes bien tanto favor y amistad con don Álvaro. ISABEL: Es verdad. REY: ¿Y vos, señora, también? ¡Pobre don Álvaro! Creo que una vez os dio la vida. INFANTE: No hay obligación que impida el buen celo, el buen deseo de que esté tu majestad en su reino con quietud. REY: (¡Ah, villana ingratitud; Aparte que aún se atreve tu impiedad a una reina y a un infante!) INFANTE: Muchas culpas nos refieren del maestre los que quieren que no le tengáis delante. Señor, oídlas, que es justo; cargos le quieren hacer. No es bien dejaros vencer de la amistad y del gusto. ISABEL: Y cuando culpa no hubiera, si las hay, sábelas Dios. El apartarle de vos, ¿qué inconveniente tuviera?
Sale ZÚÑIGA con una carta
ZÚÑIGA: Ésta mi hermano os escribe. REY: ¿Quién? ZÚÑIGA: El conde de Plasencia, el que, con vuestra licencia, retirado en Béjar vive. REY: Levantaos, Zúñiga. (Tema Aparte y obstinación de Fortuna quiere eclipsar esta luna. Turbado rasgo la nema.)
Lee la carta
"Señor, todos los que aquí firman desean como leales la paz y quietud de vuestro reino. Éste está por perderse respeto de gobernarlo todo el condestable, con cuyo poder tiene cargos y culpas que se dirán a vuestra majestad, estando él desterrado o preso. Vuestra majestad lo remedie. El rey de Navarra, Pedro de Belasco, Camarero Mayor, don Pedro de Zúñiga, conde de Plasencia, el conde de Haro, El marqués de Santillana, don Luis de Guzmán, maestre de Calatrava, don Juan de Sotomayor, maestre de Alcántara, Pedro Manrique." ¿Qué es esto? ¡Ah, reino envidioso! ¡Que sea culpa la dicha y que venga a ser desdicha el ser conmigo dichoso! Si el merecer mis favores no es dicha, sino justicia, ¿qué quiere aquí la malicia? Como el áspid en las flores, con capa de celo bueno, con máscara de fïel, viene la envidia crüel derramando su veneno. Vedme vos.
Vase ZÚÑIGA. Salen ÁLVARO y LINTERNA y el músico MORALES
ÁLVARO: ¿Aquí has venido? LINTERNA: Soy de buen gusto y curioso. A la sombra de un dichoso, ¿quién no entró donde ha querido? ÁLVARO: Tenga vuestra majestad felices días. REY: (Si son Aparte como el de hoy, no es bendición sino especie de crueldad). ÁLVARO: ¿No me dais la mano?
De rodillas
REY: (¿Quién Aparte tales injusticias vio? Desdicha es quererle yo, delito es quererme él bien. ¿Posible es que éste se emplea en culpas? No las espero. Pues soy sólo quien le quiero, sea yo quien no las crea). ÁLVARO: ¿Qué tristeza hay que os suspenda? REY: (Si yo le di cada día Aparte aun más de lo que él quería, mal ursurpara mi hacienda. Si a todos piedad mostró, que mis ojos son testigos, ¿cómo ha ganado enemigos? Es envidia, culpa no). ÁLVARO: Besar la mano osaré, para mí tan liberal, sin que vos me la deis.
Retírala el REY
REY: (Mal Aparte si es culpado la daré). ÁLVARO: ¿Son tristezas o castigos? Habladme, señor, por Dios.
Levántase
REY: Álvaro, mirad por vos porque tenéis enemigos. ÁLVARO: Si vos no miráis por mí, mal podré saber el modo. REY: No todos lo pueden todo.
Vase el REY
ÁLVARO: Todos no, pero vos sí. ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? ¿Han reventado las minas de la envidia? Si declinas, presto fue, Fortuna, presto. Señor infante, en los ojos del rey he visto mudanza; en vos tengo mi esperanza; sabedme si son enojos. INFANTE: No sé cómo puede ser que el negocio está apretado. ÁLVARO: ¿No os acordáis que habéis dado palabra de agradecer mi voluntad? INFANTE: Sí, me acuerdo, mas, ¿quién basta contra tantos?
Vase el INFANTE
ÁLVARO: Basta Dios, bastan sus santos, basta mi verdad. No pierdo el ánimo cuando os hallo, majestad piadosa, aquí. Reina sois, volved por mí. ISABEL: Sed, maestre, buen vasallo, y eso volverá por vos.
Vase ISABEL
ÁLVARO: Yo os hice sólo en un día majestad de señoría. Reina os hice, ¡vive Dios! El ser me debéis, y así veros ingrata es consuelo, pues sé que es obra del cielo, y que no nace de mí. Los mismos cielos envían a un magnánimo este mal para ejemplo universal de los hombres que confían en los hombres, y si vengo a ser ejemplo del mundo, aun cayendo en lo profundo, soy singular, dicha tengo. Bien sé, Vivero, que aquí andáis con algún engaño. Yo mismo labré mi daño; gusano de seda fui. Bien conozco en estos modos que por bien me pagáis mal.
Vase don ÁLVARO
VIVERO: ¡Oíd, oíd! LINTERNA: ¡Pesia tal! San Martín hay para todos. ¡Ah, envidia, que eres polilla de la próspera fortuna! A don Álvaro de Luna, condestable de Castilla, el rey don Juan el segundo con mal semblante le mira. MORALES: Cosa es común, mal se admira de tales casos el mundo. ¿Quién no dio tales primicias a la Fortuna voltaria? LINTERNA: Dio vuelta la rueda varia, trocó en saña sus caricias. MORALES Quizá el rey la frente esquiva mostró para algunas trazas. LINTERNA: El amor en amenazas privaba, mas ya no priva. MORALES: ¿Cuándo la Fortuna esquiva al poder no da esta guerra? LINTERNA: Ejemplo que da en la tierra porque el hombre mire arriba. MORALES: Si hoy parece que declina, volverá a su ser mañana. LINTERNA: No hay seguridad humana sin contradicción divina. MORALES: Todo pasa y vuela aprisa; no hay firme y seguro estado. LINTERNA: Hoy el rey no le a fablado, miróle de mala guisa. Tras él voy, porque diría, "¿Dó está mi lacayo, adó lo? Dejáronme venir solo la gente que me seguía."
Vanse todos. Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: ¡Oh, casa, humano reposo! ¡Oh, cuántas veces me viste más dichoso, menos triste, más fuerte, menos quejoso! A ti vengo pensativo; seas en trance tan cierto tumba de un ánimo muerto, sepulcro de un cuerpo vivo. Aquí de Dios, importuno pensamiento, hablad por mí. ¿Hice bien a muchos? --Sí. ¿Y agravio a quién? --Ninguno. ¿Soy traidor? --De ningún arte. ¿Qué he merecido? --Laureles. ¿Tengo enemigos? --Crüeles. ¿Qué pretenden? --Derribarte. ¿Quién lo dice? --La experiencia. ¿Qué dice el vulgo? --Es confuso. ¿Por qué me envidian? --Es uso. ¿De quién? --Del mundo. ¡Paciencia! ¡Qué extraña melancolía! ¡Moralicos!... Sale MORALES MORALES: ¿Mi señor? ÁLVARO: Tú sueles, cual ruiseñor que despierta el claro día, divertirme. Si cantares, ya que mi fatiga es tanta, canciones tristes me canta para hartarme de pesares. MORALES: ¿Cuándo quieres que te cante? ÁLVARO: Luego. MORALES: Voy. ÁLVARO: Canta allá fuera, por si mi cólera altera la gravedad del semblante. No me mires mis acciones, porque suele delirar el que se deja llevar de las humanas pasiones.
Siéntase
¿Qué hay, mi fortuna, qué hay? ¿Qué me he cansado? Es mi oficio. Ya ha temblado el edificio; esta máquina se cae.
Cantan dentro
MÚSICOS: Lo de ayer ya se pasó; lo de hoy cual viento pasa, lo de mañana aun no llega, así aqueste mundo anda. En él lo firme perece a manos de la mudanza; lo más sano luego enferma, el deseo no se alcanza.
ÁLVARO en pie
ÁLVARO: Si humo, nada, sombra, viento es la vida, ¿qué será el bien que el mundo nos da? Por fuerza ha de ser tormento, pues no le queda otro ser. Si es nada la vida amada; ¿no han de ser menos que nada la riqueza y el placer? Y la misma muerte son los bienes siendo esto. Pues que sentís lo que no es, ánimo, mi corazón. ¡Qué mal un triste reposa! No hay discurso que mitigue la imaginación. Prosigue, muchacho; canta otra cosa.
Cantan
MÚSICOS: Los que priváis con los reyes, notad bien la historia mía, catad que a la fin se engaña el hombre que en hombres fía. Apenas tuve quince años, de Aragón vine a Castilla a servir al rey don Juan, que el Segundo se decía. ÁLVARO: Servíle treinta y dos años, y siempre bien me ha querido.
En pie
¿Cómo agora se ha creído de mentiras y de engaños? Pienso que en vano me quejo, que quizá no eran enojos los que mostraban sus ojos; que como el rey es espejo de toda humana criatura, los que mi bien envidiaban en su rostro se miraban y él mostraba su figura. Mas si mi agravio sentía como piadoso y humano, ¿por qué me negó la mano? Amistad no quería; retiróla, enojo ha sido; pero, ¿cómo me ha avisado? No lo entiendo, estoy turbado; no lo entiendo, estoy rendido.
Adentro ruido. Salen LINTERNA y MORALES con la guitarra
ÁLVARO: ¡Ola! ¿Qué es esto? LINTERNA: No es nada. Cayó un balcón infïel; estaba Vivero en él y dio tal pajarotada, que como huevo estrellado hace la figura de Hero. MORALES: Alonso Pérez Vivero, a ese balcón arrimado, esperaba para hablarte; era antigua la madera... ÁLVARO: Salir no quiero allá fuera, no digan que tengo parte en su muerte; aunque si es mi dicha toda accidentes, hoy lo dirán los presentes y las historias después. Si para ejemplo nací de la Fortuna crüel, lo que fue accidente en él vendrá a ser desdicha en mí, LINTERNA: Hacer pienso a esta ocasión un epitafio. MORALES: Pues di, ¿haces versos buenos? LINTERNA: Sí, respeto de cuyos son, porque más agrada al fin y más contento se toma de ver sobre la maroma al mono que al volatín. Diré "itinerar" a bulto, "númen" y "morbo" diré, macarrónico seré y habrá quien me llame culto.
Sale JUANA
JUANA: Condestable, mi señor, dícenme que habéis venido melancólico. ¿Qué ha sido? ¿Vos triste, vos sin valor? Sólo el hombre sin honor ha de turbar el semblante, no el magnánimo y constante. ¿Cómo se ha de entristecer varón que debe tener el corazón de diamante? ¡Ea! Señor, ¿dónde está del ánimo la grandeza, del valor la fortaleza? ¿Accidente humano os da perturbación cuando, ya, con la experiencia y los años, la luz de los desengaños debe alumbraros? ¿Qué es esto? ÁLVARO: Retiraos. LINTERNA: Morales, presto verás sucesos extraños. Vanse LINTERNA y MORALES ÁLVARO: Mi señora, yo he mirado que ha sido vuestro valor el bien último y mayor que la Fortuna me ha dado. Principio, aumento y estado, y declinación tendré como cuanto el cielo ve. Comencé cuando serví, títulos tuve, crecí, vuestro fui, mi estado fue. Y si el tiempo y la Fortuna a un mismo paso caminan, y en ese cielo declinan los aspectos de la luna, si no hay constancia ninguna en cuanto el cielo crïó, mi declinación llegó, ya mi rüina prevengo., Muchos envidiosos tengo; la mano el rey me negó. JUANA: Mi señor, mi bien, mi amigo, ni os animo ni aconsejo, que a vuestra experiencia dejo uno y otro; pero digo que al que es fatal enemigo no puede la humana suerte resistir, y el varón fuerte no tiene cólera alguna con el tiempo y la fortuna, con la vejez y la muerte. Lo que importa es que, en el trance de cualquier de estos cuatro, se exponga el hombre al teatro del vivir sin que le alcance culpa alguna, y que balance su virtud y acciones de hombre; porque cuando más le asombre fortuna o muerte atrevida, quitaránle estado o vida, mas no borrarán su nombre.
Sale LINTERNA
LINTERNA: Subid, señor condestable, en aquel trotón aprisa; fugiréis del rey la saña, porque a prenderos envía. Inconstantes son los omes, sus palabras son fingidas, cautelosas sus mercedes, y sus falagos mentiras. Volved los ojos, señor, a las pasadas rüinas y furtad el cuerpo agora a la que vos viene encima. Tenedes espejos claros de las pasadas desdichas, el tiempo vos da lugar, las señales vos avisan. A las pasadas mercedes non miréis, que ya declinan y entregan un home bueno; no vos fïéis más. Fugildas. Y pensad que avedes sido el extremo de la dicha; la levantada privanza vos amenaza caída. La muerte viene con alas, puestas las faldas en cinta; non hay plazo que no llegue ni deuda que non se pida. Muchos grandes conocéis que vos tienen grande envidia; el rey es fácil, vos solo. Catad no vos fagan minas. Non vos sugetéis a fierros de las cárceles esquivas, que enemigo aferrojado más sus contrarios aviva. No seáis en vuesas cosas la flor de la maravilla, que crece al salir del sol y el mismo sol la marchita. ÁLVARO: Linterna, ¿qué estás diciendo? LINTERNA: Como fablo en lengua antigua, a guisa de nuesos padres, pensáis que es burla o mentira. Nuestra casa está cercada, ya las puertas nos derriban, gente sube, fugid luego, que otro remedio non finca. Cortesanos palaciegos que entre lisonjas se crían no guardan los mandamientos y nos guardan las esquinas.
Salen ZÚÑIGA y gente con armas
ZÚÑIGA: Señor condestable, daos a prisión. LINTERNA: A cosa linda se ha de dar. ZÚÑIGA: El rey lo manda; él a prenderos me envía. JUANA: Hüid, señor, mientras yo, amparando vuestra vida, fuere cristiana amazona, fuere segunda Camila. ¡Vive Dios!, que el gran maestre, condestable de Castilla, no se ha de dar a prisión ni sujetar a injusticias.
Toma una espada a uno y acuchíllalos
Tomad las armas crïados. ZÚÑIGA: Señora, en vano porfían vuestro amor y vuestro aliento. Cien hombres traigo. JUANA: A la ira de mi pecho serán pocos. Huye, señor, por mi vida. ÁLVARO: Ni me suelta mi destino, ni mis discursos me animan, ni me deja dar un paso el peso de mis desdichas. ZÚÑIGA: Esta cédula es del rey; aquí promete y avisa que será vuestra persona salva siempre. ÁLVARO: No se diga que si don Álvaro huye,, algunas culpas tenía. Ni digan que contra el rey tomó las armas. Justicia guardará mi rey; bien sé que no hallará culpas mías. Y si el hombre es breve mundo, obra de mano divina, pequeño Dios es el rey. ¿Dónde, pues, dónde podía hüir yo de su poder? Preso voy. JUANA: Y yo sin vida. LINTERNA: Yo sin tomar mi consejo. MORALES: Yo dando lágrimas vivas.
Vanse todos. Salen ISABEL y el INFANTE
INFANTE: Que mengüe luna tan llena más que a nadie me conviene, pues los estados me tiene de Trujillo y de Villena. Sabe Dios que no deseo ni su mal ni su disculpa, y entre el descargo y la culpa, ni bien dudo, ni bien creo. Neutral tengo la pasión, sólo quiero la justicia, como envidia ni malicia no causen su perdición. ISABEL: Que reina por su orden fui pretende, y es gran rigor el tener un acreedor siempre delante de mí; que deuda grande sería, y su queja cierta estaba, viendo que no le pagaba o que pagar no podía.
Sale el REY
REY: ¡Ya estará el reino contento, porque jüeces nombré que examinen bien la fe y lealtad de este portento de desdichas! ISABEL: En la muerte de Vivero poco habrá que examinar; claro está. REY: No muy clara; de otra suerte agora la han referido.
Sale ZÚÑIGA
ZÚÑIGA: A esta torre traigo preso a don Álvaro. REY: Confieso que si amor me ha enternecido. ¿Preso dijo? ¡Qué rigor! ¡Qué aprisa que le persiguen! ¡Plegue a Dios que no me obliguen a otra palabra peor!
Dentro ÁLVARO
ÁLVARO: He de entrar. ZÚÑIGA: No puede ser; no querrá el rey que le vea hombre preso. ÁLVARO: Aunque lo sea; ¡vive Dios que lo he de ver!
Sale fuera
Rey don Juan, rey mi señor, perdonad si preso os hablo, que este privilegio tiene quien está preso en palacio. Bien os acordáis, señor, que son ya treinta y dos años los que os serví con lealtad, más de amigo que vasallo. La libertad que hoy no tengo muchas veces os he dado, cuando grandes, cuando primos, niño y hombre os la quitaron. Recibí grandes mercedes, no las niego, no, antes hallo que no ha recibido tantas ninguno de rey humano. Nada os pedí, vos me disteis esta máquina que traigo encima, de las riquezas que ya me van derribando. Si me las disteis, señor, por darme lugar más alto de que arrojarme, pregunto: ¿fueron mercedes o agravios? ¿Por qué me hicisteis dichoso para hacerme desdichado? Crüel sois haciendo bien; dando vidas, sois tirano. Que secrestaron, me dicen, mi riqueza y mis estados; todo era vuestro, señor, todo estaba en vuestra mano. El hombre vuelve a la tierra, las aguas al mar salado; a su centro, a su principio vuelve todo; no me espanto que a vos volviese mi hacienda como a su origen sagrado. Pluguiera a Dios yo pudiera dar al mundo ejemplos claros, que como la merecí la sé despreciar, y tanto, que de quitármela siento sólo que me hayáis quitado el poder para volverla con desprecios de Alejandro. Retirarme quise, ¡ah, cielos! ¡Y quien hubiera imitado muchos ilustres varones que imperios menospreciaron! Por serviros no lo hice; pensé que agradaba, ¡falso es el humano discurso! Erré pero ya lo pago. Hoy lástima, ayer envidia; hoy fatiga, ayer descanso; hoy prisiones, ayer triunfos; bien se ve que está jugando la Fortuna con los hombres, y vos, rey, y rey cristiano, su instrumento sois. ¿Qué mucho? Los instrumentos contrarios y amigos, entre sí mismos, de su poder blasonaron. A veces la madre tierra tiembla y derriba los altos montes, cuya verde cumbre se coronó de peñascos; navega el bajel hermoso entre globos de alabastro, y en un instante las aguas le rompen y hacen pedazos; poco a poco se nos muestra la verde pompa de un árbol, y en un momento es cadáver a los gemidos del austro; tarda un supremo edificio en trepar el viento vago, y en un instante es rüinas de la potencia de un rayo. Monte, bajel, árbol, torre fue mi vida en vuestros brazos; agua, tierra, viento y fuego sois, señor. Crecí despacio y aprisa me derribáis. Acordaos de mí, acordaos. No borréis la imagen vuestra; no deshagan vuestras manos crïado que tanto os quiso, hechura que os cuesta tanto. REY: (No le puedo responder Aparte con la gravedad y el llanto de rey, amigo y jüez). ¡Zúñiga! ZÚÑIGA: ¿Señor? REY: Llevadlo a Portillo. ¡Ay, infelice! ZÚÑIGA: Señor condestable, vamos. ÁLVARO: ¿Hablarme no me queréis? ¿Y menos me habéís mirado? ¿No me dais consuelo, rey? ¡Démelo el Rey Soberano!
Vanse ZÚÑIGA y don ÁLVARO
REY: (¡Qué me obligue a mí el reinar Aparte con quietud al trance amargo de ver preso al que bien quise! Mas padecer puede engaño este amor. Llevarme dejo, ya fácil o ya cristiano, del error o del acierto de mis grandes). ISABEL: No turbaron, como pensé, los afectos del rey sus palabras. INFANTE: Vano dijeron que era el discurso contra el destino y los hados los filósofos gentiles.
Sale un SECRETARIO con recado de escribir
ISABEL: Aquí espera el secretario. REY: ¿Qué queréis vos? SECRETARIO: A firmar los jüeces me envïaron la sentencia del maestre. REY: ¿Sin escuchar sus descargos? ¿Son comedia estas acciones? ¿Es nuestra vida teatro que todo pasa en una hora? Pero, ¿quién vive despacio? ¡Presto dieron la sentencia! INFANTE: Los cargos justificados, bien hacen en darse prisa sosegando el reino. REY: Cuando es la pasión el jüez, amor propio el abogado, la envida el procurador, ¡ay, del reo! No firmaron reyes con tanto temor.
Toma la cartera y la pluma
¿A qué, pues, le sentenciaron? ¿Le destierran otra vez? SECRETARIO: A que muera degollado.
Cáesele todo
REY: ¡Válgame Dios, que llegaste, gallarda luna, al ocaso! ¡Qué tinieblas mereciste, al fin del camino largo de tus servicios! ISABEL: Señor, ¿valor falta en vuestros brazos para tener una pluma y un papel, que es justo? Agravio hacéis a vuestra justicia. INFANTE: No borren amor y llanto el blasón de la prudencia. Si los jüeces nombrados lo ordenan, firmad, señor. REY: Con siete letras deshago lo que en muchos años hice. ¡Qué pueda un hombre en un rasgo dar la muerte, siendo dueño del vivir sólo la mano de Dios! ¿Qué tiranos reyes a este trance no temblaron? La pluma es áspid; veneno es la tinta; el papel blanco es retrato de la vida; marchemos, pues, el retrato. No acierto a escribir.
El INFANTE tiene la cartera. ISABEL le va llevando el brazo para que firme
ISABEL: Así moverás, señor, el brazo. REY: "Yo el rey," diré. ¿Cómo, si es "Yo el crüel" más acertado? ¿Yo he decir que lo firmo? ¿Yo he de decir que lo mato?
Va firmando poco a poco, turbado
"El" se sigue. "Ellos" diría, envidiosos y tiranos. "rey," digo, Dios en la tierra. Si otros rigen este paso, ¿cómo he firmado "Yo el rey?" ¿Cómo firmé lo que es falso? Letras, si lleváis borrones, caracteres sois de encantos, líneas de la misma muerte, no os lean ojos humanos. ¡Oh, pluma, flecha con yerba que disparada del arco de la desdicha, penetras dos pechos de cera y mármol! ¿Pluma, pincel que borró la imagen y el simulacro de la privanza de un rey, ¡mal os haga Dios!
Arrójalo todo
ISABEL: ¡Qué tanto pueda en un rey la piedad! INFANTE: Sentir debe el propio daño; si era otro él el que muere. REY: Quien dice que es ser privado dicha, miente; de la envidia es un objeto bizarro.
Vanse todos. Salen don ÁLVARO, con cadena, MÚSICO y MORALICOS
ÁLVARO: Un filósofo griego ha dividido la humana suerte en cuatro, porque es una la que sigue feliz desde la cuna al hombre hasta el sepulcro, y otra ha sido la que infeliz y adversa le ha seguido del nacer al morir siempre importuna. Con uno fue piadosa la Fortuna; tardó y al declinar su voz ha oído. Con otro tuvo el curso presuroso; vino a la juventud y le ha negado a la vejez el gusto y el reposo. La cuarta diferencia me ha tocado, y si en el mundo he sido el más dichoso, ¿quién duda que soy ya el más desdichado?
Canta MORALICOS
MORALICOS: Aquella luna hermosa que sus rayos le dio el sol, que con un mortal eclipse pierde luz y resplandor; en lo más alto subía del cielo de su valor, baja a la casa de Toro y muere en la del León.
Sale el SECRETARIO con la sentencia
SECRETARIO: Don Álvaro, mi señor, aquí importa la prudencia, aquí conviene paciencia, aquí es menester valor. ÁLVARO: ¿Cuándo permiten que os hable? "Álvaro" escuchando estoy; sin duda que ya no soy maestre ni condestable. ¿Siendo yo el mismo valor, de valor me prevenís? ¡A gran desdicha venís! SECRETARIO: Y no puede ser mayor. A muerte os han condenado, y ésta se ha de ejecutar. ÁLVARO: ¿Quién oyéndola nombrar no ha gemido y no ha temblado?
Deja caer la cadena
¡Válgame Dios! ¡Trance fuerte! ¡Miseria fatal del hombre! Si me espanta sólo el nombre, ¿qué será la misma muerte? Un vaso de agua me trae; porque escucho con desmayo esta sentencia, este rayo que del mismo cielo cae; y la sangre, en tal estrecho, oyendo el trueno ha temblado y dejó desamparado el corazón en el pecho. La firma quiero mirar. SECRETARIO: "Yo el rey" dice. ÁLVARO: ¡Oh, injusta ley! ¡Pobre de mí; si otro rey no me hubiera de juzgar! ¡Pobre de mí, si en la calma de mis dichas conocida, el rey que quita la vida pudiera quitar el alma!
Sale MORALICOS y un MÚSICO
MORALICOS: Aquí hay agua. ÁLVARO: ¡Cómo espanta la muerte con su bramido! Aunque entró por el oído, se atravesó a la garganta. Pasarla quiero bebiendo.
Bebe
SECRETARIO: ¡Sentimiento natural! MÚSICO: ¡Pensión del último mal! MORALICOS: ¡Sabe Dios qué estoy sintiendo! ÁLVARO: ¡Ea! Alentad, corazón; horror no debéis sentir, porque el nacer y el morir actos semejantes son. Siempre a miserias nacimos, siempre en miserias estamos, cuando nacemos lloramos, lloramos cuando morimos. El que nace, salir quiere de un sepulcro; en otro yace. Sepulcro deja el que nace, a sepulcro va el que muere. La cuna es bien y es trabajo, porque es, sin distancia alguna, cuando está hacia arriba cuna, tumba cuando está hacia abajo. Bien sabéis, Rey Verdadero, pues sois el original de mi rey, que es rey mortal, que por su ofensa no muero; por las vuestras sí. Hoy asombre vuestra gran piedad, mi Dios, que ofenderos pude a Vos sin hacer ofensa al hombre. Y ofender como infïel no puede al hombre, Rey Sabio, sin que Vos sintáis su agravio, no sintiendo el vuestro él. Bien sé que atalaya soy, que subí desde la cuna al monte de la Fortuna, y avisos al hombre doy; porque se guarde y asombre diciendo con voz incierta: "¡Alerta hermanos, alerta! no confïéis en el hombre. Sírvaos yo de ejemplo a vos cuando doy avisos tales: ¡Alerta, alerta mortales, confïad en sólo Dios!" SECRETARIO: Escuchadme la sentencia. ÁLVARO: Sin oírla la consiento.
A MORALICOS
Niño, tu pérdida siento; huérfano estás, ten paciencia. Con sólo este anillo vengo, daréte este último bien y mi sombrero también, pues ya cabeza no tengo.
Dale un anillo y el sombrero
Di tú al príncipe jurado que, a quien sirve con amor, aprenda a pagar mejor que su padre me ha pagado.
Vase don ÁLVARO
MORALICOS: ¡Qué este pago le dé el rey! Hasta mirarle difunto, no pienso dejarle un punto. Paje soy de buena ley.
Vase el SECRETARIO
Tomen ejemplo en los dos cuando doy avisos tales: ¡Alerta, alerta mortales, confïad en sólo Dios!
Vanse todos. Salen el REY, el INFANTE, ZÚÑIGA, SILVA y otros
REY: Fantasmas, melancolías que me seguís de esa suerte; sombras que sois sueños y muerte en que descansan los días, basten ya las ansias mías. Dejadme, ¡oh, rigor extraño! Con verdad o con engaño, todo es pensar y sentir que sólo puedo vivir más que don Álvaro un año. Si me cita al tribunal de Dios y estoy engañado, que fue siempre el desdichado tan piadoso y tan leal, que no me hará tanto mal. Y ser culpado no espero permitiendo el trance fiero con razón o con malicia. Todos dicen que es justicia y quebrantarla no quiero.
Sale doña JUANA con manto
JUANA: Rey don Juan, rey de Castilla, y merecedor del mundo, en el título Segundo, y primera maravilla, a tus pies, señor, se humilla la misma lealtad, la fe, la que sin alma se ve sin don Álvaro, y es ya sombra de lo que será, no sombra de lo que fue. Rey piadoso, ¿cómo puedes matarnos con impiedad, que siendo yo su mitad el mismo fin me concedes? ¿Desdichas son tus mercedes? Una de dos, rey airado, si él erró, tú estás culpado en darle honor imprudente; si no erró y es inocente, ¿por qué ha de ser desdichado? ¡Ea! Rey, que es singular la piedad en la grandeza. La misma naturaleza pelea por conservar lo que ha sabido crïar. Imita a Dios, si renombre pretendes que al mundo asombre, que antes quiso padecer que borrar ni deshacer esta fábrica del hombre. REY: (Con el alma enternecida, Aparte entre piedad y rigor, yo vengo a estar como flor de dos vientos combatida. Pesando estoy muerte y vida. ¡Oh, tú, justicia! ¿Aquí estás? ¿Aquí, amor, lágrimas das? Pelead con esperanzas, muera, viva en las balanzas. ¡Pesó la justicia más! JUANA: Dueño mío, no hay piedad; trofeos de la Fortuna serán tu pompa veloz y tu majestad caduca. Hoy morirás, y tan pobre que te falte sepultura; mas no importa, prodigiosas serán las exequias tuyas. Los montes serán, del mundo, pirámides y columnas de tu risco monumento. No le igualará el de Numa. El cóncavo de los cielos será la fúnebre tumba que la temerosa noche con sus bayetas la cubra. Las estrellas serán hachas pues son faroles que alumbran en el entierro del sol, en la tristeza nocturna. Lágrimas serán las fuentes que el mar anhelando buscan, y las voces de la fama epitafios que reduzcan a alabanzas tus desdichas. Si el rey falta, Dios te ayuda, porque tan grande varón no cabe en menores urnas.
Vase doña JUANA
REY: Movido de aquellas voces, más piadosas que importunas, ya que la noche ha salido tenebrosa, triste y muda, seguidme todos, seguidme, y esta acción tened oculta, porque historias no la digan a las naciones futuras. Porque nadie nos conozca, los que vinieren se cubran que quiero ver el teatro donde trágicas figuras representan mi justicia. INFANTE: ¿Dónde vas, señor? ¿Qué buscas por estas calles? REY: La plaza donde los hados sepultan mis mercedes, mis favores, en agravios y en injurias. ¡Vive Dios, que si no es muerto, que aunque el reino se conjura contra él, ha de vivir; mas ya mi tardanza es mucha! SILVA: Ya estás, señor, en la plaza que parece que con plumas has venido. ZÚÑIGA: Y allí tienes, si los ojos no lo dudan, el espectáculo triste. REY: ¿Quién habla en él? ¡Oye, escucha!
Descúbrese la mesa enlutada, la cabeza aparte y el cuerpo a un lado, una vela en un candelero, y MORALICOS enlutado pidiendo
MORALICOS: Dadme, por Dios, hermano, para ayuda a enterrar este cristiano. REY: ¡Ay, Luna, luna triste! Saliste tarde y presto te pusiste. Nunca a crecer llegaras, porque si no crecieras, no menguaras. MORALICOS: Dadme, por Dios, hermano, para ayuda a enterrar este cristiano. REY: Si la vida no le di, ¿qué importa la sepultura? Honras le hiciera en la muerte pero de hacerlas resultan inconvenientes agora que de su bien me descuidan. Arrepentido estoy ya. Reyes de este siglo, nunca deshagáis vuestras acciones ni borréis vuestras hechuras. ¡Oh, quién a mis descendientes avisara que no huyan de los que bien eligieron para la privanza suya! Y acabe aquí la tragedia de la envidia y la Fortuna. Acabe aquí el gran eclipse del resplandor de los Lunas .

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002