ACTO SEGUNDO


Sale la INFANTA sola
INFANTA: No se cansa mi fortuna de engañarme y perseguirme, pues, en mis desdichas firme, no espero mudanza alguna. Al hábito labrador incliné mi majestad, porque en tal desigualdad desconociese el valor; peor así me ha conocido y ha hecho suertes en mí, como si fuera quien fui o supiera lo que he sido. Serví en el rústico traje que estoy, para ser ejemplo de que no hay tan alto templo que el tiempo no humille y baje; y, aunque en la casa que estaba su dueño bien me quería, una hija que tenía mis acciones envidiaba. Fuerza fue no la sufrir, porque no may más que temer que una envidiosa mujer adonde se ha de servir; que, si tantas penas pasa quien por vecina la tiene, a mayor desdicha viene quien vive en la misma casa. La de Tello de Meneses me dicen que es por aquí. ¡Ay, Fortuna, si de mí y de mi honor te dolieses! Hame puesto un labrador, que sus locuras me dijo, miedo con Tello, su hijo, para defender mi honor; por otra parte he sabido que es muy cortés y galán.-- ¿Dónde estos serranos van? ¡Qué dicha hubiera tenido si fueran de su labranza!
Salen SANCHO y MENDO
MENDO: Cuanto a Inés, Sancho, no quiero obligarte con que espero en sus desdenes mudanza. Tengo tan poco favor que, en dejar de pretender, no pienso que pueda hacer mayor servicio a mi amor. Si te quiere bien a ti, yo me rindo; tuya sea. SANCHO: Amor me dice que crea que me favorece a mí, y no le falta razón; que, bailando el otro día, le dije que la tenía en medio del corazón. Con esto, en sala, en cocina, dondequiera que la veo, se ríe y muestra el deseo que a tener mi amor la inclina. Antiyer la pellizqué, y tal mojicón me dio que sin seso me dejó. MENDO: Y ¿es favor? SANCHO: Pues ¿no lo fue, si brazo y mano tenía más limpio que están las frores? MENDO: Sancho, de tales favores tengo yo muchos al día. No tiene hacienda señor para comprar cucharones, con que me da coscorrones, sin tenerlos por favor. ¡Oh, qué mal, Sancho, conoces estas ninfas del fregado que, como yeguas en prado, retozan tirando coces! Yo te la doy, pues estás de esos favores contento. SANCHO: Quejas oigo, pasos siento. MENDO: Quedo, no te informes más.-- Serrana, que guarde Dios, ¿dónde bueno por aquí? INFANTA: De casa de Aibar salí, bien le conocéis los dos, donde he servido dos meses. Era importuna mi ama, y voy buscando por fama la de Tello de Meneses. ¿Sois suyos acaso? MENDO: Sí; y a vos, detened el paso, no os ha hecho el cielo acaso. INFANTA: Dicha ha sido para mí hallar de su casa gente. Pero de cierta ocasión traigo mala información. MENDO: Creed que la envidia miente. Si queréis servir allá, buen salario os aseguro. INFANTA: Creedme que lo procuro. ¿Está lejos? MENDO: Cerca está. INFANTA: ¿Querráme a mí? MENDO: ¿Qué decís? Tal gracia y talle tenéis que la casa mandaréis si un mes en ella servís.--
Habla aparte a SANCHO
Sancho, acoto esta mujer; a Inés te di. SANCHO: Soy un necio; mas por la mitad del precio pleito te quiero poner. Porque tiene tanta estima que, para que me la des, te daré por ella a Inés y dos cabritos encima. MENDO: No hay que tratar: ella es mía.-- Seguidme, hermosa serrana; que nunca tan de mañana salió en este monte el día. INFANTA: Para perder el temor, de aquí a su casa podréis contarme lo que sabéis de este hidalgo labrador; que, entretenidos ansí, no hay camino que se sienta. MENDO: Bien decís; estadme atenta; que no está lejos de aquí. Serrana, cuya belleza nació para ser señora en los palacios del rey, y no es haceros lisonja, sabed, ya que los honráis con vuestra presencia hermosa, que en las faldas de los montes de Asturias yace a la sombra un León, cuyas guedejas tiembla el moro y el sol dora, a quien el piadoso cielo restituye la corona. Éste las doradas garras muestra al África, de forma que por mil partes le vuelve las espaldas temerosas. De donde los tuvo ocultos don Pelayo en Covadonga, tantos fidalgos decienden que están las montañas solas; pero de los que han quedado, cuyos solares adornan paveses de antiguas casas, familias de gente goda, la de Tello de Meneses, serrana, es la más famosa, más rica, y por muchas causas más respetada de todas. Cincuenta pares de bueyes aran la tierra, abundosa de rubio trigo, que apenas hay trojes que le recojan. Trepan estas altas peñas fértiles cabras golosas en cantidad, que parece que otro monte inculto forman. Bajan a ese claro río, de aquellas nevadas rocas, a beber tantas ovejas que unas a otras se estorban; que los cristales que encubren las arenas por un hora, los mismos peces enseñan envueltos en verdes ovas. Las rocas llamé nevadas, no por los hielos de Bóreas, mas porque la blanca lana hace que no se conozcan. No hay dehesas, vegas, prados adonde las vacas coman, con ser de Tello las mieses diez leguas a la redonda. Los toros al herradero, como el fuego los provoca del hierro abrasado, vienen novillos y salen onzas. En llegando la vendimia de negras uvas rebosan los lagares, que las cepas por pardos sarmientos brotan. Treinta y más hombres las pisan, y el mosto que sus pies moja, para cuando vino sea les jura vengar su honra. Aquí en cárceles de erizos le dan castañas sabrosas los montes, las anchas vegas verdes peras, guindas rojas, con las pálidas camuesas, nueces, avellanas, moras, servas, nísperos y almendras, que flores de nácar bordan. Gansos los arroyos cubren, aves tan vanas y locas que con aquel débil cuello piensan que en el cielo topan. Los animales morenos, lenguaje que el mundo toma, pues llama moreno a un negro, siendo la color notoria, salen al ronco instrumento en gran número al aurora, aunque más parece noche por donde el camino asombran. En esos bosques sombríos con amorosas congojas braman mil sueltos venados por las ciervas desdeñosas. Los conejos advertidos por los vivares se alojan, y escogen campo las liebres adonde ligeras corran. Cuando el madroño sangriento su verde fruto colora, salir de sus altas cuevas los osos peludos osan. No menos los jabalíes, que el verano se remontan, vienen a buscar hambrientos las sazonadas bellotas. Aquí entra bien Tello el mozo, que la fama mentirosa os ha pintado, diciendo que cuanta mira deshonra. Digo que entra, porque suele con valor y vanagloria matar estos animales, puesto que a su padre enoja; que con su sangre a un venablo de suerte el oro desdora que está de esta parte el asta, y el acero de la otra. Es un mancebo galán que puede servir de alcorza tan dulce que algunas hembras se le llegan como moscas. Hablar en su cortesía es contar granos de aljófar sobre las flores que el alba llora en sus cogollos y hojas. Su entendimiento y blandura, su condición generosa para un príncipe nacieron, que no para gente tosca. He sido yo de opinión, que tengo en algunas cosas, aunque labrador, buen gusto, ni es todo el sayal alforjas, que, como las frutas, hizo Naturaleza estudiosa los hombres agros y dulces; y así, en esta casa agora Tello el viejo es agro y Tello el mozo es dulce.--No os pongan temor, porque el noble viejo trata de su hacienda sola y, aunque estéis aquí dos años, sin ser falta de memoria, no sabrá si le servís, porque hay doscientas personas; mas si fuérades oveja, como sois mujer, señora, supiera cuándo nacistes mejor que vuestra parroquia. El mozo no os hará mal, porque sus manos y boca compone su entendimiento, y en sus palabras sus obras; fuera de que es imposible que los ojos en vos ponga, respeto de que su padre le quiere dar por esposa a Laura, una prima suya, que es una gallarda moza, si vuestra hermosura y gracia que esto diga me perdona; que, no habiendo competencia con los claveles y rosas de vuestra boca y mejillas, las suyas blancas y rojas pueden hacer un invierno primavera deleitosa; porque de solas las almas merece ser labradora. Pero ella y una crïada a esta fuente sonorosa por agua bajan; hablaldas; y a mí, a quien tanto enamoran esos ojos, dad licencia que a serviros me disponga; que en esta ruda corteza vive un alma que os adora, de quien en tosca materia seréis vos divina forma, seréis miel en alcornoque, letras en persona rota, valor en hombre sin dicha y ventura en vida corta, guante de ámbar en villano, en ruin lengua buena copla, armas en cobarde pecho, doblón rico en pobre bolsa; que, desdeñado o querido, seré vuestro en pena, en gloria, contento en cualquier estado que la Fortuna me ponga.
Salen LAURA e INÉS con dos cantarillas
INÉS: Digo que es Mendo, y que viene con Sancho y una mujer. LAURA: ¿Que siempre éste ha de traer lo que celosa me tiene? INFANTA: Dadme, señora, esa mano. LAURA: ¿Qué es esto, Mendo? MENDO: Señora, una hermosa labradora que hallé en ese verde llano. Dice que a Aibar ha servido y que por cierto disgusto le ha dejado. INFANTA: Con más gusto, si dicha hubiera tenido, en vos me hubiera empleado; pero yo no merecía serviros. LAURA: La cortesía, el talle, el traje, el agrado, el rostro, obliga a estimar, serrana, el ofrecimiento. INFANTA: Menos os digo que siento, y sólo os puede obligar el hallarme en tierra extraña. LAURA: ¿De dónde sois? INFANTA: De Castilla. LAURA: Mucho el veros maravilla que vengáis a la montaña. INFANTA: Es larga historia; después os la quiero referir.
Hablan aparte LAURA e INÉS
LAURA: Mejor que para servir, es para servida, Inés. INÉS: Recíbela, por tu vida; que es lástima que se pierda. LAURA: La condición se me acuerda de Tello. INÉS: Está defendida con el amor que te tiene; y ésta es moza honesta y grave, si no encubre lo que sabe. LAURA: ¿Qué sé yo de dónde viene? INÉS: ¿Habrá más de despedilla si al rostro sale traidora? LAURA: ¿El nombre? INFANTA: Juana, señora. LAURA: Tomad esta cantarilla y seguidme, que en la fuente me contaréis vuestra historia.
Vanse la INFANTA, LAURA e INÉS
MENDO: Llevado me ha la memoria. SANCHO: Yo hallo un inconveniente. MENDO: ¿Cómo? SANCHO: El viejo, que retozos teme en mozas de despejo. MENDO: Si no la quisiere el viejo, servirá para los mozos.
Vanse. Salen AIBAR, labrador, y BATO
AIBAR: Pienso que negociaremos; que es muy rico y liberal. BATO: Fortún no ha dado un real; ¡bien con él la igreja haremos! AIBAR: Tello es hombre de valor. BATO: ¿Quién da voces?
Salen TELLO VIEJO y SILVIO
TELLO VIEJO: ¿Esto pasa? ¡Salid, villano, de casa! SILVIO: No tengo culpa, señor; detén, por Dios, la cayada. TELLO VIEJO: ¿Qué tengo de detener? ¿De mi hacienda habéis de hacer como de hacienda robada? ¡Vive Dios...! SILVIO: Oye en disculpa... TELLO VIEJO: ¿Qué disculpa puedes darme que no sirva de enojarme y de hacer mayor tu culpa? ¿Cuántos pies tiene un lechón? SILVIO: Cuatro. TELLO VIEJO: Pues ¿cómo has traído tres? SILVIO: El uno se ha caído; que ya sé que cuatro son. TELLO VIEJO: Del pecho te he de sacar este pie si le has comido.
Huye SILVIO y TELLO VIEJO le sigue, volviendo en seguida
BATO: ¡A buen puerto hemos venido! Vámonos, señor Aibar. AIBAR: Dices bien. ¿Éste es Meneses, aquel noble y liberal? No he visto miseria igual. BATO: Menester fue que lo vieses para poderlo creer.
Hacen que se van
TELLO VIEJO: ¿Quién va? ¿Quién sale de aquí? Vuelva quién es. AIBAR: No entendí, puesto que te vine a ver, hallarte enojado. TELLO VIEJO: Aibar, ya sabes que soy tu amigo. No lo estoy mucho, y contigo me sabré desenojar. ¿Qué quieres? ¿A qué venías? AIBAR: No más de a verte. TELLO VIEJO: Es engaño, pues el irte es desengaño, que alguna cosa querías. AIBAR: No, cierto. TELLO VIEJO: Di la verdad; que nuestra amistad se ofende. AIBAR: Pues a quien tan bien la entiende, quiero hablarle en amistad. Tello, a mí me han encargado recoger algunos días, por aquestas caserías, la limosna y el cuidado de la iglesia que labramos de esta vega en la mitad, con que la dificultad de ir a la villa excusamos. Ella está ya comenzada; limosna os vine a pedir, porque siempre oí decir vuestra condición honrada y la liberalidad con que procedéis en todo; pero entré, y halléos de modo que, diciéndoos la verdad, os tuve por miserable; que reparar en un pie un hombre tan rico fue, Tello, bajeza notable. Por esto, a la fe, me fui. TELLO VIEJO: Cierto que tenéis razón. Es ansí mi condición; pero es en mi casa ansí. Venid, Aibar, a la tarde, y contad tres mil ducados. AIBAR: ¿Qué decís? TELLO VIEJO: Que, a estar contados, no fuera en darlos cobarde. AIBAR: ¿Tres mil? TELLO VIEJO: Mirando en un pie y en otras cosas ansí, puedo daros lo que os di, y otros muchos os daré. Id en hora buena, Aibar. AIBAR: Tres mil años, y aun es poco, viváis. TELLO VIEJO: Id con Dios. AIBAR: Voy loco. BATO: ¡Tres mil! ¿Qué más pudo dar el mismo rey de León?
Hablan aparte AIBAR y BATO
AIBAR: ¿Qué te parece el ejemplo? Que quien a Dios labra templo, da beneficio a pensión.
Vanse AIBAR y BATO
TELLO VIEJO: ¡Cuán bienaventurado puede llamarse el hombre que con escuro nombre vive en su casa, honrado de su familia, atenta a lo que más le agrada y le contenta! Sus deseos no buscan las cortes de los reyes, adonde tantas leyes la ley primera ofuscan y, por el nuevo traje, la simple antigüedad padece ultraje. No obliga poca renta al costoso vestido, que al uso conocido la novedad inventa, y con pocos desvelos conserva la igualdad de sus abuelos. No ve la loca dama que por vestirse de oro se desnuda el decoro de su opinión y fama y, hasta que el arco rompa, la cuerda estira de la vana pompa. Yo salgo con la aurora por estos verdes prados, aun antes de pisados del blanco pie de Flora, quebrando algunos hielos tal vez de los cuajados arroyuelos. Miro con el cuidado que salen mis pastores; los ganados mayores ir retozando al prado y, humildes a sus leyes, a los barbechos conducir los bueyes. Aquí las yeguas blancas entre las rubias reses, las "emes" de Meneses impresas en las ancas, relinchan por los potros, viéndolos retozar unos con otros. Vuelvo, y al mediodía la comida abundante no me pone arrogante; que no pienso que es mía, porque, mirando el cielo, el dueño adoro con humilde celo. Todos los años miro la limosna que he dado y lo que me ha quedado, y diciendo suspiro, viendo lo que se aumenta, "Siempre me alcanza Dios en esta cuenta." Voy a ver por la tarde, ya cuando el sol se humilla, por esta verde orilla, el esmaltado alarde de tantas arboledas, locos pavones de sus verdes ruedas; y, como en ellas ojos, frutas entre sus hojas blancas, pálidas, rojas, del verano despojos, y en sus ramas süaves canciones cultas componer las aves. Cuando la noche baja, y al claro sol se atreve, cena me aguarda breve, de la salud ventaja; que, aunque con menos sueño, más alentado se levanta el dueño. De todo lo que digo le doy gracias al cielo que fertiliza el suelo, tan liberal conmigo; porque quien no agradece la deuda al cielo ni aun vivir merece.
Salen LAURA, INÉS y la INFANTA
INÉS: Aquí está señor. LAURA: Bien creo que se ha de alegrar de verte. INFANTA: Tengo yo tan poca suerte que lo imposible deseo. LAURA: Esta serrana, señor, que de Aibar criada ha sido, en tu nombre he recibido; que muestra a tu casa amor, y la habemos menester. TELLO VIEJO: ¿Menester adonde hay tantas? ¡A qué cosas te adelantas!-- Id con Dios, buena mujer; que bostezos de señora tiene mi sobrina ya. Viendo que la casa está con tanta familia agora, ¿más costa quiere añadir? LAURA: ¿Costa una pobre mujer en tu casa puede hacer y que te viene a servir? TELLO VIEJO: Pues ¿no es una boca más? LAURA: Donde todo está sobrado, ¿te da una mujer cuidado? Pienso que enojado estás. TELLO VIEJO: Laura, mira por mi hacienda, pues es toda para ti. INFANTA: Doleos, señor, de mí; no permitáis que me ofenda tan grave necesidad que se me atreva al honor. Por pobre os pido favor, aunque tengo calidad. De limosna habéis de hacer esto por Dios y por mí. TELLO VIEJO: ¿Por Dios decís? INFANTA: Señor, sí. No me permitáis perder. TELLO VIEJO: Jamás por Dios he negado cosa que pudiera hacer. Laura... LAURA: ¿Señor? TELLO VIEJO: La mujer con lágrimas me ha obligado; ella queda recebida. Vístela, para las fiestas, de algunas cosas honestas, aunque no está mal vestida. LAURA: Yo buscaré qué la dar. TELLO VIEJO: Si tuyo, Laura, ha de ser, ¿qué me puede a mí deber? Hazle un vestido sacar que cueste hasta cien ducados. LAURA: Pues tú, que darla temías de comer donde estos días comen doscientos crïados, ¿la mandas vestir ansí? TELLO VIEJO: Laura, una cosa es guardar nuestra hacienda, y otra es dar; lo que he guardado le di. LAURA: No habrá vestido en la sierra que a tanto pueda llegar. TELLO VIEJO: Pues bien la puedes comprar, a la usanza de esta tierra, arracadas y corales; que muestra ser bien nacida. LAURA: Juana, ya está recebida. INFANTA: Esas manos liberales beso mil veces, señor. TELLO VIEJO: Id en buen hora, y guardad en todo la honestidad que merece vuestro honor.
Vanse todas y queda solo TELLO VIEJO
En mi vida, aunque tratase a quien jamás conociese, hice bien que le perdiese ni mal que no me pesase. O mal o bien lo emplease, siempre de aquesta virtud resulta al alma quietud; aunque conozco también que del sol del hacer bien es sombra la ingratitud.
Entran, en jubón, TELLO MOZO con una pala de pelota, y MENDO
TELLO MOZO: Cansado estoy. MENDO: Has jugado dos horas largas y más. TELLO MOZO: Señor me vio. TELLO VIEJO: ¿Dónde vas? TELLO MOZO: A vestirme voy, cansado de jugar un desafío con dos mozos montañeses. TELLO VIEJO: ¡Es, por vida de Meneses, tu cuidado el propio mío! ¿Qué jubón es ése, Tello? TELLO MOZO: ¿Nunca has visto este jubón? TELLO VIEJO: ¡Bravas tus locuras son! ¡Ponte una cadena al cuello! ¿Qué te costó? TELLO MOZO: No lo sé. Basta que yo lo he pagado. TELLO VIEJO: ¿Sí? ¿De lo que has trabajado? TELLO MOZO: No poco trabajo fue. MENDO: Bien dice, pues que sacamos a cuestas cuarenta hanegas de trigo. TELLO VIEJO: A locuras llegas que has de hacer que nos perdamos. ¿Perdiste al juego? TELLO MOZO: Perdí. TELLO VIEJO: ¿Cuánto? TELLO MOZO: Cien reales no más. TELLO VIEJO: ¿No más? ¡Qué gracioso estás! TELLO MOZO: Esto ¿qué te importa a ti? TELLO VIEJO: Pues ¿a quién le ha de importar si a mí no me importa, loco? TELLO MOZO: ¡Cosas dices...! TELLO VIEJO: Poco a poco. TELLO MOZO: ¿Aun no me dejas hablar? TELLO VIEJO: Ten, en hora mala, seso. ¿Cien reales? MENDO: ¿De esto te enojas? TELLO VIEJO: ¿Y las mejillas muy rojas del sudor y del exceso? Ve, Mendo, y a Laura di que una camisa te dé; no se resfríe.
Vase MENDO
TELLO MOZO: No haré, si estoy delante de ti, que me haces sudar de pena. TELLO VIEJO: Falta te harán los cien reales. TELLO MOZO: Sí harán, porque mis iguales no han de pedir cosa ajena. TELLO VIEJO: Ven por mil a mi aposento.
Vase
TELLO MOZO: Mil años vivas, señor. (¡Mil reales! ¡Qué extraño humor! Aparte ¿Y siente que pierda ciento?)
Sale MENDO
MENDO: De trigo se los ahorra. TELLO MOZO: Perdone o de sí me aparte; que yo no tengo otra parte que mis fortunas socorra.
Sale la INFANTA con una camisa doblada en un azafate
INFANTA: (Querer mi honor resistir Aparte mi fortuna es desvarío, si el primer servicio mío es a quien pensaba huir. Diome esta camisa Inés para Tello, aquel travieso mozo de tan poco seso que de estas montañas es el Júpiter, el Narciso, el galán, el robador... Mas ya me ha dado el temor de su condición aviso. ¡Ay Dios! Allí stá...¿Si es él? Pero es fuerza que lo sea. ¡Buen talle! ¿Quién hay que crea que habrá mal término en él? ¡Gentil aire! No parece de sangre humilde aquel brío.) TELLO MOZO: ¿Quién habla aquí? INFANTA: Señor mío, quien desde agora os ofrece una crïada, añadida a las muchas que tenéis. TELLO MOZO: ¿Vos servís? INFANTA: Pues ¿no lo veis? TELLO MOZO: ¿O venís a ser servida? ¿De dónde sois? INFANTA: Yo, señor? De Castilla. TELLO MOZO: ¿De qué tierra? INFANTA: De Zamora. TELLO MOZO: Y ¿a esta tierra venís a servir? ¿Fue amor? Que éste tiene gran poder, mayormente en la hermosura. INFANTA: Siempre he vivido segura de querida y de querer. Fue pura necesidad; pero tengo algún valor, y no era justo, señor, que mujer de calidad sirviera en su propia tierra; que algún tiempo fui servida, y por no ser conocida vengo a servir a la sierra. TELLO MOZO: ¿No hubo desde Zamora a León gente ninguna que os hablase y viese? INFANTA: Alguna que en tantos lugares mora, y mucha que caminaba. TELLO MOZO: Y ¿eran ciegos? INFANTA: No, señor. TELLO MOZO: Y ¿a nadie le dijo Amor que en vuestros ojos estaba? INFANTA: ¿Qué amor? TELLO MOZO: ¿No sabéis lo que es? INFANTA: No, cierto. TELLO MOZO: Movéisme a risa. INFANTA: Poneos, señor, la camisa; que así me lo dijo Inés. TELLO MOZO: Es amor una pasión que se engendra de los ojos, que ciertos vapores rojos levantan del corazón; los cuales naturalmente suben y intentan salir; por eso es fuerza acudir a los ojos como a fuente. Miran la persona amada y, como es el corazón su patria, aunque ajenos son, como propia les agrada. Pero, como en ella están con violencia sus enojos, vuelven a buscar los ojos por donde a los otros van. Entran en quien los envía y, en el camino encontrados, son cometas abrasados que encienden la fantasía; con la cual el corazón se mueve, y el movimiento engendra el dulce elemento de aquella imaginación. Considerad, si os admira, o me he declarado mal, el aliento en el cristal de un espejo que se mira; que de esta manera son estos espíritus rojos en el cristal de los ojos, espejos del corazón. INFANTA: Yo, señor, como villana, no entiendo filosofías; que hasta en las palabras mías voy por la senda más llana. No hay en mi tierra ese amor, ni espíritus que le formen; basta que dos se conformen, que es lo que entiendo mejor; que si alguno con mal fin con espíritus mirara, el cura se los sacara a puro hisopo y latín. Advertid que habéis jugado, y que os podéis resfriar. TELLO MOZO: Antes me temo abrasar que morir de resfrïado; que ya he visto en vuestros ojos el fuego en que me abraséis. INFANTA: Teneos, señor, no me deis con los espíritus rojos; que se me pueden entrar al corazón si es ansí, y temo que no haya aquí quien me los pueda sacar. TELLO MOZO: No sé si pueda creer, de tu estilo y tu presencia, que es segura tu inocencia. INFANTA: Pues ¿en qué lo echáis de ver? TELLO MOZO: En que cuando estás hablando tienes traidora la risa. INFANTA: Poneos, señor, la camisa; que me estarán aguardando. TELLO MOZO: ¿Cómo te llamas? INFANTA: ¿Yo? Juana. TELLO MOZO: Juana, seamos amigos; que, a no temer los testigos,... Pero venme a dar mañana esa camisa; que agora no me la quiero mudar. INFANTA: (Yo me vuelvo en cas de Aibar.) Aparte TELLO MOZO: Oye. INFANTA: ¡Señora, señora!
Salen LAURA e INÉS
LAURA: ¿Qué es esto? TELLO MOZO: ¿Qué puede ser? ¿No me envías esta moza con la camisa? LAURA: Y retoza la burra en el alcacer.
Habla a la INFANTA
¿Quién la camisa te dio? INFANTA: Inés, señora.
A INÉS
LAURA: Pues di, ¿doyte la camisa a ti, que estaba ocupada yo, y dasla a estotra que apenas ha entrado en casa? INÉS: ¿Qué quieres? ¿Todas no somos mujeres? LAURA: Sí; pero hay malas y buenas, y a ésta puede la ocasión, aunque sea buena, hacer mala. ¿No había Silvia o Pascuala? TELLO MOZO: No tienes, Laura, razón en tenerme en poco a mí, que sabes que tuyo soy. Aunque más culpa te doy en desconfïar de ti; que con el merecimiento nadie se puede igualar. LAURA: Tello, por el mar de amar navega mi pensamiento, y ya sabes tú que celos son las tormentas de amor. TELLO MOZO: Ofendes, Laura, tu honor, y eres ingrata a los cielos. LAURA: Juana, si has de estar aquí, con Tello no has de hablar más; sólo aquello en casa harás que yo te mandare a ti. ¿Haslo entendido? INFANTA: Muy bien, y eso mismo quiero yo. LAURA: Pues esto basta. TELLO MOZO: (Yo no.) Aparte LAURA: ¿Qué dices? TELLO MOZO: Que yo también. LAURA: Entra a mudarte. TELLO MOZO: Ya es tarde. LAURA: No quiero que estés aquí. TELLO MOZO: (¡Ay ojos! ¿Para qué os vi, Aparte si ha de haber quien siempre os guarde?)
Vanse todos menos la INFANTA
INFANTA: Admiración me ha causado el talle y la discreción de Tello; prodigios son y monstruos de un monte helado. Si aquí me hubiera criado, o su igual nacido hubiera, presumo que me pudiera obligar a algún amor; porque he visto en él valor que para un príncipe fuera. No por esta variedad es bella naturaleza; que es dar ingenio y belleza donde falta calidad, error de su indignidad, si en ella le puede haber. ¡Qué estilo de proceder! Pero ¡ay Dios! ¿En qué pensaba? Necia estoy; que quien alaba no está lejos de querer. ¡Cuántos que en las cortes nacen envidiaron el valor de un hijo de un labrador, que ilustre sus partes hacen! O acaso me satisfacen, por ver que a lucir se alienta, donde apenas hay quien sienta; que a quien donde no pensó más que imaginaba halló, cualquier cosa le contenta.
Salen TELLO VIEJO y FORTÚN, labrador
TELLO VIEJO: Mucho me pesa de veros, Fortún, en FORTÚNas tantas. FORTÚN: Fianzas me han puesto ansí. TELLO VIEJO: ¡Qué mal no han hecho fianzas! A muchos he dado hacienda de la que tengo, a Dios gracias; mas no he fiado a ninguno. Pero mirad las mudanzas de la dicha de los hombres; toda vuestra hacienda os sacan con dos dedos de papel, y a mí me escribe esta carta el rey. FORTÚN: Pues ¿a vos el rey? TELLO VIEJO: Llevamos esta ventaja los ricos aun a los reyes, que nos escriben y llaman si tienen necesidad.-- ¿Aquí estás, Juana? INFANTA: Aquí estaba a ver si me mandas algo. TELLO VIEJO: A Tello luego me llama. INFANTA: Perdonad, señor, no puedo; porque me ha mandado Laura que jamás hable con él, pena de perder tu casa. TELLO VIEJO: ¡Qué necios celos! ¡Qué presto! FORTÚN: Si quiere casarse Laura, no los tiene sin razón; que puede dárselos Juana. En casa de Aibar la vi, y es muy honesta. TELLO VIEJO: Eso basta; que tengo por imposible que la honesta yerre en nada.-- Llama a Mendo. INFANTA: Está en el monte. TELLO VIEJO: Pues haz que cualquiera vaya a buscar a Tello luego.
Vase la INFANTA
En fin, de vuestras desgracias tengo, como amigo, pena; y el modo de remediarlas es que os llevéis mil ovejas de la más fértil manada; y, si salís de estos pleitos, y tenéis con qué pagarlas, me las volveréis; si no, quédense, Fortún, por dadas. FORTÚN: Besaros quiero los pies. TELLO VIEJO: Eso para el rey o el papa; que más os debo yo a vos, que me habéis dado la causa para daros las ovejas, que vos a mí con tomarlas.
Salen SANCHO y un labrador con una pelleja, y BENITO
SANCHO: Entra, no tengas temor. BENITO: Más temo aquella cayada que la vara de un alcalde, pues no ejecuta la vara tan presto lo que sentencia. TELLO VIEJO: ¿Qué es eso, Sancho? SANCHO: No es nada. Dice Benito que un lobo le comió ayer una cabra, y aquí te trae el pellejo. TELLO VIEJO: ¡Qué disculpa tan cansada! Júntanse cuatro serranos, la que les parece matan, y ponen la culpa al lobo. Escrito trae en la cara, aunque con poca vergüenza, lo que comió de la cabra. BENITO: No, señor. (En la barriga.) Aparte TELLO VIEJO: Ahora bien; de su soldada se le descuente; que el lobo ni es mi pastor ni es mi guarda. BENITO: Si los perros se descuidan, ¿quieres tú que sólo salga contra animal tan feroz? TELLO VIEJO: No me repliques palabra, que, ¡vive Dios!...
Pégale
BENITO: ¡Ay! FORTÚN: ¡Teneos! Daisme mil ovejas dadas, y ¿en una cabra miráis? TELLO VIEJO: ¿No veis que aquéste me engaña, y vos venís a pedirme?
Salen la INFANTA y TELLO MOZO
INFANTA: Aquí está Tello. TELLO MOZO: ¿Qué mandas? TELLO VIEJO: Tello, el rey me ha escrito. TELLO MOZO: ¿A ti? TELLO VIEJO: ¿Es mucho? ¿De qué te espantas? Veinte mil ducados pide. Parécete que es sin causa? TELLO MOZO: La necesidad te escribe, que la guerra de Navarra y la del moro le aprietan. TELLO VIEJO: Con el moro se trataba darle a Elvira y, como Elvira, la desesperada infanta, --que ansí la llaman los versos que hasta los muchachos cantan-- se mató, como se dice, Tarfe ha juntado las armas de sus amigos, y quiere que del alto Guadarrama la blanca nieve enrojezcan aljubas de seda y grana. Tú has de ir a León. TELLO MOZO: ¿Yo? TELLO VIEJO: Sí; que es digna aquesta jornada de tu persona; que yo, como sabe esta montaña, no entré en mi vida en la corte, ni he visto sus anchas plazas, sus palacios ni sus reyes; pero ninguno me gana en el amor y lealtad. TELLO MOZO: Pues ¿a qué quieres que vaya? TELLO VIEJO: Besarás la mano al rey, y llevarásle una carta con cuarenta mil ducados; los veinte que el rey me manda y veinte que yo le doy. TELLO MOZO: ¡Veinte mil veces bien haya tu condición generosa! TELLO VIEJO: Tello ¿su hacienda no gastan los hombres por sus amigos, o se pierden por fïanzas? Pues ¿qué amigo como el rey? Oye aparte.
Hablan aparte los TELLOS
TELLO MOZO: ¿Qué me mandas? TELLO VIEJO: ¿Tienes aquel vestidillo con que ir a León pensabas cuando yo te lo estorbé?) TELLO MOZO: Sí, señor. TELLO VIEJO: Para que vayas con él; porque no gastemos en hacerte nuevas galas. TELLO MOZO: Gracia tiene. Das al rey tanto dinero, y ¿reparas en un vestidillo mío? TELLO VIEJO: Luego ¿con el rey te igualas? Vamos, Fortún, y ayudadme a contar este oro y plata. FORTÚN: A la fe, que como vos pocos montañeses nazcan.
Vanse todos, menos TELLO MOZO y la INFANTA
TELLO MOZO: Espera, Juana. INFANTA: ¿Qué quieres? TELLO MOZO: Hablarte media palabra. INFANTA: Y ¿si la dices entera? TELLO MOZO: Si la digo, que no valga. INFANTA: Di presto. TELLO MOZO: Tus bellos ojos me tienen cautiva el alma. INFANTA: Más has dicho de catorce. Vete, que nos mira Laura; que yo te hablaré después. TELLO MOZO: Por la primera esperanza beso tu mano mil veces; que, a la fe, que yo te traiga de León... INFANTA: Quedo, ya viene.
Vase TELLO MOZO
¡Qué necio amor me amenaza!
Sale MENDO con unas alforjuelas
MENDO: Pues yo no pierdo el juicio, no sé para qué le aguarda alguna poca prudencia o alguna mucha ignorancia. Cavando estaba en el monte cuando a los pies de una zarza me descubre el azadón tanto bien, riqueza tanta, que vengo fuera de mí. Esta vez conquisto a Juana... ¿Qué es a Juana? ¡Voto al sol, que si estrellas fueran damas, que alcanzara las estrellas! Ella está aquí. INFANTA: ¿De qué tratas, Mendo, en tu imaginación? ¿Qué tienes, que a solas hablas? MENDO: Yo, Juana, tengo mil cosas en qué pensar. INFANTA: Los que andan con el ganado en los montes, o en las viñas con la azada, ¿tienen que pensar? MENDO: A veces cosas por los hombres pasan que obligan a pensamientos y a tratar en cosas altas. No es todo lo que parece y, si de ti me fïara, yo te dijera... INFANTA: ¿De mí tienes tú desconfïanza? MENDO: Eres mujer. INFANTA: Las mujeres mejor los secretos guardan que los hombres. MENDO: A ser cierto, pocas hubiera preñadas. Mas, porque en algo me tengas, ya que con desdén me pagas, sabe, Juana, que soy hijo de un gran señor de Alemania que, pasando en romería a Santiago desde Francia, me dejó en cierta señora. Crïéme en esta montaña, sabiendo sólo el secreto una labradora honrada que tiene toda mi hacienda. Si por dicha fueras, Juana, bien nacida como yo, tal estoy que me casara contigo; pero no es justo que, si eres de gente baja, eche a perder mi linaje. INFANTA: Soy tan nueva en esta casa, Mendo, que yo no conozco, hasta que el trato lo haga, ni los cuerdos ni los locos, ni los humores que gastan. ¿Que tú eras loco? MENDO: ¿Yo loco? INFANTA: Pues tú, ¿señor de Alemania? MENDO: Del marqués Pierres soy hijo; y ya que el amor me manda descubrirte mi secreto, advirtiendo que si hablas serás causa de mi muerte, quiero que te satisfagas de que es verdad lo que digo. INFANTA: ¡Con qué locuras me engañas! MENDO: ¿Míranos alguien? INFANTA: Ninguno. MENDO: Pues sólo en aquesta caja tengo...
Muestra la de las joyas de la INFANTA
INFANTA: (¡Ay Dios! ¿Qué es lo que veo?) Aparte MENDO: ...piedras y joyas tan raras que puedo comprar la hacienda de Tello. INFANTA: Una sola basta. MENDO: Pues mira. INFANTA: Qué hermosas joyas! MENDO: Pues tuyas serán si callas. Casarémonos los dos, aunque me ha dicho mi ama que por los caniculares ningún discreto se casa. Mas no importa, yo soy mozo. INFANTA: (Aquí es ocasión que valga Aparte la industria a la buena dicha.) Mendo, yo no imaginaba que eras hombre de valor; pero por la confïanza que has hecho de mí, yo quiero pagarte con otra tanta. No es la infanta de León mejor que yo; historias largas quieren tiempo; bien sé yo que en nobleza no me igualas. Con más espacio hablaremos. Pero mira que no traigas tan públicas esas joyas, y que yo podré guardarlas. MENDO: Hablémonos esta noche; que yo haré lo que me mandas. INFANTA: No me tengo de ir sin ellas. MENDO: Jura que no dirás nada. INFANTA: A mí me importa. MENDO: Pues toma, y dame esa mano blanca. INFANTA: ¿Qué puedo negarte, Mendo? MENDO: ¿Quiéresme? INFANTA: ¿No es cosa clara? MENDO: ¿Mucho? INFANTA: Y más que mucho. MENDO: ¡Ay cielos! ¡Víctor, Mendo! INFANTA: Víctor, Juana!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Los Tellos de Meneses, Primera Parte, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002