ACTO TERCERO


 
Salen FABRICIO y don TELLO, indiano, y JULIO, lacayo
FABRICIO: Éste, don Tello, es Madrid, cuya alma, cuando expiró su cuerpo, se la llevó el cielo a Valladolid. Este lugar es aquél que alababa en Sevilla por única maravilla. TELLO: ¡Qué majestad vive en él! Desde Lima hasta la Habana y desde Cádiz aquí, lugar más bello no vi. ¡Qué calle, espaciosa y llana! ¡Qué edificios! Qué alegría! FABRICIO: Cuarenta años huésped fue de la corte. TELLO: Bien se ve que aposentarse podía FABRICIO: Por el camino te dije que entre el bien que le ha quedado es cierto mozo heredado, que por su gusto se rije, donde es la conversación de la gente del lugar, y que le has de visitar. TELLO: Por eso y porque es razón digo que le quiero ver, y le soy aficionado por lo que de él me has contado. FABRICIO: Si aquí te has de entretener mientras a la corte vas, no hay dónde puedas mejor, porque, fuera de su humor, notables cosas verás. Aquí hay juego, aquí comedias, aquí esgrimas y valentía; la música todo el día y noches que llaman medias. Aquí viene el alcagüete, la dama busca al galán, aquí los celos se dan, aquí se muestra el billete. Canonizan de discreta a la que está en buen conceto, aquí registra el soneto el siempre pobre poeta. Aquí se trata de Flandes, hay nuebas de todo el mundo, y de él y del mar profundo se cuentan mentiras grandes. Aquí, en efeto, verás un oráculo de Apolo y un mozo que gasta él solo por cuatro grandes y aun más; sólo entiende en hacer gusto a cualquiera que conoce. TELLO: Mil años el humor goce, y que los viva es muy justo. Llévame, por vida tuya, a ese exemplo de amistad, que es mucho que en esta edad conozca el mundo la suya. Muchos amigos tendrá. FABRICIO: No falta un hombre en Madrid. TELLO: ¿Es noble? FABRICIO: Vendrá del Cid mientras gasta. TELLO: Sí, vendrá. FABRICIO: Si los que tienen dineros los dan en toda ocasión, ¿quién no jurará que son hidalgos y caballeros? TELLO: Dices bien; sólo el tener es la perfeta hidalguía, porque el dar es cortesía que está llamando a querer. ¿Está muy lejos su casa? FABRICIO: Antes estamos en ella. TELLO: Hermosa portada. FABRICIO: Es bella; todo aqueste balcón pasa a la otra parte que ves. Milagro es estar cerrada, porque es de todos posada y casa de todos es. ¡Válame Dios! ¿A estas horas? ¿Si se ha mudado de aquí? ¡Ah de allá!
Sale GALINDO, mul triste, en lo alto
GALINDO: ¿Quién está ahí? TELLO: Pienso que la casa ignoras, que a ser de conversación, agora estuviera abierta; tal voz y cerrar la puerta, señas de tristeza son. Llama tú, julio. JULIO: Parece de las ya desamparadas; responde a las aldabadas eco, y la casa estremece. GALINDO: ¿Quién está ahí? JULIO: Aquella voz debe de ser de algún duende. FABRICIO: Ya de más cerca se entiende. TELLO: Torna a tocar. FABRICIO: Da una coz.
Más alto
GALINDO: ¿Quién llama? ¿Quien está ahí? FABRICIO: ¿Es Galindo? GALINDO: El mismo soy. FABRICIO: ¿Que tienes? GALINDO: Enfermo estoy, FABRICIO: ¿No vive tu amo aquí? GALINDO: Hay gran mal. FABRICIO: ¿De qué manera? GALINDO: Luego que a Sevilla fuiste, que pienso que me dijiste entonces que te ibas fuera, sobre dar un bofetón Feliciano a una mujer, quiso Ricardo poner la mano el él a traición; mas súpolo Feliciano, y desde allí a pocos días, poniendo a Ricardo espías, le asentó tan bien la mano que se partió de esta vida para dárnosla tan mala que solamente la iguala alguna en Árgel sufrida. Prendieron a mi señor, y apretáronle de suerte que el escapar de la muerte fue del dinero el favor; del cual tanto se ha gastado que estamos los dos en cueros, porque, en faltando dineros, los amigos han faltado. Mas quando salir quería, por concierto de la parte, forzándola a que se aparte con lo que quedado había, por no sé cuántas fïanzas de gran suma le embargaron, porque sus dueños quebraron, rompiendo sus esperanzas. No le quedó de su hacienda cosa que no está perdida, embargada, o consumida, o que a desprecio se venda. Hasta la casa que ves dicen que hoy han de tomar, en acabando de echar un colchón y dos o tres sillas que nos han quedado y la mesa del tinelo. FABRICIO: ¡Desventurado mozuelo! ¡Jesús, en lo que ha parado! ¿Y está preso? GALINDO: Y de manera falto de todo favor que del amigo mayor ni le tiene ni le espera. Todos se le han retirado, un hombre no le visita, y el triste al pródigo imita, que aun no le falta el ganado, porque se le han atrevido chinches, mosquitos, pïojos, que le comen a los ojos las carnes desde el vestido. TELLO: Movido me ha a compasión. FABRICIO: Quisiérale remediar; yo le veré si ay lugar que es mi amigo, y es razón. Digo lugar, porque vengo con aqueste hidalgo indiano, que es en amistad hermano, y como huésped le tengo. Galindo, adiós. GALINDO: Si podéis, pues es de hombres principales, acordaos de dos mil reales que a buena cuenta tenéis. FABRICIO: Yo haré lo más que pudiere Buen Galindo, adiós. GALINDO: Adiós
Vase GALINDO
TELLO: ¿Qué, éstos son aquellos dos? ¿Quién hay que en el mundo espere? FABRICIO: Por Dios, don Tello, que es justo que así los castigue el cielo. ¡Bueno es que viva un mozuelo con las leyes de su gusto! ¡Que dé como un gran señor, que triunfe, gaste y que estrague la juventud! ¡Muera, pague! TELLO: Favorecerle es mejor. FABRICIO: Favorézcale el que puede; dejemos melancolías y pasemos estos días, que el tienpo alegres concede, con buena conversación. ¡Pesia tal, qué grande olvido! Si éste está preso y perdido, habrá una linda ocasión. TELLO: ¿Cómo? FABRICIO: Sabed que servía una cierta Dorotea, que es Naturaleza fea con ella, en la opinión mía; discreta, pícara, grave, decidora, limpia, vana, cuanto en una cortesana de Plauto o Terencio cabe. Por Dios que la habéis de ver, que está rica de este loco, y esto de indiano es un coco que espanta a cualquier mujer. Yo os quiero ser buen tercero. TELLO: Y yo quiero regalarla, si es tal, que pueda ocuparla un mes mi gusto y dinero. No haré yo los desatinos de su galán; mas daré lo que baste, que bien sé las ventas de estos caminos; que este mozo me declara y da ejemplo en los amigos, que a los gustos son testigos, y al pesar vuelven la cara. FABRICIO: A su casa hemos llegado. Clarilla sale al portal. TELLO: ¿Qué es Clara? FABRICIO: Un claro cristal de aquel ángel luminado.
Sale CLARA
¡Clara mía! CLARA: ¡O, mi Fabricio! Seas bien venido. FABRICIO: Creo que merece mi deseo ese cortesano indicio. CLARA: ¿De dó bueno? FABRICIO: De Sevilla CLARA: Gran tierra. FABRICIO: No tiene igual. Diz que hay por acá gran mal. CLARA: ¿Mal, por tu vida, en la villa? FABRICIO: ¿Tan olvidada estás ya de Feliciano? CLARA: Ya, hermano, murió en casa Feliciano; luego muere el que no da. FABRICIO: ¡Qué! ¿Está preso? CLARA: Y tan perdido que no hay hombre que le vea.
Hablan FABRICIO y CLARA aparte
FABRICIO: ¿Y cómo esta Dorotea? CLARA: Quiero decir que has venido. Pero dime tú primero, ¿quién es quien viene contigo? FABRICIO: Es un indiano, mi amigo, muy rico y muy caballero, a quien hemos de poner como queda Feliciano, que es una bestia el indiano y adora en qualquier mujer. CLARA; Pues, Fabricio, si este pez nos trujeses hasta el cebo, porque parece algo nuevo, quedará como una pez, y tú no lo perderás; voy a hablar con Dorotea.
Vase CLARA
TELLO: Haz que esta Clara lo sea porque se declare más. FABRICIO: ¿Qué claridad, pues afirma que está sin moros la costa? TELLO: Di que vengo por la posta, que el hábito lo confirma, porque no tome de asiento mi amor, como escribanía. FABRICIO: En viendo su bizarría, te dará extraño contento. TELLO: ¡Qué presto sale! FABRICIO: Es discreta y no es música en rogar. JULIO: Tal Clara la fue a llamar. TELLO: ¿Qué hay, Julio? JULIO: ¡Linda estafeta!
Salen DOROTEA y CLARA
DOROTEA: Acá me obliga a salir Clara; seáis bien venidos. JULIO: (¡Qué de bajeles perdidos Aparte aquí se deben de hundir!) FABRICIO: Vos seáis muy bien hallada, que ya con el bien que estáis en lo gallardo mostráis...
Hablan aparte FABRICIO y don TELLO
¿No es bizarra? TELLO: Es extremada. FABRICIO: Partí por acompañar al señor don Tello. DOROTEA: ¿A quién? TELLO: A quien os da el parabién de la flor de este lugar. FABRICIO: De Sevilla habrá ocho días; quiso ver aquesta villa y a vos, que sois maravilla suya. JULIO: (¡Qué lindas harpías!) Aparte DOROTEA: ¿Yo maravilla, Fabricio? ¡Maravíllome de ti! Don Tello habrá visto en mí... JULIO: (Que le quitará el jüicio, Aparte después de muchos doblones.) DOROTEA: ¡Qué injustamente me estima vuestra opinión! TELLO: Hasta en Lima, en antárticas regiones, dicen que el tiempo no alcanza lima que pueda romper prisiones de tal mujer, si no la da su mudanza y que sois de la hermosura reyna y de la discreción. DOROTEA: ¿Qué allá tengo esa opinión? ¡Válame Dios, qué ventura! TELLO: Harto más lo será mía, si vos me queréis mandar. DOROTEA: Ya es tarde, hay poco lugar, que es cerca del medio día. Venidme a la tarde a ver. FABRICIO: ¿Para qué nos hemos de ir? DOROTEA: Pues ¿en qué os puedo servir? FABRICIO: Merced nos podéis hacer. Cuando en cas de un gran señor se hallan... DOROTEA: Quedo, ya entiendo. Comida están previniendo, y tendrélo a gran favor; pero no sé si es bastante. TELLO: Julio, toma este dinero. Serás oy mi dispensero. JULIO: Traeré asado un elefante. DOROTEA: Entrad entretanto a ver la casa. TELLO: ¡Qué limpia y fresca!
Hablan DOROTEA y FABRICIO aparte
DOROTEA: ¿Es de provecho esta pesca? FABRICIO: Un Feliciano ha de ser. DOROTEA: ¿De dónde es? FABRICIO: De este lugar, aunque desde niño falta; ten la caña firme y alta, que es barbo de allende el mar.
Vanse todos y sale FELICIANO, en hábito pobre
FELICIANO: Cárcel, prueba de amigos y venganza, como dicen, de tantos enemigos, que bastaba decir prueba de amigos, si un preso y pobre algún amigo alcanza. Si es falsa hasta las trojes la esperanza, díganlo el tiempo y mis granados trigos, pues eran todos de mi bien testigos cuando estaban mis cosas en bonanza. Como otro Job me veo perseguido, y aun mucho más; porque si Job vivía en aquel muladar tan abatido, no vio la cárcel, que de sólo un día que hubiera sus desdichas conocido, trocara su pacienzia por la mía.
Sale GALINDO
GALINDO: Todo va de mal en mal, por no decir en peor. FELICIANO: ¡Galindo! GALINDO: Por Dios, señor, que es la desvergüenza igual; hablo a muchos a quien diste caballos, joyas, vestidos, y tápanse los oídos al eco de tu voz triste; no hay hombre que dé un real, ni aun una buena respuesta. FELICIANO: Prueba de amigos es ésta, pero todos prueban mal; cuando en mi casa tenía dineros, bullicio, juego, ¡qué humilde que andaba el ruego y la adulación servía! ¡Qué de amigos me sobraban! ¡Qué lisongero tropel! ¡Qué de moscas a la miel del dinero se allegaban! Entonces era yo bueno, entonces era yo honrado. ¡Qué truje de gente al lado! ¿Que mesón se vio más lleno? Parecí mesón en feria; ya la feria se acabó, y solamente quedó la casa con la miseria. ¿No responden esos hombres a mis papeles siquiera? GALINDO: Tres traigo; mas no quisiera que leyeras ni aun sus nombres, que son muy grandes... FELICIANO: No digas de nadie mal en ausencia. GALINDO: Hazte santo, ten paciencia. FELICIANO: ¿Qué quieres? Han sido hormigas; a la parva se llegaron lo que el agosto duró; cargaron de lo que yo les di, y en mi casa hallaron. Murióse el fuego en la fragua, y entrando el invierno fiero, cada cual en su agujero se cerró, temiendo el agua. Yo soy madera de toros, que estoy en el suelo echada porque es la fiesta pasada. GALINDO: Arrojabas fluxes de oros como si fueras fullero; mas, como el ganar cesó todo mirón se acogió con parte de tu dinero. Ésta lee que es de Evandro FELICIANO: Ésta leo que es de quien recibió de mi harto bien. GALINDO: Tú fuiste, en necio, Alejandro.
Lee
"A nadie de los amigos de vuesa merced a cabido tanta parte de su desgracia. Las que estos días he tenido, no me han dado lugar de enviarle lo que pide, ni a visitarle mis ocupaciones; si me acudieren, lo haré como lo debo. Dios le dé libertad a vuesa merced. Evandro." FELICIANO: ¿Qué te parece? GALINDO: Muy mal; yo no tengo de mentir. FELICIANO: ¡Qué aquesto pueda escribir un hombre tan principal! A éste di cuanto tenía, regalé, estimé y amé; quien esto que pasa ve, necio será si confía. GALINDO: Lee aquesto de Tancredo, que de la cárcel sacaste cuando la vida salvaste. FELICIANO: Tal estoy que apenas puedo.
Lee
"Galindo me dio el de vuesa merced y representó su necesidad; pero es tanta la mía, y están mis cosas en disposición, que escribo esto mismo a personas que me deben, de quien, en cobrando, acudiré como es mi obligación. Tancredo." ¿Puédese aquesto sufrir? ¿Puédese en el mundo hacer? GALINDO: Muy bien se puede leer, pues que se pudo escribir. FELICIANO: ¡Que vine en persona yo a la cárcel y saqué de ella este hombre, y que me ve en ella, y esto escribió! GALINDO: ¡Pardiós!, si ese no es tacaño, yo estoy agora echo un cuero. FELICIANO: Ya te he avisado primero que hables bien. GALINDO: No seas extraño ni te hagas santurrón, que el perro muerde con rabia. FELICIANO: Mal hace el que ausente agravia a los que tan buenos son. GALINDO: Por los pïojos yo sé que no lo dices, que es gente que siempre muerde al presente, aunque a veces no lo ve. ¡Pardiós, que estás hecho un santo! Lee este papel. FELICIANO: ¿De quién? GALINDO: De Oliverio. FELICIANO: ¡Qué de bien me debe! GALINDO: Haráte otro tanto.
Lee
"Bueno fuera haber guardado para las necesidades como ésta. Dios quiere que vuesa merced pague sus locuras, y que le sirvan de escarmiento la prisión y la necesidad, que son los dos verdugos de su justicia. Él quiera que se enmiende y le guarde para que imite el buen padre que tuvo. Oliverio." FELICIANO: Éste, Galindo, confieso que casi, casi me obliga a que atrevido le diga... GALINDO: ¿Quién tendrá con esto seso? Habla, di, quéjate al cielo de estos amigos fingidos. FELICIANO: A sus divinos oídos de estas sentencias apelo; y si no considerara que toma por instrumento de mi castigo y tormento su desvergüenza tan clara, dijérale lo que he hecho por éstos que me han dejado. GALINDO: ¿El haberlos obligado te ha sido de este provecho? ¡Ah, traidores! FELICIANO: Dios maldice de hombre que en hombre fía. ¡Qué un hombre no entre aquí un día, de muchos a quien bien hice! ¿Hay tal crueldad en el mundo? ¿Hay tan fiera ingratitud? GALINDO: ¿Qué dirás de la virtud de otro Bellido segundo, de otro Aquila y más infame? FELICIANO: ¿De quién dices? GALINDO: De Fabricio, que, tras tanto beneficio, no sé qué nombre le llame. FELICIANO: Pues ¿está aquí? GALINDO: De Sevilla ha venido FELICIANO: ¿Cierto? GALINDO: Cierto. Con un don Tello, o don Tuerto, indiano, aunque de esta villa; veníase a entretener a casa; contéle el cuento de tu extraño perdimiento... FELICIANO: ¿Y ofrecióse? GALINDO: A no te ver. FELICIANO: ¡Válame Dios! GALINDO: ¡Qué! ¿Te espantas que los dos mil reales niega? FELICIANO: 0 el tiempo conmigo juega, o testimonios levantas. GALINDO: Yo te he dicho la verdad. FELICIANO: Hombres, quien tiene un amigo bueno, mire lo que digo. Conserve bien su amistad.
Sale ALBERTO, procurador
ALBERTO: Albricias puedes darme. FELICIANO: Buenas sean, que yo las mando tales. ALBERTO: Ya la parte se ha concertado y se ha bajado. FELICIANO: El cielo te pague, Alberto, beneficio tanto. GALINDO: Si algún procurador, si algún causídico merece estatua en bronce, en mármol paro, sois vos, Alberto; y mientras tenga vida, Galindo cantará vuestra alabanza. FELICIANO: ¿En cuánto este concierto habemos hecho? ALBERTO: En quinientos ducados. GALINDO: ¡Oxte, puto! ALBERTO: ¿Eso te espanta? Yo lo juzgo poco. GALINDO: Si fuera en aquel tiempo felicísimo que reinaba el dinero y la Bambarria y se daba a rameras y alcagüetas lo que agora lloramos en las cárceles, no dices mal, Alberto; pero agora, ¿adónde se hallarán quinientos nísperos? ¿Quién nos los ha de dar? ¿Qué son al justo cinco mil y quinientos, niños todos de a treinta y quatro años. ALBERTO: ¡Eso dices! ¡Cómo! ¿No habrá de solos remanentes de una hacienda tan grande más dinero? GALINDO: No le ha quedado cera en los oídos, están todas las cosas empeñadas, mil tercios recibidos sin cumplirse; todo hurtado, perdido y de manera que a las calzas parece nuestra hacienda del escudero de Alba, que al callárselas, el sólo y sólo Dios las entendían. ALBERTO: Pues remedio ha de haber. FELICIANO: Vamos, Alberto, que quiero dar un tiento a Dorotea, prometiéndole darle mil ducados, porque me preste agora estos quinientos. ALBERTO: Escríbele un papel. FELICIANO: Tú también habla de camino a Fabricio. GALINDO: ¡Dios los mueva! Mas cree que ara el viento y siembra en agua quien bien espera, advierte lo que digo, de muger baja y de fingido amigo.
Vanse, y salen con mantos CLARA y DOROTEA, FABRICIO y don TELLO
DOROTEA: Ésta es la Calle Mayor. TELLO: ¿Es lejos la Platería? DOROTEA: No, mi señor. TELLO: Reina mía, poco a poco el mi señor.
Hablan aparte FABRICIO y CLARA
FABRICIO: Gatazo le quiere dar al indiano Dorotea. CLARA: Pues antes que la posea dineros le ha de costar; pensó que tras la comida se le esperaba esa fiesta. FABRICIO: Calle de amargura es ésta; tiembla aquí la cortesía. Mirando va los manteos. Alguno le ha de pedir. CLARA: ¡O, qué mal sabes medir dos entendidos deseos! Ella el suyo ha conocido, y él juega ya de picado; en más estará empeñado, pasar tiene del vestido. Yo te digo que le hable en su lenguaje. FABRICIO: Eso ignoro. CLARA: Pedirá al que trata en oro, oro. FABRICIO: El indiano es notable, porque se precia de agudo, y le han de dar por el filo. CLARA: ¿Ya no sabes tú el estilo de este medusino escudo? Transformaréle en su gusto. FABRICIO: Será piedra si ella es piedra. CLARA: Quien éstas sirve no medra, sino pobreza y disgusto. FABRICIO: ¿Pues tú lo dices ansí? CLARA: Sábeme bien murmurar. TELLO: ¿No acabamos de allegar? DOROTEA: ¿Es lexos? TELLO: Señora, sí; grande es Madrid. DOROTEA: Y espacioso. TELLO: De espacio estaré yo en él, si vos no me sois crüel, que soy tierno y soy celoso. DOROTEA: Hay en las Indias Amor mucho más que por acá que hay mucha verdad allá y no hace poco calor; que, como es niño y desnudo y amigo de oro, he pensado que a las Indias se ha pasado.
Sale GALINDO
GALINDO: Aquéstos son, ¿qué lo dudo? Qué habrán, después de comer, bajado a la platería. Basta, que Fabricio es guía. ¿Qué queda ya que temer? ¡Oh, traidor! ¿No te bastó negar la deuda debida a quien te diera la vida cuando la hacienda te dio, sino que a la misma dama de tu amigo traes galán? FABRICIO: Hacia los plateros van. CLARA: Hallarán joyas de fama, que aún eso tiene de corte. GALINDO: Quiérolos llegar a hablar, mientras da el tiempo lugar que a este vil los pasos corte. ¡Oh, señor Fabricio! FABRICIO: Clara, Galindillo nos ha visto. CLARA: ¿Qué temes? FABRICIO: Quedar malquisto, si esto a su señor declara. CLARA: Jamás estimes perder hombre que esté tan perdido, ni temas al ofendido cuando no puede ofender. Pues, Galindo, ¿dónde bueno? GALINDO: Vengo a pedir a Fabricio la paga de un beneficio de que él pienso que está ajeno; suplícale mi señor le dé los dos mil reales que, de ocasiones iguales, le quedó una vez deudor; que a su padre le llevaban preso, y él por él los dio. FABRICIO: No pensaba entonces yo que dádivas se pagaban; y si lo dado de gracia se pide, págueme a mí lo que le ayudé y serví. Si ya estoy en su desgracia, malas noches que pasé en invierno y en verano tras su pensamiento vano. GALINDO: Basta; yo se lo diré. FABRICIO: Lo que da, muy caballero para fama voladora lo pide en secreto agora. ¡Gentil trete de escudero! GALINDO: Paso, Fabricio leal; los presos, presos estén; ya que no le haces bien, no es justo que digas mal. FABRICIO: ¿No le daba una cadena, y por ser tan fanfarrón no la tomó? CLARA: Cosas son, Galindo, que el tiempo ordena. Si Feliciano se holgó, escote aquellos placeres. GALINDO: Demonios sois las mujeres. CLARA: ¡Demonios! Alguna no. GALINDO: Que como él hace pecar y luego culpa al que peca, así la mujer se trueca desde el placer al pesar. Hablar quiero a Dorotea. CLARA: No vas a buena ocasión. GALINDO: Si tiene luz de razón, cualquiera es bien que lo sea. A tu casa iba a buscarte, Dorotea, este papel de quien un tiempo con él quisiera el alma envïarte. ¡Así las cosas se mudan! DOROTEA: ¿Qué quiere aquí tu señor? GALINDO: Dirálo el papel mejor, ya que tus ojos lo dudan.
Lee
"La parte se a bajado de la querella por quinientos escudos; yo estoy tan pobre que hoy no tengo qué comer; o ellos, o parte de ellos, te suplico me prestes para salir de la cárcel, que dentro de dos meses te ofrezco mil por ellos por ésta firmada de mi nonbre. Feliciano." DOROTEA: ¡Gracia tiene el papelillo! TELLO: ¿Quién es éste? DOROTEA: Un cierto preso. TELLO: ¡Quinientos! DOROTEA: Está sin seso. Dile que me maravillo que tenga este atrevimiento; pero que cuando perdió el seso, no le quedó vergüenza mi sentimiento; dile que no soy mujer que pecho a ningún galán, que otras mil se los darán, si es que lo saben hacer; y no te burles, Galindo, en venir con esto aquí, no piense nadie de mí que a dar a nadie me rindo, que haré que te cueste caro. GALINDO: ¿Es dar a quien tanto dio, género de afrenta? DOROTEA: No; mas lo que es no lo declaro. GALINDO: ¿A quien te dio tanta hacienda tratas así? DOROTEA: Dile, hermano, que te venda Feliciano, si ya no tiene otra prenda, pues te precias de leal. GALINDO: ¡Pluguiera a Dios que pudiera, y que en tanto me vendiera que remediara su mal! DOROTEA: Lo que se da a las mujeres nadie lo piense cobrar. ¡Basta! ¡Qué! ¿Queréis comprar de balde nuestros placeres? ¡Basta! ¡Qué! ¿Os parece poco lo que nos cuesta agradaros? Pues, ¿habemos de tornaros lo que nos dais? GALINDO: ¡Estoy loco! DOROTEA: Dinero dado a mujer es echar hacienda al mar, que el bien se puede aplacar, mas no la puede volver; tenéis buen tiempo y coméis la mitad de lo que dais, y luego entero cobráis lo mismo que dado habéis. Ven, don Tello, por aquí; sígueme, Clara, también. TELLO: (Tú respondiste muy bien, Aparte y no muy bien para mí. ¡Yo os conozeré, por Dios!) DOROTEA: ¿Qué dizes? TELLO: Que voy contigo.
Vanse don TELLO, DOROTEA, CLARA y FABRICIO
GALINDO: ¡Qué buena dama y amigo! Para en uno son los dos. ¡Ah, falsa! ¡Plega a los cielos que llegues a tal edad con la misma liviandad, que mueras de rabia y celos; seas vieja enamorada de un mozo tan socarrón que le pagues a doblón la coz y la bofetada! ¡Plega al cielo que al espejo te mires un diente solo, y más que luces el polo arrugas en el pellejo! ¡Plega a Dios que estés tan calva que nadie te pueda asir, y que no puedas decir a nadie, "La edad me salva"! ¡Plega a Dios que aquel indiano sea algún fino ladrón que robe en esta ocasión cuanto te dio Feliciano!
Vase GALINDO Salen FAUSTINO, viejo, y LEONARDA
FAUSTINO: ¿No me dirás a qué efeto tantas joyas has vendido? LEONARDA: Para algún efeto ha sido; pero es agora secreto. Id con Dios, tío, y callad, que a la noche lo sabréis. FAUSTINO: Mucho erráis cuantos ponéis el gusto en la voluntad; si supiera que querías traerme por tu fïador, y que joyas de valor tan a desprecio vendías, no dudes que no viniera contigo de ningún modo. LEONARDA: Juzgaras que es poco todo cuando mi intención supiera. Vete con Dios. FAUSTINO: Plega a Dios que no resulte en tu daño. LEONARDA: Vos veréis que no os engaño. FAUSTINO: Adiós. LEONARDA: Él vaya con vos.
Vase FAUSTINO
He visto a Galindo allí, y estábame deshaciendo. Darle la caja pretendo con el papel que escribí. Quiero taparme.
Tápese con el manto
¡Ah, galán! GALINDO: ¿Llamáisme? LEONARDA: Sí. GALINDO: ¿Qué queréis? LEONARDA: Que a Feliciano le deis ciertas cosas que aquí van. ¿No sois su crïado vos? GALINDO: El mismo. LEONARDA: Dadle esa caja. GALINDO: Mucho pesa. LEONARDA: No es de paja. Galindo, adiós.
Vase LEONARDA
GALINDO: Dama, adiós. ¿Es aquesto encantamento? Mucho el rostro me escondió. ¿Si veré lo que me dio? Pero será atrevimiento. Y viene la caja atada; mejor es llevarla presto. ¡Divinos cielos! ¡Qué es esto? Mas era mujer, no es nada.
Salen FELICIANO, preso y LISENO, caballero
FELICIANO: Hízeos llamar con este pensamiento, y que sobre ese juro me prestásedes los quinientos ducados que suplico; que si de la prisión por vos saliesse, no lo dudéis de que en mayor os quedo. LISENO: Feliciano, si fuera en Madrid nuevo lo que yo suelo hacer por mis amigos, yo os diera aquí satisfaciones largas; pero, como es notorio, las excuso. A Tancredo sacastes de la cárcel, a Rodolfo y Albano; ¿cómo os niegan lo que es tan justo al beneficio mismo? FELICIANO: Por la misma razón pensé obligaros; que, si no de la cárcel, de otras cosas, si la necesidad es harta cárcel, os he sacado yo cuando lo tuve. LISENO: Y yo, si lo tuviera, os acudiera. FELICIANO: Dadme doscientos reales solamente para el procurador que anda en mis pleitos, que he pagado estos días tres fïanzas. LISENO: No los tengo, por Dios, que estoy tan pobre que me presta un amigo, y aun pariente, para lo que es el gasto de mi casa. FELICIANO: Dadme un doblón siquiera, que yo os juro que desde ayer no ha entrado ni un bocado de pan en esta boca que en su vida negó cosa que nadie le pidiese. LISENO: Aquí traía cosa de ocho reales; éstos tomad, y el cielo, hermano, os libre, que sabe Dios lo que me pesa.
Vase LISENO
FELICIANO: ¡Ah, cielos! ¡A un hombre como yo dan ocho reales! ¡Ocho reales le faltan a quien tuvo no ha siete meses treinta mil ducados! Ved qué se cuenta más del mismo ródigo, de Cómodo, Nerón y de Heliogábalo. ¡Ay, si sirviese mi lloroso ejemplo de espejo a los mancebos que me miran, y se guardasen de mujeres tales y de tales amigos!
Sale GALINDO
GALINDO: No lo digas de burlas. FELICIANO: ¡Oh, Galindo! ¿Aquí escuchabas? GALINDO: Oyendo estaba tus lamentaciones, de que colijo que ninguna cosa hizo por ti Liseno. FELICIANO: Sobre el juro le pedí los quinientos; pero mira en qué se resolvió.
Enseñándole los ocho reales
GALINDO: ¡Qué! ¿Esto te ha dado? Guárdale, y clavarémosle a la puerta con una letra alrededor que diga, "Barato que me ha dado la Fortuna de treinta mil ducados que he jugado con los amigos falsos que se usan." FELICIANO: Bien dices; pero dime, ¿qué responden Fabricio y Dorotea? GALINDO: Entrambos dicen casi una cosa misma. FELICIANO: ¿Estaban juntos? GALINDO: Sí; que, para pagarte el beneficio de librar a su padre de la cárcel, sirbe ya de llevar a Dorotea galanes que la sirvan y han comido todos, que, según supe, era un indiano; Fabricio dice que le diste dados los dos mil reales, y que agora pides lo que le distes entonces por fanfarria. Dorotea responde que los hombres quieren cobrar de las mujeres luego aquello con que compran sus placeres. Que no da nada, y que me guarde. FELICIANO: Dice muy bien, guárdate de ella. ¡A Dios pluguiera que me guardara yo! GALINDO: Luego, tras esto, me dio cierta mujer aquesta caja, que pesa como plomo aunque es pequeña; quísela abrir y, por llegar más presto, ni sé lo que él envía ni yo traigo. FELICIANO: ¡Caja! ¿Qué dices? GALINDO: Ábrela y veráslo. FELICIANO: Corto el cordel que la cubierta enlaza. ¡Quedo, por Dios, que todos son escudos! GALINDO: ¡Salto, baylo! ¡Jesús! FELICIANO: ¡Suceso extraño! GALINDO: Déjamelos besar. FELICIANO: ¡Quedo, Galindo! No se te quede alguno entre los labios, porque son pegajosos como obleas. GALINDO: Éstos sí que podrán llamarse amigos. FELICIANO: Aquestos son amigos verdaderos. ¿Quién será esta mujer? GALINDO: Yo sospechara que era Leonarda, a estar mejor contigo; mas dicen que trataba de matarte. FELICIANO: ¿Leonarda? ¡Necio! ¿En eso piensa agora, que está amolando espadas, previniendo escopetas con pólvora secreta, conficionando hechizos y venenos para darme la muerte? Ven, contemos, donde nadie nos vea, estos escudos. GALINDO: ¡O, amigos verdaderos, aunque mudos!
Vanse y salen JULIO y tres ladrones: FRISO, CORNELIO, y LERINO
JULIO: Las armas prevenid todos. Pues ya la noche se cierra. FRISO: Yo no sé bien de esta tierra, Julio, las trazas y modos. ¿Hay ronda? JULIO: Agora es temprano. LERINO: ¿Y es ésta la casa? JULIO: Sí. LERINO: ¿Está el capitán aquí? JULIO: Fingióse Marbuto indiano desde Sevilla a Madrid, e hizo amistad con un hombre que apenas le acierte el nombre, y pasa a Valladolid. Llevóle en cas de esta dama, que tiene seis mil en oro; ha echado el ojo de tesoro, que está a los pies de la cama, y quiérele dar gatazo mientras la cena apercibe. CORNELIO: Si ése lanza de él se escribe, quedarále dulce el abrazo. ¿Cómo se ha llamado aquí? JULIO: Don Tello. LERINO; Gracioso nombre. CORNELIO: ¿Y está acá también el hombre que ha venido con él? JULIO: Sí. CORNELIO: Eso es peligroso. JULIO: No es, que piensa que es caballero y hoy gasta lindo dinero.
Don TELLO sale quedo
TELLO: Julio. JULIO: ¿Qué ay? TELLO: ¿Quién son? JULIO; Los tres. TELLO: ¿Cornelio, Friso y Lerino? JULIO. Los mismos. TELLO: Entro a sacar el escritorio. Aguardar podéis. JULIO: ¿Dónde? TELLO: En el camino.
Vase don TELLO
JULIO: Él ha entrado. Ya es muy tarde; todo hombre advierta a la gura.
Salen FELICIANO, libre, y GALINDO
FELICIANO: Como hace la noche oscura, voy, Galindo, algo cobarde, que ha días que no he pisado las calles. GALINDO: Gracias a Dios que ya nos vemos los dos en esta esquina del Prado. Presto trujo el mandamiento Alberto. FELICIANO: No hay tales pies como el dinero; al fin, es el primero movimiento. GALINDO: ¿Cuánto la caja traía? FELICIANO: Seiscientos escudos justos. CORNELIO: Estos me han dado mil sustos. JULIO: Este hombre parece espía. CORNELIO: ¡Vive Dios, que son crïados de la justicia! JULIO: Yo buelo. FRISO: Yo, con el mismo recelo.
Vanse huyendo los tres
GALINDO: Ciertos hombres embozados al umbral de Dorotea van huyendo de los dos. FELICIANO: ¿Ya espantamos? ¡Bien, por Dios! ¡Qué habrá que un pobre no sea! ¿Parezco fantasma yo?
Sale Don TELLO
TELLO: Ce, que digo... GALINDO: Allí nos llama un hombre, en cas de tu dama. FELICIANO: Lleguemos, si nos llamó. TELLO: Tomad este escritorillo mientras por el otro voy. FELICIANO: (¡Bien, por vida de quien soy!) Aparte TELLO: Y nadie se atreva a abrillo. FELICIANO: (¿Conócenos el ladrón?) Aparte TELLO: ¡Por otros os he tenido! Que me dejéis ir os pido.
Húyase don TELLO
GALINDO: Vaya con la maldición. Señor, éste es el indiano que Fabricio trujo acá. FELICIANO: Creo que el cielo me da este castigo en la mano; bien conozco el escritorio. Más tiene de siete mil. GALINDO: ¡Qué gentil ladrón! FELICIANO: Sutil. Mi bien es claro y notorio. Éste es todo mi dinero, cuanto a Dorotea he dado. Ved por dónde lo he cobrado. GALINDO: ¿Qué has de hacer? FELICIANO: Guardarlo quiero. GALINDO: ¿Y si nos encuentra alguno? FELICIANO: ¿Allí no vive Leonarda? GALINDO: Sí, señor. FELICIANO: Pues llama. GALINDO: Aguarda. FELICIANO: Mira no te oiga ninguno. GALINDO: ¿Si querrá abrir? FELICIANO: ¡Plega a Dios! GALINDO: ¿Quién está acá?
Leonarda, dentro
LEONARDA: ¿Quién es? FELICIANO: (Creo Aparte que oye el cielo mi deseo) Un preso y dos hombres. LEONARDA: ¿Dos? A los dos no puedo abrir; al preso, sí. ¡Gloria mía!
Sale LEONARDA
FELICIANO: Abrevía del alegría, que tengo que te decir. LEONARDA: Pues que tú vienes acá, alguien te habrá referido que mis joyas he vendido, o lo adivinaste allá. Perdona que yo quisiera, como seiscientos le dí a Galindo... FELICIANO: ¿Tú? LEONARDA: Yo fui. FELICIANO: ¡Pero quién sino tú fuera! Débote mi libertad, el alma misma te debo. Hoy me obligaste de nuevo; mas oye una novedad.
Ruido dentro
GALINDO: Gritos dan, éntrate dentro.
DOROTEA, dentro
DOROTEA: ¡Traidor Fabricio, tú fuiste quien a casa le trujiste! LEONARDA: ¿Qué es esto? FELICIANO: Un gracioso encuentro. De la puerta de esa dama, que mi hacienda me robó, salió un ladrón que le hurtó el dinero y no la fama. Topó con nosotros dos, por compañeros nos tuvo, y éste nos dio, que no estuvo en un instante, por Dios, de dar con los verdaderos. ¡Mira por dónde he cobrado cuanto con ella he gastado! LEONARDA: Sin duda son tus dineros. Acá viene gran rüido. Allá le voy a esconder. GALINDO: El dinero has de verter en otro, sin ser sentido y échale luego en el pozo. LEONARDA: Voy; aquí a la puerta aguarda.
Vase LEONARDA
FELICIANO: ¡Qué contenta va Leonarda! Yo estoy saltando de gozo.
Salen un ALGUACIL, y gente que traiga asido a FABRICIO. Salen también DOROTEA y CLARA
FABRICIO: ¿Pues a mí preso? ¿Por qué? ALGUACIL: Porque es muy bastante indicio para prenderos Fabricio. FABRICIO: Vive Dios, que no lo sé. DOROTEA: Trújole él propio a mi casa, y con él se concertó, ¿y no le conoze? FABRICIO: ¿Yo? GALINDO: Ved lo que en el mundo pasa. CLARA: Yo juraré que es ladrón, y que a don Tello encubría, que desde el Andalucía trujo para esta ocasión. Él sabía del dinero; él le dixo dónde estaba. FABRICIO: ¿Yo le truje? CLARA: Y le abonaba de indiano y de caballero. DOROTEA: Gente hay en aquesta puerta. ¿Quién va? FELICIANO: Un hombre que ha salido de la cárcel. ALGUACIL: ¿No habrá sido el ladrón? FELICIANO: Cosa es bien cierta. ALGUACIL: ¿Es el señor Feliciano? FELICIANO: Yo soy. ALGUACIL: Por mil años sea. FELICIANO: ¿Qué es esto de Dorotea? DOROTEA: ¿Agora estáis cortesano? Vaya a la cárcel Fabricio. ALGUACIL: Que Fabricio le ha robado un escritorio, o ha dado de que fue cómplice indicio, porque le trujo un indiano que ha sido el cierto ladrón; siete mil escudos son. FELICIANO: Esos son de Feliciano. ALGUACIL: ¿Habéis visto estos ladrones? FELICIANO: Sólo a Galindo y a mí. ALGUACIL: Juradlo aquí. FELICIANO: Juro aquí que he sentido esos doblones, y aun que los he visto puedo jurar. DOROTEA: ¡Que éste se ha vengado! CLARA: ¡Cuál están amo y crïado! FABRICIO: ¿Yo soy ladrón?... ¡Bueno quedo! Diga Feliciano aquí si sabe que soy ladrón. FELICIANO: Quien paga amor con traición, ladrón es; digo que sí. Quien niega deudas tan claras y no paga el beneficio, ¿de ser ladrón no da indicio? Pues, ladrón, ¿en qué reparas? Vete, que lo juro y digo que en ésta y toda ocasión sustentaré que es ladrón quien es traidor al amigo. Y que del dinero hurtado a Dorotea, quisiera que dos vezes tanto fuera, por la ingratitud que ha usado; y que a estar en mi poder, no me diera más contento, y que de mi casamiento testigos os quiero hacer. ¡Leonarda!
Sale LEONARDA
LEONARDA: ¿Señor? FELICIANO: Yo soy tu esposo; sea testigo un ladrón e infame amigo, a quien este ejemplo doy; una dama cortesana y una crïada fingida que roban toda la vida con industria loca y vana, para que tras años mil vuelvan las aguas a donde solían ir, pues ya lo esconde cierta mano más sutil; y un alguacil también sea testigo de que me caso, y sepa que no hago caso del amor de Dorotea porque si algún aire infame me quisiere hacer prender, sepa que tengo mujer y que así a Leonarda llame. Doyle en dote siete mil ducados que ha recibido; testigos, pues que lo han sido el dueño y el alguacil; y a Galindo, por leal, toda mi hacienda le doy. GALINDO: Yo señor tu esclavo soy. FABRICIO: ¡Paga de quien anda en mal! DOROTEA: Llévalde a la cárcel luego. ALGUACIL: Digo que gocéys mil años, pues ya de tantos engaños venís a tanto sosiego. Tómela de la mano. FELICIANO: ¡Adiós, señores testigos! Y aquí Belardo dio fin a una historia, que es, en fin ] la prueba de los amigos.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002