NOCHE DE SAN JUAN

Lope de Vega

Texto basado en varios impresos tempranos y modernos de la NOCHE DE SAN JUAN, según la edición de Anita Stoll quien nos la ha regalado. Luego fue preparado con codificación de HTML por Vern Williamsen, en 1995. La base textual de esta edición es la Parte XXI (Madrid:Vda. de Alonso Martín, 1635) de las obras de Lope de Vega, cotejado con la edición de E. Cotarelo y Mori (Acad. N., Madrid, 1930) y la de Homero Serís (Madrid: Universal, 1935). 


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen Doña LEONOR, dama, e INÉS, criada
LEONOR: No sé si podrás oír lo que no puedo callar. INÉS: Lo que tú supiste errar, ¿no lo sabré yo sufrir? LEONOR: Perdona el no haberte hablado, Inés, queriéndote bien. INÉS: Ya es favor de aquel desdén pesarte de haber callado. LEONOR: No me podrás dar alcance sin un romance hasta el fin. INÉS: Con achaques de latín, hablan muchos en romance. LEONOR: Las destemplanzas de amor no requieren consonancias. INÉS: Si sabes mis ignorancias, lo más claro es lo mejor. LEONOR: ¿Tengo de decir, Inés, aquello de escucha? INÉS: No, porque si te escucho yo, necio advertimiento es. LEONOR: Vive un caballero indiano enfrente de nuestra casa, en aquellas rejas verdes, cuando está en ellas, doradas. Hombre airoso, limpio y cuerdo, don Juan Hurtado se llama; dijera mejor, pues hurta, don Juan Ladrón, sin Guevara. Éste, que mirando en ellas, las tardes y las mañanas, no curioso de pintura los retratos de mi sala, sino mi persona viva, como papagayo en jaula siempre estaba en el balcón diciendo a todos: "¿Quién pasa?" Debió de pasar amor, que como el rey que va a caza a las águilas se atreve, cuanto y más a humildes garzas. Parándose alguna vez, preguntóle cómo estaba; respondió: "Como cautivo," y miraba mis ventanas. De sus ojos y su voz a mi labor apelaba; mas pocas veces defienden las almohadillas las almas. Muchas, te confieso, amiga, que los ojos levantaba por ver si estaba a la reja, que no por querer mirarla. Di en cansarme si le vía, ¡oh, qué necia confianza! que pesándome de verle, de no verle me pesaba. Dicen los que saben desto, Inés, que el amor se causa de unos espíritus vivos que los ojos de quien ama a los opuestos envían, y como veneno abrasan de aquellas sutiles venas la sangre más delicada. Por esta razón, los niños, en los brazos de sus amas, enferman de quien los mira, aunque es la causa contraria; que allí mira el niño amor, pero aquí padece el alma, que las niñas de los ojos las de las almas retratan. En la Vitoria una fiesta, que en guerra de amor no falta la vitoria a quien porfía y más si está la esperanza tan cerca del Buen Suceso el tal indiano esperaba que yo llegase a la pila; llegué, y al tomar el agua, como que hacía lo mismo me echó un papel en la manga. ¿No te dije yo al principio cómo Hurtado se llamaba? ¿Pues qué mayor sutileza viniendo entre gente tanta? Tomaba con una mano el agua y con otra echaba el papel, en que fué cierto lo que dicen del que anda entre la cruz y la pila. Pasaron dos horas largas mientras en la iglesia estuve, donde, por más que rezaba más al papel atendía que a las imágenes santas. Quise romperle mil veces, y cuando ya le sacaba parece que me decía: "Señora, ¿por qué me rasgas? ¿Qué perderás en saber cómo escriben a sus damas los amantes?" Pero yo, aunque con mudas palabras, "No, traidor," le respondía, "aquí morirás, que llamas para papeles de amores suelen ser manos honradas". Entre si le rasgo, o no ¡oh, cuánto yerra quien halla luz para atajar principios y los remedios dilata! Comencé a rasgarle, y luego detuvo el amor la espada, porque es ángel que defiende papeles cuando honras mata. Volvió, en fin, por las razones, y la razón desampara, afeándome la muerte de un pobre papel sin armas. El vino conmigo, en fin, y en mi aposento, sentada en mi cama, vi el papel, cortés, como quien engaña, y breve, como discreto, y aquella máscara santa del matrimonio, en los hombres treta que ha perdido a tantas. Anduve desde este día triste y alegre, cansada de sufrir mis pensamientos, que resistidos desmayan. Don Juan, como pescador que al pez el sedal alarga, cuando ya le tiene asido y va mudando la caña, envióme una mujer destas que cuentan por habas los sucesos por venir; negro monjil, tocas blancas, cuentas de no dar ninguna, que cruz y muerte rematan, cruz de matrimonios que hacen y muertes de honras que acaban. Yo no sé, por no cansarte, con qué hechizos o palabras trocó mi honesto deseo, que a dos visitas estaba como don Juan me quería, claro está, que enamorada. Respondí al papel, y a muchos, por esta fingida santa, a quien mi casa venera y a quien mi hermano regala. En fin, dando yo lugar, todas las noches me habla por esas rejas don Juan; porque, después de acostada, vuelvo a vestirme y salir; porque cuando el amor danza, no hay Conde Claros, Inés, que así salte de la cama. Hablamos hasta que el sol nos envía, con el alba, a decir que ya es de día, porque los ojos no bastan. Así pasamos las noches, y te prometo que es tanta la blandura y discreción de don Juan, y que me trata con tan honesto respeto, que, perdida y obligada, pienso advertir a mi hermano de que mi vida se pasa sin que de mi estado trate; que, divertido en sus damas, como caballero mozo, ni se casa, ni me casa; porque somos las mujeres fruta que con flor agrada, y del tiempo en que se coge siempre es mejor la mañana. Esta, Inés, la historia ha sido, y, cuanto amorosa, casta, no le di mano sin ser sobre lágrimas prestadas. A quien no lo pareciere, pruebe a ser un año amada, que oír y no responder sólo es bueno para estatuas. Yo defendí mi valor; pero donde el cielo es causa y dos almas se conforman, ninguna prudencia basta. INÉS: Aunque has pensado que yo no entendía tu inquietud y estimaba la virtud de quien el papel te dio, sabe que todo lo sé y de Tello, su criado, que alguna vez me ha fïado tus pensamientos, en fe de un poco de voluntad. LEONOR: ¿Quiéresle bien? INÉS: Es discreto. LEONOR: Bueno andaba mi secreto. INÉS: ¿Parécete novedad que donde mira el señor siga su ejemplo el crïado. LEONOR: Mi hermano, Inés, ha llamado. ¡Ay, Dios! INÉS: ¿De qué es el temor? LEONOR: De venir con él don Juan, a quien él jamás habló. INÉS: ¿Don Juan? LEONOR: Ya le he visto yo, y mil sospechas me dan.
Salen Don JUAN, Don LUIS y TELLO
LUIS: Creed, señor don Juan, que estoy corrido si bien no culpa, encogimiento ha sido no haberos visitado. JUAN: Confieso que en lo mismo estoy culpado, siendo mi obligación. LUIS: Antes la mía, que ofreceros debía, mi casa y mi amistad, por caballero, vecino y forastero. JUAN: Mostráis lo cortesano y lo discreto en honrarme, don Luis, y yo os prometo que el amor me debéis con que os hacía mil visitas el alma cuando os vía, con mil ansias de ser amigo vuestro. LUIS: Estrellas tuvo el pensamiento nuestro, ellas nos concertaron, pues ha sido igual amor el que nos ha vencido; servíos desta casa llanamente. JUAN: Esclavo seré suyo eternamente. ¿Es vuestra hermana esta señora? LUIS: Hoy quiero que conozcáis mi hermana. El caballero, Leonor, que miras es don Juan Hurtado, ya sé que tu retiro recatado aun no sabrá que fué nuestro vecino desde que a España de las Indias vino. JUAN: (¡Cielos, qué dicha es ésta!) Aparte Señora, a tantas honras, la respuesta es el silencio mudo, que es la lengua mejor de quien no pudo satisfacer su obligación hablando. LEONOR: Y yo, señor don Juan, quiero, imitando, si no el ejemplo, el pensamiento vuestro, decir callando del contento nuestro alguna parte breve por mi hermano y por mí. LUIS: Todo se debe al valor de don Juan. JUAN: Embarazado de tantas honras, casi estoy turbado; aunque no lo supiera, por hermanos, señores, os tuviera, viendo tan parecida cortesía. LUIS: Retírate, Leonor, que hablar querría a solas con don Juan. LEONOR: Como quisieres, aunque la condición de las mujeres lleva mal los secretos.
Aparte a TELLO
JUAN: (Tello, ¿que es esto? TELLO: Del amor efetos; que se pega también, y es cosa llana que a don Luis se le pegó su hermana. JUAN: Si hacemos amistad, ¡ay, Leonor mía!, aquí veré tu sol sin celosía.)
[Aparte las dos]
LEONOR: (Inés, detrás desta cortina quiero escuchar a mi hermano, que me muero de varios pensamientos combatida. INÉS: ¿No ves que es amistad? LEONOR: ¿Y si es fingida?)
Escóndense las dos
LUIS: Señor don Juan, ya que habemos nuestras almas declarado, fuera engaño haber callado lo que en su centro tenemos; sin prólogos, sin extremos, ya sois dueño de la mía. LEONOR: ¡Ay, qué desdicha sería, Inés, que se declarase! INÉS: Mas aguardo que te case. TELLO: (No hay secreto sin espía: Aparte las dos escuchando están; que mujeres, por saber, y más cuando hay que temer, ventanas en bronce harán. LUIS: Yo quiero, señor don Juan, al más hermoso sujeto deste lugar, y aunque a efeto de casarme, como es justo, no corresponde a mi gusto, ni en público ni en secreto. Creer que es honestidad a mi amor, está muy bien; que en un público desdén hay secreta voluntad. Tenéis vos tanta amistad con el dueño desta dama, que no fué mayor la fama de Pólux y de Castor; por donde piensa mi amor que la fortuna me llama. Pero ya ¿qué tiempo aguardo, cuando tan bien me entendéis, pues dice que lo sabéis la amistad de don Bernardo? Que este mi desdén gallardo trujo de Sevilla aquí, como su hermano, y yo fui dichoso en que van despacio sus negocios en palacio, pero muy aprisa en mí. Blanca me mata, en efeto; yo me querría casar; nadie lo puede tratar como un amigo discreto; vos lo sois, y yo sujeto a cuanto vos concertéis. En dote no reparéis, que bien sabréis cuál me veo si en posesión o en deseo alguna prenda tenéis. JUAN: Si no tuviera por cierto el fin de tan justo amor, sabiendo vuestro valor, no me obligara al concierto; será de Bernardo acierto, de Blanca será ventura; en vuestro valor segura, bien os empleáis los dos, vos en ella y ella en vos; a tal fe, tal hermosura. Y así, desde ahora os doy parabién, que lo que es justo lleva de su parte el gusto; conque a decírselo voy. De Blanca seguro estoy, que si os trató con desdén, no fué desprecio; que quien sabe que se ha de casar todo lo quiere guardar para cuando le esté bien. Allá en Sevilla tenía ciertos pensamientos yo, que la ausencia dividió, y de experiencia sabía que una amorosa porfía quiere presta ejecución; yo os traeré resolución tan presta, si me la dan, que hoy, víspera de San Juan, juréis de la posesión. LUIS: Echaréme a vuestros pies. JUAN: Dejad cumplimientos vanos. LUIS: Dadme siquiera las manos. JUAN: Guardaldas para después. Vamos, Tello. TELLO: Mira a Inés con la divina Leonor. JUAN: ¿Acecharon? TELLO: Sí, señor. JUAN: Tello, si don Luis se casa, yo soy dueño desta casa. TELLO: San Juan nos dé su favor.
Vanse los dos
LUIS: Echando al mayor mundo todo el velo asombra la celeste artillería y entre pedazos de tiniebla fría por donde daba luz escupe hielo. Mas tomando con lástima del suelo el hacha eterna el que los años guía huye el horror y resucita el día en el alcázar del sereno cielo. Así, con puros rayos celestiales en tanta tempestad, tu sol previenes, hermosa Blanca, y a mis ojos tales. Oh bien haya el rigor de tus desdenes; por que si no se hubieran hecho males era imposible conocer los bienes.
Salen Doña LEONOR e INÉS
LEONOR: Vengo a reñirte, enojada; paciencia puedes tener. LUIS: ¿Tú, Leonor? Debe de ser porque estás hermosa, airada. LEONOR: Todo lo que has dicho oí al indiano caballero, que de tus bodas tercero agora se va de aquí. ¿Es justo que tome estado un hombre de tu valor antes que yo? ¡Qué rigor! Pues es fuerza que, casado, esclava venga yo a ser de una muy necia cuñada que a la suegra más cansada sostituye por poder. ¡Qué buen cuidado de hermano! De tales obligaciones en buen estado me pones; quiero besarte la mano. ¡Qué buen marido me das sirviendo toda mi vida a una ninfa bien prendida! Ya la imagino detrás y la doncella delante, y decirme, muy tirana: "Deja, Leonor, la ventana," no queriendo que levante los ojos a ver pasar caballo, coche o carroza. Como si una mujer moza se pudiese consolar de no ver lo que otros ven, habiéndose hecho los ojos si para llorar enojos para ver la luz también. ¿Es bien que esté en mi labor, y que ella todo lo mire; y en tanto que yo suspire, decir muy a lo señor: "Qué bien a caballo va Sástago con sus soldados; lució en los toros pasados; bien visto en la corte está; bravos tudescos sacó." Y yo en la sala, a lo fresco, que labre y mire en tudesco mientras el otro pasó. Gallardos, de mar a mar, pasan el Duque y Marqués, la silla, el coche. ¿No ves que a pausas me ha de sangrar darme tentaciones tales? ¿Sin ser mi padre me das madrastra? Mas no podrás; que hoy quiero que me señales monasterio y alimentos. LUIS: Tienes, Leonor, mil razones; que olvidan obligaciones amorosos pensamientos. Estoy corrido de ver que me intentase casar; palabra te quiero dar de que no tendré mujer antes que tengas marido, hallando sujeto igual. LEONOR: Siendo rica y principal, ¿tan desdichada he nacido, tan sin méritos estoy que de nadie soy mirada? LUIS: Leonor, si alguno te agrada y es tu igual, licencia doy a que me digas quién es y la tengas de casarte. LEONOR: No sé cómo acierte a hablarte. LUIS: Si lo he de saber después, ¿no es mejor saberlo agora? No te turbes. ¿Qué claveles son ésos, que tú no sueles tener conmigo? INÉS: Señora, habla, que es linda ocasión. LEONOR: Si te hablo claro, hermano, este caballero indiano me mira con afición, y crïados de su casa a los nuestros han contado que ya un hábito le han dado, que a esto ha venido y que pasa su hacienda de nueve mil pesos de renta, que yo no le había visto. LUIS: ¿No? LEONOR: No, que aunque el amor es sutil, no pudo desde su reja penetrar mi celosía. LUIS: Yo no quiero, hermana mía, que de mi amor tengas queja; fuera de que la afición que tengo a este caballero, ya de mis bodas tercero que no es poca obligación, concertará fácilmente las vuestras con gusto mío, que del tuyo bien confío que el concierto te contente. Porque quien la celosía dijo que no penetraba, claro está que le miraba si vio que el otro le vía. Huyeron de una pendencia dos, y el uno se alabó de que el otro se escondió, juzgando por diferencia el huír y el esconder, siendo todo cobardía; y así tú cuando él te vía también le pudiste ver. Pero no lo examinemos; él vendrá y yo le querré por cuñado; en cuya fe los cuatro nos casaremos. De suerte que, si cansada es la cuñada, Leonor, quedarás, si no es mejor, con el cuñado vengada. LEONOR: Fío de tu entendimiento que lo sabrás disponer. De golpe tanto placer,
Aparte a INÉS
(¡Ay, Inés!, temo el contento, que también suele matar. INÉS: ¿Y Tello no tendrá aquí su papel? LEONOR: Dile. . . INÉS: ¿Qué? LEONOR: Di que le comience a estudiar. Dame pluma y tinta luego; a don Juan escribiré lo que ha de decir. No sé cómo mi poco sosiego no dió enojo a don Luis. ¡Oh bienes, aunque dichosos, siempre venís sospechosos cuando de prisa venís!)
Salen Don JUAN y Don BERNARDO
BERNARDO: Conozco la obligación. JUAN: A mi fortuna agradezco quitaros a vos cuidados y dar a Blanca remedio. BERNARDO: Sois mi amigo en que se cifra cuanto encareceros puedo; que una hermana a un hombre mozo es un insufrible peso; no habré tenido en mi vida mejor San Juan. JUAN: Y yo pienso que hoy está de gracia toda la luz del zafir eterno; alguna conjunción magna de benévolos aspectos influye fiestas, Bernardo, paces, gustos, casamientos. Tengo por feliz auspicio tratar el de Blanca en tiempo que la fortuna mayor mira bien al Sol y a Venus; de que procede también que siendo en el cielo inmenso Júpiter, señor del año, propicio a reyes y a imperios, ganados, trigos y frutos, paz y prósperos sucesos, el Júpiter español, también con igual contento, se muestre alegre esta noche; y como del Rey sabemos que tiene Dios en sus manos el corazón, por lo mesmo el buen Rey tiene en las suyas los corazones del reino. No es noble, ni hombre de bien, quien no se alegra, pues vemos que del Sol viene la luz, como del entendimiento a las acciones del hombre la razón; y, fuera desto, dijo un ángel a los padres de San Juan, que el nacimiento de su hijo había de ser alegre al mundo universo. Luego alegrarse esta noche es justo, como decreto de Dios por boca de un ángel. Yo entré con un caballero a ver el sitio, Bernardo, donde esta noche veremos tres soles en una aurora, que son, sin Edipos griegos, Rey, Reina y Infantes; mira todo el problema deshecho. Del Conde de Monterrey el jardín, por los extremos que tiene al prado ventanas, dispuso el Marqués Crescencio, por orden del Conde Duque, desta suerte: un teatro en medio con más de trescientas luces, que han de competir ardiendo entre faroles de vidrio con duplicados reflejos a veinte y cuatro blandones, y, juntas ellas con ellos, a cuantas luces se asomen a las ventanas del cielo que como es fiesta, Bernardo, que le ha de tener por techo bordarále de diamantes, porque no parezca negro. Aquí, el primero en la dicha, representará Vallejo una comedia, en que ha escrito don Francisco de Quevedo los dos actos, que serán el primero y el tercero, porque el segundo, que abraza los dos, dicen que ha compuesto don Antonio de Mendoza. Pintarte estos dos ingenios era atrevimiento en mí y no fuera gloria en ellos; porque son tan conocidos, que sólo decirte puedo que, por partir el laurel, dividieron el Imperio. Veránla Sus Majestades dentro de un verde aposento que forman arcos de flores; porque fué discreto acuerdo que todo fuese jardín adonde todo era cielo. De cortinas carmesíes los arcos se cubren dentro; que para tales retratos estrellas quisieron serlo. Tendrán su lugar los Condes y las damas, previniendo añadir cuadro al jardín con diferente pretexto. Porque en vez de ayudar todo con tanta fiesta deshecho, que del jardín, con más flores que hay en los campos Hibleos hoy en la Casa del Campo han visto los jardineros seis fuentes más, y es la causa que, con justo sentimiento, lloró de envidia del Prado, que aun hay en jardines celos, diciendo que le bastaba ser en verano e invierno ciudad portátil de coches con inmortales paseos. Y, afligido, Manzanares, que le pareció desprecio, juró que habían de verle en julio y agosto seco. Hay para damas tapadas dos teatros, al de en medio casi iguales, en que habrá disfraces de pensamientos. Por lo alto, como almenas, del jardín en cinco puestos previenen músicos voces, eco el aire, amor, silencio, porque parezcan en alto, de verdes olmos cubiertos, ruiseñores al aurora que alternan voces y versos. Hecha la primer comedia, harán colación, y luego la comodidad querrá pedir licencia y consejo a la autoridad cansada, y volverán a sus puestos los Reyes y los Infantes, con capas de color, ellos, y la Reina, con valona, quitándole al sol el cerco, que es mejor que el de abaninos, el de diamantes tan bellos. Las damas lo mismo harán; aunque, por falta de espejos, se miren unas en otras, cristales para de presto. Traerán valonas y tocas, mantos de humo y sombreros; que los humos, de ser soles, aun allí querrán tenellos. Dicen que a todos darán abanillos, y con ellos búcaros de olor, en quien vaya por agua amor ciego al llanto de los galanes, que han de mirar encubiertos la fiesta, y por ver si amor descubre también deseos. Sentados, hará Avendaño una comedia, que creo es retrato desta noche, en cuyo confuso lienzo tomó Lope la invención, y se ha estudiado y compuesto todo junto en cinco días. Mas ¿para qué me detengo, sí, alegremente engañado, de tanta fiesta, no veo que dejo un amante noble, como esperando, temiendo la respuesta que de vos también en su nombre espero, que, sin presunción de engaño, favorable os aconsejo? Porque no puede hallar Blanca más honrado caballero; vos cuñado, amigo yo, si mañana amanecemos ella casada, vos libre deste peso, yo contento de que servir a los tres es obligación y es premio. BERNARDO: A la mucha noticia que tenía, don Juan, dese gallardo caballero añade vuestro abono y cortesía cuanto gozar en la experiencia espero; daréle a Blanca, que es la prenda mía de más valor, y, agradecido, quiero emplear su hermosura en su nobleza, que la virtud es la mayor riqueza. Y bien se echa de ver su entendimiento en no querer más dote que su gusto. JUAN: Pues yo casar a doña Blanca intento, fïado estoy en que le viene al justo, lo menos dije de lo más que siento. BERNARDO: Fuera en tanta amistad término injusto no ser don Luis como le habéis pintado. JUAN: De sus partes estoy bien informado. BERNARDO: Ya que el caballero la ocasión me ofrece, de cierta condición quiero advertiros, con que tendrá don Luis lo que merece y yo, Don Juan, el gusto de serviros. JUAN: Decid cuanto sentís, cuanto os parece de mi proposición. BERNARDO: Para deciros con llaneza y verdad mi pensamiento, como a tan grande amigo, estadme atento. Muchas fiestas, don Juan, a la Vitoria he visto entrar el cielo de una dama, descubriendo su sol manto de gloria y en nubes de humo la celeste llama; tanta inquietud ha puesto en mi memoria, que los amantes de la antigua fama, aunque fuesen Leandros, aunque Apolos, sombra no son de mis suspiros solos. Tal gracia, tal donaire y bizarría, de tanta honestidad acompañada, parece que en cuidado puesto había a la Naturaleza descuidada, que como tantas cosas juntas cría, que no se advierte que repara en nada, aquí tomó de espacio los pinceles, con puntas de jazmines y claveles. Cayósele una vez, don Juan, un guante; alcéle, y con turbada diligencia volví al marfil el velo, que un diamante rompió por no sufrir la diferencia; tomóle agradecida de semblante. ¿Quién ha visto matar con reverencia? Pues cuando me acerqué y ella la hizo, en el sol de sus ojos me deshizo. Este día, atrevido y confïado, en que mi amor había conocido, seguí su coche y pregunté a un crïado su calidad, su casa y su apellido; al nombre de Leonor Solís y Prado, que respondió, dejándole florido, le repliqué con eso, cuando pasa el sol por el León el mundo abrasa. Llegué a su calle, y supe que era hermana de ese don Luis; y así, don Juan, querría que en estas ferias, que el amor allana, me dé su hermana y le daré la mía; con esto queda, en lengua castellana, hecho el concierto en justa cortesía, pues en el dote vengo a conformarme, siendo el que yo le doy el que ha de darme. JUAN: (¿A quién jamás sucedió Aparte desdicha como la mía, que yo mismo persuadía lo mismo que me mató? ¿Que busqué el veneno yo? ¿Que yo mi homicida fuí? [.................] ¿que yo vine a concertar en cuánto me ha de matar? ¿Y que las armas les di? Esto no fue culpa mía, sino de mi mala estrella; perdí a Leonor cuando en ella más esperanza tenía; fui como aquel que bebía en fuente donde mortal ponzoña dejó animal; que, como estaba sereno, no pude ver el veneno en fe de beber cristal. Fui como rudo villano que, del nido codicioso del ruiseñor amoroso, puso en el áspid la mano; fui tahur, fuí diestro en vano, que aunque juegue y acometa, puntas tire, naipes meta, el que jugaba con él, menos sabio y más cruel, le dio con la misma treta. ¿Qué haré? Pues decir no puedo a Don Bernardo que adoro a Leonor, por su decoro y por tener justo miedo de su hermano, si bien quedo sin esperanza; morir es fuerza, pues a decir voy que a Bernardo la dé, si hasta decirlo podré después de muerto vivir.)
A él
Bernardo, pensando estuve, después que oí vuestro amor, si hablar a Blanca es mejor, que por eso me detuve; tal respeto siempre tuve al gusto de las mujeres. (¡Oh, pobre esperanza, hoy mueres!) Aparte BERNARDO: Don Juan, gente de valor para materias de honor no admite sus pareceres; que aunque es bueno su consejo, cuando la ciega pasión más con la misma razón que con ellas me aconsejo: ella es el mejor espejo a cuyas verdades paso el parecer deste caso, y Blanca no ha menester darme a mí su parecer, basta saber que la caso. JUAN: No más, con eso me voy; mas bien será que la habléis. BERNARDO: Luego que os vais. JUAN: Bien haréis. (¡Ay, cielos, muriendo estoy!) Aparte Con vos a la tarde soy, aunque es noche de San Juan; vos, como amante y galán, tendréis que hacer. BERNARDO: No tendré; sólo esperando estaré si el bien que pido me dan.
Vase don JUAN. Salen Doña BLANCA, dama y ANTONIA, criada
BLANCA: Pues, hermano, ¿qué quería don Juan, que se fue tan presto? BERNARDO: Dame, Blanca, albricias. BLANCA: ¿Yo? ¿De qué? BERNARDO: De dos casamientos. BLANCA: ¿Dos por lo menos? ¿De quién? Que tan inquieto te veo que pienso que te has casado. BERNARDO: Sí, por eso estoy inquieto; tú lo estarás por lo mismo; trocado hermanas habemos don Luis de Solís y yo; don Juan ha sido el tercero, que le debo esta amistad y este cuidado le debo. Tú serás de don Luis y yo de Leonor; no puedo detenerme, porque voy a prevenir dos plateros para darle ricas joyas; porque, en firmando el concierto, no me gane por la mano don Luis, que es gran caballero, y querrá, con regalarte, vencer, galán, mi deseo.
Vase
BLANCA: ¿Hase visto igual locura? Sin duda ha perdido el seso mi hermano. ANTONIA: Terrible nueva ha de ser para don Pedro el saber que te has casado. BLANCA: ¿Cómo casado? Primero perderé, Antonia, mil vidas.
Sale don PEDRO
PEDRO: Estando a tu reja atento vi que salía tu hermano, y a pedirte albricias vengo de que hoy han tenido fin mis pleitos en el Consejo; que este gusto, hermosa Blanca, animó mi atrevimiento para verte donde sólo con el pensamiento llego. Agora sí que pedirte, Blanca, a don Bernardo puedo, y, casados, a Navarra, gustando tú, nos iremos; que yo sé que ha de agradarte la hermosura de aquel reino. Verás a Pamplona, adonde mi hacienda y mi regimiento te harán de aquella ciudad, y por tus méritos, dueño. ¿Qué tristeza es ésta? BLANCA: Ha sido, don Pedro, contrario el cielo a los pleitos de mi amor cuando propicio a tus pleitos; hoy mi hermano me ha casado. PEDRO: Tan presto, Blanca, me has muerto que parece que traías el arcabuz en el pecho y que apuntándome al mío diste con la lengua fuego. ¿Casada? ¿Con quién? BLANCA: No sé. Aquí andaba un caballero sirviéndome, más preciado de amante que de discreto. Tiene una hermana que adora Bernardo, y han hecho trueco de damas, como si entrambos jugaran al mismo juego. Yo, quiere que a don Luis (que por extremo aborrezco) pase, y Leonor a Bernardo. PEDRO: De esa manera yo pierdo, y no menos que la vida. BLANCA: No perderás, si yo puedo. PEDRO: ¿Pues habrá remedio alguno? BLANCA: Los jueces son remedio: que de iguales voluntades confirman los casamientos. PEDRO: ¿Cumplirás tú lo que dices? BLANCA: Rüido siento, y sospecho que si no es el desposado, debe de ser el tercero. Vete, y fía de mi amor, que no he de tener más dueño que don Pedro, mientras viva. PEDRO: Mira que dicen que el viento lleva palabras y plumas. BLANCA: Plumas y palabras quiero que firmen y que confirmen que ser tu mujer prometo. Esta es noche de San Juan; si voy al Prado, está cierto que los dos iremos juntos donde quien pudiere hacerlo nos dé las manos en forma de promesa y juramento. No te detengas aquí. PEDRO: Quisiera... BLANCA: Vete, don Pedro, que a mi determinación no quiero agradecimiento, que te han de faltar palabras; y basta, que yo le creo. PEDRO: Bien dices, y pues mi alma tienes, señora, en tu pecho, pregúntale allá de espacio lo que callo y lo que siento.
Vanse. Salen LEONOR, INÉS, y TELLO
LEONOR: Aun no me cabe en el pecho, tanto bien me ha de matar. TELLO: También el mar, con ser mar, es alguna vez estrecho. LEONOR: ¡Jesús! ¡don Juan mi marido! ¿y con gusto de mi hermano? Poco estimo el bien que gano, pues que no pierdo el sentido. Debe de ser la ocasión. que como don Juan le tiene, corre el que de allí me viene por cuenta de su razón. INÉS: Y sa mesté, señor Tello, ¿qué es lo que piensa de mí? TELLO: Que soy tuísimo, y fui bella Inés, del pie al cabello. Para servicio de Dios en casándose don Juan, y a las Indias, si ellos van, iremos también los dos. Verás a Lima, el mejor fruto de española empresa; lima, que al rey en la mesa no se la ponen mejor. Lima dulce de Filipos, que no lima de Valencias, que no le hacen competencias Nápoles y Pausilipos. Verás el Cerro, en grandeza ilustre, aunque dulce y agro, el gran Potosí, el milagro mayor de naturaleza. Cuyas entrañas y centro son una imagen de plata, piadosa fuera, e ingrata a los que la rezan dentro. Es, por las Indias, el Rey envidiado de los reyes, que entre sus bárbaras leyes conserva de Dios la ley. En esta tierra tan nueva, cuyo Dios [es] el oro y plata, que del mundo en cuanto trata fueron el Adán y Eva. Allí las piedras se ven de tantas minas sacar, y las perlas en el mar, blancas y pardas también, como dicen los poetas, que son quien las ve nacer. INÉS: ¿Cierto? TELLO: Puédeslo creer. INÉS: ¡Qué mentiras tan discretas! TELLO: Espántome yo de quien no sabe que la poesía es moral filosofía y que se adorna también, como de sentencias graves, de fábulas, cuales son el Fénix, oposición del Sol, en drogas suaves. Dime: ¿quién oyó cantar al cisne? Pues desa suerte nacer al alba se advierte la perla en conchas del mar. ¿Quién sabe que si primero mira al Basilisco el hombre, le mata, trocando el nombre? ¿Quién, cuando corre ligero por el mar un galeón, la rémora, le detiene? Pues esto misterio tiene, hermosura e invención. INÉS: Calla, que viene don Juan.
Sale don JUAN
LEONOR: Señor mío, yo esperaba vuestra venida, que estaba como las perlas están esperando su rocío; mas mirad que amanecéis escuro, y que así pondréis como el vuestro el color mío. JUAN: ¡Ay de mí! LEONOR: ¿Cómo ay de mí? ¡Ay de entrambos, si por dicha nació de alguna desdicha que vos suspiréis ansí! JUAN: Leonor mía, yo os perdí. LEONOR: ¿Eso cómo puede ser siendo yo vuestra mujer? JUAN: Porque jamás vi pesar que no viniese a pisar los pasos que da el placer. Sale el bien, y el mal detrás va sus estampas siguiendo. LEONOR: No os entiendo. JUAN: Ni yo entiendo que pueda decirte más. ¡Oh contento!, ¿dónde estás? TELLO: Sin duda algún triste caso le obliga. LEONOR: Mil muertes paso. JUAN: Si el mal te alcanza, ¿a qué vienes bien? Pero siempre los bienes fueron muy cortos de paso. LEONOR: Mil veces queréis matarme con tan declarada muerte. JUAN: Es tan escura mi suerte, que no acierto a declararme. LEONOR: Mi hermano quiere casarme con vos. ¿Qué podéis temer? Vuestra mujer he de ser. JUAN: ¿Qué importa, Leonor hermosa, si, para ser envidiosa, es la fortuna mujer? LEONOR: Ya no puedo yo sufrillo. JUAN: Ni yo tan grave tormento, pues no digo lo que siento y me muero por decillo. LEONOR: Ya, don Juan, me maravillo desos respetos cansados; decidme vuestros cuidados, que si son bienes perdidos, más que mataron sentidos suelen matar esperados. JUAN: No sé por dónde, mi bien, pueda mi mal comenzar. LEONOR: Por donde suele acabar, que es saberse mal o bien. JUAN: Bien dices; pero también es cosa fuerte, por Dios. LEONOR: ¿Por qué, sintiéndola vos? ¿Es más que la muerte fuerte? JUAN: Es más fuerte que la muerte. LEONOR: Pues matémonos los dos. JUAN: Yo, sí, con tanto pesar. TELLO: ¡Inés! INÉS: ¿Qué quieres decir? TELLO: Que pienso que han de pedir el recado de matar. LEONOR: Mi hermano. . . JUAN: Aquí es fuerza hablar, y sabrás males que, iguales, no lo son los más mortales. LEONOR: Cruel avariento eres. ¿Qué harás del bien, si aun no quieres partir conmigo los males?
Sale Don LUIS
LUIS: Don Juan, ¿ha venido ya? JUAN: Aquí os estaba esperando. LUIS: Mucho os debo. JUAN: No, es muy poco. LUIS: ¿Qué responde don Bernardo? JUAN: Una cosa bien notable. LUIS: ¿Cómo? JUAN: Que está enamorado de la señora Leonor, y que así podréis trocaros, ahorrando el dote, si sois a un mismo tiempo cuñados. LUIS: Eso me viene de perlas. JUAN: Perlas significan llanto. LUIS: Porque siendo doña Blanca buena para mí, su hermano es bueno para Leonor. JUAN: Y es el argumento claro; no hay sino trocar hermanas.
A INÉS
TELLO: (No he visto tan mal cruzado en cuantos bailes se han hecho; porque le yerran entrambos; que Leonor quiere a don Juan, y si en esto no me engaño, Blanca no quiere a don Luis; luego no es baile acertado. INÉS: Muchas melindrosas vemos, y después todos los años, paren como unas conejas. TELLO: Es buen año de gazapos. INÉS: Lástima tengo a mi ama. TELLO: Y yo mayor a mi amo, pues dices que ha de parir y él ha de morir de parto; pues partiéndose a Sevilla, morirá cuando partamos. INÉS: ¿Cuál hombre murió de amor? TELLO: De amor, no; mas de hambre tantos que aun no los mata la muerte, que ellos se mueren de flacos; este año no habrá gallinas. INÉS: ¿Cómo? TELLO: Porque los salvados que habían de comer comemos. INÉS: Ya llueve el cielo milagros. LUIS: En fin, ¿quedastes en esto? JUAN: En esto, don Luis, quedamos, y hoy se harán escrituras. LUIS: Vuestra tristeza he notado en que no me habláis con gusto. ¿Qué es la causa? ¿Fáltaos algo? Mi casa y mi vida es poco para serviros. JUAN: Estando alegre de vuestras bodas, un pliego, don Luis, me han dado que me obliga a que me parta a Sevilla a cierto caso de importancia, y aun de pena; sin esto dejo un cuidado que en este lugar tenía; que ya como amigo os hablo. LUIS: Pésame, pues este día en que os conozco y os trato os pierdo. JUAN: No perderéis, que, a tanto amor obligado, toda vuestra casa llevo en el alma. LUIS: Mucho tardo en pedirte el parabién. LEONOR: ¿Qué parabién, si has quebrado la palabra que me diste de no casarte hasta tanto que me casases a mí? LUIS: Sí la cumplo. ¿En qué te engaño? A don Bernardo te doy, con don Bernardo te caso, don Bernardo es caballero, don Bernardo es mi cuñado. ¿De qué te quejas, Leonor? LEONOR: Deja tantos don Bernardos, que no le querré en mi vida, si como fue Veinticuatro, don Bernardo, de Sevilla, fuera Bernardo del Carpio. LUIS: ¿Por qué? LEONOR: Porque no es mi gusto. LUIS: ¿No es tu gusto? Leonor, paso. LEONOR: Pues descártate de novio, y pasemos entrambos a otra mano nuestros gustos. LUIS: Tu padre soy. LEONOR: Ni aun mi hermano. LUIS: Mira que está aquí don Juan. LEONOR: Por él lo que siento callo. LUIS: Presto quedaremos solos, que andas muy libre. LEONOR: Yo ando como debo a quien yo soy.
Vase. Al salir Don JUAN, ásele Doña LEONOR
LUIS: Venid, don Juan. LEONOR: Oye, ingrato. JUAN: ¿Ingrato yo? LEONOR: Sí. JUAN: ¿Por qué, si te casas? LEONOR: ¿Yo me caso? JUAN: ¿Pues eso quieres negar? LEONOR: ¿Y puedo yo confesarlo? JUAN: Mira que se va don Luis y vuelve de cuando en cuando la cabeza a ver si voy. LEONOR: ¿Qué importa? JUAN: ¿Estás loca? LEONOR: Y tanto, que le diré que por ti, si te vas. JUAN: No hay desengaño para consolar mi amor. Ya vuelve, suéltame. LEONOR: Aguardo a que me mate. JUAN: Yo juro de no irme. LEONOR: ¡Ay, hombres falsos! TELLO: Inés, adiós. INÉS: ¿Lloras? TELLO: No. INÉS: ¿Pues que? TELLO: Tomaba tabaco.
Vanse

FIN DEL PRIMER ACTO

Noche de San Juan, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002