FUENTEOVEJUNA

Lope de Vega

Texto basado en varios textos tempranos de FUENTEOVEJUNA, puesto que el texto básico es el de la PARTE XII DE LA COMEDIAS DE LOPE DE VEGA (Madid, 1619). Fue preparado por Vern Williamsen para un curso dictado en el año 1980.


Personas que hablan en ella:  

ACTO PRIMERO


 
Salen el COMENDADOR, FLORES y ORTUÑO, criados
COMENDADOR: ¿Sabe el maestre que estoy en la villa? FLORES: Ya lo sabe. ORTUÑO: Está, con la edad, más grave. COMENDADOR: Y ¿sabe también que soy Fernán Gómez de Guzmán? FLORES: Es muchacho, no te asombre. COMENDADOR: Cuando no sepa mi nombre, ¿no le sobra el que me dan de comendador mayor? ORTUÑO: No falta quien le aconseje que de ser cortés se aleje. COMENDADOR: Conquistará poco amor. Es llave la cortesía para abrir la voluntad; y para la enemistad la necia descortesía. ORTUÑO: Si supiese un descortés cómo le aborrecen todos --y querrían de mil modos poner la boca a sus pies--, antes que serlo ninguno, se dejaría morir. FLORES: ¡Qué cansado es de sufrir! ¡Qué áspero y qué importuno! Llaman la descortesía necedad en los iguales, porque es entre desiguales linaje de tiranía. Aquí no te toca nada; que un muchacho aún no ha llegado a saber qué es ser amado. COMENDADOR: La obligación de la espada que se ciñó, el mismo día que la cruz de Calatrava le cubrió el pecho, bastaba para aprender cortesía. FLORES: Si te han puesto mal con él, presto lo conocerás. ORTUÑO: Vuélvete, si en duda estás. COMENDADOR: Quiero ver lo que hay en él.
Sale el MAESTRE de Calatrava y acompañamiento
MAESTRE: Perdonad, por vida mía, Fernán Gómez de Guzmán; que agora nueva me dan que en la villa estáis. COMENDADOR: Tenía muy justa queja de vos; que el amor y la crïanza me daban más confïanza, por ser, cual somos los dos, vos maestre en Calatrava, yo vuestro comendador y muy vuestro servidor. MAESTRE: Seguro, Fernando, estaba de vuestra buena venida. Quiero volveros a dar los brazos. COMENDADOR: Debéisme honrar; que he puesto por vos la vida entre diferencias tantas, hasta suplir vuestra edad el pontífice. MAESTRE: Es verdad. Y por las señales santas que a los dos cruzan el pecho, que os lo pago en estimaros y como a mi padre honraros. COMENDADOR: De vos estoy satisfecho. MAESTRE: ¿Qué hay de guerra por allá? COMENDADOR: Estad atento, y sabréis la obligación que tenéis. MAESTRE: Decid que ya lo estoy, ya. COMENDADOR: Gran maestre, don Rodrigo Téllez Girón, que a tan alto lugar os trajo el valor de aquel vuestro padre claro, que, de ocho años, en vos renunció su maestrazgo, que después por más seguro juraron y confirmaron reyes y comendadores, dando el pontífice santo Pío segunda sus bulas y después las suyas Paulo para que don Juan Pacheco, gran maestre de Santiago, fuese vuestro coadjutor: ya que es muerto, y que os han dado el gobierno sólo a vos, aunque de tan pocos años, advertid que es honra vuestra seguir en aqueste caso la parte de vuestros deudos; porque, muerto Enrique cuarto, quieren que al rey don Alonso de Portugal, que ha heredado, por su mujer, a Castilla, obedezcan sus vasallos; que aunque pretende lo mismo por Isabel don Fernando, gran príncipe de Aragón, no con derecho tan claro a vuestros deudos, que, en fin, no presumen que hay engaño en la sucesión de Juana, a quien vuestro primo hermano tiene agora en su poder. Y así, vengo a aconsejaros que juntéis los caballeros de Calatrava en Almagro, y a Ciudad Real toméis, que divide como paso a Andalucía y Castilla, para mirarlos a entrambos. Poca gente es menester, porque tienen por soldados solamente sus vecinos y algunos pocos hidalgos, que defienden a Isabel y llaman rey a Fernando. Será bien que deis asombro, Rodrigo, aunque niño, a cuantos dicen que es grande esa cruz para vuestros hombros flacos. Mirad los condes de Urueña, de quien venís, que mostrando os están desde la fama los laureles que ganaros; los marqueses de Villena, y otros capitanes, tantos, que las alas de la fama apenas pueden llevarlos. Sacad esa blanca espada; que habéis de hacer, peleando, tan roja como la cruz; porque no podré llamaros maestre de la cruz roja que tenéis al pecho, en tanto que tenéis la blanca espada; que una al pecho y otra al lado, entrambas han de ser rojas; y vos, Girón soberano, capa del templo inmortal de vuestros claros pasados. MAESTRE: Fernán Gómez, estad cierto, que en esta parcialidad, porque veo que es verdad, con mis deudos me concierto. Y si importa, como paso a Ciudad Real mi intento, veréis que como violento rayo sus muros abraso. No porque es muerto mi tío piensen de mis pocos años los propios y los extraños que murió con él mi brío. Sacaré la blanca espada para que quede su luz de la color de la cruz, de roja sangre bañada. Vos, ¿adónde residís tenéis algunos soldados? COMENDADOR: Pocos, pero mis criados; que si de ellos os servís, pelearán como leones. Ya veis que en Fuenteovejuna hay gente humilde, y alguna no enseñada en escuadrones, sino en campos y labranzas. MAESTRE: ¿Allí residís? COMENDADOR: Allí de mi encomienda escogí casa entre aquestas mudanzas. Vuestra gente se registre; que no quedará vasallo. MAESTRE: Hoy me veréis a caballo, poner la lanza en el ristre.
Vanse. Salen PASCUALA y LAURENCIA
LAURENCIA: ¡Mas que nunca acá volviera! PASCUALA: Pues a la hé que pensé que cuando te lo conté más pesadumbre te diera. LAURENCIA: ¡Plega al cielo que jamás le vea en Fuenteovejuna! PASCUALA: Yo, Laurencia, he visto alguna tan brava,y pienso que más; y tenía el corazón brando como una manteca. LAURENCIA: Pues ¿hay encina tan seca como ésta mi condición? PASCUALA: Anda ya; que nadie diga: "de esta agua no beberé." LAURENCIA: ¡Voto al sol que lo diré, aunque el mundo me desdiga! ¿A qué efecto fuera bueno querer a Fernando yo? ¿Casaráme con él? PASCUALA: No. LAURENCIA: Luego la infamia condeno. ¡Cuántas mozas en la villa, del comendador fïadas, andan ya descalabradas! PASCUALA: Tendré yo por maravilla que te escapes de su mano. LAURENCIA: Pues en vano es lo que ves, porque ha que me sigue un mes, y todo, Pascuala, en vano. Aquel Flores, su alcahuete, y Ortuño, aquel socarrón, me mostraron un jubón, una sarta y un copete. Dijéronme tantas cosas de Fernando, su señor, que me pusieron temor; mas no serán poderosas para contrastar mi pecho. PASCUALA: ¿Dónde te hablaron? LAURENCIA: Allá en el arroyo, y habrá seis días. PASCUALA: Y yo sospecho que te han de engañar, Laurencia. LAURENCIA: ¿A mí? PASCUALA: Que no, sino al cura. LAURENCIA: Soy, aunque polla, muy dura yo para su reverencia. Pardiez, más precio poner, Pascuala, de madrugada, un pedazo de lunada al huego para comer, con tanto zalacotón de una rosca que yo amaso, y hurtar a mi madre un vaso del pegado cangilón, y más precio al mediodía ver la vaca entre las coles haciendo mil caracoles con espumosa armonía; y concertar, si el camino me ha llegado a causar pena, casar un berenjena con otro tanto tocino; y después un pasatarde, mientras la cena se aliña, de una cuerda de mi viña, que Dios de pedrisco guarde; y cenar un salpicón con su aceite y su pimienta, e irme a la cama contenta, y al "inducas tentación" rezalle mis devociones, que cuantas raposerías, con su amor y sus porfías, tienen estos bellacones; porque todo su cuidado, después de darnos disgusto, es anochecer con gusto y amanecer con enfado. PASCUALA: Tienes, Laurencia, razón; que en dejando de querer, más ingratos suelen ser que al villano el gorrión. En el invierno, que el frío tiene los campos helados, descienden de los tejados, diciéndole: "tío, tío," hasta llegar a comer las migajas de la mesa; mas luego que el frío cesa, y el campo ven florecer, no bajan diciendo "tío," del beneficio olvidados, mas saltando en los tejados dicen: "judío, judío." Pues tales los hombres son: cuando nos han menester, somos su vida, su ser, su alma, su corazón; pero pasadas las ascuas, las tías somos judías, y en vez de llamarnos tías, anda el nombre de las pascuas. LAURENCIA: No fïarse de ninguno. PASCUALA: Lo mismo digo, Laurencia.
Salen MENGO, BARRILDO y FRONDOSO
FRONDOSO: En aquesta diferencia andas, Barrildo, importuno. BARRILDO: A lo menos aquí está quien nos dirá lo más cierto. MENGO: Pues hagamos un concierto antes que lleguéis allá, y es, que si juzgan por mí, me dé cada cual la prenda, precio de aquesta contienda. BARRILDO: Desde aquí digo que sí. Mas si pierdes, ¿qué darás? MENGO: Daré mi rabel de boj, que vale más que una troj, porque yo le estimo en más. BARRILDO: Soy contento. FRONDOSO: Pues lleguemos. Dios os guarde, hermosas damas. LAURENCIA: ¿Damas, Frondoso, nos llamas? FRONDOSO: Andar al uso queremos: al bachiller, licenciado; al ciego, tuerto; al bisojo, bizco; resentido, al cojo; y buen hombre, al descuidado. Al ignorante, sesudo; al mal galán, soldadesca; a la boca grande, fresca; y al ojo pequeño, agudo. Al pleitista, diligente; gracioso al entremetido; al hablador, entendido; y al insufrible, valiente. Al cobarde, para poco; al atrevido, bizarro; compañero al que es un jarro; y desenfadado, al loco. Gravedad, al descontento; a la calva, autoridad; donaire, a la necedad; y al pie grande, buen cimiento. Al buboso, resfrïado; comedido al arrogante; al ingenioso, constante; al corcovado, cargado. Esto al llamaros imito, damas, sin pasar de aquí; porque fuera hablar así proceder en infinito. LAURENCIA: Allá en la ciudad, Frondoso, llámase por cortesía de esta suerte; y a fe mía, que hay otro más riguroso y peor vocabulario en las lenguas descorteses. FRONDOSO: Querría que lo dijeses. LAURENCIA: Es todo a esotro contrario: al hombre grave, enfadoso; venturoso al descompuesto; melancólico al compuesto; y al que reprehende, odioso. Importuno al que aconseja; al liberal, moscatel; al justiciero, crüel; y al que es piadoso, madeja. Al que es constante, villano; al que es cortés, lisonjero; hipócrita al limosnero; y pretendiente al cristiano. Al justo mérito, dicha; a la verdad, imprudencia; cobardía a la paciencia; y culpa a lo que es desdicha. Necia a la mujer honesta; mal hecha a la hermosa y casta; y a la honrada... Pero basta; que esto basta por respuesta. MENGO: Digo que eres el dimuño. LAURENCIA: ¡Soncas que lo dice mal! MENGO: Apostaré que la sal la echó el cura con el puño. LAURENCIA: ¿Qué contienda os ha traído, si no es que mal lo entendí? FRONDOSO: Oye, por tu vida. LAURENCIA: Di. FRONDOSO: Préstame, Laurencia, oído. LAURENCIA: Como prestado, y aun dado, desde agora os doy el mío. FRONDOSO: En tu discreción confío. LAURENCIA: ¿Qué es lo que habéis apostado? FRONDOSO: Yo y Barrildo contra Mengo. LAURENCIA: ¿Qué dice Mengo? BARRILDO: Una cosa que, siendo cierta y forzosa, la niega. MENGO: A negarla vengo, porque yo sé que es verdad. LAURENCIA: ¿Qué dice? BARRILDO: Que no hay amor. LAURENCIA: Generalmente, es rigor. BARRILDO: Es rigor y es necedad. Sin amor, no se pudiera ni aun el mundo conservar. MENGO: Yo no sé filosofar; leer, ¡ojalá supiera! Pero si los elementos en discordia eterna viven, y de los mismos reciben nuestros cuerpos alimentos, cólera y melancolía, flema y sangre, claro está. BARRILDO: El mundo de acá y de allá, Mengo, todo es armonía. Armonía es puro amor, porque el amor es concierto. MENGO: Del natural os advierto que yo no niego el valor. Amor hay, y el que entre sí gobierna todas las cosas, correspondencias forzosas de cuanto se mira aquí; y yo jamás he negado que cada cual tiene amor, correspondiente a su humor, que le conserva en su estado. Mi mano al golpe que viene mi cara defenderá; mi pie, huyendo, estorbará el daño que el cuerpo tiene. Cerraránse mis pestañas si al ojo le viene mal, porque es amor natural. PASCUALA: Pues, ¿de qué nos desengañas? MENGO: De que nadie tiene amor más que a su misma persona. PASCUALA: Tú mientes, Mengo, y perdona; porque, ¿es materia el rigor con que un hombre a una mujer o un animal quiere y ama su semejante? MENGO: Eso llama amor propio, y no querer. ¿Qué es amor? LAURENCIA: Es un deseo de hermosura. MENGO: Esa hermosura, ¿por qué el amor la procura? LAURENCIA: Para gozarla. MENGO: Eso creo. Pues ese gusto que intenta, ¿no es para él mismo? LAURENCIA: Es así. MENGO: Luego ¿por quererse a sí busca el bien que le contenta? LAURENCIA: Es verdad. MENGO: Pues de ese modo no hay amor sino el que digo, que por mi gusto le sigo y quiero dármele en todo. BARRILDO: Dijo el cura del lugar cierto día en el sermón que había cierto Platón que nos enseñaba a amar; que éste amaba el alma sola y la virtud de lo amado. PASCUALA: En materia habéis entrado que, por ventura, acrisola los caletres de los sabios en sus cademias y escuelas. LAURENCIA: Muy bien dice, y no te muelas en persuadir sus agravios. Da gracias, Mengo, a los cielos, que te hicieron sin amor. MENGO: ¿Amas tú? LAURENCIA: Mi propio honor. FRONDOSO: Dios te castigue con celos. BARRILDO: ¿Quién gana? PASCUALA: Con la qüistión podéis ir al sacristán, porque él o el cura os darán bastante satisfacción. Laurencia no quiere bien, yo tengo poca experiencia. ¿Cómo daremos sentencia? FRONDOSO: ¿Qué mayor que ese desdén?
Sale FLORES
FLORES: Dios guarde a la buena gente. FRONDOSO: Éste es del comendador crïado. LAURENCIA: ¡Gentil azor! ¿De adónde bueno, pariente? FLORES: ¿No me veis a lo soldado? LAURENCIA: ¿Viene don Fernando acá? FLORES: La guerra se acaba ya, puesto que nos ha costado alguna sangre y amigos. FRONDOSO: Contadnos cómo pasó. FLORES: ¿Quién lo dirá como yo, siendo mis ojos testigos? Para emprender la jornada de esta ciudad, que ya tiene nombre de Ciudad Real, juntó el gallardo maestre dos mil lucidos infantes de sus vasallos valientes, y trescientos de a caballo de seglares y de freiles; porque la cruz roja obliga cuantos al pecho la tienen, aunque sean de orden sacro; mas contra moros, se entiende. Salió el muchacho bizarro con una casaca verde, bordada de cifras de oro, que sólo los brazaletes por las mangas descubrían, que seis alamares prenden. Un corpulento bridón, Rucio rodado, que al Betis bebió el agua, y en su orilla despuntó la grama fértil; el codón labrado en cintas de ante, y el rizo copete cogido en blancas lazadas, que con las moscas de nieve que bañan la blanca piel iguales labores teje. A su lado Fernán Gómez, vuestro señor, en un fuerte melado, de negros cabos, puesto que con blanco bebe. Sobre turca jacerina, peto y espaldar luciente, con naranjada orla saca, que de oro y perlas guarnece. El morrión, que coronado con blancas plumas, parece que del color naranjado aquellos azahares vierte; ceñida al brazo una liga roja y blanca, con que mueve un fresno entero por lanza que hasta en Granada le temen. La ciudad se puso en arma; dicen que salir no quieren de la corona real, y el patrimonio defienden. Entróla bien resistida, y el maestre a los rebeldes y a los que entonces trataron su honor injuriosamente mandó cortar las cabezas, y a los de la baja plebe, con mordazas en la boca, azotar públicamente. Queda en ella tan temido y tan amado, que creen que quien en tan pocos años pelea, castiga y vence, ha de ser en otra edad rayo del África fértil, que tantas lunas azules a su roja cruz sujete. Al comendador y a todos ha hecho tantas mercedes, que el saco de la ciudad el de su hacienda parece. Mas ya la música suena; recibidle alegremente, que al triunfo las voluntades son los mejores laureles.
Salen el COMENDADOR y ORTUÑO, MÚSICOS, JUAN ROJO y ESTEBAN, ALONSO, ALCAIDES. Cantan los MÚSICOS
MUSICOS: "Sea bien venido el comendadore de rendir las tierras y matar los hombres. ¡Vivan los Guzmanes! ¡Vivan los Girones! Si en las paces blando, dulce en las razones. Venciendo moriscos, fuertes como un roble, de Ciudad Reale viene vencedore; que a Fuenteovejuna trae los pendones. ¡Viva muchos años, viva Fernán Gómez!" COMENDADOR: Villa, yo os agradezco justamente el amor que me habéis aquí mostrado. ALONSO: Aun no muestra una parte del que siente. Pero ¿qué mucho que seáis amado, mereciéndolo vos? ESTEBAN: Fuenteovejuna y el regimiento que hoy habéis honrado, que recibáis os ruega e importuna un pequeño presente, que esos carros traen, señor, no sin vergüenza alguna, de voluntades y árboles bizarros, más que de ricos dones. Lo primero traen dos cestas de polidos barros; de gansos viene un ganadillo entero, que sacan por las redes las cabezas, para cantar vueso valor guerrero. Diez cebones en sal, valientes piezas, sin otras menudencias y cecinas, y más que guantes de ámbar, sus cortezas. Cien pares de capones y gallinas, que han dejado viudos a sus gallos en las aldeas que miráis vecinas. Acá no tienen armas ni caballos, no jaeces bordados de oro puro, si no es oro el amor de los vasallos. Y porque digo puro, os aseguro que vienen doce cueros, que aun en cueros por enero podéis guardar un muro, si de ellos aforráis vuestros guerreros, mejor que de las armas aceradas; que el vino suele dar lindos aceros. De quesos y otras cosas no excusadas no quiero daros cuenta. Justo pecho de voluntades que tenéis ganadas; y a vos y a vuestra casa, buen provecho. COMENDADOR: Estoy muy agradecido. Id, regimiento, en buen hora. ALONSO: Descansad, señor, agora, y seáis muy bien venido; que esta espadaña que veis y juncia a vuestros umbrales fueran perlas orientales, y mucho más merecéis, a ser posible a la villa. COMENDADOR: Así lo creo, señores. Id con Dios. ESTEBAN: Ea, cantores, vaya otra vez la letrilla.
Cantan
MÚSICOS: "Sea bien venido el comendadore de rendir las tierras y matar los hombres."
Vanse los MÚSICOS y los ALCAIDES
COMENDADOR: Esperad vosotras dos. LAURENCIA: ¿Qué manda su señoría? COMENDADOR: ¡Desdenes el otro día, pues, conmigo! ¡Bien, por Dios! LAURENCIA: ¿Habla contigo, Pascuala? PASCUALA: Conmigo no, tirte ahuera. COMENDADOR: Con vos hablo, hermosa fiera, y con esotra zagala. ¿Mías no sois? PASCUALA: Sí, señor; mas no para casos tales. COMENDADOR: Entrad, pasado los umbrales; hombres hay, no hayáis temor. LAURENCIA: Si los alcaldes entraran, que de uno soy hija yo, bien huera entrar; mas si no... COMENDADOR: ¡Flores! FLORES: ¿Señor? COMENDADOR: ¡Que reparan en no hacer lo que les digo! FLORES: ¡Entrad, pues! LAURENCIA: No nos agarre. FLORES: Entrad; que sois necias. PASCUALA: Arre; que echaréis luego el postigo. FLORES: Entrad; que os quiere enseñar lo que trae de la guerra. COMENDADOR: Si entraren, Ortuño, cierra.
Éntrase
LAURENCIA: Flores, dejadnos pasar. ORTUÑO: ¿También venís presentadas con lo demás? PASCUALA: ¡Bien a fe! Desvíese, no le dé... FLORES: Basta; que son extremadas. LAURENCIA: ¿No basta a vuestro señor tanta carne presentada? ORTUÑO: La vuestra es la que le agrada. LAURENCIA: ¡Reviente de mal dolor!
Vanse LAURENCIA y PASCUALA
FLORES: ¡Muy buen recado llevamos! No se ha de poder sufrir lo que nos ha de decir cuando sin ellas nos vamos. ORTUÑO: Quien sirve se obliga a esto. Si en algo desea medrar, o con paciencia ha de estar, o ha de despedirse presto.
Vanse los dos. Salgan el REY don Fernando, la reina doña ISABEL, MANRIQUE, y acompañamiento
ISABEL: Digo, señor, que conviene el no haber descuido en esto, por ver a Alfonso en tal puesto, y su ejército previene. Y es bien ganar por la mano antes que el daño veamos; que si no lo remediamos, el ser muy cierto está llano. REY: De Navarra y de Aragón está el socorro seguro, y de Castilla procuro hacer la reformación de modo que el buen suceso con la prevención se vea. ISABEL: Pues vuestra majestad crea que el buen fin consiste en eso. MANRIQUE: Aguardando tu licencia dos regidores están de Ciudad Real. ¿Entrarán? REY: No les nieguen mi presencia.
Salen dos REGIDORES de Ciudad Real
REGIDOR 1: Católico rey Fernando, a quien ha enviado el cielo desde Aragón a Castilla para bien y amparo nuestro: en nombre de Ciudad Real, a vuestro valor supremo humildes nos presentamos, el real amparo pidiendo. A mucha dicha tuvimos tener título de vuestros; pero pudo derribarnos de este honor el hado adverso. El famoso don Rodrigo Téllez Girón, cuyo esfuerzo es en valor extremado, aunque es en la edad tan tierno maestre de Calatrava, él, ensanchar pretendiendo el honor de la encomienda, nos puso apretado cerco. Con valor nos prevenimos, a su fuerza resistiendo, tanto, que arroyos corrían de la sangre de los muertos. Tomó posesión, en fin; pero no llegara a hacerlo, a no le dar Fernán Gómez orden, ayuda y consejo. Él queda en la posesión, y sus vasallos seremos, suyos, a nuestro pesar, a no remediarlo presto. REY: ¿Dónde queda Fernán Gómez? REGIDOR 1: En Fuenteovejuna creo, por ser su villa, y tener en ella casa y asiento. Allí, con más libertad de la que decir podemos, tiene a los súbditos suyos de todo contento ajenos. REY: ¿Tenéis algún capitán? REGIDOR 2: Señor, el no haberle es cierto, pues no escapó ningún noble de preso, herido o de muerto. ISABEL: Ese caso no requiere ser de espacio remediado; que es dar al contrario osado el mismo valor que adquiere; y puede el de Portugal, hallando puerta segura, entrar por Extremadura y causarnos mucho mal REY: Don Manrique, partid luego, llevando dos compañías; remediad sus demasías sin darles ningún sosiego. El conde de Cabra ir puede con vos; que es Córdoba osado, a quien nombre de soldado todo el mundo le concede; que éste es el medio mejor que la ocasión nos ofrece. MANRIQUE: El acuerdo me parece como de tan gran valor. Pondré límite a su exceso, si el vivir en mí no cesa. ISABEL: Partiendo vos a la empresa, seguro está el buen suceso.
Vanse todos. Salen LAURENCIA y FRONDOSO
LAURENCIA: A medio torcer los paños, quise, atrevido Frondoso para no dar qué decir, desvïarme del arroyo; decir a tus demasías que murmura el pueblo todo, que me miras y te miro, y todos nos traen sobre ojo. Y como tú eres zagal de los que huellan, brioso, y excediendo a los demás vistes bizarro y costoso, en todo lugar no hay moza, o mozo en el prado o soto, que no se afirme diciendo que ya para en uno somos; y esperan todos el día que el sacristán Juan Chamorro nos eche de la tribuna en dejando los piporros. Y mejor sus trojes vean de rubio trigo en agosto atestadas y colmadas, y sus tinajas de mosto, que tal imaginación me ha llegado a dar enojo: ni me desvela ni aflige ni en ella el cuidado pongo. FRONDOSO: Tal me tienen tus desdenes, bella Laurencia, que tomo, en el peligro de verte, la vida, cuando te oigo. Si sabes que es mi intención el desear ser tu esposo, mal premio das a mi fe. LAURENCIA: Es que yo no sé dar otro. FRONDOSO: ¿Posible es que no te duelas de verme tan cuidadoso y que imaginando en ti ni bebo, duermo ni como? ¿Posible es tanto rigor en ese angélico rostro? ¡Viven los cielos, que rabio! LAURENCIA: Pues salúdate, Frondoso. FRONDOSO Ya te pido yo salud, y que ambos, como palomos, estemos, juntos los picos, con arrullos sonorosos, después de darnos la iglesia... LAURENCIA: Dilo a mi tío Juan Rojo; que aunque no te quiero bien, ya tengo algunos asomos. FRONDOSO: ¡Ay de mí! El señor es éste. LAURENCIA: Tirando viene a algún corzo. Escóndete en esas ramas. FRONDOSO: Y ¡con qué celos me escondo!
Sale el COMENDADOR
COMENDADOR: No es malo venir siguiendo un corcillo temeroso, y topar tan bella gama. LAURENCIA: Aquí descansaba un poco de haber lavado unos paños; y así, al arroyo me torno, si manda su señoría. COMENDADOR: Aquesos desdenes toscos afrentan, bella Laurencia, las gracias que el poderoso cielo te dio, de tal suerte, que vienes a ser un monstruo. Mas si otras veces pudiste hüír mi ruego amoroso, agora no quiere el campo, amigo secreto y solo; que tú sola no has de ser tan soberbia, que tu rostro huyas al señor que tienes, teniéndome a mí en tan poco. ¿No se rindió Sebastiana, mujer de Pedro Redondo, con ser casadas entrambas, y la de Martín del Pozo, habiendo apenas pasado dos días del desposorio? LAURENCIA: Ésas, señor, ya tenían de haber andado con otros el camino de agradaros; porque también muchos mozos merecieron sus favores. Id con Dios, tras vueso corzo; que a no veros con la cruz, os tuviera por demonio, pues tanto me perseguís. COMENDADOR: ¡Qué estilo tan enfadoso! Pongo la ballesta en tierra [puesto que aquí estamos solos], y a la práctica de manos reduzco melindres. LAURENCIA: ¿Cómo? ¿Eso hacéis? ¿Estáis en vos?
Sale FRONDOSO y toma la ballesta
COMENDADOR: No te defiendas. FRONDOSO: Si tomo la ballesta ¡vive el cielo que no la ponga en el hombro! COMENDADOR: Acaba, ríndete. LAURENCIA: ¡Cielos, ayúdame agora! COMENDADOR: Solos estamos; no tengas miedo. FRONDOSO: Comendador generoso, dejad la moza, o creed que de mi agravio y enojo será blanco vuestro pecho, aunque la cruz me da asombro. COMENDADOR: ¡Perro, villano!... FRONDOSO: No hay perro. Huye, Laurencia. LAURENCIA: Frondoso, mira lo que haces. FRONDOSO: Vete.
Vase LAURENCIA
COMENDADOR: ¡Oh, mal haya el hombre loco, que se desciñe la espada! Que, de no espantar medroso la caza, me la quité. FRONDOSO: Pues, pardiez, señor, si toco la nuez, que os he de apiolar. COMENDADOR: Ya es ida. Infame, alevoso, suelta la ballesta luego. Suéltala, villano. FRONDOSO: ¿Cómo? Que me quitaréis la vida. Y advertid que Amor es sordo, y que no escucha palabras el día que está en su trono. COMENDADOR: Pues, ¿la espalda ha de volver un hombre tan valeroso a un villano? Tira, infame, tira, y guárdate; que rompo las leyes de caballero. FRONDOSO: Eso, no. Yo me conformo con mi estado, y, pues me es guardar la vida forzoso, con la ballesta me voy. COMENDADOR: ¡Peligro extraño y notorio! Mas yo tomaré venganza del agravio y del estorbo. ¡Que no cerrara con él! ¡Vive el cielo, que me corro!

FIN DEL PRIMER ACTO

Fuenteovejuna, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002