JORNADA TERCERA


 
Salen EUFRASIA, VIOLANTE, TEODORA, y el ESCUDERO, acabando de comer
EUFRASIA: Como amiga os he tratado. Harto mal habéis comido. ESCUDERO: Todo ha estado muy cumplido. Mi trabajo me ha costado. EUFRASIA: ¿Quién os mete a vos aquí? VIOLANTE: Si verdad queréis que os diga, no me tratáis como amiga. EUFRASIA: Ni vos en tratarme así. VIOLANTE: De vos me quejo, en verdad, que ha sido mucha extrañeza mostrar tan poca llaneza adonde hay tanta amistad. EUFRASIA: Antes os podéis quejar que ya que el año se pasa un día que estáis en casa no os acierto a regalar. VIOLANTE: No haya más, por vida mía. Cumplimientos excusemos. EUFRASIA: Traigan en que nos sentemos, y emendaráse otro día.
Hablan aparte el ESCUDERO y TEODORA
¿Oíslo? ESCUDERO: ¿Qué estás mirando? ¿Mujer que vende turrón? ¿Oyes aquella razón y quédaste suspirando? Entra por aquel estrado. TEODORA: Pues, señor Nuño Rasura, ¿hurtélo yo, por ventura? Su caballo desollado, ¿no tiene buenas espaldas? ESCUDERO: Si en ti se pudiera hallar un vergonzoso lugar, yo te cortara las faldas. ¿Por qué no me diste arroz, cara de gato goloso? TEODORA: De miedo de que es potroso no le respondo una coz. EUFRASIA: Jan Francisco, sacad vos dos sillas altas aquí. TEODORA: Tome, y ríase de mí. ESCUDERO: Ahora bien vamos los dos.
Vanse el ESCUDERO y TEODORA
VIOLANTE: Al fin, como os dije, hermana, tiene un rico entendimiento, tiene un noble pensamiento y la condición humana. De sólo que le veáis tan rendida quedaréis, que más celos me daréis que reprehensiones me dais. Habla con una viveza y un fervor de corazón, que mueve a amor y atención, y tiene rara agudeza. Un responder tan exento, con un color de humildad, que parece libertad, y causa extraño contento. El día que aquestos nuevos pensamientos admití, no deshonesto le vi en corrillos de mancebos, sino con un rostro grave y una modesta tristeza, sosegada la cabeza y el mirar dulce y süave; por la plaza paseando, tan señor de los demás, que los que dejaba atrás se lo quedaban mirando.
Salen el ESCUDERO y TEODORA, con almohadas
ESCUDERO: Bien medro de las costillas. TEODORA: Diréis que son muy pesadas. ESCUDERO: Pues que saco las almohadas, mire que saque las sillas. TEODORA: Tiende ahí, diablo monazo. ESCUDERO: ¿Qué te entonas, bodegón? TEODORA: Pasa allí, hermano Juan Pron. ESCUDERO: Todo por darme un abrazo. ¡Quien no te las entendiese! EUFRASIA: Muy poca conversación. Traigan sillas. TEODORA: Éstas son, que hizo que las trujese. EUFRASIA: Ea, salgan allá fuera, y ninguno entre después que no sepa yo quién es. TEODORA: Haráse de esa manera.
Vanse el ESCUDERO y TEODORA
EUFRASIA: Siéntate, hermana Violante, y dime más de tu historia, que regalo la memoria en las prendas de tu amante, que ya sé de estos enojos. VIOLANTE: ¡Ay, Eufrasia ¿Qué diré, si tú le adoras por fe, yo que le vi por mis ojos? EUFRASIA: ¿Tiene calidad alguna? VIOLANTE: No es más de un hidalgo pobre. EUFRASIA: Dame tú que amor le sobre, y envidiaré tu fortuna. VIOLANTE: Es hombre limpio, aseado, cortesano por extremo. EUFRASIA: Por mi vida, que le temo de verle tan acabado. VIOLANTE: ¡Con qué donaire trató mil conceptos de mi traje diciendo que el villanaje nunca tal corte crió! Sin otros conceptos mil en que su buen natural mostró divino caudal y pensamiento sutil.
Sale TEODORA
TEODORA: Señora un hombre está aqui, galán, mancebo y pulido, que dice que es de Abido. VIOLANTE: Sin duda me busca a mí. Eufrasia mia, ¿entrará? EUFRASIA: Pues, ¿qué estamos aguardando? Corre, di que entre volando. VIOLANTE: Entre, que a la puesta está.
Sale LEANDRO
LEANDRO: ¿Está seguro este puesto? VIOLANTE: Él sea muy bienvenido. Entre el amador de Abido. LEANDRO: Que viene a buscar a Sesto.
Hablan aparte VIOLANTE y EUFRASIA
VIOLANTE: ¿Qué os parece? EUFRASIA: Es extremado. Tome una de las sillas. LEANDRO: Mejor estoy de rodillas. EUFRASIA: Es grande para crïado, Mandad que se alce Violante. LEANDRO: No me mandéis levantar; de rodillas he de estar, que tengo imagen delante. VIOLANTE: No; levántese, LEANDRO: Obedezco. VIOLANTE: Cúbrase. LEANDRO: Cuanto me mande. Ya, señora, me hacéis grande; por humildad lo merezco. Quien merece aquesta silla ha de envidiar la del rey; que ésta es de Amor, cuya ley los altos reyes humilla. VIOLANTE: ¿Qué me dices? ¿Soy muy loca? LEANDRO: Vuestra merced, ¿en qué piensa? VIOLANTE: Callad, que me estoy suspensa y colgada de su boca. LEANDRO: Ya del traje habéis mudado. VIOLANTE: ¿Parézcoos mejor agora? LEANDRO: Bien en ferias labradora y bien dama en un estrado; no sé que haya diferencia. VIOLANTE: Adondequiera soy vuestra. EUFRASIA: ¡Qué bien su nobleza muestra, su buena lengua y presencia. VIOLANTE: ¿Puédesele dar la palma? EUFRASIA: Muy bien se le puede dar, que a veces el buen hablar es el crédito del alma. LEANDRO: Téngale con vos la mía de que es vuestra. EUFRASIA: Una de dos, Violante; abrazadle vos, o yo abrazarle querría; escoged lo que ha de ser. LEANDRO: Mucho tengo que pagar. VIOLANTE: Al fin, le quiero abrazar, pues que me dais a escoger.
Sale el ESCUDERO
EUFRASIA: ¿Qué queréis aquí? ESCUDERO: Advierta vuestra merced que ha venido... EUFRASIA: ¿Quién? ESCUDERO: El señor, su marido, que aguardando está a la puerta. EUFRASIA: Miren la flema del hombre. ¿El mío o de Violante? ESCUDERO: Si es el negocio importante, irle he a preguntar el nombre. VIOLANTE: ¡Maldita sea tu flema! EUFRASIA: Hacé una cosa discreta en esa cuadra secreta, pues anda con esa tema, no le cause algunos celos. VIOLANTE: ¡Y cómo si los tendrá! Celoso en extremo está. EUFRASIA: Excúsense. VIOLANTE: Excusarélos, ¿No hay allí una falsa puerta? Pues váyase mientras pasa, y a las diez la de mi casa le tendrá una moza abierta. LEANDRO: Pues, señora, Dios os guarde, que mal suceso he tenido. ...................... .................... [-arde].
Vase LEANDRO, y sale PATRICIO
PATRICIO: Dios guarde a vuesa merced. EUFRASIA: Con bien a esta casa venga Patricio, y su dueña tenga este regalo y merced. PATRICIO: Siempre de vos la recibo. EUFRASIA: Debéis afición, a fe. PATRICIO: Y de ella me acordaré mientras estuviere vivo. EUFRASIA: ¿Qué tenéis? ¿Cómo no estáis en la silla sosegado? Debéis de estar mal sentado. ¿Cómo esotra no tomáis? Sospecho es más ancha y alta. Sacá otra silla aquí fuera. PATRICIO: Todas son de una manera; del corazón es la falta. EUFRASIA: ¿No le tenéis asentado? VIOLANTE: ¿Cómo le sabrá asentar quien sabe tan bien estar tres años amancebado? EUFRASIA: Antes es sobra de asiento. PATRICIO: ¿En eso estamos agora? VIOLANTE: ¿No? Dígalo la señora, vuestro regalo y contento; esa vuestra amada prenda, la que tanto habéis querido, que a mí me quita el marido y a vuestros hijos la hacienda. PATRICIO: Por dondequiera que voy me tenéis de deshonrar. VIOLANTE: Como vos atormentar adondequiera que estoy. EUFRASIA: Ea, no más, mi Violante; no lloréis, por vida mía. Pensé tener mejor día. Vuesa merced se levante y le limpie aquesos ojos. PATRICIO: Harélo para agradaros. Presto sabéis enojaros, todo para darme enojos. Alzad, volved a mirar; mirad que sois mi regalo. VIOLANTE: Cualquiera bien del que es malo dicen que se ha de estimar. PATRICIO: Abrazadme, mi querida. VIOLANTE: (¿Qué ha de servir, como digo, Aparte dar brazos a mi enemigo?) PATRICIO: (Yo te quitaré la vida.) Aparte EUFRASIA: ¿Hechas son las amistades? Huélgome que aquí se han hecho. PATRICIO: (Con qué oro cubre el pecho Aparte sus traiciones y maldades.) Eufrasia, ¿se ha de enojar de lo que quiero decir? Licencia quiero pedir para a Violante llevar, que conmigo vaya quiero. VIOLANTE: Que no lo mandéis, señora. EUFRASIA: Sí, sí, y llévese a Teodora, a Isidro y al Escudero. ¿Hola? TEODORA: ¿Señora? EUFRASIA: Tu manto trae y el de aquesta dama, y al Escudero me llama. VIOLANTE: No lo solicites tanto. EUFRASIA: Ea, tórnense a abrazar. PATRICIO: Por cierto, de buena gana. VIOLANTE: Mirad que pienso mañana que me vais a visitar. TEODORA: Ea, cúbrete, señora. EUFRASIA: Muriendo estás de placer. VIOLANTE: Allá me pienso tener aquesta noche a Teodora. EUFRASIA: Sea muy en hora buena. Ea, vos pasá adelante, dadle la mano a Violante. VIOLANTE: La de mi marido es buena. Adiós. EUFRASIA: Y lo vais los dos. PATRICIO: Quede con vuestra merced. EUFRASIA: ¿Hola, Isidro? Recoged. ESCUDERO: Dios vaya, señor, con vos. (No ha estado la fiesta mala. Aparte Sepa que me toma el diablo, que de mozo del establo me hagan paje de sala.)
Vanse todos, y salen CLAUDIO, LUCRECIO, ADRIÁN, y ROBERTO
CLAUDIO: Gentil, por Dios, señores, va la calle de San Francisco! ¡Qué de hermosa moza! ¡Cuánto galán se huella de buen talle! LUCRECIO: Las que vimos ayer en la carroza me parecen aquellas embozadas. ADRIÁN: Basta que nuestra Estela se reboza. ¿Visteis cómo llevaba enalmagradas las dos mejillas de violeta o lirio, ya de jazmín y rosa matizadas? ¡Cuánto vale la mudanza y el martirio! Basta que por la tarde son claveles y a la mañana de amarillo cirio. CLAUDIO: ¿Pareciéronos bien las Isabeles? LUCRECIO: ¡Jesús! Ésas muchas han crecido más que inútiles mirabeles. ADRIÁN: Medrada está de casa y de vestido después que usa el estilo picaresco la mayor de las dos. LUCRECIO: Discreta ha sido. Guineo se ha de hablar y hablar tudesco, como dice la madre Zarabanda, y todo por coger dinero fresco. CLAUDIO: Aún ésa no tan libre se desmanda como la Cristaneja y Armelinda, y las demás vecinas de su banda. ROBERTO: Y aquella alcahuetaza, como guinda, colorados los ojos y narices, que aun agora se precia de muy linda, ¿es viva todavía? CLAUDIO: ¿Por quién dices? ¿Por la que le cogí de la ventana la pierna de carnero y las perdices? Está más alta y ancha que una alfana, con un polvillo y más otro polvillo. LUCRECIO: Perdida tiene aquella pobre hermana. Y veráse primero Peralbillo sin palos y ladrones que les falte, lo que fue de sus honras el cuchillo. Dadme que venga el otro gerifalte y que el sustento y lo demás provea, que no ha de quedar perro que no salte. Como suele la gente de Guinea dejarse cautivar de zarandajas, puesto que para galas bueno sea, así se dejan ir por prendas bajas, sortijas, escritorios y chapines, confites, diacitrón, conservas, cajas. Y quieren, siendo públicas {..-ines], que las alabe el otro que las topa por la calle después de los maitines, o piensen que es de carne o que es de estopa. ADRIÁN: Quizá os pondrán del Festión el sello para que San Martín parta su ropa. CLAUDIO: Si se alaba la ruín, no dudo en ello, sino que hace ofensa a la que es buena. ADRIÁN: Todo lo malo piso y atropello. Ni su fiero ni fuerza me da pena. Conozco el bien, soy hijo de la villa y estimo a cada cual en lo que suena. Bueno es que la que sufre albarda o silla quiera que diga yo que es Santa Clara, no lo estando ni en medio ni a la orilla. ROBERTO: Hipócrita veréis volver la cara cuando de una mujer, sea cualquiera, la deshonesta vida se declara. Y dice, si justicia alguna hubiera, de aquéste fuera bien estar quemada la estatua sola cuando el cuerpo quiera. Y no contempla que la que es honrada y vive entre paredes recogida, sorda al dinero y más que nieve helada, se afrenta, con mil causas ofendida, de que se diga bien de la que es mala y, por ventura, a serlo se convida. ADRIÁN: ¿Qué premio daréis, Claudio, a la que iguala a la casta Penélope y desecha al que la solicita y la regala? ¿Qué premio le daréis a la que se echa con cuatro niños, sin cenar, por dicha, contenta en pobre cama y satisfecha si se ha de celebrar la sobredicha, tan amiga de sobre y que le sobre y a su costa remedia su desdicha? CLAUDIO: Diga yo bien de la doncella pobre que se confiesa y vive honestamente, ni sabe si el real es plata o cobre. Y de aquella casada que no siente el papel amoroso y al regalo más sorda que al encanto la serpiente, y que al paje del otro con un palo hace bajar rodando, y sólo viste lo que le da el marido, bueno o malo. Y diga bien de la viuda triste que a la oración cerró ventana y puerta, y al mundo y carne y diablo se resiste, y que si va media noche la despierta el otro que tañó la zarabanda, las manos cruza y queda medio muerta. Y que en la cama el buen temor nos manda que imaginemos que es la sepultura, dura en la muerte y en la vida blanda. Y si el otro bellaco se apresura en el son cosquilloso, hace mil cruces, y con ninguna llega a la cintura. Y luego de mañana, entre dos luces, se va a su misa y a sus randas vuelve, haciendo de las cuentas arcaduces, y así acabar la vida se resuelve. Y si con ira dijo "¡zape!" al gato se va a la iglesia y del rancor se absuelve. Y no calle mi boca sólo un rato diciendo mal del malo y bien del bueno. ADRIÁN: Eso es de noble y virtuoso trato. Mas no se diga más, aunque está lleno Madrid de aqueste vivo maldiciente. CLAUDIO: Mal guardo las verdades en el seno. Es en verano fresco y es caliente el decir mal y en el invierno frío.
Sale LEANDRO
LEANDRO: A consolarme vengo entre la gente. Tal es la fuerza del tormento mío, que andar solo conmigo no me atrevo. CLAUDIO: Leandro es éste, pero no su brío. LEANDRO: Vivo de suspirar, el viento bebo, abraso el aire y sólo se me esconde tierra, que el agua basta la que llevo. ADRIÁN: ¿Dónde, Leandro? LEANDRO: ¡Ol!, ¡mis señores! ¿Dónde? LUCRECIO: ¿A ver por esas calles? LEANDRO: Y a ser vistos. ROBERTO: Eso mejor a tu valor responde. LEANDRO: ¿Andan las lenguas o los ojos listos? ROBERTO: No, no; muy bien se habla, por mi vida; queremos ser en el lugar bienquistos. CLAUDIO: ¿Queréis saber lo que hay de Rosalida? Que aquesta misma noche se desposa. LEANDRO: ¡Por Dios! CLAUDIO: Es esta cosa muy sabida. LEANDRO: Ha sido para mí tan nueva cosa, que no he sabido ni con quién ni cómo; y es una dama por extremo hermosa. CLAUDIO: Casóse con Estráfilo. LEANDRO: Es un plomo. ¿Este galán escoge? CLAUDIO: Es muy honrado. Danle diez mil ducados. LEANDRO: Esos tomo. ¡Ah, tiempos diferentes del pasado! Con mil maravedís una marquesa casaba la heredera de su estado. ¿Y habemos de ir allá? CLAUDIO: Y aun, si no pesa al señor desposado, se concierta una máscara buena, aunque de priesa. LEANDRO: ¿Qué aprovecha, si ponen a la puerta guarda y alcaide? CLAUDIO: Que no importa nada; será para las máscaras abierta. LEANDRO: ¿Cómo tan presto ha sido concertada? CLAUDIO: ¿Cómo? Sólo nos falta vuestra ayuda. LEANDRO: Tenedla aquesta vez por excusada. ROBERTO: ¿Tendréis alguna novedad? LEANDRO: Sin duda. LUCRECIO: Pésame, a fe, que yo con vos querría excusarme de entrar. LEANDRO: Muy bien ayuda. LUCRECIO: Mejor os guarde Dios; lo que sabía se me ha olvidado todo. ADRIÁN: ¿Habláis de vicio? LUCRECIO: No, sino con razón, por vida mía. Ya sabéis que el danzar es ejercicio; desde el año pasado no le tengo. ADRIÁN: No importa, no. LUCRECIO: Sacáisme de juicio. Ello es de noche; desde aquí prevengo lo necesario. Vamos en un vuelo. Casi por fuerza en vuestro intento vengo. ROBERTO: Por lo menos sabréis del saltarélo el paseo siquiera. LUCRECIO: Y dos mudanzas. LEANDRO: Adiós, señores. CLAUDIO: Favorezca el cielo, Leandro, vuestras ricas esperanzas.
Vanse los cuatro, y queda LEANDRO solo
LEANDRO: ¡Ah, qué contento lleváis y en qué libertad vivís! ¡Qué vanaglorias decís! ¡Qué pensamientos gozáis! ¡Triste yo, que vivo muerto, navegando por un mar donde me vine a anegar cuando ya llegaba al puerto! ¡Qué cerca vi mi esperanza de conseguir su vitorial Mudóse en pena la gloria, trocó la mar la bonanza, porque ya puedo decir que, si no vencí esta vez, aquesta noche a las diez he de vencer o morir.
Sale PATRICIO
PATRICIO: (Éste es Leandro, sin duda, Aparte y a mí casa va derecho. Ya me sobresalta el pecho y la color se me muda.) Pues, ¿señor Leandro? LEANDRO: ¡Oh, rey! PATRICIO: ¿Al anochecer aquí? LEANDRO: Como vivo tan sin mí, ni tengo razón ni ley; como vivo ciego tanto con la luz de mi señora, tan de mañana es agora como cuando me levanto. PATRICIO: ¿Qué hubo de nuevo esta tarde? LEANDRO: Una muy nueva desdicha. PATRICIO: ¿Cómo así? LEANDRO: Ya de mi dicha no es justo que más me acuerde. Entré a cumplir mi concierto, y apenas sentado fui cuando mi esperanza vi dar al través en el puerto. Levantábase a abrazarme aquel ángel amoroso, queriendo su rostro hermoso con su vergüenza abrasarme. Y ya que, juntos los dos, estaba el brazo tendido, llegó su negro marido. ¡Negra Pascua le dé Dios! Quedóse Violante muerta, y yo no menos mortal. Si entré por la principal, salí por la falsa puerta. PATRICIO: ¡Brava ventura perdida! Mal quiero ese hombre, por Dios. LEANDRO: Maldigámosle los dos mientras Dios me diera vida. PATRICIO: Que no; más vale matalle. LEANDRO: Podrá ser alguna vez. Aquesta noche a las diez me dice que ande en su calle, que su marido está fuera y entraré a conversación. PATRICIO: (No es esta mala ocasión Aparte para que a mis manos muera.) LEANDRO: A la calle hemos llegado, y, aunque es muy temprano ahora, quiero ver si mi señora tiene de mí buen cuidado, que podrá estar por aquí. Quedaos, así os guarde Dios, porque si me ve con vos le pesará. PATRICIO: Sea así. A aquella esquina me voy. LEANDRO: ¡Ah, noche, y cuánto te tardas! Reloj de las diez, ¿qué aguardas, que en diez mil penas estoy?
Asómanse a la ventana VIOLANTE y TEODORA
TEODORA: Señora, ¿no es aquel hombre el galán de aquesta tarde? VIOLANTE: El mismo, así Dios me guarde. Llámale. TEODORA: ¿Cómo es su nombre? VIOLANTE: Leandro. TEODORA: ¿Ah, señor Leandro? LEANDRO: ¿Sois vos, mi vida? VIOLANTE: Yo soy. ¿Estáis solo? LEANDRO: Solo estoy. (Escondeos, Alejandro.) Aparte PATRICIO: (Ya me escondo, pesia tal.) Aparte VIOLANTE: En la calle no podéis estar. Entrad, si queréis, por que no parezca mal. LEANDRO: ¿Eso decís? ¿Está abierto? VIOLANTE: Aquésta bajará a abrir.
Hablan aparte LEANDRO y PATRICIO
LEANDRO: Agora puedo decir, Alejandro, que soy muerto. PATRICIO: Pues no lo digáis burlando. Sin duda que moriréis cuando en sus brazos estéis. LEANDRO: Tal muerte estoy deseando. Ya han abierto. Tened cuenta, y si alguien viene, avisad. TEODORA: Entrad, señor, y cerrad. PATRICIO: Dejadlo vos a mi cuenta.
Éntranse LEANDRO y TEODORA
(¿Quedará el cerrojo roto y aquesta puerta quebrada? ¿Echaré mano a la espada? ¿Entraré con alboroto? No, que es negocio de honra, y hasta que esté satisfecho el hablar es sin provecho y causa de mi deshonra. Quiero entrar disimulado.
Llama alto
¿Hola? ¿Hola? Abran aquí. TEODORA: Señora, ¡triste de mí!, señor viene. PATRICIO: Es excusado. Ya es tarde, ingrata; temprano para que llegue tu muerte. VIOLANTE: Abrid, ¿qué hacéis de esa suerte todos, mano sobre mano?
Entra PATRICIO y vase LEANDRO
TEODORA: Vengas, señor, en buen hora. (¡Oh, qué bien que me escapé!) Aparte Mire que a las diez esté en la calle.
Sale LEANDRO por la calle
LEANDRO: Adiós, Teodora. ¿Alejandro? ¿Hola, Alejandro? ¿De esa manera avisáis? ¡Por Dios, descuidado andáis, que anda por la mar Leandro! No parece. Habráse ido. ¡Buen amigo hacéis, por Dios! Pudiera, fïado en vos, dar en manos del marido. ¡Ah, qué de azares me siguen! Todo el mundo me hace guerra. Parece que cielo y tierra,' conjurados, me persiguen. Dos veces me desbarata aquéste la gloria mía, y dos veces en un día; a la tercera me mata. Vanas esperanzas mías, ¿qué posesión pretendéis, pues en un punto perdéis lo que ganáis en un día? Pero pues que porfïar me manda Amor otra vez, aunque me mate a las diez, a las diez tengo de entrar, que, al fin, Leandro es mi nombre.
Sale PATRICIO
PATRICIO: Caso es aquéste que asombra. Ni parece hombre ni sombra. ¡Válgate el diablo por hombre! ¿Por adónde habrá salido? Pero veo allí a Leandro. LEANDRO: ¡Por Dios, señor Alejandro, buen cuidado habéis tenidol ¡Pesia tal!, ¿dejeos aquí y vaisos de aquesa suerte? Señal que he visto la muerte. PATRICIO: ¿Cómo? LEANDRO: A su marido vi. Apenas tomo una silla, cuando vele aquí al marido mejor que si hubiera sido llamado con campanilla. PATRICIO: ¿Y entró? LEANDRO: Pues ¿no había de entrar? ¡Buenas espaldas hicistes! PATRICIO: Y vos, ¿por dónde salistes? LEANDRO: Por ese propio lugar. PATRICIO: ¿Cómo? LEANDRO: Fue gran encubierta. Al tiempo que el hombre entró, por su lado salí yo del encaje de la puerta, que estaba metido allí. PATRICIO: ¡Bravo suceso, por Dios! LEANDRO: Todo por fïarme en vos. PATRICIO: ¡Sí, por Dios, culpado fui! Aunque el Amor me disculpa, que, así como entraste, vieron mis ojos a los que fueron de una desgracia la culpa. Mientras a veros llegué, como yo iba tan ciego, pudo sucederos luego lo que yo jamás pensé; y a fe que si lo pensara, y atento al caso estuviera, otra cosa sucediera, que mi honra disculpara. LEANDRO: No por eso la perdéis, y bien estáis disculpado; si no me habéis ayudado, agora me ayudaréis. A las diez me manda entrar, que ésta es hora muy segura; aquella fué coyuntura que no se puede excusar. Yo tengo muchos amigos; mas no fío mi secreto de ninguno, que os prometo que tengo muchos testigos. A vos, que sois forastero y tan hidalgo, está bien daros cuenta de mi bien; ¿tenéis algún compañero que se viniese con vos para esta noche siguiente, que esta casa tiene gente y sois menester los dos? PATRICIO: ¡Bien decís! Digo que sí; un amigo os quiero dar, de quien os podéis fïar, y tan bien como de mí. LEANDRO: Pues quede aquí concertado que aquí juntos me aguardéis a las diez, donde estaréis con el amigo tratado, y sea un silbo la señal. PATRICIO: ¡Que me place! En todo estoy. LEANDRO: A mudar de traje voy. PATRICIO: El Cielo os guarde de mal. LEANDRO: Beso, señor, vuestras manos.
Vase LEANDRO
PATRICIO: Yo las de vuesa merced. Que estaré a punto creed. (¡Él se me viene a las manos! Aparte Ya no me puedo ofender de este hombre de ningún modo, pues me da cuenta de todo, sin poderme conocer. El amigo que traeré para caso semejante será el padre de Violante, a quien la historia diré. Que si él conmigo viene, con sus ojos ha de ver la que me dio por mujer y la que por hija tiene. ¿Qué hago? Voile a llamar para que venga conmigo, que éste ha de ser el amigo que me le ayude a matar.
Vase PATRICIO, y salen ROBERTO, CLAUDIO, ADRIÁN, y LUCRECIO, vestidos de indio, de moro, de pastor, y de botarga
CLAUDIO: Quitarme quiero aquesta negra máscara que me calienta el rostro. ADRIÁN: Bien podremos hasta que entremos de la puerta adentro. ROBERTO: ¡Qué bueno va Lucrecio de morisco! ¡Parece el mismo Muza desterrado! LUCRECIO: Y vos, de indio, el mismo Atabaliba. ¡Galán salís, a fe de caballero! ADRIÁN: De mí ¿no lo diréis con el botarga, a quien llaman Chuzón en las comedias? Por puntos, corazón de zanahoria. CLAUDIO: Antes habéis querido que en buen talle la proporción y gracia de los miembros se vea y juzgue en ese desnudico, bien propio, al mismo cuerpo diferente. Mas yo, ¿no voy galán con el pellico? ROBERTO: Vais por extremo, y rico, sobre todo. CLAUDIO: Comuniquemos, Adrián, las letras, que no es razón para que tan secretas vayan, pues somos todos una misma cosa; porque si alguna hubiere malsonante, podamos emendarla o no decirla. ADRIÁN: Decís muy bien. Mi cédula se mire acomodada al hábito y la barba de aquel viejo marido de mi dama, que ya, como sabéis, es rico y viejo. "Lo que en el gusto amoroso mi dama no satisfago, con las galas se lo pago." CLAUDIO: ¡Extremada! ¡por Dios, que le picastes! Sólo falta que esté en el desposorio. Diga Lucrecio. LUCRECIO: Dice de esta suerte, acomodada al traje de morisco: "Por vos soy de aquesta ley, que daros el alma a vos no lo manda la de Dios." ROBERTO: Es atrevida; pero pase, vaya. Oíd la mía, que en el traje indiano imito aquel galán de mi señora que atropelló mis años de servicio por el oro divino y poderoso. "No por mi, sino por vos, tierra donde yo nací, no por vos, sino por mí." LUCRECIO: ¡Por Dios, que no la entiendo! ADRIÁN: Yo tampoco. ROBERTO: Oíd, que es un coloquio extremadísimo. Habla el indio primero con la tierra diciendo que le quiere su señora por la tierra, donde hay tanta riqueza; y luego el oro responde a la tierra que no por ella fue querido el indio, sino por el que al fin lo vence todo. CLAUDIO: Doctores hay; entre ellos se argumente y vos os entendéis, que es lo que importa. Oíd y pagaréisos en la mía. Yo me finjo un pastor que fue querido y que por pobre me dejó mi dama, o, por mejor decir, por otro rico. ADRIÁN: Todos sabemos esa historia, vaya. "Dejas un pobre muy rico y un rico muy pobre escoges; si te ofendo no te enojes." ROBERTO: ¿Agora sale Claudio con aquesto? ADRIÁN: Vuélvala, por mi fe, al otro romance de la estrella de Venus traqueado, por todos los lacayos de la corte, aguadores, picaños y fregonas, y harán mejor que no fisgar las letras. CLAUDIO: Pues ¿es malo aplicar aquellos versos si el poeta los hizo por los mismos?
Salen un ALGUACIL y dos CRIADOS
ALGUACIL: ¿Qué gente? ¿Quién va allá? Todos se tengan a la justicia. CLAUDIO: Pues tenidos somos. ALGUACIL: ¿Quién son? ADRIÁN: Cuatro de máscara y dos hachas. ALGUACIL: ¿No saben que no pueden en la corte andar enmascarados por la calle? Vuesas mercedes vengan a la cárcel, ROBERTO: ¿Tan pronto desconoce a los amigos? ALGUACIL: ¡Oh, Roberto! ¿Y adónde? ROBERTO: A un desposorio, y nos hará merced de acompañarnos. ALGUACIL: Eso haré, por serviros, con buen gusto. Vayan las hachas, que seguros vamos. CLAUDIO: Bien nos ha sucedido. Da la vuelta por esa calle, que las diez son dadas. ROBERTO: Hay colación y damas rebozadas.
Vanse todos y sale PATRICIO con BELARDO, viejo, su suegro
BELARDO: Si tal fuese verdad, desde aquí digo, Patricio, que al fin eres mozo vano, que ejecutor seré de su castigo como verdugo fiero e inhumano. No padre quiero ser, sino enemigo, que de su sangre la paterna mano bañaré más contento que aquel día que la casé para desdicha mía. Mira que eres mancebo y es posible que alguna sospechilla, o el demonio, con esa condición tuya insufrible, enemigo mortal del matrimonio, patente y claro te mostró visible lo que será por dicha testimonio. No ofendas a Violante noble y casta, que para serlo ser mi hija basta. PATRICIO: Si no queréis creer, señor Belardo, todo lo que os he dicho de Violante, en este mismo tiempo al hombre aguardo, seguro de este caso semejante; que no será tan perezoso y tardo como vanaglorioso y loco amante, que nos cuente en el punto lo que pasa, y más que le veréis que entra en mi casa. BELARDO: ¿Tal tengo de creer de una doncella crïada en un perpetuo encerramiento, que el sol entraba por milagro a vella y de él se recataba el aposento? ¡Ah, Patricio, Patricio! Que con ella hiciste aqueste indigno casamiento enamorado y loco por tu amiga, que, por ventura, a tal maldad te obliga.
Sale LEANDRO, de noche
PATRICIO: Callad, Belardo, por Dios, y disimulad, que viene. LEANDRO: (Veré si cuidado tiene. Aparte Allí se pasean dos. ¿Si son ellos? Silbar quiero.) ¡Su! ¡Su! ¡Su!... PATRICIO: (Señal es ésta.) Aparte ¡Su! ¡Su! LEANDRO: (Señal es aquésta Aparte del amigo forastero. Quiérome un poco llegar.) ¿Es Alejandro? PATRICIO: Yo soy. LEANDRO: ¿Y quién más? PATRICIO: Quien dije hoy que me viene a acompañar. BELARDO: Vuesa merced se asegure y se confíe de mí. LEANDRO: Y vuesa merced a mí siempre mandarme procure; que cuando esta obligación a esto no me obligara, la de Alejandro bastara, que es mi medio corazón. BELARDO: Él me ha dicho, mi señor, vuestras prendas e hidalguía, y así, como a él, querría me tengáis por servidor. Fuera de eso y de este caso me avisó, y quiero advertiros que el primer paso en serviros será guardar este paso. LEANDRO: A todo quedo obligado; el secreto es importante. BELARDO: La dama, al fin, ¿no es Violante? LEANDRO: La misma que habéis nombrado. BELARDO: Cuando estuvistes allá ¿por poco os viera el marido? LEANDRO: Sí, por Dios; "abrí al marido"; entiendo que cerca está, que es un demonio celoso. La puerta se abre; esperad. BELARDO: Pues alto, señor, entrad, y Dios os haga dichoso.
Éntrase LEANDRO
Esto es hecho. ¡Ah, triste viejo! Desventurado, ¿qué aguardo? PATRICIO: ¿Es verdad, señor Belardo? BELARDO: Hijo, en tus manos lo dejo. Eres cristiano y discreto. PATRICIO: Hasta agora no hay maldad; pero quien da voluntad lo mismo da que el efecto. ¡Vive Dios, que ha de morir! BELARDO: Hijo, vuelve aquesa espada a aquesta vejez cansada, tan harta ya de vivir. No quiero rogar por ella. PATRICIO: De eso de rogar no trates. BELARDO: No digo que no la mates; mas que a mí también con ella. Aquesa espada me acabe; que pues soy el padre yo que tu deshonra engendró, no poca culpa me cabe. Dos hierros tengo delante: uno y otro me destruya: ese de la espada tuya y el que comete Violante.
Asómase TEODORA a la ventana
TEODORA: ¡Ay, triste! Que es mi señor. De todo voy a avisar. PATRICIO: ¿Quiéresme hacer dejar la espada con el honor? ¿De rodillas te me pones con tus canas venerables, cuando es menester que hables graves y honestas razones? Los padres viejos romanos, por la patria o el honor, los hijos, con más furor, degollaban con sus manos. ¿Qué gloria, qué honor te traen más clara que estas dos muertes esas lágrimas que viertes que por la barba te caen? ¡Oh, infame!, que así lo digo; ¿tú eres el que decías que de tu hija serías, no padre, sino enemigo? ¿Tú, que tomar esta espada debieras de aquestas manos, imitando a los romanos dejarla en sangre bañada estás temblando, amarillo, cuando ves que un brazo de honra a la rama de deshonra quiere poner el cuchillo? ¡Buen tronco! Y de tronco tal tal rama, y de ella tal fruto. BELARDO: Si humedece el rostro enjuto, Patricio, amor filïal, no te espantes, que soy hombre; mas por que veas quién soy, quiero dejar desde hoy fama eterna de mi nombre. Con esa espada, que tiene, como cuchillo de esposo, filo agudo y poderoso, a ti matarle conviene. Anda, no tengas temor; ninguna pena te aflija, tú matarás a mi hija y yo mataré al traidor. PATRICIO: Alto; mira que te advierto que lo haré si no lo haces. BELARDO: ¡Oh, espada, que al fin deshaces un adúltero concierto! Mas muera quien hoy deshonra hija, suegros, padre y madre. Aqueste es hecho de padre que sabe de amor y honra.
Dale una estocada a PATRICIO y éste se cae
PATRICIO: ¡Ay, muerto soy! BELARDO: Eso, sí; que en ti mi deshonra muere. Padre soy; quien padre fuere, ponga los ojos en mí. Si yo a mi hija mataba como adúltera y lasciva, dejaba deshonra viva que para siempre duraba. El honor ha de vivir. Es mujer, y pudo errar; y yo padre, y perdonar; y éste mortal, y morir. El irme será mejor; quien me culpare, él se aflija; que yo, sin matar mi hija, he defendido mi honor.
Vase, y salen dando voces, acuchillándose de adentro y dice CLAUDIO
CLAUDIO: ¿Esto se usa en este desposorio? ¿Cuándo se vuelven a su casa? VOCES DENTRO: ¡Afuera! ¿Bueno es que vengan a afrentar los hombres con sátiras envueltas en letrillas? CLAUDIO: Huyamos, pesia tal, que es un ejército. ROBERTO: El uno he conocido. ADRIÁN: Son docientos.
Vanse, y sale un ALGUACIL, y gente, y tropieza el ALGUACIL en el muerto, y en algunas máscaras
ALGUACIL: ¡Ténganse aquí! ¡Favor a la justicia! ¡Cuerpo de tal! Sin falta es hombre muerto. CRIADO: ¡Ah de esta casa! Gente suena. Lumbre, que queda en esta calle muerto un hombre.
Salen TEODORA con un candil, y el ESCUDERO con linterna, y unos anteojos
TEODORA: Paso, señor. ¿Qué voces son aquéstas? ESCUDERO: ¡Ay, triste! Yo conózcole sin falta. ¿Aquéste no es Patricio? TEODORA: ¡Ay, santo Cielo! ¡Ah, señora, señora, tu marido! ALGUACIL: ¡Pobre de mí, que el buen Patricio es muerto! Alumbrad esa luz. ¿Qué es esto? ¿Máscaras? ESCUDERO: Oigan, que enmascarados le mataron. ALGUACIL: No quiero yo, por Dios, mejor indicio. Meted aquese cuerpo sin ruído. Iré a dar parte de esto a quien al punto venga a tomar información del caso.
Vanse el ALGUACIL y CRIADOS
TEODORA: Tenle de aquesa parte, que Violante debe de estar, sin duda, desmayada. ESCUDERO: Él era de la esgrima principiante. Por la nalga le dieron la estocada. TEODORA: Entra, ¡pobre de mí! ESCUDERO: Ve tú delante.
Meten el cuerpo, y sale VIOLANTE
VIOLANTE: ¿Qué salida es aquesta acelerada, ¡triste de mí!, que apenas he salido cuando me traen muerto a mi marido?
Sale LEANDRO
LEANDRO: ¿Qué es aquesto, mi señora? VIOLANTE: No sé, ¡triste!, que estoy muerta. En el umbral de esa puerta mi marido han muerto agora. LEANDRO: ¡Vuestro marido! ¿Es posible? ¿No me diréis de qué suerte? VIOLANTE: Una mujer fue su muerte y un amor incorregible. Por una Eugenia, su amiga, habrá algún competidor acabado con su amor por su celosa fatiga. Aunque nunca con él tuve una hora de paz conmigo, y harto más por enemigo que por marido le tuve, debo llorar con razón, que al fin fue mi compañía. LEANDRO: Pues aquí tendréis la mía y un abierto corazón. Esa mano hermosa pido, y no penséis que os engaño; dejemos pasar el año, que seré vuestro marido. VIOLANTE: Ya que aquesta desventura me ha querido enviar el Cielo, con vos, señor, me consuelo, y esa mano me asegura. LEANDRO: Dadme aquésa y convertid hoy en gloria su tragedia. Aquí acaba la comedia de Las Ferias de Madrid.

FIN DE LA COMEDIA 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002