ACTO SEGUNDO


Salen DORISTEO y FINARDO, en hábito de noche, GERARDA con rebociño y sombrero, LICIO y FABIO, músicos
DORISTEO: Notable frescura. FINARDO: Extraña. GERARDA: Mucho de sus fuentes gusto. DORISTEO: No hay sitio de tanto gusto, Gerarda bella, en España. GERARDA: ¡Qué lindas tazas! DORISTEO: Famosas. GERARDA: Con perlas brindando están. DORISTEO: ¡Qué liberales que dan sus aguas claras y hermosas! ¿Haste holgado de venir? GERARDA: Basta venir a tu lado. DORISTEO: Sentémonos. FINARDO: Todo es Prado. DORISTEO: Así se suele decir. ¿Templaron vuesas mercedes? LISEO: La prima se me bajó. GERARDA: Subirla. DORISTEO: Eso digo yo. FABIO: ¿Comienzo? DORISTEO: Empezar puedes. FABIO: ¿Qué diremos? DORISTEO: La de Lope, por vida del buen Liseo. LISEO: ¿La del suspiro y deseo? FINARDO: A fe, que hay bien donde tope.
Tocan y cantan los MÚSICOS
MUSICOS: "Cuando tan hermosa os miro, de amor suspiro, y cuando no os veo, suspira por mí el deseo. Cuando mis ojos os ven, van a gozar tanto bien; mas como por su desdén de los vuestros me retiro, de amor suspiro; y cuando no os veo suspira por mí el deseo."
Salen LUCINDO y HERNANDO
LUCINDO: Dijeron que llevarían quien cantase. HERNANDO: Ellos serán, pues aquí cantando están. LUCINDO: Ni cantan mal ni porfían. HERNANDO: Cesaron, como las aves luego que alguno se acerca. LUCINDO: Llega y míralos más cerca. HERNANDO: ¡Plegue a Dios, señor, que acabes de ser necio! LUCINDO: Si no es hora para hablar con mi Fenisa, ¿que importa, pues todo es risa? HERNANDO: Celos ríen, y amor llora. Yo paso a lo caballero por delante; espera aquí. LUCINDO: Yo aguardo.
Pasa HERNANDO embozado por delante de los sentados, y vuélvese adonde quedó su amo
FINARDO: ¿Qué mira ansí este necio majadero? DORISTEO: Algo debe de buscar que de casa se le fue. GERARDA: Canta solo. LISEO: Cantaré. GERARDA: Sí, pero no has de templar. HERNANDO: En la voz la conocí. LUCINDO: Luego ¿es Gerarda? HERNANDO: Sin duda. LUCINDO: ¡Ay! HERNANDO: ¿Es menester ayuda? LUCINDO: Y el otro ¿es su galán? HERNANDO: Sí. LUCINDO: ¡Triste de mí! HERNANDO: ¿Qué tenemos? ¿Date por ventura el parto? LUCINDO: Mientras más de ti me aparto, más me acerco. HERNANDO: Sin extremos; que te podrá conocer. LUCINDO: ¿Está en su regazo? HERNANDO: ¡Y cómo! LUCINDO: Celos por los ojos tomo, y el alma comienza a arder, ¡oh, veneno, que desalmas la vida con tus enojos, siendo la copa los ojos donde le beben las almas! ¡Nunca yo viniera acá! HERNANDO: Vámonos de aquí, señor, ¿no es aquel ángel mejor, que esperándonos está? LUCINDO: ¿Cuál ángel? HERNANDO: Fenisa bella. LUCINDO: No estoy para hablar agora con ángeles. HERNANDO: Si te adora, ¿no será justo querella? LUCINDO: Ésa peligro no corre; que como es amor primero, estará como otra Hero, aguardándome en la torre; pero ésta que está en los brazos de este venturoso amante, si me descuido un instante, haráme el alma pedazos. ¿Traes el manto? HERNANDO: ¿Pues no? LUCINDO: Póntele. HERNANDO: Gran mal recelo. LUCINDO: Haz saya del herreruelo. HERNANDO: ¡Yo mujer! ¡Tu dama yo! LUCINDO: A esos árboles te ve, y de mujer te disfraza. HERNANDO: Voy; mas temo que esta traza... Ve, majadero. HERNANDO: Yo iré; mas defenderme te toca, y si hacerlo no quisieres, no te espantes si me vieres con la barriga a la boca.
Vase HERNANDO
LUCINDO: ¡Qué mal se cura amor con invenciones! ¡Qué vano error sobresanar la herida, si en las muertas cenizas escondida, la viva lumbre el corazón le pones! Celos, desdenes, iras, sinrazones tienen el alma alguna vez dormida; mas ¿qué letargo habrá que no despida la fuerza de celosas prevenciones? ¡Oh celos!, con razón os han llamado mosquitos del amor, de amor desvelos. El humo de su fuego os ha engendrado. ¿Qué importa que se duerma en hombre--¡Oh cielos!-- de pesadumbres del amor cansado, si con sus voces le despiertan celos?
Sale HERNANDO con un manto puesto y la capa por saya
HERNANDO: ¿Vengo bien? LUCINDO: Vienes tan bien, que espero que bien me vaya. HERNANDO: ¿Qué te parece la saya? LUCINDO: Muy bien. HERNANDO: ¿Y el manto? LUCINDO: También. HERNANDO: ¿No voy muy apetecible? LUCINDO: Vamos. HERNANDO: ¿Llevo malos bajos? LUCINDO: Llega. HERNANDO: En notables trabajos me pone tu amor terrible.
Acércanse a los otros cinco
DORISTEO: Un galán con cierta dama hacia donde estamos viene. GERARDA: ¡Gentil brío y arte tiene! A fe que es ropa de fama. DORISTEO: ¿Cómo? GERARDA: Dióme el buen olor. DORISTEO: Tomó pastilla al salir. FINARDO: Pastilla y Prado es decir que es dama... DORISTEO: ¿De qué? FINARDO: De amor. DORISTEO: A tu lado toma asiento. GERARDA: ¡Qué de golpe se ha asentado! FINARDO: Debe de tener pesado lo que es el quinto elemento. LUCINDO: Bella doña Estefanía, ¿qué os parece esta frescura?
Habla con voz de mujer HERNANDO
HERNANDO: Fue mucha descompostura venir aquí sin mi tía; pero el mucho amor que os tengo a más me puede obligar. LUCINDO: Señores, ¿quieren cantar? HERNANDO: ¿Déjanlo porque yo vengo? GERARDA: (Lucindo es éste. ¡Ay de mí! Aparte Verdad sin duda sería que aquella dama quería por quien preguntar le vi. Celos que pensé fingidos me han salido verdaderos. ¡Ay, amores lisonjeros, de engaño y traición vestidos! Entendido me ha la letra, herido me ha por el filo, vengóse del mismo estilo.) HERNANDO: Ya se altera e inquieta. ¿Qué te parece el jarabe? LUCINDO: Que hace su operación. GERARDA: (¡Qué bien sabe dar pasión! Aparte ¡Qué mal el tomarla sabe!) Por vida de Doristeo, que un poco de agua traigáis. DORISTEO: Y traeré con qué bebáis; que regalaros deseo. Entreteneos aquí mientras voy por colación. GERARDA: Que vais solo no es razón. FINARDO: ¿Acompañaréle? GERARDA: Sí; que aquí quedan los amigos. FINARDO: Pues vamos. DORISTEO: Venid. FINARDO: Adiós.
Vanse DORISTEO y FINARDO
GERARDA: (Muérome porque las dos Aparte quedásemos sin testigos). LISEO: ¿Queréis que cantemos? GERARDA: No. Antes merced recibiera en quedar sola. FABIO: Algo espera. LISEO: Lindamente nos echó. FABIO: Pues no estorbemos, Liseo. LISEO: Fabio, venid por aquí.
Vanse los MÚSICOS
GERARDA: ¡Ah, mi señora! HERNANDO: ¿Es a mí? GERARDA: Veros y hablaros deseo. HERNANDO: ¡Verme y hablarme! ¿Por qué? GERARDA: Porque soy vuestra vecina. HERNANDO: ¡Jesús, qué extraña mohina! GERARDA: ¿De esto sólo os enfadó? HERNANDO: Hace notable calor; vamos, Lucindo, de aquí. LUCINDO: Mi bien, enfaldarse ansí parece mucho rigor. Descubríos a esa dama, pues Dios os dio tal belleza, y esa hermosa gentileza tiene en la corte fama. Descubrid los ojos bellos; den envidia y den amor. HERNANDO: No estoy agora de humor, ni está enjuto el llanto en ellos; que los traéis hechos mar de celos de esa Gerarda, que me dicen que es gallarda. LUCINDO: ¿Gerarda os lo puede dar? No sé de qué los tenéis. ¡Plegue a Dios que si la quiero, que para el mal de que muero nunca remedio me deis! ¡Plegue a Dios que si la estimo, nunca merezca estos brazos, ni a mis amorosos lazos den vuestros muros arrimo! ¡Plegue a Dios que si la amare, nunca mi ventura poca goce de esa dulce boca, ni por mi bien se declare! ¡Plegue a Dios que si la viere, jamás me vea con vos, ni nos casemos los dos! GERARDA: (¿Que esto sufra? ¿Que esto espere?) Aparte HERNANDO: ¡Ay Dios!, ¡qué de maldiciones! GERARDA: (Todas vengan sobre mí, Aparte si más te sufriere aquí, traidor, tantas sinrazones). HERNANDO: Dícenme que vais allá, y estoy muy descolorida. LUCINDO: Pues tomad color, mi vida; que a vos os adoro ya. GERARDA: No será, infame, en mis días.
Embiste GERARDA a HERNANDO
LUCINDO: ¿Cómo ansí te has descompuesto? HERNANDO: ¡A Estefanía! ¿Qué es esto? GERARDA: Y a cuarenta Estefanías. LUCINDO: Déjala, Gerarda. HERNANDO: ¡Ay, cielo! ¡A una mujer como yo! GERARDA: Matarla tengo. LUCINDO: Eso no. Huye. HERNANDO: Mi muerte recelo.
Vase HERNANDO huyendo
GERARDA: ¿Qué mujer es ésta, perro? LUCINDO: Una mujer que me adora, y eso que tú has hecho agora ha sido un notable yerro; que es señora principal, y te ha de costar la vida. GERARDA: ¿Puede ser ya más perdida, que viéndome en tanto mal? Déjame pasar. LUCINDO: Detente; que a quien me aborrece a mí, nunca licencia le di de hablarme tan libremente. GERARDA: ¿Yo te aborrezco, mi bien? LUCINDO: ¿Tu bien soy? GERARDA: ¡Ay, prenda mía! Cuanto te dije fingía, y cuanto hablaba también. Aborezco a Doristeo; sólo te adoro, Lucindo; de nuevo el alma te rindo. LUCINDO: ¡Cielos! ¿Qué es esto que veo? GERARDA: En prenda de que tú eres mi verdad, vente conmigo. LUCINDO: Mucho os alienta el castigo; como bestias sois, mujeres. Ahora bien, ya se acabó, yo adoro a Estefanía. GERARDA: ¿Por qué me dejas, luz mía? LUCINDO: Porque tu noche llegó. GERARDA: Ven conmigo hasta mi casa. LUCINDO: No hay remedio. GERARDA: ¡Que esto veo! LUCINDO: Presto vendrá Doristeo, que es el que agora te abrasa. GERARDA: De rodillas, mi señor, que vayas quiero pedirte, porque allá quiero decirte las causa de este rigor. Celos, por tu vida, han sido. No seas tirano, ven; ven, Lucindo; ven mi bien. LUCINDO: En efeto, ¿me has querido? GERARDA: Siempre te quise, mis ojos.
Saca LUCINDO la daga
LUCINDO: Yo haré que sangre te cueste.
Sale HERNANDO, ya en su traje
HERNANDO: ¿Qué sacrificio es aquéste? LUCINDO: El haberme dado enojos. HERNANDO: (Si Lucindo quiere hacer Aparte una venganza gallarda, y Gerarda el golpe aguarda, el ángel vengo yo a ser). ¿Qué es esto, señor? LUCINDO: ¡Oh, Hernando! Seas mil veces bien venido. HERNANDO: Dos horas ando perdido, todo este Prado buscando; que en casa han echado menos a esta dama. LUCINDO: Otra sería. HERNANDO: ¿Luego no es Estefanía? LUCINDO: Ha habido rayos y truenos. HERNANDO: ¿Es Gerarda? LUCINDO: ¿No lo ves? HERNANDO: Déjala, ¡triste de mí! Que te ponen culpa a ti. LUCINDO: Gerarda, hablemos después. GERARDA: Oye. LUCINDO: No hay remedio. GERARDA; Aguarda. HERNANDO: Grande valor has tenido. LUCINDO: El saber que soy querido me ha despicado, Gerarda.
Vanse LUCINDO y HERNANDO. Salen DORISTEO y FINARDO
DORISTEO: Desgracia ha sido, por Dios, el no haber ya tienda abierta. FINARDO: Quebrada queda una puerta. GERARDA: Cansado os habéis los dos. DORISTEO: ¿Sola estabas? GERARDA: Sola estaba. DORISTEO: ¿Los músicos...? GERARDA: Libres son. FINARDO: ¡Que no hubiese colación! ¡Y en el verano se alaba Madrid, para quien trasnoche sin cotas ni sin broqueles, que tiene nieve y pasteles, vino y dulce a medianoche! GERARDA: Tarde llegará el favor; que no estoy buena. DORISTEO: Sospecho que este fresco mal te ha hecho. GERARDA: Más me ha dañado el calor. DORISTEO: ¿Entiendes de estrellas? FINARDO: Sé que el Carro ha de estar allí para amanecer. DORISTEO: ¡Ah! Sí. Pues ya muy alto se ve. Vamos, y descansarás. ¿Qué amigos! FINARDO: Pocos hay buenos. GERARDA: (Cuando tú me quieres menos, Aparte Lucindo, te quiero más).
Vanse todos. Salen LUCINDO y HERNANDO
HERNANDO: Tan consolado vienes, que presumo que no te acuerdas ya de aquella loca. LUCINDO: No lo digas de burlas. HERNANDO: ¿Quién ha hecho milagro tan notable en tu sentido? LUCINDO: La confïanza de que soy querido. ¡Bendiga el cielo la invención, la traza, la hora, el movimiento, el manto, el Prado, los celos, los disgustos! HERNANDO: ¿Y no dices que bendiga también a Estefanía? Pues en verdad, que aún traigo las señales de algunos mojicones de Gerarda. LUCINDO: La ventana han abierto; espera, aguarda.
Sale FENISA a la ventana
FENISA: ¡Ah, caballero! LUCINDO: ¿Quién llama? FENISA: Llegad quedo. Una mujer. HERNANDO: Fenisa debe de ser, que habrá dejado la cama. FENISA: Vuestro nombre me decid, antes que os empiece a hablar. LUCINDO: Mira no echemos azar. HERNANDO: Todos duermen en Madrid, hasta el viejo Arias Gonzalo. LUCINDO: Lucindo, señora soy, que de vos quejoso estoy, si esta queja no es regalo. ¿Sabéis que del capitán Bernardo soy hijo? FENISA: Sí. LUCINDO: ¿Sabéis que en mi vida os vi? ¿Cómo soy vuestro galán? ¿Yo, Fenisa, os solicito? ¿Yo os escribo mil papeles? ¿Yo a estas rejas y vergeles la casta defensa os quito? ¿Yo os desvelo con paseos y terceras os envío? FENISA: No os enfaden, señor mío, mis amorosos rodeos. Ni me habéis solicitado, ni habéis cansado mis rejas, ni son verdades mis quejas, supuesto que me he quejado. Jamás escrito me habéis, ni por vos nadie me habló; en lo que esto se fundó, pues venís, vos lo entendéis. No halló mi recogimiento cómo decir mi pasión; amor me dio la invención, y vos el atrevimiento. Vuestro padre me ha pedido; mas yo nací para vos, si algún día quiere Dios que os merezca por marido. Y el hacerle mi tercero no os parezca desatino; que es cuerdo, viejo y vecino, y os quiero como yo os quiero. Este camino busqué para que sepáis mi amor; sólo os suplico, señor, que agradezcáis tanta fe. Y si mi hacienda y mi talle, puesto que más merecéis, os obligaren... LUCINDO: No echéis más favores en la calle. Sembrarla de almas quisiera en esta buena fortuna, porque palabra ninguna menos que en alma cayera. A mi ventura agradezco saber, mi bien, que os agrado; que bien sé que no he llegado a pensar que lo merezco. El día, mi bien, que os vi de aquel santo jubileo, despertasteis el deseo; nunca más con él dormí. Mi poco merecimiento que entendiese me impedía lo que mi padre decía, y era justo pensamiento; mas viéndole porfïar, vine a ver lo que ya veo. FENISA: Conocéis mi buen deseo. LUCINDO: El conocerle es pagar; que tras el conocimiento de una deuda, pagar sobra. Pero si se pone en obra de mi padre el casamiento, ¿qué tal vendré yo a quedar? FENISA: No creáis que ellos lo puedan; que los dos que los heredan son los que se han de casar. Mal conocéis lo sutil de una rendida mujer. LUCINDO: Discreta debéis de ser y de ánimo varonil. Bien se ha visto en la invención. FENISA: Pues hasta agora no es nada. LUCINDO: La discreta enamorada llamaros será razón. FENISA: Perdóneme vuestro padre; que de él me pienso valer, para daros a entender lo que no quiere mi madre. Cuánto deciros quisiere, será quejarme de vos, y verémonos los dos por donde posible fuere. Cuando os riña, estad atento; que son recaudos que os doy. LUCINDO: Digo, señora que estoy en el mismo pensamiento. FENISA: Así sabréis lo que pasa de esta puerta adentro vos, casándonos a los dos cuando él piensa que se casa; que ya estaremos casados el día que se descubra. LUCINDO: Quiera el amor que se encubra el fin de nuestros cuidados. Y dad orden como os vea, pues no os falta discreción. FENISA: He pensado otra invención para que el remedio sea; y es que diré a vuestro padre que os envíe a que toméis mi bendición, y vendréis sin que se enoje mi madre. Pero tratadme verdad o desengañadme aquí. LUCINDO: El alma, señora, os di por fe de mi voluntad. Preguntadle allá si os quiero. HERNANDO: Señor, advertid que al alba hacen las calandrias salva, y está muy alto el lucero. En cas de este mercader una codorniz cantó, con que a tu amor avisó de que quiere amanecer. FENISA: Vete, mi amor, que amanece; no me eche menos mi madre. LUCINDO: Pide licencia a mi padre para verte. HERNANDO: La luz crece. LUCINDO: Dame alguna prenda tuya con que me vaya a acostar. FENISA: A mí me quisiera dar. HERNANDO: Dile, señor, que concluye.
FENISA le echa un listón
FENISA: Truécame esa cinta. LUCINDO: ¿A qué? FENISA: A deseos. HERNANDO: ¡Bueno está! LUCINDO: Todos los tienes allá. FENISA: Adiós.
Vase FENISA
LUCINDO: ¿Fuése? HERNANDO: Ya se fue. LUCINDO: ¡Gran ventura! HERNANDO: Di que estás enamorado. LUCINDO: ¿Pues no? HERNANDO: ¿Y Gerarda? LUCINDO: Ya pasó. HERNANDO: ¿Cómo? LUCINDO: Lo que oyendo estás. Es bella, es noble, es gallarda. HERNANDO: ¡Brava cólera española! LUCINDO: Más precio esta cinta sola que mil almas de Gerarda.
Vanse LUCINDO y HERNANDO. Salen DORISTEO y GERARDA
DORISTEO: ¿Para qué es tanto desdén, sino decirme verdad? Hombre soy, y hombre de bien. Háblame con libertad. ¿Quieres a Lucindo bien? GERARDA: Pensé que no le quería, y anoche... DORISTEO: Pasa adelante. GERARDA: Quiso la desdicha mía que fuese un desdén bastante a encender nieve tan fría. ¿No viste aquella mujer que se sentó junto a mí? DORISTEO: Lucindo debió de ser el que la trujo. GERARDA: Es ansí. DORISTEO: Eso me basta saber. ¡Ay, Gerarda, cuánto pueden unos celos! GERARDA: Muerta estoy. En fuerza al amor exceden; no hay desdén, mi fe te doy, de que triunfando no queden. Estudiado parecía lo que Lucindo decía, y lo que ella preguntaba; supe al fin que se llamaba esta dama Estefanía, y que es mujer principal; que un crïado, a un rayo igual, vino a decir que en su casa la echaron menos. DORISTEO: ¡Que pasa por mí una desdicha igual! Pero es dicha. ¿Cómo dices que esa dama se llamaba? GERARDA: ¿Hay de qué te escandalices? DORISTEO: Pensando en el nombre estaba de esa mujer que maldices. GERARDA: Estefanía decía. DORISTEO: ¿Estefanía? GERARDA: Esto pasa. DORISTEO: ¡Buena venganza sería si porque he entrado en tu casa, diese Lucindo en la mía! GERARDA: ¿Cómo? DORISTEO: Una hermana que tengo Estefanía se llama. GERARDA: ¡Ella es! DORISTEO: ¿Cómo detengo la defensa de mi fama, y del traidor no me vengo? GERARDA: Él la sirve, porque un día dijo que se vengaría de este agravio. DORISTEO: Y lo cumplió; porque anoche me contó que fue al Prado Estefanía. Alto, mi honor es perdido. Vete en buen hora, Gerarda... GERARDA: Más que quisiera he sabido. DORISTEO: Que si mi deshonra aguarda, hoy ha de ser su marido. GERARDA: ¡Su marido! Mayor daño es el que me viene agora. DORISTEO: Pues ¿hay otro desengaño? GERARDA: ¡Bien vivirá quien le adora, si le casas! DORISTEO: (¡Caso extraño!) Aparte Pues ¿puede ser de otra suerte? GERARDA: Dame primero la muerte. DORISTEO: Vete de aquí. GERARDA: ¡Nunca hablara!
Vase GERARDA
DORISTEO: ¡Con mi hermana! ¿Quién pensara una venganza tan fuerte? Buscar a Finardo quiero, para que a Lucindo saque donde, pues es caballero, o saquemos el acero, o casándose me aplaque. Hoy muere si no se casa. ¡Oh vil hermana! ¿Esto pasa? Mas, justa ley me condena; que no anda bien en la ajena quien ha de guardar su casa.
Vase DORISTEO. Salen BELISA, el CAPITÁN, FENISA, y FULMINATO
FENISA: Haced aqueste placer, para mayor regocijo; que vea yo vuestro hijo, pues su madre vengo a ser. CAPITAN: Digo que tenéis razón. FENISA: Pues todo queda tan llano, venga a besarme la mano y a tomar mi bendición. BELISA: Ya sois dueño de esta casa; venga vuestro hijo acá. CAPITAN: Digo que a veros vendrá; que ya sabe lo que pasa. ¡Fulminato! FULMINATO: ¿Señor? CAPITAN: Corre, llama al alférez, mi hijo. FULMINATO: ¡Voy!
Vase FULMINATO
FENISA: (Que le llamasen dijo. Aparte todo el cielo me socorre. Hoy te verán estos ojos en esta casa, mi bien). CAPITAN: (Aunque le muestre desdén, Aparte me ha dado el llamarle enojos. Es galán, mozo y discreto, y dirá acaso entre sí que no le caso, y que a mí me caso, viejo en efeto. ¿Quién duda que le parezca mejor, y que le dé pena ver que a mi edad se condena donde sin gusto padezca? Fuera de eso, es mal consejo que venir aquí le mande; que a vista de un hijo grande parece un hombre más viejo. Ya comienzo a estar celoso; no entrará otra vez acá).
Salen LUCINDO y FULMINATO
FULMINATO: Aquí el alférez está. LUCINDO: (¡Cielos, que fui tan dichoso! Aparte Aquí mis ojos están). ¿Señor? CAPITAN: (De enojo estoy lleno). Aparte Para danzar eras bueno. LUCINDO: ¿Cómo? CAPITAN: Eres cierto y galán. LUCINDO: ¿No me mandaste venir? CAPITAN: Besa la mano a tu madre. LUCINDO: Yo voy. CAPITAN: ¡Qué presto!... LUCINDO: Mi padre... FENISA: (Ya me comienzo a reír). Aparte LUCINDO: ...como a madre, que sois mía, me manda, ¡oh bien soberano!, que os bese esa hermosa mano. CAPITAN: ¡Qué superflua cortesía! La mano basta decir; ¿para que es decir hermosa? LUCINDO: Quiere mi boca dichosa este epiteto añadir. FENISA: Hablan ansí los discretos. BELISA: ¿De eso recibís disgusto? CAPITAN: Levántate; que no gusto que beses con epitetos. BELISA: Dejadle, no seáis extraño; bese la mano a su madre. LUCINDO: Señor, siendo vos mi padre, no resulta en vuestro daño. CAPITAN: No me llames padre aquí. LUCINDO: Llamo madre a una señora tan moza, y ¡a vos agora os pesa que os llame ansí? CAPITAN: Adonde la edad no sobre, padre, dulces letras son. Mas a un viejo, no es razón, no siendo ermitaño o pobre. Acaba, besa la mano. FENISA: (¡Que me veo en tanto bien!) Aparte LUCINDO: Dadme esa mano, por quien de mano esta suerte gano.
Dice LUCINDO aparte a ella
Ten, mi vida, este papel.
Métele un papel en la mano
FENISA: Ya le tengo. LUCINDO: Y dadme aquí vuestra bendición; que en mí tendréis un hijo fïel. CAPITAN: ¡Hijo fïel! Mas ¿qué quiere? ¿Comprar algún regimiento? LUCINDO: (¡Qué gloria en los labios siento!) Aparte FENISA: Dios te bendiga y prospere. Dios te dé mujer que sea tal como la has menester; en efeto, venga a ser como tu madre desea. Dios te dé lo que a este punto tienes en el corazón; quien te da su bendición, todo el bien te diera junto. Dios te haga, y sí serás, tan obediente a mi gusto, que jamás me des disgusto, y que a nadie quieras más. Dios te haga tan modesto, que queriendo estos envites, a tu señor padre quites esta pesadumbre presto. Y te dé tanto sentido en querer y obedecer, que te pueda yo tener, como en lugar de marido. CAPITAN: ¿Qué libro matrimonial te enseñó estas bendiciones? Acaba, abrevia razones. FENISA: (Celos tiene). Aparte LUCINDO: (¿Hay cosa igual?) Aparte FENISA: Una palabra, madre de mis ojos.
Hablan aparte FENISA con BELISA, y el CAPITÁN con LUCINDO
BELISA: ¿Qué quieres? FENISA: ¿Ves este papel? BELISA: Sí, veo. FENISA: Pues es memoria de vestidos míos, que el capitán me ha dado; yo querría leerle, y no quisiera que él lo viese, porque no me tuviese por tan loca que pensase que estimo en más las galas que no el marido; por tu vida, madre que le entretengas. BELISA: Que me place. FENISA: (¡Ay cielo!) Aparte ¡Qué industria hallé para leer agora el papel que me dio Lucindo, al tiempo que me besó la mano, por si es cosa que importa darle luego la respuesta!
Habla BELISA al CAPITÁN
BELISA: Escuchadme a esta parte dos palabras.
Lee FENISA
FENISA: "Mi bien, mi padre tiene concertado, de celos de que has dicho que te quiero, enviarme a Portugal; remedia, amores, esta locura, o cuéntame por muerto; esto escribí, sabiendo que venía a besarte la mano; a Dios te queda y quiera Él mismo que gozarte pueda." (¿Hay desdicha semejante? Aparte ¿Hay celos con tal locura? Así Dios me dé ventura, que he de hablarle aquí delante). Lucindo, el papel leí. No me haga el cielo este mal, que vayas a Portugal, ni que una hora estés sin mí; y si dicen que mejor vive en él su desvarío, vive en mí, Lucindo mío, que soy Portugal de amor. LUCINDO: ¡Ay Dios! ¡Quién pudiera hablarte! ¡Quién abrazarte pudiera! FENISA: Yo sabré hacer de manera que me abraces. LUCINDO: ¿En qué parte? FENISA: Fingir quiero que caí; tú me irás a levantar, y me podrás abrazar. LUCINDO: Tropieza. FENISA: Caigo. ¡Ay de mí!
Cae FENISA; LUCINDO la abraza para levantarla
CAPITAN: ¿Qué es aquesto? LUCINDO: Tropezó mi señora madre aquí, y yo levántola ansí. CAPITAN: Y levántola ansí yo. Salte de aquí noramala. LUCINDO: Pues cayendo, ¿es cortesía?... BELISA: ¿Haste hecho mal hija mía? CAPITAN; Despeja luego la sala. LUCINDO: Yo me iré. CAPITAN: Vete al momento. LUCINDO: ¿Ansí me arrojas? CAPITAN: ¡Camina! LUCINDO: (¡Ay mi Fenisa divina! Aparte ¡Ay divino entendimiento! ¡Ay discreción extremada! Por vos se puede entender lo que puede una mujer discreta y enamorada).
Vase LUCINDO
FENISA: No tengo mal ninguno, por tu vida. CAPITAN: ¡Así lo creo yo! FENISA: ¿Fuése mi hijo? CAPITAN: Tu hijo se fue ya. FENISA: Mil males tengo. BELISA: ¿Quieres verle? Beatriz, ¡hola, ven presto! FENISA: No quiero, por tu vida. CAPITAN: Aquel grosero debió de daros causa a la caída. No ha de estar en mi casa un punto solo, ni entrar en ésta mientras tengo vida. BELISA: ¡Qué poco amor tenéis a vuestro hijo! Que os prometo que es gentil mancebo, y que lo miro yo con tales ojos, que si en mis mocedades me cogiera, holgara de tenerle por marido. FENISA: (Asíte la Ocasión por el copete). Aparte CAPITAN: ¿Este loco os agrada? FENISA: Escucha madre. BELISA: Como sois capitan, la casa es guerra. ¡Todo es escucha! CAPITAN: Tal me la dan celos.
Habla FENISA aparte a su madre
FENISA: El papel que te dije, no es vestidos, ni me le dio Bernardo. BELISA: ¿Qué me cuentas? FENISA: Lucindo me le dio. BELISA: Pues ¿qué te escribe? FENISA: Una cosa que a risa ha de moverte. BELISA: No me tengas suspensa. FENISA: Al fin, me dice que se quiere casar. BELISA: ¿Con quién? FENISA: Contigo. BELISA: ¡Conmigo! ¿Qué me cuentas? FENISA: Lo que pasa. Dice que le pareces en extremo, y que esa gravedad, esa cordura le agrada más que yo a su padre agrado. Dice más que con este casamiento se juntan las haciendas, de manera que los hijos de entrambos quedan ricos. Si supieras leer, mil cosas vieras; mas dice que le pidas que no trate enviarlo a Portugal, que antes le mate. BELISA: ¿Qué es ir a Portugal? Hija, las hijas cuerdas y honradas, todo el gusto suyo ponen en sólo dársele a sus padres; ya sabes que soy moza, y que en efeto estaré más honrada con marido, y marido que así te logres hija, que me lleva los ojos en mirándole. ¡Qué cortés,! ¡Qué galán!¡Qué lindo talle! FENISA: Si esto pasa, ¿qué hará quien mandar puede? BELISA: ¿Qué dices? FENISA: Que le estorbes la partida. BELISA: ¡Partida! ¿Qué partida? Haz que esta noche me venga a hablar Lucindo de secreto. FENISA: Vete, y déjame hablar con mi marido. BELISA: (¡Que me cogió a descuido! Mas no importa; ponerme quiero menos largas tocas; consultaré el espejo. ¡Ay mi Lucindo! Si tú me quieres, cuánto soy te rindo).
Vase BELISA
CAPITAN: Milagro, Fenisa fue dejarnos solos Belisa; y pues que nadie nos ve, dame, gallarda Fenisa, tus manos. FENISA: ¡Bien por mi fe! Mucho os preciáis de galán. CAPITAN: Si celos enojos dan, dame la mano de amigos. FENISA: No me atrevo sin testigos. CAPITAN: Presentes, señora, están Celos, Amor y Deseo. FENISA: Con justos celos, señor, de vuestro Lucindo os veo. CAPITAN: ¿Prosigue en tenerte amor? FENISA: Y aun me cansa. CAPITAN: Yo lo creo. FENISA: Anoche sentí rüido a la reja, y dióme un miedo, que me privó de sentido. Levántome como puedo, sin luz no acierto el vestido, topo el manteo en efeto, salgo a la reja, y en ella... ¿De qué estás tan inquieto? CAPITAN: Es cólera, esposa bella, de ese rapaz indiscreto. FENISA: Y entre la reja y ventana hallo en lo hueco un papel. CAPITAN: Eso ya es cosa inhumana. Hoy seré un león con él. FENISA: Ser padre os dará cuartana. Sosegaos. CAPITAN: No puede ser. Yo le tengo de buscar.
Vase el CAPITÁN
FENISA: ¡Qué bien le he dado a entender dónde el papel ha de hallar! Que le quiero responder, para que quede advertido que con mi madre he trazado que diga que es su marido, para que quede estorbado el camino prevenido. Que mi madre hará por él que se impida la tormenta de esta partida crüel; porque si mi bien se ausenta, todo se pierde con él.
Vase FENISA. Salen LUCINDO y HERNANDO
HERNANDO: ¿Que todo eso ha pasado? LUCINDO: Si me vieras de rodillas, Hernando, a mi Fenisa, que era imagen bellísima dijeras. HERNANDO: No lo dudes, muriérame de risa. LUCINDO: Si a Tántalo en el agua consideras, verás que ya le tengo por divisa; porque si aquél ni fruta ni agua toca, yo vi su boca y no llegué a su boca. HERNANDO: ¿No te bastó la mano? LUCINDO: Templó el fuego arrimando la nieve de su mano, porque salió a la boca el alma luego, hecha un volcán de amor, por agua en vano. ¿Qué me dirás cuando a la boca llego? HERNANDO; ¿Mordístela? LUCINDO: No sé; ¿mármol indiano, cristal de roca, quieres que mordiese? ¿No basta, si es imagen, que la bese? ...................... [--ones] ......................... [--ase] ......................... [--ones]. HERNANDO: ¡Tu padre! LUCINDO: Calla, y déjale que pase.
Sale el CAPITÁN
CAPITAN: ¡Qué cabizbajo en viéndome te pones! ¡Como si no me vieses! LUCINDO: Si pensase que contigo ese crédito tenía, no a Portugal, hasta el Japón me iría. CAPITAN: Pues no te admires; que peor le tienes. ¿No te avisé que es mi mujer Fenisa? LUCINDO: ¿No me mandaste tú que le besase la mano como a madre? ¿Es por ventura porque llamé su blanca mano hermosa? CAPITAN: ¡Hermosa entonces, y ahora hermosa y blanca! ¡Qué lindo bellacón te vas haciendo! LUCINDO: Cosas te enfadan de tan poco tomo, ¡que es ponerte a la sombra de un cabello! ¡Válgame Dios! ¿En qué te ofendo tanto? CAPITAN: ¿No es nada, si Fenisa me ha contado que anoche hiciste en su ventana rüido, y que entre el suelo de ella y de la reja le pusiste un papel? LUCINDO: ¿Yo? CAPITAN: Tú, villano. LUCINDO: Pues di que te le dé; que si mi letra tuviere ese papel... CAPITAN: Detente un poco; que si es ajena, mayor mal sería.
[LUCINDO habla aparte a HERNANDO]
LUCINDO: Hernando. HERNANDO: ¿Señor? LUCINDO: ¿Oyes? HERNANDO: Ya lo entiendo. Sin duda que papel quiere escribirte, y que te avisa que a buscarle vayas entre la reja y la ventana. CAPITAN: Escucha, que pasa alguna gente, y no querría se dijese en Madrid mi casamiento.
Hablan bajo. Salen DORISTEO y FINARDO
DORISTEO: Hablando está con su padre. FINARDO: Pues apártale, que importa.
Habla DORISTEO a LUCINDO
DORISTEO: Una palabra os quisiera. LUCINDO: Estoy con mi padre agora; pero sepamos lo que es buscarme con tanta cólera.
Habla LUCINDO a su padre y apártase a hablar con ellos
que después habrá lugar de responderos a solas. CAPITAN: ¿Qué quieren éstos, Hernando? HERNANDO: Amigos son. CAPITAN: ¿Serán cosas del juego? HERNANDO: Así lo sospecho. CAPITAN: Nunca de él resultan pocas. DORISTEO: Sin tener obligación, ni conoceros --que sobra para no guardar la cara que un hidalgo no os conozca-- puse en Gerarda los ojos. LUCINDO: Si es ésa la queja sola, yo os doy desde aquí a Gerarda. DORISTEO: No es ésa. LUCINDO: Pues ¿cómo? ¿Hay otra? DORISTEO: Otra tan grande, que creo que sólo el ver me reporta aquí vuestro anciano padre. LUCINDO: Engaños son de esa loca. DORISTEO: Vos, de picado de ver que a vuestro amor me anteponga, habéis pensado vengaros quitánodme a mí la honra. Servido habéis a mi hermana; y ella, mal sabia y bien moza, fue anoche con vos al Prado. LUCINDO: ¡Extraña invención de historia! Ni conozco a vuestra hermana, ni trato vuestra deshonra, ni sé, por Dios, vuestra casa. FINARDO: La tercera es sospechosa. ¡Vive Dios, que os ha engañado! DORISTEO: ¿Cómo engañado, si nombra a Estefanía, mi hermana, de un indiano muerto esposa? LUCINDO: Ya entiendo todo el engaño. La dama, señor, fue otra, con quien me pienso casar; que porque aquesta celosa por el nombre no supiese quién era ante de las bodas, la puse el nombre primero que me vino a la memoria; que lo mismo fuera Inés, Francisca, Juana o Antonia. Esto es la verdad, por Dios. DORISTEO: Pues siendo verdad notoria, para satisfacción mía, aunque decirlo vos sobra, holgaré que me digáis el nombre de esa señora. LUCINDO: Porque habéis de ver muy presto que conmigo se desposa, Fenisa, señor, se llama. Ésta quiero, ella me adora; la calle de los Jardines es la esfera donde posa, y yo soy vecino suyo. Recelo mi padre toma, y yo querría dejarle; dadme licencia. DORISTEO: Estas cosas hace el honor. Perdonad. Mil años gocéis la novia.
Vase LUCINDO
CAPITAN: ¿Dónde va aquél? HERNANDO: No sé. CAPITAN: ¿Si es desafío? HERNANDO: Habla a esos hombres. CAPITAN: ¡Ah, señores! Creo, si no me engaña de mi sangre el brío, que de reñir los dos tenéis deseo. Sabed que aquel hidalgo es hijo mío; y pues va solo, y dos con armas veo, yo iré con él, y dos a dos podremos probar los corazones que tenemos. Soldados fuimos ya los dos en Flandes; fui capitán, y él fue mi alférez. Vamos. FINARDO: Los dos irán a que servir los mandes; que es bien que de soldados te sirvamos. De hoy más serán, señor, amigos grandes; que aunque por unos celos le buscamos, él nos aseguró que no servía la dama que este hidalgo presumía. Ya sabemos quién es a quien pasea y Fenisa nos dijo que se llama. CAPITAN: ¿Cómo? ¡Fenisa! FINARDO: En fin, cómo desea casarse, y que a ésta sola adora y ama. CAPITAN: (Antes su muerte a vuestras plantas vea). Aparte DORISTEO: ¿Mandáisnos otra cosa? CAPITAN: Que esa dama tengáis por mujer mía; que no suya. DORISTEO: El cobarde mintió. FINARDO: La culpa es tuya. DORISTEO: ¡Vive el cielo, que sirve a Estefanía! FINARDO: Disimula y busquémosle. DORISTEO: El soldado se fue de aquí de pura cobardía. FINARDO: ¡Qué éste es hijo de un padre tan honrado!
Vanse DORISTEO y FINARDO
CAPITAN: ¡Que sirva este traidor la esposa mía, con quien casarme tengo concertado, y que se alabe que ha de ser sus esposa! HERNANDO: ¿Posible es que lo dijo? ¡Extraña cosa! CAPITAN: Alto; ponle su ropa en la maleta. No ha de quedar aquí ni sólo un día; camine a Portugal. HERNANDO: (No fue discreta Aparte la industria de Lucindo). CAPITAN: ¿Hay tal porfía? De noche por las rejas la inquïeta; besó su mano, y dijo: "madre mía," y quizá dijo "esposa" entre los labios. No se pueden sufrir tantos agravios. Notifícale luego la partida, cálzate botas. HERNANDO: ¿Cásaste primero? CAPITAN: No quiero dar lugar a que lo impida; que sirva al rey, y no a Fenisa, quiero. No ha de entrar en Madrid más en mi vida. HERNANDO: Que templarás aquese enojo espero. CAPITAN: Daréte, vive Dios, con la de Juanes. ¡Oh, qué lindo soy yo para truhanes!
Vanse los dos

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La discreta enamorada, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002