ACTO TERCERO


Salen AURORA y el MARQUÉS
AURORA: Yo te he dicho la verdad. MARQUÉS: No es posible persuadirme. Mira si nos oye alguno, y mira bien lo que dices. AURORA: Para pedirte consejo, quise, Marqués, descubrirte esta maldad. MARQUÉS: ¿De qué suerte ver a Casandra pudiste con Federico? AURORA: Esté atento. Yo te confieso que quise al conde, de quien lo fue, más traidor que el griego Ulises. Creció nuestro amor el tiempo; mi casamiento previne, cuando fueron por Casandra en fe de palabras firmes, si lo son las de los hombres, cuando sus iguales sirven. Fue Federico por ella, de donde vino tan triste, que en proponiéndole el duque lo que de los dos le dije, se disculpó con tus celos. Y como el Amor permite, que, cuando camina poco, fingidos celos le piquen, díselos contigo, Carlos; pero el mismo efecto hice que en un diamante; que celos donde no hay amor, no imprimen. Pues viéndome despreciada y a Federico tan libre, di en inquirir la ocasión; y como celos son linces que las paredes penetran, a saber la causa vine. En correspondencia tiene, sirviéndole de tapices retratos, vidrios y espejos, dos iguales camarines el tocador de Casandra; y como sospechas pisen tan quedo, dos cuadras antes miré y vi, ¡caso terrible! en el cristal de un espejo que el conde las rosas mide de Casandra con los labios. Con esto, y sin alma, fuime, donde lloré mi desdicha y la de los dos; que viven, ausente el duque, tan ciegos, que parece que compiten en el amor y el desprecio, y gustan que se publique el mayor atrevimiento que pasara entre gentiles, o entre los desnudos cafres que lobos marinos visten. Parecióme que el espejo que los abrazos repite, por no ver tan gran fealdad oscureció los alindes; pero, más curioso Amor, la infame empresa prosigue, donde no ha quedado agravio de que no me certifique. El duque dicen que viene victorioso, y que le ciñen sacros laureles la frente por las hazañas felices con que del Pastor de Roma los enemigos reprime. Dime. ¿Qué tengo de hacer en tanto mal? Que me afligen sospechas de mayor daño, si es verdad que me dijiste tantos amores con alma; aunque soy tan infelice, que parecerás al conde en engañarme o en irte. MARQUÉS: Aurora, la muerte sola es sin remedio, invencible, y aun a muchos hace el tiempo en el túmulo fenixes; porque dicen que no mueren los que por su fama viven. Dile que te case al duque; que, como el sí me confirmes, con irnos los dos a Mantua, no hayas miedo que peligres. Que si se arroja en el mar, con el dolor insufrible de los hijos que le quitan los cazadores, el tigre, cuando no puede alcanzarlos, ¿qué hará el ferrarés Aquiles por el honor y la fama? ¿Cómo quieres que se limpie tan fea mancha sin sangre, para que jamás se olvide, si no es que primero el cielo sus libertades castigue, y por gigantes de infamia con vivos rayos fulmine? Este consejo te doy. AURORA: Y de tu mano le admite mi turbado pensamiento. MARQUÉS: Será de la nueva Circe el espejo de Medusa, el cristal en que la viste.
Salen FEDERICO y BATIN
FEDERICO: ¿Que no ha querido esperar que salgan a recibirle? BATIN: Apenas de Mantua vio los deseados confines, cuando dejando la gente, y aun sin querer que te avisen, tomó caballos y parte. Tan mal el amor resiste, y los deseos de verte; que aunque es justo que le obligue la duquesa, no hay amor a quien el tuyo no prive. Eres el sol de sus ojos, y cuatro meses de eclipse le han tenido sin paciencia. Tú, conde, el triunfo apercibe para cuando todos vengan; que las escuadras que rige han de entrar con mil trofeos, llenos de dorados timbres. FEDERICO: Aurora, ¿siempre a mis ojos con el Marqués? AURORA: ¡Qué donaire! FEDERICO: ¿Con ese tibio desaire respondes a mis enojos? AURORA: Pues, ¿qué maravilla ha sido el darte el marqués cuidado? Parece que has despertado de cuatro meses dormido. MARQUÉS: Yo, señor conde, no sé ni he sabido que sentís lo que agora me decís; que a Aurora he servido en fe de no haber competidor, y más como vos lo fuera, a quien humilde rindiera cuanto no fuera mi amor. Bien sabéis que nunca os vi servirla; mas siendo gusto vuestro que la deje es justo, que mucho mejor que en mí se emplea en vos su valor.
Vase el MARQUÉS
AURORA: ¿Qué es esto que has intentado? O, ¿qué frenesí te ha dado sin pensamiento de amor? ¿Cuántas veces al marqués hablando conmigo viste, desde que diste en ser triste, y mucho tiempo después? Y aun no volviste a mirarme, cuanto más a divertirme. ¿Agora celoso y firme, cuando pretendo casarme? Conde, ya estás entendido. Déjame casar, y advierte que antes me daré la muerte, que ayudar lo que has fingido. Vuélvete, conde, a estar triste, vuelve a tu suspensa calma; que tengo muy en el alma los desprecios que me hiciste. Ya no me acuerdo de ti. ¿Invenciones? Dios me guarde. Por tu vida, que es muy tarde para valerte de mí.
Vase AURORA
BATIN: ¿Qué has hecho? FEDERICO: No sé, por Dios. BATIN: Al emperador Tiberio pareces, si no hay misterio en dividir a los dos. Hizo matar su mujer, y habiéndose ejecutado, mandó, a la mesa sentado, llamarla para comer. Y Mesala fue un romano que se le olvidó su nombre. FEDERICO: Yo me olvido de ser hombre. BATIN: O eres como aquel villano que dijo a su labradora, después que de estar casados eran dos años pasados: "¡Ojinegra es la señora!" FEDERICO: ¡Ay, Batín, que estoy turbado y olvidado desatino! BATIN: Eres como el vizcaíno que dejó el macho enfrenado, y viendo que no comía, regalándole las crines, un Galeno de rocines trajo a ver lo que tenía; el cual, viéndole con freno, fuera al vizcaíno echó; quitóle, y cuando volvió, de todo el pesebre lleno apenas un grano había, porque con gentil despacho, después de la paja el macho hasta el pesebre comía. "Albéitar, juras a Dios," dijo, "es mejor que dotora, y yo y macho desde agora queremos curar con vos." ¿Qué freno es éste que tienes, que no te deja comer, si médico puedo ser? ¿Qué aguardas? ¿Qué te detienes? FEDERICO: ¡Ay, Batín, no sé de mí! BATIN: Pues estése la cebada queda, y no me digas nada.
Salen CASANDRA y LUCRECIA
CASANDRA: ¿Ya viene? LUCRECIA: Señora, sí. CASANDRA: ¿Tan brevemente? LUCRECIA: Por verte toda la gente dejó. CASANDRA: No lo creas; pero yo más quisiera ver mi muerte. En fin, señor conde, ¿viene el duque mi señor? FEDERICO: Ya dicen que muy cerca está; bien muestra el amor que os tiene. CASANDRA: Muriendo estoy de pesar de que ya no podré verte como solía. FEDERICO: ¿Qué muerte pudo mi amor esperar, como su cierta venida? CASANDRA: Yo pierdo, conde, el sentido. FEDERICO: Yo no, porque le he perdido. CASANDRA: Sin alma estoy. FEDERICO: Yo sin vida. CASANDRA: ¿Qué habemos de hacer? FEDERICO: Morir. CASANDRA: ¿No hay otro remedio? FEDERICO: No; porque en perdiéndote yo, ¿para qué quiero vivir? CASANDRA: ¿Por eso me has de perder? FEDERICO: Quiero fingir desde agora que sirvo y que quiero a Aurora y aun pedirla por mujer al duque, para desvelos de él y de palacio, en quien yo sé que no se habla bien. CASANDRA: ¡Agravios! ¿No bastan celos? ¿Casarte? ¿Estás, conde, en ti? FEDERICO: El peligro de los dos me obliga. CASANDRA: ¿Qué? ¡Vive Dios!, que si te burlas de mí, después que has sido ocasión de esta desdicha, que a voces diga, --¡oh, qué mal me conoces!-- tu maldad y mi traición. FEDERICO: ¡Señora! CASANDRA: No hay qué tratar. FEDERICO: ¡Que te oirán! CASANDRA: Que no me impidas. Quíteme el duque mil vidas, pero no te has de casar.
Salen FLORO, FEBO, RICARDO, ALBANO, LUCINDO, y el DUQUE detrás, galán, de soldado
RICARDO: Ya estaban disponiendo recibirte. DUQUE: Mejor sabe mi amor adelantarse. CASANDRA: ¿Es posible, señor, que persuadirte pudiste a tal agravio? FEDERICO: ¿Y de agraviarse quejosa mi señora la duquesa, parece que mi amor puede culparse? DUQUE: Hijo, el paterno amor, que nunca cesa de amar su propia sangre y semejanza, para venir facilitó la empresa; que ni cansancio ni trabajo alcanza a quien de ver a sus queridas prendas mal hiciera en sufrir larga esperanza. Y tú, señora, así es razón que entiendas el mismo amor, y en igualarte al conde por encarecimiento, no te ofendas. CASANDRA: Tu sangre y su virtud, señor, responde que merece el favor. Yo le agradezco, pues tu valor al suyo corresponde. DUQUE: Bien sé que a entrambos ese amor merezco, y que estoy de los dos tan obligado, cuanto mostrar en la ocasión me ofrezco. Que Federico gobernó mi estado en mi ausencia, he sabido, tan discreto, que vasallo ninguno se ha quejado. En medio de las armas, os prometo que imaginaba yo con la prudencia que se mostraba senador perfeto. ¡Gracias a Dios, que con infame ausencia los enemigos del Pastor romano respetan en mi espada su presencia! Ceñido de laurel besé su mano, después que me miró Roma triunfante, como si fuera el español Trajano. Y así, pienso trocar de aquí adelante la inquietud en virtud, porque mi nombre como le aplaude aquí, después le cante, que cuando llega a tal estado un hombre, no es bien que ya que de valor mejora, el vicio más que la virtud le nombre. RICARDO: Aquí vienen, señor, Carlos y Aurora.
Entren AURORA y el MARQUÉS
AURORA: Tan bien venido vuestra alteza sea, como le está esperando quien le adora. MARQUÉS: Dad las manos a Carlos, que desea que conozcáis su amor. DUQUE: Paguen los brazos deudas del alma, en quien tan bien se emplea. Aunque siente el amor los largos plazos, todo lo goza el venturoso día que llega a merecer tan dulces lazos. Con esto, amadas prendas, yo querría descansar del camino, y porque es tarde, después celebraréis tanta alegría. FEDERICO: Un siglo el cielo, gran señor, te guarde.
Todos se van con el DUQUE, y quedan BATÍN y RICARDO
BATIN: ¡Ricardo amigo! RICARDO: ¡Batín! BATIN: ¿Cómo fue por esas guerras? RICARDO: Como quiso la justicia, siendo el cielo su defensa. Llana queda Lombardía, y los enemigos quedan puesto en fuga afrentosa, porque el león de la Iglesia pudo con sólo un bramido dar con sus armas en tierra. El duque ha ganado un nombre que por toda Italia suena; que si mil mató Saúl, cantan por él las doncellas, que David mató cien mil; con que ha sido tal la enmienda, que traemos otro duque. Ya no hay damas, ya no hay cenas, ya no hay broqueles, ni espadas, ya solamente se acuerda de Casandra, ni hay amor más que el conde y la duquesa. El duque es un santo ya. BATIN: ¿Qué me dices? ¿Qué me cuentas? RICARDO: Que, como otros con las dichas dan en vicios, y en soberbias, tienen a todos en poco tan inmortales se sueñan, el duque se ha vuelto humilde, y parece que desprecia los laureles de su triunfo; que el aire de las banderas no le ha dado vanagloria. BATIN: ¡Plega al cielo que no sea, después de estas humildades, como aquel hombre de Atenas, que pidió a Venus le hiciese mujer, con ruegos y ofrendas, una gata dominica, quiero decir, blanca y negra! Estando en su estrado un día con moño y naguas de tela, vio pasar un animal de aquestos, como poetas, que andan royendo papeles; y dando un salto ligera de la tarima al ratón, mostró que en naturaleza la que es gata, será gata, la que es perra, será perra, in secula seculorum. RICARDO: No hayas miedo tú que vuelva el duque a sus mocedades; y más si a los hijos llega, que con las manillas blandas las barbas más graves peinan de los más fieros leones. BATIN: Yo me holgaré de que sea verdad. RICARDO: Pues, Batín, adiós. BATIN: ¿Dónde vas? RICARDO: Fabia me espera.
Vase RICARDO y entre el DUQUE con algunos memoriales
DUQUE: ¿Está algún crïado aquí? BATIN: Aquí tiene vuestra alteza el más humilde. DUQUE: ¡Batín! BATIN: Dios te guarde. Bueno llegas. Dame la mano. DUQUE: ¿Qué hacías? BATIN: Estaba escuchando nuevas de tu valor a Ricardo, que, gran coronista de ellas, Héctor de Italia te hacía. DUQUE: ¿Cómo ha pasado en mi ausencia el gobierno con el conde? BATIN: Cierto, señor, que pudiera decir que igualó en la paz tus hazañas en la guerra. DUQUE: ¿Llevóse bien con Casandra? BATIN: No se ha visto, que yo sepa, tan pacífica madrastra con su alnado. Es muy discreta y muy virtüosa y santa. DUQUE: No hay cosa que la agradezca como estar bien con el conde; que, como el conde es la prenda que más quiero, y más estimo y conocí su tristeza cuando a la guerra partí, notablemente me alegra que Casandra se portase con él con tanta prudencia, que estén en paz y amistad, que es la cosa que desea mi alma con más afecto de cuantas pedir pudiera al cielo; y así, en mi casa hoy dos victorias se cuentan: la que de la guerra traigo, y la de Casandra bella, conquistando a Federico. Yo pienso de hoy más quererla sola en el mundo, obligado de esta discreta fineza y cansado juntamente de mis mocedades necias. BATIN: Milagro ha sido del Papa llevar, señor, a la guerra al duque Luis de Ferrara. y que un ermitaño vuelva. Por Dios, que puedes fundar otra Camáldula. DUQUE: Sepan mis vasallos que otro soy. BATIN: Mas, dígame vuestra alteza, ¿cómo descansó tan poco? DUQUE: Porque al subir la escalera de palacio, algunos hombres que aguardaban mi presencia, me dieron estos papeles; y temiendo que son quejas, quise descansar en verlos, y no descansar con ellas. Vete, y déjame aquí solo; que deben los que gobiernan esta atención a su oficio. BATIN: El cielo que remunera el cuidado de quien mira el bien público, prevenga laureles a tus victorias, siglos a tu fama eterna.
Vase BATIN
DUQUE: Éste dice: "Señor, yo soy Estacio, que estoy en los jardines de palacio, y, enseñado a plantar hierbas y flores, planté seis hijos. A los dos mayores suplico que les deis..." Basta, ya entiendo. Con m s cuidado ya premiar pretendo [al que con tales trabajos me ayuda]. "Lucinda dice que quedó vïuda del capitán Arnaldo..." También pide. "Albano, que ha seis años que reside..." Éste pide también. "Julio Camilo, preso porque sacó..." Del mismo estilo. "Paula de San Germán, doncella honrada..." Pues si es honrada, no le falta nada, si no quiere que yo le dé marido. Éste viene cerrado, y mal vestido un hombre me lo dio, todo turbado, que quise detenerle con cuidado. "Señor, mirad por vuestra casa atento; que el conde y la duquesa en vuestra ausencia..." No me ha sido traidor el pensamiento. Habrán regido mal, tendré paciencia. "...ofenden con infame atrevimiento vuestra cama y honor." ¿Qué resistencia harán a tal desdicha mis enojos? "Si sois discreto, os lo dirán los ojos." ¿Qué es esto que estoy mirando? Letras, ¿decís esto o no? ¿Sabéis que soy padre yo de quien me estáis informando que el honor me está quitando? Mentís; que no puede ser. ¿Casandra me ha de ofender? ¿No veis que es mi hijo el conde? Pero ya el papel responde que es hombre y ella mujer. ¡Oh, fieras letras villanas! Pero diréisme que sepa que no hay maldad que no quepa en las flaquezas humanas. De las iras soberanas debe de ser permisión. Ésta fue la maldición que a David le dio Natán. La misma pena me dan, y es Federico Absalón. Pero mayor viene a ser, cielo, si así me castigas; que aquéllas eran amigas, y Casandra es mi mujer. El vicioso proceder de las mocedades mías trajo el castigo, y los días de mi tormento, aunque fue sin gozar a Bersabé ni quitar la vida a Urías. ¡Oh, traidor hijo! ¿Si ha sido verdad? Porque yo no creo que emprenda caso tan feo hombre de otro hombre nacido. Pero si me has ofendido, ¡oh, si el cielo me otorgara, que, después que te matara, de nuevo a hacerte volviera, pues tantas muertes te diera, cuantas veces te engendrara! ¡Qué deslealtad! ¡Qué violencia! ¡Oh, ausencia, qué bien se dijo que aun un padre de su hijo no tiene segura ausencia! ¿Cómo sabré con prudencia verdad que no me disfame con los testigos que llame? No así la podré saber; porque, ¿quién ha de querer decir verdad tan infame? Mas, ¿de qué sirve informarme?. pues esto no se dijera de un hijo, cuando no fuera verdad que pudo infamarme. Castigarle no es vengarme, ni se venga el que castiga, ni esto a información me obliga; que mal que el honor estraga, no es menester que se haga, porque basta que se diga.
Sale FEDERICO
FEDERICO: Sabiendo que no descansas, vengo a verte. DUQUE: Dios te guarde. FEDERICO: Y a pedirte una merced. DUQUE: Antes que la pidas, sabes que mi amor te la concede. FEDERICO: Señor, cuando me mandaste que con Aurora, mi prima, por tu gusto me casase, lo fuera notable mío; pero fueron más notables los celos de Carlos, y ellos entonces causa bastante para no darte obediencia. Mas después que te ausentaste, supe que mi grande amor hizo que ilusiones tales me trajesen divertido. En efecto, hicimos paces, y le prometí, señor, en satisfacción, casarme, como me dieses licencia, luego que el bastón dejastes. Ésta te pido y suplico. DUQUE: No pudieras, conde, darme mayor gusto. Vete agora, porque trate con tu madre, pues es justo darle cuenta; que no es razón que te cases sin que lo sepa, y le pidas licencia, como a tu padre. FEDERICO: No siendo su sangre yo, ¿para qué quiere dar parte vuestra alteza a mi señora? DUQUE: ¿Qué importa no ser su sangre, siendo tu madre Casandra? FEDERICO: Mi madre Laurencia yace muchos años ha difunta. DUQUE: ¿Sientes que madre la llame? Pues dícenme que en mi ausencia, de que tengo gusto grande, estuvisteis muy conformes. FEDERICO: Eso, señor, Dios lo sabe; que prometo a vuestra alteza, aunque no acierto en quejarme, pues la adora, y es razón, que aunque es para todos ángel, que no lo ha sido conmigo. DUQUE: Pésame de que me engañes; que me dicen que no hay cosa que más Casandra regale. FEDERICO: A veces me favorece, y a veces quiere mostrarme que no es posible ser hijos los que otras mujeres paren. DUQUE: Dices bien, y yo lo creo; y ella pudiera obligarme más que en quererme en quererte, pues con estas amistades aseguraba la paz. Vete con Dios. FEDERICO: Él te guarde.
Vase FEDERICO
DUQUE: No sé cómo he podido mirar, conde traidor, tu infame cara. ¡Qué libre! ¡Qué fingido con la invención de Aurora se repara. para que yo no entienda que puede ser posible que me ofenda! Lo que más me asegura es ver con el cuidado y diligencia que a Casandra murmura que le ha tratado mal en esta ausencia; que piensan los delitos que callan cuando están hablando a gritos. De que la llame madre se corre, y dice bien, pues es su amiga la mujer de su padre, y no es justo que ya madre se diga. Pero yo, ¿cómo creo con tal facilidad caso tan feo? ¿No puede un enemigo del conde haber tan gran traición forjado, porque con su castigo, sabiendo mi valor, quede vengado? Ya de haberlo creído si no estoy castigado, estoy corrido.
Salen CASANDRA y AURORA
AURORA: De vos espero, señora, mi vida en esta ocasión. CASANDRA: Ha sido digna elección de tu entendimiento, Aurora. AURORA: Aquí está el duque. CASANDRA: Señor, ¡tanto desvelo! DUQUE: A mi estado debo, por lo que he faltado, estos indicios de amor. Si bien del conde y de vos ha sido tan bien regido, como muestra, agradecido este papel, de los dos. Todos alaban aquí lo que los dos merecéis. CASANDRA: Al conde, señor, debéis ese cuidado, no a mí. Que sin lisonja os prometo que tiene heroico valor, en toda acción superior, gallardo como discreto. Un retrato vuestro ha sido. DUQUE: Ya sé que me ha retratado tan igual en todo estado, que por mí le habéis tenido; de que os prometo, señora, debida satisfacción. CASANDRA: Una nueva petición os traigo, señor, de Aurora. Carlos la pide, ella quiere, y yo os lo suplico. DUQUE: Creo que le ha ganado el deseo quien en todo le prefiere. El conde se va de aquí, y me la ha pedido agora. CASANDRA: ¿El conde ha pedido a Aurora? DUQUE: Sí, Casandra. CASANDRA: ¿El conde? DUQUE: Sí. CASANDRA: Sólo de vos lo creyera. DUQUE: Y así, se la pienso dar; mañana se han de casar. CASANDRA: Será como Aurora quiera. AURORA: Perdóneme vuestra alteza; que el conde no será mío. DUQUE: (¿Qué espero más? ¿Qué porfío?) Aparte Pues, Aurora, en gentileza entendimiento y valor, ¿no vence al marqués? AURORA: No sé. Cuando quise y le rogué él me despreció, señor. Y agora que él quiere, es justo que yo le desprecie a él. DUQUE: Hazlo por mí, no por él. AURORA: El casarse ha de ser gusto; yo no le tengo del conde.
Vase AURORA
DUQUE: ¡Extraña resolución! CASANDRA: Aurora tiene razón, aunque atrevida responde. DUQUE: No tiene, y ha de casarse, aunque le pese. CASANDRA: Señor, no uséis del poder; que amor es gusto, y no ha de forzarse.
Vase el DUQUE
¡Ay de mí, que se ha cansado el traidor conde de mí!
Sale FEDERICO
FEDERICO: ¿No estaba mi padre aquí? CASANDRA: ¿Con qué infame desenfado, traidor Federico, vienes, habiendo pedido a Aurora al duque? FEDERICO: Paso, señora; mira el peligro que tienes. CASANDRA: ¿Qué peligro, cuando estoy, villano, fuera de mí? FEDERICO: ¿Pues tú das voces así?
Sale el DUQUE, y habla aparte
DUQUE: Buscando testigos voy. Desde aquí quiero escuchar; que aunque mal tengo de oír, lo que no puedo sufrir es lo que vengo a buscar. FEDERICO: Oye, señor, y repara en tu grandeza siquiera. CASANDRA: ¿Cuál hombre en el mundo hubiera que cobarde me dejara, después de haber obligado con tantas ansias de amor a su gusto mi valor? FEDERICO: Señora, aún no estoy casado. Asegurar pretendí al duque, y asegurar nuestra vida, que durar no puede, Casandra, así. Que no es el duque algún hombre de tan baja condición, que a sus ojos, ni es razón, se infame su ilustre nombre. Basta el tiempo que tan ciegos el amor nos ha tenido. CASANDRA: ¡Oh, cobarde, mal nacido! Las lágrimas y los ruegos hasta hacernos volver locas, robando las honras nuestras, que, de las traiciones vuestras, cuerdas se libraron pocas, ¿agora son cobardías? Pues, perro, sin alma estoy. DUQUE: Si aguardo, de mármol soy. ¿Qué esperáis, desdichas mías? Sin tormento han confesado... pero sin tormento no; que claro está que soy yo a quien el tormento han dado. No es menester más testigo. Confesaron de una vez. Prevenid, pues sois jüez, honra, sentencia y castigo. Pero de tal suerte sea que no se infame mi nombre; que en público siempre a un hombre queda alguna cosa fea. Y no es bien que hombre nacido sepa que yo estoy sin honra, siendo enterrar la deshonra como no haberla tenido. Que aunque parece defensa de la honra el desagravio, no deja de ser agravio cuando se sabe la ofensa.
Vase el DUQUE
CASANDRA: ¡Ay, desdichadas mujeres! ¡Ay, hombres falsos sin fe! FEDERICO: Digo, señora, que haré todo lo que tú quisieras, y esta palabra te doy. CASANDRA: ¿Será verdad? FEDERICO: Infalible. CASANDRA: Pues no hay a amor imposible. Tuya he sido y tuya soy. No ha de faltar invención para vernos cada día. FEDERICO: Pues vete, señora mía, y pues tienes discreción, finge gusto, pues es justo, con el duque. CASANDRA: Así lo haré sin tu ofensa; que yo sé que el que es fingido no es gusto.
Vanse los dos y salen AURORA y BATÍN
BATÍN: Ya he sabido, hermosa Aurora, que ha de ser, o ya lo es, tu dueño el señor marqués, y que a Mantua os vais, señora. Y así os vengo a suplicar que allá me llevéis. AURORA: Batín, mucho me admiro. ¿A qué fin al conde quieres dejar? BATÍN: Servir mucho y medrar poco es un linaje de agravio que al más cuerdo, que al más sabio o le mata, o vuelve loco. Hoy te doy, mañana no, quizá te daré después... Yo no sé quizá quién es; mas sé que nunca quizó. Fuera de esto, está endiablado el conde. No sé qué tiene. Ya triste, ya alegre viene, ya cuerdo, ya destemplado. La duquesa, pues, también insufrible y desigual; pues donde va a todos mal, ¿quieres que me vaya bien? El duque, santo fingido, consigo a solas hablando, como hombre que anda buscando algo que se le ha perdido. Toda la casa lo está; contigo a Mantua me voy. AURORA: Si yo tan dichosa soy que el duque a Carlos me da, yo te llevaré conmigo. BATÍN: Beso mil veces tu pies, y voy a hablar al marqués.
Vase BATÍN y sale el DUQUE
DUQUE: (¡Ay, honor, fiero enemigo! Aparte ¿Quién fue el primero que dio tu ley al mundo, y que fuese mujer quien en sí tuviese tu valor, y el hombre no? Pues sin culpa el más honrado te puede perder, honor. Bárbaro legislador fue tu inventor, no letrado. Mas dejarla entre nosotros muestra que fuiste ofendido, pues ésta invención ha sido para que lo fuesen otros. ¡Aurora! AURORA: ¿Señor? DUQUE: Yo creo que con el marqués te casa la duquesa, y yo a su ruego; que más quiero contentarla que dar este gusto al conde. AURORA: Eternamente obligada quedo a servirte. DUQUE: Bien puedes decir a Carlos que a Mantua escriba al duque, su tío. AURORA: Voy donde el marqués aguarda tan dichosa nueva.
Vase AURORA
DUQUE: Cielos, hoy se ha de ver en mi casa no más de vuestro castigo. Alzad la divina vara. No es venganza de mi agravio; que yo no quiero tomarla en vuestra ofensa, y de un hijo ya fuera bárbara hazaña. Éste ha de ser un castigo vuestro no más, porque valga para que perdone el cielo el rigor por la templanza. Seré padre, y no marido, dando la justicia santa a un pecado sin vergüenza un castigo sin venganza. Esto disponen las leyes del honor, y que no haya publicidad en mi afrenta, con que se doble mi infamia. Quien en público castiga, dos veces su honor infama, pues después que le ha perdido, por el mundo le dilata. La infame Casandra dejo de pies y manos atada, con un tafetán cubierta, y por no escuchar sus ansias, con una liga en la boca; porque al decirle la causa, para cuanto quise hacer me dio lugar, desmayada. Esto aun pudiera, ofendida, sufrir la piedad humana; pero dar la muerte a un hijo, qué corazón no desmaya? Sólo de pensarlo, ¡ay triste!, tiembla el cuerpo, expira el alma, lloran los ojos, la sangre muere en las venas heladas, el pecho se desalienta, el entendimiento falta, la memoria está corrida y la voluntad turbada. Como arroyo que detiene el hielo de noche larga, del corazón a la boca prende el dolor las palabras. ¿Qué quieres, Amor? ¿No ves que Dios a los hijos manda honrar los padres, y el conde su mandamiento quebranta? Déjame, Amor, que castigue a quien las leyes sagradas contra su padre desprecia, pues tengo por cosa clara que si hoy me quita la honra, la vida podrá mañana. Cincuenta mató Artaxerxes con menos causa, y la espada de Dario, Torcuato y Bruto ejecutó sin venganza las leyes de la justicia. Perdona, Amor; no deshagas el derecho del castigo, cuando el honor, en la sala de la razón presidiendo, quiere sentenciar la causa. El fiscal verdad le ha puesto la acusación, y está clara la culpa; que ojos y oídos juraron en la probanza. Amor y sangre, abogados le defienden; mas no basta; que la infamia y la vergüenza son de la parte contraria. La ley de Dios, cuando menos, es quien la culpa relata, su conciencia quien la escribe. ¿Pues para qué me acobardas? Él viene, ¡Ay, cielos, favor!
Sale FEDERICO
FEDERICO: Basta que en palacio anda pública la fama, señor, que con el marqués Gonzaga casa a Aurora, y que luego se parte con ella a Mantua. ¿Mándasme que yo lo crea? DUQUE: Conde, ni sé lo que tratan, ni he dado al marqués licencia; que traigo en cosas más altas puesta la imaginación. FEDERICO: Quien gobierna, mal descansa. ¿Qué es lo que te da cuidado? DUQUE: Hijo, un noble de Ferrara se conjura contra mí con otros que le acompañan. Fïóse de una mujer, que el secreto me declara. ¡Necio quien de ellas se fía, discreto quien las alaba! Llamé al traidor, finalmente; que un negocio de importancia dije que con él tenía; y cerrado en esa cuadra le dije el caso, y apenas le oyó, cuando se desmaya. Con que pude fácilmente en la silla donde estaba atarle, y cubrir el cuerpo, por que no viese la cara quien a matarle viniese, por no alborotar a Italia. Tú has venido, y es más justo hacer de ti confïanza, para que nadie lo sepa. Saca animoso la espada, conde, y la vida le quita; que a la puerta de la cuadra quiero mirar el valor con que mi enemigo matas. FEDERICO: ¿Pruébasme acaso, o es cierto que conspirar intentaban contra ti los dos que dices? DUQUE: Cuando un padre a un hijo manda una cosa, injusta o justa, ¿con él se pone a palabras? Vete, cobarde; que yo... FEDERICO: Ten la espada, y aquí aguarda; que no es temor, pues que dices que es una persona atada, pero no sé qué me ha dado, que me está temblando el alma. DUQUE: Quédate, infame... FEDERICO: Ya voy; que pues tú lo mandas, basta. Pero, ¡vive Dios! DUQUE: ¡Oh, perro! FEDERICO: Ya voy, detente; y si hallara el mismo César le diera por ti, ¡ay Dios!, mil estocadas.
Vase FEDERICO
DUQUE: Aquí lo veré; ya llega; ya con la punta la pasa. Ejecute mi justicia quien ejecutó mi infamia. ¡Capitanes! ¡Hola, gente! ¡Venid los que estáis de guarda! ¡Ah, caballeros, crïados! Presto.
Salen el MARQUÉS, AURORA, BAT´IN, RICARDO y todos los demás que se han introducido
MARQUÉS: ¿Para qué nos llamas, señor, con tan altas voces? DUQUE: ¿Hay tal maldad? A Casandra ha muerto el conde, no más de porque fue su madrastra, y le dijo que tenía mejor hijo en sus entrañas para heredarme. ¡Matadle, matadle! El duque lo manda. MARQUÉS: ¿A Casandra? DUQUE: Sí, marqués. MARQUÉS: Pues no volveré yo a Mantua sin que la vida le quite. DUQUE: Ya con la sangrienta espada sale el traidor.
Sale FEDERICO con la espada desnuda, va tras él el MARQUÉS
FEDERICO: ¿Qué es aquesto? Voy a descubrir la cara del traidor que me decías, y hallo... DUQUE: No prosigas, calla. ¡Matadle, matadle! MARQUÉS: ¡Muera!
Vanse FEDERICO y el MARQUÉS
FEDERICO: ¡Oh, padre! ¿Por qué me matan? DUQUE: En el tribunal de Dios, traidor, te dirán la causa. Tú, Aurora, con este ejemplo parte con Carlos a Mantua, que él te merece, y yo gusto. AURORA: Estoy, señor, tan turbada, que no sé lo que responda. BATÍN: Di que sí; que no es sin causa todo lo que ves, Aurora. AURORA: Señor, desde aquí a mañana te daré respuesta.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Ya queda muerto el conde. DUQUE: En tanta desdicha, aun quieren los ojos verle muerto con Casandra.
Descúbrense a FEDERICO y CASANDRA
MARQUÉS: Vuelve a mirar el castigo sin venganza. DUQUE: No es tomarla el castigar la justicia. Llanto sobra, y valor falta. Pagó la maldad que hizo por heredarme. BATÍN: Aquí acaba, senado, aquella tragedia del castigo sin venganza que, siendo en Italia asombro, hoy es ejemplo en España.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002