ACTO SEGUNDO


Sale BELISA con diferente vestido del que llevó al campo
BELISA: Temerario pensamiento, que teniendo el mundo en poco, junto a la luna a ser loco sobre las alas del viento colocastes vuestro asiento, ¿qué desdicha, qué cuidado hoy os ha puesto en estado que habéis tan hermosas plumas entre las blancas espumas del mar de amor sepultado? Sale vestida la nave de jarcias y de banderas con las velas tan ligeras que el viento piensa que es ave; mas el de popa süave vuelve con fácil mudanza en huracán la bonanza, porque no pueda ninguna del rigor de la Fortuna aseguarar la esperanza. Florece un árbol temprano cuando el ruiseñor suspira, la primavera le mira llena de flores la mano; mas llega el hielo tirano y con intensos rigores los pimpollos y colores cubre de tristeza y luto porque hasta tener el fruto no están seguras las flores. Por más que en el nido esconda el ave sus pajarillos como los fuertes castillos con su cava, muro y ronda, dispara el pastor la honda y con violencia importuna, sin dejar pluma ninguna le arroja piedra villana, que no hay resistencia humana al golpe de la Fortuna. Nave en el mar parecía mi libertad en amor; árbol vestido de flor mi locura y bizarría; nido que el ave tejía era mi seguro olvido; mas vino Amor atrevido y con el galán Cardona puso al pie de su corona la nave, el árbol, y el nido. Vencedor de estos despojos me mata sin ser culpado, que no sabe mi cuidado aunque le dicen mis ojos con amorosos enojosos; soy mariposa en llegarme a la llama y retirarme, y tanto Amor me desvela que doy tornos a la vela y no acabo de quemarme.
Sale FINEA
FINEA: Sin quitarme el manto vengo por darte presto el recado. BELISA: De prisa, será desdicha que nunca viene despacio. FINEA: Hallé la casa--que fue en Madrid nuevo milagro, que no sabe del segundo quien vive e[n] primero cuarto-- dile el papel, abrazóme, diome este doblón de a cuatro. BELISA: ¿Oro tiene? FINEA: ¿Por qué no? BELISA: Que no se le dio me espanto a la señora Lucinda. Muestra. FINEA: Toma. BELISA: Yo le guardo por ser la primera prenda que tengo suya. FINEA: Es cuidado que te perdonara yo; y prenda que él no te ha dado no merece estimación. BELISA: Por él, Finea, te mando un hábito de picote. FINEA: No, sino el tuyo de raso. BELISA: Soy contenta. Dime agora qué respondió. FINEA: En tono bajo leyó y dijo, "¡Linda letra!" BELISA: ¿No dijo nada a la mano? FINEA: No, a fe. BELISA: No era de Lucinda. FINEA: Llamó a Tello y el picaño a tres ¡holas! respondió, que estaba hablando en el patio; pidió la capa y la espada, y díjome, "Luego parto a ver qué manda aquel ángel." BELISA: ¿ángel dijo? ése es engaño. FINEA: Es verdad que lo añadí por aquello de la mano; que la lisonja es la fruta que más se sirve en palacio, y en ti un ángel más o menos no es lisonja, habiendo tantos. BELISA: ¿En cuerpo estaba en efeto? FINEA: Un gabancillo leonado tenía untado con oro. BELISA: ¿Con gabán? Es cierto caso que tendría bigotera. FINEA: No la nombres, que me espanto de ver los hombres con ella, y hay muchos tan confiados que a la ventana se ponen, que es como asomarse un macho. Mientras tiene bigotera un hombre ha de estar cerrado en un sótano. BELISA: Si es de ámbar con cairel de oro, no es malo, y quitada importa poco. FINEA: Siempre pienso que, asomando la boca por entre el cuero, me coca algún mono zambo. BELISA: ¿Hubo montera? FINEA: El cabello sirve a los mozos este año de montera y papahigo. BELISA: Bien parecen aseados. Ahora bien, va de aposento. ¿Hay gran pobreza? FINEA: Un soldado, ¿qué ha de tener? Las paredes vestían cuatro retratos: uno del Rey, que Dios guarde, y otro de Lucinda al lado. BELISA: ¿Y no tuvo celos? FINEA: ¿Cómo? BELISA: ¿No ves, necia, que hace caso la imaginación, y celos son hombres imaginados? ¿Y de quién eran los otros? FINEA: El uno de don Gonzalo de Córdoba, su pariente, que en los países y estados de Flandes, me dijo Tello que anduvo con él. BELISA: Aguardo el vestido de la noche. FINEA: ¿La cama dices? De raso de la China un pabellón --lo limpio no sé pintarlo, que un tafetán lo cubría-- lo demás, baúles, trastos de casa, ajuar de mozos, libros, guitarra, ante, casco, y un broquel en un rincón. BELISA: Sin duda viene, habla paso. FINEA: ¿En qué lo ves? BELISA: En el alma, que me lo ha dicho temblando.
Salen don JUAN [y] TELLO, [hablan aparte los dos]
JUAN: ¿Puedo yo penestrar su entendimiento? ¿No ves que fuera necia diligencia? TELLO: ¡Sí, pero en su presencia estar como novicio de convento, que no ve tierra más de lo que pisa! JUAN: Tello, yo bien presumo que Belisa me tiene voluntad, pero en efeto, en esto sólo quiero ser discreto, no siendo confïado, demás que no es amor haberme honrado con hacerme merced, y si lo fuera, no llegara Belisa a ser tercera de los amores de Lucinda. TELLO: Mira que se suele cubrir una mentira con capa de verdad, y el que se llama galán, no ha de aguardar a que la dama le requiebre primero. Iba un fraile devoto caballero, y cuando tanta espuela le metía a la mula, decía; "Arre, por caridad, hermana mula." JUAN: Belisa nos escucha, disimula. BELISA: Señor don Juan, ¿sin verme tantos días? ¿Qué es esto? Ingratamente no habéis hecho. Trocamos vos y yo las bizarrías. JUAN: Estoy de vuestra gracia satisfecho, pero por no cansaros me habrá de suceder desobligaros. BELISA: Señor don Juan, a cierta dama un día presentó un papagayo un caballero, diciéndole que todo lo sabía, si no era hablar. Lo mismo os considero: vos sois galán, discreto y entendido, apacible, valiente y bien nacido, modesto, airoso, atento y de buen trato, y sólo os falta hablar, por ser ingrato. Y tú, Tello, también. FINEA: Cual es el dueño tal el criado. TELLO: A fe de calahorreño que estoy sin culpa yo, que sólo he sido lechón de aqueste pródigo perdido, eco de auesta voz. Parte el Cardona, verás que soy la maza. JUAN: ¿Y yo? TELLO: La mona. JUAN: Bueno por vos me pone. BELISA: Bien merece vuesa merced que Tello así le trate. JUAN: ¿Vuesa merced? TELLO: Yo soy un disparate. BELISA: No hay tan bravo león que no se rinda a los divinos ojos de Lucinda. ¡Qué tierno habrá llorado el buen Cardona, y qué habrá dicho allí de mi persona! ¿Pintóme muy feísima? Que cierto se haría un ermitaño en un desierto, y tentación a mí por lo del río y los celos del Soto. JUAN: Es desvarío. Contaros todo lo que pasa quiero; diré verdad a fe de caballero aragonés, y Córdoba y Cardona, y si mintiere, y esto no me abona, no vuelva yo a los ojos de mi padre. BELISA: Decid también, "De mi señora madre." JUAN: Después, Belisa hermosa, que le distes con tal gracia a Lucinda tales celos en aquel Soto, donde sol salistes, más claro que el que adoran Delfo y Delos, escribióme un papel con ansias tristes hasta en la letra, --¡oh vengadores cielos!-- que en lágrimas envueltas y borrones apenas se entendían las razones. Fui a verla, como allí me lo rogaba y halléla con la mano en la mejilla, que el cuerpo en el estrado reclinaba; saludéla, llegué, tomé una silla. Lucinda, que la puerta me negaba, --¡Oh, castigo de amor! ¡Oh maravilla!-- me dio su estrado; que en llegando a estado tan bajo amor, poco hay de estado a estrado. Tomándome las manos y bañando las de los dos con lágrimas, decía que me adoraba tiernamente, cuando por obligarle amor, desdén fingía. Apenas, oh Belisa, vi llorando la que ser piedra para mí solía, cuando quedé como en la luz infusa Atlante del espejo de Medusa. Declaróme secretos pensamientos de una razón de estado bachillera, materias de obligar a casamientos, que yo escuché como si piedra fuera. Salí después de tantos sentimientos tan desenamorado, que pudiera vender olvido a la mayor constancia. ¡Gran cosa levantarse con ganancia! Cual suele labrador en noche oscura dormir en la campaña a cielo abierto, y ver la luz del alba hermosa y pura, o todo el sol de súbito despierto, así salí de confusión tan dura súbitamente y desde el golfo al puerto, que, despicado, en viéndome querido su llanto risa fue, su amor olvido. Ni la vi más, ni la veré en mi vida. Como, duermo, paseo y tiempo tengo para mí pretensión, que, de perdida, con verme libre, a restaurarla vengo. No lágrimas, no más traición fingida; a nuevo amor el corazón prevengo. aunque quien resuscita, nadie crea que en volverse a morir discreta sea. BELISA: ¡Notable historia! JUAN: Yo os digo la verdad. BELISA: ¿Cierto? JUAN: Tan cierto que en mí fue sueño despierto lo que en Lucinda castigo. No más Lucinda, ya es hecho. A vuestros ojos lo juro: algún divino conjuro me la ha sacado del pecho. BELISA: Tello, ¿es esto así? TELLO: No sé que puede no ser así porque esto pasa ante mí, señora, de que doy fe. Ta cesó la devoción de aquel su pasado arrobo porque como como un lobo y duerme como un lirón; quitósele la celera y el amor. BELISA: Gracias a Dios. TELLO: Pero enamoradle vos a lo divino tercera; dad sujeto a este galán de vuestra mano. BELISA: Sí, hiciera, si alguna dama supiera como la quiera don Juan. TELLO: Una así como vos... BELISA: ¿Yo, Tello? TELLO: Así, toda florida, despejada, bien prendida. BELISA: Necia y lindísima, ¿no? TELLO: Más quiero engaños, rigores, iras y celosas tretas de las divinas discretas que de las necias favores. JUAN: Deja, Tello, a su elección la dama que quiere darme. BELISA: Quiero para asegurarme, que estéis en aprobación; que hay amante que, enojado, sirve otro sujeto un mes, y vuelve a echarse a sus pies más tierno y enamorado. Y aun busca satisfacción a su misma pesadumbre porque la mala costumbre puede más que la razón. JUAN: Si yo volviera a querer a Lucinda, plega a Dios... BELISA: No juréis. JUAN: Pues dadme vos por vuestro gusto mujer que pueda amar estimar, y veréis lo que me obliga. BELISA: Yo conozco cierta amiga que de vos me suele hablar. Pero no, que me parece que os volveréis luego allá. TELLO: Apostaré que te da según la dama encarece, alguna doña Terrible. BELISA: Pues eso si la burláis, que a Zaragoza volváis, lo tengo por imposible. JUAN: Estando vos de por medio, aunque sin mi gusto fuera, con mil almas la quisiera. BELISA: Yo intento vuestro remedio, y quiero que la veáis; mas primero que se rinda, cuantas prendas de Lucinda tenéis, guardáis y adoráis, mayormente su retrato, me habéis de dar. JUAN: Yo haré que las traiga Tello, en fe de que ya le soy ingrato. BELISA: ¿Y será cierto? JUAN: ¿Pues no? BELISA: ¿Cumpliréislo todo ansí? JUAN: Digo mil veces que sí. Mas, ¿quién es la dama? BELISA: Yo.
Vase [BELISA]. [TELLO habla aparte a FINEA]
TELLO: ¿Y tú no me quieres dar una ninfa a quien querer? FINEA: ¿Qué tiene que me volver de Fabia, después de estar un año en aprobación? TELLO: Toda alhaja fregonil rendiré a tu pie gentil. FINEA: ¿Hay retrato? TELLO: Un San Antón para tener le pedí en mi aposento. FINEA: ¿Y que no verás más a Fabia? TELLO: ¿Yo? ¿Mas quién es la ninfa? FINEA: Mí.
Vase [FINEA]
TELLO: ¿Qué sientes de esto? JUAN: Estoy loco. TELLO: Ama, quiere aquí, porfía. JUAN: A tal gracia y bizarría darle mil almas es poco. ¡Con qué gusto dijo--"Yo!" TELLO: Y la picarilla--"¡Mí!" ¿Vas enamorado? JUAN: Sí. TELLO: ¿No ha de haber Lucinda? JUAN: No.
Vanse. Salen el CONDE, FERNANDO, y MÚSICOS
CONDE: Ninguna cosa, Fernando, me entretiene, estoy perdido. FERNANDO: ¿Cómo has de hallar el olvido, si estás siempre imaginando? CONDE: Como la imaginación es madre de los concetos, olvidan mal los discretos que celos concetos son. De aquí nace que poetas son los más enamorados, imaginando, engañados, a sus damas tan perfetas. FERNANDO: ¿En tantas definiciones de amor nunca van hallando la verdad? CONDE: No hay más, Fernando, que ser imaginaciones. ¿Belisa, en fin, se ha casado? FERNANDO: El Cardona aragonés es gentilhombre. CONDE: Sí, es, con que más celos me ha dado. FERNANDO: él entra en su casa ya con libertad de marido. CONDE: Bastante defensa ha sido, segura Belisa está, que a no ser marido, es cierto que no sufriera galán, y menos al tal don Juan. Cantad algo, que estoy muerto.
Siéntese en una silla y canten los MÚSICOS
MÚSICOS: "Antes que amanezca sale Belisa, cuando llegue al Soto será de día." CONDE: Cuando ese estribo escribí, qué bizarra la miré. Cantad la copla, y haré una endecha para mí.
Cantan
MÚSICOS: "Mañanica de mayo salen las damas, con achaques de acero las vidas matan, no ha salido el alba, y sale Belisa, Cuando llegue al Soto será de día.
Salen LUCINDA y FABIA. [FABIA habla aparte a LUCINDA]
FABIA: Formaron tu pensamiento los celos, que no el agravio. LUCINDA: Por estar herido Octavio nuevos engaños intento. FABIA: Aquí está el conde. LUCINDA: Y qué triste está escuchando cantar.
A FERNANDO
¿Puede una mujer entrar? FERNANDO: Nadie la entrada resiste a tal gracia y hermosura. ¿Señor, duermes? CONDE: ¿Qué me quieres? FERNANDO: Que te buscan dos mujeres. CONDE: ¿Es Belisa, por ventura? LUCINDA: No soy sino la mayor enemiga de esa dama. Lucinda soy. CONDE: Por la fama conozco vuestro valor. LUCINDA: En fe del vuestro he venido a suplicaros. CONDE: Primero tomad una silla. LUCINDA: Hoy quiero satisfacer al oído de la verdad, que en ausencia, tanto ha escuchado de vos. CONDE: Satisfaremos los dos la fama con la presencia.
Siéntanse. [Retírense los MÚSICOS]
LUCINDA: Esta natural pasión, generoso conde Enrique, que, contraria de la ira en nuestros pecho reside, siempre la he juzgado igual; y si decirse permite, ira y amor son lo mismo porque, como es imposible que haya amor sin celos y ellos venganza de agravios piden, es fuerza que entre la ira adonde el amor la admite, como se ve por ejemplos de esposos y amantes firmes, que mataron lo que amaban por celos, de que se sigue que la ira y el amor no son diferentes fines aunque, en principios, contrarios. Todo este prólogo sirve de que el amor y la ira me traen a que os suplique que a mi remedio el valor de vuestra sangre os incline, por la ofensa que también de mis agravios recibe. Vino don Juan de Cardona --yo sé que una vez le vistes-- de Zaragoza a la corte, caballero de la insigne casa que en sus armas pone plumas de pavón por timbre. Un día que nuestro rey corrió lanzas, nuevo Aquiles, descuidada y no de galas a ver y ser vista vine; mirando pues con el brío que la espuela en sangre tiñe del bridón, que con las alas del viento las plantas mide, cuando a la sortija atento el que a dos mundos asiste con sólo un centro, la lanza pasa de la cuja al ristre, y airosamente la lleva, veo que el don Juan que os dije atento a las de mis ojos era de sus niñas lince. La fiesta hizo fin, y amor principio, que por oírle halló lugar y esperanza de quererme y de seguirme. Desde aquel día hasta agora en pretenderme prosigue don Juan; mas yo, deseando a mejor fin reducirle, dile celos y desdenes --falso arbitrio--, con que hice que, mudando pensamiento, otra dama solicite. ésta, a quien tan bien lo sabe no es razón que yo la pinte, si bien en sus bizarrías cuanto celebran consiste. Dejáronla mucha hacienda sus padres; luce y repite con bostezos de señora a escuderos y telices. ésta, pues, que de don Juan fue la encantadora Circe, como aquella que entretuvo sin entendimiento a Ulises, no sólo ha podido hacer que me aborrezca y olvide, sin que en el verde Soto que de puro cristal ciñe Manzanares, y este mes de verdes álamos viste, le llamó marido. ¡Ay, cielos! ¿Cómo pude resistirme? Desde aquel día me matan celos y congojas tristes. Llaméle y díjele amores, pero apenas quiso oírme, que ensoberbece a los hombres ver las mujeres humildes. A los dos, Enrique ilustre, una misma ofensa aflige, y así es justo que a los dos la misma venganza obligue. Yo haré de mi parte cuanto fuere a una mujer posible, que las más tiernas amando, con celos se vuelven tigres; vos de la vuestra, y los dos para los dos, que si rinden celos, les daremos celos. ¡Al arma, mueran, suspiren! ¡No se han de casar, que a vos os toca! O quedemos libres o vengados, que aunque es fuerte, no es el amor invencible. CONDE: Ya de vuestra relación alguna parte sabía, porque la enemiga mía me dio a saber la ocasión. La soberbia y presunción de Belisa se ha rendido al título de marido, y con ser ansí mi amor se agravia de su rigor, pues no me permite olvido. Por vos y por mí hacer quiero, en lo que posible fuere, lo que no contradijere a la ley de caballero; que nos venguemos espero, vos con celos de tan necio galán, y yo, que me precio de que estimen mis cuidados, que es venganza de olvidados hacer del rigor desprecio. Fuera de que puede ser --perdone vuestro valor-- que, de fingir este amor, viniésemos a querer; porque suele suceder que cosas de amor tratando dos libres, y no pensando, que pueden ser verdaderas, venir a acabar en veras lo que se empieza burlando. Yo me rindo al talle y brío del galán aragonés, pero no tanto, después que Belisa ofende el mío; entremos a desafío, dos a dos, adonde espere vitoria el que más pudiere en el campo de los dos; y ayude amor, pues es dios, al que más razón tuviere. LUCINDA: Cierta será la victoria, Enrique, si me ayudáis. CONDE: Mirad cómo la trazáis que resulte en vuestra gloria. LUCINDA: En toda amorosa historia no es bien que el fin se presuma. Mujer soy, y será en suma, con que disculpada quedo, mío de amor el entredo y vuestra será la pluma. CONDE: Amor la imprima.
[FABIA habla aparte a LUCINDA]
FABIA: ¿Qué has hecho? LUCINDA: Vengarme de quien me agravia. FABIA: Loca estás. LUCINDA: Y es cierto, Fabia, con tanto amor en el pecho.
Vanse las dos
CONDE: Gran parte del mal desecho con la venganza trazada. FERNANDO: ¿Qué habéis tratado? CONDE: No es nada. FERNANDO: ésta, dama es de don Juan. CONDE: Toma, Fernando, el gabán, y dame capa y espada.
Vanse. Salen BELISA y TELLO
BELISA: ¿Joyas a mí? TELLO: ¿Por qué no, si eres la reina de Troya? BELISA: ¿Cuando está pobre don Juan, finezas tan amorosas? ¿A mí fénix de diamantes? TELLO: Con el verso y con la prosa que le envïaste, está loco. BELISA: Pena me ha dado la joya. ¿Que se empeñó? ¿Cómo es esto? TELLO: No ha sido empeño, señora, sino el paternal dinero que vino de Zaragoza; que así como vio el soneto, dijo con voz amatoria, rompiendo medio bufete de una puñada, Cardona-- "¿Hay tan alta bizarría? ¡Que una señora componga tales versos! ¡Malos años para cuantos a Helicona van por agua y alcacer!" Y luego del baúl toma la bolsa zaragocí y dijo--"Tendrás agora el mejor dueño del mundo." Pero respondió la bolsa en tiple de los escudos-- "Mejor soy para la olla." Fuimos a la insigne puerta que 'guarda la cara' nombran, sepulcro de oro y de seda, de tantos cofres langosta y para el fénix Belisa, fénix de diamantes compra, porque el día de San Marcos, que del trapo llaman zorras, salgas a matar guedejas y dar envida a valonas. Pero dime si es posible reducir a la memoria el soneto que escribiste. BELISA: Como yo, de amores loca no me osaba declarar, dije ansí: TELLO: Las musas oigan. BELISA: Canta con dulce voz en verde rama Filomena dulcísima al aurora, y en viendo el ruiseñor que le enamora, con recíproco amor el nido enrama. Su tierno amante por la selva llama cándida tortolilla arrulladora, que si el galán el ser amado ignora, no tiene acción contra su amor la dama, No de otra suerte al dueño de mis penas llamé con dulce voz en las floridas selvas de amor, que oyendo el canto apenas, se vino a mí, las alas extendidas, porque también hay voces filomenas que rinden almas y enamoran vidas. TELLO: Por Dios, que es soneto digno de que en sus obras le ponga la marquesa de Pescara que Italia celebra y honra. O, pues también lo merecen, en las canciones sonoras de la Isabela Andreína, representanta famosa, pues hoy estiman sus versos París, Nápoles y Roma. ¡Qué sonoridad, qué luces! ¿Y aquello de arrulladora? ¡Mal año para los cultos! ¡Qué claridad estudiosa! ¡Qué cultura! Dará envidias, aunque laurel les corona al príncipe de Esquilache y al rétor de Villahermosa. BELISA: ¿Eres poeta por dicha? TELLO: Y por desdicha notoria. BELISA: Porque ese lenguaje, Tello, a presumir me ocasiona que haces versos. TELLO: ¡Oh, qué lindo! Oye una silva a una mona, a quien requebró un galán en peso de la noche toda: Quedóse en un balcón donde solía, desde las doce de la noche al día, hablar cierto galán a una casada por cerrar la ventana su crïada, el animal que más imita al hombre, aunque él sabe también tomar su nombre; la mona con el frío, en la cabeza, púsose un paño que tendido estaba, con que la dicha moza se tocaba. Vino el galán, y atento a su belleza, tirábale al balcón de cuando en cuando chinas, con que la mona, despertando, salió ligera y, en lo alto puesta, le daba algunos cocos por respuesta. Pensó que hablaba así por su marido, y la reja trepó, del hierro asido; mas queriendo besarla, de tal modo le asió de las narices que, temiendo que pudiera sacárselas del todo, se estuvo lamentando y padeciendo, hasta que el alba hermosa vestida de jazmín con pies de rosa, de ver los dos amaneció riyendo; ella, del monicidio temorosa, al pobre amante, en vez de los amores, de arriba abajo le sembró de flores.
Sale FINEA
FINEA: Doña Lucinda de Armenta y doña Fabia su moza te quieren hablar. BELISA: Di que entren. TELLO: ¿Eso dices? BELISA: Pues, ¿qué importa? TELLO: Voyme por esotra puerta.
Vase. Salen LUCINDA y FABIA
FINEA: ¿Qué aguardan? Entren, señoras. LUCINDA: Si vuesa merced se acuerda de que en la florida alfombra de Manzanares, un día, compitiendo con la aurora amaneció perla en nácar, o rosa que baña aljófar, siendo el pimpollo el sombrero, y vuesa merced la rosa, yo soy aquella mujer que engañada de mi sombra, le pedí el galán prestado sobre prendas de lisonja; como le asió de la mano, y subiendo en su carroza... BELISA: No es carroza, sin coche, o vuesa merced, me honra como llamar licenciado por la presbítera toga al que es de prima tonsura. FABIA: Pienso que se finge boba. BELISA: Soy cándida. FABIA: Así parece. BELISA: Finalmente, ¿en qué se apoya esta celosa visita? LUCINDA: En que su merced recoja de noche al señor marido, porque no es justo que corra con ella Sotos y Prados en carroza, coche o posta, y que, en llegando la noche, mi puerta y ventanas rompa, ya con el pomo las unas, ya con las piedras las otras. Entró una de ellas por fuerza y esta cadena me arroja diciendo que le escuchase. Escuchéle temorosa, lloró en fin... BELISA: ¿Y con bigotes? ¡Válgate Dios por Cardona! LUCINDA: Dióle después en mi estrado tal desmayo, tal congoja, que fue menester volverle con agua de azahar y alcorzas. BELISA: ¡Qué ventura tener agua! Si no la tenéis, señora, él se queda a buenas noches. ¡Válgate Dios por Cardona! LUCINDA: Díjome de vos mil males: que de día y noche le rondan la puerta crïadas vuestras, que os vio aquella tarde sola y que le andáis persiguiendo. BELISA: ¿Soy una perseguidora? ¿Que yo le persigo dice? ¡Válgate Dios por Cardona! Ahora bien, por el aviso, la sirvo con esta joya que hoy me ha enviado con Tello, su famoso guardarropa porque el día de San Marcos en la cadena la ponga, y vea vuesa merced si ha menester otra cosa de esta casa, que aquí queda para su servicio toda. LUCINDA: Porque sé las bizarrías de esa mano poderosa, tomo la joya y os beso la mano ilustre.
[FINEA habla aparte a BELISA]
FINEA: Perdona, que no vi cosa más necia que la que has hecho. BELISA: ¿Qué importa? FABIA: Y vos, señora Finea, decid a Tello que escoja otra dama, que después que a Lucinda mi señora sirve el conde don Enrique, también de mí se apasiona Fernando, su secretario, y yo le quiero. FINEA: Mejora vuesa merced de galán. LUCINDA: él y don Juan se dispongan a no aborotar mi casa que, si otra vez la alborotan, castigará su locura el conde, porque me adora. Y a vuestra puerta en la calle aguarda con su carroza para que vamos al Prado.
Vanse las dos, [LUCINDA y FABIA]
FINEA: ¡Extraña historia! BELISA: Es hisotira que me ha de costar la vida. A la ventana te asoma. Mira si es el conde Enrique. FINEA: Mejor es que tú lo oigas, que desde el estribo llama. BELISA: ¡Qué libertad! Estoy loca.
Dentro del CONDE
CONDE: ¡Al Prado, cochero, al Prado da la vuelta!
Dentro
LUCINDA: A la Victoria, Magallanes de los coches. FINEA: ¡Qué propia voz de celosa! BELISA: A tanta desdicha mía, ¡ay de mí!, ¿qué puedo hacer? ¡Oh, mal haya la mujer que del mejor hombre fía! Que don Juan de amor de un día se volviese a lo que amaba primero, en razón estaba; ¡pero no, querer yo bien, y declarárselo a quien por otra mujer lloraba! Halla un pájaro rompida la jaula, y volando al viento, cuando goza en su elemento de la libertad perdida, se acuerda de la comida, y vuelve a ver si está abierta, con ser su cárcel tan cierta. Así los amantes son, que con saber que es prisión, vuelven a la misma puerta. Volvióse la voluntad, aragonés caballero, sin querer gozar el fuero de su misma libertad. Fi[ó] de su falsedad mi enamorada afición. ¡Oh, qué necia condición de una voluntad sencilla, fiar alma de Castilla a los fueros de Aragón! No me pesa, porque fui necia, en que don Juan me rinda; pésame de que Lucinda se haya vengado de mí. Lo que no tuve perdí. Menos a enojo me incita, que una mujer más se irrita, y más con tanto ademán, que no el quitarle el galán la burla de quien le quita. Lucinda, desdenes tales han hecho que os quiera bien, que hay muchos hombres, que a quien los trata mal, son leales. ¡Oh, Amor, cómo son iguales en esto buenos y malos! No vienen con los regalos y en los celos se resuelven, que hay hombre perros que vuelven a donde les dan de palos. ¡Qué mal se supo entender mi ignorante bizarría, cuando dije que querría a un hombre de otra mujer! La disculpa habrá de ser no de Porcias y Lucrecias, que, a no haber Amor, si precias que de ti se libren pocos, ni se hallaran hombres locos, ni hubiera mujeres necias.
Salen don JUAN y TELLO [hablando aparte]
JUAN: Más de treinta mil ducados de dote, sin esta casa, tiene Belisa. TELLO: Y las joyas, ricos vestidos y alhajas, ¿son barro? Dichoso eres, y advierte, que, si te casas, me des también a Finea. JUAN: Yo te la doy. TELLO: ¿Aquí estaban? JUAN: Señora mía y mi bien, ya el alma se me quejaba de vivir en vuestra ausencia, si ausente vivo con alma. BELISA: (¡Confusa estoy! Lo mejor Aparte es volverle las espaldas.
Vase [BELISA]
JUAN: ¿Fuése? TELLO: ¿No lo ves? JUAN: Finea, escucha. TELLO: Tampoco habla.
Vase FINEA
JUAN: Tras ella iré. TELLO: ¿Para qué? La puerta cierra a la sala. JUAN: Pues, ¿qué novedad es ésta sin que sepamos la causa? TELLO: Habelle dado la joya. JUAN: Tello, en esas puertas llama. TELLO: No he visto amante más pobre. Siempre parece que andas de puerta en puerta.
Sale FINEA a una ventana
JUAN: ¿Es Finea la que en la ventana aguarda? TELLO: La misma. JUAN: Finea, ¿qué es esto? ¿Este término esperaban de la señoa Belisa mi deseo y mi esperanza? FINEA: Dice mi señora... JUAN: ¿Qué? FINEA: Que se vayan noramala.
[Cierra la ventana]
JUAN: Acabóse. TELLO: Aquí entra bien, "Para vos traigo una carta." JUAN: ¿Qué habemos de hacer? TELLO: No sé. JUAN: Ven, que yo lo sé. TELLO: ¿éstas llaman bizarrías de Belisa: cerrar puertas y ventanas en agarrando la joya? JUAN: Sígueme, que voy sin alma. TELLO: El fénix se ha vuelto cisne que, cuando se muere, canta.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Las bizarrías de Belisa Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002