LAS BIZARRÍAS DE BELISA

Lope de Vega

Texto basado en autógrafo de LAS BIZARRÍAS DE BELISA (Library of the British Museum) con el apoyo de varias ediciones tempranas y modernas: la edición príncipe en La Vega del Parnaso (Madrid: Imprenta del Reino, 1637), la publicada en Obras sueltas, tomo 9 (Madrid: Sancha, 1777), y otras ediciones de los siglos XIX y XX. Fue preparado por Vern Williamsen en 1997 para su presentación en esta colección.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Sale[n] BELISA con vestido entero de luto galán, flores negras en el cabello, guantes de seda negra y valona, Y FINEA
FINEA: ¿Así rasgas el papel? BELISA: Cánsame el conde, Finea. FINEA: ¡Qué ingratitud! BELISA: Que lo sea me manda Amor. FINEA: Fuego en él, que pienso que no es tan vario en sus mudanzas el viento. BELISA: Navega mi pensamiento por otro rumbo contrario. Castigó mi voluntad el cielo. FINEA: No sé si diga que justamente castiga, señora, tu libertad. Tanto despreciar amantes, tanto desechar maridos, tanto hacer de los oídos arracadas de diamantes, claro está, que habían de dar [esa] ocasión al Amor para vengar tu rigor. BELISA: Bien se ha sabido vengar. FINEA: ¡Oh qué bien los has vengado con querer agora bien a quien, ni aun sabes a quién, ni él tampoco tu cuidado! Tus desdenes con razón agora diciendo están; "Qué se hizo del rey don Juan? Los infantes de Aragón, ¿qué se hicieron? BELISA: No presumas que de esta mudanza estoy arrepentida, aunque doy agua al mar, al viento plumas; porque tengo la memoria de este necio amor tan llena, que juzgo poco la pena para tan inmensa gloria. ¿Llaman? FINEA: Sí. BELISA: Pues quiero hablarte con más espacio después; mira quién es. FINEA: Celia es, que ha venido a visitarte.
Vase. [Sale CELIA]
CELIA: Prospere tu vida el cielo. BELISA: No sé, Celia, si querrá tener ese gusto ya. CELIA: Ya la novedad recelo; dijéronme que te habían visto con luto en la Calle Mayor aunque gala y talle la causa contradecían. Y hallo que todo es verdad pero tanta bizarría no es tristeza. BELISA: Celia mía, murió. CELIA: ¿Quién? BELISA: Mi libertad. CELIA: Es imposible que en ti haya faltado el desdén. BELISA: ¿No es faltarme querer bien? CELIA: ¿Tú quieres bien? BELISA: Yo. CELIA: ¿Tú? BELISA: Sí. Ya cesaron mis rigores. CELIA: Veré primero sembrado de estrellas del cielo el prado, y el cielo de hierba y flores, y trocado el natural efeto veré también a la envidia decir bien, y a la virtud hablar mal; veré la ciencia premiada y a la ignorancia abatida que es la verdad bien oída y que la lisonja enfada, y el imposible mayor dar honra al que está sin ella, que crea, Belisa bella, que puedes tener amor. BELISA: Una tarde, cuando el sol dicen que en el mar se esconde y se le ponen delante las cabezas de los montes cuando por aquella raya que con varios tornasoles divide el cielo y la tierra y los días y las noches nubes de púrpura y oro van usurpando colores a la plumas de los aires y a las ramas de los bosques, iba sola con Finea, amiga Celia, en mi coche, tan sol de mi libertad cuanto luego fui Faetonte; que nunca verán tan altas las soberbias presunciones que no las fulminen rayos como a las soberbias torres. Era en la parte del Prado que igualmente corresponde a esa Fuente Castellana por la claridad del nombre; que también hay fuentes cultas que, aunque oscuras, al fin corren como versos y abanillos, ¡quiera el cielo que se logren! Ibas Finea cantando en gracia de mis blasones finezas del conde Enrique, que ya conoces al conde y a sus papeles escritos para que, cuando me toque como papel de alfileres tenga papeles de amores, y a mis locas bizarrías desprecios y disfavores como si hubiera nacido de las entrañas de un roble, cuando veo un caballero con el semblante conforme al suceso que esperaba. Volvió la cara y paróse a escuchar quién le seguía; pero con pocas razones desnudando las espadas los ferreruelos descogen. El que digo, el pie delante, con el contrario afirmóse, gala y valor que en mi vida vi hombre tan gentilhombre. No era el otro menos diestro. No te parezca desorden que siendo mujer te cuente lo que es bien que ellas ignoren; que, aunque aguja y almohadilla son nuestras mallas y estoques, mujeres celebra el mundo que han gobernado escuadrones. Semíramis y Cleopatra, poetas e historiadores celebran, y fue Tomiris famosa por todo el orbe. ¿No has visto cuando dos juegan que sin conocerse escoge uno de los dos quien mira, sin que el provecho le importe, y quiere que el otro pierda sin saber que esto se obre por conformidad de estrellas que infunden inclinaciones? Pues de esa suerte mi alma súbitamente se pone al lado del que juzgaba por más galán y más noble. Alzó el contrario de tajo a quien mi ahijado embebióle una punta con que dio en tierra mas levantóse presto porque después supe que traía un peto doble de Milán, labrado a prueba del plomo, que muros rompe. Acudieron a este punto, tirándole varios golpes tres hombres a mi galán, cosa indigna de españoles. Pero dicen entre amigos que el enemigo perdone, que sólo es vil el que huye, y valiente el que socorre. Con razón o sin razón salto de mi coche entonces, quito la espada al cochero que arrimado a los frisones miraba a pie la pendencia, todo tabaco y bigotes como si estuviera el necio de la plaza en los balcones y el conde de Cantillana acuchillando leones; y partiendo al caballero me pongo de Rodamonte a su lado. ¡Cosa extraña! En fin, hombres de la corte, pues se volvieron humildes los que llegaron feroces. Agradecido el galán de dos tan nuevas acciones comenzó a hablarme y no pudo porque de lejos dan voces que la justicia venía; que no hay Santelmo en el tope después de la tempestad que como una vara asome. Díjele, En mi coche entrad que si los caballos corren, porque éstos no son de aquellos que repiten para cofres, presto estaremos en salvo." Entró el galán y sentóse en la proa y yo en la popa como campos fronte a fronte. Viendo que nadie venía templó el cochero el galope y en la Fuente Castellana para descansar paróse. Yo siempre que voy al Prado llevo un búcaro. Tomóle el cochero y diónos agua. Dile yo una alcorza y dióme las gracias en un requiebro que la mano agradecióle. Con esto le persuadí a que dejando favores me contase la ocasión de la pendencia; que sobre cosas de amor sospechaba que hay profetas corazones, pues antes que le dijese celos me daban temores; que el que ha de matarla sabe la garza entre mil halcones. En fin, dijo de esta suerte, --Agora a escucharme ponte, para que como él a mí, de mi desdicha te informe-- "Yo soy don Juan de Cardona, hijo del señor don Jorge de Cardona, aragonés, y doña Juana de Aponte. Nací segundo en mi casa y así mi padre envióme a Flandes donde he servido desde los años catorce hasta la edad en que estoy. Volvieron informaciones de mis servicios y cartas de aquel ángel que coronen los cielos, Infanta de Austria de divinos resplandores, tía del rey que Dios guarde. Pretendí luego en la corte a guisa de otros soldados; pero entre otras pretensiones de un hábito, vi una tarde con otro de chamelote, un serafín de marfil con toda el alma de bronce. Quedé sin ella, seguíla, servíla, y agradecióme la voluntad, retirando todo lo que no es amores. Gasté, empobrecí. Mi padre, enojado, descuidóse de mi socorro, y Lucinda, que éste es de esta dama el hombre, desdeñosa, a puros celos me mata viéndome pobre; que no hay finezas que obliguen ni lágrimas que enamoren." Cuando esto dijo, quisiera sacar los ojos traidores que por otra habían llorado. ¡Mirad qué envidia tan torpe! Prosiguió que la pendencia fue por ser competidores él y el galán, porque teme que si la obliga, la goce. Finalmente paró el caso en tantas lamentaciones que sin saber por qué causa quise arrojarle del coche. él llorando y yo sin alma llegamos casi a las once a mi posada. Roguéle que me viese, y respondióme que sería esclavo mío con mil tiernas sumisiones y, despedido e ingrato, a ver su dama partióse. Quedé tan necia que apenas sé por qué, cómo ni dónde amo, envidio, y con los celos temo que loca me torne porque pienso que es castigo de aquellos tiranos dioses Venus y Amor, de quien hice burla y los llamé embaidores. Troqué las galas en luto, la libertad en prisiones, la bizarría en descuidos, y en humildad los rigores. Ni voy al Prado ni al río. No hay cosa que no me enoje; a la música soy áspid, veneno a fuentes y flores. Soy, no soy, vivo y no vivo, y entre tantas confusiones ni sé dónde he puesto el alma ni ella misma me conoce. CELIA: Es suceso tan extraño que, a no ser tuyo, no fuera posible que le creyera. Pagas justamente el daño que has hecho a tantos, ingrata. Locura debe de ser querer quien otra mujer deja, aborrece y maltrata; pero de tu entendimiento la mayor locura ha sido, Belisa, no haber querido divertir el pensamiento. ¿Ya no vas, como solías, al Prado ni al Soto? BELISA: No, que más me entretengo yo, Celia, en las tristezas mías, que en el lugar más remoto con mayor descanso estamos. CELIA: Así vivas, que salgamos estas mañanas al Soto. BELISA: Si va a decir la verdad, que encubrirla no es razón ni a mi justa obligación ni a tu segura amistad, con la ocasión de este mes, de tantas damas paseo, salgo al campo a ver si veo quién me ha de matar después; mas si en Sotos ni en Retiros le he visto, ni él vuelve a verme. CELIA: Como en otros brazos duerme, no despierta a tus suspiros; pero salgamos mañana, que en mi buena dicha espero hallar ese caballero; que tengo por cosa llana que, si le vuelves a ver y más despacio mirar, no sólo no le has de amar pero le has de aborrecer; que muchas cosas agradan miradas súbitamente, mas pasa aquel accidente y vistas de espacio enfadan. BELISA: Ay, Celia, yo quiero darte crédito y seguir tu voto. Disfrazada voy al Soto. CELIA: Y yo quiero acompañarte. BELISA: No ha de salir el Aurora cuando estés aquí. CELIA: Sí haré. BELISA: Dar a tus consejos fe mis esperanzas mejora porque de la luna el velo, mirado con atención, descubre manchas que son indignas de tanto cielo.
Vanse. Salen don JUAN de Cardona y TELLO, criado
JUAN: Tello, el amor no gusta de consejos y más del inferior. TELLO: ¿Qué mayor prueba de que el Amor es loco sin los consejos, de la vida espejos? JUAN: Y para el ciego Amor, ¿es cosa nueva tener la vida y aun el alma en poco? TELLO: Quien tiene vista al que le falta guía; que si entrambos son ciegos, van perdidos. Cuando tu amor Lucinda agradecía estaban disculpados tus sentidos; pero agora que quiere bien a Octavio es infamia de Amor sufrir su agravio si no buscar remedio. JUAN: ¿Qué remedio? TELLO: Poner otros amores de por medio; que así se curan cuantos han querido porque otro amor es el más breve olvido. JUAN: ¿Con qué dinero, necio? TELLO: No todos los amores tienen precio. Méritos tienes, ama. ¿Ha de faltar una mostrenca dama que te quiera por gusto? JUAN: ¡Majadero! ¿Amores en la corte sin dinero, y más agora que tan caro es todo? TELLO: Pues yo no sé otro modo, ni hay médico en el mundo que, tomando el pulso a un amador aborrecido, no le recete otra mujer. JUAN: Si cuando voy a buscar de tanto amor olvido se me pone delante la hermosura de Lucinda, ¿podré yo por ventura decir amores a otra cara? TELLO: Bueno, una purga es veneno y por tener salud la toma un hombre. JUAN: Tello, ya no hay mujer que no me asombre. TELLO: Alejandro lloraba porque había un mundo solo; que con uno solo dijo que no podía con tanta tierra y mar de polo a polo satisfacer su pecho. Tú lo contrario has hecho; que sola una mujer en Madrid quieres, habiendo treinta mundos de mujeres; morenas, pelirrubias, gordas, flacas, una mudas de lengua, otras urracas, discretas, mentecatas, bachilleras, airosas en la burlas y en las veras; hay enanas, hay largas como trampa, unas con pie de apóstol, consoladas del ponleví que imprime poca estampa, y otras, que en vez pudieran de arracadas traer las zapatillas; hay lázaras mujeres de amarillas, que salen del sepulcro de las camas, y otras, que de clavel parecen ramas; hay romas, hay píoquintas, unas que se contentan con dos cintas, y otras como tarascas de dineros, que engullen mayorazgos por sombreros; unas piadosas y otras socarronas, tales severas, tales juguetonas; unas mudables por andar más frescas y otras firmes de amor, como tudescas; pero en siendo mujeres, sean morenas, sean blancas o no, todas son buenas. JUAN: ¡Qué pintura tan necia! TELLO: Pues yo, señor, ¿qué he dicho de Lucrecia la casta y en camisa, de Porcia y Artemisa, una, avestruz de hierros encendidos, y otra, sepultura de maridos? JUAN: ¡Ay puerta! ¡Ay dulce rejas! A Lucinda llevad mis tristes quejas. TELLO: Pues ya que llegas, llama. JUAN: Aun llegar a llamar teme quien ama.
Llama. [Sale FABIA, criada]
FABIA: ¿Quién llama? ¿Quién está ahí? JUAN: Dile, Fabia, a tu señora que estoy aquí. FABIA: No es agora tiempo de llamar ansí. JUAN: ¿Por qué razón? FABIA: Porque está desnudándose. JUAN: ¿Tan presto? FABIA: No fuera término honesto abriros la puerta ya. Id con Dios, don Juan, que habemos de madrugar para ir al Soto. JUAN: ¡Que vengo a oír tal crueldad! TELLO: No hagas extremos. Mira que en la calle estás. JUAN: Fabia, Fabia, espera. FABIA: Espero. ¿Qué queréis? JUAN: Di que la quiero una palabra no más. FABIA: Bueno, en comenzando a hablar tanto vendrás a empeñarte que venga el sol a rogarte que la dejes acostar. JUAN: Abre, Fabia. FABIA: ¡Qué locura!
Sale LUCINDA [a la reja]
LUCINDA: ¿Con quién hablas? FABIA: Con don Juan de Cardona. LUCINDA: ¿Y qué dirán de tanta descompostura en la peor vecindad que tiene calle en Madrid? JUAN: Lucinda hermosa, advertid, que es linaje de crueldad indigno de un caballero como yo tratarme ansí. LUCINDA: Lo que Fabia os dijo aquí daros por disculpa quiero, porque habiendo de salir del alba al primer albor, no será razón, señor, que no me dejéis dormir. El afeite natural en el buen sueño reposa; que no se levanta hermosa mujer que ha dormido mal. Id con Dios y presumid que os amo y tengo respeto. JUAN: Que yo me fuera os prometo, señora, pero advertid que ver a Fabia turbada tan necios celos me ha dado que pienso que lo ha causado el estar vos ocupada. Abrid, que con sólo entrar luego me vuelvo a salir. LUCINDA: ésta no es hora de abrir ni de dar que murmurar; que hay vecina tan liviana que para escuchar despierta apenas oye la puerta cuando ocupa la ventana. Hacedme esta cortesía de que os vais. JUAN: Es imposible sin entrar. LUCINDA: ¡Ya estáis terrible! JUAN: Amor, Lucinda, porfía que le lleve a vuestra sala sólo a dejar estos celos. LUCINDA: Ponerme en tantos desvelos ni es cortesía ni es gala. Id con Dios, que puede ser que os resulte algún pesar. JUAN: Pues vive Dios que he de entrar y que lo tengo de ver.
[Intenta forzar la puerta]
LUCINDA: ¿Golpe a mi puerta? JUAN: Y coces hasta ponerla en el suelo.
Salen OCTAVIO y JULIO con broqueles y espadas
OCTAVIO: A tanta descortesía y a tan loco atrevimiento saldrá el honor de esta casa a castigar vuestros celos. La puerta está abierta. Entrad. JUAN: No era sin causa el tenerlos. Vuesas mercedes me digan si son hermanos o deudos de esta dama, o son galanes. OCTAVIO: Pues que no quiere entrar dentro, donde supiera quién somos, afuera se lo diremos. JUAN: Salgan, y sabrán también, con los celos o sin ellos, que soy don Juan de Cardona. TELLO: Y yo Tello su escudero. LUCINDA: Ay, Fabia, ¿qué haré? FABIA: Acostarte, y dense. LUCINDA: Sin alma quedo. JUAN: Aquí, Tello. TELLO: Vengan otros que éstos ya huelen a muertos.
Vanse. Salen el CONDE Enrique y FERNANDO, criado
CONDE: ¡Bravo mayo! FERNANDO: No permite distancia sin flor al suelo. CONDE: Con las estrellas del cielo en el número compite. FERNANDO: Crecido va Manzanares. CONDE: Imita al que ruin nació, que cuando crecer se vio despreció los patrios lares, que al humilde nacimiento sucede como a este río que descubre en el estío su arenoso fundamento. ¡Oh, bien haya aquel discreto que cuando se mejoró de fortuna, se quedó con aquel mismo sujeto. No disminuye el valor, antes muestra en parte alguna quien desprecia la fortuna que la merece mayor. Muchos conozco yo aquí tan discretos en su estado que todo lo que han mudado es lo que hay fuera de sí. Pero esto aparte dejando, y viniendo al desatino, con que aquel desdén divino me quiere matar, Fernando, ¿cómo no ha venido a ser de aquestos campos aurora, que ya dice el sol que es hora de salir y amanecer? FERNANDO: Estaráse componiendo de galas y bizarrías, con que estos festivos días sale de aurora riyendo. y en este verde teatro hace la madre de amor. CONDE: Yo, que adoro su rigor y su desdéen idolatro, conjuraré su donaire para que venga. FERNANDO: Ya espero que te obedezca ligero su espíritu por el aire. CONDE: Ponte el sombrero, Belisa, pluma blanca y randas negras aunque no ha menester plumas quien en tales pies las lleva. Ponte al espejo, y retrata en su cristal tu belleza, para que tengas envidia de que nadie te parezca. Que tú sola de ti misma puedes trasladar las señas formando tú y el cristal otra mentira tan bella. Mira que te aguarda el Soto y que en su verde alameda aún no han cantado las aves por esperar que amanezcas. Péinate el pelo a lo llano y no lo rices en trenzas que, si te ven la jaulilla, harás que las aves teman. Mira que rosas y lirios, para salir a la selva, no rompen la verde cárcel hasta que les des licencia. Sarta de cuentas de vidrio banda de tu cuello sea, porque cuando te la quites quede convertida en perlas. Con las flordelises de oro ponte la verde pollera, pues que son pueblos en Francia mi esperanza y tus defensas. Para que la cuesta bajes a tus chinelas acuerda que hay muchos ojos que suben cuando se bajan las cuestas. Ponte en la cabeza rosas y en los zapatos rosetas, de manera que en los pies y en la cabeza se vean. Aunque yo tengo más celos del pie que de la cabeza que, aunque toda vas florida, no a lo menos toda honesta. Ven a matar de mañana, aunque el amor forme quejas, que esté durmiendo el aurora y tú, Belisa, despierta. Si alguno te dice amores de estos que de hablar se precian, di que no vas a mirar sino sólo a que te vean. Así, discreta Belisa, segura del Soto vuelvas; que no te engañen los ojos esto que llaman guedejas. Ponte el manto sevillano, no saques más de una estrella; que no has menester más armas ni el amor gastar sus flechas. Más airosa vas tapada y al fin con menos sospecha, que matando cuanto miras, te conozcan y te prendan. Bien puedes salir, que ya los ruiseñores comienzan a ser campanas del alba para que la tuya venga. FERNANDO: Quedo, no conjures más. CONDE: ¿Por qué? FERNANDO: Porque ya se acerca. CONDE: ¡Oh, conjuros amorosos, divina tenéeis la fuerza!
Salen BELISA con la mayor gala de color que pueda, manto y sombrero de plumas, y FINEA de la misma suerte. [BELISA habla sin ver al CONDE]
BELISA: ¿Adónde Celia quedó? FINEA: Con unas amigas queda sentada orilla del río. BELISA: Como no tiene mis penas, cansóse de verme andar buscando la causa de ellas. Mucho es que aquestas mañanas don Juan al Soto no venga. FINEA: Tendrále preso Lucinda. BELISA: ¿Cómo? ¡Si don Juan se queja de sus desdenes y engaños! FINEA: ¡Qué bien tus celos consuelas!
Aparte a FINEA
BELISA: ¡Ay, Finea! ¡El conde! FINEA: Amor hoy quiere que coger puedas en el Soto de Madrid los azahares de Valencia. CONDE: Ya es tarde, Belisa, ingrata, para encubriros de mí, que dentro del alma os vi en cuyo espejo os retrata. Ya que los campos de plata la dorada aurora pisa, no envidien su dulce risa las aves, fuentes y flores cuando con más resplandores sale a los nuestros Belisa. Y aunque con sola una estrella podéis dar luz, no es razón que esconda el manto a traición la que ha venido con ella. Descubrid, Belisa bella, la que venís ocultando; mátenme entrambas, que cuando es tan cierta la vitoria, bien es que partan la gloria de haberme muerto mirando. La mayor honestidad que fue de la villa espejo le debe al campo el despejo de su verde soledad. Descubrid, mirad, matad; que es crüel razón de estado mostrar, con el desenfado de que amor se maravilla, bizarrías en la villa y desdenes en el Prado. BELISA: No por veros me encubrí, cuando me alegré de veros. CONDE: Gracias al amor y al campo en que más humana os veo. ¿Queréis escucharme? BELISA: Sí, que tan cortés caballero no dirá cosa en mi agravio. CONDE: Oíd:
Hablan bajo BELISA y el CONDE. Salen don JUAN y TELLO [sin verlos]
JUAN: No descubro, Tello, en todo el Soto a Lucinda, y en su casa nos dijeron que había salido al campo. TELLO: Que nos engañaron temo; que esto de envïar al Soto siempre ha sido mal agüero. JUAN: No estará, Tello, Lucinda con Octavio por lo menos. TELLO: Bravo revés le pegaste. JUAN: Como le sentí en el pecho defensa, tiré por alto. TELLO: Si no llega gente, creo que en enero vuelvo a Julio. Tiréle un tajo, y abriendo el broquel subió tan alto por esos aires el medio que, apartadas las estrellas, pienso que no estuvo un dedo de descalabrar la luna. JUAN: Vengué con sangre mis celos, mas mira, por Dios, si ves a Lucinda. TELLO: Preguntemos por ella. JUAN: ¿a quién? TELLO: A este Soto, ejército de conejos. Diga, señor Manzanares, sacamanchas de secretos, a quien debe su limpieza la información de los cuerpos, el que lava en el verano lo que se pecó en invierno, cuya espuma es de jabón, cuyas orillas de linzo, ¿ha visto vuesa merced una mujer de buen gesto, muy enemiga de amores, muy amiga de dineros, que desde pobres acá la perdió don Juan por serlo, y con ella una crïada, centella de aqueste fuego que le hurta los borradores, como los poetas versos? Habla el río--"Esa mujer que habéis perdido, escudero, está en casa con Octavio almorzando unos torreznos con sus duelos y quebrantos. ¡Tal me vinieran los duelos!" ¿De qué lo sabéis buen río? "De que estoy en su aposento en un cántaro, que al rostro le doy el primer bosquejo." ¿Oyes lo que dice el río? JUAN: Oigo que vienes muy necio. FINEA: Señora, señora, escucha. BELISA: ¿Qué quieres? FINEA: Don Juan y Tello están junto a aquellos olmos. BELISA: Señor Conde, yo me atrevo en fe de vuestro valor que me aguardéis un momento junto a aquel coche, entretanto que con aquel caballero hablo dos palabras solas. CONDE: Si siendo celoso puedo ser cortés, iré forzando mi paciencia a obedeceros; pero sufrir que un galán, Belisa, os diga requiebros, más viene a ser bajo estilo que amoroso sufrimiento. BELISA: No es galán, aunque lo es, y así no hay de qué ofenderos, pues el nombre de marido siempre mereció respeto. De Aragón viene a casarse conmigo; que os vais os ruego que no es de cobarde amante en público ni en secreto, para no perder la dama, dejar el campo a su dueño. CONDE: ¿Que estáis casada? BELISA: No sé. Esto han tratado mis deudos. CONDE: ¡Por cierto que él es galán! BELISA: ¿No os parece que me empleo justamente en él. CONDE: Después os responderán mis celos.
Vanse el CONDE y FERNANDO
BELISA: Señor don Juan, los soldados y caballeros, ¿tan presto olvidan obligaciones? JUAN: Señora mía, no pienso que os ha ofendido mi olvido, falta sí de atrevimiento. Dos mil veces he querido, obligado a lo que os debo, ir a besaros la mano y a resolverme no acierto. ¡Qué buena ventura mía, pues la he tenido de veros, que esta mañana me trujo donde tan hermosa os veo! ¡Qué bizarra! ¡Qué gallarda! ¡Qué talle! ¡Qué lindo aseo! ¿Qué jardín se debe a mayo? ¿Cuándo abril se fue lloviendo tantas rosas, tantas flores? ¡Qué airosamente el sombrero coronel de vuestros ojos, timbre de vuestros cabellos, os hace Marte del Soto, belicosamente Venus para matar y dar vida a los mismos que habéis muerto! BELISA: ¿Lisonjas después de olvidos? ¿Después de agravios requiebros? Guardadlos para Lucinda. ¿Después de ingrato, discreto? ¡No, señor don Juan! ¿Vos sois Cardona? ¿Vos caballero de Aragón? ¿No hay más disculpa que decir "quiero y no tengo" de perdido por Lucinda? ¿Cómo os va con ella? ¿Hay celos? ¿Hay desdenes? ¿Hay galanes? Ya se deben de haber hecho las amistades, hablad. ¿De qué os suspendéis? JUAN: No puedo deciros de mis desdichas más de que loco amanezco en su calle, donde el sol me deja, cuando por cercos de oro en le mar de occidente argenta el rubio cabello, hasta que peina el del alba con los rayos de su eterno curso, ilustrando los aires, dorando el verde elemento, cual suele por verde selva celoso novillo huyendo de su contrario, en los troncos romper la furia soberbio, temblar las ramas, sonando por varias partes los ecos, cubrir de polvo las nubes arañando el seco suelo. Así yo la calle asombro, para mí selva de fuego, rompiendo a las duras rejas con mis suspiros los hierros. BELISA: ¡Qué linda comparación! ¡Que bien aplicado ejemplo! ¡Qué bien pintado novillo! ¡Qué amanecer! ¡Qué concepto! ¿Sois poeta? JUAN: ¿Quién, señora, no ha hecho malos o buenos versos amando, que Amor fue el inventor de los versos? BELISA: En lo tierno se os conoce ¿Queréis hacerme un soneto a una mujer, que castiga la Fortuna, Amor, y el Tiempo? La Fortuna, por soberbia, por venganza el Amor ciego, y el Tiempo con derribar sus bizarras pensamientos; tan necia que quiere a un hombre, después de tantos desprecios, que está abrasado por otra. JUAN: De componerle os prometo, pero advertid que no soy culto, que mi corto ingenio en darse a entender estudia.
Hablan bajo BELISA y don JUAN
TELLO: Ninfa del sombrero al sesgo, ¿quiere veinte y dos palabras? FINEA: Quite veinte y diga presto. TELLO: No sois vos de mala casta. Yo soy un mozo moreno, natural de Calahorra. Ya he dicho las dos, si tengo de hablar más, prorrogue el pacto. FINEA: Por no estorbar nuestros dueños, llegue cerca, y diga. TELLO: Digo.
Hablan bajo TELLO y FINEA. Salen LUCINDA, con sombrero de plumas, y FABIA
LUCINDA: Ya te he dicho lo que siento. FABIA: ¿Pues cómo, si quieres bien a don Juan, le estás haciendo tiros con Octavio? ¿A un hombre que te adora? LUCINDA: Porque espero a puros celos rendirle de manera que troquemos la esperanza en posesión y al amor en casamiento. FABIA: ¿Por mal le quieres llevar? LUCINDA: Reducido a tal extremo, él se casará conmigo. FABIA: ¿Por bien no es mejor consejo? LUCINDA: ¡Ay, Fabia, aquí está don Juan! FABIA: Y no está ocioso a lo menos. LUCINDA: ¡Gentil mujer! ¡Bravo talle! FABIA: Hasta el socarrón de Tello tiene su poco de dama.
A BELISA
JUAN: Si habéis tenido deseo de conocer a Lucinda agora veréis si tengo buen gusto. BELISA: ¿Es ésta? JUAN: ¿No veis en la mudanza que han hecho mis ojos, que quiere el alma salir a verla por ellos? BELISA: Vos estáis bien empleado; con tanto, con ella os dejo. JUAN: Antes no, que quiero yo probar también a dar celos. BELISA: ¿De eso tengo de servir? JUAN: Ya que por mi amparo os tengo, suplicoos, pues no os importa, que entre los dos la matemos. BELISA: Ahora bien, va de matar. (¿Qué es esto que intento? ¡Ay cielos! Aparte ¿Estoy loca? ¿Soy quien fui? ¿Quién en tanto mal me ha puesto?) LUCINDA: Suplico a vuesa merced, mi reina, la del sombrero blanco, que por otra tal me preste ese caballero, que si le ha menester mucho y ha sido galán al vuelo, para hablalle dos palabras; que le volveré tan luego que apenas sienta su falta. BELISA: Ninfa del sombrero negro, y los guantes de achiote, no entra bien con el pie izquierdo si viene a tomar la espada, porque es terminillo nuevo pedir el galán prestado; pero que sea, le advierto, que soy como amigo ruin que ni convido ni presto.
Aparte a don JUAN
(¿Voy bien? JUAN: ¡Extremadamente! Decidle más.) BELISA: ¡El despejo con que me pide el galán que es alma de aqueste pecho!
Aparte a don JUAN
(¿Queréis más? JUAN: ¡Matadla, muera!)
Aparte a FABIA
LUCINDA: (¡Ay, Fabia, que estoy muriendo!) BELISA: ¿Pero sobre qué le pide? Quizá nos concertaremos a manera de mohatra, con prendas, ribete, y tiempo, porque no hay diamantes chinos, oro en Tibar, ni en el Cerro de Potosí plata, ni ámbar en la Florida, por... LUCINDA: Quedo, no pase de "por." BELISA: ¿Por qué? LUCINDA: Porque si es amor mohatrero, no tengo más prendas yo que palabras, juramentos, papeles, firmas, engaños. BELISA: No hacemos nada con eso. Vuesa merced se ha engañado que este galán me le llevo como mi marido acaso. LUCINDA: ¿Marido? BELISA: Lo que le cuento. LUCINDA: ¡Jesús! BELISA: Si ha de desmayarse del susto de este suceso, acérquese más al río, dama, porque caiga dentro.
A don JUAN
Dadme la mano, mis ojos. JUAN: Y el alma es poco. LUCINDA: No quiero verlos ir, vámonos, Fabia. (¿Esto llaman amor? ¡Fuego!) Aparte
Vanse LUCINDA y FABIA
JUAN: ¡Oh, qué bien me habéis vengado! BELISA: (¡Ay, cielos! De mí me vengo.) Aparte JUAN: Muriendo voy por Lucinda. BELISA: (Y yo abrasada de celos.) Aparte
Vanse BELISA y don JUAN
TELLO: Dame tú también la mano. FINEA: ¿Tiénesla lavada? TELLO: Pienso que ayer hizo tres semanas. ¿Tu nombre? FINEA: Finea. TELLO: Bueno, Fineza te he de llamar. FINEA: ¿Y el tuyo? TELLO: Tello. FINEA: Si es Tello de Meneses, comerás muchas tortillas de huevos. TELLO: Mejor estas manecitas, como yo fritas en ellos. FINEA: ¡Ay qué Tello! TELLO: ¡Ay qué Finea! ¡Ay qué niña de los cielos! FINEA: ¡Ay qué socarrón! TELLO: ¿De quién? FINEA: ¿De quién dices? Del infierno. TELLO: Dame un favor. FINEA: Tuya soy. TELLO: ¡Qué barbita! FINEA: ¡Qué moreno!

FIN DEL ACTO PRIMERO

Las bizarrías de Belisa, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002