ACTO TERCERO


Salen don JUAN y MARTÍN
JUAN: Llama con fuerza. MARTÍN: Señor, ya es otro tiempo. JUAN: ¡Ay de mí! Dile a Inés que estoy aquí. MARTÍN: ¿A Inés? JUAN: Sí. MARTÍN: Tengo temor. ¡Ah, muy magnífica Inés, dígnate de abrir la puerta!
Sale INÉS
INÉS: Pues bien, Martín, ya está abierta. MARTÍN: Oye, y ciérrala después. INÉS: ¿Es aquél don Juan? MARTÍN: Pues ¿quién? JUAN: (¡Justa cólera me abrasa!) Aparte INÉS: ¿Qué quieres en esta casa? JUAN: ¿Desde ayer tanto desdén? Dile a Celia, Inés, si es justo, que estoy aquí. INÉS: Está excusada. JUAN: ¿Cómo? INÉS: No está levantada, que ha dormido con disgusto. JUAN: ¿Qué importa que yo la vea? INÉS: No es mi señora mujer que en la cama la ha de ver quien su marido no sea. JUAN: Yo me acuerdo de algún día que de mí no recataba ni el jazmín que madrugaba ni el clavel que anochecía. Habrá venido a saber si el aurora amaneció quien, más dichoso que yo, puede sus celajes ver. ¿Quién duda, Inés, que tendrá silla el señor don García, sin que le murmure el día que el sol en la cama está? INÉS: Ni ha venido ni está aquí, que aquí nadie puede estar. JUAN: Yo lo he de ver. INÉS: No has de entrar. JUAN: ¿Cómo no? INÉS: ¡Tente! JUAN: ¿Tú a mí?
Sale CELIA en manteo, con una ropa de levantar
CELIA: Quedo, quedo. ¿Qué es aquesto? ¿Tú, don Juan, fuerza en mi casa y a mis crïadas? JUAN: Si pasa de lo que es término honesto esta furia en que me ves, no te espantes, pues que quieres darme celos. CELIA: Las mujeres que viven de su interés aun no se tratan ansí. JUAN: Que tengo justo respeto a tu valor te prometo; pero estoy fuera de mí. CELIA: ¿Después de tanto desprecio hablas con tanta humildad? JUAN: Fui necio en prosperidad. CELIA: Pues agora no seas necio. JUAN: ¿Qué pierdes por que yo vea quién en tu aposento está? CELIA: Todo el honor que me va en que esto de mí se crea; y esa licencia, don Juan, sólo un marido la tiene cuando a tal desdicha viene que tal ocasión le dan. JUAN: Yo lo seré tuyo. CELIA: Es tarde. JUAN: ¿Tarde? CELIA: Quien no me estimó, cuando él quiere quiero yo que allá en la calle me aguarde. JUAN: Mira, escucha. CELIA: Estoy desnuda. JUAN: Ayer vino don García. Con no entrar yo, Celia mía, has puesto tu honor en duda. Déjame entrar. CELIA: ¿Cómo entrar? Ni el sol entra en mi aposento. MARTÍN: Señora, su pensamiento antes te pretende honrar; que importa que entre. CELIA: Ya digo que ni el sol entra a estas horas donde duermo. MARTÍN: Si mejoras tu causa siendo él testigo, deja, aunque es impertinencia, que entre, pues que loco está. CELIA: Dos veces he dicho ya que al sol no daré licencia. Mira que llaman, Inés. INÉS: ¡Ay, señora, don García! CELIA: ¿Ves como estar no podía donde dices? JUAN: A tus pies pido, señora, perdón. CELIA: No quiero que te halle aquí. Entra, don Juan, no por mí, mas por mi honesta opinión; que salir delante de él también le dará recelos. JUAN: (¡Que hayan llegado mis celos Aparte a término tan crüel!) CELIA: Advierte que has de callar y no quitarme el honor.
Hablan aparte los dos
MARTÍN: ¡Bien te castiga, señor! JUAN: ¡Bien se ha sabido vengar!
Vanse don JUAN y MARTÍN. Salen don GARCÍA, bizarro, de camino, y ALBERTO
GARCÍA: A un soldado que solía tener paz en esta tierra, a quien destierra la guerra de la paz en que vivía, dad los brazos, Celia mía. CELIA: ¡Qué soldado tan galán! ¡Ya volveréis capitán! GARCÍA: De penas nadie juntó más compañía que yo. CELIA: ¿Cómo os venís de Milán? GARCÍA: Despachos traigo, señora; que esta ventura me alcanza por hombre de confïanza. CELIA: ¿Volveréis? GARCÍA: No lo sé agora. CELIA: De la gente vencedora, ¿qué nuevas nos dais? GARCÍA: (Aquí Aparte fingiré lo que no vi, pues de Madrid no he salido; mas donde hay tanto fingido, ¿por qué ha de faltarme a mí?) El generoso marqués de Santa Cruz restauró lo que Génova perdió, y fue por tierra después. Del gran Filipe a los pies rindió, Celia, las banderas de las armas extranjeras con el hispano estandarte; porque es en la tierra Marte, y Neptuno en las galeras. El de Feria, que dilata, con eterno aplauso y loa, el nombre de Figueroa, invicto a César retrata; ganar una fuerza trata inexpugnable. El invierno quiere ser diluvio eterno; que algún planeta contrario quiere que tenga el Acuario del fin del año el gobierno. (No sé, ¡por Dios!, lo que digo; Aparte pero aquí no importa nada.) En fin, Celia, esta jornada armas dejo y plumas sigo, no me puso el enemigo en Saboya más recelos de no volver a estos cielos que aquí tu olvido temor, porque no hay muerte mayor que amor con ausencia y celos. ¿Haste acordado de mí? CELIA: No, García; ¡por tu vida!, que quien se acuerda se olvida, y yo no te olvido a ti.
Hablan aparte los dos
JUAN: ¿No escuchas aquello? MARTÍN: Sí. JUAN: Estoy por salir. MARTÍN: ¡Detente! GARCÍA: Si supiera yo que ausente esta dicha mereciera, antes de agora perdiera la gloria de estar presente.
A ALBERTO
INÉS: Vuesa merced me parece, si la vista no me engaña, aquel soldado que trujo a mi señora la carta. ALBERTO: El mismo soy. INÉS: Pues yo fui a buscarle dos mañanas, sin que desde el Buen Suceso dejase hasta el Prado casa. ¿No se llama Ascanio? ALBERTO: Sí. INÉS: Los que más señas me daban decían que no le vieron desde la guerra troyana. ¿Qué se hizo aquella joya? ALBERTO: Allí la tengo guardada. Que no me hallase me admiro. INÉS: Como se usan en España Sánchez, Rodríguez y Hernández, por "Ascanios" me enviaban a la moderna poesía. ALBERTO: De no me hallar fue la causa... CELIA: Que vengáis cansado es fuerza. Descansad, García, que basta el verme para estas horas. GARCÍA: Celia, quien os ve descansa. No quiero en aqueste traje deteneros. CELIA: Quien aguarda ocasiones de serviros, en todo tiempo las halla. GARCÍA: El cielo os guarde. CELIA: Id con Dios.
Vanse don GARCÍA y ALBERTO. Salen don JUAN y MARTÍN. Hablan los dos aparte
MARTÍN: Ten más prudencia, y no hagas desatinos que te cuesten perder del todo su gracia. JUAN: Ya no es tiempo de consejos. ¿Eres tú la recatada, la Lucrecia del puñal y la Porcia de las brasas? ¿La que no dejaba el sol, de melindrosa y honrada, dorar con sus rayos de oro la madera de tu cama? ¿O eres tú la que recibes a don García y le abrazas, jurándole por su vida, con otras tiernas palabras, que "no te acordabas de él porque jamás le olvidabas?" ¿Eres tú...? CELIA: Luego ¿no viene, si no es que el gusto me engaña, don García de buen talle? JUAN: ¿Tú dices eso? ¿Tú hablas de esa manera conmigo? ¿Tú de esta suerte me tratas? CELIA: Déjame, don Juan, vestir, que la mañana se pasa y es mucha descortesía tenerme desnuda. MARTÍN: Es tanta que puede Inés prevenir rueda y plumas. CELIA: Esta casa fue siempre tuya, don Juan; si hubiere alguna mudanza no tengo la culpa yo, que con tal verdad te amaba. El sol mismo no está firme, la luna los cielos anda, la Naturaleza dicen que es hermosa por ser varia. Lo que era ayer ya no es hoy, ni lo que hoy será mañana. Si sólo Dios no se muda, ¿de qué mudanza te espantas? No dejo yo de quererte, que eres de este cuerpo el alma; pero tengo el fuego tibio y la voluntad helada. Con esto, vendrás a verme; pero no ha de ser al alba, que es hora en que no visitan galanes en esperanza. Lo que es una silla tienes en esta casa sin falta para cuando estés ocioso; y yo, a manera de dama que te entretenga discreta con las historias pasadas. Hablaremos de aquel tiempo que yo, don Juan, te cansaba dando quejas a tus puertas, suspiros a tus ventanas, y contarásme tú a mí de la que servir aguardas, el talle, la bizarría y lo que con ella pasas. Diréte yo algún consejo en razón de darle galas, de averiguar unos celos o de rasgar unas cartas; que con esto y tu prudencia, en tanto que no te cansas, serán las pláticas breves y las amistades largas.
Vase
MARTÍN: Aquí bien echo de ver que habrás menester paciencia. JUAN: Más he menester ausencia si me tengo de perder. Esto se perdió, Martín. Otro entró; dejé la espada. Celia, de mí despreciada, es mujer, vengóse, en fin. No sé cómo escuchar pude tal burla y tal libertad. MARTÍN: Ella te dijo verdad; no hay cosa que no se mude. Ausentarte es acertado, si ha de hacer burla de ti. JUAN: Probaré lo que hay en mí. Cobarde, estoy despreciado. MARTÍN: Bien dices: o gran paciencia o ausencia aquí te conviene. JUAN: Fuerte es el mal que no tiene más remedio que el ausencia.
Vanse. Salen ALBERTO y don GARCÍA
GARCÍA: ¡Gallardamente se lució la industria! ALBERTO: Y tanto, que has llegado a ver el pecho que antes juzgabas de diamantes hecho con tan tierna y igual correspondencia. GARCÍA: Más que a mi voluntad debo al ausencia, pues ella descubrió que me quería, que siempre no tenerme amor fingía. Mirando estoy, Alberto, y no lo creo, lo que puede el ausencia en el deseo. En fin, es privación, pues del no verme nacieron los principios de quererme. Mejor debo de ser imaginado. ¿Yo en los brazos de Celia? ¿Yo abrazado de la mujer más tibia que ha tenido amor entre los hielos del olvido? ¿Yo cerca de sus rosas y jazmines? ¿Yo querido de Celia? ALBERTO: No imagines tanto estas cosas que te vuelvas loco. GARCÍA: Cuando me vuelva loco, todo es poco.
Sale INÉS
INÉS: Parecerá novedad venir a esta casa Inés. GARCÍA: Será novedad si es efecto de voluntad. INÉS: Este papel te lo diga. GARCÍA: Mil veces beso el papel, si hay más desdenes en él que cuando fue mi enemiga. INÉS: Afuera queda un criado con un regalo. GARCÍA: ¿Eso más? INÉS: Lee el papel y verás a qué buen tiempo has llegado.
Lee
GARCÍA: "No será fuera de propósito a quien viene de la guerra servirle con ropa blanca, y más en camino largo y por la posta. De vuestra salud me alegro mucho, García, y deseo volveros a ver, que lo que ha faltado mucho no se ha de ver poco." ¡Notable favor, Alberto! ALBERTO: No hay cosa, ¡por vida mía!, como llamarte García. GARCÍA: Anda el amor descubierto. Esto de quitar el "don" a lo que se estima y quiere regaladamente infiere que hay amistad y afición. No sé qué se tiene más "García" que "don García." Ahora bien; dile, Inés mía, que para siempre jamás un esclavo tiene en mí, y aquesta caja le lleva; con los diamantes a prueba de lo que yo ausente fui. Sortijas son, y son tales, si bien diamantes, estrellas merecen manos tan bellas ser a su alabastro iguales. Una lleva en una ce presentado un corazón, que las dos mitades son el círculo de mi fe; otros hay con diferencia de gusto y vista, en efeto; siempre el oro fue discreto, siempre habló con elocuencia. Iré a verla, y tú, entretanto, ponte esta cadena, Inés. INÉS: Con una pe soy tus pies por pagarte en otro tanto. ¡Mil años te guarde el cielo! Señor Estorneli, adiós.
Vase
ALBERTO: Reina, adiós. Ya vais los dos... GARCÍA: ¿Dónde? ALBERTO: Camino del cielo. GARCÍA: ¿Cómo? ALBERTO: Al casamiento vais, que sin él no se va bien. GARCÍA: Agradezco el parabién que con ese bien me dais. Rica, hermosa, y bien nacida es Celia; dichoso yo. ALBERTO: ¿Será bien hablarla? GARCÍA: No; por si entretanto me olvida; que aún temo su condición. Mejor es que doña Clara la hable; a ver si declara con ella su pretensión. ALBERTO: Es muy discreta y os ama. GARCÍA: Siempre a mi favor se inclina. ¡Ay, esperanza, camina, que la posesión te llama!
Vanse. Salen don JUAN y MARTÍN
JUAN: ¡Yo voy perdiendo el juicio! MARTÍN: ¿Aquí tornas? JUAN: Aquí torno. MARTÍN: Como torno es el amor, que alrededor se anda todo. Mira que das que decir en la calle. JUAN: No hago poco en no echar piedras por ella. MARTÍN: Mira, señor, que amor solo siempre lo pasa muy mal, y tú dijiste que es loco quien sólo una cosa amaba, cuando fuiste más dichoso. Vámonos a entretener, que en la corte hay mil hermosos rostros. JUAN: No sé qué me tengo, que todos me dan en rostro. MARTÍN: Las heridas duelen menos con los remedios. JUAN: No pongo la esperanza en los remedios ni a la muerte el paso estorbo. Quiero ausentarme, no puedo; quiero escribirla, no oso; quiero verla, temo el daño de su desdén riguroso. En su calle me anochece, y en ella, con letras de oro, los desengaños del alba me escribe el sol en los ojos; aumentando sus venganzas, pido a sus rejas socorro. ¿Nadie me escucha?
Salen CELIA e INÉS a la reja sin que don JUAN repare en ellas
CELIA: (Sí escucha, Aparte que Amor es ciego y no sordo.) JUAN: ¡Ay terribles desengaños, cómo prometen los días para breves alegrías tristezas de muchos años! ¡Ay dulces horas pasadas, que hacéis la pena mayor! ¡Ay verdades, que en amor siempre fuistes desdichadas! ¡Ay hierros de aquestas rejas, quién os pudiera ablandar! CELIA: (¿Hay gusto como escuchar Aparte en un arrogante quejas?) JUAN: ¡Que obligaciones deshagan novedades de dos días! Buen ejemplo son las mías, pues con mentiras se pagan. Justamente Amor me trata vengando el rigor de un año, cuando traté con engaño tus verdades, Celia ingrata. ¿Entonces quién tal pensara que era mi lealtad tan poca? ¡Qué de quejas vi en tu boca! ¡Qué de perlas vi en tu cara! Pensar en que me adorabas con mayor dolor me aflige. ¡Oh, cuántas veces te dije, cuando a mi puerta llamabas, como por vitoria y palma de tus desdenes tan cierta, "En vano llama a la puerta quien no ha llamado en el alma." CELIA: (¡Ay celos bien empleados!) Aparte JUAN: Cuando llamabas allí y, preguntando por mí, me negaban mis crïados --tanto el corazón descansa contando lo que pasó--, estaba diciendo yo: "¿Para qué busca quien cansa?" MARTÍN: Señor, mira que es locura enamorar con tus quejas los mármoles de unas rejas. JUAN: ¡Ay peregrina hermosura, qué noche te vi turbada decir, viéndome volver: "Déjate, don Juan, querer, pues que no te cuesta nada!" Sí cuesta, que no es hazaña pagar amor con olvido, que el que piensa que es querido el ser querido le engaña. Mira entre desdichas tantas a qué llegan mis enojos, pues vengo a poner los ojos donde tú pones las plantas. Vino tu antiguo amador de Milán para vengarte, a ser de mis paces Marte, a ser de mi guerra Amor. Con esto vengada estás, pues que ya en brazos ajenos ni puedes tenerme en menos, ni puedo estimarte en más. CELIA: (¿Qué música en los oídos Aparte tan dulce pudiera ser como haberme visto ayer perder por ti los sentidos y hoy verte llorar por mí?) JUAN: ¡No quiero, Celia, piedad! Yo esforzaré tu crueldad con darme la muerte aquí, pues he visto la mudanza que ha hecho tu pecho ingrato, en el tiempo y en el trato nadie tenga confïanza. Confieso, ¡ay penas tiranas!, que se me pasan iguales las noches en tus umbrales, los días en tus ventanas. Y no llamo en esta calma, no digas, de mi amor cierta: "En vano llama a la puerta quien no ha llamado en el alma." CELIA: (Quiérome quitar de aquí, Aparte ¡ay cielos!, que puede ser que me venga a enternecer y que se burle de mí. Pues no me piense engañar con la disculpa, aunque es mucha; que quien lástimas escucha cerca está de perdonar.)
Quítase
MARTÍN: Señor, si estás de tal suerte llamaré mil veces. JUAN: No, que no quiero darme yo tanta ocasión a mi muerte. Lo que podemos hacer es ir a pedirle a Clara, si Celia acaso repara en que ha de ser mi mujer, que la hable y la prometa la palabra de mi parte. MARTÍN: Pues yo puedo asegurarte, si ella la palabra aceta, que tú te desenamores, porque no se puede hallar remedio como el casar para templar los amores. Los que más ves desear aquel tan breve placer los verás amanecer con deseos de enviudar. JUAN: ¡Pluguiera a Dios que me viera en esos trances, Martín, que no hay en el gusto fin cuando el amor persevera! ¡Ay, esperanzas burladas del engaño y del favor! ¡Ay, verdades, que en amor siempre fuistes desdichadas!
Vanse. Salen CLARA y don GARCÍA y ALBERTO
CLARA: Esto Celia respondió, determinada a casarse. GARCÍA: Pudiera Celia emplearse en otro mejor que yo, pero no en quien más la quiera y la desea servir. CLARA: Bien te puedes persuadir de que por dueño te espera, pues esta noche me advierte de que haréis las escrituras. GARCÍA: Clara, el bien que me aseguras ya me enloquece de suerte que sale del corazón a los ojos mi alegría. En fin, Clara, ¿Celia es mía? CLARA: Hoy tendrán satisfación tus sospechas de que has sido quien siempre Celia ha estimado. GARCÍA: Perdón pido a mi cuidado de las dudas que ha tenido, que donde hay competidor también anda en competencia, y más si hay celos y ausencia, el miedo con el amor. La que yo hice a Milán, por allá pensar me hacía si aquellas noches venía algún dichoso galán a la calle o a tener conversación en la casa. ALBERTO: Cuanto a los amantes pasa, don García, no ha de ser repetido en la ocasión de llegar a casamiento, porque es turbar el contento perder la satisfación. Amor es pleito entre dos cuando tiene competencia; agradeced la sentencia, pues ha salido por vos, y vamos a prevenir lo que fuere menester.
Salen don JUAN y MARTÍN, y quedan aparte
JUAN: Diligencias se han de hacer hasta llegar a morir. MARTÍN: Nunca yo fui de opinión que, cuando llega a venganza una mujer por mudanza, se le dé más ocasión. ALBERTO: Éste es don Juan, el galán que en casa de Celia vi. GARCÍA: Pues, Clara, ¿don Juan aquí? CLARA: Seguro estás de don Juan; que si a ver a Celia entró alguna vez, yo sería la causa. GARCÍA: Que la servía, Clara, imaginaba yo; pero, ya desengañado, de pensarlo estoy corrido. MARTÍN: Éste es el recién venido, no sé si también amado. JUAN: Todo lo debe de ser, pues desde que vino aquí se burla Celia de mí. GARCÍA: Claro está que has de querer hablarle; yo doy lugar. CLARA: Vete con Dios, y está cierto de que esta noche el concierto se ha de escribir y firmar.
Váyase don GARCÍA, mirando a don JUAN, y él a don GARCÍA, muy falsos
JUAN: ¡Bravo talle! MARTÍN: A los celosos todo en el competidor parece siempre mayor. JUAN: Son los ojos temerosos de la misma condición de la envidia. CLARA: ¡Qué cuidado me has dado en haber llegado, don Juan, en esta ocasión! JUAN: ¿Por qué, Clara? CLARA: Don García, que es el que de aquí se va, casado con Celia está. JUAN: ¿Casado? CLARA: Si en este día se han de hacer las escrituras, claro está que está casado. JUAN: Mientras en duda han estado, ¡oh Clara!, mis desventuras, estaba loco de amor; pero en llegando a ser ciertas, abro al corazón las puertas. Váyase en buen hora Amor. Mal determinado andaba para llegar a ausentarme; que a un hombre que fue querido llega el desengaño tarde. Pero, pues ya no hay remedio ni esperanza que me engañe, yo me ausento de sus ojos; Celia en mi ausencia se case. Culpa tuve de perderla, no tengo de quien quejarme. Esta es honrada ocasión; mañana me parto a Cádiz. Dícenme que a socorrerla el Almirante se parte y otros muchos caballeros; seguir quiero al Almirante, que en esta acción, y en un hora, ha sido cosa notable que de toda España el rey conozca las voluntades. Quédate, Clara, con Dios, y da a Celia de mi parte el parabién de mi muerte, de casarse y de vengarse.
Vase
CLARA: ¡Lástima me ha dado! MARTÍN: Es justo que te enternezca. CLARA: Martín, con ausentarse da fin Amor con tanto disgusto. Ya se casa don García, ya no hay que cansarse más.
Salen CELIA e INÉS
CELIA: ¡Qué descuidada estarás de aquesta visita mía! CLARA: ¿No viste al entrar un hombre que es dueño del que está aquí? CELIA: Tapéme cuando le vi. MARTÍN: Si aborreces hasta el nombre, ¿qué mucho que no les dieses ese disgusto a tus ojos? CELIA: ¡Ay, Martín, si los enojos de mis pensamientos vieses, juzgarías que, ofendida, quise matarme vengada. MARTÍN: Ya creo que estás casada, en que estás arrepentida. CELIA: No ha tanto que me casé, pues aun está por firmar, que el gusto lo pueda estar. Siento que un hombre sin fe, a quien yo he querido tanto, me haya obligado a perderle, pues, sin dejar de quererle, de lo que intento me espanto. Por vengar tantos agravios hago tan gran necedad que, si te digo verdad, voy con el alma en los labios. Yo le vi salir de aquí y la sangre se me fue al corazón, que pensé que ya no le hallara allí. ¿Piensas tú que no le oí decir las noches pasadas, a mis ventanas, bañadas de mi llanto y su dolor: "¡Ay, verdades, que en amor siempre fuistes desdichadas!" Todo lo vi y escuché; pero ya la suerte mía me ha entregado a don García. Di la palabra, ¿qué haré? Si llama entonces, yo sé que Amor llevara la palma, sin responder, puesta en calma la venganza entonces cierta: "¿Para qué llama a la puerta quien no ha llamado en el alma?" Fuese sin llamar, y ansí determinada quedé de casarme, y lo juré para vengarme de mí. Rompiera la puerta allí; que así Amor la furia amansa cuando celoso descansa. Ya que a buscarme llegó, ¡que no le dijera yo: "¿Para qué busca quien cansa?" MARTÍN: No sé qué pueda decir, Celia, en esta confusión. Ya te casas, no es razón tu casamiento impedir. A Cádiz se va don Juan con el honor y laurel de Enríquez, porque con él muchos caballeros van. Échame tu bendición con esas flores de azahar, que para ver pelear voy a alquilar un balcón; que, aunque con honrados bríos, más voy en estas tormentas a dejar dinero en ventas que a echar a fondo navíos. CELIA: Dios te dé, Martín, felices sucesos, pues a mí no. MARTÍN: Obispa te vea yo, que con tal mano bendices.
Vase
CLARA: Necia has estado. CELIA: ¿Yo? CLARA: Sí; en declarar lo que sientes. Ya que te casas, no intentes que éste se vengue de ti. CELIA: No puedo más. Toma el manto, ven a la calle Mayor, que nunca pensé que Amor quisiera vengarse tanto. Sacaré de aquí a la noche cosas que son menester. CLARA: Mucho fue no conocer don Juan al salir el coche; y si es que le ha conocido, él te ha de seguir y hablar, ocasión que puede dar sospechas a tu marido. CELIA: ¡Ojalá! Pero no creo que, estando determinado, le dé mi boda cuidado ni mi privación deseo. Yo me tengo de casar, porque he venido a creer que si le vuelvo a querer me ha de volver a olvidar.
Vanse. Salen don JUAN y MARTÍN
MARTÍN: ¡Qué buen modo de partir después que postas conciertas! JUAN: Tú me has echado a perder con darme, Martín, dos nuevas; una, que ya los ingleses llevaron en la cabeza; que sólo un Girón de España los hizo volver sin ella; que se arrojaron al mar cobardes, dejando en tierra vidas, honra, municiones, codicia, engaño y soberbia; y otra, que lloran por mí los bellos ojos de Celia. ¡Mal agüero en mi partida el ver llorar las estrellas! Y así vengo a ver su calle para consolar mis penas, y por vengarme de ver que enamorada me deja. MARTÍN: No pienso que están en casa. JUAN: ¿Si en otra parte conciertan este necio casamiento? Llega, Martín, a la puerta. MARTÍN: Sale muy gentil olor, que es señal que en casa cenan, y que puede consolarte. Llégate más cerca, llega; que si en las sienes y pulsos se pone cuando hay flaqueza algún agua que conforte o algún licor que dé fuerzas, ¡por Dios!, que por las narices ansí lo que guisan entra desde la cocina al pecho, que hasta el ánima consuela. JUAN: Advierte que viene gente. MARTÍN: ¿Si es justicia? JUAN: No hay linterna. MARTÍN: Bien dices, que suele ser de esos tres magos la estrella: corchete, alguacil y pluma [..................-e-a.]
Salen don GARCÍA, galán, ALBERTO y gente que acompaña
ALBERTO: Bueno fuera haber traído un hacha. GARCÍA: La casa es ésta. JUAN: ¿Quién va? GARCÍA: Don García Fajardo. MARTÍN: Éste es el dueño de Celia. GARCÍA: ¿Y quién es quien lo pregunta? JUAN: La justicia. GARCÍA: Que lo sea por muchos años.
Al acompañamiento
Entrad.
Vase
JUAN: Ya mi desdicha se acerca. ¿Entraron? MARTÍN: No, sino el alba. Vámonos de aquí; ¿qué esperas? JUAN: ¿Fajardo dijo? MARTÍN: Mejores los tiene agora en su tienda la calle del Arenal. JUAN: ¡Todo me abrasa y me hiela! Irme querría, y no puedo. MARTÍN: Pues es necedad extrema si ya Celia está casada. JUAN: ¿No puede ser que suceda alguna cosa entretanto? MARTÍN: ¡Oh qué esperanza tan necia! JUAN: Si acompaña a un sentenciado hasta la misma escalera, ¿es mucho que me acompañe hasta que se case Celia? MARTÍN: Un hombre viene.
Sale LAURENCIO, escribano
JUAN: ¿Quién va? LAURENCIO: Presumo que ya me esperan. JUAN: ¿Quién va? LAURENCIO: El escribano soy. JUAN: Pues vuesa merced se vuelva, que me va en esto la vida, y póngase esta cadena. LAURENCIO: Bien entiendo que os importa; pero ¿si otro llaman? JUAN: Venga, que otra tengo que le dar. LAURENCIO: Somos tantos que el arena del mar no será bastante si se volviese cadenas. JUAN: Con irse vuesa merced bien puede ser que no sea la escritura aquesta noche. LAURENCIO: Yo me voy.
Vase
MARTÍN: ¡Qué diligencias tan locas! JUAN: No puedo más. MARTÍN: Más gente viene. ¿Qué intentas?
Salen dos MÚSICOS
MÚSICO 1: ¿Qué guitarra habéis traído? MÚSICO 2: La sonora portuguesa. MÚSICO 1: ¡Buenas voces! MÚSICO 2: ¡Extremadas! MÚSICO 1: Pienso que la casa es ésta. JUAN: ¿Músicos? MARTÍN: Pues ¿no lo ves? JUAN: ¡Vive Dios, que no consienta que canten cuando yo lloro! ¡Sacude! MARTÍN: ¡Sacudo! JUAN: ¡Mueran! MÚSICO 1: ¡Ay, que me han muerto! JUAN: Eso sí, vayan a cantar endechas. MARTÍN: O a lo menos el romance de "A malas lanzadas mueras."
Al alboroto de los cintarazos salen don GARCÍA, ALBERTO, CELIA, INÉS, y acompañamiento
MÚSICO 2: Aquí están. GARCÍA: Pues, caballeros, ¿así es justo que se atrevan a crïados de esta casa? JUAN: Hasta agora no hay en ella quien eso pueda decir, pues sólo su dueño es Celia. GARCÍA: ¿Cómo que no? Yo lo soy. JUAN: ¿Estáis casado en ella? GARCÍA: Vengo a hacer las escrituras. JUAN: Pues, cuando estuvieran hechas... ¡Cuántas veces no se cumplen! GARCÍA: Lo que los nobles conciertan, aun sin las firmas, se cumple. JUAN: En cosas de esta materia algunas causas impiden la ejecución que desean. GARCÍA: ¿Sois impedimento vos? JUAN: Cuando la espada pudiera responder, seguro estoy que hablara por mi defensa; pero yo tengo que hablaros aquí aparte a vos y a Celia. GARCÍA: Si ella quiere, aquí estoy yo; no hay cosa que más me venza que una honrada cortesía.
Don JUAN habla aparte con GARCÍA y CELIA
JUAN: ¿Es propio de la nobleza si un hombre que se casara con una dama supiera que había querido a un hombre un año con tal firmeza que, siendo los días de él trecientos sobre sesenta y cinco, tantos papeles puede mostrar de su letra? ¿Y que con celos, el alba trocaba perlas con ella, porque, llorando las dos, eran mejores sus perlas, si se espantaba la noche de ver el sol a sus puertas, que el de sus ojos gustaba de estar mirando por ella? Y si hubiese merecido cuanto de una dama honesta puede conceder Amor en exteriores licencias, ¿sería bien que, celosa, por venganza, aunque discreta, se casase a su disgusto, y el que viniese a querella sobre tanta voluntad viniese a hacer experiencia de los temores que pasa quien lo que digo sospecha? Vos sois juez; sentenciad la causa, si acaso es vuestra. GARCÍA: Pues ¿quién es el hombre? JUAN: Yo. GARCÍA: Pues ¿quién es la dama? JUAN: Celia. GARCÍA: ¿Es aquesto verdad? CELIA: Sí; no quiera Dios que yo mienta. GARCÍA: Ni que yo, Celia, me case con quien verdades confiesa. CELIA: Hay verdades que en Amor por los desprecios se niegan. JUAN: No desprecios, Celia mía; siempre adoré tu belleza. GARCÍA: (¡Buen marido fuera yo Aparte si a mis ojos la requiebra!)
GARCÍA se dirige a todos
Caballeros, yo he sabido en este punto que es deuda mía, de que nunca tuve imaginación ni nuevas, la señora Celia, y quiero, ya que por serlo no pueda casarme, que no se emplee menos tan rara belleza que hoy en el señor don Juan de la Guerra y de la Vega. Esto suplico a los dos, y que yo padrino sea. Venga un "sí" doblado. JUAN y CELIA: Sí. MARTÍN: Ya que de cura te precias, merezca Martín a Inés. GARCÍA: Pues de la misma manera digan el "sí" juntos. MARTÍN e INÉS: Sí. MARTÍN: ...que es como el Requiem aeternam. JUAN: De Las verdades de amor aquí acaba la comedia. CELIA: Y el deseo de serviros, donde ella acaba, comienza.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002