ACTO TERCERO


Salen doña ANA y don JUAN de Aragón
ANA: ¿Pues vos me engañais a mí? JUAN: Los sucesos os dirán si os engaño. ANA: Ya, don Juan, las esperanzas perdí. Como la primer sentencia tiene Beatriz en favor, con celos de vuestro amor queréis probar mi paciencia. JUAN: Mal entendéis la razón por que me inclino a casarme con vos. ANA: Si no es engañarme, celos presumo que son. JUAN: Yo estoy del rey en desgracia, así el casarme sintió, y al paso que caigo yo sube Padilla a su gracia; caballero de la Banda le ha hecho y la trae al pecho, de su cámara le ha hecho, ya le acompañan, ya manda; cuanto me quitó le ha dado, y que lo merece os digo, que hablar bien del enemigo es honra del agraviado. Quien tiene por valentía hablar mal del que está ausente, sepa que quien lo oye siente que es infamia y cobardía. Yo, cuyas dichas están sin estimación alguna, pienso mudar de fortuna diciendo bien de don Juan; sin esto ¿qué no ha de hacer por mí, si me ve casado, pues le dejo asegurado de que es Beatriz su mujer? Y como mi inclinación a tus partes es notable, no te espantes de que te hable sin celos, pues no lo son, que ya no hay de que lo esté, pues Beatriz se ha de casar. ANA: No te puedes emplear que más contento les dé, porque Beatriz se asegura de mí, que es lo más que siente, don Juan de ti; finalmente, si tu fortuna procura volver en gracia del rey, y es el camino mejor que don Juan te tenga amor, hombre noble a toda ley, yo dejaré la locura y desigual casamiento que con don Álvaro intento, Don Álvaro, que procura su venganza a costa mía, pues me sepultaba un viejo, y en manos de tu consejo rindo mi justa porfía; tuya soy, pero has de ser noble en cumplir lo que dices. JUAN: Para que más autorices la fe que puedes tener, y yo asegure a don Juan, haré que licencia pida al rey. ANA: Ya voy advertida. JUAN: Iré contigo. ANA: Aquí están mis crïados, y es mejor que te quedes para hablalle. JUAN: ¿Hablaste al rey? ANA: Quise dalle cuenta de mi necio error, pues me casaba tan mal, y como hablaste conmigo, dejé aquel intento, y sigo el que es a mi gusto igual.
Vase
JUAN: Por un álamo blanco que pomposo de verdes hojas que aforraba en plata, un alcázar de pájaros retrata, subió una hiedra y le llamaba esposo; los ramos que de Alcides vitorioso fueron corona, y enlaza, prende y ata, y a los pimpollos últimos dilata, con débil paso, el círculo amoroso. Villano labrador, del monte guerra, la hiedra corta, que el humor no alcanza, seca los brazos y las hojas cierra; no menos levantada mi esperanza en los brazos del rey, cayó en la tierra, que no hay cosa segura de mudanza.
Salen MARTÍN y don Juan de PADILLA
MARTÍN: Bravamente los desmaya esta sentencia en favor. PADILLA: Aquí está don Juan. JUAN: Señor, a nuevos aumentos vaya el favor bien empleado de su alteza, y sea también la sentencia para bien. PADILLA: En el que aquí me habéis dado conozco vuestra nobleza. JUAN: Pleitos y amores, señor, tratallos con este honor, que lo demás es bajeza; pero porque me volváis este parabién que os doy, sabed que casado estoy, que es justo que lo sepáis. PADILLA: ¿Casado? Para bien sea. JUAN: Con doña Ana me he casado. PADILLA: Habéis, don Juan, acertado como quien tan bien se emplea; es lo mejor de Castilla en calidad y en hacienda. JUAN: Quiero que de vos lo entienda el rey. PADILLA: A fe de Padilla, de no sólo procurar la licencia que es tan justa, pues el rey de honraros gusta, pero también intentar que os haga mucha merced, que muy vuestro amigo soy; y la palabra que os doy por verdadera tened, que en mi vida prometí cosa que no la cumpliese como la dije, aunque fuese, señor don Juan, contra mí. ¿Qué importa la calidad ni otros títulos y nombres cuando falta entre los hombres la palabra y la verdad? Es la verdad un traslado del mismo Dios en el suelo, tan igual, que dice el cielo: "bien y fielmente sacado". Es la verdad un concierto de la república humana; la política tirana lleva su nombre encubierto, pero al que sigue las leyes de la paz y la quietud conviene esta gran virtud, y más cerca de los reyes, que como por majestad menos de las cosas ven, tanto más obliga a quien los trata, el tratar verdad. JUAN: (¿Es posible que he llegado a que éste me trate así? Pero si causa le di, yo solo he sido culpado; hablarle ha sido ignorancia, porque suele ser castigo del humilde, al enemigo darle ocasión de arrogancia. Notables difiniciones ha hecho de la verdad; ¡bien mereció mi humildad sus arrogantes razones! ¡Vive Dios! que he de vengarme como honrado caballero, que de otra suerte no quiero castigarle ni ausentarme. En fortunas semejantes pensé tenerle afición. ¡Cuánto mudan la intención las palabras arrogantes!) Señor don Juan, pues habéis mi pensamiento entendido, que habléis a su alteza os pido. PADILLA: Vos el efecto veréis. MARTÍN: (Mudado está de color.) JUAN: Esto tengo que deciros. PADILLA: Seguro podéis partiros de mi verdad y mi amor, que no sólo en la licencia hablaré, que es justa paga, pero en que merced os haga. JUAN: Pues no sea en mi presencia. Adiós. PADILLA: Confïad de mí; mas oíd. JUAN: Decid. PADILLA: Yo iré y al rey se la pediré, y no será para mí.
Vase don JUAN de Aragón
MARTÍN: Corrido va. PADILLA: Deso gusto, que éste es todo fingimiento. MARTÍN: (Bien le diste con el cuento.) PADILLA: Con el hierro fuera justo.
Salen el CONDE de Haro, don ENRIQUE, don PEDRO y el rey don ALFONSO, [hablando aparte]
CONDE: La honra que le ha hecho vuestra alteza justamente merece el de Padilla. ENRIQUE: Toda Valladolid, toda Castilla celebra el premio de servicios tales, que no se han visto en esta edad iguales. PEDRO: Sus partes son muy dignas, y tus premios realzan el valor con que le honraste, animando a servirte con su ejemplo. ALFONSO: En las virtudes de don Juan contemplo las partes que han de dar a un hombre noble fama inmortal, con gloria de su príncipe; pero dejando algunas, ¿qué os parece que ha de tener un noble caballero para que goce de este ilustre nombre? CONDE: Señor, muchas convienen al que es hombre de sangre y valor.
[Don ALFONSO habla] alto
ALFONSO: Don Juan, ¿no llegas? PADILLA: Pensé que con tan nobles caballeros trataba algún secreto vuestra alteza. ALFONSO: Aunque lo fuera, en él tuvieras parte. PADILLA: Beso mil veces esos pies. ALFONSO: Tratábamos de las que un hombre noble tener debe, y en qué se ha de probar para saberse. PADILLA: ¿Y qué dice, señor, el conde de Haro? Que, fuera de tener ingenio claro, tiene, como sabéis, larga experiencia, que es en la guerra y paz la mejor ciencia. CONDE: El probar un caballero, para saber si lo es, está en dos cosas o tres, que a dos reducirlas quiero; que es el consejo y la espada. ALFONSO: Bien decís, porque se aplique a guerra y paz; don Enrique diga en qué partes le agrada. ENRIQUE: Un caballero perfecto probara yo en la lealtad, en una necesidad y en saber guardar secreto. ALFONSO: ¿Vos, don Pedro? PEDRO: Yo, señor, le probara en ser afable, humilde y comunicable en la fortuna mayor. ALFONSO: Y tú ¿qué dices, don Juan? PADILLA: Yo, señor, con mi ignorancia, ¿qué te diré de importancia, y más donde agora están personas de tal prudencia? Pero puédese probar un alto en bajo lugar, en la templanza paciencia; así en las letras divinas probó Dios a un hombre. ALFONSO: Bien. MARTÍN: ¡Que en cosas fáciles den personas tan peregrinas! La prueba es fácil de hacer, pues sólo ha de consistir en dar y no recibir, en pagar y no deber. ALFONSO: Aunque habéis dicho las cosas en que se puede probar, no fue mi intento llegar a virtudes generosas. Y así por el voto mío, prueban de un noble el valor tres cosas. PADILLA: ¿Cuáles, señor? ALFONSO: Amor, pleito y desafío. PADILLA: Ya, según tu parecer, de las tres tengo las dos, amor y pleito, y por Dios que a no tener que temer, que todas tres las tuviera. ALFONSO: Y del pleito ¿cómo os va? PADILLA: Pienso que acabado está con la sentencia primera; que don Juan por no cansarse en cosa tan conocida, me pide, señor, que os pida licencia para casarse; que en doña Ana, a quien quería don Álvaro en tal edad, ha puesto la voluntad. ALFONSO: Doile la licencia mía. PADILLA: Por él te beso los pies, y voy a darle las nuevas. ALFONSO: De buena gana las llevas. PADILLA: Mi amigo y mi deudo es.
Vanse don Juan de PADILLA y MARTÍN
ALFONSO: Buen caballero es don Juan. CONDE: Con justa causa te agrada. ALFONSO: Tiene humildad bien fundada. PEDRO: Bien tus favores lo están. ALFONSO: Creo que hacerse pudieran todas las pruebas en él. ENRIQUE: Es valiente y fïel, y con justa causa esperan más premios servicios tales. CONDE: Volvió el rostro la fortuna, que no hay firmeza alguna en condiciones mortales.
Sale don JUAN de Aragón
JUAN: Aquí don Juan de Padilla me ha referido, señor, la gran merced que me has hecho, por quien mil gracias te doy; la licencia de casarme con doña Ana estimo yo por mi quietud y mi gusto, por mi aumento y por mi honor: pero es fuerza que te pida que antes de la ejecución, me la des para partirme a Aragón, que me escribió mi padre que el rey don Pedro quiere verme en Aragón, y yo vivir en mi tierra, pues ya de mí se olvidó la fortuna siempre varia, y tú de hacerme favor. ALFONSO: Don Juan, no hay otra fortuna que la voluntad de Dios. Ésta dispone a los reyes, que los accidentes no. Defectos en los vasallos les mudan la condición; éstos, yo estoy satisfecho que nunca los hubo en vos; linaje de ingratitud es quejaros de mi amor, porque os quiero como os quise, y os tengo en buena opinión. Si el rey don Pedro os estima, licencia, don Juan, os doy; y os daré, si queréis, cartas que abonen vuestro valor. JUAN: Quien ve la mar alterada y está a la orilla, señor, no yerra en volverse a tierra; así los peligros son. A los principios del daño vuelve la espalda el temor por no esperar los sucesos, que nunca fue discreción. Dadme a besar vuestra mano, que en vuestra gracia me voy donde os sirva sin envidia. ALFONSO: Dios os guarde. JUAN: Guárdeos Dios.
Vanse. Salen LEONOR y MARTÍN
MARTÍN: Mira que no has de turbarte en viendo al juez y al rey. LEONOR: Es en las mujeres ley inviolable en cualquier parte: no hay trabajo en que se vean donde les falte valor. MARTÍN: Pues va de lección, Leonor; tú verás cuán bien se emplean; haz cuenta que soy jüez. LEONOR: Pues no te pongas tan grave, que el ánimo se me acabe, y me turbe alguna vez. MARTÍN: ¿Cómo sucedió, decid puntüalmente, este caso? LEONOR: Señor, mis padres, que fueron tan principales hidalgos, que por línea de varón decienden de Arias Gonzalo, me trujeron a crïar a su casa en tiernos años de don Álvaro de Rojas. MARTÍN: Todo lo llevas errado. ¿A crïar dices que entraste? Pues si crías, ¿no está claro que has parido, y que no puedes pedir el doncellicato? LEONOR: A criarme con Beatriz me trujeron, donde estando, pasados algunos tiempos... MARTÍN: Adelante y sin turbaros. LEONOR: Una noche en mi aposento don Álvaro entró, y cerrando la puerta, [me] dijo amores. MARTÍN: Bien vas. LEONOR: Y me asió los brazos; resistíme. MARTÍN: Llora agora. LEONOR: Resistíme, pero en vano, que en fin... MARTÍN: Tápate los ojos con el delantal, llorando, y di ansí, mírame acá: "En fin, el crüel tirano me rindió, venció, violó." LEONOR: Ése es terrible vocablo. MARTÍN: Finalmente haz cuenta agora que yo soy el escribano, esto el papel y la pluma, y que voy haciendo rasgos. "A la primera pregunta dijo que es de edad..." LEONOR: Despacio. MARTÍN: Pero no digas la edad, que aquí todas juráis falso; mas quítate diez u doce, que yo conozco un retablo de duelo, que con setenta juró antiyer treinta y cuatro. "A la segunda pregunta, dijo que estando rezando, en su aposento una noche la oración de los finados, entró el dicho, y a la dicha asió de los dichos brazos, y con los dichos amores el dicho doncellicato desapareció de allí, la dicha sin él quedando, y el dicho se fue. LEONOR: ¿Qué dices tantos dichos? MARTÍN: Son los tantos del juego de los procesos. "Y que, en efecto, llorando esta confesante..." LEONOR: ¿Quién? MARTÍN: Tú, Leonor, está en el caso; "ésta que declara dijo." LEONOR: ¿Quién es ésa? MARTÍN: Eres un mármol; siempres eres tú. LEONOR: Di adelante. MARTÍN: "Confesando o declarando, preguntada si sintió, algunos días pasados, bulto o hinchazón alguna, algún antojo o desmayo, respondió que se le habían antojado unos gazapos, que estaban en un tapiz, y en torreznos lampreados, los cochinos que guardaba el hijo pródigo, cuando..." LEONOR: ¡Nuestros amos! MARTÍN: Echo polvos, y dejo el papel doblado.
Salen don Juan de PADILLA y doña BEATRIZ
PADILLA: Oye, aunque no quieras. BEATRIZ: No quiero escucharte. PADILLA: Pues háblame tú. Aunque aquí me mates, que si tú no quieres, mi vida, escucharme, yo te quiero oír y que tú me hables; dime, luz de esta alma, cuanto imaginares en ofensa mía con tal que descanses. Por mi sol te tengo, no quiero guardarme, licencia te doy para que me abrases; abrasen, Beatriz, cuanto no te agrade, desde el alma al pecho tus ojos süaves; pero siendo nobles, ¿cómo por vengarte con ese capote villanos los haces? ¡Ay qué desatinos, quererme y matarme! Mal hayan los celos, bien hayan las paces. BEATRIZ: Pues que ya me obligas, como necia, a darte gusto en que te riña, oye y no te canses; verás si fue justo que de ti me agravie: cuando yo pensaba que supe obligarte, yo te amé, Padilla, como tú lo sabes, cuando tú eras pobre, pudiendo emplearme, yo no digo en hombre de más noble sangre, pero con su gusto de mi ilustre padre; porque en Aragón tuvo algún infante deseos que fueron principios de honrarme. Fuístete a la guerra, y en ausencias tales, si mataste moros resistí galanes. No fuiste valiente como yo en guardarme, que flaqueza y fuerza nunca son iguales; moras me trujiste, tocas y volantes, de que hice galas que me murmurasen. Cuando allá te herían, ¡oh qué disparate!, me sangraba luego, pensando igualarte. En Valladolid, cuando tú llegaste, puse en contingencia mi honor con hablarte; don Juan de Aragón no pudo obligarme, siendo caballero de tan altas partes, a que una palabra ni aun cortés le hablase, cuando me forzó mi padre a casarme. Esto, siendo pobre, hice por amarte, sufriendo entre golpes palabras infames; y tú cuando aspiras a riquezas grandes y alcanzan tus dichas mercedes reales. Hablas a mis ojos, por desengañarme, mujer que te adora y que a mí me mate; requiebros la dices donde yo escuchase, conmigo mentiras, con ella verdades; de suerte que, pobre, riqueza buscaste, y rico, hermosura. Si puedes, bien haces; doña Ana de Lara merece que ensalces agora valido lo que en mí deshaces; con su hermano Enrique tratas amistades, con el de Aragón engaños y paces; decir que se casa con doña Ana es darme celos con los tuyos, pero llegas tarde; que aunque yo supiese morirme o matarme, no tengo de verte, ni aun imaginarte, que desde hoy, Padilla, de mi alma sales. Y si te resistes, yo haré que te saquen. PADILLA: Castigo notable es éste de culpa que no he tenido. ¿Querrás, Beatriz, que tu olvido hasta la vida me cueste? Paciencia el amor me preste para sufrir tantos daños, nacidos de tus engaños. BEATRIZ: Para los ojos, don Juan, tan difícilmente dan las mentiras desengaño[s]. ¿Yo no te vi? Pues ¿qué quieres? ¿Yo no te oí? Pues ¿qué pides? Si el agravio al amor mides, verás que la culpa eres. Quejáisos de las mujeres todos los hombres, después que vuestra inconstancia es la que nos da la ocasión. PADILLA: ¿Por ventura en Aragón tienes mayor interés? ¿Estarás arrepentida de dejar su gran riqueza? BEATRIZ: Tu traición, no tu pobreza, don Juan, de tu amor me olvida. Ser solamente querida estimé, no regalada, y esta parte remediada con las mercedes del rey, era contra toda ley olvidar enamorada. PADILLA: Don Juan de Aragón se ha ido; ya el pleito, Beatriz, cesó, pues a doña Ana le dio la fe de ser su marido; yo propio, mi bien, he sido el que pidió la licencia; ¿qué temes ya de su ausencia que ofenda nuestra esperanza? BEATRIZ: El deseo de venganza hace al amor resistencia; cuando con mi padre viste que doña Ana se casaba, a quien tan necia te amaba, arrepentido volviste. Agora también que fuiste por el de Aragón dejado, vuelves a mi amor pasado, de manera que he de ser para desprecios mujer y para olvido sagrado. No, don Juan, que un firme amor también se sabe mudar, si agravios le dan lugar, o se ha de volver furor; que le digas, es mejor, a doña Ana estos concetos; quizá servirán de efetos, con que deje al de Aragón; que forzar la condición no son remedios discretos.
Vanse doña BEATRIZ y LEONOR
PADILLA: ¿Qué sientes de esto, Martín? MARTÍN: Que olvidar, señor, es fuerza; mas di ¿doña Ana se casa? PADILLA: O se casa o se concierta. MARTÍN: Luego ya no irá Leonor a referir sus endechas. PADILLA: Yo las haré a mis desdichas, si se hicieron para ellas; no tiene contento el mundo cabal. MARTÍN: Es una tragedia. PADILLA: Cuando Beatriz me quería, el rey no escuchó mis quejas, y cuando me hace favor el rey, Beatriz me de[s]precia. ¿Qué haré, Martin? MARTÍN: Olvidar. PADILLA: No podré. MARTÍN: Fingir siquiera. PADILLA: Ni aun fingir podré. MARTÍN: Sí harás, para que rendida venga; todo lo que hace contigo son pruebas. PADILLA: ¡Qué fuertes pruebas! MARTÍN: Leonor me ha dicho que llora. PADILLA: ¿Por mí? MARTÍN: Por ti. PADILLA: Pues ¿qué intenta?
Sale TELLO, con un papel
TELLO: ¡Qué descuidado estás de lo que pasa! PADILLA: No estoy de mis cuidados descuidado, Tello, que siempre estoy con más cuidado. TELLO: Toda Valladolid está alterada, y tú ignorante en cosa semejante. PADILLA: ¿Cuándo dejé de ser tan ignorante? TELLO: Estos rétulos han amanecido por todas las esquinas de las calles; mira si es bien que tus agravios calles. PADILLA: ¡Por Dios, que el de Aragón me desafía para la raya suya y de Castilla! MARTÍN: Agora has de mostrar que eres Padilla. PADILLA: Basta que al irse puso estos papeles; no excuso ir, pero si el rey se queja, más deshonor que el desafío me deja. MARTÍN: Pide licencia al rey para seguirle. PADILLA: Dirán que la pedí para librarme; mejor es a perderme aventurarme. TELLO: No lo hagas, señor, que es grave yerro, pues el rey, que en efeto es rey tan sabio, no ha de querer tu deshonor y agravio. PADILLA: Pues vamos a cumplir con lo que es justo; que no hay más honra, vida, ni más leyes que el gusto y la obediencia de los reyes.
Vanse. Salen el rey ALFONSO, el CONDE DE HARO y don ÁLVARO
ALFONSO: Admirado estoy de vos, que en tal edad os caséis. ÁLVARO: Gran señor, no os admiréis, que no es flaqueza, por Dios, pues todo mi casamiento sólo en venganza se funda, si dél impedir redunda otro injusto pensamiento; tal es la desobediencia de doña Beatriz. ALFONSO: ¿Qué ha sido la causa por que ofendido estáis de su resistencia? ÁLVARO: El tenerla yo casada con don Juan de Aragón, por mandado vuestro. ALFONSO: Son culpas que no importan nada; porque don Juan me engañó, y yo me enojé con él, y vos fuistes más crüel de lo que ella os ofendió. Fuera deso, o se ha partido o se parte, y no es razón que tengáis en Aragón, siendo don Juan su marido, una hija que tenéis y la casa que heredáis; pero ¿con quién os casáis? ÁLVARO: Bien la prenda conocéis. ALFONSO: Si es doña Ana, ya doña Ana es del de Aragón mujer. ÁLVARO: No puede ser. ALFONSO: Puede ser, y que acierta es cosa llana, mejor que en casar con vos; dad Beatriz a Padilla, que no hallaréis en Castilla hombre más noble, por Dios.
Salen don Juan de PADILLA y MARTÍN
PADILLA: Déme los pies vuestra alteza. ALFONSO: ¡Don Juan! PADILLA: Ya puedo, señor, decir que tengo valor, si es prueba de la nobleza amor, pleito y desafío; desafío me faltaba, que pleito ya me sobraba después de tanto amor mío; esta noche se han fijado estos carteles, señor, en Valladolid. ALFONSO: ¿Su autor? PADILLA: Él mismo los ha firmado.
Lee el rey
ALFONSO: "En la raya de Castilla, las armas a su elección, un mes don Juan de Aragón espera a Juan de Padilla." PADILLA: ¿Qué decís del valor mío? ALFONSO: Que aun no le tenéis ganado, que no es haberle probado que os llamen al desafío. PADILLA: Tenéis, gran señor, razón, y así con vuestra licencia haré luego diligencia para partirme a Aragón. ALFONSO: No podéis, en ley de hidalgo ni caballero, excusar el desafío en lugar tan seguro. PADILLA: Al punto salgo, y mil veces, gran señor, os beso por la licencia los pies. ALFONSO: Siento vuestra ausencia, y de vuestro gran valor, don Juan, la victoria fío. PADILLA: Que me habéis de honrar espero, si es prueba de un caballero amor, pleito y desafío.
Vase
ALFONSO: Conde. CONDE: Señor. ALFONSO: No he podido esta licencia excusar, aunque me pesa. CONDE: Fue dar a don Juan lo que es debido a un noble por justa ley. ALFONSO: El de Aragón me ha enojado, habiéndole yo mandado lo contrario. CONDE: Sois su rey; pero dirá que el amor o el honor le dan disculpa. ALFONSO: No le reservan de culpa conde, el amor ni el honor; que no sacase la espada le mandé; si no es partido, prendelde. ÁLVARO: Si has concedido con voluntad declarada al de Padilla el salir, ¿cómo pones en prisión al de Aragón? ALFONSO: La ocasión es muy fácil de advertir; no cumpliera con su honor don Juan, si no se la diera, pero, pues al que le espera puse pena de traidor, puédole agora prender, y así volverá a Castilla con su honor el de Padilla. ÁLVARO: ¿Quién como tú pudo ser árbitro en esta ocasión? CONDE: ¿Si estará en Valladolid? ALFONSO: Conde, si es ido partid, no se os entre en Aragón.
Vanse. Salen don Juan de PADILLA y MARTÍN
PADILLA: No pensé que me la diera. MARTÍN: ¿Cómo pudiera negarla si debe estimar tu honor? PADILLA: Tócame escoger las armas, y es bien llevarlas de aquí. MARTÍN: Elige las que te agradan, pues en todas eres diestro. PADILLA: Las de la capa y espada son buenas en desafíos que se hacen de hoy a mañana, pero en cosas prevenidas y que han de ser en la raya de Castilla y Aragón, más armas son necesarias. MARTÍN: Sí, porque de entrambos reinos yo te aseguro que salgan dos mil personas a veros; no hay caballero en España que tenga más opinión del encuentro de la lanza; que ni cristiano en Castilla ni moro andaluz se alaba que la pueda resistir. PADILLA: En ésta llevo fundada la vitoria. MARTÍN: Justamente; si bien no es menos la fama de don Juan el de Aragón. PADILLA: Después de aquésta, la espada dará fin al desafío. MARTÍN: Tú llevas justa esperanza, que Dios tu razón ayude. Basta, señor, que dos damas se han apeado de un coche y te buscan rebozadas. PADILLA: ¿Damas a mí? MARTÍN: Y a buen tiempo.
Salen LEONOR y doña BEATRIZ, con mantos
PADILLA: Reinas, descubran las caras, que andamos de pesadumbre, y puede ser que las traigan más traidoras que leales. MARTÍN: Bien puestas vienen de faldas, pero puede ser que arriba cubra el nublado la barba.
Descubre cada uno la suya
BEATRIZ: ¿Dónde de esta suerte v[a]s? PADILLA: ¡Señora! BEATRIZ: Yo soy; ¿qué miras? PADILLA: ¿No he de mirar, si me admiras, lo que no pen[s]é jamás? BEATRIZ: Bien dices, no pude más, porque no hay fuerza de honor que se resista al rigor de una tan breve partida. PADILLA: Quitádome habéis la vida con tales muestras de amor; el partirme aborrecido por más ventura tuviera, pues es cierto que venciera quejoso de vuestro olvido; la dicha de ser querido dará vitoria al contrario, y así fuera necesario partir en desgracia vuestra. BEATRIZ: Ésta, si bien de amor muestra, es ira del tiempo vario; forzando mi voluntad, don Juan, a verte he venido, si bien confieso que ha sido más locura que lealtad; pero tratando verdad, que lo demás es mentira, amor que te adora aspira a que entiendas de qué suerte, cuando he llegado a perderte, se trueca en piedad la ira. Bien pudieron mis recelos de mis ojos dividirte, pero llegando a partirte, venció mi amor a mis celos. PADILLA: No lloréis, hermosos cielos, que me dobláis los enojos, o contadme por despojos del de Aragón, si lloráis, mirad que muerte me dais, y le dais vida, mis ojos. BEATRIZ: Si no me llevas contigo, ya que es fuerza tu partida, hoy será el fin de mi vida. PADILLA: Si yo te llevo conmigo, doy por muerto a mi enemigo, pues le puedes abrasar solamente con mirar; pero no quieran los cielos que le mates con mis celos, pudiéndole yo matar. MARTÍN: Cesa, Leonor, de sentir mi ausencia, por amor mío. LEONOR: Si sales al desafío, yo me tengo de morir. MARTÍN: ¿Puedo dejar de salir donde sale mi señor? LEONOR: Y ¿has de reñir? MARTÍN: Sí, Leonor, que ya me ha desafïado del de Aragón un criado. LEONOR: Desmayaréme de amor; pero mientes, que yo sé que los dos solos serán. MARTÍN: Yo he de ayudar a don Juan por justa lealtad y fe. LEONOR: Guárdate que no te dé el caballo alguna coz, que herido estarás feroz. MARTÍN: Basta, que das en pensar que yo no he de pelear. LEONOR: Baja, mis ojos, la voz. PADILLA: Señora, en el ir conmigo hay grande dificultad. BEATRIZ: Si amor es facilidad, yo la tengo en ir contigo. PADILLA: Pues ¿cómo irás? BEATRIZ: Yo te digo que no me falte ocasión. PADILLA: Ea, vamos a Aragón. BEATRIZ: Si una vez llega a querer, ¿cuándo ha faltado a mujer para su gusto invención? PADILLA: Martín. MARTÍN: Señor. PADILLA: Mi partida apresta con brevedad. MARTÍN: Ya no habrá dificultad, como Beatriz no te impida. PADILLA: Si la llevo, ¡ay de la vida de don Juan! MARTÍN: ¡Qué dos espadas! PADILLA: Ven, pues de venir te agradas. BEATRIZ: Si voy, yo le mataré. PADILLA: Sí harás, mas dirá que fue con armas aventajadas.
Vanse. Salen el CONDE de Haro, don PEDRO y don ENRIQUE; traen preso a don JUAN de Aragón, con quien viene doña ANA, disfrazada
CONDE: Habéis de perdonarme, que fue mandado de su alteza. JUAN: Creo que no podrá culparme quien sabe qué es honor. CONDE: Mi buen deseo tenéis tan conocido, que pienso que estaréis agradecido. PEDRO: Nadie como su alteza sabe lo que es honor de un caballero; fïad de su grandeza que no os impida el castellano fuero si viere que hay agravio. JUAN: Así lo espero yo de un rey tan sabio. ENRIQUE: ¿Y a mí por qué me prende su alteza? CONDE: Porque vais a [a]compañarle. ENRIQUE: Pues esto ¿en qué le ofende? CONDE: Esa razón podéis agora darle, por en tales sucesos es bien que aun los criados vengan presos.
Salen don Juan de PADILLA, MARTÍN, de camino, y doña BEATRIZ, disfrazada
MARTÍN: En palacio han entrado. BEATRIZ: Y yo digo que el conde le traía preso. MARTÍN: El rey lo ha mandado, por excusar alguna alevosía, pues era cierto el daño de hacerte en el camino algún engaño. PADILLA: En tales caballeros, necio, no puede haber engaño o fuerza, y él por los mismos fueros de entrambos reinos la batalla esfuerza de aqueste desafío. BEATRIZ: Parece que le impide el amor mío. PADILLA: Hasta ver lo que es esto no me podré partir. MARTÍN: Ya se partía el de Aragón, dispuesto a la batalla que contigo hacía, cuando llegó el de Haro. PADILLA: ¿Si le quieren prender? MARTÍN: Pues ¿no está claro? PADILLA: No, que me dio licencia. BEATRIZ: No disputéis de este milagro agora, que amor, en competencia de mi temor, le ha hecho. PADILLA: Pues, señora, ¿teméis que me venciera? BEATRIZ: Don Juan, si yo no amara no temiera.
Salen don ÁLVARO y el rey ALFONSO
ÁLVARO: Ya el conde le trujo preso, que en Valladolid estaba previniendo la partida. ALFONSO: Conde. CONDE: Entre lanzas y espadas hallé a don Juan de Aragón y a don Enrique de Lara, con las postas a la puerta. JUAN: Dicen que prenderme mandas; tu gusto es ley, pero yo, gran señor, no hallo causa de ofensa en mi obligación. ALFONSO: Don Juan, quien de hacerlas trata siempre alaba su inocencia y disculpa su arrogancia; que amor os diese ocasión al pleito, ya tiene tanta, que no os quiero poner culpa si en ley de amistad se engaña; pero a vos y al de Padilla mandé no tomar las armas, pena de traición; decid si tiene el prenderos causa, pues le habéis desafiado públicamente a la raya de Castilla y Aragón, amaneciendo en las plazas de toda Valladolid, siendo vos el que le agravia, carteles contra don Juan. JUAN: Señor, cuando yo tomara las armas sin ocasión, mereciera tu desgracia; la que tuve, cuando fuese obligación, sabré darla, pues aunque en ausencia sean, son agravios las palabras. Tú mandaste al de Padilla y a mí no sacar las armas mientras que durara el pleito; y así, mientras él duraba, se cumplió tu mandamiento; luego la disculpa es clara, y que es justo el desafío, conforme el fuero de España. ALFONSO: ¿Cómo sabré yo que el pleito se acabó? JUAN: Porque doña Ana es mi mujer, que no quiero, con desprecios y mudanzas, apelar de la sentencia. ÁLVARO: Señor, la disculpa es llana, y aunque yo quejarme puedo de que doña Ana me agravia, ella sabe que eran burlas entre los dos concertadas, por dar pesar a Beatriz. ALFONSO: Para que yo no quedara con sospecha en las disculpas, que a veces sin parte engañan, quisiera que el de Padilla a conferirlas se hallara; pero pidióme licencia y partióse esta mañana a la raya de Aragón. MARTÍN: (Llega, ¿de qué te acobardas?) PADILLA: Déme su alteza los pies. ALFONSO: ¿Es don Juan? PADILLA: Cuando tomaba postas con licencia tuya en defensa de mi fama, un caballero me dijo que el conde de Haro llevaba preso a don Juan de Aragón; pues si tú prenderle mandas, ¿cómo me mandas a mí que al desafío me parta? ¿Con quién le tengo de hacer? ALFONSO: Mandéle que no sacara las armas durando el pleito que de su prisión fue causa; dice que ya se acabó y se casa con doña Ana, con que yo estoy satisfecho. A lo que de vos se agravia, vos podéis satisfacer, que a su noble sangre y casa debéis dar satisfacción. JUAN: Palabras de ausencia engañan; diga don Juan si las dijo. PADILLA: Hombres como yo no hablan de sus enemigos mal, que es propio de gente baja. ALFONSO: Basta, don Juan de Padilla, que yo tomo en mi palabra real el honor de entrambos; y a vos, porque entienda España que salís del desafío como es justo y en mi gracia, os doy título de conde. PADILLA: Yo os beso por merced tanta los pies; pero si merezco vuestra gracia y hoy se acaban las enemistades nuestras, dalde a don Juan, pues se casa con mi prima, gran señor, el título que me daban esas manos generosas. ALFONSO: Yo se lo doy si doña Ana en el casamiento viene; traed, Enrique de Lara, a vuestra hermana. ENRIQUE: Yo voy. ANA: No vais, que aquí está doña Ana y se tiene por dichosa. ALFONSO: Don Álvaro, sólo falta que dejéis ya la porfía. ÁLVARO: Lo que vuestra alteza manda es justo; voy por Beatriz. BEATRIZ: No vais, que en esta jornada acompañaba a don Juan. MARTÍN: Leonor, pues todos se casan, dame esa mano amorosa, y advierte que no sea falsa, aunque sabes jurar falso. LEONOR: ¿Enséñasme y dasme vaya? ALFONSO: Daos las manos y los brazos. PADILLA: Aquí, senado, se acaban Amor, pleito y desafío, si perdonáis nuestras faltas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002