JORNADA CUARTA


Entra el [ESCLAVO] que se huyó, descalzo, roto el vestido, y las piernas señaladas como que trae muchos rasgones de las espinas y zarzas por do ha pasado
[ESCLAVO 1]: Este largo camino, tanto pasar de breñas y montañas, y el bramido contino de fieras alimañas me tiene de tal suerte, que pienso de acabarle con mi muerte. El pan se me ha acabado, y roto entre jarales el vestido; los zapatos, rasgado; el brío, consumido; de modo que no puedo un pie del otro pie pasar un dedo. Ya la hambre me aqueja, y la sed insufrible me atormenta; ya la fuerza me deja; ya espero desta afrenta salir con entregarme a quien de nuevo quiera cautivarm[e]. He ya perdido el tino; no sé cuál es de Orán la cierta vía, ni senda ni camino la triste suerte mía me ofrece; mas, ¡ay laso!, que, aunque la hallase, no hay mover el pa[so], ¡Virgen bendita y bella, remediadora del linaje humano, sed Vos aquí la estrella que en este mar insano mi pobre barca guíe y de tantos peligros me desvíe! ¡Virgen de Monserrate, que esas ásperas sierras hacéis cielo, envïadme rescate, sacadme deste duelo, pues es hazaña vuestra al mísero caído dar la diestra! Entre estas matas quiero asconderme, porque es entrado el día; aquí morir espero. Santísima María, en este trance amargo, el cuerpo y alma dejo a vuestro cargo.
Échase a dormir entre unas matas, y sale un león y échase junto a él muy manso, y luego sale otro CRISTIANO, que también se ha huido de Argel, y dice
[CRISTIANO]: Estas pisadas no son, por cierto, de moro, no; cristiano las estampó, que con la misma intención debe de ir que llevo yo. De alárabes las pisadas son anchas y mal formadas, porque es ancho su calzado; el nuestro más escotado, y ansí son diferenciadas. Yo seguro que no está muy lejos de aquí escondido, porque el rastro he ya perdido; mas el sol alto está ya, y yo mal apercebido. Aquí me quiero esconder hasta que al anochecer [to]rne a seguir mi viaje; que en este mismo paraje Mostagán viene a caer. Pues el sol sale de allí, el norte hacia aquí se inclina: no está lejos la marina. ¡Oh, qué mal que estoy aquí! ¡Buen Jesús, tú me encamina, que mucho alárabe pasa por esta campaña rasa! Si hoy me he acertado a esconder, no me despido de ver, mis hijos, mujer y casa.
Escóndese, y luego sale un morillo [el MUCHACHO moro], como que va buscando yerbas, y ve escondido a este segundo cristiano, y comienza a dar voces: "¡Nizara, nizara!", a las cuales acuden otros moros y cogen al cristiano, y dándole de mojicones se [Van]. En entrando, despierta el primer cristiano, [el ESCLAVO 1] que está junto al león, y viéndole, se espanta y dice
[ESCLAVO 1]: ¡Sancto Dios! ¿Qué es lo que veo? ¡Qué manso y fiero león! Saltos me da el corazón; cumplido se ha mi deseo; libre soy ya de pasión, pues lo quiere mi ventura. Éste, con su fuerza dura, mis días acabará, y su vientre servirá al cuerpo de sepultura. Pero tanta mansedumbre no se ve ansí fácilmente en animal tan valiente, aunque su fiera costumbre, muestra a las veces clemente. Mas, ¿quién sabe si movido el cielo de mi gemido, este león me ha enviado para ser por él tornado al camino que he perdido? Sin duda es divina cosa, y asegúrame este intento que en mis espíritus siento, con fuerza maravillosa, un nuevo crecido aliento; y ya es caso averiguado que otro león ha llevado a la Goleta a un cautivo que le halló en un monte esquivo, hüido y descaminado. ¡Obra es ésta, Virgen pía, de vuestra divina mano, porque ya está claro y llano que el hombre que en vos confía no espera y confía en vano! Espérame, compañero, que yo determino y quiero seguirte doquier que fueres; que ya me parece que eres, no león, sino cordero.
[Vase] y vuelve a salir en la cuarta jornada con el león que le guía. Dice
Nunca con menos afán he caminado camino; y, aquello que yo imagino, no está muy lejos Orán. ¡Gracias te doy, Rey divino! ¡Virgen pura, a Vos alabo! Yo ruego llevéis al cabo tan estraña caridad; que, si me dais libertad, prometo seros esclavo.
Vase, y en la cuarta jornada salen dos cautivos: PEDRO y SAYAVEDRA
[PEDRO]: Siete escudos de oro he granjeado [co]n mi solicitud, industria y maña, [y au]n son pocos, según he trabajado. Nunca tuve otros tantos en España, cuando anduve en la guerra de Granada, armado nueve meses en campaña. SAYAVEDRA: ¿Cómo cayeron, Pedro en la celada los siete escudos hoy, por vida mía, cualque nueva campaña fabricada? PEDRO: Muy mal se negará a tu cortesía cualquier secreto mío. Escucha agora, y verás lo que he hecho en este día. En esta casa grande do Yzuf mora, renegado español que está casado con Zahara, la ilustre hermosa mora, está un cautivo nuevo, que es llamado Aurelio, y una Silvia, hermosa dama, de quién está el Aurelio enamorado. Los dos de principales tienen fama, y helo dicho yo al rey, y mandó darme los tres escudos déstos. SAYAVEDRA: ¡Gentil trama! PEDRO: Gentil o no gentil, si remediarme no puedo de otra suerte, y cada día he de dar mi jornal y sustentarme, ¿quieres que cate y guarde cortesía a quien puede pagar bien su rescate? ¡No reza esa oración mi ledanía! SAYAVEDRA: ¿Los otros cuatro? PEDRO: Son de un jaque y mate que he dado en una bolsa de un cristiano con un muy concertado disparate. Hele hecho tocar casi con mano que tengo ya una barca medio hecha, debajo de la tierra, allá en un llano. Queda desta verdad bien satisfecha, su voluntad, y, cierto, el bobo piensa alcanzar libertad ya desta hecha; y para ayuda, el gasto y la despensa de tablas, vela, pez, clavos y estopa, los cuatro dio con que compró su ofensa. SAYAVEDRA: ¡Desdichado de aquel que acaso topa contigo, Pedro, y tú más desdichado, que así cudicias la cristiana ropa! ¡En peligroso golfo has engolfado tu barca, de mentiras fabricada, y en ella tú serás sólo anegado! PEDRO: La de Noé, que está bien ancorada en las sierras de Armeña, sería buena, si no vale la mía acaso nada. Quizá nos llevará a Sierra Morena, pero, por cuatro escudos, buena es ésta, si acuden otros cuatro a caer carena. Ajenos pies han de subir la cuesta agria de mi trabajo, y yo, holgando, haré agasajo, regocijo y fiesta. ¿Qué piensas, Sayavedra? SAYAVEDRA: Estoy pensando cómo se echa a perder aquí un cristiano, y más, mientras más va, va peorando. Cautivo he visto yo que da de mano a todo aquello que su ley le obliga, y vive a veces vida de pagano. A otro le avasalla su fatiga, y en Dios y en ella ocupa el pensamiento; la abraza y la quiere como amiga. Y de ti sé que tienes el intento holgazán, embaidor y cudicioso, fundado sobre embustes sin cimiento. T[arde ha]brá libertad... PEDRO: ¡Estás donoso! [An]tes la tengo ya cierta y segura, sino que estoy un poco vergonzoso. Pienso mudar de nombre y vestidura, y llamarme Mamí. SAYAVEDRA: ¿Renegar quieres? PEDRO: Sí quiero, mas entiende de qué hechura. SAYAVEDRA: Reniega tú del modo que quisieres, que ello es muy gran maldad y horrible culpa, y correspondes mal a ser quien eres. PEDRO: Bien sé que la conciencia ya me culpa, pero tanto el salir de aquí deseo, que esta razón daré por mi disculpa. Ni niego a Cristo ni en Mahoma creo: con la voz y el vestido seré moro, por alcanzar el bien que no poseo. Si voy en corso, séme yo de coro que, en tocando en la tierra de cristianos, me huiré, y aun no vacío de tesoro. SAYAVEDRA: Lazos son ésos cudicioso[s], vanos, con que el demonio tienta fácilmente con el alma ligarte pies y manos. Un falso bien se muestra aquí aparente, que es tener libertad, y, en renegando, se te irá el procurarla de la mente, que siempre esperarás el cómo y cuándo: "Este año, no; el otro será cierto"; y ansí lo irás por años dilatando. Tiéneme en estos casos bien esperto muchos que he visto con tu mismo intento, y a ninguno llegar nunca a buen puerto. Y, puesto que llegases, ¿es buen cuento poner un tan inorme y falso medio para alcanzar el fin de tu contento? Daño puedes llamarle [a] tal remedio. PEDRO: Si no puede esperarse, ni es posible de mi necesidad otra salida para alcanzar la libertad gozosa, ¿es mucho aventurarse algunos días a ser moro no más de en la aparencia, si con esta cautela se granjea la amada libertad que [se] va huyendo? SAYAVEDRA: Si tú supieses, Pedro, a dó se extiende la perfectión de nuestra ley cristiana, verías cómo en ella se nos manda que un pecado mortal no se cometa, aunque se interesase en cometerle la universal salud de todo el mundo. Pues, ¿cómo quieres tú, por verte libre de libertad del cuerpo, echar mil hierro[s] al alma miserable, desdichada, cometiendo un pecado tan inorme como es negar a Cristo y a su Iglesia? PEDRO: ¿Dónde se niega Cristo ni su Iglesia? ¿Hay más de retajarse y decir ciertas palabras de Mahoma, y no otra cosa, sin que se miente a Cristo ni a sus santos, ni yo le negaré por todo el mundo, que acá en mi corazón estará siempre y él sólo el corazón quiere del hombre? SAYAVEDRA: ¿Quieres ver si lo niegas? Está atento. Fíngete ya vestido a la turquesca, y que vas por la calle y que yo llego delante de otros turcos y te digo: "Sea loado Cristo, amigo Pedro. ¿No sabéis cómo el martes es vigilia y que manda la Iglesia que ayunemos?" A esto, dime: ¿qué responderías? Sin duda que me dieses mil puñadas, y dijeses que a Cristo no conoces, ni tienes con su Iglesia cuenta alguna, porque eres muy buen moro, y que te llamas, no Pedro, sino Aydar o Mahometo. PEDRO: Eso haríalo yo, mas no con saña, sino porque los turcos que lo oyesen pensasen que, pues dello me pesaba, que era perfecto moro y no cristiano; pero acá, en mi intención, cristiano siempre. SAYAVEDRA: ¿No sabes tú que el mismo Cristo dice: "Aquel que me negare ante los hombres, de Mí será negado ante mi Padre; y el que ante ellos a Mí me confesare, será de Mí ayudado ante el Eterno Padre mío?" ¿Es prueba ésta bastante que te convenza y desengañe, amigo, del engaño en que estás en ser cristiano con sólo el corazón, como tú dices? ¿Y no sabes también que aquel arrimo con que el cristiano se levanta al cielo es la cruz y pasión de Jesucristo, en cuya muerte nuestra vida vive, y que el remedio, para que aproveche a nuestras almas el tesoro inmenso de su vertida sangre por bien nuestro, depositado está en la penitencia, la cual tiene tres partes esenciales, que la hacen perfecta y acabada: contrición de corazón la una, confesión de la boca la segunda, satisfación de obras la tercera? Y aquel que contrición dice que tiene, como algunos cristianos renegados, y con la boca y con las obras niegan a Cristo y a sus sanctos, no la llames aquella contrición, sino un deseo de salir del pecado; y es tan flojo, que respectos humanos le detienen de ejecutar lo que razón le dice; y así, con esta sombra y aparencia deste vano deseo, se les pasa un año y otro, y llega al fin la muerte a ponerle en perpetua servidumbre por aquel mismo modo que él pensaba alcanzar libertad en esta vida. ¡Oh cuántas cosas puras, excelentes, verdaderas, sin réplica, sencillas, te pudiera decir que hacen al caso, para poder borrar de tu sentido esta falsa opinión que en él se imprim[e]! Mas el tiempo y lugar no lo permite. PEDRO: Bastan las que me has dicho, amigo; bastan, y bastarán de modo que te juro, por todo lo que es lícito jurarse, de seguir tu consejo y no apartarm[e] del santísimo gremio de la Iglesia, aunque en la dura esclavitud amarga acabe mis amargos tristes días. SAYAVEDRA: Si a ese parecer llegas las obras, el día llegará, sabroso y dulce, do tengas libertad; que el cielo sabe darnos gusto y placer por cien mil vías ocultas al humano entendimiento; y así, no es bien ponerse en contingencia que por sola una senda y un camino tan áspero, tan malo y trabajoso nos venga el bien de muchos procurado, y hasta aquí conseguido de muy pocos. PEDRO: ¡Mis obras te darán señales ciertas de mi ar[r]epentimiento y mi mudanza! SAYAVEDRA: ¡El cielo te dé fuerzas y te quite las ocasiones malas que te incitan a tener tan malvado y ruin propósito! PEDRO: El mesmo a ti te ayude, cual merece la sana voluntad con que me enseñas. Adïós, que es tarde. SAYAVEDRA: ¡Adiós, amigo!
Sale el REY con cuatro TURCOS
REY: De ira y de dolor hablar no puedo; y es la ocasión de mi pesar insano el ver que don Antonio de Toledo ansí se me ha escapado de la mano. Los arraces, sus amos, con el miedo que yo no les tomase su cristiano, a Tetuán con priesa le enviaron, y en cinco mil ducados le tallaron. ¿Un tan ilustre y rico caballero por tan vil precio distes, vil canalla? ¿Tanto os acudiciastes al dinero, tan grande os pareció que era la talla que le añedistes otro compañero, el cual solo pudiera bien pagalla? ¿Francisco de Valencia no podía pagar solo por sí mayor cuantía? En fin, favorecióles la ventura, que pudo más que no mi diligencia; que ésta es la que concierta y asegura lo que no puede hacer humana ciencia. Conocieron el tiempo y coyuntura, y huyeron de no verse en mi presencia: que si yo a don Antonio aquí hallara, cincuenta mil ducados me pagara. Es hermano de un conde y es sobrino de una principalísima duquesa, y en perderse, perdió en este camino ser coronel en una ilustre empresa. Airado el cielo se mostró y begnino en hacerle cautivo y darse priesa a darle libertad por tal rodeo, que no pudo pedir más el deseo. Pero, pues ya no puede remediarse, el tratar más en ello es escusado. Mirad si viene alguno a querellarse. [TURCO]: Señor, aquí está Yzuf, el renegado. REY: Entre con intención de aparejarse a obedecer en todo mi mandado; si no, a fe que le trate en mi presencia cual merece su necia inobidencia.
[Sale] YZUF
¿Dónde están tus cristianos? YZUF: Allí fuera. [REY]: ¿Cuánto diste por ellos? YZUF: Mil ducados. [REY]: Yo los daré por ellos. YZUF: No se espera, de tu bondad agravios tan sobrados. [REY]: ¿En esto me replicas? YZUF: Da siquiera algún alivio en parte a mis cuidados. Al esclavo te doy, rey, sin dinero, y déjame la esclava, por quien muero. REY: ¿Tal osaste decir, oh moro infame? Llevalde abajo, y dalde tanto palo, hasta que con su sangre se derrame el deseo que tiene torpe y malo. YZUF: Dame, señor, mi esclava, y luego dame la muerte en fuego, a hierro, a gancho, en p[alo]. REY: ¡Quitádmelo delante! ¡Acabad presto! YZUF: ¿Por pedirte mi hacienda soy molesto?
Sacan fuera a YZUF a empujones, y entran luego dos alárabes con el cristiano que se huyó, que asieron en el campo, y estos dos moros dicen al RE[Y]: "Alicun [g]alema [g]ultam adareimi gu[a]naran [g]al [g]ul"
REY: ¿Adónde ibas, cristiano? [ESCLAVO 1]: Procuraba llegarme a Orán, si el cielo lo quisiera. REY: ¿Adónde cautivaste? [ESCLAVO 1]: En la almadraba. REY: ¿Tu amo? [ESCLAVO 1]: Ya murió; que no debiera, pues me dejó en poder de una tan brava mujer, que no la iguala alguna fiera. REY: ¿Español eres? [ESCLAVO 1]: En Málaga nacido. REY: Bien lo mu[e]stras en ser ansí atrevido. ¡Oh yuraja caur! Dalde seiscientos palos en las espaldas muy bien dados, y luego le daréis otros quinientos en la barriga y en los pies cansados. [ESCLAVO 1]: ¿Tan sin razón ni ley tantos tormentos tienes para el que huye aparejados? REY: ¡Cito cifuti breguedi! ¡Atalde, abrilde, desollalde y aun matalde!
&áacute;tanle con cuatro cordeles de pies y de manos, y tiran cada uno de su parte, y dos le están dando; y, de cuando en cuando, el cristiano, [ESCLAVO 1] se encomienda a Nuestra Señora, y el REY se enoja y dice en turquesco, con cólera: "L[a]guedi denicara, bacinaf; ¡a la testa, a la tes[ta]!", y está diciendo, mientras le están dando
¡No sé qué raza es ésta destos perros cautivos españoles! ¿Quién se huye? ¡Español! ¿Quién no cura de los hierro[s]? ¡Español! ¿Quién hurtando nos destr[uye]? ¡Español! ¿Quién comete otros mil hierros? ¡Español!, que en su pecho el cielo influye un ánimo indomable, acelerado, al bien y al mal contino aparejado. Una virtud en ellos he notado: que guardan su palabra sin reveses, y en esta mi opinión me han confirmado dos caballeros Sosas portugueses. Don Francisco también la ha sigurado, que tiene el sobrenombre de Meneses, los cuales sobre su palabra han sido enviados a España, y la han cumplido. Don Fernando de Ormaza también fuese sobre su fe y palabra, y ansí ha hecho, un mes antes que el término cumpliese, la paga, con que bien me ha satisfecho. De darles libertad, un interese se sigue tal, que dobla mi provecho: que, como van sobre su fe prendados, les pido los rescates tresdoblados. Y éste dalde a su amo, y llamad luego un cristiano de Yzuf, que está allí fuera, que quiero que granjee su sosiego por ver si mi opinión es verdadera. De pérdida y ganancia es este juego. [TURCO] Señor, del bien hacer siempre se espera galardón, y si falta d[e]ste suelo, la paga se dilata para el cielo.
[Sale] AURELIO y dícele el REY
[REY]: Ya sé quién eres, cristiano; tu virtud, valor y suerte, y sé que presto has de verte en el patrio suelo hispano. Esta Silvia, ¿es tu mujer? AURELIO: Sí, señor. REY: Y ¿adónde ibas cuando en las ondas esquivas perdiste todo el placer? [AURELIO]: Yo se lo diré, [s]eñor, en verdad[era]s razones. De otro rey y otras prisiones fui yo esclavo, que es Amor. Desta Silvia enamorado [and]uve un tiempo en mi t[i]er[r]a, y la fuerza desta guerra me ha traído en este estado. A su padre la pedí muchas veces por mujer, pero nunca a mi querer sólo un punto le rendí; y, viendo que no podía por aquel modo alcanzalla, determiné de roballa, que era la más fácil vía. Cumplí en esto mi deseo, y, pensando ir a Milán, trújome el hado al afán y esclavitud do me veo. REY: No pierdas la confïanza en esta vida importuna, pues sabes que de Fortuna la condición es mudanza. Yo te daré libertad a ti y a Silvia al momento, si tienes conocimiento de pagar tal voluntad. Mil ducados he de dar por los dos, y sólo quiero que me deis dos mil; empero, habéismelo de jurar, y así, sobre vuestra fe, os partiréis luego a España. AURELIO: Señor, a merced tamaña, ¿qué gracias te rendiré? Yo prometo de enviallos dentro de un mes, sin mentir, aunque los sepa pedir por Dios, y si no, hurtallos. REY: Pues, luego os aparejad, y en la primera saetía tomad de España la vía, que a los dos doy libertad. AURELIO: El suelo y cielo te trate cual merece tu bondad, y tomá mi voluntad por prenda deste rescate; que yo perderé la vida o cumpliré mi palabra: que este bien ya escarba y labra en mi sangre bien nacida. [TURCO]: Señor, un navío viene. REY: ¿De qué parte? [TURCO]: De Ocidente. REY: Mejor es que no de Oriente. ¿Es de gavia? [TURCO]: Gavia tiene. REY: Debe ser de mercancía. [TURCO]: Podría ser, aunque se suena que la mercancía es buena si es limosna. REY: Sí sería. Vamos. Tú, Aurelio, procura tu partida, y ten cuidado de aquello que me has jurado. AURELIO: Crezca el cielo tu ventura.
[Vase] el REY y queda AURELIO
¡Gracias te doy, eterno Rey del cielo, que tan sin merecerlo has permitido que, por la mano de qu[i]e[n] más temía, tanto bien, tanta gloria me viniese!
[Sale] FRANCISCO y dice
[FRANCISCO]: ¡Albricias, caro Aurelio!, que es llegado un navío de España, y todos dicen que es de limosna cierto, y que en él viene un fraile trinitario cristianísimo, amigo de hacer bien, y conocido, porque ha estado otra vez en esta tierra rescatando cristianos, y da ejemplo de mucha cristiandad y gran prudencia. Su nombre es fray Juan Gil. AURELIO: Mira no sea, fray Jorge de Olivar, que es de la Orden de la Merced, que aquí también ha estado, de no menos bondad y humano pecho; tanto, que ya después que hubo espendido bien veinte mil ducados que traía, [e]n otros siete mil quedó empeñado. ¡Oh caridad extraña! ¡Oh sancto pecho!
Entran tres ESCLAVOS, asidos en sus cadenas
[ESCLAVO 1]: ¡Qué buen día, compañeros! La limosna está en el puerto. Mi remedio tengo cierto, porque aquí me traen dineros. [ESCLAVO 2]: No tengo bien, ni le espero, ni siento en mi tierra quien me pueda hacer algún bien. [ESCLAVO 3]: Pues yo no me desespero [FRANCISCO]: Dios nos ha de remediar, hermanos: mostrad buen pecho, que el Señor que nos ha hecho, no nos tiene de olvidar. Roguémosle, como a Padre, nos vuelva a nuestra mejora, pues es nuestra intercesora su Madre, que es nuestra Madre; porque, con tan sancto medio, nuestro bien está seguro: que ella es nuestra fuerza y muro, nuestra luz, nuestro remedio.
Echan todos las cadenas al suelo y híncanse de rodillas, y dice el uno
[ESCLAVO 1]: ¡Vuelve, Virgen Santísima María, tus ojos que dan luz y gloria al cielo, a los tristes que lloran noche y día y riegan con sus lágrimas el suelo! Socórrenos, bendita Virgen pía, antes que este mortal corpóreo velo quede sin alma en esta tierra dura y carezca de usada sepultura. Otro Reina de las alturas celestiales, Madre y Madre de Dios, Virgen y Madre, espanto de las furias infernales, Madre y Esposa de tu mismo Padre, remedio universal de nuestros males: si con tu condición es bien que cuadre usar misericordia, úsala agora, y sácame de entre esta gente mora. Otro En Vos, Virgen dulcísima María, entre Dios y los hombres medianera, de nuestro mar incierto cierta guía, Virgen entre las vírgenes primera; en vos, Virgen y Madre; en Vos confía mi alma, que sin Vos en nadie espera, que me habréis de sacar con vuestras manos de dura servidumbre de paganos. AURELIO: Si yo, Virgen bendita, he conseguido de tu misericordia un bien tan alto, ¿cuándo podré mostrarme agradecido, tanto que, al fin, no quede corto y falto? Recibe mi deseo, que, subido sobre un cristiano obrar, dará tal salto, que toque ya, olvidado deste suelo, el alto trono del impereo cielo. Y, en tanto que se llega el tiempo y punto de poner en efecto mi deseo, al ilustre auditorio que está junto, en quien tanta bondad discierno y veo, si ha estado mal sacado este trasunto de la vida de Argel y trato feo, pues es bueno el deseo que ha tenido, en nombre del autor, perdón l[es pido].

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002