EL RUFIÁN DICHOSO

Miguel de Cervantes

Texto basado en la edición príncipe, EL RUFIÁN DICHOSO en OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS NUNCA REPRESENTADOS, COMPUESTAS POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1615). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1997.


Personas que hablan en ella:

[PRIMERA JORNADA]


Salen LUGO, envainando una daga de ganchos, y el LOBILLO y GANCHOSO, rufianes. LUGO viene como estudiante, con una media sotana, un broquel en la cinta y una daga de ganchos; que no ha de traer espada
LOBILLO: ¿Por qué fue la quistión? LUGO: No fue por nada. No se repita, si es que amigos somos. GANCHOSO: Quiso Lugo empinarse sobre llombre, y, siendo rufo de primer tonsura, asentarse en la cátreda de prima, teniendo al lombre aquí por espantajo. LUGO: Mis sores, poco a poco. Yo soy mozo y mazo, y tengo hígados y bofes para dar en el trato de la hampa quinao al más pintado de su escuela, en la cual no recibe el grado alguno de valeroso por haber gran tiempo que cura en sus entradas y salidas, sino por las hazañas que ya hecho. ¿No tienen ya sabido que hay cofrades de luz, y otros de sangre? LOBILLO: Aqueso pido. GANCHOSO: ¡Hola, so Lobo! Si es que pide queso, pídalo en otra parte, que en aquésta no se da. Si no... LOBILLO: ¡Basta, seor Ganchoso! O logue luenga, y téngase por dicho, que entrevo toda flor y todo rumbo. GANCHOSO: ¿Pues nosotros nacimos en Guinea, so Lobo? LOBILLO: No sé nada. GANCHOSO: Pues apréndalo con aquesta leción. LUGO: ¡Fuera, Lobillo! GANCHOSO: Entrambos sois ovejas fanfarrones, y gallinas mojadas, y conejos. LOBILLO: ¡Menos lengua y más manos, hideputa!
[Salen] a esta sazón un ALGUACIL y dos CORCHETES; huyen GANCHOSO y LOBILLO; queda solo LUGO, envainando
CORCHETE [1]: ¡Téngase a la justicia! LUGO: ¡Tente, pícaro! ¿Conó[ce]sme? CORCHETE [1]: ¡So Lugo! LUGO: ¿Qué so Lugo? ALGUACIL: Bellacos, ¿no le asís? CORCHETE 2: Señor nuestro amo, ¿sabe lo que nos manda? ¿No conoce que es el señor Cristóbal el delinque? ALGUACIL: ¡Que siempre le he de hallar en estas danzas! ¡Por Dios, que es cosa recia! ¡No hay paciencia que lo pueda llevar! LUGO: Llévelo en cólera, que tanto monta. ALGUACIL: Ahora, yo sé cierto que ha de romper el diablo sus zapatos alguna vez. LUGO: Mas que los rompa ciento; que él los sabrá comprar donde quisiere. ALGUACIL: El señor Sandoval tiene la culpa. CORCHETE 2: Tello de Sandoval es su amo déste. CORCHETE 1: Y manda la ciudad, y no hay justicia que le ose tocar por su respeto. LUGO: El señor alguacil haga su oficio, y déjese de cuentos y preámbulos. ALGUACIL: ¡Cuán mejor pareciera el señor Lugo en su colegio que en la barbacana, el libro en mano, y no el broquel en cinta! LUGO: Crea el so alguacil que no le cuadra ni esquina el predicar; deje ese oficio a quien le toca, y vaya y pique aprisa. ALGUACIL: Sin picar nos iremos, y agradézcalo a su amo; que, a fe de hijodalgo, que yo sé en qué parará este negocio. LUGO: En irse y en quedarme. CORCHETE 1: Yo lo creo, porque es un Barrabás este Cristóbal. CORCHETE 2: No hay gamo que le iguale en ligereza. CORCHETE 1: Mejor juega la blanca que la negra, y en entrambas es águila volante. ALGUACIL: Recójase y procure no encontrarme, que será lo más sano. LUGO: Aunque sea enfermo, haré lo que füere de mi gusto. ALGUACIL: Venid vosotros.
[Vase] el ALGUACIL
CORCHETE 1: So Cristóbal, ¡vive que no le conocí!; ¡sí, juro cierto! CORCHETE 2: Señor Cristóbal, yo me recomendo; de mí no hay qué temer; soy ciego y mudo para ver ni hablar cosa que toque a la mínima suela del calcorro que tapa y cubre la coluna y basa que sustentan la máquina hampesca. LUGO: ¿[Y] dónde cargaste [tú], Calahorra? CORCHETE 2: No sé; Dios con la noche me socorra.
[Vanse] los dos CORCHETES
LUGO: ¡Que sólo me respeten por mi amo y no por mí, no sé esta maravilla!; mas yo haré que salga de mí un bramo que pase de los muros de Sevilla. Cuelgue mi padre de su puerta el ramo, despoje de su jugo a Manzanilla; conténtese en su humilde y bajo oficio, que yo seré famoso en mi ejercicio.
[Sale], a este instante, LAGARTIJA, muchacho
LAGARTIJA: Señor Cristóbal, ¿qué es esto? ¿Has reñido, por ventura, que tienes turbado el gesto? LUGO: Pónele de sepultura el ánimo descompuesto. La de ganchos saqué a luz, porque me hiciese el buz un bravo por mi respeto; mas huyóse de su aspecto como el diablo de la cruz. ¿Qué me quieres, Lagartija? LAGARTIJA: La Salmerona y la Pava, la Mendoza y la Librija, que es cada cual por sí brava, gananciosa y buena hija, te suplican que esta tarde, allá cuando el sol no arde y hiere en rayo sencillo, en el famoso Alamillo hagas de tu vista alarde. LUGO: ¿Hay regodeo? LAGARTIJA: Hay merienda, que las más famosas cenas ante ella cogen la rienda: cazuelas de berenjenas serán penúltima ofrenda. Hay el conejo empanado, por mil partes traspasado con saetas de tocino; blanco el pan, aloque el vino, y hay turrón alicantado. Cada cual para esto roba blancas vistosas y nuevas, una y otra rica coba; dales limones las Cuevas y naranjas el Alcoba. Daráles en un instante el pescador arrogante, más que le hay del norte al sur, el gordo y sabroso albur y la anguila resbalante. El sábalo vivo, vivo, colear en la caldera, o saltar en fuego esquivo, verás en mejor manera que te lo pinto y describo. El pintado camarón, con el partido limón y bien molida pimienta, verás cómo el gusto aumenta y le saca de harón. LUGO: ¡Lagartija, bien lo pintas! LAGARTIJA: Pues llevan otras mil cosas de comer, varias, distintas, que a voluntades golosas las harán poner en quintas. LUGO: ¿Qué es en quintas? LAGARTIJA: En división, llevándose la afición aquí y alí y acullá: que la variedad hará no atinar con la razón. LUGO: ¿Y quién va con ellas? LAGARTIJA: ¿Quién? El Patojo, y el Mochuelo, y el Tuerto del Almadén. LUGO: Que ha de haber soplo recelo. LAGARTIJA: Ve tú, y se hará todo bien. LUGO: Quizá, por tu gusto iré; que tienes un no sé qué de agudeza, que me encanta. LAGARTIJA: Mi boca pongo en la planta de tu valeroso pie. LUGO: ¡Alza, rapaz lisonjero, indigno del vil oficio que tienes! LAGARTIJA: Pues dél espero salir presto a otro ejercicio que muestre ser perulero. LUGO: ¿Qué ejercicio? LAGARTIJA: Señor Lugo, será ejercicio de jugo, puesto que en él se trabaja, que es jugador de ventaja, y de las bolsas verdugo. ¿No has visto tú por ahí mil con capas guarnecidas, volantes más que un neblí, que en dos barajas bruñidas encierran un Potosí? Cuál destos se finge manco para dar un toque franco al más agudo, y me alegro de ver no usar de su negro hasta que topen un blanco. LUGO: ¡Mucho sabes! ¿Qué papel es el que traes en el pecho? LAGARTIJA: ¿Descúbreseme algo dél? Todo el seso sin provecho de Apolo se encierra en él. Es un romance jácaro, que le igualo y le comparo al mejor que se ha compuesto; echa de la hampa el resto en estilo jaco y raro. Tiene vocablos modernos, de tal manera que encantan; unos bravos, y otros tiernos; ya a los cielos se levantan, ya bajan a los infiernos. LUGO: Dile, pues. LAGARTIJA: Séle de coro; que ninguna cosa ignoro de aquesta que a luz se saque. LUGO: ¿Y de qué trata? LAGARTIJA: De un jaque que se tomó con un toro. LUGO: Vaya, Lagartija. LAGARTIJA: Vaya, y todo el mundo esté atento a mirar cómo se ensaya a pasar mi entendimiento del que más sube la raya. Año de mil y quinientos y treinta y cuatro corría, a veinte y cinco de mayo, martes, acïago día, sucedió un caso notable en la ciudad de Sevilla, digno que ciegos le canten, y que poetas le escriban. Del gran corral de los Olmos, do está la jacarandina, sale Reguilete, el jaque, vestido a las maravillas. No va la vuelta del Cairo, del Catay ni de la China, ni de Flandes, ni Alemania, ni menos de Lombardía: va la vuelta de la plaza de San Francisco bendita, que corren toros en ella por Santa Justa y Rufina; y, apenas entró en la plaza, cuando se lleva la vista tras sí de todos los ojos, que su buen donaire miran. Salió en esto un toro hosco, ¡válasme Santa María!, y, arremetiendo con él, dio con él patas arriba. Dejóle muerto y mohíno, bañado en su sangre misma; y aquí da fin el romance porque llegó el de su vida. LUGO: ¿Y éste es el romance bravo que decías? LAGARTIJA: Su llaneza y su buen decir alabo; y más, que muestra agudeza en llegar tan presto al cabo. LUGO: ¿Quién le compuso? LAGARTIJA: Tristán, que gobierna en San Román la bendita sacristía, que excede en la poesía a Garcilaso y Boscán.
[Sale], a este instante, una DAMA, con el manto hasta la mitad del rostro
DAMA: Una palabra, galán. LUGO: Ve con Dios; y quizá iré, si estás cierto que allá van. LAGARTIJA: Digo que van, yo lo sé; y sé que te aguardarán.
[Vase] LAGARTIJA
DAMA: Arrastrada de un deseo sin provecho resistido, a hurto de mi marido, delante de vos me veo. Lo que este manto os encubre, mirad, y después veréis
Mírala [LUGO] por debajo del manto
si es razón que remediéis lo que la lengua os descubre. ¿Conocéisme? LUGO: Demasiado. DAMA: En eso veréis la fuerza que me incita, y aun me fuerza, a ponerme en este estado; mas, porque no estéis en calma pensando a qué es mi venida, digo que a daros mi vida con la voluntad del alma. Vuestra rara valentía y vuestro despejo han hecho tanta impresión en mi pecho, que pienso en vos noche y día. Quítame este pensamiento pensar en mi calidad, y al gusto la voluntad da libre consentimiento; y así, sin guardar decoro a quien soy en ningún modo, habré de decirlo todo: sabed, Lugo, que os adoro. No fea, y muy rica soy; sabré dar, sabré querer, y esto lo echaréis de ver por este trance en que estoy; que la mujer ya rendida, aunque es toda mezquindad, muestra liberalidad con el dueño de su vida. En la tuya o en mi casa, de mí y de mi hacienda puedes prometerte, no mercedes, sino servicios sin tasa; y, pues miedo no te alcanza, no te le dé mi marido, que el engaño siempre ha sido parcial de la confianza. No llegan de los recelos, porque los tiene discretos, a hacer los tristes efectos que suelen hacer los celos; y, porque nunca ocasión de tenerlos yo le he dado, le juzgo por engañado a nuestra satisfación. ¿Para qué arrugas la frente y alzas las cejas? ¿Qué es esto? LUGO: En admiración me ha puesto tu deseo impertinente. Pudieras, ya que querías satisfacer tu mal gusto, buscar un sujeto al justo de tus grandes bizarrías; pudieras, como entre peras, escoger en la ciudad quien diera a tu voluntad satisfación con más veras; y así, tuviera disculpa con la alteza del empleo tu mal nacido deseo, que en mi bajeza te culpa. Yo soy un pobre crïado de un inquisidor, cual sabes, de caudal, que está sin llaves, entre libros abreviado; vivo a lo de Dios es Cristo, sin estrechar el deseo, y siempre traigo el baldeo como sacabuche listo; ocúpome en bajas cosas, y en todas soy tan terrible, que el acudir no es posible a las que son amorosas: a lo menos, a las altas, como en las que en ti señalas; que son de cuervo mis alas. DAMA: No te pintes con más faltas, porque en mi imaginación te tiene amor retratado del modo que tú has contado, pero con más perfección. No pido hagas quimeras de ti mismo; sólo pido, deseo bien comedido, que, pues te quiero, me quieras. Pero, ¡ay de mí, desdichada! ¡Mi marido! ¿Qué haré? Tiemblo y temo, aunque bien sé que vengo bien disfrazada.
[Sale] su MARIDO
LUGO: Sosegaos, no os desviéis, que no os ha de descubrir. DAMA: Aunque me quisiera ir, no puedo mover los pies. MARIDO: Señor Lugo, ¿qué hay de nuevo? LUGO: Cierta cosa que contaros, que me obligaba a buscaros. DAMA: (Irme quiero, y no me atrevo.) [Aparte] MARIDO: Aquí me tenéis; mirad lo que tenéis que decirme. DAMA: (Harto mejor fuera irme.) [Aparte] LUGO: Llegaos aquí y escuchad. La hermosura que dar quiso el cielo a vuestra mujer, con que la vino a hacer en la tierra un paraíso, ha encendido de manera de un mancebo el corazón, que le tiene hecho carbón de la amorosa hoguera. Es rico y es poderoso, y atrevido de tal modo, que atropella y rompe todo lo que es más dificultoso. No quiere usar de los medios de ofrecer ni de rogar, porque, en su mal, quiere usar de otros más breves remedios. Dice que la honestidad de vuestra consorte es tanta, que le admira y que le espanta tanto como la beldad. Por jamás le ha descubierto su lascivo pensamiento; que queda su atrevimiento, ante su recato, muerto. MARIDO: ¿Es hombre que entra en mi casa? LUGO: Róndala, mas no entra en ella. MARIDO: Quien casa con mujer bella, de su honra se descasa, si no lo remedia el cielo. DAMA: (¿Qué es lo que tratan los dos? Aparte ¿Si es de mí? ¡Válgame Dios, de cuántos males recelo! LUGO: Digo, en fin, que es tal el fuego que a este amante abrasa y fuerza, que quiere usar de la fuerza en cambio y lugar del ruego. Robar quiere a vuestra esposa, ayudado de otra gente como yo, desta valiente, atrevida y licenciosa. Hame dado cuenta dello, casi como a principal desta canalla mortal, que en hacer mal echa el sello. Yo, aunque soy mozo arriscado, de los de campo través, ni mato por interés, ni de ruindades me agrado. De ayudalle he prometido, con intento de avisaros; que es fácil el repararos, estando así prevenido. MARIDO: ¿Soy hombre yo de amenazas? Tengo valor, ciño espada. LUGO: No hay valor que pueda nada contra las traidoras trazas. MARIDO: En fin: ¿mi consorte ignora todo este cuento? LUGO: Así ella os ofende, como aquella cubierta y buena señora. Por el cielo santo os juro que no sabe nada desto. MARIDO: De ausentarla estoy dispuesto. LUGO: Eso es lo que yo procuro. MARIDO: Yo la pondré donde el viento apenas pueda tocalla. LUGO: En el recato se halla buen fin del dudoso intento. Retiradla, que la ausencia hace, pasando los días, volver las entrañas frías que abrasaba la presencia; y nunca en la poca edad tiene firme asiento amor, y siempre el mozo amador huye la dificultad. MARIDO: El aviso os agradezco, señor Lugo, y algún día sabréis de mi cortesía si vuestra amistad merezco. El nombre saber quisiera dese galán que me acosa. LUGO: Eso es pedirme una cosa que de quien soy no se espera. Basta que vais avisado de lo que más os conviene, y este negocio no tiene más de lo que os he contado. Vuestra consorte, inocente está de todo este hecho; vos, con esto satisfecho, haced como hombre prudente. MARIDO: Casa fuerte y heredad tengo en no pequeña aldea, y llaves, que harán que sea grande la dificultad que se oponga al mal intento dese atrevido mancebo. Quedaos, que en el alma llevo más de un vario pensamiento.
Vase el MARIDO
DAMA: Entre los dientes ya estaba el alma para dejarme; quise, y no pude mudarme, aunque más lo procuraba. ¡Mucho esfuerzo ha menester quien, con traidora conciencia, no se alborota en presencia de aquel que quiere ofender! LUGO: Y más si la ofensa es hecha de la mujer al marido. DAMA: El nublado ya se ha ido; hazme agora satisfecha, contándome qué querías a mi esclavo y mi señor. LUGO: Hanme hecho corredor de no sé qué mercancías. Díjele, si las quería, que fuésemos luego a vellas. DAMA: ¿De qué calidad son ellas? LUGO: De la mayor cuantía; que le importa, estoy pensando, comprallas, honor y hacienda. DAMA: ¿Cómo haré yo que él entienda esa importancia? LUGO: Callando. Calla y vete, y así harás muy segura su ganancia. DAMA: ¿Pues qué traza de importancia en lo de gozarnos das? LUGO: Ninguna que sea de gusto; por hoy, a lo menos. DAMA: Pues, ¿cuándo la darás, si es que gustas de lo que gusto? LUGO: Yo haré por verme contigo. Vete en paz. DAMA: Con ella queda, y el amor contigo pueda todo aquello que conmigo.
[Vase la DAMA]
LUGO: Como de rayo del cielo, como en el mar de tormenta, como de improviso afrenta y terremoto del suelo; como de fiera indignada, del vulgo insolente y libre, pediré a Dios que me libre de mujer determinada.
[Vase] Lugo. Sale el licenciado TELLO de Sandoval, amo de Cristóbal de Lugo, y el ALGUACIL que salió primero
TELLO: ¿Pasan de mocedades? ALGUACIL: Es de modo que, si no se remedia, a buen seguro que ha de escandalizar [al] pueblo todo. Como cristiano, a vuesa merced juro que piensa y hace tales travesuras, que nadie dél se tiene por seguro. TELLO: ¿Es ladrón? ALGUACIL: No, por cierto. TELLO: ¿Quita a escuras las capas en poblado? ALGUACIL: No, tampoco. TELLO: ¿Qué hace, pues? ALGUACIL: Otras cien mil diabluras. Esto de valentón le vuelve loco: aquí riñe, allí hiere, allí se arroja, y es en el trato airado el rey y el coco; con una daga que le sirve de hoja, y un broquel que pendiente tray al lado, sale con lo que quiere o se le antoja. Es de toda la hampa respetado, averigua pendencias y las hace, estafa, y es señor de lo guisado; entre rufos, él hace y él deshace, el corral de los Olmos le da parias, y en el dar cantaletas se complace. Por tres heridas de personas varias, tres mandamientos traigo y no ejecuto, y otros dos tiene el alguacil Pedro Arias. Muchas veces he estado resoluto de aventurallo todo y de prendelle, o ya a la clara, o ya con modo astuto; pero, viendo que da en favorecelle tanto vuesa merced, aun no me atrevo a miralle, tocalle ni ofendelle. TELLO: Esa deuda conozco que la debo. Y la pagaré algún día, y procuraré que Lugo use de más cortesía, o le seré yo verdugo, por vida del alma mía. Mas lo mejor es quitalle de aquesta tierra y llevalle a Méjico, donde voy, no obstante que puesto estoy en reñille y castigalle. Vuesa merced en buen hora vaya, que yo le agradezco el aviso, y desde agora todo por suyo me ofrezco. ALGUACIL: Ya adivino su mejora sacándole de Sevilla, que es tierra do la semilla holgazana se levanta sobre cualquiera otra planta que por virtud maravilla.
[Vase] el ALGUACIL
TELLO: ¡Que aqueste mozo me engañe, y que tan a suelta rienda a mi honor y su alma dañe! Pues yo haré, si no se enmienda, que de mi favor se extrañe: que, viéndose sin ayuda, será posible que acuda a la enmienda de su error; que a la sombra del favor crecen los vicios, sin duda.
[Vase] TELLO. Salen dos MÚSICOS con guitarras, y Cristóbal [de LUGO] con su broquel y daga de ganchos
LUGO: Toquen, que ésta es la casa, y al seguro que presto llegue el bramo a los oídos de la ninfa, que he dicho, jerezana, cuya vida y milagros en mi lengua viene cifrada en verso correntío. A la jácara toquen, pues comienzo. MÚSICO 1: ¿Quieres que le rompamos las ventanas antes de comenzar, porque esté atenta? LUGO: Acabada la música, andaremos aquestas estaciones. Vaya agora el guitarresco son, y el aquelindo.
Tocan
MÚSICOS: "Escucha, la que veniste de la jerezana tierra a hacer a Sevilla guerra en cueros, como valiente; la que llama su pariente al gran Miramamolín; la que se precia de ruin, como otras de generosas; la que tiene cuatro cosas, y aun cuatro mil, que son malas; la que pasea sin alas los aires en noche escura; la que tiene a gran ventura ser amiga de un lacayo; la que tiene un papagayo que siempre la llama puta; la que en vieja y en astuta da quinao a Celestina; la que, como golondrina, muda tierras y sazones; la que a pares, y aun a nones, ha ganado lo que tiene; la que no se desaviene por poco que se le dé; la que su palabra y fe que diese jamás guardó; la que en darse a sí excedió a las godeñas más francas; la que echa por cinco blancas las habas y el cedacillo."
Asómase a la ventana un [SASTRE] medio desnudo, con un paño de tocar y un candil
[SASTRE]: ¿Están en sí, señores? ¿No dan cata que no los oye nadie en esta casa? MÚSICO 1: ¿Cómo así, tajamoco? [SASTRE]:: Porque el dueño ha que está ya a la sombra cuatro días. MÚSICO 2: Convaleciente, di: ¿cómo, a la sombra? [SASTRE]: En la cárcel; ¿no entrevan? LUGO: ¿En la cárcel? Pues, ¿por qué la llevaron? [SASTRE]: Por amiga de aquel Pierres Papín, el de los naipes. MÚSICO 1: ¿Aquel francés giboso? [SASTRE]: Aquese mismo, que en la cal de la Sierpe tiene tienda. LUGO: ¡Éntrate, bodegón almidonado! MÚSICO 2: ¡Zabúllete, fantasma antojadiza! MÚSICO 1: ¡Escóndete, podenco cuartanario! [SASTRE]: Éntrome, ladroncitos en cuadrilla; zabúllome, cernícalos rateros; escóndome, corchetes a lo Caco. LUGO: ¡Vive Dios, que es de humor el hideputa! [SASTRE]: No tire nadie; estén las manos quedas, y anden las lenguas. MÚSICO 1: ¿Quién te tira, sucio? [SASTRE]: ¿Hay más? ¡Si no me abajo, cuál me paran! ¡Mancebitos, adiós!; que no soy pera, que me han de derribar a terronazos.
[Vase
LUGO: ¿Han visto los melindres del bellaco? No le tiran, y quéjase. MÚSICO 2: Éste es un sastre remendón muy donoso. MÚSICO 1: ¿Qué haremos? LUGO: Vamos a dar asalto al pastelero que está aquí cerca. MÚSICO 2: Vamos, que ya es hora que esté haciendo pasteles; que este ciego que viene aquí nos da a entender cuán cerca
[Sale] un CIEGO
viene ya el día. CIEGO: No he madrugado mucho, pues que ya suena gente por la calle. Hoy quiero comenzar por este sastre. LUGO: ¡Hola, ciego, buen hombre! CIEGO: ¿Quién me llama? LUGO: Tomad aqueste real, y diez y siete oraciones decid, una tras otra, por las almas que están en purgatorio. CIEGO: Que me place, señor, y haré mis fuerzas por decirlas devota y claramente. LUGO: No me las engulláis, ni me echéis sisa en ellas. CIEGO: No, señor; ni por semejas. A las Gradas me voy, y allí, sentado, las diré poco a poco. LUGO: ¡Dios os guíe!
Vase el CIEGO
MÚSICO 1: ¿Quédate para vino, Lugo amigo? LUGO: Ni aun un solo cornado. MÚSICO 2: ¡Vive Roque, que tienes condición extraordinaria! Muchas veces te he visto dar limosna al tiempo que la lengua se nos pega al paladar, y sin dejar siquiera para comprar un polvo de Cazalla. LUGO: Las ánimas me llevan cuanto tengo; mas yo tengo esperanza que algún día lo tienen de volver ciento por uno. MÚSICO 2: ¡A la larga lo tomas! LUGO: Y a lo corto; que al bien hacer jamás le falta premio.
Suena dentro como que hacen pasteles, y canta un [PASTELERO] dentro lo siguiente
[PASTELERO]: "¡Afuera, consejos vanos, que despertáis mi dolor! No me toquen vuestras manos; que, en los consejos de amor, los que matan son los sanos." MÚSICO 1: ¡Hola! Cantando está el pastelerazo, y, por lo menos, los "consejos vanos". ¿Tienes pasteles, cangilón con tetas? PASTELERO: ¡Músico de mohatra sincopado! LUGO: Pastelero de riego, ¿no respondes? PASTELERO: Pasteles tengo, mancebitos hampos; mas no son para ellos, corchapines. LUGO: ¡Abre, socarra, y danos de tu obra! PASTELERO: ¡No quiero, socarrones! ¡A otra puerta, que no se abre aquésta por agora! LUGO: ¡Por Dios, que a puntapiés la haga leña si acaso no nos abres, buenos vinos! PASTELERO: ¡Por Dios, que no he de abrir, malos vinagres! LUGO: "¡Agora lo veredes!", dijo Agrajes. MÚSICO 1: ¡Paso, no la derribes! ¡Lugo, tente!
Da de coces a la puerta; sale el PASTELERO y sus secuaces con palas y barrederos y asadores
PASTELERO: ¡Bellacos, no hay aquí Agrajes que valgan; que, si tocan historias, tocaremos palas y chuzos! MÚSICO 2: ¡Enciérrate, capacho! LUGO: ¿Quieres que te derribe aquesas muelas, remero de Carón el chamuscado? PASTELERO: ¡Cuerpo de mí! ¿Es Cristóbal el de Tello? MÚSICO 1: Él es. ¿Por qué lo dices, zangomango? PASTELERO: Dígolo porque yo le soy amigo y muy su servidor, y para cuatro o para seis pasteles no tenía para qué romper puertas ni ventanas, ni darme cantaletas ni matracas. Entre Cristóbal, sus amigos entren, y allánese la tienda por el suelo. LUGO: ¡Vive Dios, que eres príncipe entre príncipes, y que esa sumisión te ha de hacer franco de todo mi rigor y mal talante! Enváinense la pala y barrederas, y amigos usque ad mortem. PASTELERO: Por San Pito, que han de entrar todos, y la buena estrena han de hacer a la hornada, que ya sale; y más, que tengo de Alanís un cuero que se viene a las barbas y a los ojos. MÚSICO 1: De miedo hace todo cuanto hace aqueste marión. LUGO: No importa nada. Asgamos la ocasión por el harapo, por el hopo o copete, como dicen, ora la ofrezca el miedo o cortesía. El señor pastelero es cortesísimo, y yo le soy amigo verdadero, y hacer su gusto por mi gusto quiero.
[Vanse] todos. Sale ANTONIA, con su manto no muy aderezada sino honesta
ANTONIA: Si ahora yo le hallase en su aposento, no habría cosa de que más gustase; quizá a solas le diría alguna que le ablandase. Atrevimiento es el mío: pero dame esfuerzo y brío estos celos y este amor, que rinden con su rigor al más esento albedrío. Ésta es la casa, y la puerta, como pide mi deseo, parece que está entreabierta; mas, ¡ay!, que a sus quicios veo yacer mi esperanza muerta. Apenas puedo moverme; pero, en fin, he de atreverme, aunque tan cobarde estoy, porque en el punto de hoy está el ganarme o perderme.
Sale el inquisidor TELLO de Sandoval, con ropa de levantar, rezando en unas Horas
TELLO: Deus in adiutorium meum intende, Domine, ad adiuvandum me festina. Gloria Patri, et Filio et Spiritui Sancto, Sicut erat [in principio...] ¿Quién está ahí? ¿Qué rüido es ése? ¿Quién está ahí? Antonia ¡Ay desdichada de mí! ¿Qué es lo que me ha sucedido? TELLO: Pues, señora, ¿qué buscáis tan de mañana en mi casa? Éste de madrugar pasa. No os turbéis. ¿De qué os turbáis? ANTONIA: ¡Señor! TELLO: Adelante. ¿Qué es? Proseguid vuestra razón. ANTONIA: Nunca la errada intención supo enderezar los pies. A Lugo vengo a buscar. TELLO: ¿Mi criado? ANTONIA: Sí, señor. TELLO: ¿Tan de mañana? ANTONIA: El amor tal vez hace madrugar. TELLO: ¿Bien le queréis? ANTONIA: No lo niego; mas quiérole en parte buena. TELLO: El madrugar os condena. ANTONIA: Siempre es solícito el fuego. TELLO: En otra parte buscad materia que le apliquéis, que en mi casa no hallaréi[s] sino toda honestidad; y si el mozo da ocasión que le busquéis, yo haré que desde hoy más no os la dé. ANTONIA: Enójase sin razón vuesa merced; que, en mi alma, que el mancebo es de manera, que puede llevar do quiera entre mil honestos palma. Verdad es que él es travieso, matante, acuchillador; pero, en cosas del amor, por un leño le confieso. No me lleva a mí tras él Venus blanda y amorosa, sino su aguda ganchosa y su acerado broquel. TELLO: ¿Es valiente? ANTONIA: Muy bien puedes sin escrúpulo igualalle, y aun quizá será agravialle, a García de Paredes. Y por esto este mocito trae a todas las del trato muertas; por ser tan bravato; que en lo demás es bendito. TELLO: Óigole. Escondeos aquí, porque quiero hablar con él sin que os vea. ANTONIA: ¡Que no es él! TELLO: Es, sin duda; yo le oí. Después os daré lugar para hablarle. ANTONIA: Sea en buen hora.
Escóndese ANTONIA. Entra LUGO en cuerpo, pendiente a las espaldas el broquel y la daga, y trae el rosario en la mano
LUGO: Mi señor suele a esta hora de ordinario madrugar. Mirad si lo dije bien; hele aquí. Yo apostaré que hay sermón do no pensé. Acábese presto. Amén. TELLO: ¿De dónde venís, mancebo? LUGO: ¿De dó tengo de venir? TELLO: De matar y de herir, que esto para vos no es nuevo. LUGO: A nadie hiero ni mato. TELLO: Siete veces te he librado de la cárcel. LUGO: Ya es pasado aquése, y tengo otro trato. TELLO: Más sé que hay de un mandamiento para prenderte en la plaza. LUGO: Sí; mas ninguno amenaza a que dé coces al viento: que todas son liviandades de mozo las que me culpan, y a mí mismo me disculpan, pues no llegan a maldades. Ellas son cortar la cara a un valentón arrogante, una matraca picante, aguda, graciosa y rara; calcorrear diez pasteles o cajas de diacitrón; sustanciar una quistión entre dos jaques noveles; el tener en la dehesa dos vacas, y a veces tres, pero sin el interés que en el trato se profesa; procurar que ningún rufo se entone do yo estuviere, y que estime, sea quien fuere, la suela de mi pantufo. Estas y otras cosas tales hago por mi pasatiempo, demás que rezo algún tiempo los psalmos penitenciales; y, aunque peco de ordinario, pienso, y ello será ansí, dar buena cuenta de mí por las de aqueste rosario. TELLO: Dime, simple: ¿y tú no ves que desa tu plata y cobre, es dar en limosna al pobre del puerco hurtado los pies? Haces a Dios mil ofensas, como dices, de ordinario, ¿y con rezar un rosario, sin más, ir al cielo piensas? Entra por un libro allí, que está sobre aquella mesa. Dime: ¿qué manera es ésa de andar, que jamás la vi? ¿Hacia atrás? ¿Eres cangrejo? Vuélvete. ¿Qué novedad es ésa? LUGO: Es curiosidad y cortesano consejo que no vuelva el buen crïado las espaldas al señor. TELLO: Crïanza de tal tenor, en ninguno la he notado. Vuelve, digo. LUGO: Ya me vuelvo: que por esto el paso atrás daba. TELLO: En que eres Satanás desde agora me resuelvo. ¿Armado en casa? ¿Por suerte tienes en ella enemigos? Sí tendrás, cual son testigos los ministros de la muerte que penden de tu pretina, y en ellos has confirmado que el mozo descaminado, como tú, hacia atrás camina. ¡Bien iré a la Nueva España cargado de ti, malino; bien a hacer este camino tu ingenio y virtud se amaña! Si, en lugar de libros, llevas estas joyas que veo aquí, por cierto que das de ti grandes e ingeniosas pruebas. ¡Bien responde la esperanza en que engañado he vivido al cuidado que he tenido de tu estudio y tu crïanza! ¡Bien me pagas, bien procuras que tu humilde nacimiento en ti cobre nuevo asiento, menos bríos y venturas! En balde será avisarte, por ejemplos que te den, que nunca se avienen bien Aristóteles y Marte, y que está en los aranceles de la discreción mejor que no guardan un tenor las súmulas y broqueles. Espera, que quiero darte un testigo de quién eres, si es que hacen las mujeres alguna fe en esta parte. Salid, señora, y hablad a vuestro duro diamante, honesto, pero matante, valiente, pero rufián.
Sale ANTONIA
LUGO: Demonio, ¿quién te ha traído aquí? ¿Por qué me persigues, si ningún fruto consigues de tu intento malnacido?
[Sale] LAGARTIJA, asustado
TELLO: Mancebo, ¿qué buscáis vos? ¡Con sobresalto venís! ¿Qué respondéis? ¿Qué decís? LAGARTIJA: Digo que me valga Dios; digo que al so Lugo busco. TELLO: Veisle ahí: dadle el recado. LAGARTIJA: De cansado y de turbado, en las palabras me ofusco. LUGO: Sosiégate, Lagartija, y dime lo que me quieres. LAGARTIJA: Considerando quién eres, mi alma se regocija y espera de tu valor que saldrás con cualquier cosa. LUGO: Bien; ¿qué hay? LAGARTIJA: ¡A Carrascosa le llevan preso, señor! LUGO: ¿Al padre? LAGARTIJA: Al mismo. LUGO: ¿Por dónde le llevan? ¡Dímelo, acaba! LAGARTIJA: Poquito habrá que llegaba junto a la puerta del conde del Castellar. LUGO: ¿Quién le lleva, y por qué, si lo has sabido? LAGARTIJA: Por pendencia, a lo que he oído; y el alguacil Villanueva, con dos corchetes, en peso le llevan, como a un ladrón. ¡Quebrárate el corazón si le vieras! LUGO: ¡Bueno es eso! Camina y guía, y espera buen suceso deste caso, si los alcanza mi paso. LAGARTIJA: ¡Muera Villanueva! LUGO: ¡Muera!
Va[n]se LAGARTIJA y LUGO, alborotados
TELLO: ¿Qué padre es éste? ¿Por dicha, llevan a algún fraile preso? ANTONIA: No, señor, no es nada deso: que éste es padre de desdicha, puesto que en su oficio gana más que dos padres, y aun tres. TELLO: Decidme de qué Orden es. ANTONIA: De los de la casa llana. Es alcaide, con perdón, señor, de la mancebía, a quien llaman padre hoy día las de nuestra profesión; su tenencia es casa llana, porque se allanan en ella cuantas viven dentro della. TELLO: Bien el nombre se profana en eso de alcaide y padre, nombres honrados y buenos. ANTONIA: Quien vive en ella, a lo menos, no estará sin padre y madre jamás. TELLO: Ahora bien: señora, id con Dios, que a este mancebo yo os le pondré como nuevo. ANTONIA: Tras él voy. TELLO: Id en buen hora.
[Vanse TELLO y ANTONIA, cada uno por su puerta]. Sale el ALGUACIL que suele, con dos CORCHETES, que traen preso a Carrascosa, PADRE de la mancebía
PADRE: Soy de los Carrascosas de Antequera, y tengo oficio honrado en la república, y háseme de tratar de otra manera. Solíanme hablar a mí por súplica, y es mal hecho y mal caso que se atreva hacerme un alguacil afrenta pública. Si a un personaje como yo se lleva de aqueste modo, ¿qué hará a un mal hombre? Por Dios, que anda muy mal, sor Villanueva; mire que da ocasión a que se asombre el que viere tratarme desta suerte. ALGUACIL: Calle, y la calle con más prisa escombre, porque le irá mejor, si en ello advierte.
[Sale] a este instante LUGO, puesta la mano en la daga y el broquel; viene con él LAGARTIJA y LOBILLO
LUGO: Todo viviente se tenga, y suelten a Carrascosa para que conmigo venga, y no se haga otra cosa, aunque a su oficio convenga. Ea, señor Villanueva, dé de contentarme prueba, como otras veces lo hace. ALGUACIL: Señor Lugo, que me place. CORCHETE [1]: ¡Juro a mí que se le lleva! LUGO: Padre Carrascosa, vaya y éntrese en San Salvador, y a su temor ponga raya. LAGARTIJA: Este Cid Campeador mil años viva y bien haya. ALGUACIL: Cristóbal, eche de ver que no me quiero perder y que le sirvo. LUGO: Está bien; yo lo miraré muy bien cuando fuere menester. ALGUACIL: ¡Agradézcalo al padrino, señor padre! LOBILLO: No haya más, y siga en paz su camino. CORCHETE [1]: ¿Este mozo es Barrabás, o es Orlando el Paladino? ¡No hay hacer baza con él!
[Vanse] el ALGUACIL y los CORCHETES
PADRE: Nuevo español bravonel, con tus bravatas bizarras me has librado de las garras de aquel tacaño Luzbel. Yo me voy a retraer, por sí o por no. ¡Queda en paz, honor de la hampa y ser! LUGO: Dices bien, y aqueso haz, que yo después te iré a ver. ¡Bien se ha negociado! LOBILLO: Bien; sin sangre, sin hierro o fuego. LUGO: De cólera venía ciego, y enfadado. LOBILLO: Y yo también. Vamos a cortarla aquí con un polvo de lo caro. LUGO: En otras cosas reparo que me importan más a mí. Ir quiero agora a jugar con Gilberto, un estudiante que siempre ha sido mi azar, hombre que ha de ser bastante a hacerme desesperar. Cuanto tengo me ha ganado; solamente me han quedado unas súmulas, y a fe que, si las pierdo, que sé cómo esquitarme al doblado. LOBILLO: Yo te daré una baraja hecha, con que le despojes sin que le dejes alhaja. LUGO: ¡Largo medio es el que escoges! Otro sé por do se ataja. Juro a Dios omnipotente que, si las pierdo al presente, me he de hacer salteador. LOBILLO: ¡Resolución de valor y traza de hombre prudente! Si pierdes, ¡ojalá pierdas!, yo mostraré en tu ejercicio que estas manos no son lerdas. LAGARTIJA: Siempre fue usado este oficio de personas que son cuerdas, industriosas y valientes, por los casos diferentes que se ofrecen de contino. LOBILLO: De seguirte determino. LAGARTIJA: Por tuyo es bien que me cuentes. Ya ves que mi voluntad es de alquimia, que se aplica al bien como a la maldad. LUGO: Esa verdad testifica tu fácil habilidad. No te dejaré jamás; y adiós. LOBILLO: Lugo, ¿qué, te vas? LUGO: Luego seré con vosotros. LAGARTIJA: Pues, ¡sus!, vámonos nosotros a la ermita del Compás.
[Vanse] todos, y sale PERALTA, estudiante, y ANTONIA
ANTONIA: Si ha de ser hallarle acaso, mis desdichas son mayores. PERALTA: ¿Son celos, o son amores los que aquí os guían el paso, señora Antonia? ANTONIA: No sé, si no es rabia, lo que sea. PERALTA: Por cierto, muy mal se emplea en tal sujeto tal fe. ANTONIA: No hay parte tan escondida, do no se sepa mi historia. PERALTA: Hácela a todos notoria el veros andar perdida buscando siempre a este hombre. ANTONIA: ¿Hombre? Si él lo fuera, fuera descanso mi angustia fiera. Mas no tiene más del nombre; conmigo, a lo menos. PERALTA: ¿Cómo? ANTONIA: Esto, sin duda, es así; que Amor le hirió para mí con las saetas de plomo. No hay yelo que se le iguale. PERALTA: Pues, ¿por qué le queréis tanto? ANTONIA: Porque me alegro y me espanto de lo que con hombres vale. ¿Hay más que ver que le dan parias los más arrogantes, de la heria los matantes, los bravos de San Román? ¿Y hay más que vivir segura, la que fuere su respeto, de verse en ningún aprieto de los de nuestra soltura? Quien tiene nombre de suya, vive alegre y respetada; a razón enamorada, no hay ninguna que la arguya.
Vase ANTONIA
PERALTA: Estas señoras del trato precian más, en conclusión, un socarra valentón que un Medoro gallinato. En efecto, gran lisión es la desta moza loca. Ya la campanilla toca; entrémonos a lición.
[Vase] PERALTA, y salen GILBERTO, estudiante, y LUGO
GILBERTO: Ya irás contento, y ya puedes dejar de gruñir un rato, y ya puedes dar barato tal, que parezcan mercedes. Más me has ganado este día, que yo en ciento te he ganado. LUGO: Así es verdad. GILBERTO: Que buen grado le venga a mi cortesía. ¿Yo tus súmulas? ¡Estaba loco, sin duda ninguna! LUGO: Sucesos son de fortuna. GILBERTO Ya yo los adivinaba; porque al tahúr no le dura mucho tiempo el alegría, y el que de naipes se fía, tiene al quitar la ventura. Hoy de cualquiera quistión has de salir vitorioso; y adiós, señor ganancioso, que yo me vuelvo a lición.
[Vase] GILBERTO y sale el MARIDO de la mujer que salió primero
MARIDO Señor Lugo, a gran ventura tengo este encuentro. LUGO: Señor, ¿qué hay de nuevo? MARIDO: Aquel temor de ser ofendido aún dura. Tengo a mi consorte amada retirada en una aldea, y para que el sol la vea, apenas halla la entrada. Con aquel recato vivo que me mandasteis tener, y muérome por saber de quién tanto mal recibo. LUGO: Ya aquél que pudo poneros en cuidado está de suerte que llegará al de la muerte, y no al punto de ofenderos. Quietad con este seguro el celoso ansiado pecho. MARIDO: Con eso voy satisfecho, y de serviros lo juro. Hacer podéis de mi hacienda, Lugo, a vuestra voluntad. LUGO: Pasó mi necesidad, no hay ninguna que me ofenda; y así, sólo en recompensa recibo vuestro deseo. MARIDO: No aquel estilo en vos veo que el vulgo, engañado, piensa. Adiós, señor Lugo.
Vase
LUGO: Adiós.
[Sale] LAGARTIJA
Pues, Lagartija, ¿a qué vienes? LAGARTIJA: ¡Qué gentil remanso tienes! ¿No ves que dará las dos,
Reza LUGO
y te está esperando toda la chirinola hampesca? Ven, que la tarde hace fresca y a los tragos se acomoda. ¿Cuando te están esperando tus amigos con más gusto, andas, cual si fueras justo, avemarías tragando? O sé rufián, o sé santo; mira lo que más te agrada. Voime, porque ya me enfada tanta Gloria y Patri tanto.
Vase LAGARTIJA
LUGO: Solo quedo, y quiero entrar en cuentas conmigo a solas, aunque lo impidan las olas donde temo naufragar. Yo hice voto, si hoy perdía, de irme a ser salteador: claro y manifiesto error de una ciega fantasía. Locura y atrevimiento fue el peor que se pensó, puesto que nunca obligó mal voto a su cumplimiento. Pero, ¿dejaré por esto de haber hecho una maldad, adonde mi voluntad echó de codicia el resto? No, por cierto. Mas, pues sé que contrario con contrario se cura muy de ordinario, contrario voto haré, y así, le hago de ser religioso. Ea, Señor; veis aquí a este salteador de contrario parecer. Virgen, que Madre de Dios fuiste por los pecadores, ya os llaman salteadores; oídlos, Señora, vos. Ángel de mi guarda, ahora es menester que acudáis, y el temor fortalezcáis que en mi alma amarga mora. Ánimas de purgatorio, de quien continua memoria he tenido, séaos notoria mi angustia, y mi mal notorio; y, pues que la caridad entre esas llamas no os deja, pedid a Dios que su oreja preste a mi necesidad. Psalmos de David benditos, cuyos misterios son tantos que sobreceden a cuantos renglones tenéis escritos, vuestros conceptos me animen, que he advertido veces tantas, a que yo ponga mis plantas donde al alma no lastimen: no en los montes salteando con mal cristiano decoro, sino en los claustros y el coro desnudas, y yo rezando. ¡Ea, demonios: por mil modos a todos os desafío, y en mi Dios bueno confío que os he de vencer a todos!
[Vase], y suenan a este instante las chirimías; descúbrese una gloria o, por lo menos, un ÁNGEL, que, en cesando la música, diga
[ÁNGEL]: Cuando un pecador se vuelve a Dios con humilde celo, se hacen fiestas en el cielo. .......................[ - elve].

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El rufián dichoso, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002