JORNADA TERCERA


 
Salen ESCIPIÓN, y JUGURTA, y MARIO, romanos
ESCIPIÓN: En forma estoy contento en mirar cómo corresponde a mi gusto la ventura, y esta libre nación soberbia domo sin fuerzas, solamente con cordura. En viendo la ocasión, luego la tomo porque sé cuánto corre y se apresura, y si se pasa en cosas de la guerra, el crédito consume y vida atierra. Juzgábades a loco desvarío tener los enemigos encerrados, y que era mengua del romano brío no vencellos con modos más usados. Bien sé que lo habrán dicho; mas yo fío que los que fueron pláticos soldados dirán que es de tener en mayor cuenta la victoria que menos ensangrienta. ¿Qué gloria puede haber más levantada en las cosas de guerra que aquí digo que, sin quitar de su lugar la espada, vencer y sujetar al enemigo? Que cuando la victoria es granjeada con la sangre vertida del amigo, el gusto mengua que causar pudiera la que sin sangre tal ganada fuera.
Tocan una trompeta del muro de Numancia
JUGURTA: Oye, señor, que de Numancia suena el son de una trompeta, y me aseguro que decirte algo desde allá se ordena, pues el salir acá lo estorba el muro. Caravino se ha puesto en una almena y una señal ha hecho de seguro. Lleguémonos más cerca. ESCIPIÓN: Ea, lleguemos. No más; que desde aquí lo entenderemos.
Pónese CARAVINO en la muralla, con una bandera o lanza en la mano, y dice
CARAVINO: ¡Romanos! ¡Ah, romanos! Puede acaso ser de vosotros esta voz oída? MARIO: Puesto que más la bajes y hables paso, de cualquier tu razón será entendida. CARAVINO: Decid al general que alargue el paso al foso, porque viene dirigida a él una embajada. ESCIPIÓN: Dila presto, que yo soy Cipión. CARAVINO: Escucha el resto. Dice Numancia, general prudente, que consideres bien que ha muchos años que entre la nuestra y tu romana gente dura los males de la guerra extraños, y que, por evitar que no se aumente la dura pestilencia de estos daños quiere, si tú quisieres, acaballa con una breve y singular batalla. Un soldado se ofrece de los nuestros a combatir cerrado en estacada con cualquiera esforzado de los vuestros, para acabar contienda tan trabada; y al que los hados fueren tan siniestros, que allí le dejen sin la vida amada, si fuere el nuestro, darémoste la tierra; si el tuyo fuere, acábese la guerra. Y por seguridad de este concierto, daremos a tu gusto las rehenes. Bien sé que en él vendrás, porque estás cierto, de los soldados que a tu cargo tienes, y sabes que el menor, a campo abierto, hará sudar el pecho, rostro y sienes al más aventajado de Numancia; ansí que está segura tu ganancia. Porque a la ejecución se venga luego, respóndeme, señor, si estás en ello. ESCIPIÓN: Donaire es lo que dices, risa y juego, y loco el que pensase hacello. Usad el medio del humilde ruego, si queréis que se escape vuestro cuello de probar el rigor y filos diestros del romano cuchillo y brazos nuestros. La fiera que en la jaula está encerrada por su selvatiquez y fuerza dura, si puede allí con mano ser domada, y con el tiempo y medios de cordura, quien la dejase libre y desatada daría grandes muestras de locura. Bestias sois, y por tales encerradas os tengo donde habéis de ser domadas; mía será Numancia a pesar vuestro, sin que me cueste un mínimo soldado, y el que tenéis vosotros por más diestro, rompa por ese foso trincheado; y si en esto os parece que yo muestro un poco mi valor acobardado, el viento lleve agora esta vergüenza, y vuélvala la fama cuando venza.
Vanse ESCIPIÓN y los suyos, y dice CARAVINO
CARAVINO: ¿No escuchas más, cobarde? ¿Ya te escondes? ¿Enfádate la igual, justa batalla? Mal con tu nombradía correspondes; mal podrás de este modo sustentalla. En fin, como cobarde me respondes. Cobardes sois, romanos, vil canalla, en vuestra muchedumbre confïados, y no en los diestros brazos levantados. ¡Pérfidos, desleales, fementidos, crüeles, revoltosos y tiranos; cobardes, codiciosos, malnacidos, pertinaces, feroces y villanos; adúlteros, infames, conocidos por de industriosas mas cobardes manos! ¿Qué gloria alcanzaréis en darnos muerte, teniéndonos atados de esta suerte? En formado escuadrón o manga suelta, en la campaña rasa, do no pueda estorbar la mortal fiera revuelta el ancho foso y muro que la veda, será bien que, sin dar el pie la vuelta, y sin tener jamás la espada queda, ese ejército mucho bravo vuestro se viera con el poco flaco nuestro; mas como siempre estáis acostumbrados a vencer con ventajas y con mañas, estos conciertos, en valor fundados, no los admiten bien vuestras marañas; liebres en pieles fieras disfrazados, load y engrandeced vuestras hazañas, que espero en el gran Júpiter de veros sujetos a Numancia y a sus fueros.
Vase, y torna a salir fuera [CARAVINO] con TEÓGENES, MARANDRO, y otros
TEÓGENES: En términos nos tiene nuestra suerte, dulces amigos, que sería ventura de acabar nuestros daños con la muerte; por nuestro mal, por nuestra desventura, visteis del sacrificio el triste agüero, y a Marquino tragar la sepultura; el desafío no ha importado un cero; ¿de intentar, qué me queda? No lo siento. Uno es aceptar el fin postrero. Esta noche se muestre el ardimiento del numantino acelerado pecho, y póngase por obra nuestro intento. El enemigo muro sea deshecho; salgamos a morir a la campaña, y no como cobardes en estrecho. Bien sé que sólo sirve esta hazaña de que a nuestro morir se mude el modo, que con ella la muerte se acompaña. CARAVINO: Con este parecer yo me acomodo. Morir quiero rompiendo el fuerte muro y deshacello por mi mano todo; mas tiéneme una cosa mal seguro: que si nuestras mujeres saben esto, de que no haremos nada os aseguro. Cuando otra vez tuvimos presupuesto de huírnos y dejallas, cada uno fïado en su caballo y vuelo presto, ellas, que el trato a ellas importuno supieron, al momento nos robaron los frenos, sin dejarnos sólo uno. Entonces el huír nos estorbaron, y ansí lo harán agora fácilmente, si las lágrimas muestran que mostraron. MARANDRO: Nuestro designio a todas es patente; todas lo saben ya, y no queda alguna que no se queje de ello amargamente, y dicen que, en la buena o ruín fortuna, quieren en vida o muerte acompañarnos, aunque su compañia es importuna.
Entran cuatro MUJERES de Numancia, cada una con un niño en brazos y otros de las manos, y LIRA, doncella
Veislas aquí do vienen a rogaros no las dejéis en tantos embarazos. Aunque seáis de acero, han de ablandaros. Los tiernos hijos vuestros en los brazos las tristes traen. ¿No veis con qué señales de amor les dan los últimos abrazos? MUJER 1: Dulces señores míos, tras cien males, hasta aquí de Numancia padecidos, que son menores los que son mortales, y en los bienes también que ya son idos, siempre mostramos ser mujeres vuestras, y vosotros también nuestros maridos. ¿Por qué en las ocasiones tan siniestras que el cielo airado agora nos ofrece, nos dais de aquel amor tan cortas muestras? Hemos sabido, y claro se parece, que en las romanas manos arrojaros queréis, pues su rigor menos empiece, que no la hambre de que veis cercaros, de cuyas flacas manos desabridas por imposible tengo el escaparos. Peleando queréis dejar las vidas, y dejarnos también desamparadas, a deshonras y a muertes ofrecidas. Nuestro cuello ofreced a las espadas vuestras primero, que es mejor partido que vernos de enemigos deshonradas. Yo tengo en mi intención instituído que, si puedo, haré cuanto en mí fuere por morir do muriere mi marido. Esto mismo hará la que quisiere mostrar que no los miedos de la muerte estorban de querer a quien bien quiere, en buena o en mala, dulce, alegre suerte. MUJER 2: ¿Qué pensáis, varones claros? ¿Revolvéis aún todavía en la triste fantasía de dejarnos y ausentaros? ¿Queréis dejar, por ventura, a la romana arrogancia las vírgenes de Numancia para mayor desventura, y a los libres hijos vuestros queréis esclavos dejallos? ¿No será mejor ahogallos con los propios brazos vuestros? ¿Queréis hartar el deseo de la romana codicia, y que triunfe su injusticia de nuestro justo trofeo? ¿Serán por ajenas manos nuestras casas derribadas? Y las bodas esperadas, ¿hanlas de gozar romanos? En salir haréis error que acarrea cien mil yerros, porque dejáis sin los perros el ganado, y sin señor. Si al foso queréis salir, llevadnos en tal salida, porque tendremos por vida a vuestros lados morir. No apresuréis el camino al morir, porque su estambre cuidado tiene la hambre de cercenarla contino. MUJER 3: Hijos de estas triste madres, ¿qué es esto? ¿Cómo no habláis y con lágrimas rogáis que no os dejen vuestros padres? Basta que la hambre insana os acabe con dolor, sin esperar el rigor de la aspereza romana. Decidles que os engendraron libres, y libres nacistes, y que vuestra madres tristes también libres os crïaron. Decidles que, pues la suerte nuestra va tan decaída, que, como os dieron la vida ansimismo os den la muerte. ¡Oh muros de esta ciudad! Si podéis hablar, decid y mil veces repetid, "¡Numantinos, libertad!" Los templos, las casas vuestras levantadas en concordia, hoy piden misericordia hijos y mujeres vuestras. Ablandad, claros varones, esos pechos diamantinos, y mostrad cual numantinos, amorosos corazones; que no por romper el muro se remedia un mal tamaño. Antes, en ellos está el daño más propincuo y más seguro. LIRA: También las triste doncellas ponen en vuestra defensa el remedio de su ofensa y el alivio a sus querellas. No dejéis tan ricos robos a las codiciosas manos. Mirad que son los romanos hambrientos y fieros lobos. Desesperación notoria es ésta que hacer queréis, adonde sólo hallaréis breve muerte y larga gloria. Mas ya que salga mejor que yo pienso esta hazaña, ¿qué ciudad hay en España que quiera daros favor? Mi pobre ingenio os advierte que, si hacéis esta salida, al enemigo dais vida y a toda Numancia muerte. De vuestro acuerdo gentil los romanos burlarán; pero decidme, ¿qué harán tres mil con ochenta mil? Aunque tuviesen abiertos los muros y su defensa, seríades con ofensa mal vengados y bien muertos. Mejor es que la ventura o el daño que el cielo ordene o nos salve o nos condene de la vida o sepultura. TEÓGENES: Limpian los ojos húmedos del llanto, mujeres tiernas, y tené entendido que vuestra angustia la sentimos tanto, que responde al amor nuestro subido. Ora crezca el dolor, ora el quebranto sea por nuestro bien disminuído, jamás en muerte o vida os dejaremos; antes en muerte o vida os serviremos. Pensábamos salir al foso, ciertos antes de allí morir que de escaparnos, pues fuera quedar vivos aunque muertos si muriendo pudiéramos vengarnos; mas pues nuestros designios descubiertos han sido, y es locura aventurarnos. Amados hijos y mujeres nuestras, nuestras vidas serán de hoy más las vuestras. Sólo se ha de mirar que el enemigo no alcance de nosotros triunfo o gloria; antes ha de servir él de testigo que apruebe y eternice nuestra historia; y si todos venís en lo que digo, mil siglos durará nuestra memoria, y es que no quede cosa aquí en Numancia de do el contrario pueda hacer ganancia. En medio de la plaza se haga un fuego, en cuya ardiente llama licenciosa nuestras riquezas todas se echen luego, desde la pobre a la más rica cosa; y esto podréis tener a dulce juego cuando os declare la intención honrosa que se ha de efectüar después que sea abrasada cualquier rica presea. Y para entretener por algún hora la hambre que ya roe nuestros huesos, haréis descuartizar luego a la hora esos tristes romanos que están presos; y sin del chico al grande hacer mejora, repártense entre todos, que con ésos será nuestra comida celebrada por España, crüel necesitada. CARAVINO: Amigos, ¿qué os parece? ¿Estáis en esto? Digo que a mí me tiene satisfecho y que a la ejecución se venga presto de un tan extraño y tan honroso hecho. TEÓGENES: Pues yo de mi intención os diré el resto; después que sea lo que digo hecho, vamos a ser ministros todos luego de encender el ardiente y rico fuego. MUJER 1: Nosotras desde aquí ya comenzamos a dar con voluntad nuestros arreos y a las vuestras las vidas entregamos, como se han entregado los deseos. LIRA: Pues caminemos presto; vamos, vamos, y abrásense en un punto los trofeos que pudieran hacer ricas las manos y aun hartar la codicia de romanos.
Vanse todos y, al irse, MARANDRO ase a LIRA de la mano, y ella se detiene y entra LEONICIO y apártase a un lado y no le ven, y dice MARANDRO
MARANDRO: No vayas tan de corrida, Lira. Déjame gozar del bien que me puede dar en la muerte alegre vida. Deja que miren mis ojos un rato tu hermosura, pues tanto mi desventura se entretiene en mis enojos. ¡Oh, dulce Lira, que suenas contino en mi fantasía con tan süave agonía que vuelve en gloria mis penas! ¿Qué tienes? ¿Qué estás pensando, gloria de mi pensamiento? LIRA: Pienso cómo mi contento y el tuyo se va acabando; y no será su homicida el cerco de nuestra tierra; que primero que la guerra se me acabará mi vida. MARANDRO: ¿Qué dices, bien de mi alma? LIRA: Que me tiene tal la hambre, que de mi vital estambre llevará presto la palma. ¿Qué tálamo has de esperar de quien está en tal extremo, que te aseguro que temo antes de un hora expirar? Mi hermano ayer expiró, de la hambre fatigado; mi madre ya ha acabado, que la hambre la acabó; y si la hambre y su fuerza no ha rendido mi salud es porque la juventud contra su rigor me esfuerza; pero como ha tantos días que no le hago defensa, no pueden contra su ofensa las débiles fuerzas mías. MARANDRO: Enjuga, Lira, los ojos; deja que los tristes míos se vuelvan corrientes ríos nacido de tus enojos; y aunque la hambre ofendida te tenga tan sin compás, de hambre no morirás mientras yo tuviere vida. Yo me ofrezco de saltar el foso y el muro fuerte, y entrar por la misma muerte para la tuya excusar. El pan que el romano toca, sin que el temor me destruya, le quitaré de la suya para ponello en tu boca; con mi brazo haré carrera a tu vida y a mi muerte, porque más me mata el verte, señora, de esta manera. Yo te traeré de comer a pesar de los romanos, si ya son estas mis manos las mismas que solían ser. LIRA: Hablas como enamorado, Marandro; pero no es justo que tome gusto del gusto por tu peligro comprado. Poco podrá sustentarme cualquier robo que harás, aunque más cierto hallarás el perderme que el ganarme. Goza de tu mocedad, en sanidad ya crecida; que más importa tu vida que la mía en la ciudad. Tú podrás bien defendella de la enemiga acechanza, que no la flaca pujanza de esta tan triste doncella; ansí que, mi dulce amor, despide ese pensamiento, que yo no quiero sustento ganado con tu sudor; que aunque puedas alargar mi muerte por algún día, esta hambre que porfía al fin nos ha de acabar. MARANDRO: ¡En vano trabajas, Lira, de impedirme este camino, do mi voluntad y sino allá me convida y tira! Tú rogarás entretanto a los dioses que me vuelvan con despojos que resuelvan tu miseria y mi quebranto. LIRA: Marandro, mi dulce amigo, ¡ay!, no vais, que se me antoja que de tu sangre veo roja la espada del enemigo. No hagas esta jornada, Marandro, bien de mi vida, que, si es mala la salida muy peor será la entrada. Sí, quiero aplacar tu brío, por testigo pongo al cielo, que de tu daño recelo y no del provecho mío. Mas si acaso, amado amigo, prosigues esta contienda, lleva este abrazo por prenda de que me llevas contigo. MARANDRO: Lira, el cielo te acompañe. Vete, que a Leonicio veo. LIRA: Y a ti cumpla tu deseo y en ninguna cosa dañe.
Vase LIRA y [sale LEONICIO]
LEONICIO: Terrible ofrecimiento es el que has hecho, y en él, Marandro, se nos muestra claro que no hay cobarde enamorado pecho; aunque de tu virtud y valor raro debe más esperarse; mas yo temo que el hado infeliz se nos muestra avaro. He estado atento al miserable extremo que te ha dicho Lira en que se halla indigno, cierto, a su valor supremo, y que tú has prometido de libralla de este presente daño, y arrojarse en las armas romanas a batalla. Yo quiero, buen amigo, acompañarte y en impresa tan justa y tan forzosa con mis pequeñas fuerzas ayudarte. MARANDRO: ¡Oh amistad de mi alma venturosa! ¡Oh amistad no en trabajos dividida, ni en la ocasión más próspera y dichosa! Goza, Leonicio, de la dulce vida; quédate en la ciudad, que yo no quiero ser de tus verdes años homicida. Yo solo tengo de ir. Yo solo espero volver con los despojos merecidos a mi invïolable fe y amor sincero. LEONICIO: Pues ya tienes, Marandro, conocidos mis deseos, que, en buena o mala suerte, al sabor de los tuyos van medidos, sabrás que no los miedos de la muerte de ti me apartarán un solo punto, ni otra cosa, si la hay, que sea más fuerte. ¡Contigo tengo de ir; contigo junto he de volver, si ya el cielo no ordena que quede en tu defensa allá difunto! MARANDRO: Quédate, amigo; queda enhorabuena, porque si yo acabare aquí la vida, en esta impresa de peligros llena, que puedas a mi madre dolorida consolarla en el trance riguroso y a la esposa de mí tanto querida. LEONICIO: Cierto que estás, amigo, muy donoso en pensar que en tu muerte quedaría yo con tal quietud y tal reposo, que de consuelo alguno serviría a la doliente madre y triste esposa. Pues en la tuya está la muerte mía, segura tengo la ocasión dudosa; mira cómo ha de ser, Marandro amigo, y en el quedarme no me hables cosa. MARANDRO: Pues no puedo estorbarte el ir conmigo, en el silencio de esta noche oscura tenemos de saltar al enemigo. Lleva ligeras armas, que ventura es la que ha de ayudar al alto intento, que no la malla entretejida y dura. Lleva ansimismo puesto el pensamiento en robar y traer a buen recado lo que pudieres más de bastimento. LEONICIO: Vamos, que no saldré de tu mandado.
Vanse y salen dos NUMANTINOS
NUMANTINO 1: ¡Derrama, dulce hermano, por los ojos el alma en llanto amargo convertida! ¡Venga la muerte y lleve los despojos de nuestra miserable y triste vida! NUMANTINO 2: Bien poco durarán estos enojos; que ya la muerte viene apercebida para llevar en presto y breve vuelo a cuantos pisan de Numancia el suelo. Principios veo que prometen presto amargo fin a nuestra dulce tierra, sin que tengan cuidado de hacer esto los contrarios ministros de la guerra. Nosotros mismos, a quien ya es molesto y enfadoso el vivir que nos atierra, hemos dado sentencia irrevocable de nuestra muerte, aunque crüel, loable. En la plaza mayor ya levantada queda una ardiente y codiciosa hoguera, que, de nuestras riquezas ministrada, sus llamas suben a la cuarta esfera. Allí, con triste prisa acelerada y con mortal y tímida carrera, acuden todos, como santa ofrenda, a sustentar las llamas con su hacienda. Allí las perlas del rosado oriente, y el oro en mil vasijas fabricado, y el diamante y rubí más excelente, y la estimada púrpura y brocado, en medio del rigor fogoso ardiente de la encendida llama se ha arrojado; despojos do pudieran los romanos henchir los senos y ocupar las manos.
Aquí salen con cargas de ropa por una parte, y éntranse por otra
Vuelve al triste espectáculo la vista; verás con cuánta prisa y cuánta gana toda Numancia en numerosa lista aguija a sustentar la llama insana; y no con verde leño o seca arista no con materia al consumir liviana, sino con sus haciendas mal gozadas, pues se guardaron para ser quemadas. NUMANTINO 1: Si con esto acabara nuestro daño, pudiéramos llevallo con paciencia; mas, ¡ay!, que se ha de dar, si no me engaño, de que muramos todos crüel sentencia. ¡Primero que el rigor bárbaro extraño muestre en nuestras gargantas su inclemencia, verdugos de nosotros nuestras manos serán, y no los pérfidos romanos! Han ordenado que no quede alguna mujer, niño, ni viejo con la vida, pues al fin la crüel hambre importuna con más fiero rigor es su homicida. Mas ves allí a do asoma, hermano, una que, como sabes, fue de mí querida un tiempo con extremo tal de amores, cual es el que ella tiene de dolores.
Sale una mujer con una criatura en los brazos y otra de la mano, y ropa para echar en el fuego
MADRE: ¡Oh duro vivir molesto! ¿Terrible y triste agonía! HIJO: Madre, ¿por ventura habría quien nos diese pan por esto? MADRE: ¿Pan, hijo? ¡Ni aun otra cosa que semeje de comer! HIJO: ¿Pues tengo de fenecer de dura hambre rabiosa? ¡Con poco pan que me deis, madre, no os pediré más! MADRE: ¡Hijo, qué pena me das! HIJO: ¿Por qué, madre, no queréis? MADRE: Sí, quiero; mas ¿qué haré, que no sé dónde buscallo? HIJO: Bien podréis, madre, comprallo; si no, yo lo compraré. Mas por quitarme de afán, si alguno conmigo topa, le daré toda esta ropa por un pedazo de pan. MADRE: ¿Qué mamas, triste criatura? ¿No sientes que, a mi despecho, sacas ya del flaco pecho por leche, la sangre pura? Lleva la carne a pedazos y procura de hartarte, que no pueden ya llevarte mis flacos cansado brazos. Hijos, mi dulce alegría, ¿con qué os podré sustentar, si apenas tengo que os dar de la propia sangre mía? ¡Oh hambre terrible y fuerte, cómo me acabas la vida! ¡Oh guerra, sólo venida para causarme la muerte! HIJO: ¡Madre mía, que me fino! Aguijemos. ¿A dó vamos, que parece que alargamos la hambre con el camino? MADRE: Hijo, cerca está la plaza adonde echaremos luego en mitad del vivo fuego el peso que te embaraza.
Vase la mujer y el niño y quedan los dos
NUMANTINO 2: Apenas puede ya mover el paso la sin ventura madre desdichada, que, en tan extraño y lamentable caso, se ve de dos hijuelos rodeada. NUMANTINO 1: Todos, al fin, al doloroso paso vendremos de la muerte arrebatada. Mas moved vos, hermano, agora el vuestro, a ver qué ordena el gran senado nuestro.

FIN DE LA TERCERA JORNADA

La Numancia, Jornada IV  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 06 Jul 2006