JORNADA TERCERA


Salen RUSTÁN y MAMÍ
MAMÍ: A no volver tan presto del grave parasismo, la Sultana quedara sin padre, y sin maestro el elefante. Volvió, y a voces dijo: "¿Qué es de mi padre? ¡Ay triste! ¿Adónde está mi padre?," buscándole por todo con la vista. Sin esperar respuestas de preguntas tardías, el gran señor mandóme que acudiese a quitar del palo o fuego a los dos tarasíes, certísimo adivino que el más anciano era de su querida prenda el padre amado. Corrí, llegué, y hallélos a tiempo que ya estaba aguzando el verdugo las puntas de los palos del suplicio. El español maestro, apenas se vio libre, cuando, dando dos brincos, dijo: "¡Gracias a Dios y a mi dicípulo!;" creyendo, a lo que creo, que le daban la vida porque él el habla diese que tiene prometida al elefante. Al padre anciano truje ante la Gran Sultana, que con abrazos tiernos le recibió, besándole mil veces. Allí se dieron cuenta, aunque en razones cortas, de mil sucesos varios al padre y a la hija acontecidos. Finalmente, mandóme el Gran Señor que hiciese cómo en la judería se alojase su suegro. Ordena que le sirvan a la cristiana usanza, con pompa y aparato que dé fe de su amor y su grandeza. RUSTÁN: ¡Extraño caso es éste! Ámala tiernamente; su voluntad se rige por la de la cristiana. Al gran cadí no quiso escuchar, sospechoso que con reprehensiones pesadas sus intentos afearía. Quiere de aquí a dos días con ella y sus cautivas holgarse en el serrallo con bailes y con danzas cristianiscas. Músicos he buscado, cautivos y españoles, que alegres solenicen la fiesta, en el serrallo jamás vista. ¿Haré que vayan limpios y vestidos de nuevo? MAMÍ: Sí, pero como esclavos. RUSTÁN: A dar lugar el tiempo, mejor fuera que fueran como libres, con plumas y con galas, representando al vivo los saraos que en España se acostumbran. MAMÍ: No te metas en eso, pues ves que no es posible. RUSTÁN: Ya la Sultana tiene un vestido español. MAMÍ: ¿Y quién le hizo? [RUSTÁN]: Un judío le trujo de Argel, a do llegaron dos galeras de corso, colmas de barcas, fuertes de despojos, y allí compró el judío el vestido que he dicho. MAMÍ: Será indecencia grande vestirse una sultana ropa ajena. RUSTÁN: Tiene tanto deseo de verse sin el traje turquesco, que imagino que de jerga y sayal se vestiría, como el vestido fuese cortado a lo cristiano. MAMÍ: A mí, mas que se vista de hojas de palmitos o lampazos. RUSTÁN: Mamí, vete en buen hora, porque he de hacer mil cosas. MAMÍ: Y yo dos mil y tantas en el servicio del señor Oviedo.
[Vanse]. Salen la SULTANA y [CRISTIANO], su padre, vestido de negro
CRISTIANO: Hija, por más que me arguyas, no puedo darme a entender sino que has venido a ser lo que eres por culpas tuyas; quiero decir, por tu gusto: que, a tenerle más cristiano, no gozara este tirano de gusto que es tan injusto. ¿Qué señales de cordeles descubren tus pies y brazos? ¿Qué ataduras o qué lazos fueron para ti crüeles? De tu propia voluntad te has rendido, convencida desta licenciosa vida, desta pompa y majestad. SULTANA: Si yo de consentimiento pacífico he convenido con el deste descreído, ministro de mi tormento, todo el Cielo me destruya, y, atenta a mi perdición, se me vuelva en maldición, padre, la bendición tuya. Mil veces determiné antes morir que agradalle; mil veces, para enojalle, sus halagos desprecié; pero todo mi desprecio, mis desdenes y arrogancia fueron medio y circustancia para tenerme en más precio. Con mi celo le encendía, con mi desdén le llamaba, con mi altivez le acercaba a mí cuando más huía. Finalmente, por quedarme con el nombre de cristiana, antes que por ser sultana, medrosa vine a entregarme. CRISTIANO: Has de advertir en tu mal, y sé que lo advertirás, que, por lo menos, estás, hija, en pecado mortal. Mira el estado que tienes, y mira cómo te vales, porque está lleno de males, aunque parece de bienes. SULTANA: Pues sabrás aconsejarme, dime, mas es disparate: ¿será justo que me mate, ya que no quieren matarme? ¿Tengo de morir a fuerza de mí misma? Si no quiere él que viva, ¿me requiere matarme por gusto o fuerza? CRISTIANO: Es la desesperación pecado tan malo y feo, que ninguno, según creo, le hace comparación. El matarse es cobardía y es poner tasa a la mano liberal del Soberano Bien que nos sustenta y cría. Esta gran verdad se ha visto donde no puede dudarse: que más pecó en ahorcarse Judas que en vender a Cristo. SULTANA: Mártir soy en el deseo, y, aunque por agora duerma la carne frágil y enferma en este maldito empleo, espero en la luz que guía al cielo al más pecador, que ha de dar su resplandor en mi tiniebla algún día; y desta cautividad, adonde reino ofendida, me llevará arrepentida a la eterna libertad. CRISTIANO: Esperar y no temer es lo que he de aconsejar, pues no se puede abreviar de Dios el sumo poder. En su confïanza atino, y no en mal discurso pinto deste ciego laberinto a la salida el camino; pero si fuera por muerte, no la huyas, está firme. SULTANA: Mis propósitos confirme el cielo en mi triste suerte, para que, poniendo el pecho al rigor jamás pensado, él quede de mí pagado y vos, padre, satisfecho. Y voyme, porque esta tarde tengo mucho en que entender; que el Gran Señor quiere hacer de mis donaires alarde. Si os queréis hallar allí, padre, en vuestra mano está. CRISTIANO: ¿Cómo hallarse allí podrá quien está perdido aquí? Guardarás de honestidad el decoro en tus placeres, y haz aquello que supieres alegre y con brevedad; da indicios de bien crïada y bien nacida. SULTANA: Sí haré, puesto que sé que no s[é] de gracias algo, ni aun nada. CRISTIANO: ¡Téngate Dios de su mano! ¡Ve con él, prenda querida, malcontenta y bien servida; yo, triste y alegre en vano!
[Vanse], y la SULTANA se ha de vestir a lo cristiano, lo más bizarramente que pudiere. Salen los dos MÚSICOS, y MADRIGAL con ellos, como cautivos, con sus almillas coloradas, calzones de lienzo blanco, borceguíes negros, todo nuevo, con vueltas sin lechuguillas. MADRIGAL traiga unas sonajas, y los demás sus guitarras. Señálanse los MÚSICOS primero y segundo
[MÚSICO] 1: Otro es esto que estar al pie del palo, esperando la burla que os tenía algo de mal talante. MADRIGAL: ¡Por San Cristo, que estaba algo mohíno! Media entena habían preparado y puesto a punto para ser asador de mis redaños. [MÚSICO] 2: ¿Quién os metió a ser sastre? MADRIGAL: El que nos mete agora a todos tres a ser poetas, Músicos y danzantes y bailistas: el diablo, a lo que creo, y no otro alguno. [MÚSICO] 1: A no volver en sí la Gran Sultana tan presto, ¡cuál quedábades, bodega! MADRIGAL: Como conejo asado, y no en parrillas. ¡Mirad este tirano! [MÚSICO] 2: Hablad pasito. ¡Mala Pascua os dé Dios! ¿No se os acuerda de aquel refrán que dicen comúnmente que las paredes oyen? MADRIGAL: Hablo paso, y digo... [MÚSICO] 1: ¿Qué decís? No digáis nada. MADRIGAL: Digo que el Gran Señor tiene sus ímpetus, como otro cualquier rey de su tamaño, y temo que a cualquiera zancadilla que demos en la danza ha de pringarnos. [MÚSICO] 2: ¿Y sabéis vos danzar? MADRIGAL: Como una mula; pero tengo un romance correntío, que le pienso cantar a la loquesca, que trata ad longum todo el gran suceso de la grande sultana Catalina. [MÚSICO] 1: ¿Cómo lo sabéis vos? MADRIGAL: Su mismo padre me lo ha contado todo ad pedem litere. [MÚSICO] 2: ¿Qué cantaremos más? MADRIGAL: Mil zarabandas, mil zambapalos lindos, mil chaconas, y mil pésame dello, y mil folías. [MÚSICO] 1: ¿Quién las ha de bailar? MADRIGAL: La Gran Sultana. [MÚSICO] 2: Imposible es que sepa baile alguno, porque de edad pequeña, según dicen, perdió la libertad. MADRIGAL: Mirad, Capacho, no hay mujer española que no salga del vientre de su madre bailadora. [MÚSICO] 1: Ésa es razón que no la contradigo; pero dudo en que baile la Sultana por guardar el decoro a su persona. [MÚSICO] 2: También danzan las reinas en saraos. MADRIGAL: Verdad; y a solas mil desenvolturas, guardando honestidad, hacen las damas. [MÚSICO] 1: Si nos hubieran dado algún espacio para poder juntarnos y acordarnos, trazáramos quizá una danza alegre, cantada a la manera que se usa en las comedias que yo vi en España; y aun Alonso Martínez, que Dios haya, fue el primer inventor de aquestos bailes, que entretienen y alegran juntamente, más que entretiene un entremés [de] hambriento, ladrón o apaleado. [MÚSICO] 2: Verdad llana. MADRIGAL: Desta vez nos empalan; désta vamos a ser manjar de atunes y de tencas. [MÚSICO] 1: Madrigal, ésa es mucha cobardía; mentiroso adivino siempre seas.
[Sale] RUSTÁN
RUSTÁN: Amigos, ¿estáis todos? MADRIGAL: Todos juntos, como nos ves, con nuestros instrumentos; pero todos con miedo tal, que temo que habemos de oler mal desde aquí a poco. RUSTÁN: Limpios y bien vestidos vais, de nuevo; no temáis, y venid, que ya os espera el Gran Señor. MADRIGAL: [Yo] juro a mi pecado que voy. ¡Dios sea en mi ánima! [MÚSICO] 2: No temas, que nos haces temer sin cosa alguna, y ayuda a los osados la Fortuna.
[Vanse]. Sale MAMÍ a poner un estrado, con otros dos o tres garzones; tienden una alfombra turca, con cinco o seis almohadas de terciopelo de color
MAMÍ: Tira más desa parte, Muza, tira; entra por los cojines tú, Arnaute; y tú, Bairán, ten cuenta que las flores se esparzan por do el Gran Señor pisare, y enciende los pebetes. ¡Ea, acabemos!
Hácese todo esto sin responder los garzones, y, en estando puesto el estrado, entra el Gran TURCO, RUSTÁN y los MÚSICOs y MADRIGAL
TURCO: ¿Sois español[es], por ventura? MADRIGAL: Somos. TURCO: ¿De Aragón o andaluces? MADRIGAL: Castellanos. TURCO: ¿Soldados, o oficiales? MADRIGAL: Oficiales. TURCO: ¿Qué oficio tenéis vos? MADRIGAL: ¿Yo? Pregonero. TURCO: Y éste, ¿qué oficio tiene? MADRIGAL: Guitarrista: quiero decir que tañe una guitarra peor ochenta veces que su madre. TURCO: ¿Qué habilidad esotro tiene? MADRIGAL: Grande: costales cose, y sabe cortar guantes. TURCO: ¡Por cierto, los oficios son de estima! MADRIGAL: ¿Quisieras tú, señor, que el uno fuera herrero, y maestro de hacha fuera el otro, y el otro polvorista, o, por lo menos, maestro de fundar artillería? TURCO: A serlo, os estimara y regalara sobre cuantos cautivos tengo. MADRIGAL: Bueno; en humo se nos fuera la esperanza de tener libertad. TURCO: Cuando Alá gusta, hace cautivo aquél, y aquéste libre: no hay al querer de Alá quien se le oponga. Mirad si viene Catalina. RUSTÁN: Viene, y adonde pone la hermosa planta un clavel o azucena se levanta.
[Sale] la SULTANA, vestida a lo cristiano, como ya he dicho, lo más ricamente que pudiere; trae al cuello una cruz pequeña de ébano; salen con ella ZAIDA y ZELINDA, que son Clara y Lamberto, y los tres garzones que pusieron el estrado
TURCO: Bien vengas, humana diosa, con verdad, y no opinión; más que los cielos hermosa, centro do mi corazón se alegra, vive y reposa; a mis ojos más lozana que de abril fresca mañana, cuando, en brazos de la aurora, pule, esmalta, borda y dora el campo y al mundo ufana. No es menester mudar traje para que os rinda, contento, todo el orbe vasallaje. SULTANA: Tantas alabanzas siento que me han de servir de ultraje, pues siempre la adulación nunca dice la razón como en el alma se siente, y así, cuando alaba, miente. MADRIGAL: A un mentís, un bofetón. [MÚSICO]: Madrigal amigo, advierte dónde estamos; no granjees con tu lengua nuestra muerte. Turco Puede el valor que posees sobre el cielo engrandecerte. Ven, señora, y toma asiento, que hoy mi alma tiene intento, dulce fin de mis enojos, de hacerse toda ojos por mirarte a su contento.
Siéntese el TURCO y la SULTANA en las almohadas; quedan en pie RUSTÁN y MAMÍ y los MÚSICOs
MAMÍ: A la puerta está el cadí. TURCO: Ábrele, y entre, Mamí, pues no hay negarle la entrada. Esta visita me enfada, y más por hacerse aquí. Vendráme a reprehender, a reñir y a exagerar que tengo en mi proceder, como altivez en mandar, llaneza en obedecer. Inútil reprehensor ha de ser, porque el Amor, cuyas hazañas alabo, teniéndome por su esclavo no me deja ser señor.
[Sale] el CADÍ
CADÍ: ¿Qué es lo que veo? ¡Ay de mí! ¡Cielo, que esto consintáis! TURCO: ¡Por vida del gran Cadí, que no me reprehendáis, y que os sentéis junto a mí! Porque las reprehensiones piden lugar y ocasiones diferentes que éstas son. CADÍ: Enmudezca mi razón el silencio que me pones. Callo y siéntome. TURCO: Ansí haced. Vosotros, como he pedido, a darme gusto atended; que yo sabré, agradecido, hacer a todos merced. MADRIGAL: Antes de llegar al trance del baile nunca aprendido, oye, señor, un romance. MÚSICO 1: ¡Plega a Dios que este perdido no nos pierda en este lance! MADRIGAL: Y has de saber que es la historia de la vida de tu gloria; y cantaréle muy presto, porque soy único en esto, y lo sé bien de memoria. En un bajel de diez bancos, de Málaga, y en ivierno, se embarcó para ir a Orán un tal Fulano de Oviedo, hidalgo, pero no rico: maldición del siglo nuestro, que parece que el ser pobre al ser hidalgo es anejo. Su mujer y una hija suya, niña, y hermosa en extremo, por convenirles ansí, también con él se partieron. El mar les aseguraba el tiempo, por ser de enero, sazón en que los cosarios se recogen en sus puertos; pero como las desgracias navegan con todos vientos, una les vino tan mala, que la libertad perdieron. Morato Arráez, que no duerme por desvelar nuestro sueño, en aquella travesía alcanzó al bajel ligero; hizo escala en Tetuán y a la niña vendió luego a un famoso y rico moro, cuyo nombre es Alí Izquierdo. La madre murió de pena; al padre a Argel le trujeron, adonde sus muchos años le escusaron de ir al remo. Cuatro años eran pasados, cuando Morato, volviendo a Tetuán, vio a la niña más hermosa que el sol mesmo. Compróla de su patrón, cuatrodoblándole el precio que había dado por ella a Alí, comprador primero, el cual le dijo a Morato: "De buena gana la vendo, pues no la puedo hacer mora por dádivas ni por ruegos. Diez años tiene apenas; mas tal discreción en ellos, que no les hacen ventaja los maduros de los viejos. Es gloria de su nación y de fortaleza ejemplo; tanto más cuanto es más sola, y de humilde y frágil sexo." Con la compra el gran cosario sobremanera contento, se vino a Constantinopla, creo el año de seiscientos; presentóla al Gran Señor, mozo entonces, el cual luego del serrallo a los eunucos hizo el estremado entrego. En Zoraida el Catalina, su dulce nombre, quisieron trocarle; mas nunca quiso, ni el sobrenombre de Oviedo. Viola al fin el Gran Señor, después de varios sucesos, y, cual si mirara al sol, quedó sin vida y suspenso; ofrecióle el mayorazgo de sus estendidos reinos, y diole el alma en señal... TURCO: ¡Qué gran verdad dice en esto! MADRIGAL: ...consiéntale ser cristiana. CADÍ: ¡Extraño consentimiento! TURCO: Calla, amigo; no me turbes, que estoy mis dichas oyendo. MADRIGAL: ...Cómo no la halló su padre, contar aquí no pretendo: que serán cuentos muy largos, si he de abreviar este cuento; basta que vino a buscalla por discursos y rodeos dignos de más larga historia y de otra sazón y tiempo. Hoy Catalina es Sultana, hoy reina, hoy vive y hoy vemos que del león otomano pisa el indomable cuello; hoy le rinde y avasalla, y, con no vistos estremos, hace bien a los cristianos. Y esto sé deste suceso. MÚSICO 2: ¡Oh repentino poeta! El rubio señor de Delo, de su agua de Aganipe te dé a beber un caldero. MÚSICO 1: Paladéente las musas con jamón y vino añejo de Rute y Ciudarreal. MADRIGAL: Con San Martín me contento. CADÍ: ¡El diablo es este cristiano! Yo le conozco, y sé cierto que sabe más que Mahoma. TURCO: Hacerles mercedes pienso. MADRIGAL: Tú, señora, a nuestra usanza ven, que has de ser de una danza la primera y la postrera. SULTANA: El gusto desa manera del Gran Señor no se alcanza; que, como la libertad perdí tan niña, no sé bailes de curiosidad. MADRIGAL: Yo, señora, os guïaré. SULTANA: En buen hora comenzad.
Levántase la SULTANA a bailar, y ensáyase este baile bien. Cantan los MÚSICOs
[MÚSICOs]: A vos, hermosa española, tan rendida el alma tengo, que no miro por mi gusto por mirar al gusto vuestro; por vos ufano y gozoso a tales estremos vengo, que precio ser vuestro esclavo más que mandar mil imperios; por vos, con discurso claro, puesto que puedo, no quiero admitir reprehensiones ni escuchar graves consejos; por vos, contra mi Profeta, que me manda en sus preceptos que aborrezca a los cristianos, por vos, no los aborrezco; con vos, niña de mis ojos, todas mis venturas veo, y sé que, sin duda alguna, por vos vivo y por vos muero.
Muda el baile
Escuchaba la niña los dulces requiebros, y está de su alma su gusto lejos. Como tiene intento de guardar su ley, requiebros del rey no le dan contento. Vuelve el pensamiento a parte mejor, sin que torpe amor le turbe el sosiego. Y está de su alma su gusto lejos. Su donaire y brío extremos contienen que del Turco tienen preso el albedrío. Arde con su frío, su valor le asombra, y adora su sombra, puesto que ve cierto que está de su alma su gusto lejos. TURCO: Paso, bien mío, no más, porque me llevas el alma tras cada paso que das. Déte el donaire la palma, la ligereza y compás. Alma mía, sosegad, y si os cansáis, descansad; y en este dichoso día la liberal mano mía a todos da libertad.
Híncanse delante del TURCO, en diciendo esto, todos de rodillas: los cautivos, y ZAIDA y ZELINDA, los garzones y la SULTANA
SULTANA: ¡Mil veces los pies te beso! ZELINDA: ¡éste ha sido para mí felicísimo suceso! TURCO: Catalina, ¿estás en ti? SULTANA: No, señor, yo lo confieso: que con la grande alegría de la suma cortesía que has con nosotros usado, tengo el sentido turbado. TURCO: Levanta, señora mía, que a ti no te comprehende la merced que quise hacer; .................. [-ende] y, si la queréis saber, a los esclavos se extiende, y no a ti, que eres señora de mi alma, a quien adora como si fueses su Alá. ZELINDA: ¡Cerróseme el cielo ya! ¡Llegó de mi fin la hora! No sé, Clara, qué temores de nuevo me pronostican el fin de nuestros amores, y que ha de ser significan nuevo ejemplo de amadores. Creí que la libertad que la liberalidad del Gran Señor prometía, a nosotros se extendía, mas no ha salido verdad. ZAIDA: Calla, y mira que no des indicio de la sospecha, que me contarás después. CADÍ: ¿De la merced tan bien hecha no han de gozar estos tres? TURCO: Los dos, sí; pero éste no, que es aquél que se ofreció de mostrar al elefante a hablar turquesco elegante. MADRIGAL: ¡Cuerpo de quien me parió! ¿Ahí llegamos ahora? TURCO: Enséñele, y llegará de su libertad la hora. MADRIGAL: Hora menguada será, si Andrea no la mejora. Pondré pies en polvorosa; tomaré de Villadiego las calzas. CADÍ: Es tan hermosa Catalina, que no niego ser su suerte venturosa. Pero, entre estos regocijos, atiende, hijo, a hacer hijos, y en más de una tierra siembra. TURCO: Catalina es bella hembra. CADÍ: Y tus deseos prolijos. TURCO: ¿Cómo prolijos, si están a sólo un objeto atentos? CADÍ: Los sucesos lo dirán. TURCO: Con todo, tus documentos por mí en obra se pondrán.
Escucha aparte, MAMÍ
MADRIGAL: Y escuche, señor Cadí, cosas que le importan mucho. .....................[ -í] CADÍ: Ya, Madrigal, os escucho. MADRIGAL: Pues ya hablo, y digo ansí: que me vengan luego a ver treinta escudos, que han de ser para comprar al instante un papagayo elegante que un indio trae a vender. De las Indias del Poniente, el pájaro sin segundo viene a enseñar suficiente a la ignorante del mundo sabia y rica y pobre gente. Lo que dice te diré, pues ya sabes que lo sé por ciencia divina y alta. CADÍ: Ve por ellos, que sin falta en mi casa los daré. TURCO: Mamí, mira que sea luego, porque he de volver al punto. Venid, yesca de mi fuego, divino y propio trasunto de la madre del dios ciego. Venid vosotros, gozad de la alegre libertad que he concedido a los dos. MÚSICO 2: ¡Concédate el alto Dios siglos de felicidad! MADRIGAL: Dicípulo, ¿dónde hallaste una paga tan perdida del gran bien que en mí cobraste? Que si me diste la vida, la libertad me quitaste. Desto infiero, juzgo y siento que no hay bien sin su descuento, ni mal que algún bien no espere, si no es el mal del que muere y va al eterno tormento.
Vanse todos, si no es MAMÍ y RUSTÁN, que quedan
MAMÍ: ¿Qué piensas que me quería el Gran Sultán? RUSTÁN: No sé cierto; pero saberlo querría. MAMÍ: él tiene, y en ello acierto, voluble la fantasía. Quiere renovar su fuego y volver al dulce fuego de sus pasados placeres; quiere ver a sus mujeres, y no tarde, sino luego. Cuadróle mucho el consejo del gran Cadí, que le dijo, como astuto, sabio y viejo: "Hijo, hasta hacer un hijo que sembréis os aconsejo en una y en otra tierra: que si ésta no, aquélla encierra alegre fertilidad." RUSTÁN: Fundado en esa verdad, Amurates poco yerra. Poco agravia a la Sultana, pues por tener heredero cualquier agravio se allana. MADRIGAL: Y aun es mejor, considero, no haberle en una cristiana de cuantas cautivas tiene. ¿Quién es ésta que aquí viene? RUSTÁN: Dos son. MAMÍ: Estas dos serán las que principio darán al alarde. RUSTÁN: Así conviene, que son en extremo bellas.
[Salen] Clara y Lamberto; y, como se ha dicho, son ZAIDA y ZELINDA
ZELINDA: No puedo de mis querellas darte cuenta, que aún aquí se están Rustán y Mamí. ZAIDA: Pon silencio, amigo, en ellas. MAMÍ: Cada cual de vosotras pida al cielo que la suerte le sea favorable en que Sultán la mire y le contente. ZELINDA: ¿Pues cómo? ¿El Gran Señor vuelve a su usanza? RUSTÁN: Y en este punto se ha de hacer alarde de todas sus cautivas. ZAIDA: ¿Cómo es esto? ¿Tan presto se le fue de la memoria la singular belleza que adoraba? El suyo no es amor, sino apetito. RUSTÁN: Busca dónde hacer un heredero, y sea en quien se fuere; ésta es la causa de mostrarse inconstante en sus amores. MAMÍ: ¿Dónde pondré a Zelinda que la mire? Que t[i]ene parecer de ser fecunda. ¿Será bien al principio? ZELINDA: ¡Ni por pienso! Remate sean de la hermosa lista Zaida y Zelinda. MAMÍ: Sean en buen hora, pues que dello gustáis. RUSTÁN: Mira, Zelinda: da rostro al Gran Señor; muéstrale el vivo varonil resplandor de tus dos soles: quizá te escogerá, y serás dichosa dándole el mayorazgo que desea. Aquí será el remate de la cuenta. Quedaos en tanto que a las otras pongo en numerosa lista. ZAIDA: Yo obedezco. ZELINDA: Y yo que aquí nos pongas te agradezco.
Vanse MAMÍ y RUSTÁN
ZELINDA: ¡Ahora sí que es llegada la infelicísima hora, antes de venir, menguada! ¿Qué habemos de hacer, señora, yo varón y tú preñada? Que si Amurates repara en esa tu hermosa cara, escogeráte, sin duda: y no hay prevención que acuda a desventura tan clara. Y si, por desdicha, fuese tan desdichada mi suerte que el Gran Señor me escogiese... ZAIDA: Veréme en el de mi muerte, si en ese paso te viese. ZELINDA: ¿No será bien afearnos los rostros? ZAIDA: Será obligarnos a dar razón del mal hecho, y será tan sin provecho que ella sea en condenarnos. ZELINDA: Mira qué prisa se dan el renegado Mamí y el mal cristiano Rustán. Ya las cautivas aquí llegan: ya todas están; yo seguro, si las cuentas, que hallarás más de docientas. ZAIDA: Y todas, a lo que creo, con diferente deseo del nuestro, pero contentas. ¡Oh, qué de paso que pasa por todas el Gran Señor! A más de la mitad pasa. ZELINDA: Clara, un helado temor el corazón me traspasa. ¡Plegue a Dios que, antes que llegue, el cielo a la tierra pegue sus pies! ZAIDA: Quizá escogerá primero que llegue acá. ZELINDA: Y si llegare, ¡que ciegue!
[Salen] el Gran TURCO, MAMÍ y RUSTÁN
TURCO: De cuantas quedan atrás no me contenta ninguna. Mamí, no me muestres más. MAMÍ: Pues entre estas dos hay una en quien te satisfarás. RUSTÁN: Alzad, que aquí la vergüenza no conviene que os convenza; alzad el rostro las dos. TURCO: ¡Catalina, como vos, no hay ninguna que me venza! Mas, pues lo quiere el cadí, y ello me conviene tanto, ésta me trairéis, Mamí.
Échale un pañizuelo el TURCO a ZELINDA y vase
RUSTÁN: ¿Tú solenizas con llanto la dicha de estotra? ZAIDA: Sí; porque quisiera yo ser la que alcanzara tener tal dicha. MAMÍ: Zelinda, vamos. RUSTÁN: Sola y triste te dejamos. ZAIDA: ¡Tengo envidia, y soy mujer!
Vanse RUSTÁN y MAMÍ, y llevan a ZELINDA, que es Lamberto
¡Oh mi dulce amor primero! ¿Adónde vas? ¿Quién te lleva a la más extraña prueba que hizo amante verdadero? Esta triste despedida bien claro me da a entender que, por tu sobra, ha de ser mi falta más conocida. ¿Qué remedio habrá que cuadre en tan grande confusión, si eres, Lamberto, varón, y te quieren para madre? ¡Ay de mí, que de la culpa de nuestro justo deseo, por ninguna suerte veo ni remedio ni disculpa!
Sale la SULTANA
SULTANA: Zaida, ¿qué has? ZAIDA: Mi señora, no alcanzo cómo te diga el dolor que [en] mi alma mora: Zelinda, aquella mi amiga que estaba conmigo ahora, al Gran Señor le han llevado. SULTANA: ¿Pues eso te da cuidado? ¿No va a mejorar ventura? ZAIDA: Llévanla a la sepultura; que es varón y desdichado. Ambos a dos nos quisimos desde nuestros años tiernos, y ambos somos transilvanos, de una patria y barrio mesmo. Cautivé yo por desgracia, que ahora no te la cuento porque el tiempo no se gaste sin pensar en mi remedio; él supo con nueva cierta el fin de mi cautiverio, que fue traerme al serrallo, sepulcro de mis deseos, y los suyos de tal suerte le apretaron y rindieron, que se dejó cautivar con un discurso discreto. Vistióse como mujer, cuya hermosura al momento hizo venderla al Gran Turco sin conocerla su dueño. Con este designio extraño salió con su intento Alberto, que éste es el nombre del triste por quien muero y por quien peno. Conocióme y conocíle, y destos conocimientos he quedado yo preñada; que lo estoy, y estoy muriendo. Mira, hermosa Catalina, que con este nombre entiendo que te alegras: ¿qué he de hacer en mal de tales estremos? Ya estará en poder del Turco el desdichado mancebo, enamorado atrevido, más constante que no cuerdo; ya me parece que escucho que vuelve Mamí diciendo: "Zaida, ya de tus amores se sabe todo el suceso. ¡Dispónte a morir, traidora, que para ti queda el fuego encendido, y puesto el gancho para enganchar a Lamberto!" SULTANA: Ven conmigo, Zaida hermosa, y ten ánima, que espero, en la gran bondad de Dios, salir bien de aqueste estrecho.
[Vanse] las dos. Sale el Gran TURCO, y trae asido del cuello a Lamberto [ZELINDA], con una daga desenvainada. Sale[n] con él CADÍ y MAMÍ
TURCO: ¡A mí el ser verdugo toca de tan infame maldad! [ZELINDA]: Tiempla la celeridad que aun tu grandeza apoca; déjame hablar, y dame después la muerte que gustes. TURCO: No podrás con tus embustes que tu sangre no derrame. CADÍ: Justo es escuchar al reo: Amurates, óyele. TURCO: Diga, que yo escucharé. MAMÍ: Que se disculpe deseo. [ZELINDA]: Siendo niña, a un varón sabio oí decir las excelencias y mejoras que tenía el hombre más que la hembra; desde allí me aficioné a ser varón, de manera que le pedí esta merced al Cielo con asistencia. Cristiana me la negó, y mora no me la niega Mahoma, a quien hoy gimiendo, con lágrimas y ternezas, con fervorosos deseos, con votos y con promesas, con ruegos y con suspiros que a una roca enternecieran, desde el serrallo hasta aquí, en silencio y con inmensa eficacia, le he pedido me hiciese merced tan nueva. Acudió a mis ruegos tiernos, enternecido, el Profeta, y en un instante volvióme en fuerte varón de hembra; y si por tales milagros se merece alguna pena, vuelva el Profeta por mí, y por mi inocencia vuelva. TURCO: ¿Puede ser esto, cadí? CADÍ: Y sin milagro, que es más. TURCO: Ni tal vi, ni tal oí. CADÍ: El cómo es esto sabrás, cuando quisieres, de mí, y la razón te dijera ahora si no viniera la Sultana, que allí veo. TURCO: Y enojada, a lo que creo. [ZELINDA]: ¡Mi desesperar espera!
[Salen] la SULTANA y ZAIDA
SULTANA: ¡Cuán fácilmente y cuán presto has hecho con esta prueba tu tibio amor manifiesto! ¡Cuán presto el gusto te lleva tras el que es más descompuesto! Si es que estás arrepentido de haberme, señor, subido desde mi humilde bajeza a la cumbre de tu alteza, déjame, ponme en olvido. Bien, cuitada, yo temía que estas dos habían de ser azares de mi alegría; bien temí que había de ver este punto y este día. Pero, en medio de mi daño, doy gracias al desengaño, y, porque yo no perezca, no ha dejado que más crezca tu sabroso y dulce engaño. Échalas de ti, señor, y del serrallo al momento: que bien merece mi amor que me des este contento y asegures mi temor. Todos mis placeres fundo en pensar no harás segundo yerro en semejante cosa. TURCO: Más precio verte celosa, que mandar a todo el mundo, si es que son los celos hijos del Amor, según es fama, y, cuando no son prolijos, aumentan de amor la llama, la gloria y los regocijos. SULTANA: Si por dejar herederos este y otro desafueros haces, bien podré afirmar que yo te los he de dar, y que han de ser los primeros, pues tres faltas tengo ya de la ordinaria dolencia que a las mujeres les da. TURCO: ¡Oh archivo do la prudencia y la hermosura está! Con la nueva que me has dado, te prometo, a fe de moro bien nacido y bien criado, de guardarte aquel decoro que tú, mi bien, me has guardado; que los cielos, en razón de no dar más ocasión a los celos que has tenido, a Zelinda han convertido, como hemos visto, en varón. Él lo dice, y es verdad, y es milagro, y es ventura, y es señal de su bondad. SULTANA: Y es un caso que asegura sin temor nuestra amistad. Y, pues tal milagro pasa, con Zaida a Zelinda casa, y con lágrimas te ruego los eches de casa luego; no estén un punto en tu casa, que no quiero ver visiones. ZAIDA: En duro estrecho me pones, que no quisiera casarme. SULTANA: Podrá ser vengáis a darme por esto mil bendiciones. Hazles alguna merced, que no los he de ver más. TURCO: Vos, señora, se la haced. RUSTÁN: ¿Ha visto el mundo jamás tal suceso? TURCO: Disponed, señora, a vuestro albedrío de los dos. SULTANA: Bajá de Xío, Zelinda o Zelindo es ya. TURCO: ¿Cómo tan poco le da tu gran poder, si es el mío? Bajá de Rodas le hago, y con esto satisfago a su valor sin segundo. [ZELINDA]: Déte sujeción el mundo, y a ti el Cielo te dé el pago de tus entrañas piadosas, ¡oh rosa puesta entre espinas para gloria de las rosas! TURCO: Tú me fuerzas, no que inclinas, a hacer magníficas cosas; y así quiero, en alegrías de las ciertas profecías que de tus partos me has dado, que tenga el cadí cuidado de hacer de las noches días; infinitas luminarias por las ventanas se pongan, y, con invenciones varias, mis vasallos se dispongan a fiestas extraordinarias; renueven de los romanos los santos y los profanos grandes y admirables juegos, y también los de los griegos, y otros, si hay más, soberanos. CADÍ: Haráse como deseas, y desta grande esperanza en la posesión te veas; y tú con honesta usanza, cual Raquel, fecunda seas. SULTANA: Vosotros luego en camino os poned, que determino no veros más, por no ver ocasión que haya de ser causa de otro desatino. [ZELINDA]: En dándome la patente, me veré, señora mía, de tu alegre vista ausente, y tu ingenio y cortesía tendré continuo presente. ZAIDA: Y yo, hermosa Catalina, por sin par y por divina tendré vuestra discreción. TURCO: Justas alabanzas son de su bondad peregrina. Ven, cristiana de mis ojos, que te quiero dar de nuevo de mi alma los despojos. SULTANA: Dese modo, yo me llevo la palma destos enojos; porque las paces que hacen amantes desavenidos alegran y satisfacen sobremodo a los sentidos, que enojados se deshacen.
[Vanse] todos. Salen MADRIGAL y ANDREA
MADRIGAL: Veislos aquí, Andrea, y dichosísimo seré si me ponéis en salvamento; porque no hay que esperar a los diez años de aquella elefantil cátedra mía; más vale que los ruegos de los buenos el salto de la mata. ANDREA: ¿No está claro? MADRIGAL: Los treinta de oro en oro son el precio de un papagayo indiano, único al mundo, que no le falta sino hablar. ANDREA: Si es mudo, alabáisle muy bien. MADRIGAL: ¡Cadí ignorante!... ANDREA: ¿Qué decís del cadí? MADRIGAL: Por el camino te diré maravillas. Ven, que muero por verme ya en Madrid hacer corrillos de gente que pregunte: "¿Cómo es esto? Diga, señor cautivo, por su vida: ¿es verdad que se llama la Sultana que hoy reina en la Turquía, Catalina, y que es cristiana, y tiene don y todo, y que es de Oviedo el sobrenombre suyo?" ¡Oh! ¡Qué de cosas les diré! Y aun pienso, pues tengo ya el camino medio andado, siendo poeta, hacerme comediante y componer la historia desta niña sin discrepar de la verdad un punto, representado el mismo personaje allá que hago aquí. ¿Ya es barro, Andrea, ver al mosqueterón tan boquiabierto, que trague moscas, y aun avispas trague, sin echarlo de ver, sólo por verme? Mas él se vengará quizá poniéndome nombres que me amohínen y fastidien. ¡Adiós, Constantinopla famosísima! ¡Pera y Permas, adiós! ¡Adiós, escala, Chifutí y aun Guedí! ¡Adiós, hermoso jardín de Visitax! ¡Adiós, gran templo que de Santa Sofía sois llamado, puesto que ya servís de gran mezquita! ¡Tarazanas, adiós, que os lleve el diablo, porque podéis al agua cada día echar una galera fabricada desde la quilla al tope de la gavia, sin que le falte cosa necesaria a la navegación! ANDREA: Mira que es hora, Madrigal. MADRIGAL: Ya lo veo, y no me quedan sino trecientas cosas a quien darles el dulce adiós acostumbrado mío. ANDREA: Vamos, que tanto adiós es desvarío.
Vanse. Salen SALEC, el renegado, y ROBERTO (los dos primeros que comenzaron la comedia).
SALEC: Ella, sin duda, [es], según las señas que me ha dado Rustán, aquel eunuco que dije ser mi amigo. ROBERTO: No lo dudo; que aquel volverse en hombre por milagro fue industria de Lamberto, que es discreto. SALEC: Vamos a la gran corte, que podría ser que saliese ya con la patente de gran bajá de Rodas, como dicen que el Gran Señor le ha hecho. ROBERTO: ¡Dios lo haga! ¡Oh si los viese yo primero, y antes que cerrase la muerte estos mis ojos! SALEC: Vamos, y el cielo alegre tus enojos.
[Vanse]. Suenan las chirimías; comienzan a poner luminarias; salen los garzones del TURCO por el tablado, corriendo con hachas y hachos encendidos, diciendo a voces: "¡Viva la gran sultana doña Catalina de Oviedo! ¡Felice parto tenga, tenga parto felice!" Salen luego RUSTÁN y MAMÍ, y dicen a los garzones
RUSTÁN: Alzad la voz, muchachos; viva a voces la gran sultana doña Catalina, gran sultana y cristiana, gloria y honra de sus pequeños y cristianos años, honor de su nación y de su patria, a quien Dios de tal modo sus deseos encamine, por justos y por santos, que de su libertad y su memoria se haga nueva y verdadera historia.
Tornan las chirimías y las voces de los garzones y dase fin

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002