JORNADA SEGUNDA


Salen MARCELA y DOROTEA, con una almohadilla, y CRISTINA
MARCELA: Andas con vergüenza poca, Cristina, muy inquïeta, y, con puntos de discreta, das mil puntadas de loca. Sabed, señora, una cosa: que, entre las prendas de honor, es tenida por mejor la honesta que la hermosa. CRISTINA: (Señora me llama. ¡Malo!; [Aparte] que ya sé por experiencia que no hay dos dedos de ausencia desta cortesía a un palo.) MARCELA: ¿Qué murmuras, desatada, maliciosa y atrevida? CRISTINA: Nunca murmuré en mi vida. MARCELA: ¿Qué dices? CRISTINA: No digo nada. ¡Tenga el Señor en el cielo a mi señora la vieja! MARCELA: Desas plegarias te deja. CRISTINA: Pronúncialas mi buen celo. Si ella fuera viva, sé que otro gallo me cantara, y que ninguna no osara reñirme; no, en buena fe. ¡Tristes de las mozas a quien trujo el cielo por casas ajenas a servir a dueños, que, entre mil, no salen cuatro apenas buenos, que los más son torpes y de antojos feos! ¿Pues qué, si la triste acierta a dar celos al ama, que piensa que le hace tuerto? Ajenas ofensas pagan sus cabellos, oyen sus oídos siempre vituperios, parece la casa un confuso infierno: que los celos siempre fueron vocingleros. La tierna fregona, con silencio y miedo, pasa sus desdichas, malogra requiebros, porque jamás llega a felice puerto su cargada nave de malos empleos. Pero, ya que falte este detrimento, sobran los del ama, que no tienen cuento: "Ven acá, suciona. ¿Dónde está el pañuelo? La escoba te hurtaron y un plato pequeño. Buen salario ganas; dél pagarme pienso, porque despabiles los ojos y el seso. Vas, y nunca vuelves, y tienes bureo con Sancho en la calle, con Mingo y con Pedro. Eres, en fin, pu... El `ta' diré quedo, porque de cristiana sabes que me precio." Otra vez repito, con cansado aliento, con lágrimas tristes y suspiros tiernos: ¡triste de la moza a quien trujo el cielo por casas ajenas! DOROTEA: Señoras, ¿qué es esto? Cristinica, amiga, dime: ¿con qué viento esta polvareda has alzado al cielo? MARCELA: La desenvoltura es un viento cierzo que del rostro ahuyenta la vergüenza y miedo. Pero yo haré, si es que acaso puedo, si ella no se emienda, lo que callar quiero.
[Sale] QUIÑONES, el paje
QUIÑONES: Don Antonio, mi señor, entra con dos peregrinos.
[Salen] Don ANTONIO, CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ
D. [ANTONIO]: ¿Vuestros intentos divinos fueran disculpa al rigor del no vernos? CARDENIO: Así es; pero yo, señor, holgara que esta deuda se pagara de espacio, y fuera después de mi peregrinación, que no se puede excusar. D. [ANTONIO]: Fácilmente habéis de hallar en mi voluntad perdón. CARDENIO: ¿Es mi señora y mi prima? D. [ANTONIO]: La misma. CARDENIO: ¡Oh mi señora, rico archivo donde mora de la belleza la prima! No me niegues estos pies, pues no merezco esas manos. DOROTEA: Peregrinos cortesanos son éstos. D. [ANTONIO]: No tan cortés, señor primo, que mi hermana está del caso suspensa. MUÑOZ: (La traza de lo que él piensa [Aparte] es más cortés que no sana.) MARCELA: Señor, para que me muestre con el respeto debido a quien sois, el nombre os pido. CARDENIO: Vuestro primo don Silvestre de Almendárez; vuestro esposo, o el que lo tiene de ser. MARCELA: Mudaré de proceder con un huésped tan famoso: los brazos habré de daros, que no los pies, primo mío. MUÑOZ: (Destos principios yo fío [Aparte] que son más dulces que caros. CARDENIO: No fue huracán el que pudo desbaratar nuestra flota, ni torció nuestra derrota el mar insolente y crudo; no fue del tope a la quilla mi pobre navío abierto, pues he llegado a tal puerto, y pongo el pie en tal orilla; no mi[s] riquezas sorbieron las aguas que las tragaron, pues más rico me dejaron con el bien que en vos me dieron. Hoy se aumenta mi riqueza, pues con nueva vida y ser, peregrino llego a ver la imagen de tu belleza.
[Sale] OCAÑA
OCAÑA: Desta común alegría alguna parte quizá mi tristeza alcanzará, que está como estar solía. Desde aquí quiero mirarte, si es que te dejas mirar, de mi suerte amargo azar, de mi bien el todo y parte. Puesto en aqueste rincón, como lacayo sin suerte, veré quizá de mi muerte alguna resurrección. MARCELA: La desventura mayor, más espantosa y temida, es la de perder la vida. D. [ANTONIO]: Primero es la del honor. MARCELA: Ansí es; y pues vos, primo, con honra y vida venís, mal haréis si mal sentís del mal que por bien yo estimo. Y en llegar adonde os veis, habéis de tener por cierto que habéis arribado a un puerto adonde restauraréis las riquezas arrojadas al mar, siempre codicioso. CARDENIO: Tendrá el que fuere tu esposo las venturas confirmadas. TORRENTE: ¿Doncella acaso es de casa? CRISTINA: No soy sino de la calle. TORRENTE: Eso no; que aquese talle a los de palacio pasa. ¿Sirve en ella? CRISTINA: Soy servida. TORRENTE: La respuesta ha sido aguda. OCAÑA: Ten, pulcra, la lengua muda; no la descosas, perdida. TORRENTE: ¿El nombre? CRISTINA: Cristina. TORRENTE: Bueno; que es dulce, con ser de rumbo. ¿Túmbase? CRISTINA: Yo no me tumbo. Basta; que tiene barreno el indianazo gascón. TORRENTE: Yo, señora, como ves, soy crïollo perulés, aunque tiro a borgoñón. D. [ANTONIO]: Reposaréis, primo mío, y después saber querría del buen estar de mi tía, de vuestro padre y mi tío. OCAÑA: ¡Oh peregrino traidor, cómo la miras! ¡Oh falsa, cómo le vas dando salsa al gusto de su sabor! TORRENTE: Pluguiera a Dios que nunca aquí viniera; o, ya que vine aquí, que nunca amara; o, ya que amé, que amor se me mostrara, de acero no, sino de blanda cera... CARDENIO: Depositario fue el mar de tus cartas y presentes. OCAÑA: (¡El alma tengo en los dientes! [Aparte] ¡Casi estoy para espirar!) TORRENTE: ...O que de aquesta fregonil guerrera, de los dos soles de su hermosa cara, no tan agudas flechas me arrojara, o menos linda y más humana fuera. MARCELA: Entrad, señor, do podáis mudar vestido decente. CARDENIO: Mi promesa no consiente que esa merced me hagáis. TORRENTE: Éstas sí son borrascas no fingidas, de quien no espero verdadera calma, sino naufragios de más duro aprieto. CARDENIO: No puedo mudar de traje por un tiempo limitado: que esta pobreza ha causado la tormenta del viaje. TORRENTE: ¡Oh, tú, reparador de nuestras vidas, Amor, cura las ansias de mi alma, que no pueden caber en un soneto! D.[ANTONIO]: A no ser tan perfecto, primo, vuestro designio, yo hiciera que por otra persona se cumpliera.
[Vanse] MARCELA, Don ANTONIO, DOROTEA, CRISTINA y CARDENIO. Quedan en el teatro MUÑOZ, TORRENTE y OCAÑA
MUÑOZ: No me habléi[s], Torrente hermano, que nos escuchan, y siento que en nuestro famoso intento el callar es lo más sano.
[Vase] MUÑOZ
OCAÑA: Si a mí el ojo no me miente, sé con gran certinidad que vuestra paternidad tiene el alma algo doliente. [Es] C[r]istinica un harpón, es un virote, una jara que el ciego arquero dispara, y traspasa el corazón. Es un incendio, es un rayo. ¿Cómo un rayo? Dos y tres. TORRENTE: Y vuesa merced, ¿quién es? OCAÑA: Soy desta casa el lacayo; y, aunque en la caballeriza me arrincono, el amor ciego, con su hielo y con su fuego, me consume y martiriza. Entre el harnero y pesebre, entre la paja y cebada, de noche y de madrugada, me embiste de amor la fiebre. TORRENTE: ¿Y es Cristina la ocasión de tan grande encendimiento? OCAÑA: No sé quién es; sé que siento el alma hecha un carbón. TORRENTE: Si es Cristina, pondré pausa en ciertos recién nacidos pensamientos atrevidos que su memoria me causa. No pienso en manera alguna seros rival: que sería género de villanía que al ser quien yo soy repugna. Honestísimo decoro se guardará en esta casa, puesto que me arda la brasa desta niña a quien adoro. Quebrantaré en la pared mis pensamientos primeros, con gusto de conoceros para haceros merced. Porque no han de naufragar siempre las flotas: que alguna tendrá próspera fortuna para podérnosla dar. OCAÑA: Beso tus pies, peregrino, único, raro y bastante a ablandar en un instante un corazón diamantino. Yo, en quien nacieron barruntos de celos cuando te vi, a tus pies los pongo aquí, semivivos y aun difuntos. TORRENTE: Alzaos, señor; no hagáis sumisión tan indecente, que humillaré yo mi frente si es que la vuestra no alzáis. Dadme los brazos de amigo, que lo hemos de ser los dos gran tiempo, si quiere Dios, que es de mi intención testigo. OCAÑA: Como tú, señor, me abones con tu amistad peregrina, doy por cordera a Cristina y por cabrito a Quiñones. TORRENTE: Por verte con gusto, voy alegre, así Dios me salve. OCAÑA: (Para éstas, que yo os calve, [Aparte] o no seré yo quien soy.)
[Vanse] TORRENTE y OCAÑA. [Sale] Don AMBROSIO
D. AMBROSIO: Por ti, virgen hermosa, esparce ufano, contra el rigor con que amenaza el cielo, entre los surcos del labrado suelo, el pobre labrador el rico grano. Por ti surca las aguas del mar cano el mercader en débil leño a vuelo; y, en el rigor del sol como del yelo, pisa alegre el soldado el risco y llano. Por ti infinitas veces, ya perdida la fuerza del que busca y del que ruega, se cobra y se promete la vitoria. Por ti, báculo fuerte de la vida, tal vez se aspira a lo imposible, y llega el deseo a las puertas de la gloria. ¡Oh esperanza notoria, amiga de alentar los desmayados, aunque estén en miserias sepultados!
[Sale] CRISTINA
CRISTINA: Habrá fiesta y regodeo, y la parentela toda vendrá, sin duda, a la boda. D. AMBROSIO: Mi norte descubro y veo. ¡Oh dulcísima Cristina! CRISTINA: De alcorza debo de ser. D. AMBROSIO: Tribunal do se ha de ver lo que el Amor determina en mi contra o mi provecho. CRISTINA: ¡Extraña salutación! D. AMBROSIO: La lengua da la razón como la saca del pecho. Pero vengamos al punto. Mi esperanza, ¿cómo está? ¿Ha de morir? ¿Vivirá? ¿Contaréme por difunto? ¿Dificúltase la empresa? ¡Presto, que me vuelvo loco! CRISTINA: Idos, señor, poco a poco, que preguntáis muy apriesa. D. AMBROSIO: Más apriesa me consume el vivo incendio de amor. CRISTINA: En sólo un punto el rigor suyo se abrevia y resume, y es que puedes ya contar a Marcela por casada. Ya no es suya: ya está dada a quien la sabrá estimar. D. AMBROSIO: No me digas el esposo, que, sin duda, es don Antonio. CRISTINA: Levantas un testimonio que pasa de mentiroso. ¿Con su hermana? D. AMBROSIO: ¡Ah Cristinica! ¿Qué es eso? ¿Cubierta y pala con que una obra tan mala se apoya y se fortifica? CRISTINA: Que es con su primo. D. AMBROSIO: ¿Qué es esto, cielo siempre soberano? ¿Hoy primo el que ayer fue hermano? ¿Cámbiase un hombre tan presto? CRISTINA: Digo que es un peregrino, primo suyo y perulero, de tan soberbio dinero, que de las Indias nos vino. De oro más de cien mil tejos se sorbió el mar como un huevo, deste peregrino nuevo, que no está de ti muy lejos, porque vesle allí dó asoma. D. AMBROSIO: ¡Y que esto en el mundo pase! CRISTINA: Puesto que antes que se case, entiendo que ha de ir a Roma.
[Salen] CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ
D. AMBROSIO: Embustero y perulero, atrevido e insolente, ¿por qué te haces pariente de la vida por quien muero? TORRENTE: Descornado se ha la flor; perecemos. MUÑOZ: Malo es esto; la traza se ha descompuesto al primer paso. CARDENIO: Señor, no te entiendo, ni imagino por qué tan acelerado la maldita has desatado contra un noble peregrino. MUÑOZ: Quien dijere que yo di lista a nadie, mentirá cuantas veces lo dirá. No sino lléguense a mí, que fabrico en ningún modo castillos mal prevenidos. TORRENTE: (Antes de ser convencidos, [Aparte] éste lo ha de decir todo. ¡Oh levantadas quimeras en el aire, cual yo dije!) D. AMBROSIO: Por el Cielo que nos rige, que si acaso perseveras en el embuste que intentas, primero que en algo aciertes, ha de ser una y mil muertes el remate de tus cuentas. Vuélvete a tu Potosí, deja lograr mi porfía. CARDENIO: Aquéste ya desvaría. TORRENTE: Así me parece a mí. CRISTINA: Don Francisco y mi señor son éstos. ¡Pies, a correr!
[Vase] CRISTINA. Salen Don FRANCISCO y Don ANTONIO
D. FRANCISCO: Todo aqueso puede ser: que a más obliga el rigor de un celoso, si es honrado, como el padre de Marcela. D. AMBROSIO: Éste es el que urdió la tela que tan cara me ha costado. ¿Qué rigor de estrella ha sido, señor don Antonio, aquel que de piadoso en crüel contra mí os ha convertido? ¿Y qué peregrino es éste, tan medido a vuestro intento, que queréis que su contento a mí la vida me cueste? Mía es Marcela, si el cielo quisiere y si vos queréis: que en vuestra industria tenéis de mi mal todo el consuelo. No es desigual mi linaje del suyo, y su padre creo que deste igual himeneo no ha de recebir ultraje. Si él la escondió en vuestra casa por quitármela delante, ved, si acaso sois amante, lo que el alma ausente pasa. D. FRANCISCO: Éste habla de Marcela Osorio, y no de tu hermana. D. [ANTONIO]: La presumpción está llana, gran mal mi alma recela. Desta vana presumpción y mal formados antojos os han de dar vuestros ojos la justa satisfación. Veníos conmigo, y veréis en el engaño en que estáis. D. AMBROSIO: Si a Marcela me lleváis, al cielo me llevaréis.
[Vase] Don ANTONIO, Don FRANCISCO y Don AMBROSIO. Quedan en el teatro MUÑOZ, TORRENTE y CARDENIO
CARDENIO: ¡Ah Muñoz, con cuán pequeña ocasión habéis temblado! MUÑOZ: Temo de verme brumado, y molido como alheña; temo que mis trazas den, mis embustes y quimeras, con mi cuerpo en las galeras, que no le estará muy bien. TORRENTE: ¿Sin apretaros la cuerda os descoséis? ¡Mala cosa! MUÑOZ: La conciencia temerosa, de los castigos se acuerda. Pero desde aquí adelante pienso ser mártir, y pienso que paga a la culpa censo con temor el más constante. Pésame que fue la lista de mi letra y de mi mano, y este temor, que no es vano, todas mis fuerzas conquista. TORRENTE: Vamos a ver en qué para el comenzado desastre. MUÑOZ: Aquella bayeta y sastre nunca el cielo lo depara.
[Vanse] todos. Salen MARCELA y DOROTEA
MARCELA: Este primo no me agrada, dulce amiga Dorotea. ¡Plegue a Dios que por bien sea su venida no esperada! DOROTEA: Como le ves mal vestido, no te parece galán. MARCELA: Las galas no siempre dan aire y brío, ni el vestido. Desmayado me parece, aunque atrevido tal vez. DOROTEA: De su causa eres jüez. MARCELA: Basta; poco me apetece. DOROTEA: Parece que se ha templado tu hermano en su pensamiento. MARCELA: Todavía, a lo que siento, anda un poco apasionado; no se le cae de la boca mi nombre, y aun todavía descubre una fantasía que en lascivos puntos toca; mas yo no le doy lugar de que esté a solas conmigo. DOROTEA: Eso es lo que yo te digo, y lo que has de procurar.
Aquí han de [salir] Don ANTONIO, Don FRANCISCO, CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ
D. [ANTONIO]: Mirad, señor, destas dos, cuál es la Marcela hermosa que con fuerza poderosa os tiene fuera de vos. D. AMBROSIO: Ésta le parece en algo, y no es ella; mas ya veo, sin duda, que es devaneo, y que de sentido salgo. Téngame Amor de su mano, y los cielos, si me ofenden. MARCELA: ¿O me compran o me venden? Decidme qué es esto, hermano. D. AMBROSIO: No es otra cosa alguna, sino que la belleza incomparable y sola de otra que tiene el proprio nombre vuestro, su donaire, su gracia, su honesta compostura, su ingenio, su linaje, se llevaron tras sí mis pensamientos. Améla honestamente, adoréla rendido, solicitéla mudo, aunque los ojos son parleros siempre. Su padre, recatado, por algún su desinio, o por mi desventura, llevóla, y no sé adónde. D. [ANTONIO]: Ésta es mi historia. D. AMBROSIO: No con más diligencia la diosa de las mieses buscó a su hija amada hasta los escondrijos del infierno, como yo la he buscado por cuanto las sospechas han podido llevarme, pensativo, solícito y ansioso. En esto, a mis oídos el nombre de Marcela llegó, y vuestra hermosura; pero no el sobrenombre de Almendárez. Creí que don Antonio, vuestro querido hermano, por o[r]den de su padre de la Marcela Osorio, que yo busco, en casa la tenía, y, mal considerado, y con los celos ciego, hice los disparates que habéis visto. D. FRANCISCO: ¿Éstas no son lanzadas que te pasan el alma? D. [ANTONIO]: Y aun rayos que la embisten, la hieren, desmenuzan y quebrantan. DOROTEA: Apostaré, señora, que es ésta la Marcela por quien tu hermano gime, suspira y con angustia se lamenta. TORRENTE: Un canto pesadísimo, una montaña dura, una máquina inmensa, de acero un monte dilatado y grave, de sobre el pecho quito. MUÑOZ: Y yo de sobre el alma una carcoma aguda. ¡Maldito seas de Dios, amante simple! ¡Qué confusos nos tuvo aqueste mentecato! ¡Con cuán pocos indicios trocó las dos Marcelas el cuitado! Ya pensé que mi lista andaba por la casa de mano en mano. ¡Ay duro trance, no imaginado y repentino! D. FRANCISCO: Pues en esta Marcela veis patente de vuestro pensamiento el desengaño, mostraos, señor, más cauto y más prudente otra vez que os acose vuestro engaño, y volved a buscar más diligente la causa original de vuestro daño. D. Ambrosio Tiene cualquiera enamorada culpa fácil y compasiva la disculpa. Erré; mas no es el yerro de tal suerte que perdón no merezca. CARDENIO: Yo imagino que ministró ocasión al atreverte este pobre sayal de peregrino. D. [ANTONIO]: La rabia de los celos es tan fuerte, que fuerza a hacer cualquiera desatino. Sélo yo bien, que ya me vi celoso, atrevido, arrojado y malicioso. D. AMBROSIO: En siglos prolongados tu ventura goces, ¡oh peregrino!, y tus bisnietos te lleven a la honrada sepultura sobre sus hombros, para el caso electos; no menoscabe el tiempo la hermosura de tu Marcela; celos indiscretos no perturben tu paz en tanto cuanto de vida os diere aliento el Cielo santo. Yo vuelvo a renovar mi pena antigua, buscando aquélla que me encubre el cielo, y, mientras dónde está no se averigua, un Sísifo seré nuevo en el suelo. De noche, como sombra o estantigua, llena la vista de inmortal desvelo, por ver el fin de mis trabajos largos, un lince habré de ser con ojos de Argos.
[Vase] Don AMBROSIO
MARCELA: Desesperado se parte. D. [ANTONIO]: Yo sin esperanza quedo, dulce Marcela, de hallarte. TORRENTE: De mí se ha arredrado el miedo. MUÑOZ: En mí ya no tiene parte; pero, con todo, quisiera que la lista se rompiera que di escrita de mi mano: que cualquier susto, aunque vano, la mala conciencia altera. D. FRANCISCO: Haz cuenta, amigo, que envías, en este amante curioso, a buscar tu gloria espías. D. [ANTONIO]: Con todo, estoy temeroso: que son tiernas sus porfías, y muchas, que es lo peor. D. FRANCISCO: Yo lo tengo por mejor: que este anzuelo ha de sacar del profundo de la mar la perla que escondió Amor.
[Vanse] Don FRANCISCO y Don ANTONIO
CARDENIO: ¿No ha sido extremado el cuento, señora prima? MARCELA: Sí ha sido; aunque dél me ha parecido ir mi hermano descontento, pensativo y desabrido. Y es la causa que la dama que aquél busca, adora y ama como quiere Amor tirano, es la misma que mi hermano quiere, busca, nombra y llama. Y yo, simple, imaginaba ser yo la hermosa Marcela a quien mi hermano llamaba, y con malicia y cautela a las manos le miraba, a los ojos y a la boca, y con no advertencia poca ponderaba sus razones, sus movimientos y acciones. DOROTEA: Curiosidad simple y loca. Pídele perdón. MARCELA: No quiero, pues nunca arraigó en mi pecho el pensamiento primero. CARDENIO: Y más, que te ha satisfecho tan llano y tan por entero. MUÑOZ: ¿Hemos de hacer la visita de mi señora doña Ana? MARCELA: Todavía es de mañana, y el frío la gana quita de hacer visitas agora. Ven, amiga Dorotea; vamos donde el sol nos vea. DOROTEA: ¡Y cómo que iré, señora! ¡Que tirito, ti, ti, ti! ¡Insufrible frío hace!
[Vanse] MARCELA y DOROTEA
TORRENTE: El tuyo a mí me desplace. ¿Para qué veniste aquí, Cardenio, si te has de estar como una estatua sin lengua? Allá voy, y no hago mengua. ¿Piensas que se te ha de entrar la ventura por la puerta, y arrojársete en la cama? CARDENIO: A mi yelo y a mi llama ningún medio las concierta. Cuando de Marcela ausente algún breve espacio estoy, ardo de atrevido, y doy en pensar que soy valiente; pero apenas me da el cielo lugar para a solas vella, cuando estoy, estando ante ella, frío mucho más que el yelo. TORRENTE: Con ese yelo no habrá ostugo que nos alcance. MUÑOZ: Cierto que yo he echado un lance que a los ojos me saldrá, si a las espaldas no sale primero. ¡Oh viejo imprudente! Bien merecéis, inocente, que se evapore y exhale el alma con el más chico temor que te sobresalte. CARDENIO: Cuando yo, Muñoz, os falte, cuando yo no os haga rico, jamás del Pirú me venga el mi esperado tesoro. MUÑOZ: ¡Que no me vuelva yo moro, y que yo paciencia tenga para escuchar lo que escucho! ¿Dónde está el oro, señores socarrones, embaidores? TORRENTE: Muñoz, que ha de venir mucho. MUÑOZ: ¿De qué Pirú ha de venir, de qué Méjico o qué Charcas? TORRENTE: Cuatro cofres y seis arcas puedes desde luego abrir para echar cuatro mil barras, y aun son pocas las que digo. MUÑOZ: Tente; que Dios sea contigo, Torrente, que te desgarras. Con el sastre y la bayeta estaría yo contento. TORRENTE: Sastres pasarán de ciento. MUÑOZ: La bayeta es la que aprieta al deseo de tenella. TORRENTE: Déjenme los dos aquí, que viene Cristina allí, y me importa hablar con ella.
Vanse MUÑOZ y CARDENIO. [Sale] CRISTINA
¿Que es posible, flor y fruto del árbol lindo de amor, que ha de andar por tu rigor siempre mi alma con luto? ¿Que es posible que un potente indiano no te remate ni que a tu dureza mate la blandura de Torrente?
[Sale] OCAÑA en calzas y en camisa, con un mandil delante, y con un harnero y una almohaza; entra puesto el dedo en la boca, con pasos tímidos, y escóndese detrás de un tapiz, de modo que se le parezcan los pies no más
¿Que es posible que no precies los montones de oro fino, y por un lacayo indino un perulero desprecies? ¿Que no quieras ser llevada en hombros como cacique? ¿Que huigas de verte a pique de ser reina coronada? ¿Que, por las faltas de España, que siempre suelen sobrar, no quieras ir a gozar del gran país de Cucaña? ¿Que te tenga avasallada un lacayo de tal modo, que por él dejes el todo, y te acojas al nonada? ¿Que a un borracho te sujetes, que cuela tan sin estorbos, que unos sorbos y otros sorbos son sus briznas y luquetes? ¡Oh mujeres, que tenéis condición de escarabajo! CRISTINA: Hablad, Torrrente, más bajo, si por ventura podéis; que dicen que las paredes a veces tienen oídos. TORRENTE: Los tuyos tienes tapidos a la voz de mis mercedes. Deja aquese socarrón, que tu deshonra procura, y fabrica tu ventura con tu mucha discreción. CRISTINA: Pues, ¿quiérole yo, mezquina, o, por ventura, hago caso yo de buzaque? TORRENTE: Hablad paso; moderad la voz, Cristina, que no sabéis quién os oye, y haced con prudencia diestra que la humilde suerte vuestra con la que tengo se apoye, y veréisos encumbrada sobre el cerco de la luna. CRISTINA: Esa próspera fortuna para mí no está guardada, que soy una pecadora inútil, una mozuela de mantellina y chinela, no buena para señora; y más, estando abatida y murmurada de Ocaña. TORRENTE: Muéveme ese llanto a saña; perderá Ocaña la vida. CRISTINA: Con sólo media docena de palos que tú le des, rendida vendré a tus pies. TORRENTE: Blanda y moderada pena a tanta culpa le das; mejor fuera que la lengua que se desmandó en tu mengua se le cortara, y aun más. CRISTINA: Palos bastan; vete en paz. TORRENTE: El cielo quede contigo. CRISTINA: Procura hacer lo que digo, secreto, astuto y sagaz.
[Vase] TORRENTE
¡Ay Jesús! ¿Quién está aquí? ¿Qué pies son éstos, cuitada?
Sale OCAÑA
OCAÑA: Cacica en hombros llevada desde Lima a Potosí: yo soy, vesme aquí presente, hecho estafermo sufrible a tu rancor tan terrible y a los palos de Torrente. Pocos son media docena; la piedad en ti florece: que mi culpa bien merece cuatrodoblada la pena. Mas yo no tengo por culpa el amarte y avisarte que de aquello has de guardarte que te obligue a dar disculpa. CRISTINA: Por vida tuya, lacayo el más discreto de España, que todo ha sido maraña burlona y de alegre ensayo; porque pensaba avisarte en viéndote. OCAÑA: Una por una, tú estarás sobre la Luna, sobre el Sol y aun sobre Marte; yo, mísero, apaleado, tendido por ese suelo. CRISTINA: Nunca tal permita el cielo. OCAÑA: Tú misma me has condenado. CRISTINA: Ya te he dicho la verdad: que burlaba; y esto baste. OCAÑA: Pues, ¿por qué, di, le intimaste secreto y sagacidad? CRISTINA: Porque, advirtiéndote a ti del caso, y estando alerta, fuese la burla más cierta y más buena. OCAÑA: Fuera ansí, cuando tú no confirmaras con lágrimas tu deseo. CRISTINA: Luego, ¿no me crees? OCAÑA: Sí creo; mas reparo. CRISTINA: ¿En qué reparas? OCAÑA: En las lágrimas, y en ver que no son burlas risueñas las que descubren por señas matar, rajar y hender. Pero tú forja en tu fragua tus embustes, que yo espero que ha de ver el mundo entero el que lleva el gato al agua. Entra y dame la cebada, o darásmela después. "¡Rendida vendré a tus pies!" CRISTINA: ¿Esa razón no te agrada? Pero él no verá cumplida tal promesa en vida suya. OCAÑA: ¿Tomara yo alguna tuya, puesto que fuera fingida? CRISTINA: No seas tan ignorante; muestra, que yo volveré.
Dale el harnero
Con esto me quitaré dos importunos delante.
[Vase] CRISTINA
OCAÑA: Que de un lacá- la fuerza poderó-, hecha a machamartí- con el trabá-, de una fregó- le rinda el estropá-, es de los cie- no vista maldició-. Amor el ar- en sus pulgares to-, sacó una fle- de su pulí- carcá-, encaró al co-, y diome una flechá, que el alma to- y el corazón me do-. Así rendí-, forzado estoy a cre- cualquier mentí- de aquesta helada pu-, que blandamen- me satisface y hie-. ¡Oh de Cupí- la antigua fuerza y du-, cuánto en el ros- de una fregona pue-, y más si la sopil se muestra cru-!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La entretenida, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002