JORNADA TERCERA


Salen LAUSO y CORINTO, pastores
LAUSO: En el silencio de la noche, cuando ocupa el dulce sueño a los mortales, la pobre cuenta de mis ricos males estoy al cielo y a mi Clori dando. Y, al tiempo cuando el sol se va mostrando, por las rosadas puertas orientales, con gemidos y acentos desiguales voy la antigua querella renovando. Y cuando el sol de su estrellado asiento derechos rayos a la tierra envía, el llanto crece, y doblo los gemidos. Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento, y siempre hallo en mi mortal porfía al cielo sordo, a Clori sin oídos. CORINTO: ¿Para qué tantas endechas? Lauso amigo, déjalas, pues mientras más dices, más siempre menos te aprovechas. Yo tengo el corazón negro por Clori y por sus desdenes; mas, pues no me vienen bienes, ya con los males me alegro. Clori y la nueva pastora, ajenas de nuestros males, con voces claras e iguales, venían cantando agora. Al encuentro les salgamos y ayudemos su canticio; que tanto llorar es vicio, si bien lo consideramos. LAUSO: ¿Viene Rústico con ellas? CORINTO: No se les quita del lado. LAUSO: ¡Ah pastor afortunado! Ni quiero oíllas, ni vellas. CORINTO: Eso ya no puede ser, que veslas, vienen allí; canta por amor de mí. LAUSO: Procúralas de entender.
[Salen] CLORI, cantando, y ANGÉLICA y RÚSTICO con ellas
[CLORI]: ¡Bien haya quien hizo cadenitas, cadenas; bien haya quien hizo cadenas de amor! ¡Bien haya el acero de que se formaron, y los que inventaron amor verdadero! ¡Bien haya el dinero de metal mejor; bien haya quien hizo cadenas de amor! LAUSO: ¡Bien haya el amante que a tantos vaivenes, iras y desdenes, firme está y constante! Éste se adelante al rico mayor. ¡Bien haya quien hizo cadenas de amor! RÚSTICO: ¡Oh, quién supiera cantar! CORINTO: ¿Que no lo sabes, pastor? RÚSTICO: Ni contralto ni tenor; que estoy para reventar. CORINTO: Mas, ¿va que tienes agallas? Muestra: abre bien la boca, que esta cura a mí me toca; abre más, si he de curallas. Ven acá. ¡Mal hayas tú y el padre que te engendró! RÚSTICO: Pues, ¿qué culpa tengo yo? CORINTO: ¡Ofrézcote a Bercebú! ¿Y no has caído en la cuenta de que tenías agallas? RÚSTICO: Pues, ¿hay más sino sacallas? CLORI: Esta burla me contenta; que, puesto que bien le quiero, que le burlen me da gusto. CORINTO: Yo te sacaré, a tu gusto, o cantor o pregonero. ¿Tienes algún senojil? RÚSTICO: Una ligapierna tengo, y buena. CORINTO: Ya me prevengo a hacerte cantor sutil. Aquésta poco aprovecha; que, para este menester, izquierda tiene de ser, que no vale la derecha. ¿Qué me darás, y te haré cantor subido y notable? RÚSTICO: En la paga no se hable, que un novillo te daré. La liga izquierda es aquésta: tómala, y pon diligencia en mostrar aquí tu ciencia. CORINTO: Dios sabe cuánto me cuesta. Mas con esta liga y lazo saldré muy bien con mi intento. RÚSTICO: Hacia esta parte las siento. CORINTO: Déjame atar; quita el brazo. ¿Con qué voz quieres quedar: tiple, contralto o tenor? RÚSTICO: Contrabajo es muy mejor. CORINTO: Ése no te ha de faltar mientras tratares conmigo. Ten paciencia, sufre y calla; ya se ha quebrado una agalla. RÚSTICO: ¡Que me ahogas, enemigo! CORINTO: Contralto quedas, sin duda, que la voz lo manifiesta. .......................[-esta] pues aun ahora está en muda; a otro estirón que le dé, estará como ha de estar. RÚSTICO: Ladrón, ¿quiéresme ahogar? CORINTO: No lo sé; mas probaré. CLORI: ¡Acaba; la burla baste! RÚSTICO: ¡A mí semejantes burlas! CORINTO: Rústico, ¿de mí te burlas, que no me pagas y vaste? ¡Pues a fe que has de llevar comida y sobrecomida! Todo, amigo, se comida a ayudarme a este cantar: Corrido va el abad, por el cañaveral. Corrido va el abad, corrido va y muy mohíno, porque, por su desatino, cierto desastre le vino que le hizo caminar por el cañaveral. Confïado en que es muy rico, no ha caído en que es borrico; y por aquesto me aplico a decirle este cantar: por el cañaveral...
Parece REINALDOS por la montaña
LAUSO: La burla ha estado, a lo menos como al sujeto conviene. ANGÉLICA: ¡Otra vez mi muerte viene! ¡Abrid, tierra, vuestros senos y encerradme en ellos luego! LAUSO: ¿De qué, pastora, te espantas? ANGÉLICA: ¡A vosotras, tiernas plantas, mi vida o mi muerte entrego!
[Vase] ANGÉLICA huyendo
CLORI: Lauso, vámonos tras ella, a ver qué le ha sucedido. LAUSO: A tu voluntad rendido estoy siempre, ingrata bella.
[Vanse] todos, y quédase CORINTO
CORINTO: Quedar quiero, a ver quién es este pensativo y bravo. El ademán yo le alabo; mas, ¿si es paladín francés? REINALDOS: O le falta al Amor conocimiento, o le sobra crueldad, o no es mi pena igual a la ocasión que me condena al género más duro de tormento. Pero si Amor es dios, es argumento que nada ignora, y es razón muy buena que un dios no sea cruel. Pues, ¿quién ordena el terrible dolor que adoro y siento? Si digo que es Angélica, no acierto; que tanto mal en tanto bien no cabe, ni me viene del cielo esta rüina. Presto habré de morir, que es lo más cierto; que, al mal de quien la causa no se sabe, milagro es acertar la medicina. CORINTO: ¡Ta, ta! De amor viene herido; bien tenemos que hacer. REINALDOS: ¿Que no quieres parecer, oh bien, por mi mal perdido? ¿Has visto, pastor, acaso, por entre aquesta espesura, un milagro de hermosura por quien yo mil muertes paso? ¿Has visto unos ojos bellos que dos estrellas semejan, y unos cabellos que dejan, por ser oro, ser cabellos? ¿Has visto, a dicha, una frente como espaciosa ribera, y una hilera y otra hilera de ricas perlas de Oriente? Dime si has visto una boca que respira olor sabeo, y unos labios por quien creo que el fino coral se apoca. Di si has visto una garganta que es coluna deste cielo, y un blanco pecho de yelo, do su fuego Amor quebranta; y unas manos que son hechas a torno de marfil blanco, y un compuesto que es el blanco do Amor despunta sus flechas. CORINTO: ¿Tiene, por dicha, señor, ombligo aquesa quimera, o pies de barro, como era la de aquel rey Donosor? Porque, a decirte verdad, no he visto en estas montañas cosas tan ricas y extrañas y de tanta calidad. Y fuera muy fácil cosa, si ellas por aquí anduvieran, por invisibles que fueran verlas mi vista curiosa. Que una espaciosa ribera, dos estrellas y un tesoro de cabellos, que son oro, ¿dónde esconderse pudiera? Y el sabeo olor que dices, ¿no me llevara tras sí? Porque en mi vida sentí romadizo en mis narices. Mas, en fin, decirte quiero lo que he hallado, y no ser terco. REINALDOS: ¿Qué son? Habla. CORINTO: Tres pies de puerco y unas manos de carnero. REINALDOS: ¡Oh hi de puta, bellaco!; pues, ¿con Reinaldos de burlas? CORINTO: De mis donaires y burlas siempre tales premios saco.
[Vase] huyendo CORINTO. Suena dentro esta voz de ANGÉLICA
ANGÉLICA: ¡Socorredme, Reinaldos, que me matan! ¡Mira que soy la sin ventura Angélica! REINALDOS: La voz es ésta de mi amada diosa. ¿Adónde estás, tesoro de mi alma, única al mundo en hermosura y gracia? La triste barca del barquero horrendo pasaré por hallarte, y al abismo, cual nuevo Orfeo, bajaré llorando y romperé las puertas de diamante. ANGÉLICA: ¡Moriré si te tardas; date prisa! REINALDOS: ¿Qué camino he de hacer, amada mía? ¿Estás en las entrañas de la tierra, o enciérrante estas peñas en su centro? Doquier que estás te buscaré, viviendo, o ya desnudo espíritu sin carne.
Salen dos Sátiros que traen a ANGÉLICA como arrastrando, con un cordel a la garganta
ANGÉLICA: ¡Socorredme, Reinaldos, que me matan! REINALDOS: No corráis más; volved, ligeras plantas, que no os va menos que la vida en esto. ¡Miserable de mí! ¿Quién me detiene? ¿Quién mis pies ha clavado con la tierra? ¡Verdugos infernales, deteneos! ¡No añudéis el cordel a la garganta, que es basa donde asienta y donde estriba el cielo de hermosura sobrehumana! ¡Miserable de mí cien mil vegadas, que no puedo moverme ni dar paso! Canalla infame, ¿para qué os dais prisa a acabar esa vida de mi vida, a escurecer el sol que alumbra el mundo? ¡Tate, traidores, que apretáis un cuello adonde el amor forma tales voces, que el mal desmenguan y la gloria aumentan del venturoso que escucharlas puede! ¡Oh, que la ahogan! ¡Socorredla, cielos, pues yo no puedo! ¡Oh sátiros lascivos! ¿Cómo tanta belleza no os ablanda?
Vanse los Sátiros
Ya dieron fin a su crüel empresa; muerta queda mi vida, muerta queda la esperanza que en pie la sostenía: ahora os moveré, pues, sin provecho; otra vez y otras mil soy miserable; ahora, pies, me llevaréis do vea la imagen de la muerte más hermosa que vieron ni verán ojos humanos; ¡oh pies, al bien enfermos y al mal sanos!
Llégase REINALDOS a ANGÉLICA
[REINALDOS]: ¿Es posible que ante mí te mataron, dulce amiga? ¿Y es posible que se diga que yo no te socorrí? ¿Que es posible que la muerte ha sido tan atrevida, que acabó tu dulce vida con trance amargo y tan fuerte? ¿Y que mi ventura encierra tanta desventura y duelo, que hoy tengo de ver mi cielo puesto debajo la tierra? ¿Qué antropófagos, qué scitas contra ti se conjuraron, y qué manos te acabaron sacrílegas y malditas? Sin duda, el infierno todo fue en tan desdichada empresa, que así lo afirma y confiesa de tu muerte el triste modo. Mas yo le moveré guerra, si es que me alcanza la vida en tu triste despedida para vivir en la tierra. ¿Yo vivir? Démoste agora sepultura, ¡oh ángel bello!, y después me veré en ello cuando se llegue la hora. Será de azada esta daga, que abrirá la estrecha fuesa, y daráse en ello priesa, porque ha de hacer otra llaga. Brazo en valor sin segundo, trabajad con entereza para enterrar la riqueza mayor que ha tenido el mundo. Vuestro afán, y no mi celo, parece que en esto yerra, si he de sacar tanta tierra que venga a cubrir el cielo. La tierra te sea liviana, extremo de la beldad que crió en cualquier edad la naturaleza humana. El tesoro desentierra el que halla algún tesoro; mas yo sigo otro decoro, que cubro el mío con tierra. Esta parte es concluida; otra falta, y concluiráse, si bien el alma costase, como ha de costar la vida. Otra sepultura esquiva abriréis, daga, en mi pecho, con que daréis fin a un hecho que por luengos siglos viva. Mi cuerpo, mi dulce y bella, quede en esta tierra dura cual piedra de sepultura, que dice quién yace en ella. ¡Ea, cobarde francés, morid con bríos ufanos, pues no os ataron las manos como os ligaron los pies!
Vase a dar REINALDOS con la daga; sale MALGESÍ en su mesma figura y detiénele el brazo, diciendo
MALGESÍ: No hagas tal, hermano amado; porque, en este desconcierto, antes que no verte muerto quiero verte enamorado. Aquesta enterrada y muerta no es Angélica la bella, sino sombra o imagen della, que su vista desconcierta. Para volverte en tu ser, hice aquesta semejanza; que el amor sin esperanza no suele permanecer. Mas, pues es tal tu locura, que aun sin ella perseveras, mira, para que no mueras, vacía la sepultura. REINALDOS: ¿Que estos sobresaltos das al que tienes por hermano? Hechicero, mal cristiano; mas tú me lo pagarás. Pues lo sabes, ¿por qué gustas de tratarme deste modo? MALGESÍ: Porque te extremas en todo, y a ningún medio te ajustas. Ven, y pondréte en la mano a Angélica, y no fingida. REINALDOS: Seréte toda mi vida humilde, obediente hermano.
[Vanse] todos. Suena una trompeta bastarda, lejos, y entran en el teatro [el EMPERADOR] Carlomagno y GALALÓN
EMPERADOR: ¿Qué trompeta es la que suena? ¿Si es acaso otra aventura que nos ponga en desventura, que la otra no fue buena? Bien lo dijo Malgesí; mas yo, incrédulo y cristiano, tuve su aviso por vano, y crédito no le di. Otra vez suena. ¿No habrá quien nos avise qué es esto? GALALÓN: Yo te lo diré bien presto. EMPERADOR: Mejor éste lo dirá.
[Sale] un PAJE
PAJE: Por San Dionís han entrado dos apuestos caballeros que parecen forasteros, pero de esfuerzo sobrado: uno mayor y robusto, otro mancebo y galán. GALALÓN: ¿Dónde llegan? PAJE: Llegarán. Mas miradlos, si os da gusto, que veis do asoman allí.
[Salen] MARFISA y BERNARDO, a caballo
EMPERADOR: ¡Bravo ademán y valiente! GALALÓN: ¡Qué gran número de gente que tra[e]n los dos tras de sí! EMPERADOR: Pondré yo que es desafío. GALALÓN: El continente así muestra. EMPERADOR: ¿Dónde está agora la diestra de Roldán? GALALÓN: ¡Ah, señor mío! ¿Faltan en tu corte iguales a Roldán? EMPERADOR: Yo no lo sé. Calla, que hablan. GALALÓN: Sí haré. EMPERADOR: Si dijeras desiguales... MARFISA: Escúchame, Carlomagno, que yo hablaré como alcance mi voz hasta tus orejas, por más que estemos distantes; y denme también oídos tus famosos Doce Pares, que yo les daré mis manos cada y cuando que gustaren. Una mujer soy que encierra deseos en sí tan grandes, que compiten con el cielo, porque en la tierra no caben. Soy más varón en las obras que mujer en el semblante; ciño espada y traigo escudo, huigo a Venus, sigo a Marte; poco me curo de Cristo; de Mahoma no hay hablarme; es mi dios mi brazo solo, y mis obras, mis Penates. Fama quiero y honra busco, no entre bailes ni cantares, sino entre acerados petos, entre lanzas y entre alfanjes. Y es fama que las que vibran y las que ciñen tus Pares vuelan y cortan más que otras regidas de brazos tales. Por probar si esto es verdad, vivo[s] deseos me traen, y a todos los desafío, pero a singular certamen; y, para que no se afrenten de una mujer que esto hace, mi nombre quiero decilles: soy Marfisa, y esto baste. BERNARDO: En el padrón de Merlín va Marfisa a aposentarse, donde esperará tres días el deseado combate; y si tantos acudieren que no puedan despacharse, ella desde aquí me escoge y elige por su ayudante. Soy caballero español de prendas y de linaje, y quizá el mismo deseo de Marfisa aquí me trae. Y entended que el desafío ha de ser a todo trance, porque grandes honras deben comprarse a peligros grandes. MARFISA: Decid que deje Roldán amorosos disparates, que con Venus y Cupido se aviene mal el dios Marte. Lo que el español ha dicho lo confirmo; y, porque es tarde y el padrón no está muy cerca, el Dios que adoráis os guarde. EMPERADOR: ¿Hay, por dicha, Galalón, en París otros Roldanes? ¿Hay otro alguno que pueda con Reinaldos igualarse? Si los hay, ¿cómo han callado, oyendo desafiarse? ¡Oh, mal hubieses, Angélica, que tantos males me haces! Colgados de tu hermosura, todos mis valientes traes; solo han dejado a París, solo, por ir a buscarte. GALALÓN: Mientras vive Galalón, ninguno podrá agraviarte; y mañana con las obras haré mis dichos verdades. Dame licencia, señor, porque al punto vaya a armarme. EMPERADOR: No hay para qué me la pida quien es de los Doce Pares.
[Vanse. Salen] FERRAGUTO y ROLDÁN, riñendo, con las espadas desnudas
ROLDÁN: Tú le mataste, y fue alevosamente, moro español, sin fe y sin Dios nacido. FERRAGUTO: Tu falsa lengua, como falso, miente, y mentirá mil veces, y ha mentido. ROLDÁN: ¿No fue maldad echarle en la corriente del río? FERRAGUTO: Muy bien puede del vencido hacer el vencedor lo que quisiere. ROLDÁN: De tu falso argüir eso se infiere. No te retires, bárbaro arrogante, que quiero castigar tu alevosía. FERRAGUTO: Si me retiro, fanfarrón de Aglante, el paso sí, la voluntad no es mía. Por Mahoma te juro, y Trivigante, que no sé quién me impele y me desvía de tu presencia, ¡oh paladín gallardo! ROLDÁN: Con ésta acabarás, que ya me tardo.
Retírase FERRAGUTO, y, puesto en la tramoya, al tirarle ROLDÁN una estocada, se vuelva la tramoya, y parece en ella ANGÉLICA, y ROLDÁN, echándose a los pies della; al punto que se inclina, se vuelve la tramoya, y parece uno de los sátiros, y hállase ROLDÁN abrazado con sus pies
ROLDÁN: ¿Qué milagros son éstos, Dios inmenso? ¿Es piedad del Amor ésta que veo? Arrójome a tus pies, y en esto pienso que satisfago en todo a mi deseo. Coge, amada enemiga, el fruto y censo que estos labios te dan, y por trofeo ponga Amor en su templo que un Orlando está tus bellas plantas adorando. De ámbar pensé, mas no es sino de azufre, el olor que despiden estas plantas. ¿Adónde tanto engaño, Amor, se sufre, o quién puede formar visiones tantas? Ésta veré si esta estocada sufre.
Vuélvese la tramoya, y parece MALGESÍ en su forma
MALGESÍ: Primo, ¿que no te enmiendas ni te espantas? ROLDÁN: ¡Oh Malgesí! Hazaña ha sido aquésta que mi amor y tu ciencia manifiesta. Mas, dime: ¿de qué sirven tantas pruebas para ver que estoy loco y que me pierdo, sabiendo que el estilo que tú llevas ni le cree ni le admite el hombre cuerdo? MALGESÍ: Ven conmigo, Roldán; daréte nuevas de tu bien por tu mal. ROLDÁN: ¡Oh sabio acuerdo! Llévame, primo, en presuroso vuelo deste infierno de ausencia a ver mi cielo. MALGESÍ: Arrima las espaldas a esa caña, los ojos cierra y de Jesús te olvida. ................................[-aña] ................................[-ida] ROLDÁN: Grave cosa me pides. MALGESÍ: Date maña, que importa a tu contento esta venida. ROLDÁN: ¿Estoy bien puesto? MALGESÍ: Bien. ROLDÁN: Jesús me valga, aunque jamás con esta empresa salga.
Vuélvese la tramoya con ROLDÁN; salen BERNARDO y MARFISA, y suena dentro una trompeta
BERNARDO: Trompeta y caballos siento, y, según mi parecer, paladín debe de ser que viene al padrón contento, y seguro de alcanzar de ti, Marfisa, el trofeo. MARFISA: A pie viene, a lo que veo. BERNARDO: Pues, ¿quién le hizo apear? MARFISA: Lo que a nosotros. ¿No ves que aquí caballo no llega? BERNARDO: Sin duda, es de la refriega; que me parece francés.
[Sale] GALALÓN, armado de peto y espaldar
GALALÓN: Sálveos Dios, copia dichosa, tan bella como valiente. BERNARDO: Dios te salve y te contente. MARFISA: ¡Salutación enfadosa! Sálveme mi brazo a mí, y conténteme mi fuerza. GALALÓN: Vuestro desafío me fuerza y mueve a venir aquí. MARFISA: Dime si eres paladín. GALALÓN: Paladín digo que soy. BERNARDO: ¿Partiste de París hoy? GALALÓN: Anoche. BERNARDO: Pues, ¿a qué fin? GALALÓN: No más de a ver si hay qué ver en ti y la bella Marfisa. BERNARDO: Tú te has dado buena prisa. GALALÓN: Conviene, porque hay que hacer. MARFISA: ¿Qué tienes que hacer? GALALÓN: Venceros y dar a París la vuelta. BERNARDO: Si cual tienes lengua suelta tienes agudos aceros, bien saldrás con tu intención. Mas, dime: ¿cómo es tu nombre? GALALÓN: Diréoslo, porque os asombre: es mi nombre Galalón, el gran señor de Maganza, de los Doce el escogido. BERNARDO: Días ha que yo he sabido que eres una buena lanza, un crisol de la verdad, un abismo de elocuencia, un imposible de ciencia, un archivo de lealtad. MARFISA: Contra la razón te pones, Bernardo, porque la fama por todo el mundo derrama que éste es saco de traiciones, y aun enemigo mortal de todos los paladines, malsín sobre los malsines, mentiroso y desleal, y, sobre todo, cobarde. GALALÓN: A la prueba me remito, y vengamos al conflito, que se va haciendo tarde. Empero, si queréis iros sin comenzar esta empresa, yo os juro y hago promesa de eternamente serviros y de no desenvainar en contra vuestra mi espada. BERNARDO: Promesa calificada y muy digna de estimar. MARFISA: Dame la mano, que quiero aceptarte por amigo. GALALÓN: Doyla, porque siempre sigo proceder de caballero. ¡Cuerpo de quien me parió, que los huesos me quebrantas! MARFISA: Pues, ¿desto poco te espantas? GALALÓN: De menos me espanto yo. De modo vas apretando, que se acerca ya mi fin. BERNARDO: ¿Un famoso paladín ansí se ha de estar quejando porque le dé una doncella la mano por gran favor? GALALÓN: ¿Ésta es doncella? Es furor, es rayo que me atropella, es de mi vida el contraste, pues que ya me la ha quitado. MARFISA: ¡Por Dios, que se ha desmayado! BERNARDO: ¿Cómo, y tanto le apretaste? MARFISA: La mano le hice pedazos. BERNARDO: ¡Oh desdichado francés! MARFISA: Quitarle quiero el arnés, pues viene sin guardabrazos, y ponerle por trofeo colgado de alguna rama, con un mote que su fama descubra, como deseo. Pero fáltanme instrumentos con que ponerlo en efecto.
MALGESÍ dice de dentro
MALGESÍ: No faltarán, te prometo, pues sé tus buenos intentos. Esos ministros que envío cumplirán tu voluntad. BERNARDO: ¡Oh, qué extraña novedad! MARFISA: ¿Quién sabe el intento mío? Los versos dicen lo mismo que imaginé en mi intención. ¿Si llevan a Galalón estos diablos al abismo? GALALÓN: Ya yo entiendo que aquí andas; a ti digo, Malgesí. Di: ¿no hallaste para mí otro coche ni otras andas?
Llévanle los sátiros en brazos a GALALÓN
MARFISA: Di cómo dice el trofeo; quizá yo no lo he entendido. BERNARDO: Agudo está y escogido. MARFISA: Léelo en voz. BERNARDO: En voz lo leo: Estar tan limpio y terso aqueste acero, con la entereza que por todo alcanza, nos dice que es, y es dicho verdadero, del señor de la casa de Maganza. Estas selvas está cierto que están llenas de aventuras. MARFISA: Quedado habemos a escuras, por el sol que se ha encubierto; y, entre tanto que él visita los antípodas de abajo, demos al sueño el trabajo que el reposo solicita. A esta parte dormiré; tú, Bernardo, duerme a aquélla, hasta que salga la estrella que a Febo guarda la fe. Y si en aquestos tres días no vinieren paladines, buscaremos otros fines de más altas bizarrías. BERNARDO: Bien dices, aunque el sosiego pocas veces le procuro, con todo, a este peñón duro el sueño y cabeza entrego.
Échase a dormir. Sale por lo hueco del teatro CASTILLA, con un león en la una mano, y en la otra un castillo
CASTILLA: ¿Duermes, Bernardo amigo, y aun de pesado sueño, como el que de cuidados no procede? ¿Huyes de ser testigo de que un extraño dueño tu amada patria sin razón herede? ¿Esto sufrirse puede? Advierte que tu tío, contra todo derecho, forma en el casto pecho una opinión, un miedo, un desvarío que le mueve a hacer cosa ingrata a ti, infame a mí, y dañosa. Quiere entregarme a Francia, temeroso que, él muerto, en mis despojos no se entregue el moro, y está en esta ignorancia de mi valor incierto y dese tuyo sin igual que adoro. No mira que el decoro de animosa y valiente, sin cansancio o desmayo, que me infundió Pelayo, he guardado en mi pecho eternament[e], y he de guardar contino, sin que pavor le tuerza su camino. Ven, y con tu presencia infundirás un nuevo corazón en los pechos desmayados; curarás la dolencia del rey, que, c[i]ego al cebo de pensamientos en temor fundados, sigue vanos cuidados, tan en deshonra mía, que, si tú no me acorres y luego me socorres, huiré la luz del sol, huiré del día, y en noche eterna obscura lloraré sin cesar mi desventura. Por oculto camino del centro de la tierra te llevaré, Bernardo, al patrio suelo. ..................[-ino] propicio tuyo encierra tú en tu brazo tu honra y mi consuelo. Ven, que el benigno Cielo a tu favor se inclina. Llevaré a tu escudero por el mismo sendero. Y tú, sin par, que aspiras a divina, procura otras empresas, que es poco lo que en éstas inte[resas]. Nadie en esta querella batallará contigo, que tras sí se los lleva la hermosura de Angélica la bella, común fiero enemigo de los que en esto ponen su ventura. Y está cierta y segura que dentro en pocos años verás estrañas cosas, amargas y gustosas, engaños falsos, ciertos desengaños. Y, en tanto, en paz te queda, y así cual lo deseo te suceda.
[Vase] CASTILLA con BERNARDO por lo hueco del teatro
MARFISA: Selvas de encantos llenas, ¿qué es aquesto que veo? ¿Qué figuras son éstas que se ofrecen? ¿Son malas o son buenas? Entre creo y no creo, me tienen estas sombras que parecen: admiraciones crecen en mí, no ningún miedo. Lleváronme a Bernardo, y aquí sin causa aguardo. Ir quiero a do mostrar mi esfuerzo puedo. Vuelto me he en un instante; derecha voy al campo de Agramante.
[Salen] CORINTO, pastor, y ANGÉLICA, como pastora
CORINTO: Digo que te llevaré, si fuese a cabo del mundo. ANGÉLICA: En tu valor, sin segundo, sé bien que bien me fié. CORINTO: Haya güelte, y tú verás si te llevo do quisieres. ANGÉLICA: Mira tú cuánto pudieres, que eso mismo gastarás; que tengo joyas que son de valor y parecer. CORINTO: Y, ¿adónde se han de vender? ANGÉLICA: Ahí está la confusión. CORINTO: No reparar en el precio: que, cuando hay necesidad, es punto de habilidad dar la cosa a menos precio. Y más, que todo lo allana un buen ingenio cursado. Y, ¿cuándo has determinado que partamos? ANGÉLICA: Yo, mañana. CORINTO: Daremos de aquí en Marsella, y allí nos embarcaremos, y el camino tomaremos para España, rica y bella. Y, en saliendo del Estrecho, tomar el rumbo a esta mano por el mar profundo y cano que tantas burlas me ha hecho. Digo que si naves hay, y en el viento no hay reveses, en menos de trece meses yo te pondré en el Catay. ¿Quieres más? ANGÉLICA: Eso me basta, si así lo ordenase el Cielo. CORINTO: Aunque me ves deste pelo, soy marinero de casta, y nado como un atún, y descubro como un lince, y trabajo más que quince, y más que veinte, y aún. Pues, en el guardar secreto, haz cuenta que mudo soy. ¿Quieres que nos vamos hoy?
[Sale] REINALDOS
ANGÉLICA: ¡Oh nuevo y terrible aprieto! Si éste me conoce, es cierta mi muerte y mi sepultura. CORINTO: Pues encubre tu hermosura, si es que puede estar cubierta. Pero dime: ¿que éste es el francés del otro día? ¡Adiós, pastoraza mía, que está mi vida en mis pies!
Huye CORINTO
ANGÉLICA: No es acertado esperalle; muy mejor será hüir. REINALDOS: ¿Sabrásme, amiga, decir, de un rostro, donaire y talle que es, más que humano, divino? Alza el rostro. ¿A qué te encubres, que parece que descubres un no sé qué peregrino? Alza a ver. ¡Oh santos cielos! ¿Qué es esto que ven mis ojos? ¡Oh gloria de mis enojos, oh quietud de mis recelos! ¿Quién os puso en este traje? ¿Huísos? Pues, ¡vive Dios!, ingrata, que he de ir tras vos hasta que al infierno baje, o hasta que al cielo me encumbre, si allá os pensáis esconder; que el tino no he de perder, pues va delante tal lumbre.
Corre ANGÉLICA y entra por una puerta, y REINALDOS tras ella; y, al salir por otra, haya entrado ROLDÁN, y encuentra con ella
ROLDÁN: De mi dolor conmovido, te ha puesto el cielo en mis brazos. REINALDOS: Suelta, que te haré pedazos, amante descomedido; suelta, digo, y considera la grosería que haces. ROLDÁN: ¿Para qué turbas mis paces, sombra despiadada y fiera? ¿No ves que esta prenda es mía de razón y de derecho? REINALDOS: ¡Por Dios, que te pase el pecho! ANGÉLICA: ¡Suerte airada, estrella impía! REINALDOS: ¿Fíaste en ser encantado, que no quieres defenderte? ROLDÁN: No fío sino en tenerte por un simple enamorado. REINALDOS: ¡Mataréte, vive el cielo! ROLDÁN: Si puedes, luego me acaba. REINALDOS: ¿Hay desvergüenza tan brava? ROLDÁN: ¿Hay tan necio y simple celo? ANGÉLICA: ¿Hay hembra tan sin ventura como yo? Dúdolo, cierto. ¡Suelta, crüel, que me has muerto a manos de tu locura! REINALDOS: ¡Suéltala, digo! ROLDÁN: ¡No quiero! REINALDOS: ¿Defiéndete, pues! ROLDÁN: ¡Ni aqueso! REINALDOS: ¡Loco estás! ROLDÁN: Yo lo confieso, aunque de estar cuerdo espero. ANGÉLICA: Divididme en dos pedazos, y repartid por mitad. ROLDÁN: No parto yo la beldad que tengo puesta en mis brazos. REINALDOS: Dejarla tienes entera, o la vida en estas manos. ANGÉLICA: ¡Oh hambrientos lobos tiranos, cuál tenéis esta cordera! El cielo se viene abajo, de mi angustia condolido. ROLDÁN: ¡Oh salteador atrevido, cuán sin fruto es tu trabajo!
Descuélgase la nube y cubre a todos tres, que se esconden por lo hueco del teatro; y salen luego el EMPERADOR Carlomagno y GALALÓN, la mano en una banda, lastimada cuando se la apretó MARFISA
EMPERADOR: ¿Que vencistes a Marfisa? GALALÓN: Llegué y vencí todo junto, porque yo no pierdo punto si acaso importa la prisa. Maltratóme aquesta mano de un bravo golpe de espada, de que quedó magullada, porque fue el golpe de llano. EMPERADOR: ¿Qué se hizo el español? GALALÓN: Como vio en mí a toda Francia, se deshizo su arrogancia como las nubes al sol. También le dejé vencido. EMPERADOR: ¡Brava hazaña, Galalón! GALALÓN: Hazaña de un corazón que es de ti favorecido. EMPERADOR: ¿Quién es éste? GALALÓN: Malgesí. EMPERADOR: ¡Oh, a qué buen tiempo que viene! Parece que se detiene ¿Viene armado? GALALÓN: Creo que sí.
[Sale] MALGESÍ con el escudo de GALALÓN:, donde vienen escritos los cuatro versos de antes
EMPERADOR: Extraña armadura es ésta, ¡oh Malgesí!, caro amigo. GALALÓN: La ciencia deste enemigo honra y vida y más me cuesta. MALGESÍ: Señor, pues sabéis leer, leed aquesta escritura. GALALÓN: Mi cobardía se apura si más quiero aquí atender. Irme quiero a procurar venganza deste embaidor.
[Vase] GALALÓN
MALGESÍ: Después os diré, señor, cosas que os han de admirar. EMPERADOR: ¿Adónde queda Roldán, y adónde queda Reinaldos? MALGESÍ: Sacro emperador, miraldos de la manera que están.
Vuelven a salir ROLDÁN:, REINALDOS: y ANGÉLICA:, de la misma manera como se entraron cuando les cubrió la nube
REINALDOS: Mi trabajo doy al viento, por más que mi fuerza empleo. ROLDÁN: Reinaldos, no soy Anteo, que me ha de faltar aliento. ANGÉLICA: ¡Cobardes como arrogantes, de tal modo me tratáis, que no es posible seáis ni caballeros ni amantes! MALGESÍ: Vuelve la vista, emperador supremo; verás el genio de París rompiendo los aires y las nubes, paraninfo despachado del cielo en favor tuyo. EMPERADOR: ¡Hermosa vista y novedad es ésta!
Parece un ÁNGEL en una nube volante
ÁNGEL: Préstame, Carlo, atento y grato oído, y escucha del divino acuerdo cuanto tiene en tu daño y gusto estatüido allá en las aulas del alcázar santo. Presto estos campos con marcial rüido retumbarán, y con horror y espanto volverá las espaldas la cristiana a la gente agarena y africana. En honor de Macón y Trivigante, con torcida y errada fantasía, viste las duras [armas] Agramante, y deja Ferragut a Andalucía. Rodamonte feroz viene delante; sus fuertes moros Zaragoza envía, con Marsilio, su rey, y el rey Sobrino, tan prudente, que casi es adivino. Queda Libia desierta, sin un moro; de África quedan solas las mezquitas, y todos a una voz tus lirios de oro afrentan con palabras inauditas. Mas tú, guardando el sin igual decoro que guardas en empresas exquisitas, sal al encuentro luego a esta canalla, puesto que perderás en la batalla. Pero después la poderosa mano ayudarte de modo determina, que del moro español y el africano seas el miedo y la total rüina. Vuelvo con esto al trono soberano, a ver si en tu favor se determina de nuevo alguna cosa, y en un punto tendrás mi vista y el aviso junto.
Vase
EMPERADOR: ¡Gracias te doy, Dios inmenso, por el aviso y merced! ROLDÁN: Pues ella cayó en mi red, gozalla, sin duda, pienso. REINALDOS: ¿Todavía estás en eso? ROLDÁN: ¿Y tú en eso todavía? EMPERADOR: De vuestra loca porfía he de sacar buen suceso, y ha de ser desta manera: aquesta dama llevad, y al momento la entregad al gran duque de Baviera, y el que más daño hiciere en el contrario escuadrón, llevará por galardón la prenda que tanto quiere. ROLDÁN: Soy contento. REINALDOS: Soy contento. ROLDÁN: ¡Morirán luego a mis manos andaluces y africanos! MALGESÍ ¡Vano saldrá vuestro intento! ROLDÁN: ¡Despedazaré a Agramante y a su ejército en un punto! Cuéntenle ya por difunto. MALGESÍ No te alargues, arrogante, que Dios dispone otra cosa, como en efecto verás. ROLDÁN: ¡Oh Agramante! ¿Dónde estás? REINALDOS: ¡Por mía cuento esta diosa! Cuando con victoria vuelvas, crecerá tu gusto y fama, que por ahora nos llama fin suspenso a nuestras selvas.

SUENAN CHIRIMÍAS, Y DASE FIN A LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002