JORNADA SEGUNDA


Sale LAUSO, pastor, por una parte de la montaña, con su guitarra, y CORINTO, por la otra, con otra
LAUSO: ¡Ah Corinto, Corinto! CORINTO: ¿Quién me llama? LAUSO: Lauso, tu amigo. LAUSO: ¿No miras? CORINTO: Algún árbol te encubre, alguna rama, o estás en el lugar donde suspiras cuando Clori te muestra el rostro airado, y en solitaria parte te retiras. Baja, si quieres, Lauso, al verde prado, en tanto que de Febo la carrera declina desta cumbre al otro lado. Cantaremos de Clori lisonjera, al pie de un verde sauce o murto umbroso, que pasa el pensamiento en ser ligera. LAUSO: Ya abajo; pero no a buscar reposo, sino a cumplir lo que amistad me obliga y a pasar a la sombra el sol fogoso; que en tanto que la dulce mi enemiga se esté fortalecida en su dureza no hay mal que huya ni placer que siga.
Bajan los dos de la montaña
CORINTO: Pesado contrapeso es la pobreza para volar de amor, ¡oh Lauso!, al cielo, aunque tengas cien alas de firmeza. No hay amor que se abata ya al señuelo de un ingenio sutil, de un tierno pecho, de un raro proceder, de un casto celo. Granjería común amor se ha hecho, y dél hay feria franca dondequiera, do cada cual atiende a su provecho. LAUSO: ¡Oh Clori, para mí serpiente fiera por mi estrecheza, aunque paloma mansa para un alma de piedra verdadera! ¿Que es posible, cruel, que no te cansa de Rústico el ingenio, que es de robre, y que el tuyo estimado en él descansa? CORINTO: Vuélvese el oro más cendrado en cobre, y el ingenio más claro en tonta ciencia, si le toca o le tiene el hombre pobre, y desto es buen testigo la experiencia. Pero escucha; que cantan en la sierra, y aun es la voz bien para dalle audiencia.
Canta CLORI en la montaña, y sale cogiendo flores
[CLORI]: Derramastes el agua, la niña, y no dijistes: "¡Agua va!" La justicia os prenderá. LAUSO: De aquella que el placer de mí destierra es el suave y regalado acento, y aun quien sus gustos el amor encierra. CORINTO: Escuchémosla, pues. LAUSO: Ya estoy atento. CLORI: Derramástesla a deshora, y fue con tan poca cuenta, que mojastes con afrenta al que os sirve y os adora. Pero llegada la hora donde el daño se sabrá, la justicia os prenderá. LAUSO: Bien es que la ayudemos: acuerda con el mío tu instrumento. CORINTO: Yo creo que está bien; mas, ¿qué diremos? LAUSO: Su mismo villancico, trastrocado, cual tú sabrás hacer. CORINTO: Los dos le haremos.
Canta CORINTO
CORINTO: Cautivástesme el alma, la niña, y tenéisla siempre allá; el Amor me vengará. Vuestros ojos salteadores, sin ser de nadie impedidos, se entraron por mis sentidos, y se hicieron salteadores; lleváronme los mejores, y tenéislos siempre allá; el Amor me vengará. LAUSO: Así, Clori gentil, te ofrezca el prado, en mitad del invierno, flores bellas, y cuando el campo esté más agostado; y que siempre te halles al cogellas con el júbilo alegre que nos muestra la voz con que se ahuyentan mis querellas; que esa rara beldad, que nos adiestra a conocer al Hacedor del cielo, en este sitio haga alegre muestra. Volverás paraíso aqueste suelo, y este calor que nos abrasa, ardiente, en aura blanda y regalado yelo. CLORI: Porque no es tu demanda impertinente, cual otras veces suele, haré tu gusto, que es en todo del mío diferente. CORINTO: Dime, Clori gentil, ¿dó está el robusto, el bronce, el robre, el mármol, leño o tronco que así a tu gusto le ha venido al justo? Por aquel, digo, desarmado y bronco, calzado de la frente y de pies ancho, corto de zancas y de pecho ronco, cuyo dios es el estendido pancho, y a do tiene la crápula su estancia, él tiene siempre su manida y rancho. CLORI: Con él tengo, Corinto, más ganancia que contigo, con Lauso y con Riselo, que vendéis discreción con arrogancia. Rústica el alma, y rústico es el velo que al alma cubre, y Rústico es el nombre del pastor que me tiene por su cielo. Mas, por rústico que es, en fin es hombre que de sus manos llueve plata y oro, Júpiter nuevo, y con mejor renombre. Él guarda de mis gustos el decoro, ora le envíe al blanco cita frío o al tostado, engañoso libio moro. Tiene por justa ley el gusto mío, y el levantado cuello humilde inclina al yugo que le pone mi albedrío. No tiene el rico Oriente otra tal mina como es la que yo saco de sus manos, ora cruel me muestre, ora benigna. Quédense los pastores cortesanos con la melifluidad de sus razones y dichos, aunque agudos, siempre vanos. No se sustenta el cuerpo de intenciones, ni de conceptos trasnochados hace sus muchas y forzosas provisiones. El rústico, si es rico, satisface aun a los ojos del entendimiento y el más sabio, si es pobre, en nada aplace. Dirán Corinto y Lauso que yo miento, y muestra la experiencia lo contrario, y Rústico lo sabe, y yo lo siento. LAUSO: Es gusto de mujeres ordinario, en lo que es opinión, tener la parte que más descubra ser su ingenio vario. Quisiera dese error, Clori, sacarte; mas ya estás pertinaz en tu locura, y en vano será agora predicarte. CORINTO: Así, pastora, goces tu hermosura, que me dejes hacer una experiencia; quizá te hará volver a tu locura. Verás, pastora, al vivo la inocencia de Rústico, el pastor, por quien nos dejas. CLORI: ¿Para qué es el pedirme a mí licencia? LAUSO: Paréceme que llega a mis or[e]jas de Rústico la voz. CORINTO: Él es, sin duda, que a sestear recoge sus ovejas.
RÚSTICO parece por la montaña
RÚSTICO: Mirad si se cayó en aquella azuda una oveja, pastores; corred luego, y cada cual a su remedio acuda. Dejad, mal hora, del herrón el juego. Aguija, Coridón. ¡Oh, cómo corre! ¡Quién quitara a Damón de su sosiego! Llegó; ya se arrojó; ya la socorre y la saca en los brazos medio muerta, y parece que un río de ambos corre. Esta noche tú, ¡hola!, está alerta, no venga, como hizo en la pasada, el lobo que la ca bra dejó muerta. Tú acudirás, Cloanto, a la majada del valle de la Enceña, y darás orden que estén todos aquí de madrugada. ¡Oh Compo! Tú harás que se concorden en el pasto Corbato con Francenio; que me da pesadumbre su desorden. CLORI: ¡Mirad si tiene Rústico el ingenio para mandar acomodado y presto! RÚSTICO: Tú acude a las colmenas, buen Partenio. Llévese de las vacas todo el resto al padrón de Merlín, y de las cabras al monte o soto de ciprés funesto. CLORI: ¿Parécenos de pobre las palabras que dice? CORINTO: Pues aquí, en esta espesura, te has de esconder, y mira que no abras la boca, porque importa a la aventura que queremos probar de nuestro intento, por ver si es suya o nuestra la locura. CLORI: Yo enmudezco y me escondo, y vuestro cuento sea, si puede ser, breve y ligero; que, si es pesado y grande, da tormento.
Escóndese CLORI
LAUSO: Corinto, ¿qué has de hacer? CORINTO: Estáme atento. Rústico amigo, al llano abaja; aguija, que es cosa que te importa; corre, corre. RÚSTICO: Ya voy, Corinto amigo; espera, espera mientras que cuento un centenar de bueyes, y tres hatos de ovejas, y otros cinco de cabras desde encima deste pico do estoy sentado. ¿No me ves? CORINTO: ¡Acaba! ¿Haces burla de mí? RÚSTICO: Por Dios, no hago; mas yo lo dejo todo por servirte. Vesme aquí: ¿qué me mandas? CORINTO: Que me ayudes a alcanzar deste ramo un papagayo que viene del camino de las Indias, y esta noche hizo venta en aquel hueco deste árbol, y alcanzalle me conviene. RÚSTICO: ¿Qué llamas papagayo? ¿Es un pintado, que al barquero da voces y a la barca, y se llama real por fantasía? CORINTO: Desa ralea es éste; pero entiendo que es bachiller y sabe muchas lenguas, principal la que llaman bergamasca. RÚSTICO: ¿Pues qué se ha de hacer para alcanzalle? CORINTO: Conviene que te pongas desta suerte. Daca este brazo, y lígale tú, Lauso, y átale bien, que yo le ataré estotro. RÚSTICO: ¿Pues yo no estaré quedo sin atarme? CORINTO: Si te meneas, espantarse ha el pájaro; y así, conviene que aun los pies te atemos. RÚSTICO: Atad cuanto quisiéredes; que, a trueco de tener esta joya entre mis manos, para que luego esté en las de mi Clori, dejaré que me atéis dentro de un saco. Ya bien atado estoy. ¿Qué falta agora? CORINTO: Que yo me suba encima de tus hombros, y que Lauso, pasito y con silencio, me ayude a levantar las verdes hojas que cubren, según pienso, el dulce nido. RÚSTICO: Sube, pues. ¿A qué esperas? CORINTO: Ten paciencia; que no soy tan pesado como piensas. RÚSTICO: ¡Vive Dios, que me brumas las costillas! ¿Has llegado a la cumbre? CORINTO: Ya estoy cerca. RÚSTICO: Avisa a Lauso que las ramas mueva pasito, no se vaya el pajarote. LAUSO: No se nos puede ir, que ya le he visto. RÚSTICO: Pregúntale, Corinto, lo que suelen preguntar a los otros papagayos, por ver si entiende bien nuestro lenguaje. CORINTO: ¿Cómo estás, loro, di? "¿Cómo? Cautivo." RÚSTICO: ¡Hi de puta, qué pieza! Di otra cosa. CORINTO: "¡Daca la barca, hao; daca la barca!" RÚSTICO: Y aqueso, ¿quién lo dijo? CORINTO: El papagayo. RÚSTICO: ¡Oh Clori, qué presente que te hago! CORINTO: "¡Clori, Clori, Clori, Clori, Clori!" RÚSTICO: ¿Es todavía el papagayo aquése? CORINTO: Pues, ¿quién había de ser? RÚSTICO: ¿Hasle ya asido? CORINTO: Dentro en mi caperuza está ya preso. RÚSTICO: Desciende, pues, y véndemele, amigo, que te daré por él cuatro novillos que aún no ha llegado el yugo a sus cervices, no más de porque dél mi Clori goce. LAUSO: No se dará por treinta mil florines. RÚSTICO: ¡Ah, por amor de Dios, yo daré ciento! Desatadme de aquí, porque a mi gusto le vea y le contemple. CORINTO: Es ceremonia que en semejantes cazas suele usarse, que tan sola una mano se desate del que las dos tuviere y pies atados; con ésta suelta, puedes blandamente alzar mi caperuza venturosa, que tal tesoro encubre. Despabila los ojos para ver belleza tanta. Pasito, no le ahajes. Mas espera, que está la mano sucia; con saliva te la puedes limpiar. RÚSTICO: Ya está bien limpia. CORINTO: Agora sí. ¡Dichoso aquel que llega a descubrir tan codiciosa prenda! RÚSTICO: ¡Donosa está la burla! Di, Corinto: ¿es ése el papagayo? CORINTO: Éste es el pico; las alas, éstas; éstas, las orejas del asno de mi Rústico y amigo. RÚSTICO: ¡Desátenme, que a fe que yo me vengue!
Sale CLORI
CLORI: ¡Ah simple, ah simple! RÚSTICO: ¿Y haslo visto, Clori? Por ti la burla siento, y no por otr[o]. CLORI: Calla, que para aquello que me sirves, más sabes que trecientos Salomones. Di que se vista Lauso desta burla, o que compre Corinto algún tributo, o me envíe mañana una patena y unos ricos corales, como espero que podrás y querrás, con tu simpleza, enviármelos luego. RÚSTICO: ¿Y cómo, Clori? Y aun dos sartas de perlas hermosísimas. CLORI: ¿Compárase con esto algún soneto, Lauso? Y dime, Corinto: ¿habrá sonada, aunque se cante a tres ni aun a trecientos, que a la patena y sartas se compare? LAUSO: Eres mujer y sigues tu costumbre. CLORI: Sigo lo que es razón. LAUSO: Será milagro hallarla en las mujeres. CLORI: ¿Qué razones puede decir la lengua que se mueve guïada del desdén y de los celos? Tú eres la causa.
Entra ANGÉLICA, alborotada
ANGÉLICA: ¡Socorredme, cielos! Si en vuestros pechos mora misericordia alguna! Hermosa y agradable compañía: en mí os ofrece agora el cielo y la fortuna, sujeto igual a vuestra cortesía; que, la desdicha mía sabida, me asegura que podrá enterneceros y al remedio moveros, si es que le tiene tanta desventura. CLORI: Señora, di: ¿qué tienes? ANGÉLICA: Sin tasa males, y ningunos bienes. Pero no estoy en tiempo en que pueda contaros de mi dolor la parte más pequeña; ni vuestro pasatiempo será bien estorbaros contando el mal que ablandará esta peña. ¿No hay por aquí una breña donde me esconda, amigos? LAUSO: Luego, ¿quies esconderte? ¿Quién podrá aquí ofenderte? Angélica Persíguenme dos bravos enemigos. CORINTO: ¿No somos tres nosotros? ANGÉLICA: Ni aun a tres mil no temerán los otros. Llevadme a vuestras chozas, mudadme este vestido; amigos, escondedme. LAUSO: No te espantes. ¿Para qué te alborozas, si has a parte venido do se estiman en poco los gigantes? Montalbanes y Aglantes se tienen aquí en nada; porque, ¡por Dios!, si quiero, que los compre a dinero. Angélica ¡Hoy acaba mi vida su jornada! Corinto ¿Quieres que te escondamos? RÚSTICO: ¿Dice que sí? LAUSO: Pues, ¡sus!, ¿en qué tardamos? Ven; mudarás de traje y de lugar y todo. ANGÉLICA: De mis contrarios casi veo la sombra. CORINTO: Parece de linaje, y su habla y su modo a mí me admira. RÚSTICO: Pues a mí me asombra.
[Vanse] ANGÉLICA y LAUSO
¿Sabéis cómo se nombra? CORINTO: Pues, ¿cómo he de sabello? RÚSTICO: Busca algún nuevo ensayo. CORINTO: Buscaré un papagayo que me lo diga. CLORI: Ganarás en ello. CORINTO: Ganarás tú patenas. CLORI: Siempre tus burlas para mí son buenas.
[Vanse] todos, y sale REINALDOS
REINALDOS ¿Eres Dafne, por ventura, que de Apolo va huyendo, o eres Juno, que procura librarse del monstruo horrendo cerrada en la nube obscura? ¡Oh selvas de encantos llenas, do jamás se ha visto apenas cosa en su ser verdadero, contar de vosotras quiero aun las menudas arenas! Quizá esta fiera homicida, que cual sombra desparece porque padezca mi vida, adonde menos se ofrece la tendrá amor escondida. De nuevo vuelvan mis plantas a buscar entre estas plantas a la bella fugitiva. ¡Dura ocasión, que yo viva muriendo de muertes tantas!
Crujidos de cadenas, ayes y suspiros dentro
¡Válgame Dios! ¿Qué rüido es este que suena extraño? ¿Estoy despierto, o dormido? ¿Engáñome o no me engaño? Otra vez llega al oído. De entre estas hojas entiendo que sale el horrible estruendo. Mas, ¡ay!, ¿qué boca espantosa, terrible y extraña cosa, es aquesta que estoy viendo? Mientras más vomitas llamas, boca horrenda o cueva oscura, más me incitas y me inflamas. A ver si en esta aventura para algún buen fin me llamas.
Descúbrese la boca de la sierpe
Acógeme allá en tu centro, porque por tus fuegos entro a tu estómago de azufre.
MALGESÍ, vestido como diré, sale por la boca de la sierpe
MALGESÍ: ¿Adónde aquesto se sufre? REINALDOS: ¡Éste sí que es mal encuentro! ¿Quién eres? MALGESÍ: Soy el Horror, portero de aquesta puerta, adonde vive el temor y la sospecha más cierta que engendra el cielo de amor. Soy ministro de los duelos, embajador de los celos, que habitan en esta cueva. REINALDOS: Pues adonde están me lleva. MALGESÍ: Espera, y avisarélos. Mas primero has de mirar las guardas que puestas tiene en este triste lugar, y esto es lo que te conviene. REINALDOS: Comiénzalas a mostrar; que, aunque me muestras cifrados en ellas los condenados rostros que encierra el abismo, seré en este trance el mismo que he sido en los regalados.
Suena dentro música triste, como la pasada del padrón; sale el TEMOR, vestido como diré, con una tunicela parda, ceñida con culebras
MALGESÍ: Esta figura que ves es el Temor sospechoso, que engendra ajeno interés, impertinente curioso, que mira siempre al través; y así, el mezquino se admira de cada cosa que mira, ora sea mala o buena; la verdad le causa pena, y tiembla con la mentira.
Sale la SOSPECHA, con una tunicela de varias colores
Ésta es la infame Sospecha, de los Celos muy parienta, toda de contrarios hecha, siempre de saber sedienta lo que menos le aprovecha. Aquí nace, y muere allí, y torna a nacer aquí; tiene mil padres a un punto: éste, vivo; aquél, difunto, y ella vive y muere así.
Sale CURIOSIDAD
La vana Curiosidad es ésta que ves presente, hija de la Liviandad, con cien ojos en la frente, y los más con ceguedad. Es en todo entremetida, y susténtale la vida estar contino despierta, y hace la guarda a una puerta de muy difícil salida.
Con una soga a la garganta y una daga desenvainada en la mano, sale la DESESPERACIÓN, como diré
Es la Desesperación esta espantosa figura, sobre todas cuantas son, y, aunque es mala su hechura, es peor su condición. Ésta sigue las pisadas de los Celos, desdichadas, y anda tan junto con ellos, que desde aquí puedes vellos si cesan las llamaradas.
Suena la música triste, y salen los CELOS, como diré, con una tunicela azul, pintada[s] en ella sierpes y lagartos, con una cabellera blanca, negra y azul
Mas veslos, salen: advierte que cuanto con ellos miras amenazan triste suerte, ciertos y luengos pesares y, al fin, desdichada muerte. Todos sus secuaces son, puestos en comparación, de sus males una sombra que, puesto que nos asombra, no desmaya al corazón. Toca su mano y verás en el estado que quedas, diferente del que estás; y tal quedes, que no puedas ni quieras ya querer más.
Toca los CELOS la mano a REINALDOS
REINALDOS: ¡Celos, que se me abrasa el pecho y se cela! ¡En duro estrecho me pone el señor de Aglante! ¡Celos, quitáosme delante: basta el mal que me habéis hecho! MALGESÍ: ¿Cómo que con la invención de quien yo tanto fié no se cela el corazón de mi primo? Yo no sé la causa ni la razón.
Dice de dentro [el ESPÍRITU de] Merlín
[ESPÍRITU]: Malgesí, ¡cuán poco sabes! Mas yo haré que no te alabes de tu invención, aunque extraña. Pártete desta montaña antes que la vida acabes. MALGESÍ: Ya te conozco, Merlín; pero yo veré si puedo ver de mi deseo el fin, porque no me pone miedo desa tu voz el retín. [ESPÍRITU]: A tu primo entre esa yerba pondrás, que a mí se reserva y a mi fuente su salud; que hasta agora su virtud el cielo en ella conserva. MALGESÍ: Volveos por do venistes, figuras feas y tristes, que mi primo quedará adonde esperar podrá el remedio que no distes.
[Vanse] las sombras
Y yo, en tanto, buscaré medio para remedialle, y creo que lo hallaré.
Desvía de allí a REINALDOS
[ESPÍRITU]: Calla y procura dejalle, Malgesí. MALGESÍ: Así lo haré.
[Vase] MALGESÍ. Parece a este instante el carro [de] fuego, de los leones de la montaña, y en él la diosa VENUS
VENUS: De Adonis la compañía dejo casi de mi grado por seguir la fantasía deste espíritu encantado que en apremiarme porfía. Espérame hasta que vuelva, mi Adonis, y amor resuelv[a] tu brío, que no le alabo; mira que es el puerco bravo de la Calidonia selva. Pero, ¿qué puedo hacer sin mi hijo en este trance, donde tanto es menester? Merlín ha errado este lance; que a veces yerra el saber. Mas yo le quiero llamar, que a las veces suele estar mezclado entre los pastores, y entonces son los amores para mirar y admirar. Hijo mío, ¿dónde estáis? Si acaso la voz oís, y como a madre me amáis, decid: ¿cómo no venís?, que si venís, ya tardáis. Mas los músicos acentos que van rompiendo los vientos su venida manifiestan. ¡Oh hijo, y cuánto que cuestan aun tus fingidos contentos!
Suena música de chirimías; sale la nube, y en ella el dios CUPIDO, vestido y con alas, flecha y arco desarmado
[CUPIDO]: ¿Qué quieres, madre querida, que con tal priesa me llamas? VENUS: Está en peligro una vida, ardiendo en tus vivas llamas, y en un yelo consumida. Los celos, que en opinión están que tus hijos son, ciego y simple desvarío, le tienen el pecho frío y abrasado el corazón. Conviene que te resuelvas en su bien, y que le vuelvas en su antigua libertad. [CUPIDO]: Remedio a su enfermedad ha de hallar en estas selvas. Por tiempo hallará una fuente, cuyo corriente templado apaga mi fuego ardiente, y mi pena enamorada vuelve en desdén insolente. Beberá Reinaldos della, y de Angélica la bella, la hermosura que así quiere, si agora por vella muere, ha de morir por no vella. Levanta, guerrero invicto, y tiende otra vez el paso cerca de aqueste distrito, que en él hallarás acaso medio a tu mal infinito. Aunque has de pasar primero trances que callarlos quiero, pues decillos no conviene. REINALDOS: Aquél que celos no tiene, no tiene amor verdadero.
[Vase] REINALDOS
VENUS: Ya aqueste negocio es hecho. ¿No me dirás, hijo amado, si es invención de provecho andar en traje no usado y el arco roto y deshecho? ¿Quién te le rompió? ¿Y quién pudo cubrir tu cuerpo desnudo, que su libertad mostraba? ¿Quién te ha quitado el aljaba y la venda? Di; ¿estás mudo? [CUPIDO]: Has de saber, madre mía, que en la corte donde he estado no hay amor sin granjería, y el interés se ha usurpado mi reino y mi monarquía. Yo, viendo que mi poder poco me podía valer, usé de astucia, y vestíme, y con él entremetíme, y todo fue menester. Quité a mis alas el pelo, y en su lugar me dispuse, a volar con terciopelo; y, al instante que lo puse, sentí aligerar mi vuelo. Del carcaj hice bolsón, y del dorado arpón de cada flecha, un escudo, y con esto, y no ir desnudo, alcancé mi pretensión. Hallé entradas en los pechos que a la vista parecían de acero o de mármol hechos; pero luego se rendían al golpe de mis provechos. No valen en nuestros días las antiguas bizarrías de Heros ni de Leandros, y valen dos Alejandros más que docientos Macías.
[Sale] RÚSTICO
RÚSTICO: Lauso, acude; y tú, Corinto, acude, que, a lo que creo, otro papagayo veo, o si no, pájaro pinto. Acude, Clori, y verás la verdad de lo que digo; y trae a esotra contigo, y más, si quisieres más. [CUPIDO]: Yo sé bien que estos pastores nos han de dar un buen rato.
[Salen] LAUSO, CORINTO y CLORI, y ANGÉLICA, como pastora
LAUSO: ¿Tú no miras, insensato, que aquél es el dios de amor[es]? RÚSTICO: Como con alas le vi, entendí que era alcotán. CORINTO: ¡Quítate de aquí, pausán! RÚSTICO: ¿Pues yo qué te hago aquí? CORINTO: No te me pongas delante, que quiero hacer reverencia a este niño. RÚSTICO: ¡Qué inocencia! ¿Niño es éste? CORINTO: Y es gigante. RÚSTICO: Niñazo le llamo yo, pues ya le apunta el bigote. No os burléis con el cogote. ¡Mal haya quien me vistió! [CUPIDO]: No quiero que me hagáis, buena gente, sacrificio, y téngoos en gran servicio la voluntad que mostráis; y en pago quiero deciros la ventura que os espera. VENUS: Harás, hijo, de manera que den vado a sus suspiros. [CUPIDO]: Tú, Lauso, jamás serás desechado ni admitido; tú, Corinto, da al olvido tu pretensión desde hoy más; Rústico, mientras tuviere riquezas, tendrá contento: mudará cada momento Clori el bien que poseyere; la pastora disfrazada suplicará a quien la ruega. Y, esto dicho, el fin se llega de dar fin a esta jornada. LAUSO: En tanto, Amor, que te vas, porque algún contento goces, de nuestras rústicas voces el rústico acento oirás. Corinto y Clori, ayudadme; cantaréis lo que diré. CLORI: ¿Qué hemos de cantar? CORINTO: No sé. LAUSO: Diréis después, y escuchadme. Venga norabuena Cupido a nuestras selvas, norabuena venga. Sea bienvenido médico tan grave, que así curar sabe de desdén y olvido; hémosle entendido, y lo que él ordena sea norabuena. Quedan estas peñas ricas de ventura, pues tanta hermosura hoy en ella enseñas. Brotarán sus breñas néctar dondequiera. ¡Norabuena [sea]!
Mientras cantan, se va el carro de VENUS, y CUPIDO en él; y suenen las chirimías, y luego dice LAUSO
LAUSO: Vamos a nuestras cabañas a hacer nuevas alegrías, pues vemos en nuestros días tan ricas estas montañas; y si aquello que desea cada cual no ha sucedido, pues el Amor lo ha querido, decid: "¡Norabuena sea!"
[Dicen] todos: "¡Norabuena sea, sea norabuena!," y [vanse] y sale[n] BERNARDO y su ESCUDERO
BERNARDO: ¿Cómo no viene Marfisa? ESCUDERO: Detrás quedó de aquel monte. BERNARDO: Pues sobre ese risco ponte, y mira si se divisa. ESCUDERO: Ella dijo que al momento tras nosotros se vendría. BERNARDO: ¡Extraña es su bizarría! ESCUDERO: Y su valor, según siento. BERNARDO: A lo menos su arrogancia, pues la lleva sin parar a sola desafïar los Doce Pares de Francia; y tengo de acompañalla, que ya se lo he prometido. ESCUDERO: En negocio te has metido harto extraño. BERNARDO: ¡Simple, calla!; que siempre es mi intención buscar y ver aventuras. En París están seguras, si se traba esta quistión. Y veré dó llegar puede el valor de aquesta dama. ESCUDERO: Llegará donde su fama que a las mejores excede. BERNARDO: ¿Que se nos fue Ferraguto? ESCUDERO: Siempre, en cuanto hacía aquel moro, le vi guardar un decoro arrojado y resoluto. Después que mató a Argalía, y en el río le arrojó, al momento se partió. BERNARDO: Tiene loca fantasía. Mas dime: ¿no es el que asoma aquel gallardo francés de la pendencia? ESCUDERO: Sí es, y es confaloner de Roma. BERNARDO: ¿No es Roldán? ESCUDERO: Roldán es, cierto. BERNARDO: Agora quiero proballo, pues nadie podrá estorballo en este solo desierto. ¡Qué pensativo que viene! ¿No parece que algo busca? ESCUDERO: Todo el sentido le ofusca amor que en el pecho tiene. BERNARDO: ¿Cómo lo sabes? ESCUDERO: ¿No viste que la pendencia dejó, y tras la dama corrió, que allí se mostró tan triste? BERNARDO: ¡Ah Roldán, Roldán! ROLDÁN: ¿Quién llama? BERNARDO: Deciende acá y lo verás. ROLDÁN: ¡Oh Angélica!, ¿dónde estás? ESCUDERO: ¿Ves si le abrasa su llama? ROLDÁN: ¿Qué me quieres, caballero? BERNARDO: ¿No me conoces? ROLDÁN: No, cierto. ESCUDERO: Bien en lo que digo acierto: él es de amor prisionero. Haré yo una buena apuesta que está puesto en tal abismo, que no sabe de sí mismo. BERNARDO: ¿Hay cosa que iguale a ésta? ¿Que no me conoces? ROLDÁN: No. BERNARDO: Pues yo te conozco a ti. ¿No eres Roldán? ROLDÁN: Creo que sí. ESCUDERO: Mirad si lo digo yo. En "creo" pone si es él; ¡cuál le tiene Amor esquivo! BERNARDO: El estar tan pensativo nos muestra su mal crüel. ¡Ah, Roldán, señor, señor! ROLDÁN: ¿Habláis conmigo, por dicha? BERNARDO: ¡Ésta si que es gran desdicha! ESCUDERO: Como desdicha de amor. ¡Extraño embelesamiento! ROLDÁN: ¡Oh Angélica dulce y cara! ¿Adónde escondes la cara, que es gloria de mi tormento? El corazón se me quema, ¡oh Angélica, mi reposo! ESCUDERO: Deste sermón amoroso, esta Angélica es el tema. Parece que está en ser que puedes desafïalle. BERNARDO: Quisiera yo remedialle si lo pudiera hacer.
Parece ANAGÉLICA, y va tras ella ROLDÁN; pónese en la tramoya y desparece, y a la vuelta parece la MALA FAMA, vestida como diré, con una tunicela negra, una trompeta negra en la mano, y alas negras y cabellera negra
ROLDÁN: ¿No es aquél mi cielo, cielos? Él es, pero ya se encubre; pues, cuando él se me descubre es porque me cubran duelos. Tras ti voy, nueva Atalanta; que, si quiere socorrerme amor, puede aquí ponerme mil alas en cada planta. Mi sol, ¿dó te transmontaste, y qué sombra te sucede? Mas, bien es que en noche quede el que de tu luz privaste. BERNARDO: De aventuras están llenas estas selvas, según veo. ESCUDERO: Viendo estoy lo que no creo. BERNARDO: ¡Calla! ESCUDERO: No respiro apenas. MALA FAMA: Detén el paso, senador romano, y aun la intención pudieras detenella, si tras sí, en vuelo presuroso y vano, no la llevara Angélica la bella. ¿Mas tu consejo y proceder liviano así la entregas, que cebado en ella quieres que quede, ¡oh grave desventura!, tu clara fama para siempre obscura? La Mala Fama soy, que tiene cuenta con las torpezas de excelentes hombres para entregallas a perpetua afrenta, y a viva muerte sus subidos nombres. Mi mano en este libro negro asienta, borrando la altivez de sus renombres, los hechos malos que en el tiempo hicieron cuando de amor la vana ley siguieron. Aquí está el grande Alcides, no cortando de la hidra lernea las cabezas, sino a los pies de Deyanira hilando, con mujeriles paños y ternezas. Está el rey Salomón; mas no juzgando las diferencias faltas de certezas, sino dando ocasión por mil razones que esté su salvación en opiniones. Uno de aquel famoso triunvirato aquí le tengo escrito y señalado, cuando, a su patria y a su honor ingrato, cegó en la luz del rostro delicado. En mitad de la pompa y aparato del bélico furor, de miedo armado, los ojos vuelve y ánimo a la nueva Angélica egipciana que le lleva. Es infinito el número que encierran aquestas negras hojas de los hechos de aquellos que su nombre y fama atierran, porque amor sujetó sus duros pechos; y si tú quieres ser de los que yerran, aunque están los renglones tan estrechos, ancho lugar haré para que escriba tu nombre, y en infamia eterna viva.
Vuélvese la tramoya
ROLDÁN: Yo mudaré parecer, a pesar de lo que quiero. BERNARDO: ¿Conocéisme, caballero? ROLDÁN: Pues, ¿no os he de conocer? [Bi]en sé que sois español y que Bernardo os llamáis. BERNARDO: ¡Gracias a Dios que miráis ya sin nublados el sol! ROLDÁN: ¿Habéis estado presente al caso de admiración? BERNARDO: Sí he estado. ROLDÁN: ¿Y no es gran razón que yo vuelva diferente, siendo una joya la honra que no se puede estimar? BERNARDO: Verdad es; mas por amar no se adquiere la deshonra. ROLDÁN: No hay amador que no haga mil disparates, si es fino; mas, ya que he cobrado el tino, y sanado de mi llaga, mis pasos caminarán por diferente sendero.
[Sale] MARFISA
MARFISA: Bernardo, ¿no es el guerrero éste a quien llaman Roldán? BERNARDO: Él es. Mas, ¿por qué lo dices? MARFISA: Porque su fama me fuerza a probar con él mi fuerza, porque tú la solenices y veas qué compañero te ha dado en mí la fortuna. ROLDÁN: ¡No hay, cual Angélica, alguna en todo nuestro hemisfero! ESCUDERO: ¡Por Dios, que se ha vuelto al tema! ROLDÁN: Falsa fue aquella visión, y de nuevo el corazón parece que se me quema.
Aparece otra vez ANGÉLICA, y huye a la tramoya, y vuélvese, y parece la BUENA FAMA, vestida de blanco, con una corona en la cabeza, alas pintadas de varias colores y una trompeta
¿Has tornado a amanecer, sol mío? Pues ya te sigo. ESCUDERO: Poco ha durado el amigo en su honroso parecer. MARFISA: Bernardo, ¿qué es lo que veo? BERNARDO: Calla y escucha, y verás misterios. ESCUDERO: No digas más, que quiere hablar, según creo. BUENA FAMA: Pues temor de la infamia no ha podido tus deseos volver a mejor parte, vuélvalos el amor de ser tenido, en todo el orbe por segundo Marte. En este libro de oro está esculpido, como en mármol o en bronce, en esta parte, tu nombre y el de aquellos esforzados que dieron a las armas sus cuidados. Aquí, con inmortal, alto trofeo, notado tengo en la verdad que sigo, aquel gran caballero Macabeo, guía del pueblo que de Dios fue amigo. Casi a su lado el nombre escrito veo de aquel batallador que fue enemigo de la pereza infame, del que, en suma, puso en igual balanza, lanza y pluma. Tengo otros mil que no puedo contarte, porque el tiempo y lugar no lo concede, y porque yo le tenga de avisarte lo que mi voz con mis escritos puede. Della verás, y dellos levantarte sobre el altura que aun al cielo excede, si dejas de seguir del niño ciego la blandura y regalo y dulce fuego. Huye, Roldán, de Angélica, y advierte que, en seguir la belleza que te inflama, la vida pierdes y granjeas la muerte, perdiendo a mí, que soy la Buena Fama. Deben estas razones convencerte, pues Marte a nombre sin igual te llama, Amor a un abatido. En paz te queda, y lo que te deseo te suceda.
Vuélvese la tramoya
ROLDÁN: Bien sé que de Malgesí son todas estas visiones. BERNARDO: Pues dime: ¿a qué te dispones? MARFISA: De espanto no estoy en mí. Mal dije; de admiración, que espanto jamás le tuve. ROLDÁN: Corto de manos anduve con una y otra visión; si pedazos las hiciera, no me dejaran confuso; mas volverán, que es su uso asaltarme dondequiera. Respondiendo, pues, Bernardo, a lo que me preguntaste, digo que no hay mar que baste templar el fuego en que ardo. Y quedaos en paz los dos, porque ir de aquí me conviene. MARFISA: ¡Extremado brío tiene! BERNARDO: Dios vaya, Roldán, con vos. MARFISA: Vilo, y no puedo creello: tal es lo que visto habemos. BERNARDO: Por el camino podremos hacer discurso sobre ello. ESCUDERO: En fin: ¿vamos a París? BERNARDO: ¿Ya no te he dicho que sí? MARFISA: Yo, a lo menos. ESCUDERO: Por allí hay camino, si advertís. BERNARDO: Los caballos, ¿dónde están? ESCUDERO: Aquí junto. BERNARDO: Ve por ellos. ESCUDERO: Allá subiréis en ellos. MARFISA: ¡Pensativo iba Roldán!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La casa de los celos, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002