JORNADA TERCERA


Salen doña INÉS y un PAJE
INÉS: Dile a mi hermano el Marqués que yo acabé de llegar agora. PAJE: Voyle a buscar.
Vase el PAJE
INÉS: ¡Qué mala, qué necia es la vida de las aldeas, donde, pasados tres días, hermosas melancolías hacen hermosuras feas! Y así tan sólo ha de ser para divertir antojos, dando apetito a los ojos, que aumenten el gusto al ver de esta corte la grandeza, de esta heroica majestad, adonde la variedad compite con la belleza. ¡Qué cansadas soledades! ¡Qué gustos tan enfadosos! Con razón llaman dichosos los que habitan las ciudades.
Salen un ESCUDERO viejo y don GUTIERRE
ESCUDERO: ¿Dónde vas? GUTIERRE: A mi señora doña Inés. ESCUDERO: Y ¿es bien tomarse licencia, llegar y entrarse? GUTIERRE: Impórtame hablarla agora y tengo licencia suya. ESCUDERO: Y ¿es con azogue en los pies? Espera. GUTIERRE: (Porque el marqués Aparte los casamientos concluya, la avisaré del estado en que mis cosas están, y así mis ojos verán mi firmeza en mi cuidado.) INÉS: ¿Qué es esto? GUTIERRE: ¿Señora mía? INÉS: ¿Quién sois? ¿Con qué atrevimiento os metéis en mi aposento GUTIERRE: Ignorancia fue la mía porque entendí hallar en él quien mejor me recibiera. INÉS: Y ¿quién en mi casa fuera poco honesta y poco fiel? GUTIERRE: Mi señora doña Inés, que me tiene honesto amor, me recibiera mejor. INÉS: ¿Quién? GUTIERRE: La hermana del Marqués. INÉS: Pues ¿a quién estáis hablando? ¿Venís en vos? ¿Estáis ciego? ¿Yo amor a vos? GUTIERRE: ¿A qué llego? INÉS: ¿Loco estáis? GUTIERRE: ¿Qué estoy mirando? ¿Tiene otra hermana el marqués? ¿Sois vos? INÉS: ¿Qué decís? GUTIERRE: ¡Señora! ¿Sin la que el alma adora? Mi señora doña Inés hizo mi suerte dichosa, hizo un mar de mi alegría, soy tan suyo y es tan mía, que trata de ser mi esposa. INÉS: ¡Jesús! ESCUDERO: Señora, ¿qué tenéis? INÉS: La risa tener no puedo; pero andad, que tengo miedo de que en furioso no deis. GUTIERRE: (Ya me mira con igual Aparte enmienda de su desdén.) Volved a mirarme bien, trataréisme no tan mal. INÉS: (¡Buen humor!) Aparte GUTIERRE: Y a mi señora doña Inés... ESCUDERO: (¡Cuento galano!) Aparte GUTIERRE: ...le diréis que el valenciano la espera. ESCUDERO: ¿No os oye agora mi señora doña Inés? GUTIERRE: (¡De confuso estoy perdido!) Aparte INÉS: (Y parece bien nacido, Aparte supuesto que loco es.)
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: ¿Qué es esto? ¡Suceso extraño! (Mas prevenido, si puedo, Aparte dando lazos al enredo, daré fuerzas al engaño.) GUTIERRE: ¡Oh, señor Marqués! ¿Aquí? MARQUÉS: ¡Señor mío! ¡Prima mía! GUTIERRE: Espero a vueseñoría. INÉS: ¿Prima me llamáis a mí, hermano? ¡Válgame Dios! MARQUÉS: ¿Qué dudas? He sospechado que mi prima habrá gustado de entretenerse con vos. Pero por mi hermana ve, logrará vuestra esperanza, con tu licencia, Costanza.
Vanse el ESCUDERO y el PAJE. Hablan INÉS y el MARQUÉS aparte
INÉS: ¿Qué es esto? MARQUÉS: Calla. INÉS: Sí, haré. MARQUÉS: Conocerás entre tanto, prima, al señor don Gutierre. GUTIERRE: Para que de mí destierre esa confusión y espanto. MARQUÉS: Vuestros intentos sabía mi prima, y tuvo trazada esta burla. GUTIERRE: Ya pesada al alma le parecía. INÉS: Y la pasara adelante... (Seguir quiero sus quimeras) Aparte si tú ayudarme quisieras con estilo semejante. GUTIERRE: Cuando tú quisieras verme de mis engaños gustando, fuera el tratarme burlando, de veras favorecerme. INÉS: Estimo tal cortesía.
Al oído
MARQUÉS: (Favorécele diciendo que es gentil hombre. INÉS: Ya entiendo lo que él callando decía.) Lo que yo con veros quiero es sólo haceros saber que en vos me admiro de ver un tan gentil caballero. GUTIERRE: Esa merced recibí de muy contento, dudoso. (Muchas veces soy dichoso; Aparte todas se mueren por mí.)
Salen el ESUDERO y el PAJE
ESCUDERO: No está en casa mi señora doña Inés. GUTIERRE: Pues ¿dónde está? MARQUÉS: Otro día lo estará. GUTIERRE: (Sospechoso quedo agora.) Aparte PAJE: Don Gonzalo; un caballero... GUTIERRE: ¿Es mi primo? MARQUÉS: Espera un poco. PAJE: ...quiere hablarte. MARQUÉS: No te alteres. GUTIERRE: Quedaron entre nosotros disgustos no averiguados; que impedimentos forzosos, cuando salimos los tres, el poder hablarnos solos estorbaron. MARQUÉS: Es así; pero no es razón tampoco que os encontréis en mi casa. GUTIERRE: Ya al respeto me acomodo que la debo. MARQUÉS: Por aquí te ve, pues con esto sólo se excusa el inconveniente de veros. GUTIERRE: Y yo le abono, pues siempre el obedecerte será en mí lance forzoso. INÉS: (¡Qué satisfecho me mira!) Aparte GUTIERRE: (Tras mí se la van los ojos.) Aparte
Vase don GUITERRE
INÉS: ¿Qué es esto, hermano? MARQUÉS: Después lo sabrás; vete. INÉS: ¿En qué locos devaneos me has metido? MARQUÉS: Daréte parte de todos; vete agora. INÉS: Adiós. MARQUÉS: Adiós. INÉS: (Enredos son amorosos.) Aparte
Vase doña INÉS. Sale don GONZALO
GONZALO: Señor marqués, ¿has sabido quién soy yo? MARQUÉS: Ya te conozco por principal caballero. GONZALO: Tan honrado como todos cuantos al ceñir la espada ponen la boca en el pomo. MARQUÉS: Yo lo creo. GONZALO: Pues agora sígueme, y podremos solos, apurando las verdades, desvanecer los antojos. MARQUÉS: Que aquí las averigüemos por más útil reconozco; porque si al campo salimos con públicos alborotos, siendo yo el desafïado, volvería vergonzoso no sacando las espadas, aunque sin causa, en mi abono; y pesárame infinito, aunque no por temeroso, porque honestos pensamientos amorosamente pongo en mujer que es sangre tuya. Lugar es secreto y solo éste; declárame aquí lo que te tiene quejoso; y si conformes verdades tú preguntas, yo respondo, no quedando rastro alguno de obligaciones ni enojos, podremos quedar los dos, y si no, en el campo solos, con la ventura del uno verán la muerte del otro. GONZALO: Dices muy bien; y así, digo que descompuesto y furioso, a la casa de mi tío hoy le perdiste el decoro y el respeto a una mujer que es mi prima, y a mí y todo, diciendo, presente yo, arrogancias que me corro de referirlas. MARQUÉS: Escucha: ¿disparates de un celoso tienes por culpas, amigo, teniendo disculpa un loco? ¿A un amante se la niegas, con celos lebrel rabioso, tigre fiero, áspid pisado, león pardo, bravo toro, monte que levanta ofensas, mina que revienta enojos, volcán que fuego vomita, centro que exhala demonios? Si en tu prima, que es mi cielo --cuyos amores adoro-- honrados servicios premio y honestos favores gozo, cuando la vi en casa tuya, ¿fue mucho, atrevido y pronto morder la razón el freno y dar la rienda al enojo? Y si tras aquel suceso, con estilo milagroso, me envió disculpas suyas, tan del alma, que las lloro, en su ofensa arrepentido, ¿será mucho si conformo tu voluntad con la mía, y me sujeto y me postro a ti, por ser primo suyo, aunque sin razón quejoso, pudiendo estarlo de ti, cuya mudanza fue asombro, pues ya de doña Mencía siendo prometido esposo, cuando, en esta confïanza, aquella luz de estos ojos te señaló para suyo, suponiendo que piadoso no la admitieras, y así dejara a su padre en todo satisfecho, y no ofendido, tú, inconstante y engañoso, lo admitiste acelerado, dejando a un ángel hermoso el peso de esta desdicha en el alma y en los hombros? GONZALO: Jamás en mi pecho engaño hubo, Marqués; oye, pongo todo el cielo por testigo verdadero y poderoso. Yo adoro a doña Mencía, como las parras al olmo, como los indios al sol y los avaros al oro; mas díjome don Gutierre, que de necio pasa a loco, que tú casabas con ella, y él con tu hermana, y yo formo de esto con razón agravios, y a vengarlos me dispongo, tomando en doña Brïanda un sí que fuera dichoso a no haber en cuatro amantes tan conocidos estorbos. MARQUÉS: Vio a mi hermana don Gutierre, que con ojos amorosos debió mirarle al descuido, y estos efectos y otros fundarían en su idea disparates tan costosos. GONZALO: Presto los he conocido. MARQUÉS: Cuando no, el suceso propio pudiera desengañarte; con razón amigos somos. GONZALO: Y por tu gusto y por mí, que a mis pensamientos torno, de no ofender tus intentos doy palabra. MARQUÉS: Y yo la tomo. GONZALO: Procurando con mi tío que no me sirva de estorbo la palabra que le di. MARQUÉS: Comuniquemos el cómo con los nortes que nos guían. GONZALO: Vamos presto; que es forzoso correr eso por mi cuenta. MARQUÉS: Y por la del cielo y todo. ¡Ay, Brïanda de mi vida! GONZALO: ¡Ay, Mencía de mis ojos!
Vanse y salen doña BRIANDA y doña MENCÍA
MENCÍA: Yo quedo bien satisfecha de lo que estuve quejosa. BRIANDA: Y yo muero temerosa, con pesar y con sospecha de lo que habrá sucedido cuando salieron de aquí, porque a todos tres los vi del uno el otro ofendido. MENCÍA: Descuido notable fuera ver daño en cualquiera; ¡ay, Dios!, descuido fue de las dos no enviar quien los siguiera. BRIANDA: Lucía se puso el manto y fue a decirle al marqués disculpas mías. MENCÍA: ¿Y pues? BRIANDA: De lo que tarda me espanto. ¡Qué de males, prima mía, causa el loco devaneo de tu hermano! MENCÍA: Ya lo veo; pero ¿en qué lo fundaría? BRIANDA: En su ciega inclinación de estrella tan peregrina, que lo mismo a que le inclina, da por hecho en su opinión. MENCÍA: ¡Qué de pesares nos dan sus confusiones y engaños! BRIANDA: ¡Que a costa de nuestro daños en terrible punto están! MENCÍA: Pues hasta aquí sus extremos bien se pudieran sufrir; en lo que está por venir los temo. BRIANDA: ¡Ay, prima!, ¿qué haremos? MENCÍA: Ya tengo determinado de hablar claro con mi tío, y de don Gonzalo y mío contarle el amor pasado, y dando fuerza al valor, entre el llanto y las razones, diré sus obligaciones, que se atreven a mi honor; que siendo tan justo y sabio, si mis desventuras ve, ¿cómo es posible que dé libre camino a mi agravio? BRIANDA: Yo, aunque pierda el respeto, no verá humana esperanza, en mi firmeza mudanza, ni en su voluntad efeto; primero seré arrojada, tras el rigor de mi estrella, de esta casa, y cuando en ella viese la puerta cerrada, por las ventanas saldría volando, que no son malas de mi corazón las alas para darle al alma mía; y cuando no fuese así, sus paredes ofendidas, de mi llanto enternecidas, derribaré sobre mí. MENCÍA: Basta, mi prima; no llores. Buscaremos otros medios; que no sirven de remedios los llantos ni los temores; y pues tan conformes son tu propósito y el mío, ya para hablar con mi tío voy a esperar ocasión; y no desconfíes, no, de que ha de ser tu consuelo.
Vase doña MENCÍA
BRIANDA: Ve, prima, y détele el cielo, como te lo diera yo. Viendo en mi amorosa llama tan constantes pareceres, ¿quién no alaba las mujeres? ¿Quién las mujeres infama? Con pasión debe entenderlo el que que no sabe entender que es un monte una mujer si se determina a serlo.
Sale LUCÍA con manto
LUCÍA: Cansada vengo. BRIANDA: ¿Qué has hecho, Lucía, que te has tardado? LUCÍA: Hablé al marqués, y ha quedado de tu valor satisfecho, y hasta dejarle en su casa no le dejé de los ojos. BRIANDA: ¿Hubo ocasiones de enojos? LUCÍA: Oye, y sabrás lo que pasa.
Salen don GUTIERRE y TADEO
GUTIERRE: Algo sospechoso quedo, con venir desengañado. TADEO: (Ésta es Lucía, yo he dado Aparte al través con el enredo.)
Pónesele la capa delante
GUTIERRE: Quita, ¿qué haces? TADEO: ¿Señor? LUCÍA: Don Gutierre; ¡ay cielo santo! ¿Qué haremos? BRIANDA: Cúbrete el manto. No te vayas; que es peor. GUTIERRE: ¿Por qué la capa me pones delante? Quita, ¿estás loco? TADEO: (Si me escapo, no haré poco, Aparte de palos o mojicones.) GUTIERRE: ¿Señora? TADEO: (Ayúdeme Dios.) Aparte BRIANDA: Bien hace en hacerlo así, pues quizá, viéndome a mí, tiene vergüenza por vos. GUTIERRE: (Como se ve desprecïada, Aparte está ofendida. Y ¿de qué la he de tener? No lo sé.) ¡Pero señora embozada, esperad!
Va a descubrirla
BRIANDA: Estáis extraño; ¡qué cortesía tan poca es la vuestra! GUTIERRE: Éste me toca para cierto desengaño. Perdonadme. BRIANDA: Estad, por Dios. TADEO: ¡Qué mal conocéis su antojo! Si le miran con un ojo, hasta descubrir los dos, es imposible parar, o morir en la demanda. LUCÍA: (Pues tan importuno anda Aparte otra vez lo he de engañar.)
Descúbrese el manto
TADEO: (¡Perdido soy!) Aparte GUTIERRE: ¡Cielo Santo! De confuso pierdo el seso. BRIANDA: (Gustara de tal suceso, Aparte si no me costara tanto.) LUCÍA: Con causa estáis suspendido, pues por la vuestra, señor, ha llegado a estos extremos mi honesta reputación, medrosa y mal informada de lo que pasastes hoy, porque desnudos aceros mudos pregoneros son. Oyendo que procedía vuestra indecisa cuestión por causa de una mujer, imaginé que era yo, con razón, por haber visto el marqués para con vos en el alma y en mis ojos tan grande demostración, y sabiendo que venía con enojo y con rigor a mi presencia, temí su indomable condición; no por guardar esta vida, que es vuestra, mas porque no aventuréis el perderos, que es la desdicha mayor. De una crïada tomé este vestido mejor, para no ser conocida de la gente que me vio; volando por esas calles, hasta llegar donde estoy, a los pies de vuestra prima, que es mi propio corazón. Cuando entrastes, esperaba más soledad y ocasión de tener menos vergüenza; pero ya que me obligó el darme vos tanta prisa, me descubrí, porque doy, segura, tan buen lugar a Tadeo en mi opinión, que ha de quedar con los tres el secreto de los dos. Amparadme, pues que tiene tanta disculpa mi amor, en vos tan bien empleado, como gentil hombre sois. GUTIERRE: No podrán, señora mía, acompañando mi voz, ni la tierra con sus plantas, ni con sus rayos el sol, ni el cielo con sus estrellas, aunque el Supremo Hacedor a todos les diera lenguas, como les da admiración, publicar mis alegrías, y encarecer la razón por quien, puesto a vuestros pies, mil veces dichoso soy. Cuando hallé que en vuestra casa faltábades, ya me dio mil pronósticos el alma, entre regalo y temor. Mi prima y amiga vuestra, pues a su cargo tomó el serviros y ampararos, podrá hacerlo mientras voy a dar cuenta de estas glorias a mi tío; que pues son tan honradas, que por mí empleará su valor. BRIANDA: Esperad. GUTIERRE: Cosas tan grandes no consienten dilación.
Vase don GUTIERRE
TADEO: Loco está. ¡Jesús mil veces! BRIANDA: Y confusa quedo yo. TADEO: ¿Trazarán muchos demonios tan temeraria invención? Vislumbre de rayo ha sido, que en un punto nos dejó atónitos y confusos. BRIANDA: Dirále cuánto pasó a mi padre; ¿en qué me pones? LUCÍA: Salí de mi obligación con sacaros de este aprieto; lo demás hágalo Dios. BRIANDA: Probaré si cuerdamente con nueva imaginación suspenderé su esperanza.
Vase doña BRIANDA
LUCÍA: Locura, dirás mejor. TADEO: ¡En grande peligro estamos Lucía! LUCÍA: Pues di, ¿qué haremos, Tadeo? TADEO: Pereceremos, Lucía, si no picamos; mi amo me ha de moler, si nuestros embustes sabe. LUCÍA: No dudo yo que me acabe mi viejo; mas ¡soy mujer! ¿Adónde iré, siendo tal? TADEO: Donde yo vaya también; que a fe que te quiero bien. LUCÍA: Y yo no te quiero mal; mas, ¿dónde me llevarás? TADEO: Donde nos guíe una estrella. LUCÍA: Advierte que soy doncella. TADEO: Pero en el nombre no más. LUCÍA: Bueno es eso; en ocasión que convenga a mi entereza yo probaré mi limpieza con bastante información. TADEO: ¿Y,¿será para tomar, pasada la pesadumbre, el hábito o la costumbre tan fácil de profesar? LUCÍA: ¿Eso dices? TADEO: Eso digo, porque poco satisface, y una prueba que se hace con sólo un falso testigo. LUCÍA: Honrada soy. TADEO: ¿Puede ser aquí dos veces crïada? LUCÍA: Donde quiera, si es honrada, sabe serlo una mujer. TADEO: Luego, ¿podrás serlo mía? LUCÍA: Si puedo; y placiendo a Dios, santos seremos los dos que caeremos en un día.
Sale don GUTIERRE a la puerta
GUTIERRE: Mientras mi tío ocupado. TADEO: Yo soy tuyo. LUCÍA: Yo soy tuya.
Abrázanse TADEO y LUCÍA
GUTIERRE: ¿Qué habrá que no me destruya? TADEO: Vamos.
Vanse TADEO y LUCÍA
GUTIERRE: ¡Sin alma he quedado! ¿Qué he visto? ¡Ay cielo! ¡Extrañas confusiones! ¿Son cosas sucedidas, o soñadas? ¿Cuerpos vivos? ¿Fantásticas visiones, burlas dudosas, veras apuradas, seguros daños, vanas ilusiones ya en mi locura por mí mal fundadas? ¿Soy yo, yo, en mi ciega fantasía? ¿Son las tinieblas luz? ¿La noche es día? Mas, ¿por qué, deslumbrado y temeroso, lo que vieron mis ojos pongo en duda? No es dudosa la luz del sol hermoso, ni se escurece la verdad desnuda. Con gusto tan villano, y vergonzoso; mujer es quien me afrenta y quien se muda. ¡Y yo en tan grande injuria, es lo más cierto que por ser desdichado no estoy muerto! ¿Quién vio en una mujer un apetito tan vilmente a sus ojos empleado? ¿Quién le ha visto soñado? ¿Quién escrito? ¿Y quién pudiera verle imaginado? ¿Hará por mí la fama su delito público al mundo en tiempo limitado, para que no olvide con infausto lloro las dos que amaron el Caballo y Toro? ¡Cielo! ¡En una mujer tan vil despojo! Cuando prendada de mi amor venía, ¿qué demonio infernal la dio el consejo? ¿Hombre tan bajo en competencia mía? ¿Si me engañó la luna del espejo? ¿Fue imposible engañarse cada día tantos espejos vivos? ¿Tantos ojos que me rindieron almas por despojos? ¿No tuvieron por mí amantes desvelos viudas, libres, casadas y doncellas? Cielos, pues que miráis mis desconsuelos, responded, respondedme a mis querellas. ¿Para mirarme a mí no vistes, cielos, lucir a mediodía las estrellas, y darles su lugar el sol hermoso, no sé si comedido o vergonzoso? Pues, ¿cómo una mujer, otra Lucrecia, al parecer, en casta y bien nacida, cuando tan bien mis partes mide y precia, que se arroja tras mí ciega y perdida, con un lacayo así lasciva y necia, mi amor ofende y de quien es se olvida? ¿Si todo fue ficción? Mas, cielo santo, ¿cómo es posible que me engañe tanto? ¡Ah falsas! ¡Ah enemigas regaladas! ¡Ah, mujeres! ¿A mí tales enojos, a quien siempre adoró vuestras pisadas? ¿A este pacto común de vuestros ojos, todas en una con razón culpadas, en vez de amantes célicos despojos, esto le dais por tálamo en sus bodas? ¡Fuego, fuego crúel abrase a todas! Loco estoy, ciego estuve. ¡Ay cielo mío! ¿En qué vino a parar mi confïanza? ¿Y dónde parará midesvarío si no doy al agravio mi venganza? Pues mi propio valor me infunde brío para la ejecución de esta esperanza, ¡vive Dios que han de ver, pues peno y rabio, primero mi venganza que mi agravio!
Sale TADEO, y don GUTIERRE saca la daga y cierra con él
TADEO: La noche oscura espero solamente para picar de casa con Lucía. GUTIERRE: ¡Infame, vil! TADEO: Señor, espera, tente. GUTIERRE: ¿Tú a doña Inés, traidor? ¿Tú a cosa mía te atreves? TADEO: (Él nos vio; que habrá que cuente Aparte para...) GUTIERRE: Acaba, ¿no dices? TADEO: Sí, diría. Sí, ¿Qué diré? Mas tu rigor me amaga, y me vas a la lengua con la daga. Sosiégate, oh cautela bien venida, para volver en mí con pies de plomo vea la daga yo queda y vestida, y tú verás en mi verdad, el cómo me matas sin razón. GUTIERRE: Ya te doy vida por un rato no más. TADEO: Y yo la tomo, como prestada de tu hidalgo pecho, hasta dejarte en todo satisfecho. Por aquellos resquicios una dueña vio a doña Inés cuando conmigo hablaba, de quien tuvo sospecha no pequeña; que si la conocía la obligaba. Hízome con los ojos una seña, y viéndola que entonces acechaba, quisimos dar con nuevo fingimiento el disfraz del vestido al pensamiento. Y así, para que oyera, y se engañara, que era cosa tan mía, que mi esposa la llamaba, lo hice, y cosa es clara que una mujer tan principal y hermosa, aunque fuera mi amante, no tratara de ser esposa mía; y justa cosa será que mi verdad de esto se arguya, y más viniendo muerta a serlo tuya. GUTIERRE: Tienes razón, por Dios; ciego y turbado me pude persuadir un imposible. TADEO: (¡Con qué facilidad le persúado!) Aparte GUTIERRE: ¡Que aún crédito no diera a lo visible, si viera la grandeza de su estado! Perdóname, Tadeo. TADEO: Eres terrible; cuando yo por servirte, si me toca, voy vomitando el alma por la boca. GUTIERRE: Vete; que viene mi tío. TADEO: No me hables de esto; el por qué sabrás después. GUTIERRE: No podré ser dueño de mi albedrío. TADEO: (De buena escapé; y si llego Aparte a ver fenecido el día, procuraré con Lucía tomar las de Villadiego.)
Vase TADEO. Sale don PEDRO
PEDRO: Don Gonzálo me dirá de todo cuanto pasó cuál fue la causa, aunque yo pienso que la alcanzo ya. GUTIERRE: Del no haberte obedecido escucha disculpas mías, señor, y en mis alegrías mira un sol recién nacido. Ya la hermana del marqués, esta mujer milagrosa, es mi esposa. PEDRO: ¿Vuestra esposa? GUTIERRE: Y luz de mis ojos es. PEDRO: ¿Cómo, con tal brevedad? GUTIERRE: Dicha fue mía, señor, y es como rayo el amor, que abrasa la voluntad; apenas recién venido, tales, por mis dichas, son mis partes, que mi opinión pudo llegar a su oído. Quiso verme, y sabedor de esta dicha, vi a su hermano, que, como gran cortesano, me hizo tan gran favor, que me dio luego lugar de que la viera y hablara, dando ocasión en su cara para morir y matar. Quedó prendada de mí, y obró tanto su cuidado, que con paso acelerado vino a buscarme. PEDRO: ¿Aquí? GUTIERRE: Aquí, donde espero tu favor, pues tan poderoso es contra el poder del marqués, que en efecto es gran señor. PEDRO: Sobrino, estáisme contando cosas, que por Dios, que entiendo que yo las oigo durmiendo, o vos las soñáis velando. GUTIERRE: Aunque este bien por extraño parece incierto, yo soy tan dichoso, que te doy a la vista el desengaño. Ven, y a doña Inés verás que mi prima con cuidado, en su pecho y a su lado la guarda. PEDRO: No digas más; ¿que en efecto no es locura? GUTIERRE: No es sino dicha. PEDRO: ¿Eso pasa? Todo el honor de esta casa habéis puesto en aventura; bien por Dios, buena querella defendemos. GUTIERRE: ¿No lo es? PEDRO: Favoréceos el marqués en su casa, y vos en ella, con amistad más traidora, que os ciega vuestra pasión, le habéis pagado; así son las amistades de agora, entrar amigablemente en casa el mayor amigo con entrañas de enemigo, o el más cercano pariente, y luego en ella poner los ojos con fe liviana, cuando menos en la hermana, en la hija o la mujer. Y el que sale satisfecho de su amoroso interés, publicándolo después, se precia de haberlo hecho, y con necia bizarría, hace, y con vil corazón de la villana traición pomposa caballería, sin mirar que la vileza dislustra la calidad, porque la fidelidad es el sol de la nobleza. GUTIERRE: Señor, si las intenciones tratos maridables son, si es engaño, no es traición. PEDRO: Los engaños son traiciones; fíase el otro de vos, y el casaros sin su gusto con su hermana, ¿será justo, siendo engaño? Bien, por Dios; hacer falsas amistades, ¿es cosa de caballeros? Bien lucirán los aceros, si escurecen las verdades. ¿Por ventura el engañar un caballero vilmente es cosa perteneciente al oficio militar? ¿A qué famosa jornada sirviendo a su rey se aplica? ¡Qué diestro trazar de pica! ¡Qué bravo blandir de espada! GUTIERRE: ¡Señor! PEDRO: Callad, y tened vergüenza de un pensamiento tan bajo, y en mi aposento os retirad, y esconded mientras yo pensando estoy contra este daño algún modo de proceder. GUTIERRE: Si no en todo, en parte corrido estoy.
Vase don GUTIERRE
PEDRO: ¡Oh edad dichosa, en quien de la esperanza jamás se vio a la fe opuesta la duda, porque era entonces la verdad desnuda espejo de la humana confïanza! ¡Ni cuándo en la amistad hubo mudanza, dejó la competencia puesta en duda, ni tuvo el tiempo la paciencia muda, mientras clamó el agravio a la venganza! Ya agora el más repúblico y más grave de lisonjas y engaños se previene, para pagar las honras que recibe; habla de ciencias el que no las sabe, blasona de valor quien no le tiene, y honras sustenta quien de afrentas vive.
Sale doña MENCÍA
MENCÍA: A tus pies vengo afligida, tío, señor, aunque padre, pues en las obras lo eres, es más justo que te llame. Impídeme la vergüenza. ¿Si nos oyen? A esta parte escucha mis desventuras, perdona mis libertades. Don Gonzálo y yo, señor, como en casa de su madre nos crïamos igualmente, y en tal iguales edades, fueron tan unos los gustos, siendo tan una la sangre. Tiernamente nos quisimos con entrañas semejantes, y crecieron con los años obligaciones tan grandes, que pasaron nuestro amor a extremos tan importantes, que pueden, señor, agora suspenderme y obligarme a que afligida los sienta, y vergonzosa los calle. Dióme palabra de esposo, y niégamela, por darte gusto a tí, que le has mandado que con tu hija se case. Señor, si es tu sangre mía, mira mejor lo que haces, pues también mi honor es tuyo, y en tu nombre perderáse, si yo quedase perdida. Mi justicia Dios lo sabe, y a don Gonzalo, que viene, le pregunta estas verdades. PEDRO: ¿Quién vio tales confusiones? Pienso que serán bastantes para acabarme una vida ya tan cerca de acabarse. Oíd, sobrino.
Sale don GONZALO
GONZALO: Señor. PEDRO: ¿Miráis entre los cristales de estas lágrimas que veis alguna cosa importante a nuestro honor? Hablad claro pues ellas tan claras salen. GONZALO: Ni yo desmentiros puedo, ni es justo, señor, negarte lo que le debo a mi prima; mil créditos puedes darle. PEDRO: Y el no decírmelo a mí, ¿no habrá sido disparate? ¿Para qué le hiciera yo deslumbrando de ignorante?
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Solo, señor, con un hombre de tu experiencia y tus partes pudieran usar las mías de llaneza semejante, y a tu valor y a tus pies atreverme, y humillarme, dando el alma a los deseos y la boca a las verdades. Óyeme piadosamente, sin ofenderte y turbarte; que los yerros amorosos, si no afrentan, aunque maten, quien los siente los perdona, pues los dora quien los hace. Yo, señor, desde aquel día tan dichosamente amable, pues que pudo hacerle cielo en esta tierra aquel Ángel, hija tuya y dueño mío, y honor de las tres edades, ha que adoro su hermosura, a la del sol semejante. Vila, vióme, y fue de suerte, que pienso que en un instante a recebirse en los ojos salieron las voluntades. Creció nuestro amor por puntos, ¡mira en dos años cabales, y en dos tiernos corazones, si habrá llegado a ser grande! Y considera después, más advertido, y más padre, si es cosa, señor, que pueda compadecerse y llevarse; que tu hija, siendo mía, ponga el gusto en otro amante, en otra mano la palma, y la dicha en otra parte. A mí me le da, señor, pues podré a tus nietos darles, para crecer, tu valor, lustre antigua y limpia sangre; y mi hacienda y mis estados ya es conocida, ya saben su estimación y grandeza del mundo en las cuatro partes. Y si en los inconvenientes que en otra ocasión topaste reparas agora, yo te ofrezco, porque se allanen, de que en mi segundo hijo será mayorazgo aparte, el de tu estado y tu hacienda, por quien podrá tu linaje en tu nombre y en tu tierra preferirse y dilatarse. Y si Dios fuere servido en doña Brïanda darme un hijo no más, que sólo nuestras casas heredase. Ese pondrá tu apellido, aunque es la mía más grande, señor, en primer lugar. Y si te fuese importante que yo mude el nombre mío, blasones y calidades, el gusto, el alma, y el ser por servirte y contentarte, si es posible, lo haré yo; pero en cambio de esto, dame a tu hija, que es mi gloria, o entre mis penas mortales me verás muerto a tus pies, que por ello he de besarte. PEDRO: Señor marqués, ya es correrme tal género de obligarme. (En punto están estas cosas, Aparte que me obligan a que allane por este camino solo las demás dificultades.) Señor, no estoy tan caduco, que no entienda que es honrarme el emparentar conmigo personas tan principales; si lo excusé, ya la causa sabréis, mas agora haráse pues esos inconvenientes gustáis los dos que se allanen. Pero, con vuestra licencia, quiero suplicaros antes, perdonéis a don Gutierre un atrevido dislate, pues los yerros amorosos ya vos los calificastes por tan dignos de perdón. MARQUÉS: Para todo seréis parte, pues yo soy del todo vuestro. PEDRO: ¿Sobrino?
Sale don GUTIERRE
GUTIERRE: ¿Señor? PEDRO: Besadle la mano al marqués. GUTIERRE: La boca pondré a sus pies. MARQUÉS: Abrazadme. (¿Qué puede haber sucedido?) Aparte GONZALO: ¿Qué es aquello? MENCÍA: Ellos lo saben. PEDRO: Y vos decidle a Brïanda que salga, y consigo saque mi señora doña Inés. GUTIERRE: Donde su nieve me abrase. GONZALO: Ya mi prima viene allí.
Sale doña BRIANDA y uno de los CRIADOS que salieron al principio con don PEDRO, que traen a TADEO y LUCÍA, vestidos de camino ridículamente
CRIADO: Con estos dos que escaparse quisieron con tanto miedo, que a traerlos me obligase. LUCÍA: Perdidos somos, Tadeo, alegraremos las calles. TADEO: Ya me parece que escucho, "Quien tal hace, que tal pague." GUTIERRE: No hay que recelar, señora; llegad, llegad, que ya sabe vuestro hermano que sois mía. PEDRO: Sobrino, ¿es burla, es donaire de los vuestros? GUTIERRE: No, señor. Mi señora, PEDRO: Andad, dejadme; ridículas son, por Dios, vuestras cosas, ¡qué os engañen de esa suerte! ¿No sabéis que ésa que tenéis delante es Lucigüela... LUCÍA: ¡Ay de mí! PEDRO: ...mi crïada? GUTIERRE: (¡Duro trance! Aparte Rabiando estoy, de corrido; mas, para después vengarme, disimular quiero agora.) TADEO: (Él me mira; mataráme.) Aparte MARQUÉS: (Apenas tengo la risa.) Aparte BRIANDA: (Enojado está mi padre.) Aparte MENCÍA: (Sentirá los desvaríos Aparte de mi hermano.) GONZALO: Dan pesares. MARQUÉS: La que allí viene es mi hermana, a quien, para que llegase a tiempo, previne yo.
Sale doña INÉS y toda la compañía
PEDRO: Como ser bien, no llega tarde. BRIANDA: Seas mil veces bien venida. INÉS: Mis señoras, perdonadme el no hacer esto agora. TADEO: Lucía, ¿si se olvidasen de nosotros? LUCÍA: Plegue a Dios. INÉS: (Ya se dispone a mirarme.) Aparte GUTIERRE: (Pues me mira, cosa es cierta Aparte será de mí enamorarse, y comenzarán las veras porque las burlas se acaben.) PEDRO: Marqués, porque estos sucesos en dichosos fINÉS paren, don Gonzalo con su prima a su tiempo casaráse. GONZALO: ¿Vendrá la dispensación? MENCÍA: No menos que por los aires. PEDRO: Y vos honrad esta casa; a doña Brïanda dadle la mano y la fe de esposo. MARQUÉS: Suma gloria. BRIANDA: Dicha grande. LUCÍA: Y tú y yo, ¿no nos casamos? TADEO: Ya lo estamos; toca, baste. PEDRO: Don Gutierre, pues tan ciego, tan desvanecido y fácil, de sí mismo se enamora, con su parecer se case. GUTIERRE: No seré menos dichoso por ello y con no casarme. Del Narciso en su opinión aquí la comedia acabe.

FIN DE LA COMEDIA

 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002