JORNADA TERCERA


Salen el criado llamado HORTENSIO y MARGARITA, vestidos los dos con pieles
MARGARITA: Mucho debo. HORTENSIO: Pago ansí mi obligación conocida. MARGARITA: Diste a mi hijo la vida, después me la diste a mí, y aquí con mano piadosa, sustentándolas estás; cuando no hay caza nos das fruta silvestre y sabrosa, que de ésta nunca faltó por todo aqueste horizonte, porque las plantas del monte riego con lágrimas yo. Seis años ha que a tus ojos lloro mi infelice historia, sin perder de mi memoria el menor de mis enojos.
Sale CARLOS como que huye
CARLOS: ¡Padre, madre! MARGARITA: Dios te guarde. HORTENSIO: ¿De qué huyes? CARLOS: De un león. HORTENSIO: ¿Es de hombre tu corazón? MARGARITA: Hijo villano, cobarde, ¿miedo tenéis, sino a Dios, y de una fiera huís? ¿De qué tembláis? ¿Qué decís? ¿Sangre de rey tenéis vos? CARLOS: Siendo tan pequeño agora no es mucho que me recate; mas volveré a que me mate si ése es tu gusto, señora. MARGARITA: Tente, aun no te obligo a tanto, pero ¿temblando has de huir? Los hombres han de morir de heridas y no de espanto. ¿Crees en Dios y en su ley? CARLOS: Sí, madre. MARGARITA: A todo responde. ¿Quién tienes por padre? CARLOS: Al conde. MARGARITA: ¿Y por enemigo? CARLOS: Al rey. MARGARITA: Y dime, un buen caballero ¿qué cosas ha de tener para parecerlo? CARLOS: Ser buen cristiano lo primero. MARGARITA: ¿Y de trato? CARLOS: Noble y claro. MARGARITA ¿Qué más? CARLOS: No hacer cosa fea. MARGARITA: ¿Y en lo que gastar? CARLOS: Que sea entre pródigo y avaro. MARGARITA: ¿Con las mujeres? CARLOS: Afable. MARGARITA: ¿Y ha de querer? CARLOS: A ninguna. MARGARITA: ¿Paciente? CARLOS: Con la Fortuna. MARGARITA: ¿Y en lo que promete? CARLOS: Estable. MARGARITA: ¿Qué hará si debe? CARLOS: Pagar. MARGARITA: ¿Qué no ha de ser? CARLOS: Inquieto. MARGARITA: ¿Y qué ha de guardar? CARLOS: Secreto. MARGARITA: Pocos le saben guardar. ¿Qué no ha de dar? CARLOS: Ocasión. MARGARITA: ¿Si se la dan? CARLOS: Arrojarse. MARGARITA: ¿Si le ofenden? CARLOS: Mejorarse. MARGARITA: ¿Y qué ha de tener? CARLOS: Razón. MARGARITA: ¿Ser amigo...? CARLOS: ...de su amigo. MARGARITA: ¿Qué hará? CARLOS: Servirle y honrarle. MARGARITA: ¿Y al enemigo? CARLOS: Estimarle. MARGARITA: ¿Y qué más? CARLOS: No serle enemigo. MARGARITA: Y, sobre todo, ¿qué importa? CARLOS: Que diga siempre verdad. MARGARITA: Esa lición repasad cada día, pues es corta. HORTENSIO: Gran mujer, si cada día, la que tú le das, señora, diesen los padres de agora, menos infames habría. MARGARITA: Este niño es mi consuelo, quiérole como al vivir. HORTENSIO: Vamos, Carlos, de esgrimir tomaréis lición. CARLOS: ¡Ah, cielo! Si tú me dejas crecer, con la fuerza de mis brazos leones hechos pedazos a mi madre he de traer.
Vanse y queda MARGARITA sola
MARGARITA: Ya que sola me han dejado en mi ordinario ejercicio, haced, ojos, el oficio que mi desdicha os ha dado. ¡Ay, conde Alarcos!...¿Quién viene?
Sale ELENA
ELENA: ¡Qué bién empleados pies! MARGARITA: Una pastorcilla es que grande donaire tiene. ELENA: ¡Ay, Jesús! ¿Cómo resisto a este trance? Huir no puedo con el miedo. MARGARITA: Tiene miedo. Sin duda aquel rostro he visto otra vez, mas no imagino cómo y dónde. Espera, espera. ELENA: ¡Ay, cuitada! Bueno fuera. ¡Valedme, cielo divino, que no puedo, de turbada, valerme! MARGARITA: No hay que temer, que como tú soy mujer, aunque mujer desdichada. ¿Espanto yo? ELENA: Sí, que estás como salvaje entre fieras. MARGARITA: Pues, si mi desdicha vieras, te hubiera espantado más. Dame la mano. ELENA: No oso un poco el miedo he perdido. MARGARITA: Pues, aunque del sol curtido, rostro tengo. ELENA: Y harto hermoso. Parece que el corazón con verte se alegra un poco. Desde que te miro y toco te voy cobrando afición. Y que te he visto sospecho otra vez, pero no vengo a conocerte. MARGARITA: Si tengo negro el rostro y ronco el pecho, no es posible, y es tu edad muy poca para acordarte dónde, cómo y en qué parte me viste. ELENA: Dices verdad. MARGARITA: Abrázame. Cosa rara, yo también--¡ah, tiempo ingrato!-- tengo en el alma un retrato muy parecido a tu cara, y agora, amiga, querría meterte do esté escondido. ELENA: En amor se ha convertido el miedo que te tenía. MARGARITA: ¿Quién eres? ELENA: Por el efeto que has hecho de amor en mí, quiero decírtelo. MARGARITA: Di. ELENA: Has de guardarme secreto. Yo soy, aunque en este traje, hija de Alarcos el conde. El color tienes perdido, ¿qué te turba y descompone? Ya vuelve a cobrar tu rostro sus perdidos arreboles ¿Por qué me abrazas y lloras? ¿Qué dices?¿No me respondes? Señora, ¿qué extraño efeto han hecho en ti mis razones? Vuelve en ti y dime la causa. MARGARITA: Prosigue, amiga. ELENA: No llores. Pues un día desdichado que salimos de la corte mi padre, mi madre y yo, de muy poca edad entonces, en un despoblado valle que está en la falda de un monte, mató mi padre a mi madre, el cielo se lo perdone. Y un hombre en tu traje mesmo, su cuerpo en brazos llevóse, dejándome sola y a mí dando alaridos y voces. Hallóme el de Hungría ansí, que es mi tío, y preguntóme la causa. Contéle el caso; como era justo, sintióle. Juró de darme venganza, y entregóme a unos pastores, diciéndome que partía lleno de pena a la corte, donde halló que con la infanta estaba casado el conde. ¡Terribles son tus extremos! MARGARITA: Prosigue, amiga. ELENA: No llores. Con todos se descompuso, y usando de sus rigores le mandó prender el rey. Mientras pudo defendióse, pero apretado, a prisión hubo de darse a la postre, y aun dice que le mataran a no tener valedores. En un castillo le tiene, que se ve desde este monte, donde padece ha diez años los trabajos más inormes. Murió su padre en Hungría, y un vasallo suyo alzóse con el reino, y esto es causa que ninguno le socorre. Yo le hablo algunas veces por la reja de una torre, llevándole en esta cesta cuándo fruta, cuándo flores. Estoy en la casa misma donde me dejó, aunque pobre contenta, pues le consuelo, y alegre de que me adore. Pues sabes quien soy, agora, ansí mil años te goces, que me digas tú quién eres. MARGARITA Dame los brazos. ELENA: No llores. MARGARITA: Más lugar he menester para que mi historia cuente, y un grande tropel de gente llega ya, voyme a esconder. ¿Que te miro, que te toco? ¡Cielos santos, cielos justos! Ya llegan... ¡Todos los gustos suelen durarme tan poco! Vuelve a verme de aquí un rato aquí mesmo. ELENA: Así lo haré. MARGARITA Yo, hija, te mostraré ELENA: ¿Qué? MARGARITA: De tu madre un retrato. ELENA: De tan extraño suceso con razón me maravillo. Adiós, y voyme al castillo donde el príncipe está preso.
Vase. Escóndese MARGARITA, y salen el REY, el CONDE, la INFANTA y MARCELO
REY: ¡Qué bien corrió al jabalí el lebrel! INFANTA: ¡Fue buena suerte! CONDE: (¿Cómo alcanzaré la muerte Aparte si vuela huyendo de mí?) MARGARITA: Quien tal mira ¿qué padece? VOZ: ¡Aquí, aquí! ¡Más gente acuda! Dentro REY: Voces oigo, sí, sin duda que algún buen lance se ofrece. Vamos todos.
Vase el REY solo
INFANTA: Tú, señor, ¿no vienes conmigo? CONDE: No. INFANTA: ¿Por qué? CONDE: ¿No sabes que yo si estoy solo estoy mejor? INFANTA: Ya sé que de noche y día te canso. CONDE: Dices verdad. INFANTA: Y es tu misma soledad tu apacible compañía. Ya sé que tu Margarita muerta ocupa tu memoria. MARGARITA: ¡No me ha dado poca gloria oírlo! CONDE: Será infinita. INFANTA: Conde, que en tan largos años, porque para ti lo han sido, ¿los enojos no has perdido conmigo? CONDE: Fueron extraños. INFANTA: Vuelve, señor, en tu acuerdo, que como loco has quedado desde entonces. CONDE: Y he mostrado sólo en eso que soy cuerdo; que quien el seso y el ser no pierde, si es grave el mal que le sucede, es señal que no tuvo qué perder. INFANTA: Ya imagino que eres loco, pues por tal te has confesado. CONDE: Y tú cuchillo embotado que me matas poco a poco. INFANTA: Dame la mano, que estoy... CONDE: Presto me quieres matar, pues filos le quieres dar en la mano que te doy, pues cuando tuya no fuera, bastaba acordarme yo de que el alma me costó el dártela... MARGARITA: ¡Quién pudiera quitársela agora! INFANTA: ¡Ay, triste! CONDE: Déjame. INFANTA: Crüel estás. MARGARITA: Pues con dársela me das la muerte que no me diste. Estoy por vengarme agora, pero debo más respeto al conde. INFANTA: ¡Qué extraño efeto de crueldad! CONDE: Dejad, señora. INFANTA: Ya dejo--¡ah rigor terrible!-- de cansarte y de cansarme; pero dejar de vengarme de un villano, no es posible. Queda en paz, que de mi guerra no ha de escaparse tu vida.
Vase la INFANTA
CONDE: Para tenerte escondida abra su centro la tierra. MARGARITA: Consuelo dan sus desdenes a mis penas inmortales. CONDE: La memoria de mis males, y el archivo de mis bienes, descuelga de aquel arzón, y en mi ordinario ejercicio pasaré un rato. MARGARITA: El jüicio se le ha vuelto, y con razón. MARCELO: Mejor es que te diviertas en otra cosa. CONDE: Marcelo, ¿no sabes que mi consuelo consiste ya en prendas muertas? Ve al momento. MARCELO: Pues yo voy.
Vase MARCELO
CONDE: ¿Dónde estás, mi prenda cara, Margarita? MARGARITA: ¡Quien llegara a decirle dónde estoy! CONDE: ¿Dónde estás? ¿Qué triste suerte permite... MARGARITA: Muero callando. CONDE: ...que siempre te esté mirando y que nunca pueda verte? MARGARITA: ¿Qué esperáis, cobardes pies? ¿Hablaréle? No,... CONDE: ¡Señora! MARGARITA: ...que me está llamando agora y me matará después. ¡Maldigo a quien os quisiere, hombres, pues no puede ser confïarse la mujer del hombre que más la quiere! CONDE: A mi Margarita bella pienso que el alma divisa, que muchas estrellas pisa. MARGARITA: Y es infelice su estrella. CONDE: ¿Qué habrá que no me inquiete?
Entra MARCELO
MARCELO: Ya la maleta está aquí. CONDE: Y yo, triste, estoy sin mí. Ábrela, Marcelo, y vete. MARCELO: Ya está abierta. CONDE: ¡Ay, prendas mías, penas vivas, muertas glorias, como infelices memorias de aquellos felices días! Salid, pues mi fe os empeño, y tanto lugar os doy de vengaros, que yo soy el que maté a vuestro dueño. Salid, y servid de espadas contra mí, pues venís juntas, y vuestras agudas puntas en mi memoria afiladas. Cualquiera de estos cabellos el mismo sol eclipsaba, y cuando yo los cortaba mil almas colgaban de ellos. Quedé entonces satisfecho de mis celos y sospechas, y agora sirven de flechas que me atraviesan el pecho. Vos, sortija, estáis aquí, testigo de que os tomé cuando me dieron la fe que yo sin culpa rompí. Corrida estaréis de estar en las manos de un villano, o en el dedo de una mano que a un ángel pudo matar. Salid, papeles que habláis para darme más tormento, que a fe que no os lleve el viento pues mis pesares lleváis.
Lee un papel
"Amigo del alma"--¡ay triste!-- ¿que esto dijiste de mí? "Para servirte nací." ¿Qué leo?, ¿Que esto me escribiste? ¿Para quererme? ¡Ah, rigor de los cielos soberanos! Para morir a mis manos hubieras dicho mejor. ¡Ah, traidor! Nunca merezca el cielo, pues que maté un ángel suyo. MARGARITA: No sé si me alegre o me entristezca. Hecha un mármol, hecha un hielo callo y miro lo que siente. CONDE: ¡Que la tierra me sustente y no me castigue el cielo! Venid, espejo, despojos del rostro que retratastes algunas veces que hurtastes tan dulce oficio a mis ojos. ¡Cuántas pudiste encerrar esta cara junto a aquélla, ésta alegre, aquélla bella, porque así suelen juntar, cuando Amor les da el consejo, los que de Amor llevan palma, como en dos cuerpos un alma, dos caras en un espejo! Agora ya no veré en tu luna limpia y clara los soles de aquella cara, a quien yo la luz quité. MARGARITA: Sin pensarlo me he llegado, pero está tan divertido que no me verá. CONDE: El sentido o el alma se me ha turbado,
Ve el rostro de MARGARITA dentro del espejo
o veo su rostro hermoso en otro cuerpo. Es visión ¿o hace la imaginación caso? Cielo poderoso, ¿que es de mi esposa? MARGARITA: Sin duda que en el espejo me ha visto, hüir quiero. CONDE: ¿Qué resisto? ¿Quién me ofende? ¿Quién me ayuda? Señora, no seas crüel, niño soy... MARGARITA: El alma dejo. CONDE: ...que busca tras el espejo lo que está mirando en él. ¿Su rostro no me mostrabas? Sí, que yo le pude ver en tu luna. A ser mujer, pensara que me engañabas. ¿No le vi, suelto el cabello, y una piel sobre los hombros? ¡Qué de quimeras y asombros me afligen! ¡Ay, ángel bello! ¿Dónde estás? Habrá sacado la cabeza de mi pecho y, como le vino estrecho, le ha descompuesto el tocado. Pero la piel, ¿cúyo era? En él se la habrá vestido, que, como tan fiero ha sido, le ha dado el traje de fiera. Sal, mi bien, si te has metido en aposento tan triste. Mas ¿quién duda, pues te fuiste, que me has dejado y te has ido? ¿Que te has ido? Aunque te pesa, te buscaré en cualquier parte. Rabiando voy a buscarte. ¡Cielo, dame mi condesa! MARGARITA: Voces da el conde, y yo voy siguiendo mi desventura. De este monte en la espesura pienso que segura estoy. De aquí veré lo que pasa, tras esta mata escondida. CONDE: Vuelve, condesa querida, a este pecho que se abrasa. Mas yo te maté--¡ay de mí! ¿Cómo te busco y te lloro? Mas ven, que tu sombra adoro, si es tu sombra la que vi. MARGARITA: ¡Ay, amigo! CONDE: ¡Fuente clara, tus aguas quieren crecer mis ojos; ya vuelvo a ver en tu claridad su cara! Sin duda que es el traslado de mi Margarita bella, si no es que, pensando en ella, en ella me he transformado. Pero, ¿cómo puede ser? MARGARITA: Que me ve en la fuente creo. CONDE: Porque aquí dos caras veo, dos caras debo tener; que en señal de ser traidor el cielo me las envía, y aun bien que añadió a la mía ésta, que fue la mejor. Mas no fue sin ocasión, porque viéndola tan bella, querrá que miren en ella si fue grande mi traición. Mas ¿no puede ser que aspira a envïarme algún consuelo Margarita, y desde el cielo en esta fuente se mira? Mas yo, ¿no la miro aquí? Lo más cierto es que sospecho que entra y sale de mi pecho por martirizarme ansí. Cuando tan crüel no fuera, le rompiera yo en efeto por saber este secreto.
Quiérese abrir el pecho
MARGARITA: ¡Quien socorrerle pudiera! ¡Loco está! CONDE: Mas soy crüel, tente, mano rigurosa, que dirá mi dulce esposa que quiero sacarla de él. ¿Qué haré? Que soy un abismo
Entra un VILLANO
VILLANO: Pues de sed vengo perdido beberé. CONDE: Infame, atrevido, sin duda que el rostro mismo viste como yo, en la fuente, y con tu vergüenza poca, quieres llegarle a la boca. Mataréte a coces. VILLANO: Tente. Bebía, no pienses tal. CONDE: Pues ofensa no me has hecho, mírame si en este pecho, que fue un tiempo de cristal... VILLANO: (Loco está.) Aparte CONDE: ...si un rostro bello verás. VILLANO: ¿De qué? CONDE: De mujer. VILLANO: Sí, señor. CONDE: ¿Que puede ser? ¿Y tiene suelto el cabello? VILLANO: Sí, señor. CONDE: ¡Extraña prueba! No son quimeras ni asombros. ¿Qué lleva sobre los hombros? VILLANO: Una albarda. CONDE: ¿Albarda lleva? ¡Villano enemigo, infiel! ¿No lleva una piel, traidor? VILLANO: Tente, verélo mejor. CONDE: Mira bien. VILLANO: Lleva una piel. CONDE: Ve mirando poco a poco. ¿Qué ves? VILLANO: (Tu asadura veo. Aparte Que está cerca mi fin creo, que estoy en poder de un loco.) CONDE: ¿Qué, villano? VILLANO: No veo nada. CONDE: ¿No ves a mi esposa? VILLANO: Sí. CONDE: ¿Está descontenta, di? VILLANO: Parece que está enojada. CONDE: ¿Podré verla yo? VILLANO: ¿Pues no? CONDE: ¿Cómo, amigo? Dilo pues... VILLANO: Volviéndote del revés la podrás ver como yo. CONDE: ¿Qué dices? VILLANO: Que Dios me valga... CONDE: ¡Oh, el más vil de los villanos! VILLANO: ...y ponga tiento en tus manos. CONDE: Mas ruégale tú que salga, amigo. VILLANO: ¿Podrá ser eso? CONDE: Sí, que denantes salía. Díselo. VILLANO: Señora mía, salí vos. (¡Hay tal suceso!) Aparte CONDE: ¿Qué dice? VILLANO: Que te desea en todo, señor, servir, pero que no osa salir por no parecerte fea. CONDE: ¿Fea un ángel? VILLANO: (Otros diez Aparte quisiera de guarda.) CONDE: Muera un desconocido. VILLANO: Espera, rogaréselo otra vez. ¡Ay, ay, Dios! CONDE: Calla. VILLANO: ¿Que calle? Estoy perdiendo mil vidas de miedo. CONDE: Yo haré que midas lo que hay desde el monte al valle. Mataréte. VILLANO: ¡Loco honrado! CONDE: ¿Qué cosa... VILLANO: ¿Qué quiere hacer? CONDE: ...habrá segura, en poder de un loco desesperado?
Tómale al brazo y vanse, y salen ELENA y CARLOS, cada uno por su puerta
ELENA: Pues al castillo llegué, haré la seña. CARLOS: Perdone, los límites que me pone mi madre, esta vez pasé. ELENA: Pues por todo este horizonte quien pueda verme no siento. CARLOS: No fue poco atrevimiento dejar lo espeso del monte. ELENA: Mas, ¡ay Dios!, ¿qué llego a ver? Ya llega, esperarle puedo, que a este traje perdí el miedo después que vi una mujer con estos toscos despojos, y los mejores merece. CARLOS: ¿Qué veo, qué se me ofrece tan agradable a los ojos? Allá me llego ¿Quién eres? ELENA: Una mujer. ¡Qué galán salvajito! CARLOS: Y ¿así van en el mundo las mujeres? ELENA: Así van. CARLOS: Por mi desgracia, no las he visto. ELENA: ¿De veras? CARLOS: Heme crïado entre fieras en este monte. ELENA: ¡Qué gracia! CARLOS: ¡A fe que es cosa de ver! ELENA: ¿Agradan os? CARLOS: Sí, por Dios. Y ¿todas son como vos? ELENA: Y más bellas, CARLOS: ¿Puede ser? Decid. ELENA: Donaire infinito. CARLOS: ¿Qué es, que desde que os miré voy sintiendo un no sé que que me desmaya un poquito? Tengo, entre ciertos antojos que el alma no me declara, un calorcillo en la cara que entra y sale por los ojos. ELENA: A eso llaman afición, o amor. CARLOS: ¿Eso es cierto? ELENA: Sí. (Yo lo sé bien, ¡ay de mí!) Aparte CARLOS: ¿Dónde está? ELENA: En el corazón hace primero su asiento, y luego al alma se pasa. CARLOS: Y ¿qué efetos hace? ELENA: Abrasa. CARLOS: ¿Abrasa? Abrasar me siento. Amor tendré. Y vos habréis probado de su rigor, que, pues sabéis qué es amor, sin duda que amor tenéis. ELENA: Por oídas lo sé yo. CARLOS: A ser eso no os asombre, conoceréisle en el nombre, pero por las señas no. Mas decí, ¿no me diréis, ya que a conocerlo vengo, este pesar que yo tengo de pensar que amor tenéis, cómo le llaman? ELENA: (¡Ah, cielos! Aparte Corrida estoy.) CARLOS: ¿No os obligo? Respondedme a lo que os digo. ELENA: A ese pesar llaman celos. CARLOS: ¡Celos! En mi pecho están. ¿Qué pena se les iguala? Pues a una cosa tan mala, ¿nombre tan bueno le dan? A los cielos se parece en el nombre, pero en el rigor al infierno. ELENA: Es un dolor que con los remedios crece. (¡Qué gran donaire ha tenido!) Aparte CARLOS: Pues ¿con qué haré resistencia a este mal? ELENA: Con el ausencia. CARLOS: ¿Por qué? ELENA: Porque causa olvido. Cuando la dama es ingrata, se entiende. CARLOS: ¡Gran desventura! ¿Y cierto la ausencia cura? ELENA: A lo menos cura, o mata. CARLOS: Otro remedio más llano busco yo, a decir verdad. Dame la mano. ELENA: Tu edad me obliga a darte la mano.
Dásela
CARLOS: ¡Qué gusto siento! ELENA: ¡Qué bien! CARLOS: Ya celos no me atormentan. Y ¿con esto se contentan los hombres que quieren bien? ELENA: ¿Luego es esta gloria poca? (Muerta de risa le escucho.) Aparte CARLOS: ¿No la hay mayor? ELENA: Cuando mucho, pueden llegar a la boca. CARLOS: Gran gloria será. Pues yo a llegarla me dispongo.
Llega la mano a la boca
Y así en los ojos la pongo. ¿Será disparate? ELENA: No. CARLOS: ¿Con qué pagarte podré el contento que me das? Y ¿puede llegar a más este gusto? ELENA: Bien, a fe, no puede, no haciendo injuria al honor.
Sale el CONDE como furioso
CONDE: ¡Mueran, villanos! ¡Ninguno vendrá a mis manos que se escape de mi furia, hasta que el rey y la infanta me paguen el mal que han hecho! CARLOS: Que viene loco sospecho. ELENA: Ya su locura me espanta.
Cógelos el CONDE debajo los brazos diciendo
CONDE: He de arrojar estos dos de una peña, la más alta. CARLOS: El ánimo no me falta, fáltame la fuerza. ELENA: ¡Ay, Dios! CARLOS: Espera. ELENA: Señor, ¿qué hacéis? CONDE: De una peña he de arrojaros. Pero, si vuelvo a miraros, no sé, amigos, qué os tenéis, que tanto os siento apegar al pecho, al alma y al ser, que ya no podéis caer aunque yo os quisiera arrojar. ¿Qué me hicistéis? ¿Qué tenéis, que si os miro y me miráis mi locura reportáis y mi pecho enternecéis? CARLOS: Suéltanos. CONDE: ¿Huyes? Espera. ELENA: Huye tú también. CARLOS: No quiero, que un honrado caballero no puede hüir aunque muera. Mi madre lo dice ansí y así lo pienso yo hacer. CONDE: ¿Qué me queda ya por ver, pues todos huyen de mí? ¡Qué mucho, si estoy envuelto entre sombras! Cosa es clara. Siempre miro aquella cara con aquel cabello suelto. Tras mí la llevo, y no vale decirle la pena mía, que por los pechos salía y por las espaldas sale. Venganza pide, eso es. Hoy he de ser un abismo por vengarla, y de mí mismo se la pienso dar después. CARLOS: Algún dolor le condena. CONDE: ¡Ay de ti, conde, que viste tu esposa en figura triste y no te acaba la pena!
Vase el CONDE
ELENA: ¿Fuése ya? CARLOS: ¿Que me has dejado? ¿Que huír sabes? ELENA: Escondida estaba allí, y de tu vida, a fe, con grande cuidado. ¿Vuelve a venir? CARLOS: Que no viene. ¿Conocístele? ELENA: ¡Ay de mí! Con el miedo ni le vi ni sé que cara se tiene. ¿Qué es esto? CARLOS: No hayas temor.
Sale HORTENSIO
¡Mi padre! HORTENSIO: Buscando os voy con harta pena. CARLOS: Aquí estoy. HORTENSIO: Y allá estuvierais mejor que no acá. CARLOS: No puede ser. HORTENSIO: Vamos, que pena tendrá vuestra madre. ELENA: (Éste será Aparte hijo de aquella mujer.) CARLOS: ¿Que te tengo de dejar? ELENA: (Con razón me maravilla.) Aparte HORTENSIO: ¿Agrádaos la pastorcilla? CARLOS: ¿No es ella para agradar? HORTENSIO: ¿Mujeres quieres? CARLOS: ¿No quieres, si no las vi, que las quiera? HORTENSIO: Sólo la vista primera tienen buena las mujeres. Y el que bien las reconoce, que huye de ellas verás; por eso las quiere más el que menos las conoce. Adiós, pastorcilla. CARLOS: Adiós. ELENA: Vaya con vos y contigo. CARLOS: Bien es que vaya conmigo si el alma queda con vos.
Vanse y queda ELENA sola
ELENA: Gracioso donaire y brío. Amor a tenerle vengo diferente del que tengo a mi príncipe y mi tío. Llegarme quiero a la torre.
Sale a la ventana de la torre el PRÍNCIPE
Ce, ce, ce. PRÍNCIPE: La seña siento de la que en este momento me consuela y me socorre. ¿Cómo, Elena, te has tardado? ELENA: Como el camino he perdido, he tardado y he venido con harta pena y cuidado. PRÍNCIPE: Siempre mis desdichas lloro los ratos que no te veo. ELENA: Pagas con esto el deseo con que te sirvo y adoro. PRÍNCIPE: ¡Cuándo llegará aquel día que dé la vuelta a su rueda la Fortuna, y que yo pueda hacerte reina de Hungría! ELENA: Por dichosa es bien me cuente, pues reino en tu corazón. PRÍNCIPE: Del alma la posesión será tuya eternamente. De la corte, ¿qué sabemos? ELENA: Que el rey a caza ha salido. PRÍNCIPE: Mitigue el cielo ofendido el rigor de sus extremos. ¿Y tu padre? ELENA: Descontento vive, a su pesar casado, y aun dicen que le ha dejado sin sentido el sentimiento. PRÍNCIPE: Así por su culpa está. Espera... De una hacanea allí una mujer se apea. Retírate... ¿Quién será?
Salen la INFANTA y un CRIADO
ELENA: Detrás de aquellas paredes me esconderé. INFANTA: Cosa es clara que sólo de ti fïara
Escóndese ELENA
ese secreto. CRIADO: Bien puedes. PRÍNCIPE: ¿Qué veo? INFANTA: ¡Príncipe! PRÍNCIPE: ¡Infanta! ELENA: (La infanta es ésta. ¿A qué viene?) Aparte INFANTA: Ya sé que absorto te tiene mi venida. PRÍNCIPE: Y aun me espanta, pues eres causa crüel del trabajo que yo tengo. INFANTA: No te espantes que no vengo sino a verte. PRÍNCIPE: A verme en él. INFANTA: ¿Sientes mucho la prisión? PRÍNCIPE: (Siempre tus engaños temo.) Aparte Siéntola con grande extremo. INFANTA: ¡Qué lástima! PRÍNCIPE: (¡Qué traición!) Aparte INFANTA: Y di, de mi amor pasado, ¿quédate alguna centella? PRÍNCIPE: (Ya te entiendo, infanta bella.) Aparte Y aun todo el fuego ha quedado. (Fingir quiero.) Aparte ELENA: (El mío crece Aparte con los celos que me das.) PRÍNCIPE: Los hombres queremos más a quien más nos aborrece. Por eso te quiero yo. INFANTA: Bien comienza. ELENA: (¿Que esto diga?) Aparte INFANTA: Mucho tu firmeza obliga. ¿Y eso es sin duda? PRÍNCIPE: ¿Pues no? Pero ¿tú estarás, señora, con tu esposo? ELENA: (Estos son celos.) Aparte INFANTA: Aborrézcanme los cielos si no le aborrezco agora. Y para que sepas cómo conmigo el villano está, nunca la mano me da y rabia si se la tomo, cuando le miro, le pesa, si le hablo, está elevado, rejalgar come a mi lado cuando se sienta a mi mesa. Nunca es mío, aunque es verdad que mi marido se llama; que en la mitad de mi cama sobra siempre la mitad. Las muertas prendas adora de su esposa. ¿Con qué gusto, le puedo querer? PRÍNCIPE: Ni es justo. ¡Qué gran lástima! (¡Ah, traidora!)Aparte Si yo tan dichoso fuera que a ser tu esposo llegara, ¡qué de glorias alcanzara!, ¡qué de regalos te hiciera! (Quizá por este camino Aparte me dan libertad los cielos.) ELENA: (¿Esto escucho? ¡Esto son celos!) Aparte INFANTA: (Bien mi negocio encamino.) Aparte Si agora pudiera darte la mano que no te di... PRÍNCIPE: ¿Hiciéraslo agora? INFANTA: Sí, y más claro quiero hablarte. Si yo libertad te doy, y tú palabra me das de ser mi esposo, ¿darás muerte al conde? PRÍNCIPE: Tuyo soy, y paso por el concierto. INFANTA: Mi gusto en tu mano está. PRÍNCIPE: Dos esposos tienes ya, uno vivo y otro muerto. INFANTA: Pues éntrate y te daré libertad, pues para ello traigo prevenido el sello de mi padre, a quien le hurté. Voyme. Adiós. PRÍNCIPE: Extraño caso. Si yo a verme libre llego, tú verás... ELENA: (Ya es otro el fuego Aparte en que me quemo y me abraso. ¿A mi padre...?) INFANTA: Ve al castillo, y con estas señas di al alcaide que...
Háblale al oído al CRIADO
ELENA: (¡Ay de mí!) Aparte CRIADO: Voy a servirte y decillo.
Vase el CRIADO
ELENA: (¿Este galardón merece, Aparte Príncipe, quien te ha servido?) INFANTA: (Desdichado del marido Aparte que su mujer le aborrece. El mío merece bien que yo le traté tan mal, y si este otro sale tal, pienso matarle también. Con acero o con veneno cuantos tome he de matar, si no muero, hasta topar uno que me salga bueno; que, entre tantos, habrá alguno, si no es que los cielos santos, con haber crïado tantos, no hicieron bueno ninguno.)
Sale el PRÍNCIPE
PRÍNCIPE: Ya, infanta, vengo a servirte. INFANTA: Yo te llevaré al lugar donde le puedas matar. Tú, Fabricio, puedes irte, pues ya tengo compañía. PRÍNCIPE: (Esto a la mujer le aplace Aparte muchos enemigos hace, y luego de ellos se fia.) INFANTA: Vamos. PRÍNCIPE: Guía. ELENA: (¿Viose tal Aparte traición, y tales consejos? Seguirélos desde lejos para ver de cerca mi mal.)
Vanse. Sale el REY, retirándose de MARGARITA
REY: ¡Mal haya la caza, y yo, pues que me he perdido en ella! Mujer, o sombra de aquélla, o quítame el miedo, o no me persigas. Yo he perdido con los años, y el temor, la espada. MARGARITA Falso, traidor, ya todo el cielo ofendido pienso que quiere que sea instrumento de tu muerte.
Salen el PRÍNCIPE y la INFANTA
INFANTA: El rey es. PRÍNCIPE: (¡Qué buena suerte Aparte en mi venganza se emplea!) INFANTA: Jesús, cielos soberanos! MARGARITA: ¿Qué veo? PRÍNCIPE: En tu pecho infiel me he de vengar. MARGARITA: Ya, crüel, te trujo el cielo a mis manos.
Sale CARLOS y tiene a su madre y ELENA al PRÍNCIPE
PRÍNCIPE: Hoy tus hazañas tiranas he de ver ELENA: Tente, señor, ten respeto, por mi amor, a estas venerables canas. INFANTA: Sombra, mujer, o lo que eres MARGARITA: Matarte tengo, enemiga. CARLOS: Pues, ¿una mujer castiga de esa suerte a las mujeres? ¿No te mueve el corazón? ELENA: ¿Que serás tan inhumano? PRÍNCIPE: Déjame, Elena, la mano. MARGARITA: Carlicos, suelta el bastón.
Entra HORTENSIO
HORTENSIO: No quiso esperarme un poco el rapaz.
Sale un tropel de VILLANOS que huyen del CONDE, que va tras ellos con un bastón
CONDE: ¡Morid de miedo! VILLANO 1: Huye Ansiso. VILLANO 2: Di si puedo. ¡Válame Dios! ¡Guarda el loco!
Vanse los VILLANOS
CONDE: Yo he de hacer mortal estrago. HORTENSIO: ¿Qué veo? Estoy sin acuerdo. CONDE: Que sólo parezco cuerdo en las locuras que hago. HORTENSIO: ¿Qué haces? Tente, señor, tu Margarita está aquí. PRÍNCIPE: ¿Mi prima? CONDE: ¿Mi esposa? HORTENSIO: Sí. ELENA: ¿Mi madre? MARGARITA: Cese el rigor. ¡Esposo! CONDE: ¿Qué estoy mirando? REY: Grave mal. INFANTA: Dolor terrible. CONDE: ¡Mi bien! INFANTA: ¿Aquesto es posible? HORTENSIO: Todos se miran callando. Pues tan confusos os veo, quiero deciros la causa, pero el saberla, ¿qué hará, si el no saberla os espanta? El día que el conde Alarcos le dio la mano y el alma a Margarita, quedando de esto ofendida la infanta, me mandó a mí que matase su hijo, a quien yo guardaba, y su corazón trujese envuelto en su sangre hidalga. Yo, lastimado de ver lo que a las fieras entrañas de osos, tigres y leones es cierto que lastimara, el corazón de un cordero y su sangre limpia y clara fue lo que truje a la mesa, y que alborotó la casa. Después, temiendo el rigor de la que dejé engañada, busqué en el monte una cueva donde, lleno de esperanzas, crié con cuidado el niño con la leche de una cabra, y al cabo de un año, un día, dos horas depués del alba, en la boca de mi cueva, escondido entre unas zarzas, vi que el conde a la condesa, muerto de pena, mataba. Quisiera estorbar su muerte, mas fue imposible estorbarla, porque vi que entre las peñas crïados del conde estaban. Temí el morir, no por miedo, mas porque, sin mí, quedaba en las manos de la muerte mi niño, mi prenda cara. Al fin, como loco, el conde, con un lazo a la garganta dejó a su mujer y fuese dando voces; yo, que estaba esperando esta ocasión, quise salir a gozarla. El cuerpo, casi difunto, llevé en estos hombros, carga que el mismo Atlante pudiera, si fuera vivo, envidiarla. Así la llevé a mi cueva, aunque con poca esperanza de vida. Mas quiso el cielo, dándole esfuerzo, ampararla. En sí volvió poco a poco, díjome, "Señor, acaba, haz lo que te manda el rey, pues que le importa a la Infanta," pensando que fuese el conde. Y viendo que se engañaba, agradeció aquel servicio. Mostréle, por consolarla, su hijo. Contéle el caso, alegró un poco la cara, cuidando todo este tiempo de su regalo y crïanza. Ésta es, conde, tu mujer, y éste es tu hijo, sin falta. Si culpa en esto he tenido, infanta, rey, castigadla. INFANTA: Ya conozco yo que el cielo, pues me castiga, me ampara. Padre, mi culpa confieso, de la tuya injusta causa. REY: El tierno amor de una hija a cualquier padre engañara. INFANTA: Doncella estoy, porque el conde no llegó a mí, y en la cama todas las noches ponía entre los dos una espada. Dos casamientos ha hecho; el que fue más justo valga, y, pues dio vida a su esposa el cielo, désela larga, que yo, si me das licencia, pues todo me aflije y cansa, metida en un monasterio miraré por la del alma. Herede el reino este niño, pues es de tu sangre y casa; que yo le renuncio en él. REY: Como tú gustas se haga. CONDE: Pierda el príncipe su enojo, pues cobro el seso y el alma. REY: Yo, porque le pierda, quiero ponerle gente en campaña bastante, porque en ella cobre el reino que le falta. PRÍNCIPE: Yo, señor, tus manos beso, porque respeto tus canas. CARLOS: Hortensio, ¿yo he de ser Rey, y vos sois mi padre? HORTENSIO: Basta besarte, señor, las manos, cuando esotro no bastara. MARGARITA: Dale la mano a tu hijo. CONDE: Y parte de mis entrañas. CARLOS: Dame las dos, padre mío. CONDE: Dichoso el cielo te haga. ELENA: Pues a mí, de ese contento, alguna parte me alcanza. PRÍNCIPE: Vuestra hija es ésta, conde. CONDE: A los tres, mis prendas caras, la mesma ocasión os diga si me da gusto el gozarla. MARGARITA: Muda me tiene el contento. ELENA: ¿Hermano? CARLOS: Querida hermana. CONDE: Besemos todos las manos a nuestro rey y a la infanta. REY: Bendígaos el cielo a todos. INFANTA: A todos os dé su gracia. PRÍNCIPE: Yo tomaré por esposa a Elena. CONDE: ¡Suerte extremada! MARGARITA: Dichosa hija tenemos, pues mi primo quiere honrarla. PRÍNCIPE: De esposo te doy la mano. ELENA: Y yo logro mi esperanza. CONDE: Y aquí, senado, la historia del conde Alarcos se acaba.

FIN DE LA COMEDIA

 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002