JORNADA SEGUNDA


 
Salen el PRÍNCIPE y MARGARITA, y ELENA, niña, hija del CONDE
MARGARITA: Es mi hija y, como es justo, a mi gusto corresponde. PRÍNCIPE: Cualquiera parte del conde será el todo de tu gusto. MARGARITA: Dale tú como a sobrina las manos. PRÍNCIPE: ¡Gracioso brío! ELENA: Démelas, mi señor tío. MARGARITA: Es montañesa. PRÍNCIPE: Es divina. Y ¿dónde estuvo hasta agora? MARGARITA: En un lugar de su estado la tuvo aquel desdichado por mi causa. PRÍNCIPE: No, señora, que no merece ese nombre quien a ti te ha merecido. MARGARITA: De mi desdicha ha nacido las sinrazones de un hombre como el rey. PRÍNCIPE: Muy grandes son, y yo con razón me aflijo. MARGARITA: Tras haberme muerto un hijo, tener al conde en prisión y a mí también, sin reparo, condenada a eterno sueño, si tú, como eres mi dueño, no hubieras sido mi amparo. PRÍNCIPE: Yo soy tuyo, el rey extraño, pues de tu esposo ofendido escuchar no me ha querido, y ha pasado más de un año que está preso, y esto mismo con la infanta, que es su hija, ha hecho. MARGARITA: El cielo corrija las maldades de ese abismo. PRÍNCIPE: Desde aquel día sangriento, diciendo que así conviene, no la ha hablado, y la tiene retraída en su aposento. Y tan fiero se ha mostrado de esta contraria fortuna, que con persona ninguna de este negocio ha tratado. Mas ya sale. MARGARITA: Es un tirano. Pero, aunque sé lo que es, quiero arrojarme a sus pies como tú me des la mano.
Sale el REY, y MARGARITA híncase de rodillas
PRÍNCIPE: Cuanto puedo te prometo. Tuyo soy.
Al REY
MARGARITA: Mi amparo eres. REY: Levantaos, que a las mujeres se les debe este respeto, condesa PRÍNCIPE: Tu majestad me de las manos. REY: Tu alteza me agravia. MARGARITA: Si en tu nobleza tiene fuerza una verdad, si el ver la razón que tengo, entre el fuego en que me abraso, si el ver la vida que paso y la muerte que no vengo, si el ver que entre tantos males escucho perpetuamente la voz de aquel inocente en los coros celestiales, si el ver que así me destruya una sangrienta homicida de aquella sangre vertida, que fue hidalga por ser tuya, si el ver que cobras renombre de injusto y crüel, si el ver lágrimas de una mujer, que esto sobra para un hombre, te obligan, a mi marido me da. No digan, señor, que perdona al ofensor quien castiga al ofendido. Ayudaráme a llorar la prenda que me ha faltado, y ésta que el cielo me ha dado, podré a su sombra crïar. REY: ¿Luego es de los dos también? MARGARITA: Sí, señor. REY: Extraña cosa. MARGARITA: Siete años ha que de esposa le di la mano. REY: Está bien. MARGARITA: En ellos, para que pene, me otorgó la suerte mía ésta, que el conde tenía, y el otro, que el cielo tiene. Pedidle al rey, mi señor, lo que pide vuestra madre. ELENA: Señor, perdone a mi padre. PRÍNCIPE: ¡Oh angelico! Si el rigor, que ha tenido tus oídos tan sordos para mi ruego es menos, y si su ruego dejó libres tus sentidos, porque con mi prima vengo, tengo esperanza, señor. REY: Mira como no es rigor, sino razón la que tengo. Tuvo el conde tantos bríos, que en mi casa, y a mis ojos, con fuego de sus enojos, mató tres crïados míos. No respetó mi corona, mas antes la tuvo en poco, y aun puso, furioso y loco, en peligro mi persona. Mira, pues, si es bien que mande castigar su loco intento. PRÍNCIPE: Grande fue su atrevimiento, pero su culpa no es grande. REY: Ésa, pues al cielo plugo, ver al momento conviene, y si mi hija la tiene, yo mismo seré el verdugo.
Sale un PAJE
PAJE: El conde ha llegado agora, y la infanta viene ya. REY: Espera afuera. MARGARITA: Será mi razón mi defensora. REY: Tu alteza quedar podría, si gustas. PRÍNCIPE: El alma estima tal merced, pero a mi prima es justo hacer compañía.
Vanse el PRÍNCIPE y MARGARITA, y sale la INFANTA
INFANTA: Dame las manos. REY: ¿Yo? ¿Yo? La muerte, dirás mejor. INFANTA: ¡Padre! REY: ¿Yo padre? INFANTA: Señor, ¿no eres tú mi padre? REY: No. INFANTA: ¿De qué estás tan ofendido? REY: Levántate. INFANTA: Así he de estar. ¡Mal se podrá levantar quien de tan alto ha caído! Manda que me acaben antes. REY: Acaba. INFANTA: Sí, pues comienza mi desdicha. REY: De vergüenza los ojos jamás levantes. INFANTA: Seguiré tu gusto, pues, mas, según estás trocado, lo que me habrán levantado algún testimonio es. REY: Para tan justas querellas no es menester. ¿No ha bastado lo que yo vi, y ha dejado enlutadas las estrellas? INFANTA: Escúchame... REY: Di, crüel. INFANTA: ...y verás, pues eres sabio, que, por decirte mi agravio, tomé la venganza de él. REY: Con la inocencia, el rigor ninguna ley le concede. Pero prosigue. INFANTA: Eso puede la malicia de un dolor. REY: ¿No dices? INFANTA: El cielo ordena. REY: ¿Qué te turba el corazón? INFANTA: No es poca mi turbación si es tanta como mi pena. Porque estés menos airado de oír mi afrentosa historia, te volveré a la memoria, padre, que me has engendrado. Acuérdate de que fuiste una cifra del querer, y después de darme el ser de nuevo otro ser me diste. Desde el día que nací a darte gusto empecé, como madre te crié, como hija te serví. De que alcancé mil despojos de tus manos soberanas, de que, peinando tus canas, solía alegrar tus ojos, REY: ¡Oh amor de padre! No llores, y di, que algún daño esconde, la causa. INFANTA: Alarcos, el Conde, solicitó mis amores. En tu casa me servía, y el villano... REY: ¡Extraña cosa! INFANTA: ...palabra me dio de esposa, que yo no se la pedía. Y el vil y de baja casta, siguiendo su loco intento, una noche en mi aposento... REY: No digas más, que eso basta. INFANTA: Casóse con Margarita, entreteniendo mi engaño, causa del pasado daño y de esta afrenta infinita. Humilde estoy a tus pies, y por esposo le quiero. Honrarme, señor, primero, para matarme después. REY: ¿Qué he de hacer? ¿Qué he de esperar, pues le ha faltado al vivir ánimo para morir y fuerzas para matar? ¡Ay, mujeres! ¿Qué rigor de ley nos puede obligar a que honor puede quitar quien no puede dar honor? Mas responderme podrán mil contrarios pareceres, que las honradas mujeres con no quitarle le dan. ¿Qué ha de hacer un hombre triste? ...................[ -ejo]. Dame tú misma el consejo, ya que la ofensa me diste. Casarte con él querría; mas ¿cómo ha de ser, traidora, pues ya en la ocasión de agora hijos y mujer tenía? INFANTA: Ella fue parte y testigo del yerro que te he contado, y sin respeto ha tomado por su esposo a mi enemigo. Y pues de tan vil empresa ha sido causa, señor, para que viva mi honor mate el conde a la condesa. Haya rigor, haya espada de justicia, en quien le abona, quede limpia esa corona con esta afrenta manchada. Yo mismo te suplicara que a mí la muerte me dieras, si con mi sangre pudieras lavar afrenta tan clara; pero el darme muerte esquiva, padre, sin volverme a honrar, sólo sería dejar muerta yo y mi afrenta viva. REY: Basta, no más; que perplejo lo que has dicho me ha dejado. Yo soy rey y soy honrado, pero soy honrado y viejo. Mas entre mil pareceres, es éste de los mejores: quien quisiese usar rigores pida consejo a mujeres. ¡Hola! ¿Nadie me responde? PAJE: ¿Señor? REY: ¿Está el conde fuera? PAJE: Sí, señor, rato ha que espera. REY: Dile que entre. (¡Ah, falso Conde! Aparte Mas si logro mi esperanza tendré el gusto más entero, pues, cuando menos, espero satisfacción y venganza.)
Sale el CONDE
Conde, Con... CONDE: (¿Qué miro agora? Aparte ¿No habla el Rey? Mi pena es cierta. De colérico no acierta, fingidas lágrimas llora. La infanta... el rey se pasea... Mi mal será verdadero.) REY: (Loco estoy.) Aparte INFANTA: (Venganza espero.) Aparte REY: ¡Conde! ¿Quién habrá que crea que tú, conde? CONDE: (¡Ay, cielo!) Aparte REY: (¡Ay, triste!) Aparte ...¿que tú, conde? CONDE: Rey, comienza. REY: (Tengo, al decir, la vergüenza.) Aparte ...que tú, al hacer, no tuviste. Que me has afrentado digo. CONDE: ¿Yo, señor? Dios me condene. INFANTA: Aquí el agraviado tiene tu conciencia por testigo. CONDE: (¿Cómo mi cólera domo?) Aparte INFANTA: ¿Tú no me ofreciste a mí de ser mi marido? CONDE: Sí, pero tú sabes el cómo. INFANTA: Después, creciendo tu fuego con tus engaños, traidor, ¿no marchitaste la flor de mi honor? CONDE: Eso te niego. ¿Qué dices? REY: No tienes modo, villano, ya de excusarte, que quien confiesa esa parte no puede negar el todo. CONDE: Señora, de tu traición nació mi desdicha y mengua. Corrija el cielo tu lengua y mueva tu corazón. REY: ¿Turbado te has? CONDE: No te asombre mi confusión. ¿Qué he de hacer? Porque sólo una mujer puede confundir a un hombre. De la furia más impía vea hacerme eterna guerra, sea el centro de la tierra el centro del alma mía, máteme el mayor amigo con mi espada y a traición, y sirva en esta ocasión mi disculpa de castigo, marchite el rojo arrebol que este cielo me asegura, sea mi luz la noche escura y mis tinieblas el sol, y hasta la menor estrella escurezcan mis enojos, no pueda verme en los ojos de mi Margarita bella si aun con sólo el pensamiento ofendí jamás tu honor ni el de la Infanta. INFANTA: Señor, miente el villano. CONDE: ¿Yo miento? Todo cuanto el alma adora en el suelo y en el cielo me falte... REY: Calla. INFANTA: Recelo que no te engañe. CONDE: (¡Ah, traidora!) Aparte REY: Conde, ¿es verdad... CONDE: (¡Caso extraño!) Aparte REY: ...que diste palabra, di, de esposo a la infanta? CONDE: Sí, pero fue con un engaño. INFANTA: En eso echarás de ver que él mismo se ha condenado. Si con otra te has casado, ¿no me afrentaste? CONDE: ¡Ah, mujer! REY: ¿Que tan mal se corresponde a mi autoridad? CONDE: ¡Ay, triste! REY: La palabra que le diste cumplir se la tienes, conde. CONDE: ¿Cómo, si tengo mujer, podré? REY: ¿Tiemblas? CONDE: ¿De qué suerte, señor? REY: Pues el daño es fuerte, fuerte el remedio ha de ser. CONDE: ¿Cuál es? REY: La condesa muera. Traspasa las justas leyes, que las honras de los reyes las pueden hacer de cera. CONDE: ¿Que muera mi esposa? REY: Sí. INFANTA: ¡Cómo al villano le pesa! REY: Mata, conde, a la condesa. CONDE: Mátame primero a mí. ¿Yo he de eclipsar la luz pura, que al mundo la puede dar? ¿A un ángel he de matar en discreción y hermosura? Mira, Rey... REY: Traidor, ya miro las desdichas a que vengo. CONDE: Que ha diez años que la tengo y diez y seis que la miro, y que se extremó en quererme, y que, por no darme enojos, jamás levantó los ojos que no fuera para verme. Mira aquellas hebras de oro, de aquel rostro peregrino, aquel sujeto divino a quien respeto y adoro. Mira que hazaña tan fea parecerá al mundo extraña, mira también que te engaña otra Circe, otra Medea. Mira que hay, pues que te obliga un cristiano y justo celo, purgatorio, infierno y cielo y un Dios que premia y castiga. INFANTA: ¿Cómo se puede escuchar esta afrenta, padre amado? REY: No llores, tanto he mirado, que no tengo que mirar. Lo que digo se ha de hacer, pues a mi suerte le plugo, o en las manos de un verdugo tú, tu hija y tu mujer moriréis, pues en mi casa juntos os tengo a los tres. CONDE: ¡Jesús mil veces! ¿No ves, rey? INFANTA: (El alma se me abrasa.) Aparte REY: De tu porfía me espanto. ¡Éste es mi honor y mi gusto! CONDE: ¡Rey magnánimo, rey justo, rey poderoso, rey santo, mi señor, infanta bella, a tu valor corresponde! INFANTA: Muera la condesa, conde. REY: Muera mi afrenta con ella. Dirás que te he desterrado y partiráste hoy de aquí, y en el camino... CONDE: ¡Ay de mí! REY: ...más desierto y despoblado la matarás, y de suerte que disimules tu pena, buscando una excusa buena para disfrazar su muerte. La palabra me has de dar de lo que digo, o morir luego los tres. CONDE: (Resistir Aparte no puedo a tanto pesar. ¿Mataré a mi dulce esposa? Sí, que en aquesta jornada escogió la muerte honrada por huír de la afrentosa.) REY: Y el mesmo día, en secreto, te casarás con la infanta. ¿Prométeslo? CONDE: ¿Hay pena tanta en la tierra? Sí prometo. REY: ¿Júraslo así? CONDE: Así lo juro, y al cielo doy por testigo de tu injusticia. INFANTA: ¡Ah, enemigo! Lavar mi afrenta procuro. REY: ¡Hola! CONDE: ¿Quién no muere agora... REY: Di al príncipe y la condesa que entren. CONDE: Rigurosa empresa. REY: Vete tú, infanta. CONDE: ¡Ay, traidora! INFANTA: Vengada voy. CONDE: (Cielo, ¿dónde Aparte dan tan crüeles despojos? ¡Ay, rigor!, ¡ay, bellos ojos!) REY: Entrad. Disimula, conde.
Entran el PRÍNCIPE y MARGARITA
Condesa, tened en mucho el daros a vuestro esposo. MARGARITA: Tus pies beso. CONDE: (¡Ay, cielo hermoso!) Aparte MARGARITA: Señor, ¿qué miro?, ¿qué escucho? Halle mi desenvoltura disculpa en mis alegrías.
Va a abrazar MARGARITA al CONDE
CONDE: (No salgáis, lágrimas mías.) Aparte MARGARITA: ¡Mi consuelo! CONDE: ¡Mi luz pura! (¡Que estimes los mesmos brazos Aparte que han de matarte! ¡Ah, cuitada!) INFANTA: (Ya tiene filos la espada, Aparte que ha de cortar estos lazos.) PRÍNCIPE: Bueno fuera durar eso.
El REY y el PRÍNCIPE aparte
Gran merced he recebido. REY: La parte y el todo ha sido el servirte. PRÍNCIPE: Tus pies beso. (Viendo esta enemiga ingrata Aparte toda el alma se me altera.) INFANTA: (Muero, mas antes que muera Aparte ha de morir quien me mata.) REY: El destierro de mi corte se ponga en ejecución, para dar satisfacción a mi gente, aunque no importe. PRÍNCIPE: ¿Salen de ella desterrados? REY: Sí, príncipe. PRÍNCIPE: Acompañarlos será justo, hasta dejarlos en tierra de sus estados. INFANTA: (Si éste va en su compañía Aparte pondrá estorbos a su muerte; mas ya pienso de qué suerte le detendré.) CONDE: Esposa mía, ¿que iras contenta? MARGARITA: ¿Pues no? Contigo, sin alboroto, del mundo en lo más remoto viviré con gusto yo. CONDE: (¡Ay, esposa dulce y fiel! Aparte Castigue Dios soberano los que quieren, por mi mano, sacarte sin culpa de él.) REY: ¿Y que no hay qué te desvíe de ese intento? PRÍNCIPE: Porque es justo ir con ellos. REY: Haz tu gusto. CONDE: Danos los pies. REY: Dios os guíe. INFANTA: (Para que estorbo no fuera Aparte le quisiera detener.) MARGARITA: ¿Que te tengo? CONDE: (¡Que he de ser Aparte el lobo de esta cordera!) INFANTA: Escucha. PRINCIPE ¿Qué he de escucharte? (¿Qué pretende esta inhumana?) Aparte INFANTA: Esta noche a la ventana te espero, que quiero hablarte. Cosa es que te importa, ven. PRÍNCIPE: Pues ¿en qué puedo servirte? INFANTA: No puedo agora decirte más de que te quiero bien. (De esta suerte he de engañar Aparte a este necio.) ¿No respondes? PRÍNCIPE: Iré a servirte. (A los condes Aparte dejaré de acompañar. Diré que he de ser su esposo y engañaré esta mujer. ¡Qué gran gusto debe ser enganar a un alevoso!)
Vanse todos. Sale el criadoque trajo la sangre y el corazón, llamado HORTENSIO
HORTENSIO: Mucho me vendrá a deber este ifante, y con razón, si, cual es la obligación, le diese el tiempo el poder. Aquí, mi piedad por norte, le crió, y tengo guardado en lugar más despoblado y más cercano a la corte, pudiendo acudir a ella sólo a buscarle sustento. Este hidalgo pensamiento premie su benigna estrella. De sus prendas y linaje, a sus parientes y amigos, daré por fieles testigos estos montes y este traje, si el tiempo... ¿Quién viene allí? Parece mujer que pasa de la cueva, que es mi casa.
Salen el CONDE, MARGARITA y ELENA
MARGARITA: ¿Sin crïados? CONDE: (Y sin mí.) Aparte De aquí nuestra gente espera muy cerca, y ellos vendrán cuando tú gustes. MARGARITA: Harán tu gusto. CONDE: (Morir quisiera.) Aparte MARGARITA: ¿Qué habemos de hacer, amigo, en lugar tan despoblado? CONDE: Siéntate, que aquí sentado quiero descansar contigo, que tengo en el corazón una gran congoja. MARGARITA: ¡Ay, triste! Y ¿cuándo tú la tuviste en mi presencia? HORTENSIO: Ellos son. ELENA: ¿Qué tiene padre? CONDE: Mis ojos, dadme vos un beso. ELENA: Y dos. MARGARITA: ¿Qué es esto, mi gloria? CONDE: (Adiós.) Aparte MARGARITA: ¿Tú lágrimas y enojos, mi regalo y mi consuelo? Dime la causa del llanto. ELENA: (Quiérele mi madre tanto, Aparte ¿y llora? CONDE: (¡Ay, ángel del cielo!) Aparte MARGARITA: De que soy tuya me pesa cuando en mi poder te hallas, me miras, lloras y callas, mi bien, mi conde... CONDE: ¡Ay, condesa! MARGARITA: ¿Qué tienes? CONDE: La muerte toco. MARGARITA: ¿Cómo, señor? CONDE: Ardo en fuego. MARGARITA: No me aflijas. CONDE: Estoy ciego. MARGARITA: No me mates. CONDE: Estoy loco. Condesa, mi bien... MARGARITA: Mi dueño... CONDE: Luego sabrás mis enojos, veré si doy a mis ojos, tras estas lágrimas, sueño. MARGARITA: Sosiega, reposa. CONDE: Espera, por si puedo... MARGARITA: Estoy sin vida. CONDE: ...en una muerte fingida alcanzar la verdadera. MARGARITA: ¿Qué es esto? Estas ocasiones no dejara de temer si, como toda mujer, fuera toda corazones. (Con cien mil temores lucho. Aparte ¿Qué tiene el conde? ¿Qué creo?) HORTENSIO: Cielo, ¿es cierto lo que veo, o es quimera lo que escucho? MARGARITA: ¿Qué haces? CONDE: Mi mal no afloja; veamos... MARGARITA: (Cielos, ¿qué haré?) Aparte CONDE: ...si paseando podré aliviar esta congoja. (Todo me cansa. ¡Oh suceso Aparte infelice y riguroso! ¿Puede ser?) MARGARITA: Querido esposo, sosiégate. CONDE: (Pierdo el seso.) Aparte MARGARITA: Vuelve, vuelve... CONDE: ¡Ay, ojos bellos! MARGARITA: ...a sentarte y darme abrazos. ¿No descansas en mis brazos? CONDE: Morirme quisiera en ellos. MARGARITA: Esta niña, aunque pequeña, ¿no es gran consuelo? CONDE: Sí es. ELENA: ¡Padre! CONDE: ¡Hija! HORTENSIO: Ver los tres enterneciera una peña. MARGARITA: ¿No sabría qué te aflige? CONDE: El caso más dolorido que en el mundo ha permitido el que le gobierna y rige; la más dañada esperanza, el mayor atrevimiento, el más crüel pensamiento, la más injusta venganza, el más injusto rigor, el agravio más terrible, la pena más insufrible y la desdicha mayor. MARGARITA: ¿Y qué es? CONDE: El mayor pesar, la más rigurosa empresa... de morir habéis, condesa, que el rey os manda matar. MARGARITA: ¿Cómo, señor? CONDE: Triste calma. Este injusto, este tirano, quiere que ponga la mano donde tengo puesta el alma. MARGARITA: Ya me ha muerto ver que tratas tú de quitarme el vivir; que yo no siento el morir, sino el ver que tú me matas. CONDE: Palabra de caballero di de matarte, y casarme. MARGARITA: No más, que para matarme esto bastaba. Ya muero.
Desmáyase MARGARITA
CONDE: ¿Desmáyaste? Triste suerte; pero ¡qué necios ensayos!, ¿qué me duelen tus desmayos cuando procuro tu muerte? MARGARITA: ¿Que te has de casar y que has de emplearte en otra parte? CONDE: ¿No sientes que he de matarte? MARGARITA: No, que esotro siento más. ¿No me pudieras callar esa segunda promesa y matarme? CONDE: ¡Ay, mi condesa! MARGARITA: Señor, ¿que te has de casar? Pónesme en duda la palma que mereciera en los cielos, que a no matarme con celos, llevara quieta el alma. Tu inclemencia se corrija si es posible... ELENA: Señor padre. MARGARITA: ...siquiera porque soy madre de este ángel que es tu hija. CONDE: No es posible resistir al rigor de este pesar. Mas, pues no puedo matar, ¡vive Dios que he de morir!
Quiere matarse
MARGARITA: ¡Mi bien! CONDE: Esposa querida, deja... MARGARITA: ¡Terribles desdenes! ¡Mi gloria! CONDE: ¿Un brazo detienes que ha de quitarte la vida? Moriré, mas no mantengo mi palabra, así es verdad. ¡Ah, cielos, que aun libertad para matarme no tengo! HORTENSIO: ¡Grande lástima! ¿Qué haré? ¿Saldré? No es justo salir. MARGARITA: Si es que el uno ha de morir de los dos, yo moriré. Mátame. CONDE: Yo estoy difunto de escucharte. MARGARITA: Mas, señor ¿Que tantos años de amor han de acabarse en un punto? Pero no es razón que huya de locura que es tan cuerda; mas no es justo que se pierda un alma que ha sido tuya. Querría, por mi consuelo, confesarme. CONDE: ¡Trance horrible! Margarita, no es posible, confiésate con el cielo. MARGARITA: Baste. No más. Sea ansí. Los cielos enternecidos me escuchen, pues tus oídos están sordos para mí. Aunque temo su desdén, pues con propósito firme jamás pude arrepentirme de haberte querido bien. Mas, señor, pues en la tierra no hay cosa que no me aflija, confesores de los cielos, grandes son las culpas mías. Mártires santos, valed a esta triste que os imita; vosotros también, pues muero con vuestra inocencia misma, valedme, inocentes todos; los que en las supremas sillas tenéis gloriosos lugares me valed, y vos, bendita abogada de los hombres, Virgen preñada y parida, Madre del Eterno Hijo, del Eterno Padre hija, intercede por mí agora y aparejad una silla adonde, por culpa nuestra, contemplo tantas vacías, y quédese el mundo en paz, pues es su guerra infinita. A vos yo os perdono, conde, por el amor que os tenía, pero, pues sin culpa muero, para dentro en quince días al rey cito y a la infanta, ante la justa justicia. Agora déjame dar dos abrazos a esta niña. ELENA: Padre, no mate a mi madre. CONDE: ¡Qué congoja! MARGARITA: ¡Qué desdicha! Y a ti también te abrazara, pero no quiero que digas que hace lo mesmo al verdugo el que la vida le quita. Con todo, quiero abrazarte. CONDE: Algún demonio me incita. Ya de puro sentimiento, de lástima, de mancilla, el seso he perdido, rabio; y aunque la condesa es mía, seré, pues lo quiere el rey, su verdugo y su homicida. Como el que, rabioso y loco, se ceba en su carne misma, echaréle un lazo al cuello de una toca o de una liga, y, llamando a mis crïados, diré que murió. Infinita es mi maldad. Pero vaya, pues lo quiere el rey. Amiga, ya es hora. MARGARITA: ¡Qué dulce nombre! Espera. Jesús, María!
Aprieta el lazo que le puso
CONDE: La fuerza faltó a los brazos, más ya es muerta. HORTENSIO: ¡Qué desdicha, que estorbarle no he podido! ELENA: Padre, padre, madre mía. CONDE: Agora, conde villano, te falta el ánimo, gritas. Tengo un ñudo en la garganta, mas yo voy y vuelvo aprisa. Acudid, crïados míos, que la condesa se fina.
Vase el CONDE y sale HORTENSIO
ELENA: Jesús, qué fiero animal! HORTENSIO: Aún parece que está viva. Sobre mis hombros la llevo. ELENA: ¿Adónde iré? ¡Qué desdicha!
Vase HORTENSIO llevando en hombros a la condesa MARGARITA, y salen el PRÍNCIPE y CRIADOS
CRIADO: En este lugar los vi, llorando a los tres. PRÍNCIPE: No hallo sosiego. CRIADO: Y maté un caballo por avisarte. ELENA: ¡Ay! PRÍNCIPE: ¿Qué oí? ELENA: ¡Señor tío, señor tío! PRÍNCIPE: ¿Hay cosa tan peregrina? ¿Cómo tan sola, sobrina? ELENA: Hanme dejado. PRÍNCIPE: ¡Ángel mío! ¿Y quién tan sola os dejó? ELENA: Mataron aquí a mi madre. PRÍNCIPE: Y ¿quién la mató? ELENA: Mi padre. PRÍNCIPE ¿Vístelo vos? ELENA: Vilo yo. Bien lo vi y bien le pesaba. PRÍNCIPE: ¿Hay pena como la mía? ELENA: Y así llorando decía... PRINCIPE ¿Qué? ELENA: Que el rey se lo mandaba. PRÍNCIPE: Jesús, decid la verdad! Y ¿por qué? ELENA: Porque se case con la infanta. PRÍNCIPE: ¿Que eso pase? ¿Hase visto tal maldad? Pues no ha de ser de esta suerte, aunque el cielo lo permita, que en mí tiene Margarita quien sabrá vengar su muerte. ¡Oh, rey falso! Y tú, mis ojos, ¿cómo aquí tan sola estás? ELENA: Dejóme y fuése. PRÍNCIPE: ¿Eso más? Vamos, que rabio de enojos; y pues con razón me fundo y esto acabo de entender, una venganza he de hacer con que atemorice al mundo.
Vanse. Sale el CONDE y CRIADOS
CONDE: Pienso que es éste el lugar donde mi esposa he dejado, mas tal estoy de turbado que aún no le podré hallar. Ya ha rato que ando perdido. ¿Éste será? ¡Extraña cosa! Pero no está en él mi esposa, al cielo se habrá subido. Mi hija quedó con ella y falta también--¡ay, Dios!-- que cualquiera de las dos le podrá servir de estrella. Mas ¿cómo no arroja rayos, si es justo, a un pecho alevoso como el mío? ¡Ay, cielo hermoso! Mortales son mis desmayos. CRIADO: Señor... CONDE: Déjame y de un monte... CRIADO: ¿Qué haces? CONDE: Crïados míos, por buscarlas dividíos todos por este horizonte. CRIADO: Será así. CONDE: Mi pena es tanta ¿y la muerte no me doy? Mas pues a la corte voy, y veré al rey y a la infanta, con verme me matarán; que pues con pecho atrevido causa de mi daño han sido, mis basiliscos serán.
Vanse todos. Salen el REY y dos GRANDES
GRANDE 1: No es rigor, sino justicia, volver un rey por su honor. GRANDE 2: Y, cuando fuera rigor, le merece su malicia. REY: No es poco gusto saber, para en ocasión que importe, que dos grandes de mi corte aprueben mi parecer. GRANDE 1: Como de tu ingenio es. REY: Si tiene el debido efeto, casarse han luego en secreto, y publicarse ha después. Y pues sabréis que me vengo, o al menos me satisfago, del casamiento que hago y de la razón que tengo seréis testigos. GRANDE 1: Tú puedes mandarnos. GRANDE 2: No hay que dudar. REY: Y vosotros esperar mis regalos y mercedes. Y si no cumple el villano su palabra y mi deseo, por el Dios que adoro y creo, justo, eterno y soberano, que de haber burlado ansí un real y noble pecho, ha de hallar el mundo estrecho para guardarse de mí.
Sale la INFANTA y un CRIADO
CRIADO: Él y un paje en dos caballos a toda furia salían. El príncipe... INFANTA: Correrían, sin duda, para estorballos. Algún aviso ha tenido, algún estorbo recelo a mi gusto. Quiera el cielo, aunque de mí está ofendido, que caiga, si corre a eso, de suerte que levantar no se pueda. ¿Que avisar le pudieron? Pierdo el seso. REY: ¿Infanta? INFANTA: ¡Señor! REY: ¿Qué extremo de tristeza echo de ver en tus ojos? INFANTA: Del temer nace el dudar, y yo temo y estoy triste. REY: ¿Pones duda en tu gusto, infanta hermosa? INFANTA: El que desea una cosa siempre la teme y la duda, y hasta verla no estaré jamás con el rostro enjuto.
Sale un PAJE
PAJE: Cubierto el conde de luto desde la cabeza al pie, pide licencia. REY: En buen hora. INFANTA: No es como él mi suerte, negra; el primer luto que alegra es éste. GRANDE 2: ¿Estás triste agora?
Sale el CONDE cubierto de luto
REY: ¿Qué es, conde? CONDE: El tiempo enemigo me ha puesto de esta manera. REY: Sálganse todos afuera cuantos vinieron contigo.
Vanse los que vinieron con el CONDE
CONDE: (¡Oh cielo!) Aparte REY: Di lo que has hecho, que cuantos mirando estás lo saben. CONDE: Y tú sabrás que tuve de acero el pecho. REY: Agora quiero abrazarte, pues que le tuviste hidalgo. Levanta. CONDE: (De seso salgo.) Aparte REY: Al momento he de casarte con mi hija, que es lo más que a mí la suerte me ha dado. CONDE: (Yo quedaré bien pagado, Aparte con la muerte que me das, de la que di a mi mujer. ¡Ah, cielo!) Beso tus pies. REY: Pues el duque y el marqués testigos vienen a ser de este casamiento, luego le da la mano. CONDE: Sí, doy. INFANTA: Y yo la tomo. CONDE: (Y yo estoy Aparte de cólera mudo y ciego; pero pagarme convino a mi desdicha el tributo.) REY: A desposarse con luto fuiste el primero que vino. CONDE: Que así había de venir nos enseña la experiencia, por la poca diferencia que hay del casarse al morir. INFANTA: (Ya me han vengado los cielos, Aparte porque este forzado empleo no ha sido amor ni deseo, sino tema, rabia y celos. Aborrézcame el traidor, que, porque su pena crezca, deseo que me aborrezca, para vengarme mejor.) GRANDE 1: Gocéis mil años del bien que tenéis. GRANDE 2: No tenga igual vuestro gusto. CONDE: (De mi mal Aparte me están dando el parabién.) INFANTA: Déjeme el cielo pagar vuestro buen celo. GRANDE 1: Señora, mil años vivas. REY: Agora mis hijos quiero abrazar. INFANTA: Las manos nos da por ello. REY: El alma daros quisiera. CONDE: (¡Cuánto mejor estuviera Aparte aquel lazo en este cuello!) GRANDE 1: Sentimiento muestra el conde. GRANDE 2: Quería mucho a su esposa. GRANDE 1: Y casi a ninguna cosa de las que escucha responde.
Suena dentro ruido y dicen desde dentro el PRÍNCIPE y un PAJE
PAJE: Al rey he de avisar. PRÍNCIPE: Es un tirano. Dejadme entrar, o quedará deshecho este palacio a coces. ¡Oh, villano! PAJE: ¡Ay, que me ha muerto! PRÍNCIPE: Ha sido de provecho.
Sale el PRÍNCIPE
Si eres, rey, descendiente de otros reyes, ¿ha sido hazaña digna de tu pecho romper y traspasar las justas leyes? ¿Es hazaña de rey lo que tú hiciste? ¡Hiciéranlo los que andan tras los bueyes! Y tú, conde villano... CONDE: ¿Qué dijiste? GRANDE 1: Mira, príncipe ciego... PRÍNCIPE: ¿Ha sido justo lo que hasta él mismo cielo tiene triste? ..................... [-usto] ....................... [-isto] ........................ [-usto]; pero ¿cómo a mi cólera resisto? Dime, Conde traidor, ¿habrás hallado en las leyes de amor, o en las de Cristo, que el dar la muerte a quien la muerte has dado fue cosa justa? Por quererlo un hombre mataste un ángel. REY: Oye, hante informado mal, y hablaste peor. CONDE: Ése es mi nombre, pues traidor me llamaste. Yo confieso que tengo culpa, aunque mi culpa asombre, pero perdí el valor perdiendo el seso. PRÍNCIPE: ¡Oh, enemigo; oh, tirano! REY: ¿Que permita esto, en su casa, un rey? PRÍNCIPE: ¡Qué bueno es eso! ¡Súfrete el cielo a ti...! REY: ¡Rabia infinita! ¡Prendelde! PRÍNCIPE: ¿Qué prender? Tirano, advierte que es de mi sangre y casa Margarita, y así, en este ofendido pecho fuerte, enciende el fuego su ceniza fría, que ha de abrasarte a ti y vengar su muerte. Y tú, Circe crüel, infame arpía... Mas yo me vengaré... INFANTA: Villano, calla. PRÍNCIPE: Si junto mi valor con el de Hungría, comienza a defender esa muralla de mis intentos solos. REY: Serán vanos. PRÍNCIPE: Con mi aliento me atrevo a derriballa. REY: ¡Matad a ese traidor! PRÍNCIPE: ¿No tengo manos, si no basta el respeto que se debe a un hombre como yo? GRANDE 1: Dadle. PRÍNCIPE: ¡Villanos! ¡Y tantos contra un hombre! CONDE: Gente llueve; remediarle no puedo, estando agora como un hombre de mármol o de nieve. INFANTA: Matad ese traidor. CONDE: Tú, eres traidora.
Vanse todos, unos por una puerta y otros por otra

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

El conde Alarcos, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002