JORNADA TERCERA


Sale el CONDE y GAULÍN diciendo dentro
GAULÍN: Para, para, tente, espera, Pegaso o Belerofonte del infierno. Vive Dios,
Sale
que temí que de este golpe, dábamos en el profundo. Lástima es que se malogre aquel triunfo, con volvernos tan presto a ser motilones de este convento de amor, donde servimos a escote por la comida. CONDE: ¡Ay Gaulín! GAULÍN: No te quejes, no provoques el cielo; pues tú lo quieres. CONDE: Está mi gusto tan dócil, tan sujeto, tan rendido a esta mujer, no lo ignores, que aunque ella no lo trujera, como ves, yo hiciera entonces alas de mi pensamiento, y viniera a sus prisiones satisfecho y obediente. GAULÍN: No sé qué hermitaño monje pueda amar la reclusión como tú; guarda no obre mi relación, pues Lisbella sabe los tales amores y queda hecha un basilisco. No sé cómo te dispones a olvidarte de tu prima. CONDE: Ya, Gaulín, no me la nombres; por este imposible muero. GAULÍN: Quiera Dios que no le llores con ambos ojos después. ¡Qué necios somos los hombres! Con una sola engañifa, con una lágrima, un voyme que nos hace una mujer, --¡oh quién las matara a coces a todas!-- nos despeñamos; no hay razón que nos reporte, cera se hace el que es diamante, y el que es de acero, cerote. ¡Oh cual quedaría Lisbella, --Válgame Señor San Cosme-- viendo nuestra fuga! CONDE: ¿Qué hay? GAULÍN: ¡Notables resoluciones! Ya estás en tu propia esfera. CONDE: Bien la suerte lo dispone, pues llego al anochecer al castillo. GAULÍN: Señor, ¿oyes? algo tienen de Noruega estos obscuros amores; pues de la luz de tus días, no gozas más de las noches. CONDE: ¡Quién saliera de estas dudas! Ciega tengo de pasiones el alma y lleno el sentido de penas. GAULÍN: Pues ya es de noche; ¿cómo el ángel de tinieblas no sale a hacerte favores? que ya sabrá que has venido. Mas escucha, pasos se oyen en esta cuadra, chitón; pongo a los labios seis broches.
Sale ROSAURA
ROSAURA: ¿Conde, mi Señor? CONDE: ¿Mi dueño? ROSAURA: Dame tus brazos.
Abrázanse
CONDE: Prisiones dulces y dichoso yo. ROSAURA: Hoy, de mi jardín las flores, vi alegres más que otras veces, y dije, "Bien se conoce mi dicha, pues que mostráis tan vivos vuestros colores dando al Conde bienvenidas." Luego, en los ramos de un roble alternaba un ruiseñor celos, dulzuras y amores; y dije, oyendo su canto, "¡Qué bien das en tus canciones la bienvenida a mis dichas!" Oí el murmureo conforme de una fuente que en cristal desatadas perlas corre, y viéndola tan risueña, dije, "Bien se reconoce que anuncias en tu alegría de mis dichas los favores, pues tan ufana te ríes y tan linsojera corres." No fue engaño del deseo, pues quiere el cielo que goce la mayor gloria, que es verte. ¿Cómo te has hallado? CONDE: Oye: como sin el sol el día, como sin luces la noche, como sin fulgor la aurora, triste, tenebrosa y torpe. Tú, ¿cómo has estado? ROSAURA: Escucha: como sin lluvia las flores, como sin flores los prados, como sin verdor los montes, suspensa, afligida y triste. GAULÍN: ¡Qué gastan de hiperbatones! Infeliz lacayo soy, pues he prevenido el orden de la falsa, no teniendo dama a quien decirle amores. Descuidóse la poeta. Ustedes se lo perdonen. ROSAURA: Siéntate y dime el suceso de tu victoria. GAULÍN: ¿Es de bronce mi amo?
Siéntanse en unas almohadas de estrado
CONDE: Oye pues. ROSAURA: Ya escucho. Sorda estés, Dios me perdone. CONDE: Partimos, como ordenaste, yo y Gaulín en dos veloces hipogrifos, si no fueron dos vivas exhalaciones. A París hallé cercada de enemigos escuadrones, alegres porque la miran sin resistencia que importe; porque mi tío, aunque hacía, ya con ruegos, ya con voces, oficio de general, poniendo su gente en orden, sin valor ni resistencia se hallaban sus años nobles, por tantas causas rendidos del tiempo a las invasiones. Rompí del campo enemigo la fuerza y tomando el nombre del ejército francés, procuro que su desorden se reduzca a mi valor, pudiendo en sus corazones tanto mi valiente afecto, que en tres horas vencedores nos vimos de la arrogancia de los escoceses y bretones. Llegó mi tío y Lisbella, y viéndome, --no te enojes-- él contento, ella admirada de verme... atiende... --¡durmiose!-- Digo, pues; ¿oyes, Señora?... ¡qué ocasión, Gaulín! GAULÍN: Pues, Conde, no la pierdas, que es locura. CONDE: Por salir de confusiones vive Dios, que a tener luz, intentara, aunque se enoje, saber... ah, Señora, ¿duermes? GAULÍN: ¿A qué aguardas? ¿a que ronque? ¿es bodegonera acaso? en aquellos corredores se determina una luz; ¿voy por ella? CONDE: Sí, no; ¿oyes? vuela; mas no.
Levántase
GAULÍN: Acaba ya; ¿no es mujer y tú eres hombre? ¿te ha de matar? CONDE: Dices bien; ve por ella. GAULÍN: Resolvióse; salgamos de esta quimera.
Vase
CONDE: ¡Gran yerro intento, pasiones! a mucho obliga un deseo si tras un engaño corre; ¿es posible que yo, --¡Cielos!-- falte a mis obligaciones por lisonjear mi gusto?
Sale GAULÍN con una vela encendida
GAULÍN: Ésta es la luz. CONDE: Acabóse; en esta curiosidad sé que mi muerte se esconde; mas ya, estoy en la ocasión; de esta vez mi fe se rompe... Dame esa bujía. GAULÍN: Toma. CONDE: Venzamos, amor, temores. ¡Válgame Dios, qué belleza tan perfeta y tan conforme! Excediose todo el cielo, extremando los primores de naturaleza en ella. ¿No ves la fiera del bosque, Gaulín? GAULÍN: Admirado estoy; ¡qué divinas perfeciones! CONDE: Bella esfinge, aún más incierta después de verte, es mi vida; a espacio matas dormida, aprisa vences despierta. Confusa el alma concierta sus daños anticipados; que si males ignorados un sol el pasado advierte, ya para anunciar mi muerte dos soles miro eclipsados. Hermosísimo diseño del soberano poder, ¿de qué te ha servido hacer en negarte tanto empeño? ¡Oh, bien haya, amén, el sueño, que suspendió tus cuidados! Engaños son excusados; que arguye malicia clara, querer esconder la cara, si matas a ojos cerrados. ROSAURA: Prosigue, Conde, prosigue...
Medio dormida
¡Ay Dios! ¿Qué es esto? Engañome tu traición. ¿Qué has hecho, ingrato?
Levántase
GAULÍN: Hija en casa y malas noches tenemos. ROSAURA: Mal caballero, ¿conmigo trato tan doble? Falso, aleve, fementido, de humildes obligaciones; ¿qué atrevimiento esforzó tu maldad a tan disforme agravio, engañoso, fácil?
Sale ALDORA
ALDORA: ¿Qué tienes? ¿por qué das voces, Rosaura hermosa? ¿qué es esto? ROSAURA: Aldora, a ese bárbaro hombre haz despeñar, por ingrato, traidor, engañoso enorme. Muera el Conde; esto ha de ser, aunque a pedazos destroce el corazón que le adora, con puros afectos nobles. Esta es forzosa venganza, aunque la pena me ahogue; porque ya sin duda advierto, pues malogré mis favores, que del vaticinio infausto es dueño el aleve Conde. Muera antes que lo padezca mi imperio; desde esa torre hazle despeñar al valle; pues ofendió con traiciones tanto amor. ALDORA: ¡Ofensa grave! Es francés, no es bien te asombre; que jamás guardan palabra. CONDE: Oye. ROSAURA: No hay satisfaciones a tal traición, a tal yerro. GAULÍN: Por Dios, que tú la reportes, Señora. ROSAURA: ¿También tú hablas, crïado vil? GAULÍN: Sabañones; ¡mal haya mi lengua, amén! CONDE: Ya que el castigo dispones, advierte... ROSAURA: ¿Qué he de advertir? CONDE: Amor... ROSAURA: ¿Qué satisfaciones? CONDE: Acuérdate... ROSAURA: No hables más. CONDE: De los dichosos favores... ROSAURA: ¡Oh atrevido! Presto, Aldora; que con sus mismas razones está incitando mis iras para que venganza tomen. Quítale ya de mis ojos; acaba o daré mil voces a los de mi guarda; ¡hola! GAULÍN: Sancti Petri, ora pro nobis. ALDORA: Ven, Conde, conmigo presto. CONDE: Ea, desdichas, de golpe me despeñad, porque fui del carro del sol, Faetonte.
Vanse, salen al son de cajas y clarines LISBELLA con espada, sombrero de plumas y soldados
LISBELLA: Ya es fuerza, heroicos soldados, ya es tiempo, vasallos míos que pruebe Constantinopla vuestros esfuerzos altivos; y que en su arenosa playa, --a quien llaman los antiguos Nigroponto--, echen sus anclas nuestros valientes navios. Esa voluble montaña, esa campaña de pinos, esa escuadra de gigantes, ese biforme prodigio, que se rige con las cuerdas y gobierna con el lino, quede surto en las espumas de ese margen cristalino. Supuesto que sabéis todos o la causa o el designio que, alentando a mi esperanza, da a mi jornada motivo, no ha de saltar nadie en tierra; que a ninguno le permito que me sirva o acompañe; solos Favio y Ludovico me asistirán, porque sean de mis alientos testigos; y verá Constantinopla, y verá el mundo que imito a Semíramis, armada de ardimientos vengativos; y verá también Rosaura, cómo valerosa aspiro a destruïr sus imperios si no me entrega a mi primo. Ea pues, vasallos nobles, puesto que, muerto mi tío, soy vuestra reina, mostrad de vuestro acero los filos; pues si no me entrega al Conde vuestro rey, vuestro caudillo, ¡vive Dios!, que en la experiencia ha de hallar mal prevenidos mis enojos y sus daños, mis celos y sus delirios, mi rigor y sus pesares, mis iras y sus delitos. UNO: Todos te obedecerán. OTRO: Todos morirán contigo. LISBELLA: Pues vamos a prevenir mi venganza o mi castigo; rayo ardiente desatado, de cuyos obscuros giros, primero el rigor se siente que se previene el ruïdo.
Vanse y salen GAULÍN y el CONDE medio desnudo
GAULÍN: Mira, Señor, que es locura estimar la vida en poco. CONDE: Claro está, Gaulín, que es loco quien perdió tal hermosura. GAULÍN: Si ella te quisiera bien, no era fineza en rigor; que en lo que verás de amor más te engañó. CONDE: Dices bien. GAULÍN: Alégrate, pese a tal, que a tu vida es de importancia; mira que te espera en Francia tu Lisbella. CONDE: Dices mal. GAULÍN: ¡Con qué rabia y qué desdén, la tal Rosaura, mandó matarte, y cómo mostró que era falsa! CONDE: Dices bien. GAULÍN: No des tan flaca señal de tu amorosa querella; apela para Lisbella, que es muy bella. CONDE: Dices mal; villano, infame, atrevido, tú tienes la culpa, tú.
Va trás él
GAULÍN: ¡Oh fiera de Bercebú, nunca tú hubieras nacido! ¡Ah Señor, Señor por vida de Rosaura, no me des! CONDE: Pierda yo la vida, pues hallé la ocasión perdida. ¡Muerto estoy! GAULÍN: ¿Que vivo estás? CONDE: ¡Vivo yo! ¡qué vano intento! Yo no toco, yo no siento. Llégate, llégate más. GAULÍN: Aquí estoy bien. CONDE: ¿Dónde está mi vida? GAULÍN: Gentil historia: en tí mismo. CONDE: ¿Y mi memoria? GAULÍN: Tu Rosaura, de ella sabrá. CONDE: ¡Ay dulce amorosa llama! ¡qué me abraso, que me hielo! ¡Socorro, socorro, cielo!
Sale ALDORA, en una apariencia, en que se subirán con ella los dos al fin del paso
ALDORA: ¿Conde? ¡ah, Conde! CONDE: ¿Quién me llama? ALDORA: Yo soy. GAULÍN: Tramoya tenemos; esto es hecho. CONDE: ¿Oiste hablar?
En el aire, sin verse
ALDORA: ¿Conde? GAULÍN: Prisa en condear, ¿dónde nos esconderemos? Señores, aquí es mi hora; temblando de miedo estoy.
Ábrese la tramoya
ALDORA: ¿Conde? CONDE: ¿Quién eres? ALDORA: Yo soy, la que te protege, Aldora.
Baja al tablado
CONDE: Hermosísima Señora, precursora de aquel sol, de aquel oriente arrebol, lucero de aquella aurora, ¿es posible que te veo? ALDORA: Di, ¿cómo estás de esa suerte? CONDE: Quien desea hallar su muerte, no hace en las galas empleo. Mas dime, ¿qué novedad de esta suerte te ha traïdo? ALDORA: Buscar tu dicha. CONDE: Yo he sido dichoso, si eso es verdad. ALDORA: Tú has de sustentar por mí un torneo. CONDE: Justo empleo, cuando servirte deseo. ALDORA: Carteles puse, por ti, de que un príncipe encubierto, sustenta que de Rosaura, él sólo la mano aguarda. CONDE: Ya tu pensamiento advierto. ALDORA: Diciendo que en calidad, en valor y en bizarría, y en puesto la merecía. CONDE: Ése soy yo. ALDORA: Así es verdad; el reino se alborotó, y Rosaura en tus ardores, a los tres sus pretensores, a salir les obligó a la defensa, fïada de mí, sospechosa que de su rigor te libré; y aún hasta ahora engañada. El tiempo se cumple ya del cartel, mas no me espanto, pues de mi ciencia el encanto la jornada abreviará. CONDE: ¿Ella está ya arrepentida? ¿qué dice? ALDORA: Lo que has oido; sólo a llevarte, he venido. CONDE: Di mejor, a darme vida. ALDORA: Vente conmigo, si quieres. CONDE: Dichoso mil veces soy. GAULÍN: Más loco que el Conde estoy; demonios son las mujeres. ALDORA: En tu esfuerzo, la sentencia se libra. CONDE: Su gusto sigo. ALDORA: Pues vente, Conde, conmigo.
Pónense con ella los dos
GAULÍN: Diablo eres, en mi conciencia.
Van subiendo los dos en la tramoya y ALDORA con ellos
Fuera de abajo, que sube; y aunque tan espacio y quedo, puede ser, que con mi miedo, vapor granice la nube.
Escóndese la tramoya y sale un VIEJO y GUILLERMO con la valla y martillo
VIEJO: A esta hermosa batalla hoy amor, ha de dar fin; poned, Guillermo Guarín, hacia esta parte la valla. GUILLERMO: Aquí estará bien. VIEJO: Enfrente está del real balcón. GUILLERMO: En no haciendo colación, no trabaja bien la gente.
Ponen la valla
VIEJO: Después beberás, Guillermo. GUILLERMO: Mejor fuera ahora. VIEJO: Acaba. GUILLERMO: Nuestro amo, tengo sed brava. Mas vale cuero que enfermo; ya está puesta deste lado. VIEJO: Dame, pues, acá el martillo. GUILLERMO: Hoy, dos azumbres me pillo, a cuenta de lo ganado. VIEJO: ¿Quién es el mantenedor? GUILLERMO: Sólo dicen los carteles que sustenta a tres crüeles botes de lanza. VIEJO: ¡Qué error! GUILLERMO: Y a cinco golpes de espada; que en valor y en calidad, merece la majestad de la princesa. VIEJO: No es nada. Ea, ¿está fuerte? GUILLERMO: Ya está como ha de estar. VIEJO: Pues venid; el que ganare la lid, buena moza llevará.
Vanse y corren una cortina y descúbrese ROSAURA sentada en un balcón con sus Damas y debajo unas gradas donde estará sentado como juez EMILIO y tocan chirimías, cajas y clarines
ROSAURA; ¿Qué llegó, Celia, este día? CELIA: Sí, Señora. ROSAURA: Triste vengo. CELIA: No haces bien, por vida tuya, que alientes, Señora, el pecho. ROSAURA: ¿Cómo es posible, ¡ay de mí! si me falta en este empeño mi prima Aldora? No sé cual sea su pensamiento.
Tocan cajas y clarines
EMILIO: Ya viene el mantenedor; mas a caballo, ¿qué es esto? ROSAURA: ¡Qué novedades son estas! mujer es.
Sale LISBELLA a caballo y hace señas con un lienzo blanco
EMILIO: Y con extremo hermosa. ROSAURA: Escuchad; que hace seña de paz con el lienzo. LISBELLA: Reina de Constantinopla, a quien hoy lo mas de Tracia en tu imperio reconoce por Señora soberana; príncipes, duques y condes, oid; con vosotros habla una mujer sola, que viene de razón armada; y porque sepáis quien soy, yo soy Lisbella de Francia, hija soy de su delfín y de Flor de Lis, hermana de Enrico, su invicto rey; heredera soy de Galia, reino a quien los Pirineos humillan las frentes altas. Dueño soy de muchos reinos, y soy Lisbella; que basta para emprender valerosa esta empresa, aunque tan ardua. Yo he sabido, Emperatriz, que usurpas, tienes y guardas al conde Partinuplés, mi primo y que con él tratas casarte, no por los justos medios, sino por las falsas ilusiones de un encanto; y deslustrando la fama, le tiranizas y escondes, le rindes, prendes y guardas, contra tu real decoro. Yo, pues, que me halló obligada a redimir de este agravio la vejación o la infamia, te pido que me le des, no por estar ya tratadas nuestras bodas; no le quiero amante ya, que esta infamia no es amor, que es conveniencia, pues es forzoso que vaya como legítimo rey, supuesto que murió en Francia mi tío, de cuya muerte, quizá fue su ausencia causa, y es el Conde su heredero. Esto, emperatriz Rosaura, vengo a decirte y también que dejo una gruesa armada en ese puerto que está a vista de las murallas de tu corte; y si me niegas a mi primo, provocada, no he de dejar en tus reinos ciudad, castillo ni casa que no atropelle y destruya; porque, ya precipitada, sin poderme resistir, seré furia, incendio, brasa, terror, estrago, ruína de tu nombre, de tu fama, de tu amor, de tu grandeza, de tu gloria y de tu patria.
Sale ALDORA y pónese al lado de ROSAURA
ALDORA: ¿Esto es verdad o afición? EMILIO: ¡Oh qué francesa arrogancia! ROSAURA: Tú seas muy bien venida. Ya culpaba tu tardanza; ¿has oido el reto, Aldora? ALDORA: Habla como apasionada. ROSAURA: Pues prima, ¿qué te parece? ALDORA: Fuerza es que la satisfagas. ROSAURA: Vuestra alteza, gran Señora, debajo de mi palabra, llegue de paz.
Apéase LISBELLA y vaya por el palenque de los que tornean
LISBELLA: Voy de paz. ROSAURA: ¡Ay Aldora, que desgracia! Seas Lisbella, bien venida; oye mis verdades. LISBELLA: Habla. ROSAURA: Vuestra alteza, gran Señora, viene ciega y engañada; mal informada, me culpa; mal advertida, me ultraja, mi casto crédito ofende, mi noble decoro agravia; y porque de lo que digo quede más asegurada, hoy de mis bodas será testigo, si quiere honrarlas, pues es fuerza que me case en Polonia, Transilvania, o Escocia. LISBELLA: ¿De qué manera? ROSAURA: Un torneo es quien señala o decide la elección de su efecto. LISBELLA: (¡Que engañada Aparte de Gaulín, viniese a hacer una acción tan temeraria!) Digo que quiero asistir a tus bodas, obligada a disculpa tan cortés, y satisfación tan clara.
Tocan y callen luego
EMILIO: Los instrumentos publican que viene un aventurero.
Tocan y entra ROBERTO da la letra y lee ALDORA
ALDORA: "Si el cielo sustento, en vano temeré mudanza alguna del tiempo ni la fortuna."
Tornean y después entra EDUARDO y hace lo mismo y lee ALDORA mientras echan las celadas
"No tiene el mundo laurel para coronar mis sienes, dulce amor, si dicha tienes."
Tocan y entra FEDERICO y hace lo mismo que los demás
ROSAURA: Ni tengo eleción, ni tengo sentido con que juzgar, porque me falta el aliento. EMILIO: Toma la letra, Señora. ALDORA: Venga, dice así el concepto: "Del mismo sol a los rayos, águila o Ícaro nuevo, hoy a penetrar me atrevo."
Tornean y dice EMILIO
EMILIO: El mantenedor merece la Emperatriz y el imperio.
Alzan las celadas y dicen
ROBERTO: ¿Cómo, cuando no se sabe quién es este caballero, y es traición no habernos dado cuenta a los aventureros? ALDORA: Hable, Señora, tu alteza. ROSAURA: La condición del torneo fue, que al que venciese en él, como fuese igual sugeto, el premio gozase. FEDERICO: Yo lo remitiré al acero. EDUARDO: Todos haremos lo mismo. ROSAURA: Decid quién sois, caballero; hablad ya, pues es preciso.
Descubre la celada
CONDE: Soy el Conde. ROSAURA: Amor, ¿qué es esto?
Bajan al tablado las damas
LISBELLA: Conde, mi primo y Señor, mira que te espera un reino. CONDE: Gózale, Lisbella, hermana; que sin Rosaura, no quiero bien ninguno. ROSAURA: Yo soy tuya. CONDE: Prima, aquí no hay remedio; Francia y Roberto son tuyos, ¿qué respondes? LISBELLA: Que obedezco. ROBERTO: Soy tu esclavo. EDUARDO: Y yo, Aldora ................... [-e-o]. ALDORA: Tuya es mi mano. ROBERTO: Si quieres, Federico, serás dueño de mi hermana Rocisunda. FEDERICO: Yo seré dichoso. GAULÍN: Bueno, todos y todas se casan; sólo a Gaulín, --¡Santos Cielos!--, le ha faltado una mujer, o una sierpe, que es lo mesmo. CONDE: No te faltará, Gaulín. GAULÍN: Cuando hay tantas, yo lo creo; mayor dicha es que me falte. TODOS: Y aquí, senado discreto, El conde Partinuplés da fin; pedonad sus yerros.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002