ACTO TERCERO


 
[En la torre]
Sale CLARÍN
CLARÍN: En una encantada torre, por lo que sé, vivo preso. ¿Qué me harán por lo que ignoro si por lo que sé me han muerto? ¡Que un hombre con tanta hambre viniese a morir viviendo! Lástima tengo de mí. Todos dirán: "bien lo creo;" y bien se puede creer, pues para mí este silencio no conforma con el nombre Clarín, y callar no puedo. Quien me hace compañía aquí, si a decirlo acierto, son arañas y ratones. ¡Miren qué dulces jilgueros! De los sueños de esta noche la triste cabeza tengo llena de mil chirimías, de trompetas y embelecos, de procesiones, de cruces, de disciplinantes; y éstos unos suben, otros bajan, otros se desmayan, viendo la sangre que llevan otros; mas yo, la verdad diciendo, de no comer me desmayo; que en esta prisión me veo, donde ya todos los días en el filósofo leo Nicomedes, y las noches en el concilio Niceno. Si llaman santo al callar, como en calendario nuevo San Secreto es para mí, pues le ayuno y no le huelgo; aunque está bien merecido el castigo que padezco, pues callé, siendo crïado, que es el mayor sacrilegio. Ruido de cajas y gente, y dicen dentro SOLDADO 1º: Ésta es la torre en que está. Echad la puerta en el suelo; entrad todos. CLARÍN: ¡Vive Dios! Que a mí me buscan, es cierto, pues que dicen que aquí estoy. ¿Qué me querrán? Salen los soldados que pudieren SOLDADO 1º: Entrad dentro. SOLDADO 2º: Aquí está. CLARÍN: No está. TODOS: Señor... CLARÍN: (¿Si vienen borrachos éstos?) Aparte SOLDADO 2º: Tú nuestro príncipe eres. Ni admitimos ni queremos sino al señor natural, y no príncipe extranjero. A todos nos da los pies. TODOS: ¡Viva el gran príncipe nuestro! CLARÍN: (¡Vive Dios, que va de veras! Aparte ¨Si es costumbre en este reino prender uno cada día y hacerle príncipe, y luego volverle a la torre? Sí, pues cada día lo veo; fuerza es hacer mi papel). TODOS: Danos tus plantas. CLARÍN: No puedo, porque las he menester para mí, y fuera defecto ser príncipe desplantado. SOLDADO º: Todos a tu padre mismo le dijimos que a ti solo por príncipe conocemos, no al de Moscovia. CLARÍN: ¿A mi padre le perdisteis el respeto? Sois unos tales por cuales. SOLDADO 1º: Fue lealtad de nuestros pechos. CLARÍN: Si fue lealtad, yo os perdono. SOLDADO 2º: Sal a restaurar tu imperio. ¡Viva Segismundo! TODOS: ¡Viva! CLARÍN: (¿Segismundo dicen? ¡Bueno! Aparte Segismundo llaman todos los príncipes contrahechos). Sale SEGISMUNDO SEGISMUNDO: ¿Quién nombra aquí a Segismundo? CLARÍN: (¡Mas que soy príncipe huero!) Aparte SOLDADO 2§: ¨Quién es Segismundo? SEGISMUNDO: Yo. SOLDADO 2º: ¿Pues, cómo, atrevido y necio, tú te hacías Segismundo? CLARÍN: ¿Yo Segismundo? Eso niego, que vosotros fuisteis quien me segismundeasteis, luego vuestra ha sido solamente necedad y atrevimiento. SOLDADO 1º: Gran príncipe Segismundo --que las señas que traemos tuyas son, aunque por fe te aclamamos señor nuestro--, tu padre, el gran rey Basilio, temeroso que los cielos cumplan un hado, que dice que ha de verse a tus pies puesto, vencido de ti, pretende quitarte acción y derecho y dársela a Astolfo, duque de Moscovia. Para esto juntó su corte, y el vulgo, penetrando ya, y sabiendo que tiene rey natural, no quiere que un extranjero venga a mandarle. Y así, haciendo noble desprecio de la inclemencia del hado, te ha buscado donde preso vives, para que valido de sus armas, y saliendo de esta torre a restaurar tu imperial corona y cetro, se la quites a un tirano. Sal, pues; que en ese desierto, ejército numeroso de bandidos y plebeyos te aclama. La libertad te espera. Oye sus acentos. DENTRO: ¡Viva Segismundo, viva! SEGISMUNDO: ¿Otra vez? ¿Qué es esto cielos? ¿Queréis que sueñe grandezas que ha de deshacer el tiempo? ¿Otra vez queréis que vea entre sombras y bosquejos la majestad y la pompa desvanecida del viento? ¿Otra vez queréis que toque el desengaño os el riesgo a que el humano poder nace humilde y vive atento? Pues no ha de ser, no ha de ser. Miradme otra vez sujeto a mi fortuna; y pues sé que toda esta vida es sueño, idos, sombras, que fingís hoy a mis sentidos muertos cuerpo y voz, siendo verdad que ni tenéis voz ni cuerpo; que no quiero majestades fingidas, pompas no quiero, fantásticas ilusiones que al soplo menos ligero del aura han de deshacerse, bien como el florido almendro, que por madrugar sus flores, sin aviso y sin consejo, al primero soplo se apagan, marchitando y desluciendo de sus rosados capillos belleza, luz y ornamento. Ya os conozco, ya os conozco, y sé que os pasa lo mismo con cualquiera que se duerme; para mí no hay fingimientos; que, desengañado ya, sé bien que la vida es sueño. SOLDADO 2º: Si piensas que te engañamos, vuelve a ese monte soberbio los ojos, para que veas la gente que aguarda en ellos para obedecerte. SEGISMUNDO: Ya otra vez vi aquesto mesmo tan clara y distintamente como agora lo estoy viendo, y fue sueño. SOLDADO 2º: Cosas grandes siempre, gran señor, trujeron anuncios; y esto sería, si lo soñaste primero. SEGISMUNDO: Dices bien. Anuncio fue y caso que fuese cierto, pues la vida es tan corta, soñemos, alma, soñemos otra vez; pero ha de ser con atención y consejo de que hemos de despertar de este gusto al mejor tiempo; que llevándolo sabido, será el desengaño menos; que es hacer burla del daño adelantarle el consejo. Y con esta prevención, de que cuando fuese cierto, es todo el poder prestado y ha de volverse a su dueño, atrevámonos a todo. Vasallos, yo os agradezco la lealtad; en mí lleváis quien os libre, osado y diestro, de extranjera esclavitud. Tocad al arma, que presto veréis mi inmenso valor. Contra mi padre pretendo tomar armas, y sacar verdaderos a los cielos. Presto he de verle a mis plantas... (Mas si antes de esto despierto, Aparte ¨no ser  bien no decirlo, supuesto que no he de hacerlo?) TODOS: ¡Viva Segismundo, viva! Sale CLOTALDO CLOTALDO: ¿Qué alboroto es éste, cielos? SEGISMUNDO: Clotaldo. CLOTALDO: Señor... (En mí Aparte su rigor prueba). CLARÍN: (Yo apuesto Aparte que le despeña del monte). Vase CLARÍN CLOTALDO: A tus reales plantas llego, ya sé que a morir. SEGISMUNDO: Levanta, levanta, padre, del suelo; que tú has de ser norte y guía de quien fíe mis aciertos; que ya sé que mi crïanza a tu mucha lealtad debo. Dame los brazos. CLOTALDO: ¿Qué dices? SEGISMUNDO: Que estoy soñando, y que quiero obrar bien, pues no se pierde obrar bien, aun entre sueños. CLOTALDO: Pues, señor, si el obrar bien es ya tu blasón, es cierto que no te ofenda el que yo hoy solicite lo mesmo. ¡A tu padre has de hacer guerra! Yo aconsejarte no puedo contra mi rey, ni valerte. A tus plantas estoy puesto; dame la muerte. SEGISMUNDO: ¡Villano, traidor, ingrato! (Mas, ¡cielos!, Aparte reportarme me conviene, que aún no sé si estoy despierto). Clotaldo, vuestro valor os envidio y agradezco. Idos a servir al rey que en el campo nos veremos. Vosotros, tocad al arma. CLOTALDO: Mil veces tus plantas beso. SEGISMUNDO: A reinar, Fortuna, vamos; no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas. Mas, sea verdad o sueño, obrar bien es lo que importa. Si fuere verdad, por serlo; si no, por ganar amigos para cuando despertemos. Vanse y tocan al arma [Salón del palacio real] Salen el rey BASILIO y ASTOLFO BASILIO: ¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente la furia de un caballo desbocado? ¿Quién detener de un río la corriente que corre al mar soberbio y despeñado? ¿Quién un peñasco suspender, valiente, de la cima de un monte desgajado? Pues todo fácil de parar ha sido y un vulgo no, soberbio y atrevido. Dígalo en bandos el rumor partido, pues se oye resonar en lo profundo de los montes el eco repetido; unos ¡Astolfo, y otros ¡Segismundo! El dosel de la jura, reducido a segunda intención, a horror segundo, teatro funesto es, donde importuna representa tragedias la Fortuna. ASTOLFO: Suspéndase, señor, el alegría; cese el aplauso y gusto lisonjero que tu mano feliz me prometía; que si Polonia, a quien mandar espero, hoy se resiste a la obediencia mía, es porque la merezca yo primero. Dadme un caballo, y de arrogancia lleno, rayo descienda el que blasona trueno. Vase ASTOLFO BASILIO: Poco reparo tiene lo infalible, y mucho riesgo lo previsto tiene; y si ha de ser, la defensa es imposible de quien la excusa más, más la previene. ¡Dura ley! ¡Fuerte caso! ¡Horror terrible! quien piensa que huye el riesgo, al riesgo viene; con lo que yo guardaba me he perdido; yo mismo, yo mi patria he destruído. Sale ESTRELLA ESTRELLA: Si tu presencia, gran señor, no trata de enfrenar el tumulto sucedido, que de uno en otro bando se dilata, por las calles y plazas dividido, verás tu reino en ondas de escarlata nadar, entre la púrpura teñido de su sangre; que ya con triste modo, todo es desdichas y tragedias todo. Tanta es la ruina de tu imperio, tanta la fuerza del rigor duro y sangriento, que visto admira, y escuchado espanta; el sol se turba y se embaraza el viento; cada piedra un pirámide levanta, y cada flor construye un monumento; cada edificio es un sepulcro altivo, cada soldado un esqueleto vivo. Sale CLOTALDO CLOTALDO: ¡Gracias a Dios que vivo a tus pies llego! BASILIO: Clotaldo, ¿pues qué hay de Segismundo? CLOTALDO: Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego, la torre penetró, y de lo profundo de ella sacó su príncipe, que luego que vio segunda vez su honor segundo, valiente se mostró, diciendo fiero que ha de sacar al cielo verdadero. BASILIO: Dadme un caballo, porque yo en persona vencer valiente a un hijo ingrato quiero; y en la defensa ya de mi corona, lo que la ciencia erró, venza el acero. Vase el rey BASILIO ESTRELLA: Pues yo al lado del sol seré Belona. Poner mi nombre junto al tuyo espero; que he de volar sobre tendidas alas a competir con la deidad de Palas. Vase ESTRELLA, y tocan al arma. Sale ROSAURA y detiene a CLOTALDO ROSAURA: Aunque el valor que se encierra en tu pecho, desde allí da voces, óyeme a mí, que yo sé que todo es guerra. Ya sabes que yo llegué pobre, humilde y desdichada a Polonia, y amparada de tu valor, en ti halle piedad; mandásteme, ¡ay cielos!, que disfrazada viviese en palacio, y pretendiese disimulando mis celos, guardarme de Astolfo. En fin, él me vio, y tanto atropella mi honor, que viéndome, a Estrella de noche habla en un jardín; de éste la llave he tomado, y te podré dar lugar de que en él puedas entrar a dar fin a mi cuidado. Aquí, altivo, osado y fuerte, volver por mi honor podrás, pues que ya resuelto estás a vengarme con su muerte. CLOTALDO: Verdad es que me incliné desde el punto que te vi, a hacer, Rosaura, por ti --testigo tu llanto fue-- cuanto mi vida pudiese. Lo primero que intenté quitarte aquel traje fue; porque, si Astolfo te viese, te viese en tu propio traje, sin juzgar a liviandad la loca temeridad que hace del honor ultraje. En este tiempo trazaba cómo cobrar se pudiese tu honor perdido, aunque fuese --tanto tu honor me arrestaba-- dando muerte a Astolfo. ¡Mira qué caduco desvarío! Si bien, no siendo rey mío, ni me asombra ni me admira. Darle pensé muerte, cuando Segismundo pretendió dármela a mí, y él llegó su peligro atropellando, a hacer en defensa mía muestras de su voluntad, que fueron temeridad pasando de valentía. Pues ¿cómo yo agora --advierte--, teniendo alma agradecida, a quien me ha dado la vida le tengo de dar la muerte? Y así, entre los dos partido el afecto y el cuidado, viendo que a ti te la he dado, y que de él la he recibido, no sé a qué parte acudir, no sé qué parte ayudar. Si a ti me obligué con dar, de él lo estoy con recibir, y así, en la acción ofrece, nada a mi amor satisface, porque soy persona que hace, y persona que padece. ROSAURA: No tengo que prevenir que en un varón singular, cuanto es noble acción el dar, es bajeza el recibir. Y este principio asentado, no has de estarle agradecido, supuesto que si él ha sido el que la vida te ha dado, y tú a mí, evidente cosa es que él forzó tu nobleza a que hiciese una bajeza, y yo una acción generosa. Luego estás de él ofendido, luego estás de mí obligado, supuesto que a mí me has dado lo que de él has recibido; y así debes acudir a mi honor en riesgo tanto, pues yo le prefiero, cuanto va de dar a recibir. CLOTALDO: Aunque la nobleza vive de la parte del que da, el agradecerle está de parte del que recibe; y pues ya dar he sabido, ya tengo con nombre honroso el nombre de generoso; déjame el de agradecido, pues le puedo conseguir siendo agradecido, cuanto liberal, pues honra tanto el dar como el recibir. ROSAURA: De ti recibí la vida, y tú mismo me dijiste, cuando la vida me diste, que la que estaba ofendida no era vida; luego yo nada de ti he recibido; pues vida no vida ha sido la que tu mano me dio. Y si debes ser primero liberal que agradecido --como de ti mismo he oído--, que me des la vida espero, que no me la has dado; y pues el dar engrandece más, sé antes liberal; serás agradecido después. CLOTALDO: Vencido de tu argumento antes liberal seré. Yo, Rosaura, te daré mi haciendo, y en un convento vive; que está bien pensado el medio que solicito; pues huyendo de un delito, te recoges a un sagrado, que cuando tan dividido, el reino desdichas siente, no he de ser quien las aumente, habiendo noble nacido. Con el remedio elegido soy con el reino leal, soy contigo liberal, con Astolfo, agradecido; y así escogerle te cuadre, quedándose entre los dos que no hiciera, ¡vive Dios!, más, cuando fuera tu padre. ROSAURA: Cuando tú mi padre fueras, sufriera esa injuria yo; pero no siéndolo, no. CLOTALDO: ¿Pues qué es lo que hacer esperas? ROSAURA: Matar al duque. CLOTALDO: ¿Una dama que padres no ha conocido, tanto valor ha tenido? ROSAURA: Sí. CLOTALDO: ¿Quién te alienta? ROSAURA: ¡Mi fama! CLOTALDO: Mira que a Astolfo has de ver... ROSAURA: Todo mi honor lo atropella. CLOTALDO: ...tu rey, y esposo de Estrella. ROSAURA: ¡Vive Dios, que no ha de ser! CLOTALDO: Es locura. ROSAURA: Ya lo veo. CLOTALDO: Pues véncela. ROSAURA: No podré. CLOTALDO: Pues perderás... ROSAURA: Ya lo sé. CLOTALDO: ...vida y honor. ROSAURA: Bien lo creo. CLOTALDO: ¿Qué intentas? ROSAURA: Mi muerte. CLOTALDO: Mira que ese es despecho. ROSAURA: Es honor. CLOTALDO: Es desatino. ROSAURA: Es valor. CLOTALDO: Es frenesí. ROSAURA: Es rabia, es ira. CLOTALDO: En fin, ¿que no se da medio a tu ciega pasión. ROSAURA: No. CLOTALDO: ¿Quién ha de ayudarte? ROSAURA: Yo. CLOTALDO: ¿No hay remedio? ROSAURA: No hay remedio. CLOTALDO: Piensa bien si hay otros modos... ROSAURA: Perderme de otra manera. Vase ROSAURA CLOTALDO: Pues si has de perderte, espera, hija, y perdámonos todos. Vase CLOTALDO [Campo]
Tocan y salen, marchando, soldados, CLARÍN y SEGISMUNDO, vestido de pieles
SEGISMUNDO: Si este día me viera Roma en los triunfos de su edad primera, ¡oh cuánto se alegrara viendo lograr una ocasión tan rara de tener una fiera que sus grandes ejércitos rigiera, a cuyo altivo aliento fuera poca conquista el firmamento! Pero el vuelo abatamos, espíritu; no así desvanezcamos aqueste aplauso incierto, si ha de pesarme cuando esté despierto, de haberlo conseguido para haberlo perdido; pues mientras menos fuere, menos se sentirá si se perdiere. Dentro suena un clarín CLARÍN: En un veloz caballo --perdóname, que fuerza es el pintallo en viniéndome a cuento--, en quien un mapa se dibuja atento, pues el cuerpo es la tierra, el fuego el alma que en el pecho encierra, la espuma el mar, el aire su suspiro, en cuya confusión un caos admiro; pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento, monstruo es de fuego, tierra, mar y viento; de color remendado, rucio, y a su propósito rodado, del que bate la espuela; que en vez de correr, vuela; a tu presencia llega airosa una mujer. SEGISMUNDO: Su luz me ciega. CLARÍN: ¡Vive Dios, que es Rosaura! Vase CLARÍN SEGISMUNDO: El cielo a mi presencia la restaura. Sale ROSAURA, con vaquero, espada y daga ROSAURA: Generoso Segismundo, cuya majestad heroica sale al día de sus hechos de la noche de sus sombras; y como el mayor planeta, que en los brazos de la Aurora se restituye luciente a las flores y a las rosas, y sobre mares y montes, cuando coronado asoma, luz esparce, rayos brilla, cumbres baña, espumas borda; así amanezcas al mundo, luciente sol de Polonia, que a una mujer infelice, que hoy a tus plantas se arroja, ampares, por ser mujer y desdichada; dos cosas, que para obligar a un hombre que de valiente blasona, cualquiera de las dos basta, de las dos cualquiera sobra. Tres veces son las que ya me admiras, tres las que ignoras quién soy, pues las tres me has visto en diverso traje y forma. La primera me creíste varón, en la rigurosa prisión, donde fue tu vida de mis desdichas lisonja. La segunda me admiraste mujer, cuando fue la pompa de tu majestad un sueño, una fantasma, una sombra. La tercera es hoy, que siendo monstruo de una especie y otra, entre galas de mujer, armas de varón me adornan. Y porque, compadecido mejor mi amparo dispongas, es bien que de mis sucesos trágicas fortunas oigas. De noble madre nací en la corte de Moscovia, que, según fue desdichada, debió de ser muy hermosa. En ésta puso los ojos un traidor, que no le nombra mi voz por no conocerle, de cuyo valor me informa el mío; pues siendo objeto de su idea, siento agora no haber nacido gentil, para persuadirme, loca, a que fue algún dios de aquellos que en Metamorfosis lloran --lluvia de oro, cisne y toro-- Dánae, Leda y Europa. Cuando pensé que alargaba, citando aleves historias, el discurso, halle que en él te he dicho en razones pocas que mi madre, persuadida a finezas amorosas, fue, como ninguna, bella, y fue infeliz como todas. Aquella necia disculpa de fe y palabra de esposa la alcanza tanto, que aun hoy el pensamiento la cobra; habiendo sido un tirano tan Eneas de su Troya, que la dejó hasta la espada. Enváinese aquí su hoja, que yo la desnudaré antes que acabe la historia. De éste, pues, mal dado nudo que ni ata ni aprisiona, o matrimonio o delito, si bien todo es una cosa, nací yo tan parecida, que fui un retrato, una copia, ya que en la hermosura no, en la dicha y en las obras; y así, no habré menester decir que, poco dichosa, heredera de fortunas, corrí con ella una propia. Lo más que podré decirte de mí, es el dueño que roba los trofeos de mi honor, los despojos de mi honra. Astolfo... ¡ay de mí!, al nombrarle se encoleriza y se enoja el corazón, propio efecto de que enemigo se nombra. Astolfo fue el dueño ingrato que, olvidado de las glorias --porque en un pasado amor se olvida hasta la memoria--, vino a Polonia llamado de su conquista famosa, a casarse con Estrella, que fue de mi ocaso antorcha. ¿Quién creerá que habiendo sido una estrella quien conforma dos amantes, sea una Estrella la que los divida agora? Yo ofendida, yo burlada, quedé triste, quedé loca, quedé muerta, quedé yo, que es decir, que quedó toda la confusión del infierno cifrada en mi Babilonia; y declarándome muda, porque hay penas y congojas que las dicen los afectos mucho mejor que la boca, dije mis penas callando, hasta que una vez a solas, Violante, mi madre, ¡ay cielos!, rompió la prisión, y en tropa del pecho salieron juntas, tropezando unas con otras. No me embaracé en decirlas; que en sabiendo una persona que, a quien sus flaquezas cuenta, ha sido cómplice en otras, parece que ya le hace la salva y le desahoga; que a veces el mal ejemplo sirve de algo. En fin, piadosa oyó mis quejas, y quiso consolarme con las propias; juez que ha sido delincuente, ¡qué fácilmente perdona!, y escarmentando en sí misma, y por negar a la ociosa libertad, al tiempo fácil, el remedio de su honra, no le tuvo en mis desdichas; por mejor consejo toma que le siga, y que le obligue, con finezas prodigiosas, a la deuda de mi honor; y para que a menos cosa fuese, quiso mi fortuna que en traje de hombre me ponga. Descolgó una antigua espada, que es ésta que ciño. Agora es tiempo que se desnude, como prometí, la hoja, pues confïada en sus señas, me dijo, "Parte a Polonia, y procura que te vean ese acero que te adorna, los más nobles; que en alguno podrá ser que hallen piadosa acogida tus fortunas, y consuelo tus congojas." Llegué a Polonia, en efecto; pasemos, pues que no importa el decirlo, y ya se sabe, que un bruto que se desboca me llevó a tu cueva, adonde tú de mirarme te asombras. Pasemos que allí Clotaldo de mi parte se apasiona, que pide mi vida al rey, que el rey mi vida le otorga, que, informado de quién soy, me persuade a que me ponga mi propio traje, y que sirva a Estrella, donde ingeniosa estorbé el amor de Astolfo y el ser Estrella su esposa. Pasemos que aquí me viste otra vez confuso, y otra con el traje de mujer confundiste entrambas formas; y vamos a que Clotaldo, persuadido a que le importa que se casen y que reinen Astolfo y Estrella hermosa, contra mi honor me aconseja que la pretensión deponga. Yo, viendo que tú, ¡oh valiente Segismundo!, a quien hoy toca la venganza, pues el cielo quiere que la cárcel rompas de esa rústica prisión, donde ha sido tu persona al sentimiento una fiera, al sufrimiento una roca, las armas contra tu patria y contra tu padre tomas, vengo a ayudarte, mezclando entre las galas costosas de Dïana, los arneses de Palas, vistiendo agora, ya la tela y ya el acero, que entrambos juntos me adornan. Ea, pues, fuerte caudillo, a los dos juntos importa impedir y deshacer estas concertadas bodas: a mí, porque no se case el que mi esposo se nombra, y a ti, porque estando juntos sus dos estados, no pongan con más poder y más fuerza en duda nuestra victoria. Mujer, vengo a persuadirte al remedio de mi honra; y varón, vengo a alentarte a que cobres tu corona. Mujer, vengo a enternecerte cuando a tus plantas me ponga, y varón, vengo a servirte cuando a tus gentes socorra. Mujer, vengo a que me valgas en mi agravio y mi congoja, y varón, vengo a valerte con mi acero y mi persona. Y así, piensa que si hoy como a mujer me enamoras, como varón te daré la muerte en defensa honrosa de mi honor; porque he de ser, en su conquista amorosa, mujer para darte quejas, varón para ganar honras. SEGISMUNDO: (Cielos, si es verdad que sueño, Aparte suspendedme la memoria, que no es posible que quepan en un sueño tantas cosas. ¡Válgame Dios, quién supiera, o saber salir de todas, o no pensar en ninguna! ¿Quién vio penas tan dudosas: Si soñé aquella grandeza en que me vi, ¿cómo agora esta mujer me refiere unas señas tan notorias? Luego fue verdad, no sueño; y si fue verdad --que es otra confusión y no menor--, ¿cómo mi vida le nombra sueño? Pues, ¿tan parecidas a los sueños son las glorias, que las verdaderas son tenidas por mentirosas, y las fingidas por ciertas? ¡Tan poco hay de unas a otras que hay cuestión sobre saber si lo que se ve y se goza es mentira o es verdad! ¿Tan semejante es la copia al original, que hay duda en saber si es ella propia? Pues si es así, y ha de verse desvanecida entre sombras la grandeza y el poder, la majestad, y la pompa, sepamos aprovechar este rato que nos toca, pues sólo se goza en ella lo que entre sueños se goza. Rosaura está en mi poder; su hermosura el alma adora; gocemos, pues, la ocasión; el amor las leyes rompa del valor y confïanza con que a mis plantas se postra. Esto es sueño; y pues lo es, soñemos dichas agora, que después serán pesares. Mas ¡con mis razones propias vuelvo a convencerme a mí! Si es sueño, si es vanagloria, ¿quién por vanagloria humana pierde una divina gloria? ¿Qué pasado bien no es sueño? ¿Quién tuvo dichas heroicas que entre sí no diga, cuando las revuelve en su memoria: "sin duda que fue soñado cuanto vi?" Pues si esto toca mi desengaño, si sé que es el gusto llama hermosa, que la convierte en cenizas cualquiera viento que sopla, acudamos a lo eterno; que es la fama vividora donde ni duermen las dichas, ni las grandezas reposan. Rosaura está sin honor; más a un príncipe le toca el dar honor que quitarle. ¡Vive Dios!, que de su honra he de ser conquistador, antes que de mi corona. Huyamos de la ocasión, que es muy fuerte). A un soldado ¡Al arma toca que hoy de dar la batalla, antes que a las negras sombras sepulten los rayos de oro entre verdinegras ondas. ROSAURA: ¡Señor! ¿Pues así te ausentas? ¿Pues ni una palabra sola no te debe mi cuidado, ni merece mi congoja? ¿Cómo es posible, señor, que ni me miras ni oigas? ¿Aun no me vuelves el rostro? SEGISMUNDO: Rosaura, al honor le importa, por ser piadoso contigo, ser crüel contigo agora. No te responde mi voz, porque mi honor te responda; no te hablo, porque quiero que te hablen por mí mis obras; ni te miro, porque es fuerza, en pena tan rigurosa, que no mire tu hermosura quien ha de mirar tu honra. Vase SEGISMUNDO ROSAURA: ¿Qué enigmas, cielos, son éstas? Después de tanto pesar, ¡aun me queda que dudar con equívocas respuestas! Sale CLARÍN CLARÍN: ¿Señora, es hora de verte? ROSAURA: ¡Ay, Clarín! ¿Dónde has estado? CLARÍN: En una torre encerrado brujuleando mi muerte, si me da, o no me da; y a figura que me diera pasante quínola fuera mi vida; que estuve ya para dar un estallido. ROSAURA: ¿Por qué? CLARÍN: Porque sé el secreto de quién eres, y en efeto, Dentro cajas Clotaldo... ¿Pero qué ruido es éste? ROSAURA: Qué puede ser? CLARÍN: Que del palacio sitiado sale un escuadrón armado a resistir y vencer el del fiero Segismundo. ROSAURA: ¿Pues cómo cobarde estoy, y ya a su lado no soy un escándalo del mundo, cuando ya tanta crueldad cierra sin orden ni ley? Vase ROSAURA. Hablan dentro UNOS: ¡Vive nuestro invicto rey! OTROS: ¡Viva nuestra libertad! CLARÍN: ¡La libertad y el rey vivan! Vivan muy enhorabuena; que a mí nada me da pena como en cuenta me reciban, que yo, apartado este día en tan grande confusión, haga el papel de Nerón, que de nada se dolía. Si bien me quiero doler de algo, y ha de ser de mí; escondido desde aquí toda la fiesta he de ver. El sitio es oculto y fuerte entre estas peñas. Pues ya la muerte no me hallará, ¡dos higas para la muerte!
Escóndese, suena ruido de armas. Salen el rey BASILIO, CLOTALDO y ASTOLFO huyendo
BASILIO: ¿Hay más infelice rey? ¿Hay padre más perseguido? CLOTALDO: Ya tu ejército vencido baja sin tino ni ley. ASTOLFO: Los traidores vencedores quedan. BASILIO: En batallas tales los que vencen son leales, los vencidos, los traidores. Huyamos, Clotaldo, pues, del crüel, del inhumana rigor de un hijo tirano. Disparan dentro y cae CLARÍN, herido, de donde está CLARÍN: ¡Válgame el cielo! ASTOLFO: ¿Quién es este infelice soldado, que a nuestros pies ha caído en sangre todo teñido? CLARÍN: Soy un hombre desdichado, que por quererme guardar de la muerte, la busqué. Huyendo de ella, topé con ella, pues no hay lugar para la muerte secreto; de donde claro se arguye que quien más su efecto huye, es quien se llega a su efeto. Por eso tornad, tornad a la lid sangrienta luego; que entre las armas y el fuego hay mayor seguridad que en el monte más guardado; que no hay seguro camino a la fuerza del destino y a la inclemencia del hado; y así, aunque a libraros vais de la muerte con huír. ¡Mirad que vais a morir, si está de Dios que muráis! Cae dentro BASILIO: "¡Mirad que vais a morir si está de Dios que muráis!" Qué bien, ¡ay cielos!, persuade nuestro error, nuestra ignorancia a mayor conocimiento este cadáver que habla por la boca de una herida siendo el humor que desata sangrienta lengua que enseña que son diligencias vanas del hombre cuantas dispone contra mayor fuerza y causa! Pues yo, por librar de muertes y sediciones mi patria, vine a entregarle a los mismos de quien pretendí librarla. CLOTALDO: Aunque el hado, señor, sabe todos los caminos, y halla a quien busca entre los espeso de las peñas, no es cristiana determinación decir que no hay reparo a su saña. Sí hay, que el prudente varón victoria del hado alcanza; y si no estás reservado de la pena y la desgracia, haz por donde te reserves. ASTOLFO: Clotaldo, señor, te habla como prudente varón que madura edad alcanza; yo, como joven valiente. Entre las espesas ramas de ese monte está un caballo, veloz aborto del aura; huye en él, que yo entretanto te guardaré las espaldas. BASILIO: Si está de Dios que yo muera, o si la muerte me aguarda aquí, hoy la quiero buscar, esperando cara a cara. Tocan al arma y sale SEGISMUNDO y toda la compañía SEGISMUNDO: En lo intricado del monte, entre sus espesas ramas, el rey se esconde. ¡Seguidle! No quede en sus cumbres planta que no examine el cuidado, tronco a tronco, y rama a rama. CLOTALDO: ¡Huye, señor! BASILIO: ¿Para qué? ASTOLFO: ¿Qué intentas? BASILIO: Astolfo, aparta. CLOTALDO: ¿Qué quieres? BASILIO: Hacer, Clotaldo, un remedio que me falta. A SEGISMUNDO Si a mí buscándome vas, ya estoy, príncipe, a tus plantas. Sea de ellas blanca alfombra esta nieve de mis canas. Pisa mi cerviz y huella mi corona; postra, arrastra mi decoro y mi respeto; toma de mi honor venganza, sírvete de mí cautivo; y tras prevenciones tantas, cumpla el hado su homenaje, cumpla el cielo su palabra. SEGISMUNDO: Corte ilustre de Polonia, que de admiraciones tantas sois testigos, atended, que vuestro príncipe os habla. Lo que está determinado del cielo, y en azul tabla Dios con el dedo escribió, de quien son cifras y estampas tantos papeles azules que adornan letras doradas; nunca engañan, nunca mienten, porque quien miente y engaña es quien, para usar mal de ellas, las penetra y las alcanza. Mi padre, que está presente, por excusarse a la saña de mi condición, me hizo un bruto, una fiera humana; de suerte que, cuando yo por mi nobleza gallarda, por mi sangre generosa, por mi condición bizarra hubiera nacido dócil y humilde, sólo bastara tal género de vivir, tal linaje de crïanza, a hacer fieras mis costumbres; ¡qué buen modo de estorbarlas! Si a cualquier hombre dijesen "Alguna fiera inhumana te dará muerte," ¿escogiera buen remedio en despertallas cuando estuviesen durmiendo? Si dijeras: "Esta espada que traes ceñida, ha de ser quien te dé la muerte," vana diligencia de evitarlo fuera entonces desnudarla, y ponérsela a los pechos. Si dijesen: "Golfos de agua han de ser tu sepultura en monumentos de plata," mal hiciera en darse al mar, cuando, soberbio, levanta rizados montes de nieve, de cristal crespas montañas. Lo mismo le ha sucedido que a quien, porque le amenaza una fiera, la despierta; que a quien, temiendo una espada la desnuda; y que a quien mueve las ondas de la borrasca. Y cuando fuera --escuchadme-- dormida fiera mi saña, templada espada mi furia, mi rigor quieta bonanza, la Fortuna no se vence con injusticia y venganza, porque antes se incita más; y así, quien vencer aguarda a su fortuna, ha de ser con prudencia y con templanza. No antes de venir el daño se reserva ni se guarda quien le previene; que aunque puede humilde --cosa es clara-- reservarse de él, no es sino después que se halla en la ocasión, porque aquésta no hay camino de estorbarla. Sirva de ejemplo este raro espectáculo, esta extraña admiración, este horror, este prodigio; pues nada es más, que llegar a ver con prevenciones tan varias, rendido a mis pies a mi padre y atropellado a un monarca. Sentencia del cielo fue; por más que quiso estorbarla él, no pudo; ¿y podré yo que soy menor en las canas, en el valor y en la ciencia, vencerla? Señor, levanta. Dame tu mano, que ya que el cielo te desengaña de que has errado en el modo de vencerle, humilde aguarda mi cuello a que tú te vengues; rendido estoy a tus plantas. BASILIO: Hijo, que tan noble acción otra vez en mis entrañas te engendra, príncipe eres. A ti el laurel y la palma se te deben; tú venciste; corónente tus hazañas. TODOS: ¡Viva Segismundo, viva! SEGISMUNDO: Pues que ya vencer aguarda mi valor grandes victorias, hoy ha de ser la más alta vencerme a mí. --Astolfo dé la mano luego a Rosaura, pues sabe que de su honor es deuda, y yo he de cobrarla. ASTOLFO: Aunque es verdad que la debo obligaciones, repara que ella no sabe quién es; y es bajeza y es infamia casarme yo con mujer... CLOTALDO: No prosigas, tente, aguarda; porque Rosaura es tan noble como tú, Astolfo, y mi espada lo defenderá en el campo; que es mi hija, y esto basta. ASTOLFO: ¿Qué dices? CLOTALDO: Que yo hasta verla casada, noble y honrada, no la quise descubrir. La historia de esto es muy larga; pero, en fin, es hija mía. ASTOLFO: Pues, siendo así, mi palabra cumpliré. SEGISMUNDO: Pues, porque Estrella no quede desconsolada, viendo que príncipe pierde de tanto valor y fama, de mi propia mano yo con esposo he de casarla que en méritos y fortuna si no le excede, le iguala. Dame la mano. ESTRELLA: Yo gano en merecer dicha tanta. SEGISMUNDO: A Clotaldo, que leal sirvió a mi padre, le aguardan mis brazos, con las mercedes que él pidiere que le haga. SOLDADO 1º: Si así a quien no te ha servido honras, ¿a mí, que fui causa del alboroto del reino, y de la torre en que estabas te saqué, qué me darás? SEGISMUNDO: La torre; y porque no salgas de ella nunca, hasta morir has de estar allí con guardas; que el traidor no es menester siendo la traición pasada. BASILIO: Tu ingenio a todos admira. ASTOLFO: ¡Qué condición tan mudada! ROSAURA: ¡Qué discreto y qué prudente! SEGISMUNDO: ¿Qué os admira? ¿Qué os espanta, si fue mi maestro un sueño, y estoy temiendo, en mis ansias, que he de despertar y hallarme otra vez en mi cerrada prisión? Y cuando no sea, el soñarlo sólo basta; pues así llegué a saber que toda la dicha humana, en fin, pasa como sueño, y quiero hoy aprovecharla el tiempo que me durare, pidiendo de nuestras faltas perdón, pues de pechos nobles es tan propio el perdonarlas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002