NO SIEMPRE LO PEOR ES CIERTO

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 1998.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen don CARLOS y FABIO, vestidos de camino
CARLOS: ¿Diste el papel? FABIO: Sí, señor; y con notable alegría dijo que al punto vendría a esta posada. CARLOS: Y Leonor ¿habráse ya levantado? FABIO: Aun no ha abierto su aposento. CARLOS: Pues llama en él, porque intento darla parte del cuidado con que a asegurar me atrevo su vida y su honor aquí, por lo que me debo a mí, no por lo que a ella la debo. Llama, pues; que ya es hora de que despierte.
Sale doña LEONOR
LEONOR: Eso fuera si yo, don Carlos, durmiera; pero quien padece y llora desdenes de una fortuna tan crüel, tan inclemente, tan a todas horas siente que no descansa en ninguna. ¿Qué me quieres? CARLOS: Informarte de cómo en tan triste suerte trata mi amor defenderte, ya que no es posible amarte. Sabrás... LEONOR: No prosigas, no; pues sea justo o no sea justo, basta saber que es tu gusto para obedecerle yo. Que, aunque en pena semejante atento te considero a la ley de caballero, primero que a la de amante, en mí no hay más elección, más gusto, más albedrío que el tuyo; siendo éste el mío, ¿para qué es la relación? CARLOS: ¡Oh, qué bien esa humildad, hermosa Leonor, viniera, si de voluntad naciera, y no de necesidad! LEONOR: A quien ya le ha persuadido la apariencia de un engaño tarde o nunca el desengaño pondrá su queja en olvido; y más cuando él de su parte tan poco hace por creer que pudo o no pudo ser. CARLOS: No trates de disculparte; que no has de poder, Leonor. LEONOR: Haz una cosa por mí, por ser la última que aquí ha de deberte mi amor. CARLOS: Sí haré; sal de ese cuidado. Dime, pues, lo que deseas. LEONOR: Escúchame, y no me creas después de haberme escuchado. CARLOS: Con aquesa condición, sí haré. Prosigue, pues; di. ¿Qué es lo que quieres de mí? LEONOR: Solamente tu atención. CARLOS: Aguarda. ¡Fabio! FABIO: ¿Señor? CARLOS: Si viniere el caballero que llamaste, entra primero, porque se esconda Leonor.
Vase FABIO
Prosigue ahora. LEONOR: Ya sabes, Carlos mío... Mal empiezo, pues yendo a decir verdades, hube de empezar mintiendo. Descuido fue; ¡ay Dios! ¡Cuál debe de andar mi amor acá dentro, pues, de cuanto arroja fuera, hasta el descuido es requiebro! Ya sabes, digo otra vez, la ilustre sangre que tengo, por la estimación que has visto en mis padres y en mis deudos. También sabes que por mí, Carlos, no la desmerezco, aunque quieran mis desdichas deslucir mis pensamientos. ¡Oh, cuánto en esta materia cobarde estoy, conociendo que contra mí hasta la misma verdad sospechosa tengo! Pues quien me viere venir peregrinando a otro reino en poder de un hombre mozo, y dé este con tal despego tratada que las finezas que a su ilustre sangre debo aun no las debo yo, pues él se las debe a sí mesmoþ ¿cómo creerá que sin culpa tantas desdichas padezco, cuando al primero que obligo es el primero que ofendo? Pero ¿qué importa, qué importa que en lo aparente y supuesto se conjuren contra mí estrella, fortuna y tiempo, si en la verdad han de hallarse todos de mi parte, haciendo lo que el sol con el eclipse, que, aunque borre sus reflejos, aunque perturbe sus rayos, no por eso, no por eso deja, a pesar de las sombras, de salir después, venciendo la vaga interposición que ya le juzgaba muerto? Y al fin contra cuantas nieblas mi esplendor deslucen, pienso coronarme victoriosa; y hasta llegar este efecto, hoy, a pesar de sus iras, a atar el discurso vuelvo. En la corte, patria mía, --¡oh, pluguiera al mismo cielo hubiera sido al nacer mi cuna y mi monumento!-- Carlos, me viste una tarde que, a San Isidro saliendo con unas amigas mías por amistad o por deudo, llegaste a hablarlas y, dando licencias el campo--atento a mi hermosura dijera, si pensara que la tengo-- de galán y de entendido juntaste los dos extremos, haciendo la cortesía capa del atrevimiento. Continuaste desde entonces en mi calle los paseos, en mi reja los suspiros, de día y de noche siendo la estatua de mis umbrales y la sombra de mi cuerpo. Solicitaste crïadas y amigas, que son los medios comunes de amor, a quien debiste que tus afectos oyese, para escucharlos, si no para agradecerlos. ¡Cuántos días te costó de finezas y desvelos que leyese un papel tuyo! Tú lo sabes; y así quiero, dejando empeños menores, ir a mayores empeños. Enterada yo de que fuesen, Carlos, tus intentos tan lícitos que aspiraban sólo a fin de casamiento, admití, menos crüel que debiera, tus deseos; pero con aquel seguro bastante disculpa tengo en lo ilustre de tu sangre, lo honrado de tus respetos, lo galán de tu persona y lo sutil de tu ingenio. Ya nuestra correspondencia entablada, en el silencio de la noche, porque a él solo se fïaba el amor nuestro, nos hablábamos por una reja de mi cuarto; y viendo que no dejaba de ser escándalo a los que, necios, de sus cuidados se olvidan por cuidar de los ajenos, tratamos que desde entonces entrases al aposento de un criado, donde yo hablarte podía sin miedo. De esta vil curiosidad que tantos daños ha hecho, pues los peligros de afuera enmienda con los de adentro, una noche que veniste más tarde que otras--no quiero hablar, que no es ocasión, en si otro divertimiento más gustoso te detuvo, pues al fin yo le agradezco la novedad de venir al daño y no venir presto-- entraste en mi casa, y cuando, quejoso mi sentimiento, desconfïada mi fe, te esperaba con aquellos dulces desaires de amor que entre confianza y miedo hacen el cariño más porque le descubren menos, apenas una palabra pude hablarte, cuando siento dentro de mi cuarto ruido y a saber quién era vuelvo. Tú, pensando que sería desdén estudiado, a efecto de castigar tu tardanza, me seguiste, cuando--¡ay cielos!-- vi--¡mátame mi memoria!-- que--¡con qué dolor me acuerdo!-- un--¡con qué pena lo digo!-- hombre--¡ahógame mi aliento!-- embozado--¡qué desdicha!-- hacia mí...
Sale FABIO
FABIO: Aquel caballero que enviaste a llamar aguarda ahí fuera. CARLOS: Éntrate allá dentro; que no quiero que te vea hasta después. LEONOR: ¡Que hasta en esto hube de ser desdichada, pues, aun para este pequeño alivio de hablar siquiera, hubo de faltarme tiempo! CARLOS: Hoy verás cuánto es en vano querer disculparte. FABIO: Presto, si has de esconderte; que entra. CARLOS: Tú salte allá fuera luego;
A LEONOR
y tú escucha lo que hablamos. LEONOR: ¡Qué poco a mi estrella debo! CARLOS: Menos debo yo a la mía, pues lo que me dio la he vuelto.
Escóndese doña LEONOR y vase FABIO. Sale don JUAN
JUAN: ¡Don Carlos, primo! CARLOS: Los brazos me dad, don Juan. JUAN: Aunque tengo para negarlos razón, conmigo acabar no puedo que valga la queja más que vale el gusto de veros. ¿Vos en Valencia, don Carlos, y no en mi casa? ¿Qué es esto? Pues ¿cómo se hace este agravio a amistad y parentesco? CARLOS: La queja, don Juan, estimo, como es justo; pero tengo la disculpa tan a mano que habéis de olvidarla presto. ¿Cómo estáis? JUAN: Para serviros siempre, a todo trance expuesto. CARLOS: ¿Vuestra hermana y prima mía? JUAN: Salud goza; mas dejemos el cumplimiento, por Dios; que es un hidalgo muy necio. ¿Qué venida es esta, Carlos? ¿Qué hay en la corte de nuevo? CARLOS: ¿Qué ha de haber? Desdichas mías, de que en vano voy huyendo; pues dondequiera que voy allí, don Juan, las encuentro. JUAN: Con eso que me habéis dicho me habéis crecido el deseo de saber qué causa os trae tan despulsado el aliento. CARLOS: Yo vi una hermosura, y yo la amé, don Juan, tan a un tiempo todo, que entre ver y amar aun no sé cuál fue primero. Rendido ostenté finezas, constante sufrí desprecios, fino merecí favores, celoso lloré tormentos; que éstas son las cuatro edades de cualquier amor; pues vemos que en brazos del desdén nace, crece en poder del deseo, vive en casa del favor y muere en la de los celos. Entraba de noche a hablarla de un criado al aposento que corresponde a su cuarto; escuchamos pasos dentro, volvió ella, y yo tras ella, o recelando o temiendo que fuese su padre, cuando vimos un hombre cubierto que de su cuarto venía a hurto sus pasos siguiendo. "¿Quién es?" dijo. Él respondió: "Quien sólo quiso ver esto." Yo nada hablé, porque a vista de mi dama y de mis celos remití toda la voz a la lengua del acero. Saqué la espada y, cerrando los dos, a morir resueltos, quiso, no sé bien si diga piadoso o crüel, el cielo que de una herida cayese en la tierra, para hacernos iguales las suertes; pues nos vimos a un punto mesmo, muerto de la herida él, y yo del agravio muerto. Bien pensaréis que ésta es sola mi desdicha y que el suceso para en que yo delincuente me vengo a Valencia, huyendo del rigor de la justicia. Pues no, don Juan, pues no es eso; que ahora empieza el más extraño, el más notable, el más nuevo lance de amor que jamás dio la cadena a su templo. Al ruido de las espadas, de la dama los extremos, dieron las crïadas gritos; despertó su padre a ellos; consideradme a mí ahora, sobre declarados celos, conjurando contra mí su familia a un noble viejo, desmayada aquí mi dama, y allí mi enemigo muerto. En este trance me hallaba cuando ella--¡ay de mí!--volviendo del desmayo, me pidió su vida amparase. ¡Ah cielos, qué bien hace la mujer que, habiendo de hacer un yerro, lo fía de buena sangre! Dígalo yo, pues en medio de su traición y mi agravio dispuse acudir primero al reparo de su vida que no al de mi sentimiento. "Sígueme presto," la dije; y haciendo muro mi pecho, salí con ella a la calle, donde las alas del miedo nos ampararon de suerte veloces que en un momento en cas de un embajador tomamos seguro puerto. Envié a llamar un criado que, informado de secreto de todo, volvió a decirme que el hombre era un caballero forastero, que en la corte estaba a seguir un pleito, cuyo nombre, aunque le oí, por ahora no me acuerdo; que la herida en la cabeza le privó el sentido, pero, aunque con poca esperanza de vida, no estaba muerto, sino en otra casa, adonde le llevó un alcalde preso; que, habiendo sabido que era yo el agresor del suceso, mi hacienda estaba embargando. Ya añadió después a esto que el padre, como hombre al fin prudente, advertido y cuerdo, ni querella ni otra alguna diligencia había hecho, porque su venganza sólo librada tenía en su esfuerzo. Yo, viéndome, pues, cercado de penas y en un empeño tan grande como amparar la causa de ellas, resuelvo salir de Madrid, adonde pueda vivir por lo menos sin temor de la justicia, ni de su padre y sus deudos. Y así, lleno de pesares y de obligaciones lleno, acordándome de vos, de vos a valerme vengo. Yo, don Juan, traigo conmigo aquesta dama, a quien tengo de salvar la vida a costa de todos mis sentimientos. En dejándola segura, pues ésta es en todo riesgo mi primera obligación, podrán mis desdichas luego acudir a la segunda; pues la segunda que tengo es huir de esta enemiga que como noble defiendo, que como quejoso obligo, como enamorado quiero y como ofendido huyo; y en dos contrarios extremos, acudiendo a las dos partes, de amante y de caballero, enamorado la adoro y celoso la aborrezco; cuyas dos obligaciones tan cabal la acción han hecho que desde Madrid aquí, si no es hoy, juraros puedo que no la hablé dos palabras; porque no quise que en tiempo ninguno de mí dijese la fama que pudo menos mi valor que mi apetito; que es hombre bajo, que es necio, es vil, es ruin, es infame el que solamente atento a lo irracional del gusto y a lo bruto del deseo, viendo perdido lo más, se contenta con lo menos. Mirad vos cómo en Valencia, con otro nombre supuesto, podrá vivir esta dama, en qué casa, en qué convento, en qué retiro, en qué aldea, donde vereis que la dejo lo poco que traer conmigo pude para su sustento; que a mí me basta esta espada; pues al instante, al momento que ella asegurada quede, yo tengo de ir de ella huyendo. A Italia a servir al Rey me pasaré, donde al cielo le pido que la primera bala acierte con mi pecho, porque con mi vida acaben de una vez tantos recelos, tantas penas, tantas ansias, agravios y sentimientos, que como noble las huyo y como amante las siento. JUAN: Es tan nueva vuestra historia, tan raro vuestro suceso que sólo puede admirarse, dejándoselo al silencio. Y hablando, no en el pasado, pues ya no tiene remedio, sino en lo presente, vamos lo que ha de ser previniendo. Donde mejor esta dama estará es en un convento; mas tiene el inconveniente de haber de estarla asistiendo, cuando tan pobre os halláis, sin renta y con alimentos; que, aunque mi alma, mi vida, mi ser y honor, todo es vuestro, mi hacienda está de manera, don Carlos, que no me atrevo, porque no sé si después podré cumplirlo, ofrecerlo. Y así en mi casa presumo que habrá de estar, donde creo que... CARLOS: No paséis adelante; que, aunque la oferta agradezco, no me es posible aceptarla, ni que, estas cosas sabiendo, dé ese cuidado a mi prima. Fuera de que no es respeto llevar mi dama a su casa; que, aunque por su nacimiento mereciera bien su lado, estos extraños sucesos ajan mucho las noblezas. JUAN: Oíd, que para todo hay medio. A una doncella de casa mi hermana habrá poco tiempo que puso en estado, y hoy está sin ella. Yo tengo una dama, amiga suya, a quien sirvo y galanteo para casarme, y a quien podré fïar el secreto. Pidiéndole yo a esta dama que la envíe a casa, dejo asegurada la parte de que mi hermana, sabiendo quién es, lo tenga a disgusto. Y aunque el desdoro confieso de que entre con este nombre, puede tolerarse, siendo en lo público crïada y señora en lo secreto; pues yo he de estar a la mira, siempre a su servicio atento. CARLOS: El medio no era muy malo para asegurarla; pero no me atreveré, don Juan, yo a decirlo y proponerlo a Leonor, porque...
Sale doña LEONOR de donde estaba escondida
LEONOR: Detente; que yo responderé a eso.-- Señor don Juan, no tan sólo como crïada sirviendo en vuestra casa estaré honrada y gustosa, pero como esclava que compráis de aquesta fineza a precio; porque no habrá para mí, si es que para mí hay consuelo, otro alguno, sino sólo saber que ha de ser mi dueño cosa tan propia de Carlos; y así, humilde a esos pies ruego facilitéis esta dicha. Y pues os he estado oyendo, y en la relación que él de mis fortunas ha hecho parece que estoy culpada y que apelación no tengo, porque a vuestra casa no llevéis ni aun el más pequeño escrúpulo de que soy tan fácil como parezco, plegue a Dios que él me destruya con su poder, y los cielos me falten, si yo a aquel hombre embozado y encubierto ocasión le di jamás para tanto atrevimiento, si ya no es darle ocasión a un hombre darle desprecios. JUAN: Vuestra hermosura, señora, al paso que vuestro ingenio, os acredita conmigo; y no ya por Carlos quiero hacer la fineza, si es fineza la que os ofrezco, sino por vos. Que la escriba mi dama a mi hermana quiero un papel que vos llevéis. Esperad, que al punto vuelvo.
Vase
LEONOR: Ya, don Carlos, que ha llegado el plazo de tus deseos, pues ya te verás sin mí, una cosa sola espero que añadas a las finezas que hasta este instante te debo. CARLOS: Déjame, Leonor, por Dios; no apures mi sufrimiento, porque no sé que te adoro hasta que sé que te pierdo. Pero dime, ¿qué me quieres pedir? LEONOR: Que si en algún tiempo te llegare el desengaño de la culpa que no tengo, me has de cumplir la palabra que me diste. CARLOS: No sólo eso ofrezco a ese desengaño, Leonor, pero hacerte ofrezco víctima el alma y la vida. Pero ¿cómo me enternezco de esta suerte? ¿Tú no eres la que aquel hombre encubierto en tu aposento tenías? Pues ni aun desengaños quiero tuyos, sino huir de ti, ya que segura te dejo. LEONOR: Vete, vete; que algún día volverán por mí los cielos. CARLOS: Si esa esperanza no hubiera, me hubiera yo, Leonor, muerto a manos de mi dolor. LEONOR: Si airado una vez, si tierno otra vez me hablas, ¿por qué, más al mal que al bien atento, no te pones de mi parte y crees, Carlos, que puedo estar sin culpa? CARLOS: Porque temo que en cualquier suceso siempre es cierto lo peor. LEONOR: Pues yo en mi inocencia espero que ha de haber suceso en que no siempre lo peor es cierto.
Vanse. Sale doña BEATRIZ leyendo un papel, y tras ella INÉS
INÉS: (Leyendo mi ama un papel, Aparte tan triste y confusa está que mil deseos me da de saber lo que hay en él. Una vez le aja furiosa, y al cielo elevada mira, otra llora, otra suspira.) BEATRIZ: ¿Hay suerte más rigurosa? INÉS: (A leer vuelve. ¿De qué nace Aparte ya el agrado y ya el furor? Sin duda que es borrador de alguna comedia que hace.) BEATRIZ: Bien dicen que una crüel pluma áspid es de ira lleno, de quien la tinta es veneno en las hojas del papel. Dígalo yo, pues a mí muerte su traición me dio. ¿Quién creerá mis penas? INÉS: Yo. BEATRIZ: Inés, ¿tú estabas aquí? INÉS: A esta cuadra salí ahora y, viendo la confusión que tiene tu corazón, te he de suplicar, señora, digas qué causa te obliga a tan grande extremo. BEATRIZ: Es tal que, por aliviar el mal, es fuerza que te la diga. Bien te acuerdas que don Diego Centellas me galanteó mucho tiempo. INÉS: Sí. BEATRIZ: Y que yo, agradecida a su ruego, a su amor y a su fineza, le correspondí. INÉS: Muy bien. BEATRIZ: Bien te acordarás también que, aunque es tanta su nobleza, no se declaró jamás con mi hermano, hasta salir con pleito que a seguir fue a la corte. INÉS: Lo demás. BEATRIZ: Pues Ginés, un criado suyo, que de mí obligado vive, aquesta carta me escribe, de que claramente arguyo que, en Madrid enamorado, el pleito a que fue es de amor. La carta dirá mejor su traición y mi cuidado. "Cumpliendo, señora, con la obligación de lo que ofrecí, que fue avisar de todo, hago saber a Vuestra Merced que en casa de una dama de esta corte dejó por muerto a mi señor un caballero de una herida, de que estuvo dos días sin sentido y preso. Ya, gracias a Dios, está mejor y libre, y de partida para esa ciudad, adonde..." No leo más, porque confieso que me ahogan las ansias mías. INÉS: ¿Qué más, señora, querías leer, después de leído eso? BEATRIZ: ¿Este es el pleito a que fue don Diego? INÉS: Era necesario; que siempre es pleito ordinario de Madrid amor. BEATRIZ: No sé con qué estilos, con qué modos pueda explicar mi dolor. INÉS: Quien vio partir al señor --¡oh, fuego de Dios en todos!-- ofreciendo maravillas, y como los alfareros de amor, no sólo pucheros hacen, sino cantarillas; y al fin duran sus extremos hasta que otra cara ven. Pero, pícaros, también nosotras lo mismo hacemos. Y al cabo de la jornada bien sabe mi santo Dios que estamos en paz, y no os quedamos a deber nada. BEATRIZ: De rabiosos celos muerta estoy. INÉS: Tienes mil razones. BEATRIZ: Y durarán mis pasiones hasta que... Pero ¿a esa puerta Inés, no han llamado? INÉS: Sí. BEATRIZ: Pues llega; mira quién es. INÉS: (¡Ay de ti, pobre Ginés, Aparte si otro escribiera de ti que en Madrid descalabrado mi casto honor ofendías!) BEATRIZ: Locas confusiones mías, ya que a ver habéis llegado efectos de una mudanza, haced, pues todo es del viento, que me lleve el pensamiento quien me llevó la esperanza. Diera, por ver a la dama que pudo empeñarle así, el alma y la vida.
Salen INÉS y doña LEONOR vestida pobremente con manto
INÉS: Aquí está; entrad. BEATRIZ: Inés, ¿quién llama? LEONOR: Quien, si merece, señora, besar vuestra blanca mano, podrá desmentir, no en vano, sus fortunas desde ahora, pues de su golfo crüel puerto toma en vuestro cielo.
Arrodíllase
BEATRIZ: Alcese, amiga, del suelo. LEONOR: (¡Que mal me ha sonado el "él"!) Aparte BEATRIZ: ¿Qué es lo que quiere? LEONOR: Este aquí carta de creencia es. BEATRIZ: ¿Cúyo es? LEONOR: De Violante. BEATRIZ: (¡Inés, Aparte qué buena cara!) INÉS: (Así, así.) Aparte LEONOR: (Fortuna, ¿a qué más extremo Aparte puedes haberme traído? Y aun lo que lloro no ha sido tanto como lo que temo.) BEATRIZ: Violante me escribe aquí, sabiendo que una criada que he tenido está casada, que en su lugar... LEONOR: (¡Ay de mí!) Aparte BEATRIZ: ...la reciba, porque tiene bastante satisfacción que su virtud y opinión a mi servicio conviene; de que agradecida quedo a la intercesión. LEONOR: Los pies me da otra vez. BEATRIZ: ¿De dónde es? LEONOR: Soy de tierra de Toledo. BEATRIZ: Pues ¿a qué a Valencia vino? LEONOR: Con una dama, señora, de la virreina, que ahora ha muerto. Y así previno mi suerte buscar a quien servir pueda en la ciudad. BEATRIZ: Su buena gracia, en verdad, y su persona también me agradan. ¿De qué servía? LEONOR: De doncella de labor. INÉS: (Eso sí; que fuera error Aparte esotra doncellería.) LEONOR: Yo la tocaba, y no dudo que daros gusto sabré en esta parte, porque abril inventar no pudo flor que yo de tal manera no imite, que ese cabello competir hermoso y bello le haré con la primavera. Enaguas, valonas, tocas no habrán menester salir de casa para lucir; pues como yo sabrán pocas aderezallas ni hacellas del uso que más se tray. No hay labor blanca, no hay puntas sutiles y bellas que no haga con perfección tanta que dirás, no en vano, que allí no anduvo la mano sino la imaginación. Bordo razonablemente broca, cañamazo y gasa. BEATRIZ: Lo que ha menester mi casa me ha venido cabalmente; y así puede desde luego quedarse en casa; que aunqué dueño mío y de ella fue mi hermano, a dudar no llego que, siendo esto gusto mío, él no lo embarazará. LEONOR: Que no se disgustará, señora, en quien es confío; que hacer a un triste feliz es de nobles como él. BEATRIZ: ¿Cómo se llama? LEONOR: Isabel. BEATRIZ: Quítese el manto.
Sale don JUAN
JUAN: ¡Beatriz! BEATRIZ: ¡Hermano don Juan! JUAN: ¿Qué hacías? BEATRIZ: Una fineza por ti haciendo estoy. JUAN: ¿Cómo así? BEATRIZ: Porque sabiendo que habías de agradecer, como amante, dar gusto a tu dama bella, recibí aquesa doncella, por ser cosa de Violante. JUAN: La buena cortesanía y la malicia agradezco.
A LEONOR
Y así esta casa os ofrezco, por vos y quien os envía; porque si para los dos tal encomienda traéis, vos a Beatriz serviréis, pero yo os serviré a vos. LEONOR: Guárdeos el cielo, señor, por la merced que me hacéis. En mí una esclava tendréis. JUAN: (¿Qué te parece, Leonor, Aparte de la casa y Beatriz bella?) LEONOR: (Que solamente con esto Aparte que hoy la he debido, se ha puesto en paz conmigo mi estrella.) JUAN: Beatriz, hablarte quisiera en una cosa que hoy por mí has de hacer. BEATRIZ: Tuya soy. Idos las dos allá fuera.
Hablan don JUAN y doña BEATRIZ en secreto
INÉS: Usted, señora Isabel, me conozca por crïada, por amiga y camarada; que uno y otro seré fiel, como su mucho valor solamente haga una cosa. LEONOR: ¿Qué es? INÉS: No serme escrupulosa en un tantico de amor. LEONOR: Esa caduca costumbre ya espiró. Y si verdad digo, también traigo yo conmigo mi poca de pesadumbre. INÉS: Como eso tu voz me diga, desde aquí de mejor gana seré amiga más que hermana. LEONOR: Y yo hermana más que amiga. (¡Que hable yo así! Cielos, ¿quién Aparte aquesto creerá de mí?)
Vanse las dos
BEATRIZ: ¿Carlos en Valencia? JUAN: Sí; mas publicarlo no es bien, porque de secreto pasa a Nápoles; y esto ha sido causa de que no ha venido a servirse de esta casa. Mas vendrá al anochecer a verte, y lo que quisiera que por mí tu amor hiciera es prevenir y tener algún regalo que hacelle. BEATRIZ: Digo que yo trastearé mis escritorios; veré qué hay en ellos que ofrecelle; que, aunque estoy desalhajada, para cosas semejantes habrá bolsas, lienzos, guantes; y de la ropa excusada que hay por estrenar, verás un azafate que creo que le acredite el deseo. JUAN: Notable gusto me das. BEATRIZ: Esto y la cena de mí fía. JUAN: Pues yo vuelvo luego. Adiós. BEATRIZ: (¡Oh traidor don Diego, Aparte quién se vengara de ti!)
Vase
JUAN: A Carlos quiero avisar el efecto que ha tenido el papel; y aunque haya sido su mayor cuidado estar, lo que ha que está, tan secreto que ninguno puede velle, esta noche he de traelle conmigo a casa.
Vase. Salen don DIEGO y GINÉS, de camino
DIEGO: En efeto gran gusto es volver un hombre a ver la patria, Ginés. GINÉS: Y más cuando ha estado tan a pique de no volver. DIEGO: Convaleciente me vi y libre apenas, porqué contra mí no hubo querella, cuando al instante traté de ausentarme de Madrid, por el recelo de que los parientes de Leonor muerte a su salvo me den. GINÉS: Si esto de morir es burla pesada para una vez, ¿qué será para dos veces? Tú hiciste, señor, muy bien. DIEGO: ¿No es don Juan aquél que sale de su casa? GINÉS: Sí. DIEGO: Ginés, todo parece que hoy me va sucediendo bien. GINÉS: Pues ¿qué maula te has hallado? DIEGO: ¿Es poca dicha saber que, estando ahora don Juan fuera de casa, podré ver a Beatriz? GINÉS: ¿De Beatriz te acuerdas? DIEGO: ¿Cuándo olvidé yo su gran belleza? GINÉS: Cuando por otra, que yo miré, te dieron en la cabeza, o de tajo o de revés, un tanto con que por tanto no vuelves acá otra vez. DIEGO: Eso de servir un hombre en ausencia otra mujer es licencia concedida al amante más fïel. GINÉS: Lo mismo hacen ellas. DIEGO: Llega, y pregunta por Inés y dila que estoy yo aquí... y advierte una cosa... GINÉS: ¿Qué? DIEGO: Que del pasado suceso a nadie noticia des, y más en cas de Beatriz. GINÉS: ¿Eso había yo de hacer? Cree que hoy no sabrá de mí más de lo que supo ayer, que no la vi de mis ojos. DIEGO: Llega, pues; llama.
Llama GINÉS a la puerta. Sale INÉS
INÉS: ¿Quién es? GINÉS: Señora Inés, un criado de toda vuesa merced, que tan amante y rendido se viene como se fue. INÉS: ¡Ginés mío! ¿No me das un abrazo? GINÉS: Y dos y tres; que no soy yo miserable. INÉS: ¿Cómo has venido? GINÉS: Después lo sabrás muy por extenso; que no hay tiempo ahora, porqué mi señor te quiere hablar. INÉS: Luego ¿ha venido también? DIEGO: Sí, Inés, y con mil deseos de verte a ti y de saber cómo está Beatriz. INÉS: Pues buena la hallarás, sabiendo...
Sale BEATRIZ
BEATRIZ: Inés, ¿quién llamaba, que con tanta conversación estás? DIEGO: Quien peregrino y derrotado de la tormenta crüel de una ausencia en que, rendido el zozobrado bajel de amor a uno y otro embate, sufrió uno y otro vaivén, hasta que, tranquilo el mar, con el bello rosicler de los amigos celajes, toma puerto a vuestros pies, adonde consagra humilde la tabla, que tumba fue en el templo de su amor, al ídolo de su fe. BEATRIZ: (¡Que mientan así los hombres! Aparte Mas disimular es bien.) Aunque más, señor don Diego... pero luego os lo diré. (Inés, mira que no salga Aparte a aquesta cuadra Isabel; que no es bien que el primer día mis penas sepa.) INÉS: (Haces bien.) Aparte Ginés, después nos veremos. GINÉS: Como nos veamos después, yo haré verdad el refrán de "un poco te quiero, Inés."
Vase INÉS
BEATRIZ: Aunque más, señor don Diego, --vuelvo a decir otra vez-- (¡Qué mal se encubre el dolor!) Aparte encarezcáis ni pintéis de la ausencia las tormentas, significar no podréis las que he padecido yo, siempre amante y siempre fiel. DIEGO: (¡Albricias, que nada sabe!) Aparte GINÉS: (¿Cómo lo había de saber?) Aparte BEATRIZ: ¿Cómo en la corte os ha ido? DIEGO: Como ausente de vos, pues no hay gusto en ausencia amando, si no es uno. BEATRIZ: ¿Cuál? DIEGO: Volver a vista de lo que se ama. BEATRIZ: (¡Que falso conmigo esté! Aparte Un áspid tengo en el pecho y en la garganta un cordel.) ¿En qué estado el pleito queda? DIEGO: Como estaba le dejé, porque mi poca salud me trae a convalecer. BEATRIZ: ¿De qué achaque? DIEGO: De no veros. BEATRIZ: Pues ¿no hay en Madrid que ver? ¿No son bizarras sus damas? DIEGO: Como a ninguna miré, no puedo dar voto en ellas. BEATRIZ: ¿Ninguna? DIEGO: Di tú, Ginés, la fineza que en mí viste. GINÉS: Tanta fineza vi en él que le vi muerto de amor. BEATRIZ: Sí; mas no dices de quién. DIEGO: ¿Quién fuera, que tú no fueras? BEATRIZ: Luego ¿vos no sois aquél que, trocando en criminal el civil pleito a que fue, a sala de competencias le llevasteis, donde, al ver en estrado, no en estrados, vuestra causa una mujer, en vista os condenó a muerte, de que ministro crüel fue cierto competidor? GINÉS: (¿Cómo lo había de saber? Aparte ¡Hémosla hecho buena!) DIEGO: (¡Muerto Aparte estoy!) GINÉS: (¿Qué miras? Aun bien Aparte que yo no he hablado palabra.) DIEGO: (¿Qué es esto que escucho?) Aparte GINÉS: (Es Aparte tu suceso de "pe" a "pa," sin quitar ni sin poner.) BEATRIZ: Todo se sabe, don Diego; y pues las razones veis que tengo para ofenderme de un traidor, aleve, infiel, falso, engañoso, inconstante, atrevido y descortés, que me pasa por finezas los agravios, no me habléis otra vez en vuestra vida, si no intentáis que otra vez os dé a entender mi valor, que hay en Valencia también dama por quien pueda darse la muerte a un hombre sin fe. DIEGO: Mirad... BEATRIZ: Mirad vos, don Diego, que es tarde, y no será bien que me cueste hoy el pesar más que me costó el placer. Idos pues. DIEGO: Hasta dejaros desengañada de que... JUAN: ¿Cómo no hay aquí una luz? Dentro BEATRIZ: ¡Ay infeliz! Este es mi hermano. GINÉS: Pues ¿el hermano cómo lo había de saber?
Sale INÉS
INÉS: Señora, mi señor sube. DIEGO: ¿Qué quieres que haga? BEATRIZ: No sé. INÉS: Yo sí. Entrad en esta cuadra, donde escondidos estéis hasta que podáis salir. BEATRIZ: ¡Qué infeliz soy! INÉS: Entrad pues. GINÉS: Yo tomo de buen partido que dos mil palos me den.
Escóndense don DIEGO y GINÉS
BEATRIZ: Cierra la puerta hacia acá, porque no los puedan ver. INÉS: Ya está la puerta cerrada. JUAN: Siendo ya al anochecer, Dentro ¿no hay luces en casa?
Salen don JUAN y don CARLOS por una puerta, y doña LEONOR con luces por otra
LEONOR: Aquí las luces están. CARLOS: (Al ver Aparte que es quien trae la luz Leonor, ciego con la luz quedé.)
A BEATRIZ
Dadme, señora, a besar la mano, si merecer (¡Ay Leonor! ¿Tú en este estado?) Aparte puedo tanta dicha. BEATRIZ: Aunqué con rendimientos, don Carlos, desenojarme intentéis del agravio que a esta casa habéis hecho, no podréis. CARLOS: Ya de ese agravio, señora, con don Juan me disculpé. El me disculpe con vos, pues ya lo estoy yo con él. Y aunque a vuestra casa hoy no vengo a honrarme, creed que en ella, para serviros, mi alma y vida tenéis. JUAN: Ya tengo dicho a mi hermana las razones que tenéis para no honrarnos despacio. BEATRIZ: Pues ya que de paso es la dicha, dadme licencia a que de paso también os sirva como pudiere, mal prevenida mi fe. Aquí no estáis bien; entrad en mi cuarto. ¡Hola, Isabel! Alumbra a mi primo. (¡Cielos, Aparte lástima de mí tened.)
Vase
LEONOR: Supuesto, señor don Carlos, que he llegado a merecer serviros hoy, ¿qué mayor dicha, qué mayor placer? CARLOS: ¡Ay, Leonor! Si yo pudiera dejarte servida, cree que no quedaras sirviendo. LEONOR: Yo quedo, Carlos, más bien que merezco, pues que soy tan desdichada mujer que no merezco de ti que algún crédito me des. CARLOS: ¿Creyó alguno lo que oye primero que lo que ve? LEONOR: Sí. CARLOS: Pues hizo mal. JUAN: Mirad que con extremos no deis alguna sospecha en casa. CARLOS: ¿Quién puede dejar de hacer extremos, viendo a Leonor en el traje de Isabel?
Vanse todos menos INÉS. Salen al paño GINÉS y don DIEGO
GINÉS: Inés, ¿podremos salir? INÉS: No, que están al paso. GINÉS: Pues ¿qué hemos de hacer? INÉS: Esperar que el huésped se vaya. GINÉS: ¿Quién es este huésped? INÉS: Un primo de casa. Yo volveré a sacaros; y si cierra mi amo la puerta, saldréis, cuando ya esté recogido, por ese balcón. GINÉS: ¿Bal-qué? INÉS: Balcón. GINÉS: Por no saltar yo, aun no danzo el salterén. Inés, disponlo de suerte que yo salga por mi pie, si es posible. DIEGO: De cualquiera suerte lo dispon, Inés. GINÉS: Como tú ya estás, señor, enseñado a que te den, piensas que el salir no es nada. INÉS: Cerrad la puerta y no habléis. DIEGO: Quién se vio en igual aprieto? GINÉS: Yo, sin qué ni para qué. INÉS: Gran cochiboda hay en casa. ¡Quiera Dios que pare en bien!

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

No siempre lo peor es cierto, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002