JORNADA TERCERA


Salen ENRIQUE y SERAFINA
ENRIQUE: Ya que César, mi sobrino, según todos me han contado, de que le busqué enfadado, de aquí ausentarse previno, no quiero hacerle pesar; que, con saber que está aquí, basta a mi intento; y así licencia me habéis de dar, señora, para volverme, porque el amor de Lisarda, que ya avisada me aguarda, no me sufre detenerme más largo plazo. SERAFINA: Aunque [sea] tan forzosa la ocasión que os lleva, mi obligación, que agasajaros desea, os ruega que por dos días más o menos esperéis una fiesta, en que veréis celebrar las damas mías mis años; pues, sólo a fin de hacérosla a vos mayor, licencia ha dado mi amor para que entren al festín, respecto de que sentados no han de estar los caballeros y entren los aventureros de máscara disfrazados; con cuya ocasión podría ser que el príncipe viniese de embozo, porque pudiese lograrse nuestra porfía. Porque, si verdad os digo, siento que no le llevéis con vos y que le dejéis entre uno y otro enemigo, ya que han dispuesto los cielos que haya de ser mi favor aquí academia de amor y allá campaña de celos. ENRIQUE: Si él, receloso que yo le he de llevar, se ha escondido, debe de hallarse corrido, y esto es sin duda, que no venga al festín, en sabiendo que yo en él he de asistir. SERAFINA: Pues procuremos fingir algún modo, previniendo que él venga, y que vos no os vais sin ver la fiesta. ENRIQUE: Ese intento, con fingir yo que me ausento, fácilmente le lográis. SERAFINA: Decís bien; y así encerrado en vuestro cuarto podéis quedaros; y con que estéis en la fiesta retirado, se consigue el un efeto, a ventura que también se consiga el otro. ENRIQUE: Bien me parece, aunque os prometo que cada instante que no veo a Lisarda es para mí un siglo. SERAFINA: Yo lo creo así. Y pues a tiempo llegó Federico, la deshecha empezad a hacer. ENRIQUE: Sí haré, aunque al mirarle no sé cómo sanear la sospecha de haberme desafïado, y no haber con él reñido.
Sale FEDERICO
FEDERICO: (¡A qué mal tiempo he venido, pues con Enrique he encontrado! Que, aunque le dije que yo otro día le vería, como la pretensión mía no era de reñir, si no de salvar a aquella fiera, no volví al duelo hasta ahora.) SERAFINA: En fin, ¿os vais? ENRIQUE: Sí, señora. SERAFINA: Id con Dios; que, aunque quisiera deteneros, no es razón. ENRIQUE: Otra vez beso tus pies. FEDERICO: (¿Esto despedirse no es? Logróse mi pretensión; que no habiendo parecido Lisarda, Enrique se va; y ella ¿quién duda que habrá delante a su casa ido, siendo informada de que era él el que estaba aquí, puesto que más no la vi desde que se lo avisé?) SERAFINA: No me dejéis de escribir, pues os merece mi celo la atención. ENRIQUE: Guárdeos el cielo. (Supuesto que esto es fingir que me voy, y no me voy, yo pensaré retirado, ya que no me haya llamado, la obligación en que estoy.)
Vase ENRIQUE
SERAFINA: Mucho, Federico, estimo que en esta ocasión vengáis. FEDERICO: ¿En qué os sirvo? SERAFINA: En que sepáis... (¡Mal mis afectos reprimo!) FEDERICO: (¡Mal a escucharla me animo!) SERAFINA: (¡Ciega estoy!) FEDERICO: (¡Estoy perdido!) SERAFINA: ...que, no habiendo parecido César, Enrique se va y que en cualquier parte está de mi amparo defendido; y pues cesa con su ausencia el ver al competidor, cese también el rencor de la pasada pendencia. FEDERICO: Cuando nuestra competencia sobre mi opinión cargara, aun siendo quien soy, dejara desairada mi opinión, porque no hubiera razón, señora, que os disgustara el que más rendido visteis siempre a vuestro gusto fiel. SERAFINA: Y si no, dígalo aquel secreto que me dijisteis, cuando disculpar quisisteis una y otra grosería. FEDERICO: Si pudiera la voz mía, ya lo dijera, señora. SERAFINA: Que no pudisteis no ignora mi atención; que no sería razón engañarme a mí; y, no pudiendo a la culpa hacer verdad la disculpa, fue bien callarla. FEDERICO: ¡Ay de mí!, que, aunque todo eso [fue] así, a vista de tu crueldad no fue con mi voluntad. SERAFINA: Mucho, pues, de verme admira tan valida la mentira. FEDERICO: Es huérfana la verdad. SERAFINA: Bien puede ser que lo sea; pero ya no he de creer que la hay, sin dejarse ver. FEDERICO: Bien fácil es que se vea, que se examine y se crea, con sola una condición. SERAFINA: ¿Qué es? FEDERICO: Salvar tu indignación. SERAFINA: ¿La indignación mía? FEDERICO: Sí. SERAFINA: ¿Es contra mí? FEDERICO: No es aquí sino contra mi atención. SERAFINA: Pues ¿cómo de mí huye, cuando contra ti es? Que no lo entiendo. (Mucho me voy descubriendo.) FEDERICO: Como te ofendí callando, y a mí me ofendiera hablando. SERAFINA: Pues yo quiero que te ofenda, a precio de que se entienda. FEDERICO: ¿Cómo quieres que lo diga cuando tu precepto obliga que a Enrique servir pretenda? SERAFINA: ¿A Enrique? FEDERICO: Sí. SERAFINA: Ya prevengo, introduciendo una dama antes, y ahora su fama, la disculpa. FEDERICO: Si a ver vengo que libre ese paso tengo, no me queda que temer. SERAFINA: A mí sí. Y así, hasta ver si es verdad, oiré. FEDERICO: Escuchad. SERAFINA: Decid. Pero no, callad; que no lo quiero saber.
Vase SERAFINA
FEDERICO: ¡Ay, infelice! ¡Qué presto se vengó! Mas ¿qué me espanta si es mujer, y se le vino a las manos la venganza? Huyó el rostro a la disculpa para que nunca llegara a saber que ama y no ofende quien piensa [que ofende y no ama]. ¿Quién en el mundo habrá visto dos acciones tan contrarias como enojar con finezas y ofender con esperanzas? ¿Qué será (válgame el cielo) que Enrique sin ver se vaya a César, si a verle vino? Y si sabe que es Lisarda, ¿cómo se vuelve sin verla? Si no lo supo, ¿a qué causa busca a César, si no es César? ¡El cielo otra vez me valga! Que no acabo de entenderme, por más que me entiendo.
Sale PATACÓN
PATACÓN: ¿En qué andas, que no te hallo en todo el día? FEDERICO: ¿Por qué de no hallar te espantas a quien está tan perdido que aun él mismo no se halla? PATACÓN: ¿Qué tenemos? ¿Anda acaso otro enredo de Lisarda u otro embeleco de Nise por aquí? FEDERICO: No sé qué anda. Mas dime, ¿has sabido della? PATACÓN: Desde la historia pasada de la joya y de la suela no han parecido más ambas. FEDERICO: Sin duda que, aunque al decirla yo que aquí su padre estaba, desprecio hizo del aviso; después, mejor informada, se ausentó; y si es que se fue para esperarle en su casa, habrá hecho lo mejor. PATACÓN: Hallo una gran repugnancia para que ella eso eligiese. FEDERICO: Y ¿qué es? PATACÓN: Que corduras haga quien siempre locuras hizo. FEDERICO: La necesidad es sabia, y mudaría de acuerdo. PATACÓN: Ríete desas mudanzas, porque el serlo con amor tiene tales circunstancias que el que una vez pierde el juicio no se halla, si le halla. Pero dejando esto aparte, ¿no me dirás lo que pasa con Serafina? FEDERICO: Es mi amor cifra que no se declara, letra que no se descifra y enigma que no se alcanza; de suerte que mi discurso, entre confusiones varias, si tal vez calla, es ofensa, y ofensa, si tal vez habla. Ni la entiendo ni me entiende. PATACÓN: Con poca razón te espantas; que amor palaciego es escaparate del alma, donde se ven por defuera juguetes de porcelana, trastos de imaginación, melindres de filigrana, retruécanos de cristal y tiquis-miquis de ámbar que, aunque se ven, no se tocan. FEDERICO: Deja locuras cansadas, y dime lo que hay de nuevo. PATACÓN: La comedia de las damas es lo más nuevo que hay. Por esos jardines andan; que como esta noche es, todo es tratar de las galas, los aparatos, las joyas y trajes que todas sacan. A Celia, que hace el galán, diz que ha dado dos alhajas Serafina que, mejor que ella, de misterio cantan. Y como aqueste alborozo se ha seguido de hacer gracia la princesa de que puedan entrar dentro de la sala las máscaras que quisieren, están ya calles y plazas, tomándolo desde luego, llenas de invenciones varias. FEDERICO: Eso mira a no querer verse en la fiesta obligada a dar a nadie lugar. PATACÓN: Y ¿a qué mira que en la estancia donde ha de ser la comedia un apartado se haga? FEDERICO: A que algún ministro anciano, a título de sus canas, pueda estar sentado. PATACÓN: ¡Cuántos, sin ser ministros, tomaran unas canas a estas horas! FEDERICO: ¿Por qué? PATACÓN: Porque se excusaran del de detrás que rempuja, del del lado que le aja, del del otro que le aprieta, del de delante que parla, redimiendo de camino la liga que ya le mata, el callo que ya le duele. Y lo peor destas andanzas es que su incomodidad es la fiesta quien la paga, diciendo que es larga; pues, hombre en pie, ¿no ha de ser larga, si a cuenta de fiesta pones desde salir de tu casa, tres horas que aquí la esperas, sin dos por romper la guarda? FEDERICO: ¡Oh, quién tuviera tu humor!
Sale a la puerta TEODORO de máscara
TEODORO: ¡Señor Federico! FEDERICO: Aguarda. ¿Me nombraron? PATACÓN: Hacia allí un máscara es quien te llama. FEDERICO: ¿Qué es lo que mandáis? TEODORO: Aparte me escuchad una palabra.
Descúbrese
¿Conoceisme? FEDERICO: Sí; que nunca fue mi voluntad ingrata a quien debe lo que a vos, Teodoro, y con vida y alma os conozco y reconozco deudor de finezas tantas. TEODORO: Pues buena ocasión se ofrece ahora para pagarlas. FEDERICO: ¿En qué? TEODORO: Ya sabéis que yo desterrado de mi patria por vos salí. FEDERICO: Y sé también que de Orbitelo en la casa, opuesto a vuestra fortuna... TEODORO: Pues sabed... FEDERICO: ¿Qué? TEODORO: Que yo, a causa de enmendarla, si es que puede un desdichado enmendarla, saqué a César, con intento (no digo ahora la traza ni el traje en que le saqué) que en el concurso se hallara de amantes de Serafina, por si por dicha lograra él su amor, yo su perdón. Mas, corriendo una borrasca, yo tomé tierra y él no. Llorando, pues, su desgracia, juzgándole ya por muerto, oí a un hombre que pasaba por donde yo me alargué, entre otras mil nuevas varias, que el príncipe de Orbitelo en este sitio quedaba; y, juzgando que podía ser que del golfo escapara, a saber si es cierto vengo, solamente en confianza desta máscara y de vuestro favor; y así a vuestras plantas os suplico, pues no puedo descubrir a otro la cara, me hagáis merced de decirme si esta nueva es cierta o falsa. FEDERICO: Mucho me pesa, Teodoro, de que de deciros haya que es falsa; porque el que aquí hoy con el nombre se halla de César, yo sé muy bien que no lo es, antes me saca de una duda que tenía ver que su muerte fue causa de que otro tomase el nombre por quien a buscarle andan. TEODORO: ¡Ay infelice de mí! FEDERICO: No así os aflija su falta; que ya que a César no halléis, me halláis a mí; que palabra os doy de favoreceros con Serafina, y que haga que os perdone, si librase sólo en eso mi esperanza. TEODORO: ¡El cielo os guarde! Mas ¿cómo pueden no sentir mis ansias la muerte infeliz de un joven que crié y perdí? ¡Mal haya tan mal pensado consejo! FEDERICO: Venid conmigo a mi estancia, donde hablaremos mejor de nuestras fortunas varias, y cubríos, no os conozcan otras máscaras que pasan. TEODORO: Reparáis bien. ¡Ay fortuna, qué mal juzgué que te hallara, pues nunca es la buena nueva tan cierta como la mala!
Vanse TEODORO y FEDERICO, quedando solo PATACÓN. Sale FABIO con máscaras
PATACÓN: ¿Qué máscara será ésta que, después que a solas hablan, mano a mano van los dos? FABIO: ¡Hidalgo! PATACÓN: ¿Qué es lo que manda señor máscara, vusted? FABIO: Que me digáis... Pero nada quiero ya que me digáis.
Hácele señas que se vaya
PATACÓN: Estimo la confïanza que hacéis de mí. FABIO: (¿Quién creyera que a Patacón encontrara el primero? Y así es bien, porque no conozca el habla, no proseguir lo que iba a preguntar.)
Hace señas
PATACÓN: Pues ¿qué causa os obliga a enmudecer? ¿Qué me decís? ¿Que me vaya? Pues ¿no hay voz con que decirlo? ¿No? El hombre viene de chanza. El máscara de mi amo como un jilguerico garla; parlad vos como un pardillo. ¿No hay hablar una palabra? ¿Os he hecho algún beneficio, que así me quitas el habla? ¿Que me vaya con Dios? ¿Sí? Pues quedaos en hora mala.
Vase PATACÓN
FABIO: Siempre temí que me habían los celos de una tirana de poner en ocasión que me obligase a una infamia. Dígalo el que habiendo hallado en la estafeta una carta con su nombre, supe della que su padre la avisaba que estaba aquí, y que muy presto la vería, a cuya causa me ha parecido avisarle de cómo de Milán falta, porque vengue en Federico los celos con que me mata. Bien sé que es venganza indigna de mi sangre y de mi fama; pero ¿qué villanos celos tomaron justa venganza? A este fin quise saber el cuarto en que se hospedaba; y pues fue el primer encuentro azar, mejor es que vaya, pues la máscara me da paso a esperarle en la sala del festín, puesto que en ella no puede faltar.
Vase FABIO. Salen LISARDA y NISE [de hombres pero con otros vestidos que antes] y con mascarillas
NISE: ¿No basta que de uno en otro disfraz hoy de resuscitar tratas la andante caballería, que ha mil siglos que descansa en el sepulcro del noble don Quijote de la Mancha? LISARDA: Si sabes que, habiendo Celia dicho que a César buscaban, y Federico, que era mi padre, en desconfianza entré de que verdad fuese, averiguando mis ansias nuevo amor y nuevos celos; y con todo retirada he estado, por no perderme entre confusiones varias, si era mentira, de necia, si verdad, de temeraria; si sabes que en el retiro que hasta hoy nos tuvo encerradas he sabido que era él, y que ya del sitio falta, porque hoy le han visto partir, ¿cómo neciamente extrañas el que vuelva a mis locuras, cuando no hay otra esperanza? NISE: Sí, pero ya que volver quieres, ¿por qué te disfrazas? Pues ¿cómo César podrás parecer? LISARDA: Porque embozada decir podré a Serafina cómo con celos la agravia; con que dos cosas consigo: quedar de Celia vengada y dejarla a ella celosa. NISE: Qué responder no faltara, si la música no hiciera ya a Serafina la salva. LISARDA: Pues mientras logro mi intento, a aqueste lado te aparta.
Retíranse las dos. Salen CARLOS, SERAFINA, FEDERICO y LIDORO, y las damas, FABIO, TEODORO y PATACÓN
CARLOS: Ya que de embozo, señora, no vengo, porque me basta a mí estar como criado, os suplico que la almohada toméis, y no me neguéis el lugar que más me ensalza. FEDERICO: Lo que en Carlos es fineza en mí es deuda, pues es clara cosa que debo estar como escudero de tu casa. NISE: (Los dos puestos han tomado Federico y Carlos.) LISARDA: (Nada me sucede bien, pues no me será posible hablarla.) FABIO: (No veo dónde está Enrique, para que le dé esta carta.)
Está ENRIQUE sentado detrás de una cortina
ENRIQUE: (¿Si será César alguno destos que el rostro recatan?) TEODORO: (Las alegrías de todos sólo para mí son ansias.) PATACÓN: (Rabiando estoy por dar voces.) Empiecen o saquen hachas. LIDORO: ¿Quién habla aquí? PATACÓN: Un mosquetero. LIDORO: ¿Cómo aquí con voces altas? PATACÓN: Como, aunque el rey aquí calle, un mosquetero no calla. MÚSICOS: "Los años floridos señalen de aquélla que reina en las vidas, que triunfa en las almas, el fuego con lenguas, el aire con plumas, el mar con arenas, la tierra con plantas; y viva felice contenta y ufana la hermosa deidad, la beldad soberana." PATACÓN: Buena la música ha estado. ¿En qué se detienen? ¡Salgan!
Dentro
VOZ: Por más que corran veloces, divina Clori, tus plantas, tengo de seguirte.
Cáesele un guante a SERAFINA
SERAFINA: Un guante se me ha caído. PATACÓN: ¡Mas que anda ruido sobre el guante! CARLOS: Yo... FEDERICO: Yo he de levantarle. LISARDA: Aguarda; que el que merece gozar la joya, alzará la caja.
Al ir a levantar FEDERICO el guante, le detiene LISARDA, y CARLOS le toma y le da a SERAFINA
FEDERICO: Suelta, suelta; que ninguno merecerla ni gozarla merece más que yo. LISARDA: ¡Mientes!
Dale LISARDA una bofetada
(Arrebatóme la rabia.) FEDERICO: ¡Ay infelice de mí! ¡Muera [un] aleve!
Saca FEDERICO la daga
LISARDA: Repara, Federico, que soy yo.
Descúbrese a él
FEDERICO: ¿Quién se vio en confusión tanta? SERAFINA: ¿Aquí tanto atrevimiento? LIDORO: ¿Aquí osadía tan rara? ENRIQUE: (A tal lance fuerza es que yo del retiro salga.)
Sale ENRIQUE
PATACÓN: No prosiga la comedia mientras un alcalde traiga. FEDERICO: (¿Quién ha visto igual empeño? Bajeza será matarla, pues dirán, después de muerta, que di la muerte a una dama. Si digo quién es, me pierdo, pues está Enrique en la sala; si no lo digo, es decir que yo consiento en mi infamia.) TODOS: A todos tu honor les toca;
A FEDERICO
muera quien tu honor agravia. FEDERICO: Deteneos, deteneos, y nadie saque la espada en mi favor, cuando yo vuelvo el acero a la vaina. ENRIQUE: Mi enemigo es Federico, ya, ya le importa a mi fama que tenga honor mi enemigo. LISARDA: (¡Mi padre! ¡El cielo me valga!) SERAFINA: ¿Qué esperáis? ¡Dadle la muerte! FEDERICO: Suspended todos las armas, porque aquí no ha habido agravio; y si os parece que falta a su obligación mi honor, cuando al que me ofende ampara, sabed que es... LISARDA: (¡Ay de mí triste! ¿Qué he de hacer, que se declara?) FEDERICO: ...porque nunca está mejor aquél que se desagravia con la venganza que toma, que dejando de tomarla; porque no hay venganza como no haber menester venganza; y para que nunca quede en opiniones mi fama, de que un embozado pudo poner la mano en mi cara, sin que le quitara yo dos mil vidas, dos mil almas, sabed que es... LISARDA: (¡Ay infelice!) FEDERICO: Perdóneme, soberana Serafina, tu respeto;
A LISARDA
(Y cúbrete tú la cara, a la máscara añadiendo el embozo de mi capa.) que tiene esta blanca mano y, siendo, como es, tan blanca, agravio no ha sido, pues las manos blancas no agravian.
Van FEDERICO y LISARDA
SERAFINA: Cuando no agravie su honor, mi respeto sí. Matadla o prendedla. ENRIQUE: Deteneos; que guardo yo sus espaldas. SERAFINA: ¿Tú la amparas? ENRIQUE: Sí, que el día que en algún riesgo se halla, no es generoso enemigo el que a su enemigo falta; y así, hasta ponerla en salvo, he de seguir sus pisadas. FABIO: Y yo a tu lado. Y porque no dudes quién te acompaña, el dueño desta fineza dirá después esta carta.
Dale FABIO a ENRIQUE una carta
ENRIQUE: Después la veré. SERAFINA: ¿Tú, Enrique, en su favor te adelantas? ENRIQUE: Y a quien pensare, señora, con satisfacción tan clara, que hay desdoro en su opinión, le sustentaré en campaña que se engaña o miente, pues las manos blancas no agravian.
Vase ENRIQUE
PATACÓN: (¿Quién creerá que Enrique sea quien diera el paso a Lisarda?)
Vase PATACÓN
FABIO: (Ya que la carta le di, no sepa quién pudo darla.)
Vase FABIO
TEODORO: (No ser conocido en esta confusión es de importancia.)
Vase TEODORO
NISE: (Hago testigos de que, aunque un embozo la salva, no hubo manto en la comedia, sino mascarilla y capa.)
Vase NISE
SERAFINA: ¿Qué es esto? Pues viendo todos tan gran desaire en mi casa, todos me dejáis? ¿No tengo crïados, gente ni guarda que este desaire castigue? CARLOS: A todos nos acobarda ser contra una dama el duelo; y antes le debo dar gracias, que un competidor me quite, pues no se queda esperanza de volver a verte amante.
Vase CARLOS
LIDORO: Yo procuraré alcanzarla; juntando gente, te ofrezco de traértela a tus plantas.
Vase LIDORO
SERAFINA: Yo estimaré la fineza.
Sale CÉSAR de hombre
CÉSAR: Pues si es que tú has de estimarla, yo la he de hacer; que no en vano me halló ceñida la espada el empeño; y aunque fuese adorno para la farsa, en más noble acción sabré en tu servicio emplearla. (No vi la hora en que me viese, ya que este lance embaraza [el] salir [en] la comedia, en este traje.) SERAFINA: Repara en que ya no es digna acción el que aquí en tal traje salgas; que si la comedia dio licencia para esas galas, no es bien en público dellas gozar. CÉSAR: Viéndote enojada, no me sufre el corazón de la manera que estaba no salir. SERAFINA: Vente conmigo. CÉSAR: Deja, señora, que haga yo esta fineza. SERAFINA: ¿Estás loca? Mas ¡ay de mí! ¿Qué me espanta que otra lo esté, cuando yo veo lo que por mí pasa? CÉSAR: Pues ¿qué tienes? SERAFINA: No sé, Celia; pero aunque mano tan blanca no puede agraviar su honor, agraviándome a mí el alma, miente quien dijere que las manos blancas no agravian.
Vase SERAFINA
CÉSAR: Ya que mi traje cobré, yo buscaré nueva traza para no perderle nunca, pues alienta mi esperanza que Federico la ofenda. Con que, la suerte trocada, pues que a mí me favorece con los celos que a ella causa, diré con más razón que las manos blancas no agravian.
Vase. [Hablan dentro voces]
VOCES: Por aquí, por aquí van.
Salen LISARDA, FEDERICO y PATACÓN
PATACÓN: Por aquí, por aquí vienen dirán mejor. FEDERICO: ¿Dónde, ingrata, dónde, fiera, dónde, aleve, ya que restauré tu vida de aquel pasado accidente, en que tu honor y mi honor aventuraste dos veces, podrá la mía ampararte, no por lo que a ti te debe, por lo que se debe a sí, de tantas armas y gente como nos sigue, si ya que tomamos por albergue este parque, en él nos sitian, a tiempo que en el oriente el sol, para que nos hallen, tinieblas y sombras vence? LISARDA: ¡Qué poco (¡ay de mí!) qué poco temieran mis altiveces esa gente que, ofendida o lisonjera, pretende, por gusto de Serafina, descubrirme y conocerme, si no fuera por mi padre. FEDERICO: Pues si no fuera por ese inconveniente, ¿qué había que temer inconvenientes? A no ser por él, tirana, ¿no dijera yo quién eres, y acabaran de una vez tus locuras con saberse? Heredero de mi padre quedé, Teodoro, en infancia tan tierna que no sentía, hasta otro tiempo, su falta. Mi madre, guardando noble la viudedad de romana antigua, como matrona de su lustre y de su fama, dejó a Milán y a Orbitelo y, reduciendo su casa a moderada familia, la trajo entre estas montañas donde Miraflor del Po es tan abreviado alcázar que apenas sus poblaciones de cuatro villanos pasan. Cubrió de funestos lutos su vivienda, con tan rara austeridad que aun al campo apenas dejó ventana. En esta soledad y este retiro fue mi crïanza del delito del nacer una prisión voluntaria. En ella (que, aunque lo sepas, no importa el decirlo nada, puesto que un triste, aunque diga lo que se sabe, descansa) con tan grande, con tan ciega terneza me mira y ama que el aire, que apenas pase junto a mí, la sobresalta. Si alguna tarde la pido licencia para ir a caza, aun los conejos presume que son fieras que me matan; y lo más que me concede es, cuando más se adelanta, chucherías de las aves, varetas, ligas y jaulas. Si a las orillas del río salgo a pescar con la caña, desvanecido en sus ondas temiendo queda que caiga. Verme arcabuz en las manos es llorar que se dispara o se revienta. Si ve que algún caballo me agrada, por manso que sea, presume que se desboca y me arrastra. Espada no me permite traer, siendo así que la espada a los hombres como yo se ha de ceñir con la faja. La familia que me asiste sólo es de dueñas y damas y sólo lo que de mí la gusta es tocar un arpa, a cuyo compás tal vez, porque buscando esta gracia a otra, quizá dio conmigo, llora mi voz lo que canta. A ti solo, por no hallar mujer en el mundo sabia, que si la hubiera en el mundo, sin duda es que la buscara, me dio por maestro, de quien he aprendido lo que llaman buenas letras; de manera que hijo de viuda es tanta la atención con que me cría, el temor con que me guarda, que presumo que la misma naturaleza se agravia, quejosa de que el cabello crecido y trenzado traiga, y por eso no ha querido brotar, Teodoro, en mi cara aquella primera seña que a la juventud esmalta. Dejemos en este estado la desdicha de que haya crecido un hombre a no más que a crecer, sin que le haga pasaje la edad a que a ver sus iguales salga; y vamos a otro suceso, cuya novedad extraña, criándola como me crían, nunca ha salido del alma. Serafina, que hoy de Ursino es princesa propietaria, vencido el pleito, de que tú fuiste parte contraria, pues de Federico amigo, ayudaste sus instancias, cuya ojeriza te tiene sin tu familia y tu casa, y confiscada tu hacienda, desterrado de tu patria, a besar la mano al César, que en esta ocasión se hallaba en Milán, porque viniendo, llamado de la arrogancia del esgüízaro rebelde, dar quiso una vuelta a Italia, pasó a vista de Belflor, adonde mi madre trata, por deudo o por amistad, aquella noche hospedarla. Vila, Teodoro, y vi en ella la beldad más soberana que pudo en su fantasía, lámina haciendo del aura, del pensamiento colores, jamás dibujar la varia imaginación de quien piensa en lo que a ver no alcanza; si ya no es que, como era mi pecho una lisa tabla en quien amor no había escrito ningún mote de sus ansias, sin ser menester borrar líneas de primera estampa, pudo escribir fácilmente, y escribió: "Muera quien ama." Apenas besé su mano cuando mi madre me manda retirar, por dar lugar a que descanse en la cama. Tan breve fue la visita que pienso que, si tornara a verme, no era posible que me conociese. ¡Oh cuánta debe, Teodoro, de ser la no medida distancia que hay desde el ver al mirar! Dígalo el que viendo pasa o el que mirando se queda; pues siendo una cosa entrambas, uno esculpe en bronce duro y otro imprime en cera blanda. Tan triste salí y tan ciego de haberla visto y dejarla que, curiosamente osado, dando la vuelta a una cuadra que a su hospedaje salía, a la breve luz escasa de la llave de la puerta falseó mi vista las guardas. De sus prendidos adornos fue despojando bizarra el cabello y, viendo yo que a cada flor que quitaba iba quedando más bella, dije: "Sin duda es avara la hermosura allá en el mundo, pues sobre perfección tanta, pidiendo ayuda al aliño, pide lo que no le falta." Apenas él se vio libre de trenzas y de lazadas, cuando empezó a desmandarse por el cuello y por la espalda. Perdone esta vez Ofir, peinado monte de Arabia, porque esta vez no han de hilarse sus hebras en sus entrañas. De negro azabache era ondeado golfo, y con tanta oposición por la nieve o se encoge o se dilata que, cuando la blanca mano en crencha al lado le aparta, jugando siempre el dibujo de la frente a la garganta, de ébano y marfil hacía taracea negra y blanca. A fácil prisión reduce una cinta la arrogancia de aquel desmandado vulgo, tras cuya acción se levanta con tal gala que no era para quedarse sin gala. Lo que dijera no sé de una pollera que a gayas, siendo primeravera de oro, brotaba flores de plata. No sé (¡ay Dios!) lo que dijera de un guardapié que guardaba no sé qué cendal azul, no sé qué rasgo de nácar, de cuyos jazmines era botón un átomo de ámbar, si no fueras tú (¡ay de mí!) Teodoro, el que me escucharas. Que canas y dignidad de maestro me acobardan, y no suenan bien verdores, donde hay dignidad y canas. Y así diré solamente que, apenas se vio acostada, cuando sirviendo la cena de mi madre las crïadas, dejándome con la noche, ella se fue con el alba. Cómo quedé no te digo; tú que lo imagines basta; pues eres testigo fiel de mis repetidas ansias. Muriérame de tristeza si en un acaso no hallara, para engañar al dolor, tan pequeña circunstancia como fue que, hablando della mi madre, dijo una dama: "No era mala la princesa para hija." A que recatada respondió con falsa risa: "¡Quién con la piedra encontrara filosofal del amor! ¡Que a fe que no fuera falsa!" ¡Qué bien contento es un triste! Pues, cuando de darle tratan algún alivio a su pena, cualquiera cosa le basta. Dígolo porque sobró, dicha sola una palabra, para que yo no muriese, a cuenta desta esperanza. Pero aun este breve alivio ya de entre manos me falta, pues ya sé (la culpa tuvo leer tú en público la carta) que a Serafina pretenden cuantos príncipes Italia tiene, a cuyo efecto es toda su corte saraos y danzas, máscaras, justas, torneos, en que todos se señalan, porque, celoso de todos, muera en mi desconfianza. Mil veces me hubiera huido desta prisión que me guarda, si presumiera de mí que yo pudiera agradarla. Mas ¿dónde he de ir si, criado entre meninas y damas, sé de tocados y flores más que de caballos y armas? ¡Mal haya, no el amor digo de mi madre, mas mal haya, dejando en salvo su amor, de su amor la circunstancia! Pues ella, para que tema verme en público, me ata las manos. Ésta es mi pena, éste mi dolor, mi ansia, mi tristeza, mi desdicha, mi mal, mi muerte y mi rabia. TEODORO: De todo cuanto me has dicho no he de responderte a nada, sino a aquel punto no más que tocaste, en que yo, a causa de amigo de Federico, ausente estoy de mi patria. CÉSAR: Pues ¿qué me importa a mí eso? TEODORO: El todo de tu esperanza. CÉSAR: ¿Cómo? TEODORO: Como interesado soy en que tú a Ursino vayas; pues si por dicha lograses tú el fin de dicha tan alta, templará tu casamiento de Serafina la saña, y yo volveré a vivir con mi familia y mi casa. CÉSAR: Supongo que tú me ayudes a que desta prisión salga; ¿qué he de hacer yo en el concurso de tantos como la aman, si apenas los nombres sé de lo que es tela o es valla? Y si la verdad confieso, sólo el pensarlo me espanta; que no en vano a la costumbre todos en el mundo llaman segunda naturaleza. TEODORO: Mira, amor vuela con alas ocultamente; y así nadie ve por dónde anda. Esto es decirnos que siempre, con sus elecciones varias, tal vez le agrada lo fiero, tal vez lo hermoso le agrada, tal le complace lo altivo, y tal lo altivo le cansa. Siendo así, no desconfíes, que tu hermosura y tu gracia y más, si es que alguna vez donde ella lo escuche cantas, podrá ser que la enamores más por las delicias blandas que esotros por los estruendos. Angélica lo declara; hermoso quiso a Medoro más que a Orlando altivo. Trata de enamorarla tú el gusto, podrá ser que, si es que alcanza más lo bello en los festines que lo fiero en las campañas, lo que una Angélica hizo una Serafina haga. Vente conmigo, que yo te pondré en Ursino casa. Tu madre, viéndote allá, es preciso que te valga de todos los lucimientos. Y pues que la edad te salva de torneos y de justas, apela para las galas, el ingenio y la belleza; y cuando no logres nada ¿en qué peor estado entonces te hallarás que el que hoy te hallas? CÉSAR: Dices bien, y las acciones que tocan en temerarias no se han de pensar; y así ¿cuándo quieres que me vaya? TEODORO: Esta noche; y pues yo tengo llave que a tu cuarto pasa, abierto estará; teniendo puesta en la sirga una barca que el Po abajo nos conduzca a la quinta en que hoy se halla Serafina, en tanto que la ruina del cuarto labran. CÉSAR: Sola una dificultad resta ahora, para que salga. TEODORO: ¿Qué es? CÉSAR: Que es preciso que pase por delante de la cama de mi madre; y si me ve salir, es fuerza la haga novedad. TEODORO: ¿No habrá un disfraz con que, a aquella luz escasa que la queda, no conozca que tú seas el que pasa? CÉSAR: Sí; y el disfraz ha de ser... TEODORO: ¿Qué? CÉSAR: Que a la dama de guarda que duerme allí, quitaré...
Dentro
VOZ: ¡César! CÉSAR: Mi madre me llama. TEODORO: Responde, porque no entienda de nuestro secreto nada. CÉSAR: Pues adiós. TEODORO: ¿En qué quedamos? CÉSAR: En que saldré, aunque me haga injuria el disfraz que pienso. TEODORO: Antes viene bien la traza, para que no te conozcan, aunque en tus alcances vayan. CÉSAR: Pues espérame; y adiós. TEODORO: En vela mi amor te aguarda. CÉSAR: ¡Oh quiera el cielo que logre mi amor por ti esta esperanza! TEODORO: ¡Oh quiera el cielo que vuelva por ti yo a gozar mi patria!
Vanse. Salen SERAFINA, LAURA y CLORI
LAURA: Ya que tus melancolías te traen al campo, señora, no llores con el aurora, pues hay alba con quien rías. SERAFINA: Mal de las tristezas mías el pesar podrá aliviar risa o llanto. CLORI: Eso es mostrar que no hay ni puede haber a quien dé vida el placer, si a ti te mata el pesar. SERAFINA: ¿Por qué? CLORI: Porque, si tu estrella, señora, a verte ha llegado tan ilustre por tu estado, por tu perfección tan bella, y tú formas queja della, ¿quién con la suya estará contenta? SERAFINA: Más que me da mi estrella, Clori, me quita quien hacerme solicita certamen de amor; y ya que apuras mi sentimiento, ¿qué importa que celebrada viva en mi estado, adorada de uno y otro pensamiento, si al interés sólo atento vino a servirme el más fino, siendo el estado de Ursino la dama que adora fiel, pues cuando estaba sin él ninguno a mis ojos vino? ¿Por qué ha de pensar, me di, el que hoy miras más postrado que valgo yo por mi estado lo que no valgo por mí? ¿Quieres ver si esto es así? El día que se abrasó mi palacio, ¿cuál llegó desos amantes a darme vida? ¿Cuál, para librarme, a las llamas se arrojó? ¡Bueno es que, estando servida de tantos príncipes, fuese un hombre vil quien me diese a vista de todos vida! Y ser vil, es conocida cosa, pues se contentó con la joya que llevó, como si yo no le hubiera de pagar de otra manera el socorro. LAURA: En eso no puedes tu queja fundar; que a tus umbrales primero estaría. SERAFINA: Ahora quiero a nueva queja pasar. ¿Por qué otro había de estar a mis umbrales? Mal sales con la razón que los vales; que eso antes es ofendellos; porque yo pensaba que ellos dormían a mis umbrales. Con que de todos quejosa y de ninguno agradada, me huelgo ver dilatada aquella lid amorosa, por si en tanto que reposa en quietud el ardimiento, tregua hace mi sentimiento al ver que en su competencia ha de hacer la conveniencia, y no el gusto, el casamiento.
Sale CARLOS
SERAFINA: (Pues por ahora este engaño de esotra duda me absuelve, dél me valdré.)
A CÉSAR
(Disimula y finge que César eres, que importa mucho.) CÉSAR: (Sí haré, supuesto que tú lo quieres.)
A ENRIQUE
La alma y los brazos, señor, son vuestros; que, aunque ofenderme pude al principio de ver que haya quien seguirme intente, a cuya causa no quise hasta ahora que me vieses, entrado en mejor acuerdo, quiero saber qué le ofende a mi madre que yo tenga tan honradas altiveces como atreverme a adorar a quien tanto lo merece. LAURA: (¿Quién mete a Celia en esto, y a mi ama, que lo consiente?) FEDERICO: (No vi mejor disimulo, ni engaño más aparente.)
A CÉSAR
SERAFINA: (Prosigue. Dile más deso; que lo finges lindamente.) CÉSAR: Cuando pensé que, obligados ella y mis deudos de verme en tan generoso asunto empeñado, me acudiesen de asistencias que mi sangre y mi valor desempeñen, ¿es bien que me busque como huido? ENRIQUE: Sin causa te ofendes; que hasta saber de ti... CÉSAR: Basta; y si eso sólo pretenden, ya saben de mí; y así podrás, Enrique, volverte donde el amor de mi prima Lisarda es bien que te lleve; que yo quedo más dichoso, más feliz y más alegre que merezco, pues que quedo a vista de quien me puede, no coronar de favores, pero matar de desdenes. SERAFINA: (¡Qué bien lo finges!) FEDERICO: (No vi ingenio más excelente!) LAURA: (Yo estoy loca o lo están todos. Cielos, ¿qué embeleco es éste?) ENRIQUE: Aunque de vuestro consejo, César, debiera valerme, ya que os hallé, no es razón que yo vuestro lado deje. (Esto es dar color a no irme antes que me vengue.) Y así pensad que tenéis, para en cuanto se ofreciere, mi valor que os acompañe y mi edad que os aconseje. CÉSAR: Eso es volverme a dar ayo, y quizá será ponerme también en obligación que segunda vez me ausente. FEDERICO: (¡Qué bien a todo le sale!) SERAFINA: (Yo es bien su partido esfuerce, porque en su ausencia mejore su engaño y su honor enmiende.) Dice el príncipe muy bien. ¿Qué importa que sin vos quede? Y así, Enrique, podéis iros. ENRIQUE: Perdonadme que os acuerde que me aconsejasteis antes... SERAFINA: ¿Qué? ENRIQUE: Que sin él no me fuese. SERAFINA: Perdonadme vos también acordaros que dijeseis que saber dél os bastaba. ENRIQUE: Un adagio decir suele: "consejo el prudente muda." SERAFINA: Pues también yo soy prudente, y puedo mudar consejo. CÉSAR: ¿Esto en fin no se resuelve con no querer ir?
[LIDORO y PATACÓN] dentro
LIDORO: Entrad. SERAFINA: Id a ver qué ruido es ése. PATACÓN: No es nada, a mí que me arrastran. FEDERICO: Yo iré. ENRIQUE: Yo también. SERAFINA: Detente, Federico. Enrique irá. ENRIQUE: (¡Valedme, cielos, valedme!)
A FEDERICO
(¿Y la dama?} FEDERICO: (Ya está en salvo.) ENRIQUE: Está bien. (¡Valor, detente hasta mejor ocasión!)
Vase ENRIQUE
SERAFINA: En tanto que Enrique viene, Celia, los brazos me da; que, si estudiado tuvieses el papel que has hecho, no le hicieras mejor. CÉSAR: No tienes que agradecerme, señora, el que en tu gusto algo acierte. Y en cuanto al papel, descuida, que siempre que se ofreciere procuraré salir dél. FEDERICO: Yo es bien que tus plantas bese por la parte que me toca, en que mi desdicha enmiende. LAURA: Por un solo Dios, señora, que sepa yo qué te mueve, cuando a César dejo, y cuando vuelvo con Enrique a verte, a que haga su papel Celia? CÉSAR: Duda es ésta que me tiene en la misma confusión; pues aunque yo sepa hacerle, no la causa. SERAFINA: Pues sabréis (fuerza es decíroslo en breve) que este príncipe don César, que a Enrique huye el rostro siempre, es Lisarda, hija de Enrique. CÉSAR: ¿Lisarda? Pues ¿qué la mueve? SERAFINA: Los celos de Federico, tras quien disfrazada viene. CÉSAR: ¿Qué es lo que oigo? FEDERICO: Por lo menos, cuando oír eso me avergüen[ce], me confío en que ya sabes a quién la vida le debes, pues sabes cómo la joya ir a su mano pudiese. CÉSAR: ¿Lisarda, hija de Enrique? SERAFINA: Sí. CÉSAR: ¿Cómo, traidor, te atreves a decírmelo a mí, siendo tan mío el honor que ofendes? ¡Vive Dios...!
Empuña la espada
SERAFINA: Detente, Celia. CÉSAR: Es en vano detenerme. No soy Celia, César soy, ya que tú que lo sea quieres. SERAFINA: Mira, Celia, que no hay ninguno ahora presente con quien sea menester que el pasado enojo esfuerces. CÉSAR: Una vez en este traje, perdóname que no puede volverse atrás el valor. LAURA: (Ella lo que finge cree.) FEDERICO: (Tal género de locura ha sucedido mil veces.) CÉSAR: No embaracéis que una vida quite a un traidor, a un aleve. LAURA: Mira, Celia, que es locura creer que lo que finges eres. FEDERICO: Dejadla; que ya enseñado estoy que damas me afrenten y a hacer dello gala. CÉSAR: No con eso librarte pienses de mí, cobarde. FEDERICO: No tengo más medios de que valerme, Celia, contra ti; pues si las manos blancas no ofenden, tampoco los labios rojos. Que si pensase o creyese que no finges todavía, claro es...Pero Enrique vuelve. Vuestra Alteza no se enoje con quien a buscarla viene, traído de su amor. CÉSAR: Locuras de amor son las que ofenden. No entienda su agravio Enrique, hasta que yo dél le vengue.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: El ruido, señora, es que Lidoro, con la gente que a Federico siguió, como si aquí no estuviese, trae dos presos; uno es un crïado, por haberle en ese parque encontrado; otro, según me parece, que es Teodoro, ayo de César, que, llegando a conocerle sin máscara, le han prendido, por juzgarle delincuente, en este estado, y con ellos todos a tus plantas vienen.
Salen LIDORO, TEODORO, PATACÓN y NISE. [A PATACÓN]
NISE: Aunque aventure que aquí alguien pueda conocerme, a trueco de verte ahorcar, te he de seguir. PATACÓN: Antes ciegues, que tal veas.
A SERAFINA
A tus plantas humilde, señora, tienes al crïado de aquel loco, de aquel menguado imprudente de mi amo. Mas ¿qué culpa tengo yo de que él se ausente con la disfrazada dama del bofetón? SERAFINA: ¿Cómo mientes, si, estando aquí Federico, aseguras que se fuese? PATACÓN: ¿Quién diablos te trajo aquí? LIDORO: ¿Qué haremos dél? SERAFINA: Que lo dejes; que no es mucho ser traidor quien de su dueño lo aprende. PATACÓN: ¡Plegue a Dios que, sin llegar a vieja, tanta edad cuentes, que sea en tu comparación un niño movido el fénix! NISE: (Mi gozo cayó en el pozo.) PATACÓN: (¡Mas que tú con él cayeses!) TEODORO: Ya, señora, a vuestras plantas humilde llego a ofrecerme.
A FEDERICO
SERAFINA: (¿Qué haremos? Que si ve a Celia, atrás nuestro engaño vuelve.) FEDERICO: (No sé; mas ponte delante, por si encubrirla pudieses. Pero ¿qué es este alboroto?
Sale CARLOS
CARLOS: Señora, en tu cuarto a este... SERAFINA: Después lo sabré. --Pues ¿cómo Teodoro aquí a entrar se atreve? CARLOS: (¿Qué hace Celia en este traje delante de tanta gente?) TEODORO: Como un infeliz, señora... CÉSAR: (¡Quiera amor alcance a verme, para que diga quién soy!) TEODORO: ...tanto su vida aborrece que, a despecho de su vida, viene buscando su muerte; fuera de que mayor causa hay que aquí a venir me fuerce, por sacarte de un engaño que contra tu fama puede resultar. SERAFINA: ¿Engaño? TEODORO: Sí. SERAFINA: ¿Qué es? TEODORO: Que un traidor, un aleve, con el nombre de don César, engañar tu amor pretende. Yo le saqué de su casa (no es tiempo de contar éste que en traje de mujer) hasta que le dejé en la corriente ahogado del Po; y sabiendo que con su nombre te ofende, vengo a avisarte, porque de mi lealtad no te quejes. El que te ha dicho que es César no lo es. ENRIQUE: La voz suspende; que ese agravio a mí me toca, y así es bien que yo lo vengue. --
A CÉSAR
Pues ¿cómo, atrevido joven, loco y temerariamente el nombre de mi sobrino tomas y el respeto ofendes de Serafina? FEDERICO: A una dama no ofendas, Enrique, tente; que el que dijo que era César días ha que no parece, y aquesta es Celia, una dama, en quien los disfraces deben de durar de la comedia. SERAFINA: ¿Quién vio confusión más fuerte? ENRIQUE: Ése es otro nuevo engaño: creer yo que sea dama ese joven, cuando Serafina que es César dicho me tiene. TEODORO: Si Serafina lo ha dicho, ha dicho bien; que no pueden las deidades engañarse.
A CÉSAR
Dame los brazos mil veces, príncipe mío, en albricias de que con vida te encuentre. SERAFINA: (¡Qué cortesano Teodoro, advertido de que es éste engaño mío, procura alentarle, con hacerle César a Celia!)
A CÉSAR
(Tú, finge todavía que lo eres.) CÉSAR: ¿Qué he de fingir, si es verdad? LAURA: A su locura se vuelve. NISE: (¿En qué ha de parar aquesto?) PATACÓN: (¡El diablo que lo concierte!) ENRIQUE: Yo he de castigar, señora, este engaño. SERAFINA: Enrique, tente. CARLOS: Mira, Enrique, que ésta es Celia, una dama. ENRIQUE: Pues tú, aleve, ¿también me engañas? PATACÓN: Señores, ¿habrá enredo como éste? CÉSAR: Tú eres el que te engañas; que si alguno a eso se atreve, sólo es Carlos. CARLOS: ¿Yo, por qué? CÉSAR: Porque, siendo tú quien dese golfo en el traje que iba me sacaste, ahora no crees que me encubrió su disfraz, habiendo tan claramente dícholo todo Teodoro. CARLOS: Más con aqueso me ofendes; pues, siendo César, traición más grave es que te atrevieses a asistir a Serafina tan de cerca que pudiesen familiarmente tus ojos tal vez... FEDERICO: No lo digas, tente; que se ajan los decoros aun sólo con que se piensen. CARLOS Y FED.: ¡Muera un traidor! TEODORO: Eso no. ENRIQUE: Pues ya debo defenderte como a César. TEODORO: Y yo y todo. SERAFINA: Esperad todos; que ese duelo, ya que persuadida saber tu disfraz me tiene de quién es, yo he de acabarle. TODOS: ¿De qué suerte? SERAFINA: Desta suerte.
A CÉSAR
Príncipe, esta blanca mano tocaste tal vez; aleve ofensa fue que me hizo un disfraz, y es conveniente que sepan que aun de su dueño las blancas manos ofenden; y así, pues vos la agraviasteis, el irse con vos lo enmiende. CÉSAR: Federico, yo...
A SERAFINA
FEDERICO: ¿Así pagas una vida que me debes? SERAFINA: De vos este desagravio aprendí; y pues que ya tiene ejemplar vuestro honor, dél usad; y porque no quede en opinión que se supo el agravio sin saberse el dueño dél, quiero yo, salvándole para siempre, pagar aquella fineza. FEDERICO: ¿De qué suerte? SERAFINA: Desta suerte.
Sale LISARDA
Dad a Lisarda la mano. ENRIQUE: Al mirarte, oh hija aleve, la cólera no me sufre dejar de darte la muerte. FEDERICO: Si antes por salvar su vida me empeñé, fuerza es que lleve delante el empeño. ENRIQUE: Nadie defender mi hija puede de mí que no sea su esposo. FEDERICO: Yo lo soy. LISARDA: ¡Felice suerte es la mía, pues que logro tal dicha! PATACÓN: Con que corriente queda el refrán que "las blancas manos no agravian, mas duelen." TEODORO: Pues lograste tu ventura, logre el perdón. SERAFINA: Ya le tienes. PATACÓN: ¿Qué haremos, Nise, nosotros? NISE: Casarnos adredemente, porque sepan que podemos cualquiera de los oyentes. PATACÓN: No se meterán en eso; que ahora harto que hacer tienen en perdonarnos las faltas, y las del que más pretende serviros siempre, pues yerra a cuenta de que obedece.

FIN DE LA COMEDIA



Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002