MAÑANAS DE ABRIL Y MAYO

Pedro Calderón de la Barca

Texto preparado con el apoyo de varias ediciones de la misma obra. Fue pasado al HTML para presentarse en esta colección por Vern Williamsen en 1997.


Personas que hablan en ella:


JORNADA PRIMERA



Salen Don JUAN, embozado y ARCEO, gracioso, con una bujía en un candelero
ARCEO: Ya he dicho que no está en casa mi señor, y es, caballero o fantasma o lo que sois, en vano esperarle, puesto que no sé a qué hora vendrá a acostarse. JUAN: Yo no puedo irme de aquí sin hablarle. ARCEO: Pues en el portal sospecho que estaréis mucho mejor. JUAN: Mejor estaré aquí dentro. ARCEO: Muerto de capa y espada, que tan pesado y tan necio has dado en andar tras mí rebozado y encubierto, agradécelo al Señor que te tengo mucho miedo, que si no, yo te pusiera a cuchilladas muy presto en la calle. JUAN: No lo dudo; mas no os turbéis; de paz vengo. De don Pedro soy amigo; sosegaos. ARCEO: ¡Lindo sosiego! JUAN: Y sentaos aquí. ARCEO: Yo estoy en mi casa, y si yo quiero me sentaré. JUAN: Pues estad como quisiéredes. ARCEO: Cierto que sois fantasma apacible y que tenéis mil respetos del convidado de piedra. JUAN: Decidme, ¿qué hace don Pedro fuera de casa a estas horas? ¿Diviértele amor o juego? ARCEO: Juego o amor le divierte. JUAN: Todo es uno, a lo que pienso, pues amor y juego, en fin, son de la Fortuna imperios. ¿Anda de ganancia ahora? ARCEO: Yo de pérdida me veo. JUAN: ¿Está desfavorecido? ARCEO: No lo sé. JUAN: ¿Pues sus secretos no fía de vos? ARCEO: No fía, sino presta algunos de ellos. ¿No bastaba entrometido sino preguntón?
Sale Don PEDRO
PEDRO: ¿Qué es esto? ARCEO: Esperad en hora mala en la calle o el infierno, si no queréis... PEDRO: Dime, loco, ¿qué ha sido? ARCEO: Vienes a tiempo, que si un poco más te tardas, a ese embozado sospecho que le echo por la ventana tan alto, que de este vuelo, ya que no sietedurmiente, sino volante, primero que volviera, se mudaran los trajes y los dineros, y se hablaran otras lenguas. PEDRO: ¿Quién es? ARCEO: No lo sé, mas pienso que es algún hombre casado que viene a verte encubierto, pues no se ha dejado ver la cara. PEDRO: Pues, caballero, ¿a quién buscáis así? JUAN: A vos. PEDRO: Decid qué queréis. JUAN: Dirélo en quedando solos. ARCEO: ¿Ves si digo bien? PEDRO: Majadero, salte allá fuera. ARCEO: En buen hora. (Mas aunque ir a parlar tengo Aparte con doña Lucía, la dueña de mi vecina, más quiero ser hoy crïado que amante, y he de estarme aquí, por serlo, escuchando cuanto digan.)
Vase
PEDRO: Ya estoy solo, y sólo espero que me digáis qué queréis. JUAN: Cerrad la puerta. PEDRO: Suspenso me tenéis. Ya está cerrada. JUAN: Pues ahora, a esos pies puesto, me dad, don Pedro, los brazos. PEDRO: Don Juan, amigo, ¿qué es esto? ¿Cómo os atrevéis a entrar así en Madrid, sin que el riesgo de vuestra vida miréis? JUAN: Como la muerte no temo, así no guardo la vida, que ya de tratarlas tengo con la compañía perdido a mis desdichas el miedo. Ya sabéis, como quien fue por la vecindad, tercero de mi desdichado amor aquel venturoso tiempo, que amé a doña Ana de Lara, cuyo divino sujeto se coronó de hermosura, se laureó de entendimiento. Ufano con mi esperanza y con su favor soberbio viví; en esto no me alabo, antes me desluzgo en esto, que en materia de favores es tan desdichado el premio que es el que le goza más el que lo merece menos. Ya sabéis que viento en popa este amor, este deseo, en el mar de la Fortuna tuvo de su parte el cielo hasta que, alterado el mar, el bajel del pensamiento en piélagos de desdichas corrió tormenta de celos. Una noche... --ciegamente lo que vos sabéis os cuento; pero dejad que lo diga, ya que es el pesar tan necio, que repetirle el dolor es repetirle el consuelo--, una noche, pues, salí de su casa yo, creyendo que para mí solo estaba el falso postigo abierto de un jardín, cuando llegando a abrirle, ¡ay Dios!, por de dentro, hacia la parte de fuera torcer otra llave siento. Suspendo la acción y a un lado me retiro, por si puedo mis celos averiguar, si es que han menester los celos para estar averiguados más diligencia que serlo. Entreabrieron el postigo y a la poca luz que dieron las estrellas en la calle, entrar solo un hombre veo que, sin luz y sin razón, andaba dos veces ciego. Bien le pudiera matar a mi salvo entonces, pero quise apurar la malicia a mis desdichas, y quedo me estuve un rato, ¡mal haya tan curioso sufrimiento! El, tentando las paredes, que no estaba, no, tan diestro como yo en ellas, que había estudiádolas más tiempo, llegó a tropezar en mí, y desalumbrado, viendo que había gente en el portal, dijo atrevido y resuelto, "No puede haber aquí nadie; que matarlo o conocerlo no me importe; otro no tenga las dichas que yo no tengo." No sé qué le respondí, y los dos con un esfuerzo hasta la calle salimos, donde solos cuerpo a cuerpo reñimos, hasta que igual mostró la Fortuna el duelo entre los dos, ¡ay de mí!, pues a quien me dio primero celos, le di yo la muerte, como quien dice, "Hoy intento que sea paz de nuestra lid, o morir o tener celos." Y dándome lo peor, quedé celoso y él muerto. Al ruido de las espadas llegó la justicia luego, y yo, apelando a los pies de la ejecución que hicieron las manos, me puse en salvo, mas no tanto que cogiendo un criado que esperaba con un rocín en el puesto, no dijese a la justicia quién era: sólo por ellos son señores los señores, que al fin se sirven de buenos. Con esta declaración me ausenté, mas no pudiendo vivir ausente y celoso, de esta manera me he vuelto a Madrid, y confïado en vuestra amistad, me atrevo a venirme a vuestra casa, y escarmentado, en efecto, de la lengua de un crïado, me he recatado del vuestro. Aquí estaré algunos días, sólo hasta saber si puedo ver a doña Ana, por quien tantas desdichas padezco, que aunque es verdad que ofendido estoy, la estimo y la quiero tanto, que solo a quejarme hoy a la corte me vuelvo por ver si acaso, ¡ay de mí!, se disculpa, que si llego, hablándola alguna noche siendo vos solo el tercero, a oír satisfacciones, que antes que ella las diga las creo, me iré a Flandes consolado de que sus disculpas llevo, que haciendo amistades sean camaradas de mis celos, porque así estaré seguro que ni el pesar ni el contento me maten, bien como aquel que está herido de un veneno y otro veneno le cura; que este es el último extremo de un hombre celoso, pues no puede, ni yo lo creo, hacer de su parte más que decir, "Quejoso vengo a creer cuanto digáis; y pues que vivir no puedo, haces que muera del gozo si he de morir del tormento." PEDRO: En dos empeños me pone la merced que me habéis hecho de valeros de esta casa y de mí, y es el primero el ampararos en ella, y así, cortésmente ofrezco casa, hacienda, honor y vida, don Juan, al servicio vuestro. El segundo es ayudaros en vuestro amor; para esto y para todo es forzoso, supuesto que él ha de veros, fïaros de ese criado, que aunque ha poco que le tengo, tengo de él satisfacción. No hablo ahora en vuestro pleito, que ya sabéis que un don Luis de Medrano, que era deudo del muerto, es quien se ha mostrado parte. JUAN: Ya nos conocemos los dos. PEDRO: Pues esto dejado, porque, en efeto, no quiero hablaros en penas hoy, de doña Ana lo que puedo deciros es que ni el rostro la he visto desde el suceso de esa noche, ni en ventana, ni en iglesia, ni en paseo de Prado y Calle Mayor, que es mucho para mí, siendo como soy, vecino suyo. JUAN: Fineza es, don Pedro; pero ¿quién puede a mí asegurarme que es por mí y no por el muerto ese luto que ha vestido su hermosura? PEDRO: Mas ¡qué presto a lo que le está peor discurre el entendimiento! JUAN: ¿Qué queréis? Es más honrado el mal que el bien. PEDRO: No lo entiendo. JUAN: Yo sí, pues dudo del bien cuanto dice, y del mal creo cuanto imagina, y mirad cuál es más honrado, puesto que uno siempre está tratando verdad, y otro está mintiendo. Pero lo que de la noche restaba al noturno velo, se ha desvanecido ya, de la hermosa luz huyendo del sol. Recogeos y haced del día noche. PEDRO: No puedo, porque tengo aquestas horas que hacer, y antes agradezco haberme hallado vestido. JUAN: Desvelado galanteo tenéis, pues os recogéis tan tarde y volvéis tan presto. PEDRO: Ando por averiguar, don Juan amigo, unos celos, por dejar desengañada una pretensión que tengo, y he de ir al Parque, porque su apacible sitio ameno de las flores y las damas es el cortesano imperio de estas mañanas de abril y mayo, y he de ir siguiendo esta dama. Vos podéis descansar en tanto. Arceo.
Sale ARCEO
ARCEO: Señor. PEDRO: Haz que luego al punto se haga en aqueste aposento una cama, y esto sea con recato y con silencio, que importa que nadie sepa que al señor don Juan tenemos en casa, y de ti lo fío solamente. A Dios.
Vase
ARCEO: Tú has hecho conmigo lo que se suele con los galeotes, y es cierto, pues de ellos nada hay seguro sino lo que se fía de ellos. JUAN: Yo me recaté de vos, Arceo, hasta conoceros.
Vanse y salen doña CLARA e INÉS, criada
INÉS: En fin, ¿que has dado en que has de ir al Parque? CLARA: ¿Quieres saber si puede dejar de ser, Inés? Pues has de advertir que me ha dicho que no vaya a él don Hipólito, y creo que fue alentar mi deseo para que más presto vaya, pues si ayer cuando me habló, que viniera me dijera, presumo que no viniera, y solo porque llegó a persuadirse que había de obedecerle, me ha dado tal gana, que he madrugado dos horas antes del día. INÉS: No es en nosotras hoy nueva esa culpa, ese pecado, que pecar en lo vedado es el patrimonio de Eva. Pero no sé lo que diga de este amor, de este deseo de los dos, porque no creo lo que a los dos os obliga. Don Hipólito es un hombre por loco y por maldiciente conocido de la gente más que por su propio nombre. Tú, perdona que lo diga, mujer, en justo o injusto, muy amiga de tu gusto, de tu libertad amiga. Él a todas quiso bien, tú a todos quisiste mal: dime, ¿amor tan desigual cómo ha de parar en bien? CLARA: Pensarás que me he enojado, Inés, por haberme dicho su capricho y mi capricho, y antes gran gusto me has dado, porque no hay para mí cosa como hombres de extraños modos, y que al fin me tengan todos por vana y por caprichosa. ¿Qué quisieras, que estuviera muy firme yo, y muy constante, sujeta solo a un amante que mil desaires me hiciera porque se viera querido? Eso no; el que he de querer, con sobresalto ha de ser mientras que no es mi marido. Y así, por dársele hoy a don Hipólito, quiero ir al Parque, donde espero, porque disfrazada voy, pasear, hablar, reír, preguntar y responder, ser vista, en efeto, y ver, porque no se ha de admitir al amante más fïel por el gusto que ha de dar. INÉS: ¿Pues por qué? CLARA: Por el pesar que yo le he de dar a él. INÉS: Y tienes mucha razón; con lo cual hemos llegado a la calle que fue Prado en virtud del azadón. CLARA: Pues bajemos por aquí a la de Álamos, que es arrendajo del Pajés. INÉS: Parece que cantan. CLARA: Sí.
Vanse y suena dentro MþSICA
[MÚSICA]: "Mañanicas floridas de abril y mayo, despertad a mi niña, no duerma tanto."
Salen Don LUIS y Don HIPÓLITO
LUIS: Sólo haceros compañía, don Hipólito, pudiera vencer de mi pena fiera la grave melancolía. HIPÓLITO: Por divertiros yo a vos de vuestro primo en la muerte, os traigo de aquesta suerte al Parque, donde los dos divirtamos la mañana. LUIS: Más hermoso el sol parece, porque embozado amanece entre nubes de oro y grana. HIPÓLITO: Desde aquí podemos ver la gente que va bajando. ¡Qué tierno va enamorando don Sancho allí a la mujer de aquel letrado, su amigo! LUIS: Que es amistad, no se ignore, porque otro no la enamore. HIPÓLITO: A un pleito está aquí, y yo digo que parecer tomará de los dos, pues le conviene verla a ella por el que tiene como a él por el que da. LUIS: Maldiciente estáis, ¡que no os reduzga yo! HIPÓLITO: Advertid que no hay hombre hoy en Madrid de mejor lengua que yo. ¿Aquella no es Flora? LUIS: Sí. HIPÓLITO: Harto es que a fiesta de a pie haya venido. LUIS: ¿Por qué? HIPÓLITO: Porque en mi vida la vi sino en coche; por aquesta fue por quien se ha presumido que le dijo a su marido, "Con lo que la casa cuesta de alquiler, echemos coche." Y volviéndole a decir, "¿Pues dónde hemos de vivir y estar el día y la noche?" Dijo, "si el coche tuviera, sin casa vivir podía en el coche todo el día y de noche en la cochera." LUIS: Eso es como lo que pasa a doña Clara de Ovalle, pues viviendo hacia la calle le sobra toda la casa. HIPÓLITO: Es verdad, y cierto día, cumpliendo el plazo, el casero vino a pedille el dinero de la casa en que vivía, y ella dijo, "¿Hay tal traición? ¿Esta desvergüenza pasa? Aunque yo alquilo la casa, no vivo sino al balcón." LUIS: ¿Qué diera porque os oyera? HIPÓLITO: Por eso no lo oirá, no, que anoche la dije yo que de casa no saliera.
Salen doña CLARA e INÉS, con mantos y con sombreros
CLARA: Mejor mañana no vi en mi vida. INÉS: Ni yo, a fe; pero tápate. CLARA: ¿Por qué? INÉS: Don Hipólito está allí. LUIS: ¿Habéis visto en vuestra vida mujer más airosa? HIPÓLITO: No, ni al Parque jamás salió más aseada y bien prendida. LUIS: Pues la donada, por Dios, que no es muy mala. HIPÓLITO: Embistamos esta empresa, pues estamos en el campo dos a dos. INÉS: Don Hipólito y don Luis llegan a hablarnos. CLARA: Repara en que de ninguna suerte respondas una palabra, que no quiero que los dos me conozcan. INÉS: Si tapadas estamos, y en este traje, que es en el que todas andan, ¿cómo te han de conocer? CLARA: Si le respondo, en el habla; que persuadirse que puede estar segura una dama solamente con taparse, es bueno para la farsa, mas no para sucedido. HIPÓLITO: Señora doña tapada, que a honrar el festín alegre que hoy la primavera traza en este verde salón donde vivas flores danzan al son del agua en las piedras y al son del viento en las ramas de rebozo habéis venido, dad licencia cortesana a un hombre para que os diga que ha sido acción excusada madrugar tanto, supuesto que árbitro del sol y el alba, esa negra sutil nube trae consigo la mañana, y a cualquiera hora que vos descubriérades la llama, amaneciera y tuviera luz el día, aliento el alba. ¿No me respondéis? ¿Por señas me habláis? No me desagrada. ¿Ni aun para pedir no habláis? ¿No? Pues sois la mejor dama que he visto en toda mi vida. Albricias me pide el alma de que me ha deparado una mujer que no pide y calla. LUIS: ¿Y vos también profesáis la religión cartujana? ¡Linda cosa, vive Dios, que ha dos mil años que andaba buscándoos! Mas que seáis tuerta, zurda, coja o manca, pedigüeña, melindrosa, contrahecha, roma o calva, desde aquí por vos me muero. HIPÓLITO: Ya que me negáis el habla como si hubiera reñido con vos, mostradme la cara. ¿Ni eso tampoco? Mirad que dais a entender que es mala. Es verdad; yo no lo dudo; mas mujer tan extremada no ha menester perfección mayor que no hablar palabra.
[Hace gestos ella]
Mas si yo no entiendo mal, eso es decir que me vaya; pero veis aquí que yo no quiero entenderos nada, que en mi vida he sido mudo y muy poco se me alcanza de esto de hablar con la mano. ¿Qué hacéis? ¿Volverme la espalda? Arte de enseñar a hablar a los mudos, oye, aguarda. LUIS: No vi mujer en mi vida de mejor gusto. HIPÓLITO: Su casa sepamos, que, vive el cielo, que he de verla y he de hablarla hoy en ella, hasta saber en qué este embeleco para. LUIS: Sigámosla pues. HIPÓLITO: Sigamos, que ya veis cuánto me arrastra una mujer tramoyera, pues el serlo solo es causa de que a doña Clara ame, y aquesta, si no me engaña la pinta, lo es mucho más que la misma doña Clara.
Vanse y salen ARCEO y Doña LUCÍA
LUCÍA: No me tienes que decir que no te has de disculpar de hacerme anoche esperar. ARCEO: No pude anoche venir, vive Dios, doña Lucía. LUCÍA: ¿Pues qué tuviste que hacer? ARCEO: Si eso pudieras saber, supieras que la fe mía te trata verdad. LUCÍA: ¿Pues qué es que yo saber no puedo? ARCEO: No es nada. LUCÍA: Ofendida quedo dos veces de ti, porque no venir anoche a verme, hoy venir y no fïarme un secreto, es agraviarme, Arceo. ARCEO: No sé qué hacerme... Ea, no haya secreto entero, que eres dueña y soy crïado. Anoche entró rebozado en mi casa un caballero por mi señor preguntando... --mas que has de callar advierte--. Éste, pues, por una muerte ausente está, y aguardando a mi señor, me detuvo... --nadie, en fin, lo ha de saber--. Pues hasta el amanecer hablando con él estuvo; luego en casa se quedó donde dice que ha de estar... --mira que lo has de callar-- ...escondido, y solo yo lo sé, que en fin soy secreto. Don Juan de Guzmán se llama. De la casa de una dama, que esto no oí bien, en efeto, saliendo una noche, dio a un caballero la muerte y, en fin, está de esta suerte retirado donde no lo saben más que los dos. Y pues me fío de ti esto no salga de aquí. Dije. ¡Bendito sea Dios, que salí de este cuidado! LUCÍA: Y yo por él darte quiero los brazos. ARCEO: Más bien espero.
Sale PERNÍA, vejete
PERNÍA: A muy mal tiempo he llegado. ¿Hay tan gran bellaquería? ARCEO: Pernía a los dos nos vio. LUCÍA: Poco importa, porque no es muy celoso Pernía. Mas vete de aquí. ARCEO: Sí haré, y corriendo como un potro.
[Vase]
PERNÍA: Doña Lucía, si otro entrara como yo entré, ¡estaba bueno el honor de esta casa! A mi señora he de contar cuanto ahora pasa, pues de tu rigor vengarme, ingrata, no espero. Hecho estoy un fuego, un rayo: ¿de cuándo acá así un lacayo se prefiere a un escudero? LUCÍA: Unas cartas me ha traído este hombre de un hermano que está en las Indias, y es llano que el abrazo el porte ha sido, pues solo te quiero a ti. PERNÍA: Pues trueca el modo, crüel, y desde hoy quiérele a él y dame el abrazo a mí. LUCÍA: Sí abrazaré, procurando hacer que calles, supuesto... Mas mi señora...
Sale Doña ANA
ANA: ¿Qué es esto? PERNÍA: Es que aquí andan abrazando. LUCÍA: Hame traído Pernía nuevas de un hermano mío, y gozoso mi albedrío tales extremos hacía. PERNÍA. Es, señora, caso llano, y creella te conviene. (Para cada abrazo tiene Aparte doña Lucía un hermano). ANA: Salga y mire si está puesto el coche, que es hora ya de ir a misa...
[Vase él despacio]
¿Pues no va presto? PERNÍA: ¿Aquesto no es ir presto? LUCÍA: ¿Tú, señora, tan dejada del aliño y la belleza, que, fuera de la tristeza, vives de ti descuidada? ANA: No hay consuelo para mí, ni me has de ver en tu vida sino triste y afligida. LUCÍA: ¿Pues qué remedias así? ANA: ¿Quién te ha dicho que yo quiero remediar, sino sentir?, aunque si llego a advertir que es el remedio primero del mal el sentir el mal, por sentille más no sé si el sentirle dejaré, pues es mi desdicha tal que apeteciendo el morir sin pretender resistille, por no dejar de sentille le dejara de sentir. Desde el día que a don Juan en mi casa sucedió aquella desdicha, y yo veo que todos me dan la culpa sin merecella, tan muerta y tan otra estoy que aun sombra mía no soy. LUCÍA: Si tan noble como bella tu perfección me asegura de callarlo, yo diré que a dónde está don Juan sé. ANA: ¡Qué neciamente procura tu lisonja divertir mi mal! LUCÍA: Yo sé dónde está, y aunque tú no lo oigas, ya lo tengo yo de decir. Don Juan a Madrid llegó, --mas que lo calles te pido--, y está en la casa escondido de nuestro vecino; yo lo sé porque una crïada me lo ha dicho ahora a mí, pero no salga de aquí: ya ves que es cosa pesada. ANA: ¿Qué dices? LUCÍA: Lo que es verdad. ANA: Siendo dicha mía, no sé si algún crédito le dé siendo esa temeridad.
Salen Doña CLARA e INÉS
INÉS: ¿Qué es lo que tu pasión hacer procura? CLARA: ¿Qué? Llevar adelante una locura, que aunque nada importara el verme don Hipólito de Lara, por lo que se ha picado no ha de salir hoy, no, de este cuidado. INÉS: Que hay aquí gente mira. CLARA: ¿Faltará a una mujer una mentira que la saque de otra? Dama hermosa,
[Se dirige a Doña ANA]
si quien dice mujer dice piadosa, un rato --mal mi pena significo-- que me dejéis entrar aquí os suplico mientras que un hombre pasa esa calle; sagrado vuestra casa sea de mi cuidado, pues casa de deidad siempre es sagrado. ANA: Holgaréme, por cierto, que sea, no sagrado, sino puerto, pues la congoja vuestra bien que os importa el ocultaros muestra. LUCÍA: Un hombre aquí se ha entrado. CLARA: ¡Ay Dios!, que es mi marido, y pues me ha dado vuestra piedad licencia, aquí he de retirarme con prudencia. Haced que una crïada le despida, porque me va la fama, honor y vida. ANA: Pues decid... CLARA: Nada espero.
Vase
ANA: Turbada me dejó con su sombrero. LUCÍA: Yo voy tras ella, porque no sea ganga y se eche alguna sábana en la manga.
Sale Don HIPÓLITO
HIPÓLITO: Perdonad que a la esfera, dosel florido de la primavera, donde son vuestros bellos resplandores la primera oficina de las flores, pisar mi pie presuma calzado más de plomo que de pluma. ANA: (Disimular fingiendo enojo intento). Aparte ¿Quién os dio para tanto atrevimiento, caballero, osadía? HIPÓLITO: Yo la tomé de la ventura mía, que hasta veros, divina deidad, vencer la nube que, cortina de humo, ocultaba el fuego, descanso no tuviera, y así luego, con el humo pasado y agora de esos rayos abrasado, llorar y arder presumo: arder del fuego, pues lloré del humo. ANA: No entiendo, caballero, estilo tan cortés y lisonjero, ni sé qué causa he dado para que de esta suerte hayáis entrado en mi casa. Si esfera la llamáis de la hermosa primavera, no introduzgáis en ella tal desmayo que expire su esplendor antes del rayo; si humo seguís que en sombras se resuelve, no le esperéis, que el humo nunca vuelve, y si buscáis el fuego, no os acerquéis a él, y volveos luego, que no vive enseñado a acciones tales el antiguo blasón de estos umbrales. HIPÓLITO: Vos ni veros ni oíros en el Parque dejasteis, y el seguiros a riesgo de ofenderos, también fue por oíros y por veros; y ahora advierto que fuera acción piadosa oíros discreta cuando os miro hermosa, porque si allí sin veros os oyera, a la dulce armonía suspendiera el alma y el sentido, de esa voz que es veneno del oído; y si hermosa os mirara sin oíros discreta, aquí postrara alma y vida en despojos de esa luz que es veneno de los ojos; y así, porque no muera al advertiros tan hermosa, me da la vida oíros; y así, porque no muera al conoceros tan discreta, me da la vida el veros, de suerte que mi vida está de un daño y otro defendida. Quedad con Dios, en fin, porque no quiero, ya que he sido atrevido, ser grosero, pues ser grosero culpa mía habría sido, y vuestra lo ha de ser ser atrevido.
Vase
ANA: ¿Hay cosa semejante? ¡Que entre un hombre marido y salga amante, y de sus mismas penas descuidado, llegue celoso y vuelva enamorado!
Salen Doña LUCÍA, doña CLARA, e INÉS
CLARA: ¿Fuese? ANA: Sí. CLARA: Tus pies pido. ANA: Vos tenéis un finísimo marido. CLARA: Harto a Dios lo que paso en eso ofrezco, pues sabe Dios lo que con él padezco. ANA: Creyó, en fin, que era yo, ¡raro suceso!, la dama que siguió, que aun para eso sirvió el sombrero y el estar con manto y el ser los trajes parecidos tanto que, como en los conceptos, repetidos se encuentran también dos en los vestidos.
Sale PERNÍA
PERNÍA: Ya está el coche esperándote, señora. ANA: Lucía, mira ahora la calle. LUCÍA: Bien podrás seguramente salir. CLARA: Aquesa vida el cielo aumente. ANA: Ved si serviros puedo en otra cosa. CLARA: Yo obligada quedo.
[Doña CLARA habla aparte con INÉS]
(Y no sé si ofendida, pues lo que no pensé en toda mi vida que suceder pudiera, que es tener celos yo --¿quién tal creyera?-- acaso ha sucedido). INÉS: (¿Qué has sentido?) CLARA: (Que haya este hombre a otra enamorado y en mi misma presencia requebrado).
Vanse [doña CLARA e INÉS]
ANA: Nada oigo, nada miro, nada siento, que para mí no sea otro tormento. LUCÍA: ¿Pues qué tienes agora? ANA: Ver que en todos la suerte se mejora, en todos convalece, y solo en mí de cualquier mal fallece. Cuando es culpada, halla esta la salida; así, inocente, pierdo yo la vida, porque no está la culpa en que lo culpa, sino en que fue dichosa la disculpa.
Vanse y salen Don PEDRO por la puerta derecha y Don JUAN por la izquierda, que es por donde está la puerta izquierda de su aposento y encuéntranse en el tablado
PEDRO: Seáis, don Juan, bien llegado. JUAN: Vos, don Pedro, bien venido. ¿Cómo en el Parque os ha ido? PEDRO: Mal. JUAN: ¿Cómo? PEDRO: Como he hallado la dama que iba a buscar y creo que son desvelos de otro amante, cuyos celos ando por averiguar, para que desengañado cure con dolor al pecho, que es mi amigo el que sospecho, y está ya desconfïado. JUAN: ¿Es doña Clara la dama? PEDRO: Sí. JUAN: ¿Y el galán? PEDRO: Es un hombre de buena opinión y nombre; don Hipólito se llama, y esto para otro lugar. ¿Vos que habéis hecho? JUAN: Sentir, desesperarme, morir sin poderlo remediar. Decid, ¿qué traza daremos para que logre mi fe ver a doña Ana? PEDRO: No sé, que no hay verla; mas pensemos si habrá por dónde.
Sale ARCEO
[ARCEO]: Señor, don Hipólito, un tu amigo, te busca ahí fuera; testigo no puede venir peor, que él dirá cuanto supiere. JUAN: Por lo que puede pasar, presente tengo de estar a cuanto aquí sucediere, a vuestro lado. PEDRO: No es justo que os vea; a vuestro aposento os retirad. JUAN: Mucho siento... PEDRO: Don Juan, hacedme este gusto.
[Don JUAN y ARCEO se van al paño] Sale don HIPÓLITO
HIPÓLITO: ¿Qué hay, don Pedro, cómo estáis? PEDRO: A vuestro servicio, ¿y vos? HIPÓLITO: Al vuestro. PEDRO: ¿Pues qué miráis? HIPÓLITO: Si hay aquí más que los dos. PEDRO: No. ¿Qué queréis? HIPÓLITO: Que me oigáis. Esta mañana salí a ese verde hermoso sitio, a esa divina maleza, a ese verde paraíso, a ese parque, rica alfombra del más supremo edificio, dosel del Cuarto Planeta, con privilegio de Quinto, esfera, en fin, de los reyes, de Isabel y de Filipo, desde cuyo heroico asiento, siempre bella y siempre invicto, están, católicas luces, dando resplandor al indio, siendo en el jardín del aire ramilletes fugitivos... PEDRO: (¿En qué parará el venir Aparte a contar lo que yo he visto?)
Don JUAN al paño
JUAN: Sin duda sabe que allí hoy a su dama ha seguido y viene quejoso de él. De todo estaré advertido. HIPÓLITO: De cuantas al alba dieron envidia en varios corrillos, tejiendo corros sin orden, dando vueltas sin aviso, una embozada hermosa tal ventaja a todas hizo que obscureció con su sombra las demás luces: yo he visto salir al campo a traer rosas de sus jardines floridos, pero a dejar rosas no, sino hoy, que al desperdicio de un pie debió el campo cuantas fueron al contacto altivo, quedando blancos jazmines, quedando marchitos lirios. Bajaba por una cuesta una mujer, ¡qué mal digo!, un encanto, sí, embozado; disfrazado, sí, un hechizo. El sutil manto en celajes ya obscuros y ya distintos, o negaba o concedía el rostro. ¿Cuándo ha salido más hermosa el alba? ¿Cuándo se mostró el sol más lucido, que cuando el alba entre sombras, que cuando el sol entre visos da regateada la luz y anda dudoso el sentido haciendo apuesta entre sí, si lo ha visto o no lo ha visto? PEDRO: (Todo esto vendrá a parar Aparte en que doña Clara ha sido, por venir a hablar en ella). JUAN: ¡Oh, qué cansados estilos! HIPÓLITO: Coronaba sobre el manto los bien descuidados rizos, airoso un blanco sombrero por una parte prendido de un corchete de diamantes sobre un penacho que hizo lisonja al aire, diciendo a sus halagos rendido: "Pues inclinada la frente, sí a cuanto me dicen digo, mejor que mi dueño yo sé obligarme de suspiros". El talle era bien sacado, y de buen gusto el vestido más que rico; pero si era de buen gusto ¿qué más rico? Dejo aquí, por no cansaros, lo que en el Parque tuvimos, y voy a que la seguí a su casa, que atrevido entré en ella, que vi al sol cara a cara, que rendido, lo que antes diera por verla diera por no haberla visto después, porque de sus rayos mariposa mi albedrío, entró enamorando el riesgo, salió halagando el peligro. Esta, pues, mal lisonjeada beldad, turbado lo digo...
[Al paño]
ARCEO: Aquí es ello. JUAN: Escucha. PEDRO: (Ahora Aparte se va a declarar conmigo.) HIPÓLITO: ...es una vecina vuestra: esa pared sola ha sido la que su esfera divide, y pues que como vecino es fuerza... JUAN: ¡Ay de mí! ¿Qué escucho? PEDRO: (¿Qué haré si don Juan lo ha oído?) Aparte HIPÓLITO: ...que sepáis quién es, decidme su nombre, porque atrevido pienso adorar su belleza, y para todo es arbitrio entrar, don Pedro, informado, y más de tan buen amigo. JUAN: Estaba por responderle yo. ARCEO: Detente. PEDRO: (¿Quién se ha visto Aparte en igual duda? ¿Qué haré? Si quién es aquí le digo será alentar su esperanza; si lo niego es desvarío, pues podrá saberlo de otro; si el amor le significo de don Juan, su honor ofendo... Mas queden con buen estilo un amor desengañado, un honor seguro y limpio, y atajados unos celos con la verdad, sin peligro de no decir la verdad. Mucho haré si lo consigo). Don Hipólito, pues ya vuestra relación he oído, oídme a mí, y agradeced de que tan a los principios os halle este desengaño. La dama que habéis seguido, doña Ana de Lara es, y más que por su apellido ilustre por su virtud, que esa casa que habéis dicho es el templo de la Fama; paréceme desvarío seguir ese galanteo que os aseguro, os afirmo, que intentáis un imposible. HIPÓLITO: Yo noticia os he pedido, no consejo, y pues la llevo, quedad con Dios, que si altivo muriere mi pensamiento osado y desvanecido, de atrevimiento tan noble ¿qué más premio que el castigo?
Vase y sale don JUAN
JUAN: Decidme ahora, don Pedro, que el sol apenas ha visto en esta ausencia a doña Ana; más diréis bien, si ha salido de su casa antes que el sol a ser del Parque prodigio. PEDRO: No sé qué os diga. JUAN: Yo sí. PEDRO: ¿Qué? JUAN: Que huyamos el peligro; ya la he perdido dos veces; ya verla ni hablarla estimo. Haced que me busquen postas, que esta noche, ¡ah, cielo impío!, he de volver de una vez la espalda. PEDRO: Mirad... JUAN: Ya miro que en mi presencia hallo a otro en su casa, ¡estoy sin juicio!, y que en mi ausencia después sale, ¡con razón me aflijo!, a ser vista, ¡qué rigor!, de donde trae, ¡qué martirio!, nuevo amor. ¡Oh, quién quitara del año este mes florido! Mas no tiene culpa él; yo sí, que una sombra sigo, yo sí, que un áspid adoro, yo sí, que amo un basilisco. Mañanas de abril y mayo: noches para mí habéis sido.

Mañanas de abril y mayo, Jornada II



Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002