LUIS PÉREZ EL GALLEGO

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen LUIS Pérez, con la daga desnuda detrás de PEDRO, e ISABEL y CASILDA, deteniéndole
ISABEL: ¡Huye, Pedro! LUIS: ¿Dónde ha de ir, si yo le sigo? PEDRO: Las dos le detened. LUIS: ¡Vive Dios, que a mi mano has de morir! ISABEL: ¿Por qué le tratas así tan riguroso y crüel? LUIS: Por vengar, ingrata, en él las ofensas que hay en ti. ISABEL: No te entiendo. LUIS: Deja, pues, que mate a quien me ofendió, aleve hermana; que yo me declararé después contigo, y saldrá del pecho, envuelto en iras y enojos, por la boca y por los ojos todo el corazón deshecho. ISABEL: Cuando formas en mi daño máquinas y presunciones, aunque extraño tus acciones, mal tus razones extraño. ¿Tú descompuesto contigo, necio, atrevido, villano, mi enemigo y no mi hermano? LUIS: Y dices bien tu enemigo, pues el acero que ves, bañado quizá algún día en la sangre tuya y mía, pondrá un agravio a mis pies. PEDRO: (En tanto que quien metió Aparte paz en la ajena pendencia lleva lo peor, la ausencia me valga; que, ausente yo de este soberbio tirano, seguro resistiré con fuga de guardapié la daga de guardamano. Adiós, patria; que es forzoso no volver a verte más.) LUIS: Pedro, oye; pues que te vas más libre y más venturoso que tu traición mereció, advierte que desde aquí te guardes siempre de mí; porque, si por dicha yo de aquí a mil años te veo al cabo del mundo, allí no estás seguro de mí. PEDRO: Yo lo oigo y yo lo creo, y de la difinitiva no apelo, que la consiento. Y en cuanto a su cumplimiento, pues me permites que viva ausente, digo que iré, por complacer tus deseos, a vivir entre pigmeos. Mayor venganza no sé que a tus agravios se deba que es, huyendo de tus manos, ir a vivir entre enanos un desterrado hijo de Eva.
Vanse PEDRO y CASILDA
ISABEL: Ya se fue; solo has quedado conmigo, y he de saber qué causa llegó a tener tu deseo o tu cuidado. LUIS: Hermana, ¡pluguiera a Dios que nunca mi hermana fueras, porque al nacer no pusieras este nudo entre los dos! ¿Tú piensas que de ignorante he visto y disimulado, he conocido, he callado los extremos de un amante que te sirve y que pretende, no sólo manchar tu honor, sino la sangre y valor que de tus padres desciende? Pues no, Isabel, no he sufrido esta ofensa, este desprecio de inadvertido y de necio, sino de cuerdo, advertido y prudente, por medir mi sentimiento mejor; que los celos del honor una vez se han de pedir. Y, supuesto que ha de ser una vez sola y que estoy en la ocasión, sólo hoy mi sentimiento he de hacer público; por esto, hermana, sabe hoy de mí que lo sé; y si no, yo lo diré de otra manera mañana. Juan Bautista es quien desea favores tuyos. Sospecho que no hay valor en su pecho para que tu esposo sea. Esto basta que te diga por ahora el labio mío, por no decir que es judío. Este cuidado me obliga a salir de Salvatierra; que no fue en vano el venir a nuestra quinta a vivir las entrañas de una sierra. Y aun aquí no estoy seguro, pues con aquese crïado este papel te ha enviado, por cuya ocasión procuro darle muerte. Tú llegaste, colérico declaré lo que ha tanto que callé; habértelo dicho baste, para que haya alguna enmienda de este amor entre los dos; porque si no, ¡vive Dios, que si llego a que él entienda que este recelo he tenido, y que no lo he remediado, que, loco y deseperado, colérico y atrevido, le ponga a su casa fuego, quitando a la Inquisición ese trabajo. ISABEL: Bien son de hombre colérico y ciego tus razones, pues a mí, sin prevenir su disculpa, me haces dueño de la culpa que no tengo. LUIS: ¿Cómo así? ISABEL: Como cualquiera mujer nace sujeta a los daños que en lisonjeros engaños causa nuestro proceder. LUIS: Dijeras, hermana, bien, y esa disculpa lo fuera, cuando el papel no me diera color e indicio también de que tú... ISABEL: Calla; que ha sido mucho apurar. ¿Qué me quieres, Luis? Considera que eres mi hermano, no mi marido. Y, no siéndolo, si fueras cuerdo en aquesta ocasión, cualquiera satisfacción estimaras y admitieras, porque es mejor engañarse quien no puede remediar el daño que no esperar a que llegue a declararse del todo. Yo soy tu hermana, mis obligaciones sé. Hoy digo esto, y lo diré de otra manera mañana.
Vase
LUIS: Dices bien; pues mejor fuera, con cautela o con engaño, que disimulara el daño la satisfacción primera. Yo lo erré; ya de otra suerte me importará proceder. ¡Ay hermana, tú has de ser causa infeliz de mi muerte!
Sale CASILDA
CASILDA: Un gallardo portugués a nuestra quinta ha llegado. Pregunta por ti. LUIS: (Cuidado, Aparte disimulemos.) Di, pues, que entre.
Vase CASILDA. Sale MANUEL Méndez
MANUEL: Si más tardara, Luis Pérez, esta licencia, mi deseo o mi paciencia otro instante no esperara. LUIS: Mil veces, Manuel, me da los brazos, que el nudo fuerte, aunque le rompa la muerte, desatarle no podrá. ¿Qué buena venida es ésta? ¿Vos en Salvatierra? MANUEL: Sí; y el haber llegado aquí muchos cuidados me cuesta y peligros de la vida. LUIS: Pesárame que vengáis sin gusto. MANUEL: Si vos me honráis, todo mi dolor se olvida. LUIS: Hasta saber qué tenéis y qué causa os ha traído aquí y qué os ha sucedido en Portugal, me tendréis cuidadoso. Y, aunque sea demasiada ejecución en la primera ocasión saberlo, tanto desea partir vuestro sentimiento mi pecho que me ha obligado a salir deste cuidado. ¿Qué tenéis? MANUEL: Estadme atento. Ya os acordaréis, Luis Pérez, si no es que la ausencia ha hecho su oficio en vuestra amistad, de aquel venturoso tiempo que mi huésped en Lisboa vivisteis, por los sucesos que de Castilla os llevaron a honrar mi casa. Mas esto no es del caso; ahora en el mío a lo que importa lleguemos. Ya os acordaréis también de aquel venturoso empleo que tuvo dentro de mí cautivo mi entendimiento. No tengo que encarecer de mi pasión los extremos; soy portugués, esto baste, pues todo lo digo en esto. Doña Juana de Meneses es el adorado dueño de mi vida, imagen bella, en cuyo encarecimiento torpe desmaya la voz, mudo fallece el aliento, por ser deidad a quien hizo sacrificio el Amor mesmo, por ídolo de su altar, por imagen de su templo. Amantes vivimos, pues, dos años en el sosiego que una voluntad premiada vive, sin tener más celos de su divina hermosura que aquéllos no más, aquéllos que bastan a despertar con un temor, con un miedo la voluntad, pero no a matarla con desprecios. Con estos celos vivía más amante y más contento, porque sin celos amor es estar sin alma un cuerpo. ¡Mal haya quien tuvo nunca por medicina el veneno, quien entre blandas cenizas despierta el oculto fuego, quien ponzoñoso animal doméstica, quien soberbio se engolfa a sulcar el mar por solo entretenimiento! ¡Y mala haya, en fin, quien hace burla de sus mismos celos! Pues ése el veneno prueba que después le deja muerto; pues ése el áspid regala que después rompe su pecho; pues ése el cristal adula que es después su monumento; porque al fin los celos son, ya declarados los celos, mar soberbio, fuego airado, áspid vil, dulce veneno. Fue la ocasión de los míos un bizarro caballero, galán, valiente, entendido, liberal, prudentey cuerdo, que yo no vengo en su honor mis penas, aunque las vengo en su sangre; que una cosa es matar con el acero y otra ofender con la lengua. Y así de mí nunca creo que le tengo más seguro que cuando ausente le tengo. Este caballero, en fin, --dejando locos rodeos de imposibles pretensiones contra su honor y respeto-- la pidió al padre. No os digo, para decirlo de presto, sino que era rico; baste, pues ya he dicho en solo esto que entre un rico y un avaro hechos iban los conciertos. Llegó de la boda el día, dijera mejor --¡ay cielos!-- de su muerte, porque juntas bodas y exequias hicieron, mezclando lutos y galas su tálamo y monumento. Porque apenas prevenidos los amigos y los deudos estaban, y ya la noche, tendiendo su manto negro, bajó más llena de horror, cuando temerario entro en su casa y, entre todos, desesperado y resuelto, busqué al novio, a quien hablaron la mano y la lengua a un tiempo. Aquélla dijo, "Yo soy de aquesta hermosura dueño;" y ésta de dos puñaladas le dejó en la tierra muerto, imitando trueno y rayo el puñal con el acento, dando mi acero la lumbre y dando su voz el trueno. Alborotáronse todos, y yo entre todos dispuesto a reñir, no por vivir sino por matar muriendo, cogí, saliéndome altivo, que entre el ruido y el estruendo no fue muy dificultoso, a doña Juana, a quien luego puse en un caballo --mal digo-- en un alado viento, tan veloz... Mas ¿para qué su ligereza encarezco, pues basta decir que fue tan obediente y ligero que me pareció veloz a mí, con venir huyendo? La raya de Portugal pasamos, y ya en el suelo castellano saludamos su tierra, que es nuestro puerto. A Salvatierra venimos, seguros de que hallaremos en vos amparo, Luis Pérez.
Arrodíllase
A vuestro pies estoy puesto; amigos somos los dos, y amigos tan verdaderos que a nuestra amistad le debe láminas de bronce el tiempo. Hospedad a un infeliz, no tanto, amigo, por serlo como porque a vuestras plantas de vos se vale; que es cierto que es obligación que debe un noble; y, si no por esto, por una dama a quien yo en esa alameda dejo a la orilla de ese río; porque, hasta hablaros y veros, no quise que ella viniese conmigo; y ahora, viniendo a buscaros, de un criado supe que en este desierto, en esta quinta vivís, donde a vuestros brazos llego agradecido, obligado, confïado, satisfecho, temeroso, perseguido y enamorado. No puedo pasar de aquí; que pues dije enamorado, yo creo que se me debe el favor de justicia y de derecho. LUIS: Tan ofendido he quedado de escuchar los cumplimientos con que me habláis, Manuel Méndez, que estoy por no responderos. Para decirme, "Luis Pérez, un hidalgo dejo muerto, conmigo traigo una dama y a vuestra casa me vengo," ¿era menester andar por frases y por rodeos? Mas quiero enseñaros yo, dejando encarecimientos, del modo que habéis de hablar. Escuchad, Manuel, atento. Vengáis a esta vuestra casa por muchos años y buenos, adonde seréis servido. Y así volved al momento donde esa dama dejáis, y traedla donde creo que esté segura y gustosa; que yo en la quinta me quedo y no salgo a recibirla porque no sé cumplimientos; y quiero quedarme aquí a prevenir todo aquello que a su servicio convenga. MANUEL: Dejad que otra vez el pecho agradecido os conozca por amigo verdadero. LUIS: Andad, señor; que estará, viéndose en extraño suelo, con cuidado esa señora; y no es justo deteneros.
Vase MANUEL
¡Isabel!
Sale ISABEL
ISABEL: ¿Qué es lo que quieres? LUIS: Decirte que, si algún tiempo te ha merecido mi amor algún agradecimiento, en esta ocasión lo muestres. Deja el enojo y no demos que decir a los extraños; que para todo habrá tiempo; porque has de saber que en casa unos huéspedes tenemos, a quien debo obligaciones, y pagárselas pretendo. Manuel Méndez viene aquí con su mujer. ISABEL: En aquesto y en todo te serviré.
Dentro ruido de espadas
Mas ¡valgame Dios! ¿Qué es esto? LUIS: Notable ruido de armas y voces.
Dentro
** ALGUACIL 1: O preso o muerto le hemos de llevar. ALGUACIL 2: En vano le seguimos. ISABEL: Allí veo un hombre que en un caballo viene de muchos huyendo. ALGUACIL 1: Tiradle.
Disparan dentro
ISABEL: ¡Válgate Dios! LUIS: ¿Qué fue? ISABEL: Dejáronle muerto de un arcabuzazo. LUIS: Antes fue más felice el suceso, porque las ardientes balas a solo el caballo hirieron. Sangriento queda en la arena y, en pie el caballero puesto, defendiéndose la vida, rayos esgrime de acero. ISABEL: Ya, de todos acosado, llega a nuestra quinta.
Sale don ALONSO con la espada desnuda
ALONSO: ¡Cielos, amparad a un desdichado que ya, rendido el aliento, desfallece! LUIS: Pues ,señor don Alonso, ¿qué es aquesto? ALONSO: No me puedo detener a contarlo; sólo os ruego, Luis Pérez, que me amparéis; que por lo que dejo hecho, me importa entrar esta tarde en Portugal. LUIS: Pues buen pecho, que para estas ocasiones es el generoso esfuerzo. Cerca está la puente ya de ese río, donde vemos que se dividen Castilla y Portugal. Si entráis dentro, seguro estaréis de cuantos os siguen; que yo me quedo en lo estrecho de este monte y esta quinta a detenerlos. No os seguirán sin que a mí me dejen pedazos hecho. ALONSO: En el valor desos brazos bastante muralla dejo que me defienda la vida. ¡La vuestra guarden los cielos!
Vase. Salen el CORREGIDOR, ALGUACIL 1, ALGUACIL 2, y los que pudieren
ALGUACIL 1: Por aquesta parte fue. LUIS: Pues, señores, ¿qué es aquesto? ¿A quién buscáis? CORREGIDOR: ¿Don Alonso de Tordoya no fue huyendo por aquí? LUIS: Ya estará cerca de la puente, porque el viento pienso que le dio sus alas. CORREGIDOR: Vamos tras él. LUIS: Deteneos. CORREGIDOR: ¿Qué es detenerme? LUIS: Señor corregidor, ya habéis hecho la diligencia que os toca. No sigáis a un caballero tanto; porque la justicia no ha de extender el derecho que tiene todas las veces. CORREGIDOR: Quedárame a responderos, si no pensara alcanzarle. LUIS: Escuchad, señor. CORREGIDOR: Sospecho que pretendéis detenerme. LUIS: Si conveniencias y ruegos no bastan a hacer con vos que no sigáis este intento, cuando por fuerza lo hagáis, no tendré que agradeceros. CORREGIDOR: ¿De qué suerte? LUIS: A cuchilladas. Porque ya una vez dispuesto a defender este paso, he de cumplirlo resuelto. ¡Vive Dios, que ningún hombre de cuantos presentes veo ha de pasar de esta raya!
Hace una raya
CORREGIDOR: ¡Matadle! LUIS: ¡Quedo, teneos! CORREGIDOR: ¡Matadle! ALGUACIL 1: ¡Muera Luis Pérez! LUIS: ¡Gallinas, villanos, perros, canalla, así muero yo!
Mételos a cuchilladas
ALGUACIL 1: ¡Herido estoy! ALGUACIL 2: ¡Yo estoy muerto!
Vanse. Salen doña JUANA y MANUEL
JUANA: Nunca me ha parecido, Manuel, que a tus finezas he debido otra mayor que ahora, en venir tan apriesa. MANUEL: Mi señora, Amor, que solicita mis glorias, imposibles facilita. No llegué a Salvatierra, que en las entrañas de esta oculta sierra hallé lo que buscaba. En una casa de placer estaba Luis Pérez, un amigo, cuyo valor ofendo si le digo. Aquí vive contento y parece que a nuestro pensamiento el consejo ha pedido, pues aquí nuestro amor más escondido, no entrando en Salvatierra, vivirá más seguro en esta tierra. JUANA: Manuel, quien ha dejado patria, padre y honor, y en este estado aun vive agradecida de que le queda que perder la vida por ti, nada desea sino que sola esta montaña sea templo de la fineza, venciendo a su firmeza mi firmeza.
Sale don ALONSO
ALONSO: ¿Adónde mi destino me lleva, sin consejo y sin camino, por aquesta alameda, sin que el cielo un alivio me conceda? Aun el aliento mío ya falta, y ya rendido desconfío de que pueda librarme. Cansado en este suelo he de arrojarme. ¡Muerto soy! ¡Ay de mí! ¡Válgame el cielo! JUANA: Gente siento. MANUEL: Es verdad; allí en el suelo rendido un caballero está, en la mano el desmayado acero. Lo que es sabré. --Señor, ¿estáis herido? ALONSO: Guárdeos el cielo, hidalgo; que no ha sido sino cansancio solo; ya me aliento. Quien presumió parejas con el viento hoy desmayado yace, y él es en mí quien tal extremo hace. MANUEL: El ánimo es valiente, no desmaye.
Dentro
VOCES: Tomad, tomad la puente, porque escapar no pueda. ALONSO: Mayor desdicha es la que me queda. ¿Qué he de hacer? Que esta gente es la que me siguió; que, aunque valiente un amigo me guarda las espaldas, ya el verlos me acobarda, porque tengo por cierto, pues siguiéndome vienen, que le han muerto.
Sale LUIS Pérez
LUIS: La puente me han tomado y el paso, y aun el cielo se ha cerrado para mí. Esta espesura será de mi cadáver sepultura. MANUEL: Luis Pérez, pues, ¿qué es esto? LUIS: Una desdicha en que el valor me ha puesto, por librar a un amigo de la muerte. MANUEL: Conmigo ya, Luis Pérez, estáis; muramos juntos; pues de amistad y amor somos trasuntos. ALONSO: Quien culpa tiene, y de la causa es dueño, también sabrá morir. LUIS: (En grande empeño Aparte estoy; mas esto es siempre lo primero.) Manuel, oíd; lo que rogaros quiero es que en defensa mía la espada no saquéis aqueste día; que, aunque me va la vida en verla de ese brazo defendida, me va el honor en veros en mi ausencia en mi casa. Mirad la diferencia de la vida al honor. MANUEL: Yo no os entiendo. Si os vienen a buscar, morir pretendo. ¡Bueno fuera que os viera reñir, y que la espada me tuviera en la cinta envainada! JUANA: ¿Adónde habrá mujer más desdichada?
Dentro
** ALGUACIL 1: Por aquí van. MANUEL: Ya llegan donde estamos. Aquí los tres en vano procuramos de tantos defendernos, porque habrán de matarnos o prendernos. ALONSO: ¿Qué haremos? LUIS: ¿Tendréis brío para arrojaros y pasar el río a nado? ALONSO: Sí, tuviera valor, Luis Pérez, si nadar supiera. LUIS: Pues no temáis asombros; que el río he de pasaros en mis hombros. Manuel, determinado en esto, honor y vida habré guardado; la vida, con ponerme en Portugal, pues no podrán prenderme; y el honor, con dejaros en mi casa. No tengo que explicaros más de que dejo en ella todo mi honor en una hermana bella. Harto os he dicho. Adiós. MANUEL: Yo también digo harto en decir que soy un fiel amigo. En vuestra casa quedo... LUIS: Decid. MANUEL: ...y bien aseguraros puedo que no haréis falta vos.
Coge LUIS Pérez a don ALONSO y éntrase con él, como arrojándose al río. Hablan dentro
LUIS: ¡Válgame el cielo! JUANA: Delfín humano es ya del ancho hielo. LUIS: Manuel, mi honor os fío. MANUEL: Ya lucha a brazo con el centro frío. LUIS: Mirad por él. MANUEL: En tu lugar me dejas; no des al viento repetidas quejas. LUIS: ¡Adiós! MANUEL: ¿Quién hay que mi desdicha crea? JUANA: ¿Dónde iré yo que lástimas no vea?
Vanse. Salen el ALMIRANTE de Portugal y doña LEONOR, de caza
ALMIRANTE: Puesto que el Can del estío ni fallece ni declina, puedes, hermosa sobrina, a la orilla de este río descansar de la fatiga que te enoja y amenaza. LEONOR: Noble ejercicio es la caza. ¿A quién no mueve y obliga su malicia generosa? ALMIRANTE: Tienes, sobrina, razón, que es gallarda imitación de la guerra belicosa. ¿Qué es mirar de canes mil cercado un espín valiente, defenderse diestramente con navajas de marfil? A éste hiere, a aquél derriba y, sacudiendo derechas sus puntas, de humanas flechas parece una aljaba viva. ¿Qué es mirar luego un lebrel que, cuando la presa pierde, de rabia sus manos muerde, y vuelve a cerrar con él? Y los dos con más fiereza herir los bizarros cuellos, ley de duelo que hasta en ellos puso la naturaleza. LEONOR: ¿A quién no causa alegría esta lucha imaginada? Si bien a mí más me agrada del viento la cetrería. ¿Qué es ver, sin mortal desmayo, una garza --cuyo aliento átomo es de pluma al viento, al fuego de pluma rayo, y de una y otra suprema región el término errante escala-- que en un instante ya se hiela o ya se quema; porque con medida tanta bate las alas, si vuela, que si las baja, las hiela, las quema, si las levanta? ¿Qué es ver dos halcones luego hacer puntas, que esto es batir la vela, y después, cometas sin luz ni fuego, retar la garza, que diestra corre, siendo a tanto viento poca valla un elemento, un cielo poca palestra? ¿Y, acudiendo aquí y allí, de dos contrarios vencida, bajar en sangre teñida una estrella carmesí, cuya victoria y destreza no adquieren triunfos más graves? Que es duelo que hasta en las aves puso la naturaleza.
Sale PEDRO
PEDRO: (¿Qué tierra es ésta? No sé Aparte por dónde camino, lleno de mil temores. ¡No es bueno, que cansa el andar a pie! A Portugal he pasado, por ver si hallo en Portugal consuelo alguno en mi mal, ya que fui tan desdichado alcahuete. ¡Ved qué espantos, que aun en el primer indicio vine a perderme en oficio en que se han ganado tantos! ¿Qué he de hacer? Gente hay aquí y, a lo que el semblante ofrece, gente principal parece. Si se doliese de mí, que soy niño y solo, y nunca en tal me vi.) ALMIRANTE: Si te quieres retirar a la quinta, porque el sol, fénix del cielo y farol de belleza singular, ya se ausenta, llamaré quien traiga en tanto rigor un caballo.-- ¡Hola! PEDRO: ¿Señor? ALMIRANTE: ¿Quién sois vos? PEDRO: Pues yo ¿qué sé? ALMIRANTE: ¿Servísme? Porque no os vi otra vez en este suelo. ¿Sois mi crïado? PEDRO: Serélo, si no lo soy. Hele aquí un cuentecito. Entró un día en el palacio real un don Fulano de Tal, que al rey ni al mundo servía. Vio que a la hora de comer los de la cámara todos, con mil políticos modos, porque habían de traer las viandas, se quitaban las capas. El se quitó la suya, y en el cuerpo entró donde los demás entraban. Un mayordomo llegó, advirtiendo lo que hacía, preguntándole si había jurado; y él respondió, "No, señor; mas juraré, si eso importa." Lo que quiero es serviros; que primero votaré y renegaré, cuan[t]o más jurar. ALMIRANTE: Humor gastáis. PEDRO: No tengo otra cosa que gastar; es generosa mi mano, y así, señor, gasto lo que tengo.
Dentro LUIS Pérez
LUIS: ¡Ay triste! LEONOR: ¿Qué voz es aquélla, cielos? ALMIRANTE: Sobre ese campo de hielos un hombre a brazos resiste de las ondas el furor. LEONOR: Y ya entre abismos y asombros intenta sobre los hombros librar de tanto rigor a otro infelice.
Dentro don ALONSO
ALONSO: ¡Ay de mí! ALMIRANTE: Llegad y socorreréis ese hombre, y así tendréis mi gracia. PEDRO: Si desde aquí basto, yo socorreré sus desdichas. Mas, señor, soy pesado nadador. LEONOR: Ya la arena puerto fue de su tormenta.
Salen LUIS Pérez y don ALONSO, mojados
ALONSO: ¡Divinos cielos, mil gracias os doy! LUIS: ¡Vive Cristo, que ya estoy libre de esos cristalinos ímpetus! ALMIRANTE: Llegad, llegad; que daros favor deseo. PEDRO: Ahora sí...(Mas ¿qué veo?) Aparte
Vase retirando PEDRO
ALMIRANTE: ¿A tanta necesidad os retiráis? PEDRO: Yo nací piadoso y, viendo a los dos, me desmayo. (¡Vive Dios, Aparte que se ha venido tras mí Luis Pérez, por castigar aquella alcahuetería de su hermana y ama mía! Cierto es, me viene a matar. De aquí me importa a la guerra ir; pues en desdicha tal, de Castilla y Portugal en un día me destierra.)
Yéndose
ALMIRANTE: ¿Adónde vais? PEDRO: Hame dado de repente un accidente y así me voy de repente; y lo jurado jurado.
Vase
ALMIRANTE: Él es loco.-- ¡Ha, caballero! Dad al aliento valor en mis brazos. ALONSO: Hoy, señor, la vida de vos espero. ALMIRANTE: ¿Quién sois? Porque me han movido vuestras desdichas aquí; bien podéis fiaros de mí. ALONSO: Por no hablar inadvertido, sepa quién sois, y sabréis por qué en este estado estoy. ALMIRANTE: Sí haré. El almirante soy de Portugal. Bien podéis declararos ya; que labra tanto la piedad en mí que de ampararos aquí os doy la mano y palabra. ALONSO: Yo la acepto; y ahora digo que soy de la ilustre casa de los Tordoyas, linaje en toda aquesta comarca estimado. Don Alonso es mi nombre. Esta mañana, celoso de un caballero, entré en casa de una dama. Halléle en ella y le dije que en el campo le esperaba. Salió en fin, como quien era, con su capa y con su espada; reñimos, cayó en la tierra muerto de dos estocadas. ¡Desdicha fue! En este punto ya todo el lugar estaba alborotado, y salió la justicia a la campaña. Quiso prenderme; escapéme en un caballo a quien alas le ofreció mi pensamiento, y a quien la justicia mata de un arcabuzazo. A pie corrí y llegué hasta una casa de placer, a cuya puerta vi que, por mi dicha, estaba Luis Pérez. LUIS: Aquí entro yo; y así diré lo que falta. Mirando tan perseguido a don Alonso, y de tanta gente, le ofrecí guardar con mi pecho sus espaldas. Está a la falda del monte esta casa, que la llaman de placer, y de pesar ha sido por mi desgracia; de suerte que allí se estrecha el paso a la misma falda; y así era fuerza que todos delante de mí pasaran. Aquí pretendí primero, ya con corteses palabras, ya con ruegos, persuadir al corregidor dejara de seguir a don Alonso. No quiso, y con arrogancia quiso alcanzarle, y lo hiciera si yo con sola esta espada no lo defendiera al punto --¡voto a Dios!-- a cuchilladas, en cuya refriega pienso que me di tan buena maña que herí algunos cuatro o cinco. ¡Querrá Dios que no sea nada! Viéndome, pues, más culpado ya que don Alonso estaba, pretendí que me valiese antes el salto de mata que ruego de buenos. Viendo cerrado el paso y tomada la puente, con don Alonso en los brazos y la espada en la boca, arrojé entonces, como dicen, pecho al agua. Llegamos aquí, dichosos mil veces, pues nos ampara el valor de vuecelencia, donde no hay que temer nada, supuesto que de ampararnos ha dado aquí la palabra. ALMIRANTE: Yo la di, y la cumpliré. ALONSO: Y será fuerza aceptarla; que es grande el competidor. ALMIRANTE: Pues ¿cómo el muerto se llama? ALONSO: Supuesto que es caballero digno de toda alabanza, pues siempre se vieron juntos el valor y la desgracia, y que no pierde, en nombrarle, su nombre, honor, lustre y fama, es don Diego de Alvarado. LEONOR: ¡Ay de mí! ¡El cielo me valga! ¡Aleve! ¿A mi hermano has muerto? ALMIRANTE: ¡Traidor! ¿Mi sobrino matas? LUIS: ¡Cuerpo de Cristo conmigo, pues esto ahora nos falta! Ahora bien, por sí o por no, volveré a tomar la espada.
Toma la espada
ALONSO: Vuecelencia se detenga, señor, y mire que agravia en un rendido su acero si con mi sangre le mancha. Yo di cuerpo a cuerpo muerte a don Diego en la campaña, sin traición ni alevosía, sin engaño y sin ventaja. Pues ¿de qué quiere vengarse? Fuera de esto, ¿la palabra de vuecelencia, señor, cuándo en ningún tiempo falta? LUIS: Y si no ¡viven los cielos, que, si esgrimo la hojarasca y viene Portugal junto, de oponerme a la demanda! ALMIRANTE: (¡Válgame Dios! ¿Qué he de hacer Aparte en confusión tan extraña? Aquí me llama mi honor, y allí mi sangre me llama. Pero partamos la duda.) Don Alonso, mi palabra es ley que se escribe en bronce; dila, y no puedo negarla. Mas mi venganza también es ley que en mármol se graba. Y por cumplir de una vez mi palabra y mi venganza, todo el tiempo que estuvieres en mi tierra, está guardada tu persona; pero advierte que, al salir de ella, te aguarda la muerte; que, si ofrecí defenderte hoy en mi casa, en mi casa te defiendo; pero no te di palabra de guardarte en el ajena. Y así, poniendo la planta en tierra del rey, verás que quien te libra te agravia, quien te asegura te ofende y quien te vale te mata. Vete ahora libre. LEONOR: Espera; que yo no he dado palabra de no ofenderte; y así, puedo tomar la venganza. ALMIRANTE: Tente, sobrina; y advierte que le defiendo. --¿Qué aguardas? Vete libre. Di ¿qué esperas? ALONSO: Besar tus invictas plantas por acción tan generosa. ALMIRANTE: No lo dirás cuando hayas dado a mi acero la vida. ALONSO: ¿Qué más airosa alabanza que morir a tales manos? LEONOR: ¡Sin vida voy! ALMIRANTE: ¡Voy sin alma! ALONSO: ¿Qué dices, Luis Pérez, de esto? LUIS: Que aun mejor está que estaba. Déjenos salir de aquí hoy, que en su poder nos halla; que, una vez allá, veremos quién se lleva el gato al agua.

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Luis Pérez el gallego, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002