JORNADA SEGUNDA


Salen MENÓN y SEMÍRAMIS, de villana
MENÓN: En esta apacible quinta, adonde el mayo gentil los países que el abril dejó bosquejados, pinta, aunque es esfera sucinta para el sol de tu hermosura, cuya luz ardiente y pura, vence al rosicler del día, bella Semíramis mía, es donde estarás segura, en tanto, ¡ay de mí!, que yo vuelvo a la corte a asistir. SEMÍRAMIS: ¿Luego no tengo de ir contigo a la corte? MENÓN: No. Mi amor tus hados temió, y así, aquí a vivir disponte, pues este florido monte, verde emulación de Atlante, no está dos millas distante de Níníve, su horizonte. Y así, sin que los divida más que esa punta elevada, que está de nubes tocada y de flores guarnecida, en ese traje vestida por sus campos te divierte, que yo, mi bien, vendré a verte cada noche. SEMÍRAMIS: Bien, Menón, muestras así cuántos son los acasos de mi suerte, vasallos de tu albedrío; pues el mío en este día, sólo hacerme compañía es lo que tiene de mío. MENÓN Bien de tus finezas fío todo aquese rendimiento, y bien de mi pensamiento fío que te le merece, pues sólo a vivir se ofrece a tanta hermosura atento, Tú a mi amparo agradecida, y con mi amor enojada, mi amparo te halló obligada y mi amor te halló ofendida. Dijísteme que tu vida hija de un delito era de amor, y que así no [fu]era posible tener amor a quien primero tu honor, que su gusto, no quisiera. Palabra de ser tu esposo te ofrecí; con que no alcanza mi fe más que la esperanza de que seré tan dichoso; si en este estado amoroso hoy a la Corte me voy, y dejo tu beldad hoy aquí, bien me ha disculpado el ver cuán amenazado de tus influjos estoy. Yo no, me puedo casar, que esto es obediencia y ley, sin dar cuenta de ello al rey; mientras lo voy a tratar y lo vuelvo a efectuar, que en esta quinta te estés, prevención, no prisión es; aunque todo lo es, señora, que no he de negarte agora lo que has de saber después. Pues si ocultarte pudiera, tanto mi amor te ocultara, que ni el sol viera tu cara ni el aire de tí supiera; si hacerla pudiera, hiciera una torre de diamante; y para que más constante fuese, Semíramis bella, a todas las llaves de ella quebrara luego al instante. Pero esto es encarecer mis afectos, y no más, que dueño, mi bien, serás, llegando mi esposa a ser, de alma, vida, honor y ser; que mal hoy de tu lealtad, para mi seguridad, yo, Semíramis, pretendo tener las llaves, teniendo tú las de mi libertad. SEMÍRAMIS: Tan sagrado es el preceto tuyo, que humilde y postrada, vivir del sol ignorada, y aún de mí misma prometo. Yo de mí misma, a este efeto, no sabré; porque si a mí yo me pregunto quién fui, yo a mí me responderé que yo no lo sé, e iré a preguntártelo a ti. MENÓN: Los villanos que vinieron de Ascalón para servirte, aquí podrán divertirte, pues tanto gusto te dieron. SEMÍRAMIS: Es verdad, porque ellos fueron en quien lisonja hallé alguna, cuantas veces importuna atormenta mis cuidados la tormenta de mis hados y el rigor de mi fortuna.
Sale LISÍAS
LISÍAS: Ya, señor, la, gente espera que contigo ha de partir. MENÓN: ¡Oh, quién se pudiera ir de suerte que no se fuera! Adiós, dueño mío, y espera que presto a verte vendrá quien sin ti y sin alma va, aunque siempre será tarde. SEMÍRAMIS: Júpiter tu vida guarde. MENÓN: Y la tuya aumente.
Vanse MENÓN y LISÍAS
SEMÍRAMIS: Ya, grande pensamiento mío, que estamos solos los dos, hablemos claro yo y vos, pues sólo de vos confío. Mi albedrío, ¿es albedrío libre o esclavo? ¿Qué acción, o qué dominio, elección tiene sobre mi fortuna, que sólo me saca de una para darme otra prisión? Confieso que agradecida a Menón mi voluntad está; pero ¿qué piedad debe a su valor mi vida, de un monte a otro reducida? Aunque si bien lo sospecho, la causa es, que de mi pecho tan grande es el corazón, que teme, no sin razón, que el mundo le viene estrecho, y huye de mí. En fin, ¿jamás más que un bruto no he de ser? Cielos, ¿no tengo de ver, sino imaginar no más, cómo es el vivir?
Dentro CHATO [y SIRENE]
CHATO: Sí harás. SEMÍRAMIS: ¿Quién me ha respondido? SIRENE: Dios, que en eso el mundo a los dos oirá. CHATO: Sí oirá, que ya sé.. SEMÍRAMIS: Si hablas conmigo, di, ¿qué? CHATO: Que todo el mundo con vos no se podrá averiguar, porque sois una atrevida; pero costaráos la vida. SEMÍRAMIS: Ya me deja ese pesar que temer y que dudar. SIRENE: El mesmo rey sabrá presto quién sois. SEMÍRAMIS: En dudas me ha puesto una cosa. CHATO: Claro está; pero a alguna pesará más que a mí. SIRENE: ¡Ay de mí!
Sale SIRENE huyendo, y CHATO tras ella
SEMÍRAMIS: ¿Qué es esto? CHATO: Un poco es. SEMÍRAMIS: Mirad que yo estoy aquí. CHATO: Y aun por eso, si la verdad os confieso, quijera que agora no os vais, cuando a agarrar llego el garrote. SEMÍRAMIS: ¿No os tenéis? CHATO: Dejadla pegar; veréis [la gracia con] que la pego. SIRENE: Tenle, señora. SEMÍRAMIS: Mirad. CHATO: Éste ya está levantado y ha de caer hacia algún lado; porque no os coja, apartad, que así quedarme no es bien toda mi vida, señora. SEMÍRAMIS: Pues ¿porqué reñís agora? SIRENE: Yo lo diré. CHATO: Yo también. SIRENE: No lo habéis vos de decir porque sos un embustero. CHATO: No me quedo a vos zaguero en materia de embustir. SIRENE: Yo habraré. CHATO: No, sino yo. SIRENE: No conviene. CHATO: Sí conviene. SEMÍRAMIS: Decid vos; callad, Sirene. CHATO: Oíd si tengo causa o no. Finalmente quiso Dios, como digo de mi cuento, si no lo habéis por enojo, que al vivir en nueso puebro, cuando allí estuvo el Rey Nino, le dieron alojamiento en nuesa casa a un soldado, cariñoso por extremo; pues desde el primer instante que entró, nos vino diciendo que abrazaba en cortesía si en ella se abraza recio. He aquí que Menón se estuvo, algunos días, primero que despachase la gente. He aquí que el soldado nueso también se estuvo; llegó de la despedida el tiempo; fuéronse todos, y a él solo le pareció que era presto; estúvose un poco más que los otros, que, en efeto, quien no hace más que otro, más no vale, dice un proverbio. Mostrábale mala cara yo--bastaba la que yo tengo--, y buena Sirene, si es que la suya puede serlo. Él que no estaba muy ducho en entender bien a gestos, el de Sirene entendía, y no el mío; con aquesto comía como un descosido, que es poco como un hambriento. Harto ya, o por no hacer falta en la guerra, trató luego de partirse, mas mandó que le vengamos sirviendo. Bien pensé yo, y pensé mal, que fuera la ausencia medio para que el señor soldado mos dejara; pues fue yerro; que entrando a comer agora, me le hallé en casa, diciendo, "¿Era hora de venir? Amigo, un siglo ha que espero." No habré palabra, que diz que el reñir no es buen acuerdo a las horas del comer; comimos, y él muy contento se fue, hasta hora de cenar, a pasear por esos cerros. Yo, en viéndome solo, dije, "Ah, Sirene, ¿cómo es esto? ¿Fuera de las cinco leguas tiene aqueste alojamiento jurisdicción?" Ella entonces me dijo que, si la aprieto, se ha de huir de mí. "Sí harás," la dije un poco más recio, y aquí comenzó el amago. Vióle y dijo. "Sobre eso el mundo nos ha de oír." "Sí oirá," dije, "porque es cierto que no se ha de averiguar con vos todo el mundo entero, porque sos una atrevida." "El rey," dijo, "ha de saberlo." "Sí sabrá," la respondí, "pero pesarále de ello más a otro." Y cayó el amago, dio gritos, vino corriendo, llegasteis vos, y quedóse por hoy remitido el pleito hasta que el señor soldado venga y diga qué hay en esto. SEMÍRAMIS: (¡Cuánto, si agora estuvieran Aparte con gusto mis pensamientos, de aquesta simplicidad me riera! Mas no puedo; que fuera hacer de la risa desaire a mis sentimientos.)
Vase SEMÍRAMIS
CHATO: Fuése sin hablar palabra. ¿Si es el soldado su deudo? SIRENE: ¿Qué había de hablar a un hombre que tiene tan mal pergeño, que de su mujer legítima aún es malo lo que es bueno? CHATO: ¿Pues es bueno que otro coma, y yo calle? SIRENE: Deteneos. Si éste es un pobre soldado, ¿no ha de buscar su remedio? CHATO: ¿Digo yo que no le busque? Más búsquele en el infierno. SIRENE: ¿Porqué no le decís vos que se vaya? CHATO: No me atrevo. SIRENE: Pues si vos no os atrevéis, ¿qué puedo hacer yo? CHATO: Atreveros, y decirle que se vaya; que por vos lo hará más presto. SIRENE: ¿Yo decirle tal? ¡Mal año!
Vase SIRENE
CHATO: Será por tenerlo bueno. ¿Qué haré yo de este soldado? Vulcano, a ti me encomiendo; dímelo tú, pues que tú eres dios que entiendes de esto.
Vase CHATO, y sale MENÓN y NINO por otra puerta, y gente
MENÓN: Hasta llegar a tus plantas, que son mi centro y mi esfera, violento diré que estuve. NINO: Con bien, noble Menón, vengas; alza del suelo; a mis brazos, que son centro tuyo, llega. ¡Oh, cuántas veces mi amor te ha culpado tanta ausencia! MENÓN: ¿Cómo en Nínive te hallas? NINO Muy mal hallado se muestra mi corazón en el blando monstruo que en la paz se engendra. Por ser imagen la caza, de la guerra salgo a ella; y así, para aquesta tarde los monteros se prevengan. ¿Cómo la gente partió? MENÓN: Rica, señor, y contenta. NINO: Y dime, ¿Ascalón no es una provincia muy bella? MENÓN: Es dádiva de tu mano; no hay más con que la encarezca. Fuera de que, cuando no fuese fértil y opulenta de cuantos dones reparte pródiga Naturaleza, todo lo fuera, señor, por un tesoro que en ella he descubierto, que a ti traición negártelo fuera. NINO: ¿Qué tesoro? MENÓN: Una mujer prodigiosa. NINO: ¿Y hay quien tenga una mujer por tesoro? MENÓN: Sí, señor. NINO: Por más que sea bella y sabía, que son partes que hacerla pueden perfecta, ¿será más de una mujer? MENÓN: Más será. NINO: ¿De qué manera? MENÓN: Siendo un asombro, un prodigio; y así, me has de dar licencia para pintártela, siendo hoy el lienzo tus orejas, mis palabras los matices, y los pinceles mi lengua. Estaba de toscas pieles...
Dentro
VOCES: ¡Plaza, plaza! NINO: Tente, espera no prosigas la pintura hasta que quién causa sepas ese rumor que he sentido. MENÓN: Mi señora la princesa de su cuarto pasa al tuyo, y ya en esta sala entra.
Salen IRENE y SILVIA
IRENE: A daros la bienvenida, o recibimos pudiera... MENÓN Guárdeos el Cielo, aunque ya tarde lo uno y lo otro sea. IRENE: Dame, gran señor, tu mano. NINO: ¡Oh, Irene divina y bella! Bien este favor merece mi amor. IRENE: No me lo agradezcas, que una pretensión me trae. NINO: ¿Qué habrá que negarte pueda? Sin saberla, la concedo; di agora, pues. IRENE: Ya te acuerdas que en la batalla de Lidia quedé en el campo por muerta; que me dio vida un soldado y me llevó hasta mi tienda. Pues este soldado agora, por no volverse a su tierra sin que el socorro le pague, me ha hecho contigo tercera de su pretensión. NINO: ¿Qué ha sido? IRENE: Servirte, señor, intenta en la Corte. NINO: Tú, después, infórmate de quién sea, y, conforme a su persona, oficio en mi casa tenga. IRENE: Silvia! SILVIA: Señora. IRENE: A un crïado di que le dé la respuesta. Con esto, señor, si estás divertido en tus diversas obligaciones, no es justo que estorbe; dame licencia. NINO: Nunca tú, Irene, has podido estorbar, Y más en esta ocasión, donde no son los despachos la materia que se trata; antes, agora estimo que a tiempo vengas en que, escuchando a Menón, algún rato te diviertas; porque pintándome está una divina belleza, no perturbemos agora al gusto con que lo cuenta. Prosigue de esa hermosura muy por extenso las señas. IRENE: Sí, Menón. Y yo también me holgaré ya de saberlas. MENÓN: Ya no podré yo decirlas, que retórica muy necia será, habiendo vos llegado, que otra hermosura encarezca. NINO: La que es deidad no es mujer, ni hace número con ellas. Irene es deidad, Menón; di lo que dices, y piensa que será ofenderla más la atención de no ofenderla. IRENE: Si no os riñera mi hermano, yo de otra suerte os riñera. Decid; que yo ser no puedo para nada consecuencia. MENÓN: Sí haré. (¿Qué temo, si ya Aparte poco importa que se ofenda?) Digo, señor, que en el centro hallé de una oscura cueva bruto el más bello diamante, bastarda la mejor perla, tibio el más ardiente rayo, y la más viva luz, muerta. Estaba de toscas pieles vestida, para que hicieran lo inculto y florido a un tiempo armonía más perfecta; bien como un bello jardín en una rústica selva, más bello está cuando está de la oposición más cerca. Suelto el cabello tenía, que en dos bien partidas crenchas, golfo de rayos al cuello inundaba; y de manera con la libertad vivía tanta república de hebras ufana, que inobediente a la mano que las peina, daba a entender que el precepto a la hermosura no aumenta, pues todo aquel pueblo estaba hermoso sin obediencia. Ni bien rubio, ni bien negro su variado color era, sino un medio entre los dos; como en la estación primera del día luces y sombras confusamente se mezclan, que ni bien sombras ni luces se distinguen; así, hecha del azabache y del oro una mal distinta mezcla, crepúsculo era el cabello, siendo sus neutrales trenzas para ser negras, muy rubias, para ser rubias, muy negras. No de espaciosa te alabo la frente, que antes en esta parte sólo anduvo avara la siempre liberal maestra; y fue sin duda porque queriendo, señor, hacerla de una nieve que hubo acaso, la hubo de dejar pequeña, porque no le fue posible que entre la más pura y tersa se hallase ya un poco más de una nieve como aquélla. Una punta del cabello suplía la falta, y era que a las cejas acechaba, como diciendo, "Estas cejas hijas son de mi color, y quiero bajar por ellas porque el amor no se alabe de que las llevó por muestra." Los ojos negros tenía. ¿Quién pensara, quién creyera que reinasen en los alpes los etíopes? Pues piensa que allí se vio, pues se vieron de tanta nevada esfera reyes dos negros bozales, y tan bozales, que apenas política conocían. Su barbaridad se muestra en que mataban no más que por matar, sin que fuera por rencor, sino por uso de sus disparadas flechas. Para que no se abrasasen los dos en civiles guerras, su jurisdicción partía, proporcionada y bien hecha, una valla de cristal, sin que zozobrase en ella la perfección, siendo así que la nariz más perfecta, es el mar de las facciones, escollo es, donde las velas del bajel de la hermosura corren la mayor tormenta. De sus mejillas la tez era otra unión de diversas colores. ¿Viste la rosa más encendida y sangrienta en la púrpura de Venus? ¿La azucena viste en ella con el candor de la aurora? Pues tú allá te considera esa azucena, esa rosa, ajadas entre sí mesmas, y sus mejillas verás al mismo instante que vea; a la rosa desteñida, o teñida la azucena. La boca, corte del alma, donde la hermosura reina, ya severamente grave, ya dulcemente risueña, era, no digo una joya de corales y de perlas, que esta alabanza común ya es particular ofensa, sino un archivo de todo cuanto la Naturaleza pudo asegurar; y así grande hubo de ser por fuerza. El cuello, blanca coluna que este edificio sustenta, era de marfil al torno; de cuya hermosa materia sobró para hacer las manos, a emulación de sí mesma. Este, pues, monstruo divino, Venus mandó que estuviera oculto, porque Dïana le amenazó con tragedias. Nació de una ninfa suya, y entregándola a las fieras, la defendieron las aves, de quien el nombre conserva, pues Semíramis se llama, que quiere en la siria lengua decir la hija del aire. Éste es su nombre y sus señas. NINO: Tú la has pintado de suerte, y de suerte encarecerla has sabido, que ya al más dormido afecto despiertas para que verla desee; y en mí es esto de manera, Menón, que deseo tanto el verla, que no he de verla; porque quiero hacer por ti una tan grande fineza, como el excusar, Menón, que tan bien no me parezca. El primor de la pintura quiero pagártele a renta. Veinte talentos te doy, que a ella en mi nombre le ofrezcas. Pero quiérote advertir que en tu vida no encarezcas hermosura a poderoso, si enamorado estás de ella; porque quizá no hallarás otro que vencerse sepa; y alabar lo que se ama puede ser que sea fineza; pero no puede dejar de ser fineza muy necia.
Vase NINO
IRENE: ¿Qué retórico orador, qué enamorado poeta os dio para esa pintura tantas rosas y azucenas, tanto oro, tanto marfil, tanta nieve, tantas perlas? MENÓN: Todo esto fue desvelar, llegando vos, la sospecha del Rey. IRENE: Y antes que llegase, ¿porqué fue el encarecerla tanto, que ya la atención a oír estaba dispuesta? MENÓN: Porque el modo del hallarla, que no oisteis, le hizo fuerza para que se la pintara. IRENE: ¡Buena disculpa! MENÓN: ¿No es buena? IRENE: Sí debe de serlo; pero aunque yo quiera creerla, no puedo. MENÓN: ¿Porqué? IRENE: Porque acción, semblante, ni lengua no os disculpa como a quien tiene gana que le crean, sino como a quien no importa; y para mí mejor fuera no disculparos que no disculparos con tibiezas. MENÓN: ¿Vos desconfïanza? IRENE: ¿Quién os dijo que yo la tenga? MENÓN: Los celos que... IRENE: ¿Qué son celos? Callad; que es segunda ofensa. Una llave que tenéis de mis jardines, ¿qué es de ella? MENÓN: Yo os la volveré; y estimo de miraros tan exenta de los celos, pues con eso podré... IRENE: No podréis. La lengua tened, porque habrá sin mí quien castigue esa soberbia. MENÓN: ¿Sin vos? IRENE: Sí. MENÓN: ¿Pues puede haber quien sin vos a mí me ofenda?
Sale ARSIDAS
ARSIDAS: Yo, Menón, vengo buscándoos, por ser vos a quien apelan mis fortunas del piadoso tribunal de Irene bella. MENÓN: En mala ocasión venís; después podréis dar la vuelta. IRENE: Haced lo que el Rey os manda, que no viene sino en buena. MENÓN: Yo lo haré. Venid conmigo IRENE: Ved que es mía esta encomienda. MENÓN: (¡Cuánto hay en una hermosura Aparte de quererla o no quererla!)
Vase MENÓN
IRENE: (¡Ah vil! ¡Ah traidor! ¡Qué mal Aparte me pagas lo que me cuestas!)
Vase IRENE
ARSIDAS: ¿Qué es esto, cielos? Mas no es tiempo de que me atreva ni aun a pensarlo; porque el que se toma licencia para quejarse sin tiempo pierde el respeto a la queja, y es el tenerla desdicha, sin mérito de tenerla.
Vase ARSIDAS, y salen FLORO y SIRENE
FLORO ¿Eso pasó mientras yo al monte salí un momento? SIRENE: Sí, Floro del alma mía; y así, buscándote vengo para decirte que, aunque él, con enojo o con ruego, que te vayas diga, no te vayas. FLORO: Ya te obedezco. SIRENE: Por eso te doy los brazos.
Sale CHATO
CHATO: ¡Que siempre llego a mal tiempo! FLORO: Tropezó, y llegué a tenerla. CHATO: Claro está que en el tropiezo suyo había de estar. SIRENE: Yo... CHATO: No os disculpéis; yo me huelgo que os abrace; porque si cuando vino hizo lo mesmo, en señal de que se va. Dadle otro abrazo en el precio. FLORO: Antes, llegué a preguntarla qué para cenar tenemos. CHATO: ¿Quién os mete en pescudallo, si vos no habéis de traerlo? Y ya que en aquesto habramos, decidme, así os guarde el cielo; ¿es la boleta perpetua, o al quitar, la que allá os dieron? FLORO: Aquí está, y ella no dice hasta cuándo. CHATO: Soy un necio. Pensé que sí. FLORO: No os merece mi trato esa duda. Cierto que sois desagradecido, pues cuando un hombre está haciendo por vos todo lo que puede, le tratáis con tal despego. CHATO: Pues vos, ¿qué hacéis por mí? FLORO: Honraros en vuestra casa teniendo un soldado que en la Batria, la Siria, el Peleponeso, la Propóntida y la Licia, tantas hazaiías ha hecho. Venid, Sirene; no hagáis caso de este majadero.
Vase FLORO
CHATO: Ella os obedecerá, o la mataré sobre eso. Id, no hagáis caso de mí, pues el señor hazañero lo manda, habiendo hecho hazañas en la Sucia, Pieldequeso, Prepolente y Sïelicia. SIRENE: Si vos no tenéis esfuerzo para decir que se vaya, ¿tengo yo culpa? CHATO: No, cierto; yo la tengo, claro está.
Sale SEMÍRAMIS
SEMÍRAMIS: ¿Siempre habéis de estar riñendo? CHATO: No hay otra cosa que hacer. TODOS: ¡Qué desdicha! Dentro SEMÍRAMIS: ¿Qué es aquello? MENÓN: En lo intricado del monte Dentro se ha metido. NINO: ¡Piedad, cielos! Dentro CHATO: Yo no lo sé; pero allí entre la maleza veo venir corriendo un caballo. SEMÍRAMIS: Volando es, que no corriendo. MENÓN: ¡Corred todos! Dentro TODOS: ¡Qué tragedia! Dentro OTROS: ¡Qué desdicha! Dentro IRENE: ¡Acudid presto! Dentro SEMÍRAMIS: Nadie le alcanza; ¿qué mucho si se deja atrás el viento? ¿Cómo pudiera el valor, que está brotando en mi pecho, dar vida al gallardo joven que se despeña! Mas esto no quiere pensarse; suelta este bastón.
Quítale el bastón a CHATO y vase SEMÍRAMIS
CHATO: Ya le suelto. SIRENE: ¿Qué intentará? CHATO: ¿Qué sé yo? Pero sí sé, pues que veo que al encuentro le ha salido veloz, y enredando luego entre los pies del caballo mi garrote, darle ha hecho de ojos; con que finalmente o ya el choque o ya el despeño se ha trocado a una caída. SIRENE: ¿Ay, tal marimacha? CHATO: Luego que de pellejos cargada la vi en el lance primero, dije, "Aquesta tiene cara de echar caballos al suelo." NINO: ¡Válgame júpiter santo! Dentro SIRENE: El rey es. CHATO: Pues a escondernos; que haberle visto caer quizá será sacrilegio. SIRENE: Vamos de aquí huyendo. CHATO: Vamos.
Vanse CHATO y SIRENE. Salen NINO y SEMÍRAMIS
NINO: ¿Quién eres, prodigio bello, de amor divino milagro? Mas en dudarlo te ofendo; no me lo digas, que ya tu beldad me está diciendo que eres deidad de estos montes. Cuál de ellas dudo. Di presto. SEMÍRAMIS: Ni sé quién soy, ni es posible decírtelo, porque tengo aprisionada la voz en la cárcel del silencio. Basta saber que soy una mujer tan feliz, que puedo haberte dado la vida, oh generoso mancebo, cuyo semblante, no sé por qué secreto misterio, a amor y a veneración me está provocando a un tiempo. NINO: Espera, pues. SEMÍRAMIS Aventuro mucho si aquí me detengo. NINO: ¿Pues, en qué? SEMÍRAMIS En que me conozcan... MENÓN: Hacia esta parte fue. Dentro IRENE: Presto Dentro lleguemos donde se oculta, por si peligra. SEMÍRAMIS: ...y en que esos que os siguen me vean. NINO: ¿Porqué? SEMÍRAMIS: Porque licencia no tengo de dejarme ver. NINO: ¿Quién puso a la hermosura preceptos, siendo así que la hermosura siempre es libre y sin imperio? SEMÍRAMIS: Nada os puedo responder. (Huiré al monte; que no quiero Aparte que piense Menón jamás de mí que no le obedezco.)
Vase SEMÍRAMIS
NINO: Espera, detente, aguarda, prodigioso monstruo bello; que tras ti...
Salen MENÓN, LISÍAS, ARSIDAS, IRENE y SILVIA
ARSIDAS: ¿Señor? LISÍAS: ¿Señor? MENÓN: Perdona nuestros deseos. ¡Haber tan tarde llegado donde nunca fuera presto! IRENE: En albricias de tu vida, mi vida y alma te ofrezco. ¿Cómo te sientes? NINO: No sé, ¡ay de mí!, lo que [me] siento. No el golpe de la caída me aflige; otro más violento es el que siento en el alma; porque es un ardiente fuego, es tan abrasado rayo, que, sin tocar en el cuerpo, ha convertido en cenizas el corazón acá dentro. No os admire de que pase de un despeño a otro despeño tan aprisa. Amor es dios, y en dios nunca se da tiempo. Discurrid de aqueste monte los enmarañados senos; que al que una deidad humana en él hallare primero y la traiga a mi presencia, grandes mercedes le ofrezco. Porque no dudéis las señas villano es el traje, pero tan noblemente villano, que su rey le rinde el pecho. ¿Pero para qué, ¡ay de mí!, en pintarla me detengo, Si, en viéndola, diréis todos, ¿Éste es el hermoso incendio que abrasó al rey?" Mas ¿qué mucho? ¿Si es de estas selvas la Venus, la Dïana de estos bosques, la Amaltea de estos puertos, la Aretusa de estas fuentes, y la ella de todos ellos, que hasta que dije lo más, todo lo demás es menos? Busquémosla divididos, que yo he de ser el primero que estas ásperas montañas examine fresno a fresno, hoja a hoja y piedra a piedra. Mas mirad lo que os advierto; que, aunque sintáis abrasaros al mirarla, mis deseos licencia os dan de morir, mas no de morir contentos.
Vase NINO
IRENE: Yo la segunda seré que de esta montaña el centro discurra en alcance suyo
Vase IRENE
SILVIA: Todas haremos lo mesmo.
Vase SILVIA
UNOS: Al monte. Dentro OTROS: Al valle. Dentro OTROS: Al llano. Dentro ARSIDAS: ¡Oh, si quisiesen los cielos, pues ya besé al Rey la mano, honrado en un noble puesto, que hoy empezase obligando, pues hoy empecé sirviendo!
Vase ARSIDAS
UNOS: Al valle. Dentro OTROS: A la selva. Dentro OTROS: Al llano. Dentro OTROS: ¡Por acá! ¡Por acá! Dentro MENÓN: (Cielos, Aparte ¿qué efecto haréis sucedidos si pensados matáis, celos?) ¿Quién dijera si fuera ella? LISÍAS: Yo te lo diré bien presto.
Vase LISÍAS
MENÓN: ¡Ay de mí!, que de pensarlo a dar un paso no acierto.
Sale CHATO
CHATO: Consejo muda el prudente, oí decir a un discreto; y pues ya prudente soy, quiero mudar de consejo, y no huir del rey; mas antes pedirle he que me dé premio, pues era mío el garrote con que a su jamestad dieron la vida. Amigo... MENÓN: Hacia aquí ruido entre estas hojas siento. ¡Chato! CHATO: Señor! MENÓN: ¿Sabes dónde Semíramis está? CHATO: Pienso... seis maravedís, no sé donde fue. MENÓN: ¡Ay de mí! CHATO: Empero bien, señor, me podréis dar albricias de lo que ha hecho, si la queréis bien; porque ella y yo somos, sí por cierto, los que al rey la vida dimos, yo mi garrote poñendo y ella su manofitura. MENÓN: Calla, calla, que me has muerto. CHATO: ¿Yo os he muerto o vos a mí? ¿No sabéis que parece esto cuando uno pisa un pie a otro, y se queja él el primero? MENÓN: Ya a mí el buscarla me toca más que a todos, que si llego a hallarla antes, yo sabré ocultársela al deseo del Rey. ¡Ay corazón!, pues de ti mil sabios dijeron que sabes astrología y adivinar, yo te dejo la elección de mis acciones. Llévame tú donde, ¡ah cielos!, mi bien está; que los pasos tú los das, y yo me muevo.
Vase MENÓN
CHATO: ¡Cielos! ¿Qué habrá en este monte, que todos andan revueltos?
Sale SEMÍRAMIS
SEMÍRAMIS: Ocultarme por aquí de tanta gente quisiera, para que nunca pudiera quejarse Menón de mí. ¡Chato! CHATO: ¡Señora! SEMÍRAMIS: ¿Sabrás si la gente se ausentó que andaba en el monte? CHATO: No; antes pienso que agora hay más. SEMÍRAMIS: No digas que por aquí me viste, a nadie, pasar.
Sale MENÓN
MENÓN: Por aquí la he de buscar, si la hallase, ¡ay de mí! Pero, ¡cielos!, ¿no es aquélla? Aseguróme mis celos.
Sale ARSIDAS
ARSIDAS: ¿Pero no es aquélla, ¡cielos!, si advierto en las señas de ella? SEMÍRAMIS: Advierte... CHATO: Sí. SEMÍRAMIS: Ahora mi suerte me esconde en aquesta parte. CHATO: Ya es imposible ocultarte porque ya han legado a verte. MENÓN: ¡Arsidas! ARSIDAS: ¡Menón! MENÓN: ¡Oh impío cielo! CHATO: (¿De qué este soldado Aparte tanto a Menón ha turbado? Debe de ser como el mío.) MENÓN: ¿Adónde vais por aquí? ARSIDAS: Buscando una deidad vengo. CHATO: (¿No lo digo yo?) Aparte ARSIDAS: Pues tengo las señas que en ella vi. MENÓN: Yo, supuesto que aquí habemos llegado a un tiempo los dos, se la llevaré. Id con Dios. ARSIDAS: Los que servimos tenemos, y más con obligación, obligación de buscar ocasiones de agradar. Yo he de llevarla, Menón. CHATO: (Llévesela!) Aparte MENÓN: Si he llegado yo, ¿no son vanos desvelos? SEMÍRAMIS: ¿Qué soldado es éste, cielos? CHATO: (Otro como mi soldado.) Aparte MENÓN: ¿Pues a competir conmigo vuestra arrogancia se atreve? CHATO: Déjala que se la lleve, pues no va a comer contigo. ARSIDAS: El rey el justo poder me dio; y pues la pude hallar, conmigo la he de llevar. MENÓN: Y yo la he de defender. SEMÍRAMIS: Mi bien, mi señor, mi dueño, ¿qué es esto? ARSIDAS: De tu intención ya aquestos cariños son otro indicio no pequeño. MENÓN: Y yo la muerte os daré, porque ya que lo escucháis, nunca decirlo podáis. SEMÍRAMIS: ¡Ay de mí infeliz! ARSIDAS: Sabré también defenderme yo. MENÓN: Huye, Semíramis bella, SEMÍRAMIS: ¿Que es hüir mi altiva estrella. CHATO: ¿Quién mayor necedad vio? NINO: A aquel ruido acudid presto. Dentro IRENE: Hacia allí las voces son. MENÓN: ¡Qué horror!
Sale NINO, IRENE, SILVIA y criados
NINO: ¿Qué es esto, Menón? ARSIDAS: ¡Qué dicha! IRENE: Arsidas, ¿qué es esto? ARSIDAS: Esta divina hermosura... MENÓN: Esta divina belleza... ARSIDAS: Hallé yo en esta aspereza. MENÓN: Vi al pie de esta peña dura. ARSIDAS: Para lograr mi ventura... MENÓN: Para estorbar tu apetito... ARSIDAS: Llevártela solicito, donde mi lealtad me mueve. MENÓN: Y yo, que no te la lleve, ni consiento ni permito. NINO: Tres cosas estoy mirando, tres acciones estoy viendo, que cuánto más las entiendo, aun más las estoy dudando. Tú, Menón, con quien el mando de mi laurel he partido; ¿tú confiesas atrevido que el mayor triunfo me quitas? ¿Tú, Arsidas, lo solicitas, de hoy a mi casa venido? Y tú, crüel, que entre fieras dudas das de amor indicio, cuando haces un beneficio, como si un agravio hicieras. Rescatad de tan severas confusiones mi sentido. A los tres, ¿qué os ha movido para estar, ¡suerte penosa!, tú turbado, tú medrosa y tú desagradecido? ARSIDAS: Mi turbación, bien, señor, fácil está de entender, llegándote yo a deber tanto. SEMÍRAMIS: Eso en mí no es temor, que fuera decirlo horror. MENÓN: Mi ingratitud, ¡ay de mí!, es lealtad. NINO: ¿Pues cómo así, oponiéndote a mi gusto MENÓN: Como tu gusto no es justo. NINO: ¿De qué suerte? MENÓN: Escucha. NINO: Di. MENÓN: Aquella hermosa pintura, que hoy has visto imaginada, es ésta que miras viva, puesta conmigo a tus plantas. Semíramis es, señor, y si pretendí guardarla de ti, fue porque tú mismo advertiste a mi ignorancia que aun pintada no llevase a un poderoso a mi dama, porque era necia fineza. Ser consejo tuyo basta para ser disculpa mía; pues mal hiciera en llevarla viva al mismo que afeó el llevársela pintada. Bien pudiera ahora decir que, porque nadie llegara a ganar con tu deseo de haberla hallado las gracias, defendí que la trujese otro; bien pudiera darla otro nombre ahora, y después con industrias y con trazas entreteniendo tu amor, asegurar mi esperanza. No, señor; cansado está el mundo de ver en farsas la competencia de un rey, de un valido y de una dama. Saquemos hoy del antiguo estilo aquesta ignorancia, y en el empeño primero a luz los afectos salgan. El fin de esto siempre ha sido, después de enredos, marañas, sospechas, amores, celos, gustos, glorias, quejas, ansias, generosamente noble vencerse el que hace el monarca. Pues si esto ha de ser después, mejor es agora no haga pasos tantas veces vistos; dame tú esa mano. NINO: Aguarda; que para lo que yo tengo de hacer agora, me falta informarme del estado en que con ella te hallas. IRENE: (Mucho harán mis sentimientos, Aparte ¡cielos!, si hoy no se declaran. SEMÍRAMIS: Eso he de decirlo yo; que a mi decoro, a mi fama, a mi altivez, mi soberbia, mi ambición y mi arrogancia conviene que sepan todos que antes de ver que me llama Menón su esposa, no tuvo de mí más que confïanza de que, en siéndolo, sería suya; pues aunque me saca su valor de una prisión de esas rústicas montañas; aunque en su poder me tuvo, él sabe de mi constancia que no me debió jamás sino sola la esperanza, hasta que ya como esposa la mano le doy. NINO: Aguarda tú también; que, eso sabido, no es buen día en que se casan dama a quien debo la vida y amante que es mi privanza, ser en un monte y acaso. A ti, Menón, debo cuantas victorias hoy me coronan de la siempre verde rama de laurel; a ti, divino pasmo de aquestas montañas, la vida debo. Y así, con demostraciones varias honrar a los dos pretendo, a cuyo efecto la fama quiero que convide a cuantos príncipes contiene el Asia a estas bodas, y que en ellas públicas fiestas se hagan, que mis grandezas publiquen... (Y que dilaten mis ansias). Aparte MENÓN: Señor, aunque generoso a tus hechuras ensalzas, para un amante no hay fiestas como que fiestas no hagan. SEMÍRAMIS: ¿Por qué? Si el rey quiere honrarnos, Menón, con mercedes tantas, no a mi presunción le quites la vanidad de lograrlas. IRENE: Dice Semíramis bien. (¡Oh, si pudiesen mis ansias Aparte dar término, cielo, entre mi deseo y mi venganza!) NINO: Pues tú, bellísima Irene, a Semíramis gallarda contigo a Nínive lleva, por sus calles y sus plazas en tu real carro, vestida de plumas, joyas y galas. Triunfe, y como a mí se humillen; que a su beldad soberana su rey le debe la vida y solicita pagarla. IRENE: Ven, Semíramis, conmigo; que yo haré lo que el rey manda. (Y aun lo que el rey no mandare; Aparte pues haré que tu esperanza en el horror de mis celos tropiece, ya que no caiga.) NINO: Acompañad a las dos todos. SEMÍRAMIS: (Altiva arrogancia Aparte ambicioso pensamiento de mi espíritu, descansa de la imaginación; pues realmente a ver alcanzas lo que imaginaste; pues aun todo aquesto no basta; que para llenar mi idea mayores triunfos me faltan.
Vanse las damas
CHATO: ¡Ha visto y qué tiesa va! Apenas volvió la cara. ¡Ay tontilla, que no en vano hija del viento te llamas!
Vase CHATO
NINO: ¡Menón! MENÓN: ¿Señor? NINO: No las sigas tú, detente. MENÓN: ¿Qué me mandas? NINO: ¿Estamos solos? MENÓN: Testigos son los troncos y las ramas. NINO: Mi amigo eres. MENÓN: Tú mi rey. NINO: ¿Qué me debes? MENÓN: Honras altas. NINO: ¿Puedo hacer por ti más? MENÓN: No. NINO: ¿Tienes qué pedirme? MENÓN: Nada. NINO: ¿Qué harás tú por mí? MENÓN: Mi vida pondré, señor, a tus plantas. NINO: Menos quiero, pues porque no diga jamás la fama que Nino quitó a Menón su esposa, quiero que haga la amistad, y no el poder, una conveniencia extraña; y es que, esto asentado, agora volvamos a la pasada metáfora. ¿No dijiste que ésta verdadera farsa, tenía una novedad que era fácil desatarla? Pues yo quiero que sean dos, y que en el fin también haya nuevo estilo. Esto ha de ser. Ya que introducidos se hallan aquí rey, dama y valido, véncete tú, porque salga de andar en duelos de amor la majestad; desatada una, otra es desde hoy amarla yo y tú olvidarla. MENÓN: Señor, vencerse a sí mismo un hombre es tan grande hazaña, que sólo el que es grande puede atreverse a ejecutarla. Tú eres rey, vasallo soy. NINO: Pues ¿qué mayor alabanza que hacer tú una acción que fuese grande para mí? MENÓN: No se halla con tanto valor mi pecho. NINO: Pues tú me has de dar palabra de olvidarla. MENÓN: No podré; de morir, sí; en esa instancia te la doy; que ello está en mí, y no está en mí el olvidarla. NINO: Pues sí olvidarla no puedes, puede darlo a entender traza que ella entienda que la olvidas, y que mi amor no lo manda. MENÓN: Ni aqueso puedo tampoco; que fuera acción muy villana dar yo a partido mis celos. Tercero de mis desgracias, daré a entender que la olvido, y lo haré desde mañana; mas dando a entender también que eres tú quien me lo manda. NINO: ¿No te la puedo quitar? MENÓN: Ya sí, señor, mas repara que ésa es violencia forzosa, y ésta es ruindad voluntaria. En quitármela tú, harás una tiranía; en dejarla yo, una infamia; y al contrario, tú una grandeza en no amarla, yo una fineza en quererla. Mira agora las distancias que hay de tiranía a grandeza, y que hay de fineza a infamia. NINO: Pues ¿qué te vengo a deber yo en aquesta parte? MENÓN: Nada, sino el consejo de que me la quites; que si aguardas hallar conveniencia en mí, en mí, señor, no has de hallarla, ni es posible. NINO: ¿Cómo? MENÓN: Escucha. En nuestro cuerpo está el alma, sin tener determinado lugar; si muevo la planta, alma hay allí, alma también hay en la mano al mandarla. Sucede, pues, que me corte la planta o la mano, ¿falta con la porción de aquel cuerpo aquella porción que estaba del alma allí? No. ¿Qué se hace? A su estado, a incorporarla se reduce. Alma es en mí mi amor; lugar no se halla donde no esté; y así, aunque hoy a pedazos le deshaga, cortándome las acciones de verla, oírla y hablarla, en la razón que me queda, a la imitación del alma, siempre se ha de hallar mi amor tan cabal como se estaba. NINO: ¡Qué cansados argumentos! ¿Ser mi gusto no bastaba? MENÓN: No, señor. NINO: ¡Calla, villano! ¡Desagradecido, calla! ¡Calla, ingrato! Mas yo tuve la culpa de darte tantas alas, para que al sol mismo te opongas. Pero la saña del sol, que te las crió, sabrá quitarte las alas. MENÓN: ¡Señor! NINO: ¡No más! MENÓN: No de un soplo así tu hechura deshagas. NINO: No me deshaga mi hechura un rayo a mí siendo ingrata. MENÓN: Yo no puedo... NINO: Yo tampoco. MENÓN: ...ofrecer más de que... NINO: Basta. MENÓN: ¿Que soy tu privanza olvidas? NINO: Donde hay celos no hay privanza. Y puesto que esto ha de ser, yo he de decir que se haga la boda, y tú has de decir que a tu disgusto te casas, sin que a mirarla te atrevas desde este instante. Repara que te quebraré los ojos si te atreves a mirarla.
Vase NINO
MENÓN: ¡Ay Semíramis divina! ¡Ay hermosa! ¡Ay soberana hija del aire! ¡Llevóse tu nombre mis esperanzas.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La hija del aire, primera parte, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Dec 2002