JORNADA SEGUNDA


Salen por una de las dos puertas don CÉSAR y MOSQUITO
MOSQUITO: Ésta es la casa, sin duda, que aquel famoso estremeño Carrizales fabricó a medida de sus celos; pues no hay puerta ni ventana, guarda, patio ni agujero por donde salga un Mosquito. Dígalo yo. CÉSAR: Si el ingenio quisiera inventar un caso extraño, ¿pudiera hacerlo con mayores requisitos fingidos que verdaderos están presentes? ¿Habrá quien crea que es verdad esto? Venir llamado de Celia; tener aviso a este tiempo de que su hermano venía; hacer con tanto secreto este tabique; llegar Félix a Madrid primero que yo; esconderme por fuerza; y, en estando una vez dentro, mudarse toda la casa; dejarme aquí; y en efecto no haber por donde salir; cosas son, ¡viven los cielos!, que han menester más paciencia que la mía. MOSQUITO: Pues no es eso lo peor. CÉSAR: Pues ¿qué será, si esto no es? MOSQUITO: Que no tenemos que comer; porque el gigote que se olvidó en un puchero a la lumbre, el medio pan de la alacena, ya dieron fin. Y así es fuerza rendirnos por hambre; porque no hay dentro del sitio para dos horas munición ni bastimiento. CÉSAR: ¡Que tuviese yo una llave maestra de casa, al tiempo que, ausente su hermano, entraba a hablar a Celia, y que luego se la volviese el día que de aquí me ausenté! Mas esto ¿quién lo pudo prevenir con humano entendimiento? MOSQUITO: Ya mal distinta la luz en los distintos reflejos se va declarando. En fin, ¿qué piensas hacer? CÉSAR: Un medio solamente se me ofrece. MOSQUITO: ¿Y es, señor...? CÉSAR: Escucha atento. En este cuarto de abajo a Celia oí que un extranjero, hombre de negocios, vive. A éste declararme pienso; que menos importará que sepa uno más aquesto que dejarme matar; pues no dudo que es el intento éste de haberse mudado don Félix. MOSQUITO: Y ¿cómo haremos para llamarle? CÉSAR: Dar golpes por la escalera. MOSQUITO: Yo apuesto que piensan que andan ladrones al primer golpe que demos, y que nos matan a palos antes de oírnos. CÉSAR: No creo que hay otra cosa que hacer. Voy a llamar. Mas ¿qué es esto?
Al ir a llamar él, llaman de dentro
MOSQUITO: El extranjero de abajo, que llama antes que llamemos nosotros. Mas ¿cuánto va que nos mudaron a un tiempo y, estando él también cerrado, ha pensado allá lo mesmo?
Llaman otra vez
CÉSAR: Esto es llamar a la puerta. MOSQUITO: ¿Quién es? CÉSAR: ¡Tente! ¿Qué haces, necio? MOSQUITO: Responder a quien nos llama; que la llave no tenemos; que vaya por ella. CÉSAR: Espera; que responder no es acierto. MOSQUITO: Déjame sólo llegar a ver por el agujero de la llave quién es. CÉSAR: Mira. MOSQUITO: ¡Buena hacienda habemos hecho! ¡Ay, señores! CÉSAR: ¿Qué hay, Mosquito? MOSQUITO: La justicia por lo menos es quien llama. CÉSAR: ¿La justicia? MOSQUITO: Sí, señor. CÉSAR: ¡Por Dios, que es cierto! ¿Quién presumiera que así se vengara un caballero? MOSQUITO: Celia, señor, te ha vendido.
Golpe de martillo
CÉSAR: ¡Vive Dios, que aun no lo creo de Celia! MOSQUITO: Yo sí; ya escampa. CÉSAR: ¿No es descerrajar aquello? MOSQUITO: Sí. Yo conozco los golpes; que estos son los golpes mesmos que, al empezar las comedias, se dan en los aposentos. CÉSAR: ¿Qué hemos de hacer? MOSQUITO: Confesarnos es el más útil remedio. CÉSAR: Por si acaso es otra cosa, lo mejor es escondernos; y no sea lo de anoche, oír el ruido y no el suceso.
Abren la puerta, y salen OCTAVIO, dos ALGUACILES, un ESCRIBANO y gente
OCTAVIO: ¿Para qué es romper la puerta? Que, pues yo las llaves tengo, yo abriré. Y ya que lo está, díganme, sobre qué es esto, vuesas mercedes; que yo, a los golpes que he oído, vengo desde ese cuarto, en que vivo. ALGUACIL 1: Buscamos un caballero, don Félix de Acuña es su nombre, por haber muerto anoche un hombre en mi calle. OCTAVIO: (Aquí importa el fingimiento.) Aparte ¿Dón Félix de Acuña? ALGUACIL 1: Sí. OCTAVIO: Pues ya ha más de mes y medio que no vive en esta casa, y que yo las llaves tengo del cuarto para alquilarle, con poderes de su dueño. Bien lo muestra el verle así. ALGUACIL 2: Tarde venimos. ESCRIBANO: ¿Qué haremos? ALGUACIL 2: Poner esta diligencia por escrito.
Sale OTÁÑEZ
OTÁÑEZ: Aquí don Diego, mi señor, viene a saber qué hay de aquel despacho. OCTAVIO: Necio, ¿que estoy ahora no veis con estos señores? Luego bajaré; que en mi escritorio me espere.
Vase OTÁÑEZ
ALGUACIL 1: Aquí no tenemos que hacer. Vuesasted se quede con Dios. ESCRIBANO: Si hubiéramos hecho anoche la diligencia, quizás no se hubiera puesto en salvo. ALGUACIL 2: Nadie nos dijo, aunque se anduvo inquiriendo anoche, dónde vivía.
Vanse los ALGUACILES y el ESCRIBANO. Salen don DIEGO y OTÁÑEZ
DIEGO: Señor Octavio, viniendo tan de mañana a saber si había venido en el pliego, que anoche llegó de Italia, la dispensación que espero para casar a mi hija con su primo, que deseo salir ya de este cuidado; y esperando, por saberlo, allá abajo, vi bajar justicia; y así me atrevo a subir acá por ver si en algo serviros puedo. OCTAVIO: En cuanto a vuestros despachos, muy bien las albricias puedo pediros; que ya han venido. DIEGO: Mil años os guarde el cielo. OCTAVIO: En esto de la justicia, es que un noble caballero aseguró su persona y su hacienda; que él, atento a su honor, dejar no quiso sola a su hermana; y, diciendo estaba que no vivían ya aquí. DIEGO: ¡Ay de mí, lo que siento el traer a la memoria, a vista de este suceso, mis penas! Siempre son muchas, cada instante que me acuerdo de la muerte de mi hijo, y que el que le mató huyendo también se libró de mí; que yo le hiciera... OCTAVIO: En efecto, ¿nunca de él habéis sabido? DIEGO: Hásele tragado el centro de la tierra. Mas dejadme, y no hablemos más en esto. OCTAVIO: Yo hablo porque hablabais vos. Vamos. Mas ¿qué tan atento miráis en aqueste cuarto? DIEGO: En que he venido a hacer, pienso, de un camino, como dicen, dos mandados; porque, habiendo la dispensación venido, he de traer desde luego a mi sobrino a mi casa; y la que yo ahora tengo no es capaz; demás que ha un mes que ando buscándola, y creo que este cuarto, por el barrio y vecindad, será bueno. OCTAVIO: Yo me holgaré que os agrade, por lo mucho que intereso. DIEGO: ¿Qué más vivienda que aquésta tiene? OCTAVIO: No sé; que os prometo que, aunque días ha que vivo en él, es hoy el primero que en él he entrado.
Entran por una puerta y salen por otra
DIEGO: En verdad que me agrada, sí por cierto; mayormente por tener estos dos cuartos diversos, pues en éste, hasta casarse, estará don Juan, y luego yo estaré, dejando esotro, que es el mayor, para ellos. ¿Qué gana este cuarto? OCTAVIO: Gana dos mil reales. OTAÑEZ: Es gran precio; que están baratas las casas. DIEGO: Decidme quién es el dueño, porque lo vaya con él a concertar. OCTAVIO: Para eso haced cuenta que yo soy; Pues de un amigo es, que a un pleito está a Granada, y poder para sus negocios tengo; y así conmigo no más se ha de tratar. DIEGO: Según eso, ya queda el cuarto por mío, porque yo con vos no tengo de regatear; y así haced, porque vengan al momento a colgarle, que las llaves se den. OCTAVIO: Si ha de ser tan presto mejor es que os las llevéis, porque hoy una holgura tengo en el campo, y en mi casa no queda nadie. Bajemos donde la dispensación os dé y las llaves. DIEGO: Contento voy del cuarto. OCTAVIO: No creeréis cuánto en que lo estéis me huelgo. DIEGO: Tendréis un criado en mí, y en Lisarda un ángel bello por vuestra, que es muy hermosa.
Vanse cerrando. Salen don CÉSAR y MOSQUITO
CÉSAR: ¿Haslo entendido? MOSQUITO: Algo de ello. CÉSAR: ¿Habrá más y más acasos? ¿Habrá más y más sucesos que eslabonen mis desdichas, que logren mis sentimientos? Un hombre mató don Félix; el mudarse nació de esto; y, buscando los despachos para hacer el casamiento de Lisarda y de su primo, su padre --¡muero de celos!-- a Octavio subió a buscar a este cuarto; y al momento se contentó de él, y de él llevó las llaves él mesmo; y por remate de todo, porque aun sólo este remedio de llamar abajo falte, todos se van fuera. ¡Cielos! ¿Hasta dónde echada está la línea a mi sufrimiento? MOSQUITO: Alquilar un hombre un cuarto con ropa y servicio vemos en la corte cada día; pero el alquiler más nuevo es alquilar uno un cuarto con amo y crïado dentro. Mas bien que en estos acasos de pesar hay de consuelo otros. CÉSAR: ¿Cuáles son? MOSQUITO: No haber Octavio visto antes de esto esta escalera, y estar de esta casa ausente el dueño; pues si él viniera a alquilarla, su escalera echara menos, y fuera fuerza el hallarnos escalerados don Diego. CÉSAR: En fin, para haber de ser un tan extraño suceso, no hay inconveniente alguno, según todo se ha dispuesto; pero no se ha de rendir hoy el valor de mi pecho a fáciles imposibles.
Saca la daga para abrir la puerta
MOSQUITO: ¿Qué haces? CÉSAR: Declavar pretendo con esta daga la puerta, y salir de aquí primero que mi enemigo me cierre hoy el paso, aunque sea al riesgo de que en la primera calle me prendan; que ya no quiero vida, casada Lisarda con don Juan; ni quiero --¡ay cielos!-- esperar a ser testigo ya del daño que me ha muerto. MOSQUITO: Dices bien, señor. Salgamos de aquí, aunque descerrajemos la puerta. CÉSAR: No he de esperar más desdichas. Mas ¿qué veo? Por la parte de allá fuera abren. MOSQUITO: Pues, al retraimiento. CÉSAR: Por si es don Diego, es forzoso. MOSQUITO: ¡Mucho nos quiere don Diego, pues que nos guarda con llave! CÉSAR: ¡Que viniese a tan mal tiempo! MOSQUITO: Según todo se hace apriesa, que sea el adrede pienso.
Escóndense los dos. Salen BEATRIZ y OTÁÑEZ
BEATRIZ: ¿Aquésta es la casa? OTÁÑEZ: Sí. BEATRIZ: Santíguome, y entro a vella con el pie derecho en ella. Malo es abrirse hacia aquí la puerta, y los escalones toman la vuelta al revés, bien o mal: una, dos, tres; y las vigas no son nones. Otáñez, vuelva a señor y diga que, si no ha dado el dinero adelantado de esta casa, será error, si al dueño no se le obliga a mudar la puerta, es llano, la escalera hacia esta mano y añadir aquí una viga. OTÁÑEZ: ¡Mala mano te dé Dios, y mala viga también! Mas ¿esto del mal y el bien, esto de la una y las dos, el pie derecho por guía, mirar puertas y escalones, son, por tu vida, lecciones de la dueña de tu tía? BEATRIZ: Claro está. ¿Qué pensáis vos? Como eso, cuando acá estaba, cada día me enseñaba, porque era un alma de Dios. OTÁÑEZ: Y se le echa bien de ver en la cristiana doctrina que enseñaba a la sobrina. Mas, Beatriz, lo que has de hacer es solamente tratar de barrer la casa, y no contar sus vigas; que yo tengo un chozno familiar que da de mí testimonio. BEATRIZ: Si él es familiar y está con vos... OTÁÑEZ: Dilo. BEATRIZ: No será familiar sino demonio. OTÁÑEZ: ¡Picudita, bachillera, que desde vuestra niñez tenéis para la vejez hecho el gasto de hechicera, hablad como habéis de hablar! BEATRIZ: Arrendajo de don Bueso, anatomía de hueso, almanac particular; vos, que sois en el abismo de esa calcilla neutral de vos mismo el orinal, y el músico de vos mismo, flaca cecina de yegua, baúl de tabla y pellejo, me recorderis de viejo, parce mihi de la legua, puerto seco de la tos, quiroteca de Caifás, y trescientas cosas más, ¿cómo se ha de hablar con vos? OTÁÑEZ: Relamidilla, embustera, agradeced que ha llegado el coche, y que se ha apeado señora; que yo os hiciera llevar a la Inquisición.
Sale LISARDA con manto
LISARDA: Notable priesa ha tenido mi padre, pues ha querido mudarse sin dilación, y que venga la primera yo a ver la casa y mandar cómo se ha de aderezar. OTÁÑEZ: Tal huésped en ella espera. BEATRIZ: Muy cuerdo mi señor anda en que tú vengas ahora, pues no agrada a una señora, sino sólo lo que manda; que, si yo hubiera empezado a poner algo, sospecho que, de cuanto hubiera hecho, nada te hubiera agradado. LISARDA: Buena la casa parece. OTÁÑEZ: En este cuarto ha de estar don Juan hasta efectuar las dichas que Amor ofrece. BEATRIZ: Acudid, Otáñez, vos a ver apear la ropa del carro. OTÁÑEZ: Si en esto topa, ya acuden, ¡válgame Dios!
Vase
LISARDA: No me traigan nada aquí. Pues esta pieza ha de ser tocador, no es menester colgarla. BEATRIZ: Guárdate allí del polvo. LISARDA: ¡Oh, qué triste estoy! BEATRIZ: ¿Hoy, que pedirte quisiera albricias, de esa manera suspiras? LISARDA: Sí; porque hoy mirando mis penas voy. BEATRIZ: ¿Quién, señora, las causó? LISARDA: Oye. Don Juan...
Sale don JUAN
JUAN: Feliz yo, que a tan buen tiempo llegué que en tus labios escuché mi nombre. LISARDA: ¿Y no pudo no ser dicha, y desdicha sí, el acordarme de vos? JUAN: No; que siempre es dicha... LISARDA: (¡Ay Dios!) Aparte JUAN: ...que tú te acuerdes de mí; pues, aunque haya sido aquí en daño mío, sospecho que en el pecho satisfecho estoy; que el reloj veloz obedece con la voz al artificio del pecho. LISARDA: Sí; pero ninguno ignora que con otro tal indicio muestra una hora el artificio y da la voz otra hora. JUAN: Pues ¿por qué, prima y señora, hoy tanto rigor? LISARDA: No sé; que a vos os lo callaré por el autoridad mía. Yo a Beatriz se lo decía, y a Beatriz se lo diré-- Beatriz, mi primo don Juan sin duda alguna ha creído que el entrar a ser marido es salir de ser galán. Poco cuidado le dan finezas, poco cuidado festejos; pues, olvidado está ya de que se infiere que no quiere el que no quiere un poco desconfïado. Ayer al campo salí, y a don Juan en él no hallé; en el campo peligré, y de otro amparada fui. Y si a aquél agradecí la fineza de mi vida, a éste, que de mí se olvida, castigarle puedo, pues no es con éste cruel quien es con aquél agradecida. Vine a casa, como viste, y don Juan no pareció en toda la noche. Yo, que ya sé que esto consiste en ese festejo, triste, no celosa, estoy, por ver que don Juan, antes de ser mi esposo, verme dilata, y que desde ahora me trata ya como propia mujer. JUAN: Si supieras la razón, tú me disculparas ya. Buenos testigos quizá aquestas paredes son. Digan ellas la ocasión, digan ellas... LISARDA: ¿Para qué, si yo con Beatriz hablé, me respondéis? JUAN: Culpa es mía. Yo a Beatriz se lo decía, y a Beatriz se lo diré. Bajando anoche a buscar a mi prima, vi al que dio muerte a don Alonso, y yo, con ánimo de vengar mi pena, le fui a buscar, llevando en mi compañía a Félix, el que vivía en esta casa. Llegamos donde a César esperamos, hasta que la rabia mía me hizo embestir a otro hombre por él. Justicia llegó; conocernos pretendió, y uno quedó --no te asombre-- muerto, cuando oímos el nombre de don Félix repetido y, viéndose conocido, fuerza el ausentarse fue. Ésta es la causa; porque de honrado y de agradecido yo no le pude dejar hasta que en salvo estuviese él y su casa e hiciese diligencias de alcanzar, si de mí llegaba a hablar la justicia. Se ha sabido que yo no fui conocido; con lo cual me he asegurado; que mal pudo otro cuidado tenerme a mí divertido. BEATRIZ: Pues yo, que he sido la oidora en sala de competencia, fallo por mí la sentencia, que, pues el uno a otro adora, os deis por buenos ahora. JUAN: Yo obedezco; y si hay disculpa, cese el rigor que me culpa. LISARDA: Yo creo que así será; que para nada me está bien que vos tengáis más culpa. JUAN: Ya que estás desenojada, de la caída de ayer la sangría... LISARDA: Eso es querer volver a verme enojada.
Vase
JUAN: ...será para una criada.-- Castaño, dale a guardar aqueso a Beatriz.
Sale CASTAÑO
BEATRIZ: El dar tanto el ánimo recrea, que, aunque para mí no sea, lo tomaré, por tomar. Y pues tan revuelta está la casa toda, en aqueste aposento que ha de ser o tocador o retrete de mi señora, poniendo ve, Castaño, sutilmente, no sé qué que a mi ama traes. CASTAÑO: Son más de mil no-sé-qué-es. Espera; irélos trayendo; que aquí unos mozos los tienen. BEATRIZ: Para ponerlos mejor, pongamos aquí un bufete.
Sacan un bufete, y desde la puerta van tomando unos azafates cubiertos
CASTAÑO: Estos son de Portugal dulces. BEATRIZ: Di dulces dos veces, pues dos veces lo serán por dulces y portugueses. CASTAÑO: Chocolate de Guajaca esto y éstos, que aquí vienen, tocados, cintas y medias, guantes, pastillas, pebetes, faldriqueras, zapatillas, y bolsos éstos. BEATRIZ: Bien huelen. CASTAÑO: Toda esta salsa, Beatriz, han menester las mujeres para que no huelan mal, y más las propias. BEATRIZ: Tú mientes. CASTAÑO: Esto es cuanto a esto; que aquí vienen joyas excelentes en este contador que hoy es contador de mercedes. BEATRIZ: Bien está; pero aquí falta una alhaja. CASTAÑO: ¿Qué es? BEATRIZ: Atiende. Un cierto vestido mío, que de estas bodas alegres de ribete se me da. CASTAÑO: Forzoso era que lo fuese; porque ya, Beatriz, di, ¿cuál vestido no es de ribete? Mas no le quise traer; que hay un grande inconveniente. BEATRIZ: Di, ¿cuál? CASTAÑO: A mí me han parlado que de un bergantón ausente, que por Colada y Tizona era Mosquito dos veces, fuiste --sin ser la violada Violante de Navarrete-- de sus botones ojal y de sus cintas ojete. Hame dado pesadumbre el caso, y no me parece que será puesto en razón que de Castaño se cuente con él te vistes y con otro te desnudas. BEATRIZ: ¡Tente! Pues ¿dasme el vestido tú? CASTAÑO: No; pero basta el traerle, que es como dar por tablilla a la bola que está enfrente. BEATRIZ: Aun siendo eso, no hay razón; que Mosquito solamente fue, en hacer faltas con él, pelota de mi trinquete. Y, si va a decir verdad, tú solamente me debes más lágrimas en un hora que Mosquito en treinta meses; que de lástima le quise, sólo por ser buen pobrete, mientras hallaba otra cosa. CASTAÑO: Tanto cuanto me enterneces. Éste es, Beatriz, el vestido hecho y derecho, y aquéste el manto. BEATRIZ: Y éste, un abrazo. CASTAÑO: En fin ¿sólo a mí me quieres? BEATRIZ: No está en uso querer solo a nadie; basta quererte. Y, pues con tu amo hoy en casa vives, advierte que, si hay dares y tomares, habrá dimes y diretes. Y adiós por ahora; que es bien que aqueste aposento cierre con llave, porque ninguno aquí no salga ni entre. CASTAÑO: Adiós.
Vase
BEATRIZ: Quédese el vestido con lo demás. ¡Quién sirviese un ama que fuera novia cada mes una o dos veces!
Vase. Salen a la puerta con CÉSAR y MOSQUITO
MOSQUITO: ¡Vive Dios, que he de salir! CÉSAR: ¿Dónde has de salir? ¡Detente! MOSQUITO: Si hemos oído cerrar la puerta de este retrete, y que han dejado en él dulces, ¿cómo podrás detenerme cuando, aunque fueran amargas, me supieran lindamente? CÉSAR: No hagas ruido.
Saca la mano y arroja el un azafate al tomar otro, y derriba el bufete
MOSQUITO: ¿Cómo no, si no me deja el bufete abrir la trampa? Ya alcanzo un azafate. ¡Oh, si fuese el de los dulces! Los guantes son. ¡El demonio los lleve! A echar vuelvo la redada. CÉSAR: ¿Qué has hecho? MOSQUITO: Ruido. CÉSAR: ¿Tú quieres destrüirme? MOSQUITO: Comer quiero, como tú. CÉSAR: Daréte muerte; que es veneno para mí todo lo que está presente. MOSQUITO: Morir de veneno o hambre, muere a lo más conveniente. CÉSAR: Harásme que todo junto lo arroje, lo rompa y queme con el fuego de mi pecho, o que lo inunde y anegue con el llanto de mis ojos. MOSQUITO: Si tanto fuego tuvieses y si tanta agua llorases, ¡que hacer pudiéramos este chocolate! ¡Oh, Jesús mío! CÉSAR: ¡Que darse quejas oyese don Juan y Lisarda, cielos, ella con dulces desdenes, él con amantes finezas, y yo escucharlo pudiese! MOSQUITO: Pues, si a eso va, yo también he escuchado claramente pisar al frisón Castaño, y al haca morcilla en este pesebre de amor; empero, digan lo que se dijeren, que de lástima me quiso, sea buen pobrete o riquete, y coma yo lo que él trae; que otro despique no tienen celos sino valer algo, porque sabe lindamente lo que otro compra. CÉSAR: En efecto, ya aquí lo más conveniente es dejar anochecer y, despechado o valiente, determinarme a salir. MOSQUITO: Si tú en la calle tuvieses prevenidos para todo tus amigos y parientes, fuera seguro el empeño. CÉSAR: Tú, Mosquito, que no eres conocido, bien pudieras --pues hoy anda tanta gente revuelta en aquesta casa-- a salir de aquí atreverte. MOSQUITO: Por salir a beber algo, no habrá cosa que no intente. CÉSAR: Tú has de salir y avisar de esto a quien yo te dijere. MOSQUITO: Yo sí hiciera, pero temo... CÉSAR: Tú, aunque te vean, ¿qué temes? MOSQUITO: Ser tan rey que en la capilla me diga misa un Bonete. Pero algo he de hacer por ti; y una cosa se me ofrece para salir encubierto, que no puedan conocerme. El vestido de Beatriz me disfrazará. A ponerle ayuda. CÉSAR: La puerta abren. MOSQUITO: Ya, por mal que nos suced[e], hay que comer y vestir. Venga ahora lo que viniere.
Éntranse los dos en la escalera. Salen a la puerta LISARDA y BEATRIZ
BEATRIZ: Digo que en toda mi vida no he visto tan excelentes y aliñados azafates. LISARDA: Verélos, porque no piense don Juan que no los estimo. Pero ¿qué estrago es aquéste? BEATRIZ: Esto ya es hecho, porque es paso de La dama duende, y no he de pasar por él. LISARDA: ¿Quién entró que de esta suerte lo ha puesto, Beatriz? BEATRIZ: Ninguno pudo entrar, porque yo siempre tuve la llave conmigo. LISARDA: Pues, siendo eso así, tú tienes la culpa, que lo dejaste de modo que se cayese. BEATRIZ: ¿Cómo pudo? LISARDA: ¿Quién querías que para esto sólo abriese? BEATRIZ: Quien no abrió para esto sólo. ¿Hay más desdichada suerte, señores? LISARDA: Pues ¿qué más falta? BEATRIZ: Mi vestido, y sin ponerle. LISARDA: ¿Qué vestido? BEATRIZ: El que me dio don Juan.
Llora. Salen don DIEGO y OTÁÑEZ
DIEGO: ¿Qué ruido es aquéste? BEATRIZ: ¡Y el manto también! LISARDA: Aquí puso Beatriz todo este regalo que envió don Juan, y le hallamos de esta suerte, y falta un vestido suyo. BEATRIZ: ¡Ay, señor, y sin ponerle! OTÁÑEZ: Sí; pero no sin quitarle. Si una viga más tuviese esta casa, no faltara, Beatriz, tu vestido. DIEGO: Siempre en las mudanzas de casa aquestas cosas suceden. Id cogiendo todo eso; y tú, trata recogerte en tu cuarto; porque el tiempo que aquí don Juan estuviere sin desposarse ha de ser el que menos ha de verte. LISARDA: Tanto obedecerte estimo que, porque a verme no entre de noche en mi cuarto, quiero estar recogida. --Venme a desnudar, Beatriz. BEATRIZ: Quien me ha desnudado a mí puede; que sabrá mejor que yo.
Llora
LISARDA: No llores; que fácilmente se remediará. (Aunque he dicho Aparte que tengo de recogerme, no lo he de hacer hasta ver a qué hora don Juan viene.) Trae luz, Beatriz. BEATRIZ: ¡Ay, señores, mi vestido, y sin ponerle! ¡Notable desdicha ha sido!
Vanse LISARDA y BEATRIZ
OTÁÑEZ: Ha estado aquí tanta gente hoy que no es mucho que falte aun más que esto. DIEGO: Otáñez, ¿tiene prevenido ya su cuarto don Juan? OTÁÑEZ: Y curiosamente aderezado. DIEGO: Id a ver si en él falta algo, y ponedle luces; porque ya la noche cerrando baja.
Vase OTÁÑEZ
¡Oh, qué alegre día fuera para mí, si mi hijo viviera éste! ¡Oh, si me viera vengado del traidor que le dio muerte! Mas no quiso mi fortuna tantas dichas concederme que llegase...
Sale CELIA con manto
CELIA: Caballero, si el amparar las mujeres heredada obligación es de todos los que tienen noble sangre, pues con ella nacieron a ser corteses, amparad una mujer, ya que la trajo su suerte a vuestros pies; que no en vano esta dicha he de deberle. Un hombre, que de mi honor le hicieron dueño las leyes bárbaras que dispusieron que padezca el inocente los delitos del culpado, siguiéndome --¡ay de mí!-- viene, y está en que no me conozca el honor suyo y mi muerte. Haced, por quien sois, señor, que hasta aquí --¡ay cielos!-- no entre; porque yo, si no... DIEGO: Callad, no digáis más; que no deben escuchar los caballeros más razón a las mujeres, para ampararlas, que verlas afligidas. A tenerle saldré, y aun a desvelarle las sospechas que trajere. Y, a no poder con razones, podré con la espada; que este pecho volcán es que ostenta dentro fuego y fuera nieve. Aquí esperad. Más de aquí no habéis de pasar; que en este cuarto una hija mía vive y no quiero yo que llegue a saber que hoy en el mundo aquestas cosas suceden.
Vase
CELIA: Bien hasta aquí ha sucedido este atrevimiento. Déme fortuna Amor, si es que Amor fortuna para sí tiene. Acercaréme al tabique de la escalera.
Abre la puerta. Salen don CÉSAR, y MOSQUITO vestido de mujer
CÉSAR: Ahora puedes salir mejor porque, siendo ahora cuando anochece, antes que se enciendan luces, podrá ser salir sin verte; que yo, hasta que eche de ver que estás fuera, por si vuelves, no me quitaré de aquí, a todo trance valiente. MOSQUITO: ¡Dios vaya conmigo, amén! CÉSAR: La seña, Mosquito, advierte que ha de ser, cuando en la calle estés con armas y gente, disparar una pistola, porque a mi noticia llegue, para que yo salga. MOSQUITO: Salga yo ahora, que es lo que conviene. CELIA: Un bulto se ve acercando a mí. MOSQUITO: Un bulto hacia mí viene. CELIA: No podré llamar a César en tanto que no se fuere.
Truecan lugares CELIA y MOSQUITO
MOSQUITO: Él no me ha visto, pues no me habla nada. CELIA: ¡Oh, si se fuese! MOSQUITO: ¡Oh, si encontrase la puerta!
Sale don DIEGO, y llégase a MOSQUITO
DIEGO: Señora, seguramente podréis salir; que en la calle no hay un hombre que os espere. MOSQUITO: (Es grande merced que me hacen.) Aparte DIEGO: Este portal, el de enfrente y todos están seguros. MOSQUITO: (Lindamente me parece. Aparte Si hay ángeles entrecanos, el de mi guarda es aquéste.) DIEGO: Venid conmigo; que yo hasta donde vos quisiereis iré con vos. MOSQUITO: (Que me place. Aparte Si esto ahora me sucede por un vestido inhumano, que a media pierna me viene, yo juro de no traer otro traje eternamente. Bien hayan los tres poetas que piadosos y corteses sacaron a luz los "Pri- vilegios de las mujeres".) DIEGO: ¡Pobre señora afligida! Aun a hablarme no se atreve.
Vanse
CELIA: Ya se van los que allí hablaban; razón no pude entenderles. Ahora por la noticia de esta casa en pasos breves llegaré hasta la escalera.-- César, señor... CÉSAR: ¿Por qué vuelves, Mosquito? CELIA: No soy quien juzgas, don César. CÉSAR: ¿No? Pues ¿quién eres? CELIA: Detente; no te alborotes. Celia soy. CÉSAR: ¿Celia? CELIA: Sí; que este extremo de amor no más que Celia supiera hacerle. Dejéte anoche --fue fuerza-- cerrado --¡raro accidente!-- y he enviado esta mañana a Inés, para que te diese aquella llave maestra con que tú salir pudieses de aquí, donde a tus desdichas les fuera más conveniente. Halló la justicia aquí, volvió después --¡dura suerte!-- y halló alquilada la casa a tu enemigo en tan breve tiempo. Mas ¿cuándo desdichas gastaron más tiempo que éste? No se atrevió a entrar en ella. Yo, viéndote en tan urgente peligro, aunque en casa estoy de quien guardada me tiene, de ella he salido. No importa el cómo; basta que puede mi ingenio haber hecho que el mismo don Diego fuese quien me trajese hasta aquí, y a esta causa detenerme no puedo. La llave es ésta; con ella, cuando pudieres, saldrás. Y adiós, César; que si donde me dejó, vuelve don Diego, y no me halla allí, podrá ser que algo sospeche. CÉSAR: Oye, escucha. CELIA: No es posible; y más ahora que viene con luz. Cierra tú esa puerta, porque a ti no puedan verte; que a mí no importa, supuesto que aquí don Diego me tiene; pues el llegar hasta aquí disculpará fácilmente el mismo temor. CÉSAR: ¡Ay, Celia, mucho mi vida te debe! Amor, déjame pagar obligaciones tan fuertes.
Cierra la puerta. Sale con luz OTÁÑEZ, don JUAN y don DIEGO
DIEGO: No quiso, en fin, la mujer que acompañándola fuese más que a esa primera calle. JUAN: ¡Extrañas cosas suceden! CELIA: (No llego a hablar a don Diego, Aparte hasta que sólo se quede.) DIEGO: Llevad esa luz al cuarto de don Juan, ya que merece mi casa desde este día tan noble y honrado huésped... JUAN: La dicha, señor, es mía. DIEGO: ...que yo he de quedarme en éste.
Vase
CELIA: (Pues ¿cómo, sin acordarse Aparte don Diego de que me tiene aquí, en su cuarto ha entrado? Sin duda, volviendo a verme adonde me dejó y viendo que faltaba, le parece que me fui, sin esperarle.) JUAN: Hoy tengo de recogerme temprano, porque Lisarda no se enoje. CELIA: (Si ha de verme Aparte don Juan, mejor es contarle lo que ha pasado; no lleguen a echarme menos en casa, que es ya muy tarde.)
Sale CASTAÑO
CASTAÑO: Aquí viene un caballero a buscarte. JUAN: ¿A estas horas? Dile que entre. CASTAÑO: Entrad.
Sale don FÉLIX
FÉLIX: A solas me importa hablaros. CELIA: (¡Mi hermano es éste!) Aparte JUAN: Salíos los dos, y dejad la luz sobre ese bufete.
Vanse OTÁÑEZ y CASTAÑO
CELIA: (En extraño aprieto estoy. Aparte Ni a salir puedo atreverme ni [a] estar aquí. Aquí me escondo, hasta que se vaya Félix.) JUAN: Ya estáis solo. ¿Qué traéis? Hablad. FÉLIX: Sí haré, si pudiere. JUAN: Apasionado venís. Mejor estaréis en este cuarto; entrad donde os sentéis. CELIA: (¡Ay de mí, si llega a verme!) Aparte FÉLIX: No he venido tan despacio. Escuchad; yo seré breve. Don Juan, si sois mi amigo, y si de que lo soy vuestro es testigo aquesta casa, donde --¡voz no tengo!-- vos me buscasteis, y a buscaros vengo, que en un día no más están trocados en los dos con la casa los cuidados; oídme, aunque parezca villanía, venir tan puntüal la pena mía a cobrar una deuda a que obligado estáis. JUAN: A todo estoy determinado. Decidme; ¿qué mandáis? FÉLIX: Una fineza digna de ese valor y esa nobleza. JUAN: Decis, pues, ¿qué queréis? FÉLIX: Que, si habéis hecho más diligencias, como yo sospecho, de saber de don César, homicida, que a vuestro primo le quitó la vida; si habéis rastreado --¡ay cielos!-- o sabido dónde en todo Madrid está escondido, pues le habéis de buscar determinado... JUAN: ¿Qué? FÉLIX: Que habéis de llevarme a vuestro lado. JUAN: Eso, Félix, yo había de pedíroslo a vos. FÉLIX: La pena mía esto os ruega, porque --¡desdicha fuerte!-- me importa, más que a vos, darle la muerte. JUAN: Pues ¿qué os ha sucedido con él de anoche acá, que os ha movido a salir sólo a esto? FÉLIX: Yo os dijera la causa, si la causa lo sufriera; que pronuncian de un noble--¡ay Dios!--los labios, o mal o tarde o nunca los agravios. JUAN: ¿Agravios, Félix? FÉLIX: Sí. JUAN: No sois mi amigo si más claro no habláis aquí conmigo. FÉLIX: Sí hablaré, aunque el honor con la voz lucha. JUAN: Hablad, pues otro vos sólo os escucha. FÉLIX: Yo tengo --¡dudo, ay Dios, cómo lo diga!-- una aleve, una fiera, una enemiga, una injusta tirana, una --¿qué sirven frases?-- una hermana. Ya lo dije, y en la ansia que me aflige, sólo es consuelo ver que a vos lo dije. Esta, pues, causa fiera de que yo desde Italia me viniera, en Madrid me ha tenido, hermano, con cuidado de marido. ¡Mal haya parentesco tan injusto que es tan todo al pesar, tan nada al gusto! Que otros celosos tienen ocasiones de engañar con halagos sus pasiones; mas no un hermano, que, entre sus desvelos, halagos no halla en que engañar sus celos. En fin, anoche a Celia --ya los visteis-- llevé a una casa --testigo fuisteis--; pues hoy de ella ha faltado --¡ay enemiga!--, diciendo que iba a ver a cierta amiga, y volviendo por ella, no estaba de visita ya con ella. La amiga, pues, turbada dijo que de su casa disfrazada salió, porque la dijo ser su intento el irme a verme a mí al retraimiento, y que importaba mucho sola fuese, porque, al verla, de mí nadie supiese. Diréis que esta desdicha ¿en qué ha tocado a César? Pues de él nace mi cuidado, cuando en la guerra yo de paz gozaba, el dueño de la casa en que hoy estaba me escribió que la muerte que a vuestro primo dio César --¡oh fuerte dolor!-- por ella fue, yo he inferido que, habiendo ayer --¡ay Dios!-- César venido, y hoy mi hermana faltado, no le dé aquella causa este cuidado. Y así, pues a vos hoy en esto alcanza un enojo venganza, y en mí mi desagravio, cuerdo solicitad e inquirid sabio dónde está. Deudos tiene, amigos tiene, y buscarle entre todos nos conviene; que yo, desesperado, ya que tan claramente aquí os he hablado, me voy huyendo, porque en tanto abismo aun yo tengo vergüenza de mí mismo.
Vase
JUAN: Esperad; que no tengo de dejaros ir solo, y es preciso acompañaros.-- Cerrad --¡hola!-- esta puerta y, hasta que vuelva yo, a nadie esté abierta.
Vase
CELIA: ¿Habrá, cielos más desdichas? ¿Habrá, cielos, más temores que en mi agravio se conjuren, que en mi daño se convoquen? ¿Qué he de hacer aquí?
Salen medio vestidas LISARDA y BEATRIZ
LISARDA: ¿Qué dices, Beatriz? BEATRIZ: Digo lo que oyes LISARDA: ¿Don Juan ha vuelto a salir de casa a la media noche? BEATRIZ: Sí, señora. CELIA: (Mas ¿qué dudo? Aparte Estas ciegas confusiones, si no...)
LISARDA repara en CELIA
Mas ¡ay de mí!) LISARDA: Aguarda. BEATRIZ: Pues ¿qué hay que así te alborote? LISARDA: ¿Quién eres? CELIA: Una mujer. LISARDA: ¿A quién buscas aquí? CELIA: A un hombre. LISARDA: Descúbrete. CELIA: No haré.
Éntrase. Gritando BEATRIZ
BEATRIZ: Ésta es, sin duda,... LISARDA: No des voces. BEATRIZ: ...la que me hurtó mi vestido. LISARDA: Huyendo de mí, se esconde. BEATRIZ: No entres allí, sin llamar gente. LISARDA: ¡Qué poco conoces de celos! Toma esa luz. Donde hay celos, no hay temores.
Éntranse LISARDA y BEATRIZ tras CELIA. Sale don CÉSAR
CÉSAR: Ya que, tan quieta la casa, ruido ninguno se oye, saldré, pues que tengo llave con que abrir, para ir adonde repare el daño de Celia que escuché. ¿Ahora estáis torpes, pies? Mirad que las desdichas tienen pasos de ladrones. La puerta hallé ya. Adiós, pues, infelices confusiones de un desdichado. ¡Ay, Lisarda, goza feliz tus amores, sin verlo yo!
Al abrir la puerta don CÉSAR, sale don JUAN
JUAN: ¿Quién va allá? CÉSAR: (¡Ay de mí!) Aparte JUAN: ¿Quién es? CÉSAR: Un hombre. JUAN: ¿Qué hombre en esta casa? CÉSAR: Uno que, si el mundo se le opone, ha de salir, sin que nadie le conozca ni lo estorbe. JUAN: Sí hiciera, a no ser yo quien a estorbarlo se dispone.
Vuelve a salir CELIA, y LISARDA tras ella
LISARDA: Tengo de verte la cara. CELIA: No harás, aunque a eso te arrojes. LISARDA y CÉSAR:¿Cómo has de estorbarlo? JUAN y CELIA: Así.
Mata CELIA la luz, y sacan don CÉSAR y don JUAN las espadas y riñen. Habla dentro BEATRIZ
BEATRIZ: Ruido de espadas se oye. CÉSAR: Alborotada la casa está. Vuelvo a entrarme donde no me vean. LISARDA: ¡Hola! ¡Luces! CELIA: El mismo secreto logre, escondiéndome en él. JUAN: No te siguen mis pies veloces por no dejar esta puerta. LISARDA: Porque la puerta no tomes, de ella no me he de apartar. JUAN: ¡Traed luces! LISARDA: ¿Nadie me oye? CÉSAR: ¿Quién va? CELIA: ¡César! CÉSAR: Entra, Celia, y en la escalera te esconde.
Éntranse LISARDA y don JUAN por las puertas de los lados, y don CÉSAR y CELIA por la de la escalera

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA

El escondido y la tapada, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002