JORNADA TERCERA


Salen ALEJANDRO, EFESTIÓN y CHICHÓN
CHICHÓN: Aunque llamado de ti vengo, los pies no te pido. ALEJANDRO: ¿Por qué? CHICHÓN: Porque los darás, según liberal te miro, y estará mal despeado un monarca tan invicto. ALEJANDRO: Supla de los pies la falta desta sortija el zafiro. CHICHÓN: ¡Oh, mal haya el asonante, que ser "diamante" no quiso! ALEJANDRO: Alza del suelo; que quiero, pues sé que estás en servicio de Apeles, saber de ti qué extraño accidente ha sido éste que oigo que le ha dado. CHICHÓN: Pues ¿quién bastará a decirlo, si nadie basta a saberlo? Lo primero, anda aturdido tanto que con nadie habla, señor, que no sea consigo; lo segundo, si se viste, es con tan gran desaliño que ni es él ni su figura; lo tercero, su retiro son estas montañas, donde sólo se sale a dar gritos; su llanto es cosa de risa, su risa cosa de vicio, su comer cosa de juego, su llorar cosa de niños, su dormir cosa de locos, y nada cosa de juicio. ALEJANDRO: ¿No le hacen remedios? CHICHÓN: Cuantos físico el arte previno a su curación se han hecho; pues, como un poeta dijo, le han puesto mil cataplasmas, cataplastos, cataplistos; y no basta, aunque le pongan cata-Francia-Montesinos, para saber qué mal tiene. ALEJANDRO: Pésame, porque le estimo de suerte, que de mi imperio diera el medio por su alivio; pues cuando no le tuviera la inclinación que publico por primoroso en su arte, por el retrato que hizo de Campaspe le quedara sumamente agradecido. Ve y dile que venga a verme. CHICHÓN: Yo iré, si en eso te sirvo; pero tú verás en él un mal tan fuera de estilo que, una vez "hipo-con-dría" y otra vez "dría-con-hipo," revienta de que es discreto, y apenas es entendido. EFESTIÓN: ¿Verle quieres? ALEJANDRO: Sí; que, puesto que a su salud solicito medios, uno que he pensado me ha de decir lo escondido de su pecho. EFESTIÓN: ¿Y qué es el medio? ALEJANDRO: Acudir a los motivos de la filosofía; pues es su principal oficio de las causas naturales investigar los principios. Y así a Diógenes mandé que me llamasen al mismo tiempo que también a Apeles llamo; porque compasivo en una parte y en otra curioso, ver determino cómo uno siente sus penas y otro hace dellas juicio. EFESTIÓN: ¿Dónde a Diógenes mandaste que viniese? ALEJANDRO: A este distrito que hay de mi tienda a la quinta de Estatira, porque he oído que todas estas mañanas sale a su apacible sitio con sus damas, donde hacen músicas y regocijos suave la prisión, y quiero ver si ver puedo el divino sol de Campaspe, buscando algún ingenioso arbitrio para apartarla de esotras; y si la verdad te digo, no sé qué diera, porque hallase el amor camino de reducirla a mi tienda. EFESTIÓN: Uno mi ingenio previno. ALEJANDRO: ¿Qué es? EFESTIÓN: Fingir que llegó al campo de Teágenes un hijo, pidiendo justicia della por el pasado homicidio; y no pudiendo a la parte tú dejar de dar oídos, llevártela presa. ALEJANDRO: Eso es valernos de un delito. Pero después lo veremos mejor, porque ahora miro a Diógenes y a Apeles venir donde les han dicho.
Sale por una puerta DIÓGENES y por otra APELES
DIÓGENES: (¿A mí Alejandro? Pues ¿qué Aparte tiene Alejandro conmigo?) APELES: (¡Quiera Amor, no me declaren Aparte de una vez mis desvaríos!) DIÓGENES: ¿Qué es, señor, lo que me mandas? APELES: ¿En qué, gran señor, te sirvo?
A DIÓGENES
ALEJANDRO: Escúchame tú primero;
A APELES
después hablaré contigo. Bien, Diógenes, ¿te acuerdas de aquella apuesta que hicimos de quién necesitaría antes, tú de mi dominio o yo de tu ciencia? DIÓGENES: Sí. ALEJANDRO: Pues yo me doy por vencido, confesando que primero de tu ciencia necesito que tú de mi poder. DIÓGENES: Pues, ¿no era uno y otro preciso, si el rico sin ella es pobre y el pobre con ella es rico? ALEJANDRO: Aun por eso quiero ver lo que en la tuya consigo. Ese joven, a quien yo por inclinación estimo, favoreciéndole el astro de algún benévolo signo, padece un grave accidente; y tal que, siendo entendido, hábil, galán y discreto, en pocos días le admiro alterada la razón, prevaricado el sentido, necio, inútil, desairado, sin discurso y sin aliño. Nadie de su mal conoce la causa, ni él ha sabido decirla a nadie; de suerte que, dándose por vencidos de la sabia medicina los más doctos aforismos, le dejan morir, sin que le hagan ningún beneficio. Yo, viendo la obligación en que te pone el retiro que profesas, de saber los secretos escondidos de la gran naturaleza, quiero ver cómo haces juicio deste accidente; y así que le asistas determino unos días, para que, si averiguas el principio de su mal, sepa que sabes; y si no, sepa que ha sido locura tu ciencia, pues para nada es de servicio. DIÓGENES: Que es el corazón del hombre animal de pliegues dijo Aristóteles, mostrando que es un color si encogido está y, si está dilatado, de muchos; con que previno que, en queriendo averiguarle, no se le da punto fijo; pues al irle desdoblando todo es colores distintos. Siendo así, locura fuera decir yo desvanecido que entenderé el suyo; pero no por eso desconfío de saberlo. Háblale tú, sin darte por entendido, porque no esté con cuidado, viendo que con él le asisto. ALEJANDRO: Pues disimula. --¿Dónde ibas, Apeles, cuando te dijo aquel soldado que yo te llamo? APELES: Si verdad digo, a decir mis sentimientos a estas peñas, a estos riscos, árboles, plantas y flores que, como fieles testigos, saben lo mejor y ignoran lo peor. ALEJANDRO: No te he entendido. APELES: Es que saben escucharlos
Suspira
y es que no saben decirlos. ALEJANDRO: Pues ¿y no fuera mejor comunicarlos rendido a quien sentirlos supiera? APELES: No, señor; que fuera alivio; y yo estoy tan bien hallado con ellos y ellos conmigo, que ellos y yo no queremos partir con nadie el sentirlos.
Esto y lo demás deste género dice DIÓGENES a ALEJANDRO aparte
DIÓGENES: El primer color de que muestra el corazón teñido es melancólico humor. ALEJANDRO: Descansa, Apeles, conmigo. ¿Qué tienes? APELES: No sé qué tengo. ALEJANDRO: ¿Es faltarte en mi servicio el cariño de tu patria? APELES: No está en mi patria el cariño. ALEJANDRO: ¿Necesitas de algo?
Con algún despecho
APELES: Sólo de mi muerte necesito. DIÓGENES: Ya de cólera y de ira despliega el segundo viso. ALEJANDRO: Pues ¿de mí no le fiarás, sabiendo lo que te estimo? APELES: ¿A quién pudiera mejor?
Turbado
Pero humilde te suplico, no conjures mi silencio; que es mi mal tan exquisito, tan intratable mi pena, tan sin uso mi martirio, que, embargando el corazón acá dentro los suspiros, aunque decirlo quisiera, no puedo. DIÓGENES: De algún nocivo veneno parece que da aquesta congoja indicio.
Cobrándose algo
APELES: Fuera de que, si adelanto el tormento con que vivo, aunque pudiera decirle, no le dijera, si miro que fuera avivar la llama... DIÓGENES: Todo esto parece hechizo. APELES: ... al incendio de que muero, si viera... DIÓGENES: Ya esto es delirio. APELES: ... que alguno piadoso hacía tan grande crueldad conmigo como quitarme el dolor. DIÓGENES: Ya esto es rabia. APELES: Pues le admito, como conveniencia, tanto que, a faltarme él, imagino... DIÓGENES: Ya esto es desesperación. APELES: ... que me faltara un amigo tan del alma que, sin él, me diera muerte a mí mismo. DIÓGENES: De desordenado amor parece este afecto hijo. ALEJANDRO: ¿No hay remedio? APELES: No hay remedio; que mi mortal parasismo no consta de mí, porque consta de ajeno albedrío. DIÓGENES: Ya lo confirman los celos.
A DIÓGENES
ALEJANDRO: ¡Oh, qué de cosas has visto en un instante! DIÓGENES: ¿Qué quieres, si va desplegando a giros dobleces el corazón, cuyos afectos distingo a partes, y del primero en el postrero me afirmo. ALEJANDRO: ¿Cómo quieres que amor sea, si ser melancolía has dicho, ira, cólera, veneno, desesperación, delirio, hechizo y rabia? DIÓGENES: Pues ¿quién sino amor hubiera sido, como conveniente, amando con no ordenado apetito su daño, melancolía, ira, cólera, nocivo veneno, delirio y rabia, desesperación y hechizo?
Con terneza
APELES: Y así otra vez y otras mil humilde, señor, te pido, no apures mis sentimientos; porque el mal que lloro y gimo no tiene definición. Y pues cuando más me explico es cuando me explico menos, concede a mis desvaríos la licencia de callarlos; que, aunque yo quiera decirlos, no me es posible, porque...
Dentro MÚSICA
VOZ: Sólo el silencio testigo ha de ser de mi tormento. APELES: Ya aquesa voz te lo ha dicho, aunque no bien; que si dice que sólo ha de ser testigo de su tormento el silencio, hay más que decir que dijo; porque aun el silencio no es capaz del dolor mío; pues cuando el silencio quiera, o crüel o compasivo, lo que no digo decir, no podrá; porque al decirlo... VOZ: Aun no cabe lo que siento en todo lo que no digo. DIÓGENES: Vuelvo a afirmarme, señor... ALEJANDRO: ¿En qué? DIÓGENES: En que lo dicho dicho. Este hombre está enamorado. ALEJANDRO: No disuenan los indicios; pero quédese ahora así, con orden de que advertido has de averiguarlo más, mientras yo otro afecto sigo, si no tan crüel, no menos poderoso. --Ven conmigo, Efestión; que, si hablar a Campaspe no consigo, quizá podrá ser, me valga de aquel tu pasado arbitrio.
Vanse ALLEJANDRO y EFESTIÓN
DIÓGENES: (¡Buena comisión me queda! Aparte Mas ya que Alejandro hizo capricho el examinarme, también yo he de hacer capricho el satisfacerle a él.) En fin, ¿no es posible, amigo, que sepamos vuestras penas? APELES Y MÚSICA: Sólo el silencio testigo ha de ser de mi tormento. DIÓGENES: Pues advertid que ya ha habido silencio tan bachiller que dijo lo que no dijo. APELES: Pues éste no lo dirá. DIÓGENES: ¿Por qué? APELES: Porque enmudecido... APELES Y MÚSICA: Aun no cabe lo que siento en todo lo que no digo. DIÓGENES: Pues guardaos de mí; que yo he de saber lo escondido de vuestro pecho, después no digáis que no os lo aviso. APELES: No haréis tal; que yo sabré, homicida de mí mismo, darme la muerte, primero que nadie sepa que ha sido con las honras de Alejandro mi amor tan vil asesino que da la muerte pagado, hecho usura el homicidio. ¡Oh, nunca me honrara tanto que es fuerza que, agradecido de alimentos mi dolor, viva de sus beneficios! ¿Cómo puedo ser yo ingrato, arrojándome atrevido a competirle su amor, si cuando (¡ay de mí!) me animo sólo a amar, me sale al paso, demás del respeto digno a la majestad, demás de la confianza que hizo de mí, fiándome su amor, su deseo tan benigno que, intentando mi salud por tan extraños caminos, un cariño me baraja la suerte de otro cariño? ¿Y tanto que, aunque Campaspe, que al alba esperaba, dijo, ni a ella ni al alba vi, haciendo de su favor desperdicio? Pues ¿qué remedio?
Dentro
CAMPASPE: Morir será mi menor peligro. APELES: Infausto oráculo, ¿quién es con quien hablas?
Dentro
ALEJANDRO: Contigo moriré yo. APELES: ¿Otro temor? CAMPASPE: No he de oír. ALEJANDRO: Bello prodigio, espera.
Sale CAMPASPE huyendo, ALEJANDRO tras ella; y en viendo a APELES, se detiene
CAMPASPE: Ya he dicho que antes moriré. ALEJANDRO: También he dicho yo que contigo mi muerte me ha de hallar. APELES: (¡Qué veo!) Aparte CAMPASPE: (¡Qué miro!) Aparte APELES: (Campaspe son y Alejandro mis fatales vaticinios.) CAMPASPE: (Apeles es quien su vista rémora a mi planta ha sido.) ALEJANDRO: ¿Por qué, divina Campaspe, cuando apartada te he visto desa dulce alegre tropa, que con aplausos festivos al alba saluda, y, hecho humano girasol, sigo los siempre lucientes rayos de tus dos soles divinos, de mí huyes? CAMPASPE: Porque sé que no es tu afecto tan digno como debiera. ALEJANDRO: Pues ¿quién le ha malquistado contigo? CAMPASPE: Apeles, que no aquí en balde trajo el cielo por testigo. (Así he de hablar con entrambos.) APELES: (Ofendida de mi olvido, sin duda de mí se venga.) ALEJANDRO: ¿Apeles? ¿Qué es lo que he oído? APELES: ¿Yo, Campaspe? CAMPASPE: Tú; pues tú, haciendo el retrato mío, me dijiste que me amaba y que no era el sacrificio a Júpiter, sino a Amor; con que mi honor, advertido de su peligro, es forzoso que huya de su peligro; de suerte que tú eres causa de que él sienta mis desvíos; pues si no fuera por ti, quizá dél no hubiera huido, porque yo no lo supiera si tú no lo hubieras dicho. APELES: (Pues con dos sentidos habla, responderé en dos sentidos.) Si yo te ofendo, Campaspe, es porque otro dueño sirvo, que su amor y tu hermosura mandó pintar a dos visos;
A ALEJANDRO
y pues para ella es ofensa lo que para ti es servicio, agradéceme este enojo. ALEJANDRO: No te disculpes conmigo, pues las señas de culpado resultan en las de fino; y ya que mi amor te debe en este primer aviso vencer las dificultades de dar a un amor principio, débate ahora, pidiendo licencia a tus desvaríos, que intercadentes parece que dan treguas al sentido, avisar si viene gente, mientras a Campaspe digo lo menos de lo que siento. APELES: (¿Esto más, cielos impíos?) CAMPASPE: (¿Esto más, hados crüeles?) APELES: (¡Qué violencia!) CAMPASPE: (¡Qué conflicto!)
Retírase APELES al paño, oyendo lo que los dos hablan
ALEJANDRO: Desde el instante, divina Campaspe, que de tu brío y de tu llanto fue objeto la piedad del pecho mío, tan postrado a tu altivez, a tu queja tan rendido quedó mi afecto...
Sale APELES
APELES: Señor, Siroés viene hacia este sitio. ALEJANDRO: Saldréla al paso, porque no llegue a verme contigo.
A APELES
No la dejes ir tú, en tanto que yo vuelvo.
Vase
APELES: ¿Quién ha visto tal género de tormento, tal linaje de martirio?
Hablan bajo, apriesa y a hurto, como recelándose de ALEJANDRO
CAMPASPE: Quien cobarde complaciendo al lisonjero artificio, no quiso a su dama tanto como a su privanza quiso. APELES: Si yo tuviera elección entre aquesos dos cariños, el elegido me diera contra el desdeñado alivio; pero si me he de morir a manos del elegido, ¿qué me culpa el desdeñado? CAMPASPE: El temor con que, remiso, no sabiendo entre dos muertes elegir la de más brío, se deja morir de humilde, pudiendo morir de altivo. APELES: Es lealtad. CAMPASPE: Es cobardía. APELES: Eso es volver al principio. CAMPASPE: No es sino llegar al fin. APELES: No es, si... CAMPASPE: Sí es, si..
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: A nadie miro en todo el monte. APELES: Debió de echar por otro camino. ALEJANDRO: Vuelve a avisar si viniere.
Vuélvese APELES al paño
Y tú, hermoso dueño mío, acuérdate que me diste la vida. CAMPASPE: ¿Y ése es motivo para obligarme a quererte? ALEJANDRO: Claro está; porque quien hizo un beneficio quedó obligado al beneficio. Dar una cosa y quitarla, una vez dada, es estilo muy villano. ¿Por qué piensas que vive cuanto ves vivo? Porque los dioses, que fueron quien les dio la vida, han sido los que a su conservación se obligaron.
Sale APELES
APELES: Señor... ALEJANDRO: Dilo. APELES: Estatira hacia allí viene. ALEJANDRO: Irla al paso determino. Y pues yo a lo mismo vuelvo, vuelve también tú a lo mismo.
Vase
CAMPASPE: ¿Quién en igual confusión de dos amantes se ha visto? APELES: Si de haberle dado vida te hace cargo tan preciso, ¡cuánto más que haberla dado es haberla recibido! Si él te la debe a ti, tú me la debes a mí; indicio más noble; que el de obligado fue siempre el de agradecido. CAMPASPE: Es verdad, mas ¿cómo puedo serlo yo, si desperdicio se hace el agradecimiento? APELES: Sabe el cielo si le estimo. CAMPASPE: ¿En qué he de verlo yo? APELES: En sola una cosa que te pido. CAMPASPE: ¿Qué es? APELES: Que, porque más no pierda que lo que pierdo en oírlo . . . CAMPASPE: Di. APELES: Ningún favor me hagas; que yo me doy a partido de que nada en mí sea amor, porque todo en ti sea olvido. Tan a nadie quieras, que ni a mí me quieras.
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: No he visto por aquí a nadie. APELES: Debió de echar por otro camino. ALEJANDRO: No es sino que yo estoy loco, pues de otro loco me fío. Retírate de aquí, y no me vuelvas con otro aviso. APELES: (¿Quién creerá que el desdeñado ausente al favorecido?)
Vase
ALEJANDRO: Volviendo a cobrar, Campaspe, de aquel mi discurso el hilo, que no es baja frase, puesto que es frase de laberinto... ESTATIRA: Mudad de tono y de letra.
Dentro a una parte
SIROÉS: Mudad de letra y sentido.
Dentro a otra parte. Sale APELES
APELES: Estatira y Siroés por aquí vienen. ALEJANDRO: ¿No he dicho que mis delirios me bastan sin creer a tus delirios, y que aquí no vuelvas? APELES: Yo pienso que en eso te sirvo. ALEJANDRO: Loco está, no hagas dél caso. Y así, segunda vez digo que por más que ingrata acudas a tus desdenes esquivos, siendo escollo a los embates de lágrimas y suspiros, he de esperar tus favores sin que me dé por vencido, a que no ha de haber mudanza pues que por algo se dijo...
Lejos
CORO: Escollo armado de hiedra, yo te conocí edificio. CAMPASPE: No está tan loco, señor, como a ti te ha parecido Apeles, pues es verdad que hacia aquí Estatira vino. Y pues te debo el reparo de que no te vean conmigo, débate la ejecución. Vete, llevando sabido que, aunque a siglos tu deseo mida el tiempo amante y fino, en mí no ha de haber mudanza; que no ha de ser mi albedrío...
Lejos
CORO: Ejemplo de lo que acaba la carrera de los siglos. APELES: Mira si hacia esotra parte Siroés viene. ALEJANDRO: Irme es preciso, por no despertar sospechas. (¡Viven los cielos divinos, que, aunque delito parezca valerme de otro delito, que, pues no me vale el ruego, ha de valerme el arbitrio!)
Vase
CAMPASPE: Y los dos ¿en qué quedamos? APELES: En que leal determino que, siendo tú lo que pierdo, piensen todos que es el juicio. CAMPASPE: Aunque de tu amor me ofendo, quizá de tu honor me obligo, viendo que, de puro noble, sin razón y sin aviso...
Más cerca
CORO: De lo que fuiste primero estás tan desconocido. APELES: ¿Qué mucho todos por loco me tengan, si yo lo afirmo siempre que a mi pensamiento "No me estés cuerdo," le digo, "trayéndome a la memoria el favor, sino el olvido, para que dél muera, pues sólo el instante eres mío..."
Más cerca
CORO: Que de ti mismo olvivdado, no te acuerdas de ti mismo. CAMPASPE: Muchos se acercan; tampoco a ti te vean. APELES: No miro por donde escapar; que tienen tomados ambos caminos. CAMPASPE: Entre estas ramas te esconde mientras pasan. APELES: Imagino que tú me descubras. CAMPASPE: ¿Cómo? APELES: Como, alumbrando este sitio... COROS 1 y 2: Ya fuiste lisonja al sol y de sus rayos registro. CAMPASPE: Escóndete, que no haré; que arden muy lentos, muy tibios rayos que no abrasan. APELES: Sí hacen, sino que están a impedirlos muchas nubes. CAMPASPE: Mira que llegan ya. APELES: Desde este sitio seré, mirando tus ojos, en sus hojas escondido, si cortesano del bosque, de las estrellas vecino.
Escóndese. Salen ESTATIRA, SIROÉS, CLORI, NISE y MÚSICOS
ESTATIRA: Campaspe, ¿qué soledad es ésta? SIROÉS: ¿Tanto retiro de nosotras? CAMPASPE: Un discurso ocupado y pensativo en sus penas sólo halla en la soledad asilo. ESTATIRA: Pues ¿qué tienes? CAMPASPE: ¿La memoria de mi casa no es preciso que me deba algún cuidado? Y así a las dos os suplico me deis licencia de que a ella vuelva, pues ya miro aquel pasado suceso tan entregado al olvido que nadie se acuerda dél. ESTATIRA: Como el irte haya nacido de tu conveniencia, y no del poco agasajo mío, tuya es la elección. CAMPASPE: El cielo sabe que en el alma imprimo vuestros favores, ansiosa de que no pueda serviros; pero sabré agradecerlos, siempre que a vuestro servicio mi vida importe. SIROÉS: Los brazos nos da, y adiós.
Al paño
APELES: (Hado impío, ¿qué ausencia será ésta? ¡Quién alcanzara sus designios!) CAMPASPE: (Esto es hurtarme a Alejandro; no ha de saber dónde asisto.)
Al entrarse, salen unos SOLDADOS con armas
SOLDADO 1: Hermosa Campaspe, espera. CAMPASPE: ¿Qué queréis? SOLDADO 1: Fuerza es decirlo, bien que a mi pesar. ESTATIRA: Soldados, ¿qué armas, qué gente, qué ruido es aquéste? SOLDADO 1: Perdonadme, señora; que a haberos visto aquí, no llegara; pero ya que llegué, me es preciso decir el orden que traigo. De Teágenes un hijo a pedir justicia viene de Campaspe; y como ha sido justo a la segunda parte guardar el segundo oído, aunque de Alejandro ya tiene el perdón conseguido, para que dé sus descargos es fuerza parecza en juicio. Presa me mandan llevarla. APELES: (¡Qué oigo!) CAMPASPE: ¡Qué escucho! ESTATIRA: ¿Advertidos? ¿No fuera bien que esperarais que no estuviera conmigo, para intimarla esa orden? SOLDADOR 1: Sí, señora, mas ya he dicho que no os vi. ESTATIRA: Pues ya me veis, y si no tratáis de iros . . . CAMPASPE: No, señora, hagáis empeño por mí; que de mi delito la razón me pondrá en salvo. (La hora de irme no miro, por no empeñarle otra vez.) Y así a cuantos me oyen pido, desde la cumbre del monte hasta la falda del risco, nadie en mi defensa salga; que, aunque voy presa, yo fío que voy en mi libertad, pues voy yo misma conmigo.
Vanse CAMPASPE y SOLDADOS. Sale APELES
APELES: Espera; que no sabes el peligro, Campaspe, a que vas. SIROÉS: ¿Qué es esto? APELES: Correr a mi precipio, viendo a Campaspe en poder de Alejandro y sus ministros. CLORI: (Descubrióse la maraña.) Aparte NISE: (Dio la tramoya consigo Aparte en tierra.) ESTATIRA: Pues ¿cómo vos osáis estar escondido en esta parte? APELES: No sé; mas sabrélo, si la libro del riesgo a que va. ESTATIRA: Teneos; que lo que yo no consigo por mí, queriendo ella ir presa, por vos no he de conseguirlo. APELES: No os importa tanto a vos como a mí. ESTATIRA: Aunque me hayan dicho su despecho en no empeñaros, vuestro arrojo en descubriros; que, aunque al vivo la pintáis, pintáis su amor más al vivo.
Sale DIÓGENES y, viendo gente, se detiene
DIÓGENES: (Vuelvo a buscar aquel joven para ver si algo averiguo.) ESTATIRA: Tengo de saber qué es esto. APELES: Ya de vista se ha perdido. DIÓGENES: (Con unas damas está. ¡Quién hallara un indicio!) ESTATIRA: No habéis de seguirla. APELES: ¡Cielos, en vano al dolor resisto! ESTATIRA: ¿Qué es esto? digo otra vez. APELES: Yo otra vez y otras mil digo que es que voy a ver, y ciego, que es que voy a hablar, y gimo. ESTATIRA: ¿Ahora enmudeces? ¿Ahora calláis? ¿Ahora suspendido las articuladas voces trocáis en mudos gemidos? ¿Qué pasmo fue, qué letargo el que yerto, helado y frío os ha dejado? APELES: ¡Ay de mí! ¿Qué es esto que mis sentidos ha turbado de manera que ni oigo, ni hablo ni miro? ¿Qué espero? Piérdase todo, pues que todo se ha perdido. ¡Fuego, fuego, que me abraso, que me ahogo, que me aflijo!
Arroja los vestidos
TODOS: ¿Qué hacéis? APELES: Arrojar la ropa, viendo arder en tan activo incendio de mi cadáver todo el humano edificio. ¡Piedad, cielos divinos! Mas ¡ay!, que más que apague el llanto mío, el aire encenderá de mis suspiros. SIROÉS: Él está loco; huye dél.
Vase
CLORI Y NISE: Todas haremos lo mismo.
Vanse
ESTATIRA: Llegó a su extremo el furor.
Vase
DIÓGENES: Atiende, discurso mío, quizá dirá su locura lo que su razón no dijo. APELES: ¡Piedad, cielos divinos! Mas ¡ay!, que más que apague el llanto mío, el aire encenderá de mis suspiros.
Sale CHICHÓN
CHICHÓN: Si no me engañan los ecos, hacia aquí la voz he oído.-- Señor, ¿es hora de hallarte? ¿Cómo desnudo te miro? ¿Has jugado a la pelota? ¿Vienes de nadar del río, o vas a esgrimir? APELES: No es, no es, sino que en el navío que en el mar de amor sulcaba rizados campos de vidrio, tormenta corrí de celos, y en sus ruinas encendido, Etna soy, rayos aborto, volcán soy, llamas respiro. ¡Piedad, divinos cielos! Mas ¡ay!, que más que apague el llanto mío, el aire encenderá de mis suspiros. CHICHÓN: ¿Qué navío ni qué haca? ¿Qué mar ni qué desatino? ¿Qué tormenta ni qué alforja? Vuelve a cobrar tus vestidos, espada, capa y sombrero;
Recoge los vestidos
Pero no cobres el juicio, que diz que está bien hallado quien le tiene bien perdido. APELES: Pues nadie mejor que yo, y porque lo creas, ¿has visto a Campaspe? CHICHÓN: Sí, señor. APELES: ¿Dónde estaba? CHICHÓN: En mi vestido; que como para picaños el peinador no se hizo, al peinarme esta mañana todo de caspa teñido le vi, a modo de nevado, pero no a modo de limpio. APELES: Calla, calla; que no entiendes mi dolor. Lo que te digo es que si has visto a Campaspe en poder de un dueño impío que, no valiéndole el ruego, el engaño le ha valido? CHICHÓN: (Seguirle quiero el humor.) Aparte ¿No quieres que la haya visto, si ella y ese ingrato dueño, haciéndose mil cariños, él iba a caza de mirlas y ella a caza de chorlitos? APELES: Mientes, mientes; porque presa la tienen. CHICHÓN: Pues ¿no es lo mismo estar presa que ir a caza? APELES: ¡Viven los cielos divinos, que te ha de costar la vida, villano, el no haberla visto! CHICHÓN: No costará, porque yo huir sé desde tamañito.
Al ir huyendo de APELES, y él siguiéndole, da con DIÓGENES
Mas ¿quién está aquí? DIÓGENES: Yo soy. APELES: Pues ¿qué hacéis aquí escondido vos, viejo honrado?
Cógele del brazo
CHICHÓN: Eso sí; rínele muy bien reñido; que es mucha filosofía acechar, sin ser vecino. (Quiero entretanto llamar gente para reducirlo a casa.)
Vase
DIÓGENES: ¿Yo, señor, cuándo...? APELES: No, no tenéis que eximiros. DIÓGENES: (¿Quién me metió en venir, cielos, de la quietud en que vivo a dar en manos de un loco?) APELES: ¿Pensáis que no os he entendido? ¿Que queríades saber que el sol que idólatra sigo es Campaspe? ¿Y que es Campaspe a quien Alejandro quiso, a cuya causa, por no ofender al dueño mío, entre un amor y un respeto, falso amante, criado fino, me dejé morir, trocando sus favores a desvíos, sus agrados a desdenes, y sus memorias a olvidos? Pues no, no habéis de saberlo, porque yo no he de decirlo. ¡Piedad, cielos divinos! Mas ¡ay!, que más que apague el llanto mío, el aire encenderá de mis suspiros. DIÓGENES: Bien esperé que el furor dijera lo que no dijo el dolor. Y pues acaso a las manos se me vino el desengaño de todo, diré yo que lo he sabido por mis ciencias a Alejandro; pues contra achaques del siglo hasta la ciencia es forzoso valerse del artificio.
Salen ALEJANDRO y EFESTIÓN
EFESTIÓN: Estas dos nuevas, señor, a un mismo tiempo han venido. ALEJANDRO: Ambas de pesar han sido, y no sé cuál es mayor. ¿Rojana murió? EFESTIÓN: El furor del mar, como la presuma Venus de Chipre, con suma violencia, quiso en su esfera que una de la espuma muera, si otra nace de la espuma. A esto se llega enviar Darío cuanto pediste, porque imposible creíste que lo pudiese juntar en rescate singular de sus hijas; con que ha sido fuerza, habiendo prometido que libres no se han de ver, o tu palabra romper o faltar a lo ofrecido al gran Júpiter. ALEJANDRO: Y di, entre uno y otro pesar, ¿sabes si han ido a buscar a Campaspe? EFESTIÓN: ¿Tanto en ti puede una pasión que así todo lo olvidas por ella? ALEJANDRO: ¿Qué te admiras, si mi estrella tan poderosa es que no pierdo nada, como yo no pierda a Campaspe bella? En llegando a amar, no hay fama, no hay aplauso, no hay blasón, honor, vida, alma ni acción que no sea de la dama que por entonces se ama; y así, aunque frustrados veo un fin y otro, en este empleo de ambos el despique fundo. EFESTIÓN: ¿Quién creerá que cabe un mundo donde no cabe un deseo?
Salen al paño CAMPASPE y SOLDADOS
SOLDADO 1: Aquí has de esperar; que aquí la audiencia ha de ser.
Vanse los SOLDADOS
CAMPASPE: Sí haré, pues de mi justicia sé que ella volverá por mí. ALEJANDRO: Pero ¿no es aquélla? EFESTIÓN: Sí. ALEJANDRO: Pues por si, al llegarse a ver engañada en mi poder, acudiere su pasión a las lágrimas, que son las armas de la mujer, harás, porque no se entienda el menor eco del llanto, que de la música el canto suene al umbral de la tienda, cuyas cláusulas pretenda la armonía acompañar del estruendo militar, pues sin dar sospecha, han sido salvas que ya han divertido otras veces mi pesar.
Vase EFESTIÓN
¡Divina Campaspe bella! CAMPASPE: Dame, gran señor, tus pies. ALEJANDRO: ¿Tú aquí? Pues ¿qué es esto? CAMPASPE: Es sobre el rigor de mi estrella, la fuerza de una querella que, aunque ya tu perdón vi, presa me trae. ALEJANDRO: ¿Presa? CAMPASPE: Sí. ALEJANDRO: Engáñaste, que es error. CAMPASPE: ¿Cómo? ALEJANDRO: Como, siendo amor quien se querella de ti, no hay que temer la crueldad de la prisión suya; pues de quien él querella, es de quien está en libertad, no de quien su voluntad presa tiene; y siendo así, que tú eres la libre aquí y yo el preso, tu temor en mí está, no en ti. CAMPASPE: Es error; pues si un temor (¡ay de mí!) pierdo, otro cobra mi fama, al ver traición la prisión. ALEJANDRO: Lo que en paz fuera traición ardid de guerra se llama. CAMPASPE: Traición es cuanto disfama las sacras leyes de amor.
Canta la MÚSICA a un lado, suenan las cajas y trompetas a otro lado, y los dos representan, todo a un tiempo
MÚSICA: En repúblicas de amor es la política tal, que el traidor es el leal y el leal es el traidor. ALEJANDRO: Bien por mí te ha respondido voz que publica constante que no ha sido leal amante el que a vencer un olvido traidor amante no ha sido. CAMPASPE: Antes respondió tan mal que me ha dejado mortal oír que en odio del honor...
La caja
MÚSICA: En repúblicas de amor es la política tal... ALEJANDRO: Ya son tus quejas en vano.
Quiere asirle la mano
CAMPASPE: Deten la mano; porque, si antes mi delito fue el dar la muerte a un tirano en defensa de mi mano, ahora lo será, señor, no dársela. ALEJANDRO: Tu rigor baste, pues en lance igual...
La caja
MÚSICA: El traidor es el leal y el leal es el traidor.
Como luchando los dos
CAMPASPE: ¡Advierte! ALEJANDRO: ¿Qué he de advertir? CAMPASPE: ¡Mira! ALEJANDRO: ¿Qué puedo mirar? CAMPASPE: Que ayer me libró el matar, y hoy me librará el morir.
Quiere sacarle la espada, y él lo impide
ALEJANDRO: No hará. CAMPASPE: ¡Válgame el pedir a cielo y tierra favor! ALEJANDRO: Su voz confunda el rumor.
La MÚSICA y las cajas y la representación todo a un tiempo
MÚSICA: En repúblicas de amor es la política tal, que el traidor es el leal y el leal es el traidor. CAMPASPE: Ni eso te valdrá tampoco.
Dentro
APELES: ¡Mentís todos! TODOS: ¡Guarda el loco! UNOS: ¡Teneos! DIÓGENES: He de entrar.
Sale EFESTIÓN
EFESTIÓN: ¡Señor! ALEJANDRO: ¿Qué es eso, Efestión? ¿Qué voces a una y otra parte varias, demás de las que he mandado de instrumentos y de cajas, son las que se oyen? EFESTIÓN: Apeles, a quien furioso llevaban a su albergue unos soldados, escuchando lo que cantan, diciendo, embistió con todos, que es mentira, que no haya lealtad en amor, a tiempo que Diógenes la entrada de su tienda solicita, sin que le impida la guarda. ALEJANDRO: Retírate tú a esta puerta,
A CAMPASPE
hasta que sepa qué causa a los dos mueve.
Retírase CAMPASPE al paño
CAMPASPE: (¡Fortuna, quién--¡ay infelice!--hallara por donde escapar! En vano lo intento, porque cerrada está por aquí la tienda. Fuerza es esperar.)
Sale DIÓGENES
DIÓGENES: Las plantas me da, señor, en albricias de que ya mi ciencia alcanza el accidente de Apeles. ALEJANDRO: Si en otra ocasión llegaras, fueras más bien recibido. Mas ya que llegaste, habla, di, ¿qué accidente es? DIÓGENES: Amor. ALEJANDRO: Si no dices más, no basta para que te crea, pues esa fue la primera palabra que dijiste, y no por eso fue cierto; y como no añadas más, lo mismo será ahora. DIÓGENES: ¿Bastará decir la dama y el competidor? ALEJANDRO: Sí. DIÓGENES: Pues si eso es todo lo que falta al crédito de mis ciencias y a sus conjeturas sabias, aunque yo no la conozco, perdone esta vez su fama. La dama es Campaspe, y tú el que de celos le mata; de suerte que amor y celos son de sus penas la causa. ALEJANDRO: ¿Qué dices? ¡Ay infelice! CAMPASPE: (¡Cielos, la suerte está echada!) DIÓGENES: Que es Campaspe a quien adora. ALEJANDRO: No prosigas, calla, calla; que en ti, porque me lo dices, más que en él, porque me agravia, pues ya es cómplice al dolor quien el dolor adelanta, tengo de vengar mis celos.
Empuña la daga, y detiénele EFESTIÓN
EFESTIÓN: Advierte, señor. DIÓGENES: ¡Bien pagas su fineza y mi fineza! ALEJANDRO: ¿Qué fineza, si tirana tu voz, su intención traidora, me han dado la muerte ambas? CAMPASPE: ¡Ay de quien sobre sí, cielos, todo este escándalo aguarda! DIÓGENES: La suya, pues, es tan grande, tan noble, tan leal, tan rara, que, a despecho del favor que quizá en Campaspe halla, se deja morir, por no ofender la confïanza, respeto y decoro que tan a su costa te guarda. La mía, pues que te pongo en ocasión de que hagas una acción tan generosa como agradecer las ansias del que, en abono de todos los que encarecen que aman, diciendo que amantes pierden por su dama el juicio, anda tan fiel contigo y con ella que, en las desdichas que pasa, pierde por la dama el juicio y por ti el juicio y la dama. ALEJANDRO: No con razones me arguyas sofísticamente falsas; que no hay en celos razón mayor que el que no la haya. Y así en ti ahora, y después en él, si es que ella le ama, que yo lo sabré, mis celos vengaré. CAMPASPE: ¡Qué oigo! EFESTIÓN: Repara. DIÓGENES: Buena ocasión se ofrecía de volver a la pasada cuestión de cuál de los dos es más invicto monarca. ALEJANDRO: ¿Cómo? DIÓGENES: Como si antes de ahora no creía a quien contaba que, esclavo de tus pasiones, la destemplanza te agrava, la lascivia te posee, y la ira te arrebata, ahora lo creo, al mirar lo que una afición te arrastra; y siendo así que esa ira, ambición y destemplanza, lascivia y envidia yo esclavas traigo a mis plantas, ¿cuál será más poderoso: yo, que mando a quien te manda, o tú, que sirves a quien me sirve a mí? Con tan clara consecuencia logra ahora mi muerte; pero a[l] lograrla mira quién eres, pues eres esclavo de mis esclavas.
Híncase de rodillas
EFESTIÓN: A tanta osadía no tengo de impedirte ya. CAMPASPE: (Él le mata.) Aparte ALEJANDRO: (¿Mira quién eres, pues eres Aparte esclavo de mis esclavas? ¿Tanto una ciega pasión desluce el decoro, ultraja el respeto, que ocasiona a que pueda cara a cara atrevérsele la voz de un mísero, en confianza de que, diciendo verdad, la muerte no le acobarda? Pues no ha de ser, no ha de ser; que no ha de decir la fama que dijeron a Alejandro de Dïógenes las canas: "Mira quién eres, pues eres esclavo de mis esclavas," sin que tratase enmendar de sus defectos la causa.) Alza, Diógenes, del suelo. CAMPASPE: (¿Cómo tan afable le habla?) ALEJANDRO: Y dime otra vez, ¿por mí Apeles muere con tanta fineza que, leal y noble, aunque Campaspe le ama, a Campaspe olvida? CAMPASPE: (Él mi amor averiguar trata.)
Dentro
VOCES: ¡Guarda el loco! ¡Guarda el loco! DIÓGENES: Esas voces lo declaran mejor que yo. ALEJANDRO: Dejad que entre.
Salen APELES desnudo, CHICHÓN con los vestidos, y otros deteniéndole
APELES: Par diez, aunque lo estorbara todo el mundo, entrara yo, sin que tú me lo mandaras; porque al que pide justicia no ha de haber puerta cerrada. CHICHÓN: Y más cuando una locura le sabe falsear las guardas. ALEJANDRO: Pues ¿de quién justicia pides? APELES: Desos que infieles te cantan que en repúblicas de amor la política es tan mala que el traidor es el leal; porque yo sé que te engañan, y que hay lealtad en amor tan grande... Pero eso basta; que no quiero que la sepas, porque parece que falta a la fineza el que hace la fineza con jactancia. ALEJANDRO: Repórtate; y pues está tu queja tan bien fundada, yo te guardaré justicia. (¡Ea, valor! La más alta victoria es vencerse a sí; no diga de ti mañana la historia, que toda es plumas, el tiempo, que todo es alas, que tuvo en su amor Apeles más generosa constancia que yo. Si él por mí se deja morir con lealtad tan rara, ¿por qué, pudiendo él hacerla, no he de poder yo pagarla?) ¡Campaspe! CAMPASPE: (Sin duda en él y en mí se venga.) ¿Qué mandas? ALEJANDRO: Que seas heroico asunto que, en láminas de oro y plata, de mis liberalidades corone las esperanzas. Alábense otros que dieron, ya a las letras, ya a las armas, coronas, reinos, provincias, ciudades, templos y estatuas; que no ha de alabarse alguno que sacrificó a las aras de la lealtad mayor triunfo, ni dio más, pues dio su dama, el día que en su poder, o gustosa o no, la halla. Dale, pues, la mano a Apeles, porque, esposa suya, vayas donde no te vean mis ojos.
A DIÓGENES
Tú, Dïógenes, repara en la dádiva mayor, si soy esclavo de esclavas o si soy dueño de mí.
A APELES
Y tú mira la distancia que hay de tu amor a mi amor, pues tú me la das pintada y yo te la vuelvo viva, pues di la mitad del alma. CAMPASPE: (Esto es querer apurar si es verdad que enamorada estoy de Apeles. Yo haré que mal la experiencia salga.) APELES: (¡Qué escucho! ¿Campaspe es mía? ¿Quién, cielos, con tan extraña novedad en mis sentidos me restituye a la clara luz del día? ¿Cómo estoy aquí así?) --Dame la capa, dama la espada, Chichón;
A ALEJANDRO
--Y tú, gran señor, las plantas; que no en vano te apellida dios la voz de tantas varias naciones, pues dar un cielo no es don de humano monarca;
A CAMPASPE
--Y tú, Campaspe, la hermosa blanca mano me da. CAMPASPE: Aguarda. ALEJANDRO: ¿No se la das? CAMPASPE: No. ALEJANDRO: ¿Por qué? CAMPASPE: Porque no quiero que haga ferias de mi libertad tu vanagloria. (¡Mal haya temor que, de puro fino, quiere que parezca ingrata!) Dejo aparte que yo a Apeles no amo; mas cuando le amara, no dejara de sentir el desaire con que tratas a lo que dices que quieres; que somos todas tan vanas que aun de lo que aborrecemos nos hace el cariño falta. ¿De cuándo acá fue el amor prenda para enajenada? ¿De cuándo acá el albedrío de un dueño a otro dueño pasa? ¿Es inquilino el afecto para andar mudando casas, vecino ayer de una gloria y huésped hoy de una infamia? ¿Es joya la inclinación? ¿Es la voluntad alhaja? ¿Es el deseo presea, ni menaje la esperanza para hacer dádiva dellas, tan bajamente contraria, que da con un baldón, yendo a buscar una alabanza? Liberalidad bien puede ser que sea el dar la dama; pero liberalidad tan neciamente villana, que piensa que lo da todo, siendo así, que es cosa clara, que no da nada; porqué el día que no da el alma ¿qué da en lo demás? Con que, si presumes que le pagas de lo vivo a lo pintado el logro a Apeles, te engañas; pues si él dio un retrato, no le vuelves más que una estatua; porque el que sin albedrío con una mujer abraza logra, pero no merece, consigue, pero no alcanza; de suerte que, no pudiendo, cuando la fuerza te valga, darle ni el alma ni el gusto, darle sin gusto y sin alma todo lo que puedes es darlo todo y no dar nada. APELES: (¡Qué escucho, cielos! ¿Campaspe así mis finezas trata?) CHICHÓN: Paréceme que bien puedes volverme capa y espada, y volverte a jugador de pelota; pues es clara cosa que de borra y viento ya está el pelotero en casa, siendo de borra tu amor y de viento tu esperanza. ALEJANDRO: Por más que deslucir quieras mi acción, noblemente vana, no has de poder; que una cosa es hacerla, otra lograrla. Y así, para haberla yo hecho, ¿qué importa que tú... ?
Dentro
SOLDADOS: ¡Plaza! ALEJANDRO: ¿Qué es aquello? EFESTIÓN: Que a tu tienda llegan con todas sus damas Estatira y Siroés.
Vase
ALEJANDRO: Ya como libres se tratan, en fe del rescate; fuerza es que a recibirlas salga. Después diré lo que iba a decir.
A DIÓGENES
--Tú no te vayas, hasta ver el fin.
Vase
DIÓGENES: No haré, aunque de mi pobre estancia la ausencia siento.
Vase
CHICHÓN: ¿Qué mucho, si quedó allá la tinaja? Que, aunque no es de vino hoy, haberlo sido ayer basta para que haga compañía. Mas ¡miren aquí qué caras! Bien se ve que están reñidos, pues que se han quitado el habla. Veamos por cuál de los dos quiebra. APELES: ¿Para qué, tirana... ? CHICHÓN: Luego vi que era él lo más delgado. APELES: ¿Para qué, ingrata, traidoramente apacible, cariñosamente falsa, alentaste tantas veces, ya amorosa y ya enojada, mis esperanzas, si habías, el día que de pagarlas tuvieses más ocasión, de engañar mis esperanzas? ¿Qué victoria te promete un rendido, para que hagas suertes en él tan ociosas como restituirle el alma, para que con ella sienta más tu rigor? Y así, ingrata, o vuélveme mi locura o tómate tu mudanza. CAMPASPE: Que me baldones permito de mudable, de liviana y de inconstante (¡ay Apeles!) porque alcanzo que no alcanzas que quizá ha sido fineza el desdén de que te agravias. APELES: ¿Qué fineza, si no es más que, al verte de un rey amada, haber hecho fantasía del gusto, mostrando vana el que el ruido del poder suena siempre en consonancia? CAMPASPE: Si supieras que él quería, por tomar de ti venganza y de mí, saber no más si te amo o no, no culparas que hubiese sido cautela contra cautela la traza que halló mi amor, a pesar de mi amor. APELES: Pues ¿no importara menos que él me diera muerte que dármela tú? ¿Qué gana mi vida, di, si, porqué el no me mate, me matas? CAMPASPE: Luego ¿fuera más fineza, a todo trance empeñada, arriesgarlo todo? APELES: Sí; que mejor le está a una dama ser fina que cautelosa. CAMPASPE: Cautela hay menos culpada de lo que fuera quizá la fineza. APELES: Es ignorancia. CAMPASPE: No es sino atención. ¿Querías que mi amor le confesara y te diera muerte? APELES: Sí; que el día que mi honor salva ver que, el día que seas mía, no toca a mi confïanza interpretar los sentidos, sino entender las palabras. Fuéraslo (¡ay de mí!) el instante que en darme muerte tardara; muriera feliz, no triste. CAMPASPE: Pues si eso es lo que te agrada, a tiempo estás, que la mano que no te di... Pero aguarda...
Ruido dentro
que vuelven todos. APELES: ¡Oh, cuánto perezosa se dilata siempre la dicha! CHICHÓN: Hecho un bobo me estoy oyéndolos. ¿Que haya, habiendo amor de obra gruesa, quien gasta el de filigrana, todo retruécanos, todo tiquismiquis?
Salen todos
ESTATIRA: Tu palabra es ley y cumplirla debes. ALEJANDRO: Quien, por cumplir una, falta a otra, no yerra; y así es bien que el camino parta entre las dos. SIROÉS: ¿De qué suerte? ALEJANDRO: Que libre, Siroés, vayas, llevando a Persia el tesoro que era rescate de entrambas;
A ESTATIRA
--y tú te quedes en Grecia. ESTATIRA: ¿Yo en Grecia? ALEJANDRO: Sí; mas no esclava, sino esposa mía, supuesto que murió en el mar Rojana. ESTATIRA: La ventura agradeciera, puesta, señor, a tus plantas, a no saber que Campaspe te tiene cautiva el alma; y entrar tropezando en celos justamente me acobarda. ALEJANDRO: Habérsela dado a Apeles ese temor satisfaga. Y, porque lo veas, volviendo, Campaspe, a la acción pasada, a Apeles le da la mano. CAMPASPE: Sí haré, de muy buena gana ahora, que es porque yo quiero y no porque tú lo mandas. ALEJANDRO: Aunque deslucir mi acción intentes, no estés muy vana; que nada le das tampoco. CAMPASPE: ¿Cómo? ALEJANDRO: Como, si le amabas, es dar lo que ya era suyo darlo todo y no dar nada. Y pues esto ha sido un solo paréntesis de las armas, prosiga al Peloponeso el ejército la marcha; que he de cumplir el agüero, venciendo naciones varias. ESTATIRA: Con esa satisfacción a tus pies estoy. ALEJANDRO: Levanta. NISE: Yo he de quedarme contigo. ALEJANDRO: Con Efestïón casada. DIÓGENES: Y yo volverme a mi monte, donde te ruego que no vayas, ni me llames otra vez; que no sabes lo que cansa esto de andar componiendo de amor y celos las ansias. SIROÉS: Dichosa yo, que la vuelta daré a mi padre y mi patria. ESTATIRA: Más dichosa yo, que quedo al logro de mi esperanza. APELES: Dichoso yo, que he alcanzado ver el fin de penas tantas. CHICHÓN: Más dichoso yo, que libre quedo, cuando otros se casan. Y pues más desocupado estoy, humilde a esas plantas seré quien pida por todos el perdón de nuestras faltas; aunque es darnos lo que es nuestro darlo todo y no dar nada.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002