DARLO TODO Y NO DAR NADA

Pedro Calderón de la Barca

Texto electrónico preparado por David Hildner. Se basa en el encontrado en Comedias de D. Pedro Calderón, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig: 1830), tomo IV. Esta edición fue trasladada al HTML por Vern Williamsen in 1997 para ser presentada en esta colección.


PERSONAS:

JORNADA PRIMERA

Suenan por una parte cajas, y por otra instrumentos músicos, y mientras dicen los primeros versos, sale DIÓGENES, viejo venerable, vestido pobremente, con una botija de barro en la mano
UNOS:       El grande Alejandro viva...   Dentro
MÚSICA:     Viva el gran Príncipe nuestro...
UNOS:       cuyos lauros...
MÚSICA:                         cuyos triunfos...
UNOS:       siempre invictos...
MÚSICA:                            siempre excelsos...
UNOS:       a voces van diciendo...
MÚSICA:     que a su imperio le viene el mundo
estrecho.
TODOS:      s todo el mundo es línea de su imperio.
ALEJANDRO:     Haga el ejército alto        Dentro          
            en estos campos amenos,
            a vista de Atenas, griega
            patria de ciencias e ingenios.
UNO:        Haga repetida salva               Dentro     
            la música, confundiendo
            en instrumentos sonoros
            militares instrumentos.

Toca la caja
UNOS: Alto, y pase la palabra. OTROS: Alto, y prosigan los versos. TODOS: El grande Alejandro viva, viva el gran Príncipe nuestro. DIÓGENES: ¡Qué contrarias armonías, en no contrarios acentos, aquí de estruendos marciales, aquí de dulces estruendos, la esfera del aire ocupan, hasta penetrar el centro deste pobre albergue, donde yo, reino y rey de mí mesmo, habito sólo conmigo, conmigo solo contento! Mas ¿quién me mete en dudarlo, sea lo que fuere, puesto que no me puede añadir ni gusto ni sentimiento el saber con qué razón su media razón del eco suena en su cóncavo espacio una y otra vez diciendo:
Cantan DIÓGENES y TODOS
TODOS: que a su imperio le viene el mundo estrecho, pues todo el mundo es línea de su imperio.
Sale CHICHÓN
CHICHÓN: Por esta parte me dicen que una fuente hay, y aunque tengo trabada lid con el agua por haber mi casa hecho alïanza con el vino, la he de buscar con todo eso; que el cansancio con que entramos en Grecia marchando, muertos de sed y calor, bien puede honestar la tregua, siendo en Grecia agua mi socorro mientras no hallo vino greco. ¿Por dónde irá la bellaca? Pero aquí hay gente. -- Buen viejo, decidme hacia dónde corre una fuente, que deseo, por más que corra, alcanzarla, bien que dudando y temiendo, cuando la busco rabiando, el que la he de hallar riendo. DIÓGENES: Venid conmigo, que yo allá voy, a cuyo efecto me halláis, ya lo veis, cargado deste rústico instrumento. CHICHÓN: "Moza de cántaro" ya dijo no sé qué proverbio; viejo de cántaro, no lo dijo hasta hoy; pues ¿qué es esto? ¿No hay quien venga en vuestra casa por agua sino vos? DIÓGENES: Necio debéis de ser. CHICHÓN: ¿Y de qué lo inferís? DIÓGENES: De que, si puedo servirme yo a mí, culpéis que otro no me sirva, puesto que sólo está bien servido el que se sirve a sí mesmo. CHICHÓN: ¿Mal fardado y sentencioso, pobretón y circunspecto? ¿Sois filósofo? DIÓGENES: No sé más de que quisiera serlo. CHICHÓN: Pues, en tanto que llegamos, decid, ansí os guarde el cielo, ¿cómo, cuando estas campañas están con tantos diversos aplausos de paz y guerra cubiertas, vos, acudiendo a tan civil ejercicio, vais penetrando lo espeso destos montes, apartado de tanto heroico comercio, sin que la curiosidad os lleve siquiera a verlo? DIÓGENES: Pues ¿qué hay que ver? CHICHÓN: ¿Qué hay que ver? Cuando no fuera el inmenso aparato, con que vuelve, coronado de trofeos, un ejército triunfante de toda Persia, trayendo prisioneras a las hijas de Darío, su supremo rey, que, puesto en fuga, él solo escapó su vida huyendo; cuando no fuera el aplauso con que le recibe el pueblo en estas montañas, donde ha de alojarse este invierno; ¿el ver no más a Alejandro no bastaba, a cuyo esfuerzo, como estas canciones dicen, viene todo el mundo estrecho,
Cantan CHICHÓN y la MÚSICA
pues todo el mundo es línea de su imperio? DIÓGENES: Necio te llamé una vez, y ahora a llamártelo vuelvo. ¿Alejandro es más que un hombre, tan vanamente soberbio, que llora que hay sólo un mundo para verle a sus pies puesto? Pues ¿por qué me he de mover a verle, cuando mi afecto más fuera, si fuera un hombre tan sabio, prudente y cuerdo que llorara que no había otros muchos mundos nuevos, sólo para despreciarlos, más que para poseerlos? Pero esta filosofía no es para ti, a lo que infiero de tu traje y tus razones. CHICHÓN: ¿Por qué? DIÓGENES: Porque al culto atento de ese humano dios aplaudes su ambición, no conociendo que con cuanto puede, no puede enmendar un defecto con que, para desengaño de lo poco que es su imperio, le dio la naturaleza en los ojos. CHICHÓN: Yo confieso que, atravesados, es grande la fealdad que tiene en ellos, mayormente encarnizado y lagrimoso el izquierdo, sobre cuyo hombro derriba la cabeza quizá el peso del laurel; pero ¿qué importa ser horroroso su aspecto, si no le pasan al alma imperfecciones del cuerpo? DIÓGENES: Sí; mas debiera sin ellas pasar al conocimiento de que es todo su poder caduco y perecedero; pues con cuanto puede, no puede enmendarse a sí mesmo. Y dejando para otra ocasión el argumento (que no acaso este principio quizá a mejor fin asiento), aquésta es la fuente; toma, este vaso es cuanto puedo ofrecerte. CHICHÓN: ¿Para qué? DIÓGENES: Para que bebas, cogiendo el agua con más descanso. CHICHÓN: Mano con que beber tengo.
Llega a un lado del tablado, donde habrá una fuente, y bebe con la mano
Mi señora doña Clara, cuyo corriente despejo entre esotras flores vierte, buscando la flor del berro, en forma de besamanos, como suelen desde lejos los que afectan cortesías, a usted saludo y protesto la nulidad de la fuerza que la sed me hace, advirtiendo que no sirva de ejemplar para otra vez. DIÓGENES: ¿Qué es aquello? Con la mano al labio sirve el cristal. Al fin, es cierto que no hay loco de quien algo no pueda aprender el cuerdo; pues si la naturaleza me dio más noble instrumento que el deste barro, de quien servirme pueda, no quiero ofenderla más, pues basta el agravio que la he hecho en no saberlo hasta ahora.
Quiebra el barro
CHICHÓN: Yo he bebido. Mas ¿qué es eso? DIÓGENES: Romper ese inútil barro. CHICHÓN: Pues ¿por qué? DIÓGENES: Porque no tengo de tener nada que sea para la vida superfluo. Si puedo vivir sin él, ya que de tu sed lo aprendo, ¿para qué le quiero yo? CHICHÓN: ¿De suerte que de provecho no es lo que no es tan forzoso que no se viva sin ello? DIÓGENES: Claro está; pues para sola una vida que tenemos cuanto en ella está de más está en el juicio de menos; y ya que de ti enseñado hoy en una parte quedo, vélo tú en otra de mí, considerando, advirtiendo qué caso hará de Alejandro, ni de todos sus anhelos, sus aplausos, sus victorias, sus conquistas y trofeos, quien se embaraza con sólo un tosco vaso grosero, el día que llega a ver que no tenerle es lo mesmo que tenerle. Y porque más se esmere el conocimiento desta verdad, di a Alejandro que Dïógenes, un viejo mísero y pobre que en estas soledades vive atento más a saber que a adquirir, no sólo va a verle, pero por no verle, al tiempo que con tanto heroico festejo, según esas voces dicen, viene atravesando al templo de Júpiter (donde yace el hadado nudo ciego de Gordio), huyendo su vista, va penetrando lo espeso destas rústicas montañas. Y añade que, si él es dueño del mundo, lo soy yo más; pues, en contrarios extremos, él lo es porque le estima y yo, porque le desprecio; por más que esas voces digan una y otra vez al viento . . .
Cantan DIÓGENES y TODOS
TODOS: que a su imperio le viene el mundo estrecho, pues todo el mundo es línea de su imperio.
Vase DIÓGENES
CHICHÓN: Extrañas borracherías son las de todos aquestos filósofos; pues por sólo haber dicho muy severo cuanto en la vida es más está en el juicio de menos, se andará toda la vida por aquesos vericuetos con su filosofía a cuestas, padre conscripto del yermo.
Ruido dentro
Pero ¿qué ruido es aquél que hacen al umbral del templo Alejandro y un anciano sacerdote, a lo que veo, de un yugo asidos los dos?
Salen ALEJANDRO y un SACERDOTE, asidos de un yugo, enredadas las coyundas, y Gente
SACERDOTE: Advierte... ALEJANDRO: Yo nada advierto. SACERDOTE: El agüero teme. ALEJANDRO: Aparta; que para mí no hay agüero. SACERDORTE: Pues óyeme, y haz después tu gusto. ALEJANDRO: Di; ya te atiendo. SACERDOTE: Grecia, esta parte del Asia, sin rey se vio mucho tiempo, sujeta a las sediciones, parcialidades y encuentros de tiranos que querían, alegando los derechos de las armas, serlo a costa de robos, muertes e incendios; en cuyo común desorden, necesitado el consejo, más que corregido, vino a este inhabitado templo de Júpiter a pedirle en tantas ruinas remedio. él, o agradecido al voto o compadecido al ruego, en voz de su estatua dijo que entregasen el gobierno de Asia al que en un monte hallasen labrando el inculto seno de sus bárbaras entrañas, dos blancos novillos puestos en el yugo de su arado; por señas que en medio dellos un águila abatiría su más remontado vuelo. ¡Tan antiguo es en el mundo el dar el águila imperios! Sucedió así; pero apenas los que le buscaban, viendo el oráculo cumplido en Gordio, un galán mancebo, a sus plantas se arrojaron, las señas obedeciendo, cuando los novillos, que antes el yugo arrastraban tiernos, embravecidos lidiaron por arrojarle violentos de sus cervices; que un bruto aun se desdeña de serlo el día que llega a ver con majestad a su dueño; si ya no fue que al jurarle rey, el yugo sacudieron, como quien dice: "Más le has menester para otros cuellos, pues ya los de un vulgo debes domar, antes que los nuestros." Rompidas, pues, las coyundas, dellas este nudo hicieron, tan sin principio en sus lazos, tan sin fin en sus extremos, que no fue posible que se les desatase. Y siendo así, que a sacrificarlos entraron con él al templo, segundo oráculo en él dio el gran simulacro inmenso; pues en segunda voz dijo que el que deshiciese el ciego nudo, no sólo del Asia tendría el dilatado imperio, pero de la ignota parte, que impide el peloponeso monte descubrir, sería monarca también, rompiendo lo impenetrable de tanto altivo, tanto soberbio escollo armado de hiedra, como se le pone en medio. Con esta noble codicia muchos, de ser los primeros que abriesen el arduo paso para esotro mundo nuevo, el ciego nudo intentaron deshacer osados; pero no sólo de su ambición consiguieron el efecto, mas de su ambición quedaron castigados; pues es cierto que nadie lo intentó que, a pesar de su despecho, no quedase desde allí a mil desdichas expuesto, como en venganza de tanto sacrílego atrevimiento. Tradición es que ninguno vivió feliz, y que muertos con violencia fueron todos, ya a la ira del acero, ya a la ruina del acaso, o a la traición del veneno. Y así a tus plantas postrado, humildemente te ruego adviertas que... ALEJANDRO: ¡Calla, calla! Que de escucharte me ofendo. Por el mismo caso que es tan repetido el riesgo, le he de despreciar.
Hace fuerza a desatar el nudo
En vano, en vano (¡ay de mí!) lo intento, si ya no es que haga la industria lo que la fuerza no ha hecho. -- ¿Dijo el oráculo más que el que deshaga este ciego nudo será vencedor de ignotas gentes? SACERDOTE: Es cierto. ALEJANDRO: Pues yo lo seré, pues yo dejaré el nudo deshecho.
Saca la daga y rompe la coyunda
SACERDOTE: ¿Qué haces? ALEJANDRO: Cortarle, pues tanto monta, para deshacerlo, cortar, como desatar. CHICHÓN: Yo también me hiciera eso. ¡Miren qué dificultad, que la hace cada día un maestro de niños, cuando el muchacho se da nudos! SACERDOTE: ¡Oh, el inmenso Júpiter quiera que sea desde hoy verdad el proverbio del "tanto monta"! ALEJANDRO: Sí hará; y para que llegue a verlo el mundo, apenas descanso cobrará, cobrará aliento mi ejército en Grecia, cuando romperé a ese corpulento gigante de piedra, que con su frente abolla el cielo, con su peso hunde la tierra, con su bulto estrecha al viento, el paso, hasta desmentir estos fatales agüeros que amenazaron a tantos; porque ¿para quién el cielo guarda un mundo, sino para Alejandro? CHICHÓN: Bueno es eso para un recado que yo te traigo. ALEJANDRO: ¿De quién? CHICHÓN: De un viejo, dialéctico a todo trance, filósofo a todo ruedo, que por no verte, señor, como había, de ti huyendo, de echar por aquesos trigos, echó por aquesos cerros, diciendo a voces que es más monarca del mundo entero que tú. ALEJANDRO: ¿Cómo? CHICHÓN: Como él hace del mundo desprecio, cuando tú ganas el mundo. ALEJANDRO: No dice mal, si eso es cierto. Pero dime, ¿por no verme fue por otra parte huyendo de mi vista? CHICHÓN: Sí, señor. ALEJANDRO: Pues no ha de lograr su intento; que si él, por altivo, no quiere verme a mí, yo quiero verle a él, por desengañado. ¿Adónde es su albergue? CHICHÓN: Pienso que a la falda dese monte. ALEJANDRO: Llévame allá; que deseo ver quién es dueño del mundo, él dejando o yo adquiriendo. CHICHÓN: Yo te guiaré, aunque otra vez encuentre con quien me ha muerto. ALEJANDRO: Pues ¿quién te ha muerto? CHICHÓN: Una fuente que al paso a todos saliendo no sólo mata la sed, pero la sed y el sediento.
Sale EFESTIÓN con un pliego
EFESTIÓN: Dame, gran señor, tus plantas. ALEJANDRO: Esperad, después iremos; que antes es esto que todo.-- Efestión, ¿qué hay de nuevo? EFESTIÓN: Que ya Rojana, de Chipre reina, heredera de Venus tanto que igual la sucede en la hermosura y el reino, es tu esposa; en éste vienen confirmados los conciertos. ALEJANDRO: Los brazos toma en albricias; que, si la verdad confieso, desde que vi su retrato, de amor vivo y de amor muerto quedé a su vista, sin que de Marte el rigor violento borrado de mi memoria su memoria haya. Mas esto no hará novedad a quien sepa que Amor, niño tierno, en brazos creció de Marte desde la cuna, teniendo sus estragos por arrullos y sus iras por gorjeos. EFESTIÓN: Con unas armas presumo que quiere entrambos afectos Amor confrontar. ALEJANDRO: Di, ¿cómo? EFESTIÓN: Como si abrasó tu pecho con un retrato, con otro quiere en ella hacer lo mesmo, que la envíe el tuyo sólo me mandó. Y yo, previniendo no perder espacio alguno, hice sacar en pequeño a tres pintores, que en Grecia concurren, en este tiempo los más famosos, de una estatua que está en un templo de Júpiter, tres retratos; y traigo a los tres con ellos, porque tienen variedad en ideas y bosquejos, porque elijas tú el que ha de ir. ALEJANDRO: Mucho me holgaré de verlos. EFESTIÓN: Timantes, Zeuxis y Apeles son los tres.
Salen TIMANTES, ZEUXIS y APELES
CHICHÓN: (¿Qué es lo que veo? Aparte ¿Aquí Apeles? ¿Si osaré hablarle?) ALEJANDRO: Noticias tengo de la elegancia con que los tres sutiles y diestros ejercéis el mejor arte, más noble y de más ingenio. TIMANTES: Si los príncipes le honraran, señor, como vos, bien creo que se adelantaran más sus artífices. ZEUXIS: Y es cierto, pues sus estudios tuvieran vuestros honores por premio. APELES: Mayormente cuando fuera, como ahora, su heroico empleo vuestra persona; pues ella hiciera su hombre eterno. ALEJANDRO: Veamos el vuestro, Timantes. TIMANTES: Huélgome que sea el primero, porque, habiendo visto esotros, no hiciérades déste aprecio.
Dale un retrato
ALEJANDRO: Esto no es retrato mío. TIMANTES: ¿Cómo? ALEJANDRO: Como en él no veo esta mancha que borrón es de mi rostro, poniendo en disimularla todo su primor el pincel vuestro. Lisonjero habéis andado en no decírmela, siendo casi traición que en mi cara me mintáis. Infame ejemplo da ese retrato a que nadie diga a su rey sus defectos. Pues ¿cómo podrá enmendarlos si nunca llegó a saberlos? Tomad, tomad el retrato, castigado el desacierto de la lisonja, con que perezca, por lisonjero.
Rómpele
TIMANTES: Señor... ALEJANDRO: No más. --Dadme, Zeuxis, el vuestro vos. ZEUXIS: (Por lo menos Aparte yo en él no le callo nada.)
Dale un retrato
ALEJANDRO: Más parecido está el vuestro; pero no menos culpado. ZEUXIS: ¿En qué, señor? ALEJANDRO: En que viendo estoy mi defecto en él tan afectado que pienso que en decírmele no más todo el estudio habéis puesto; con que igualmente ofendido déste, que desotro, quedo; pues lo que en uno es lisonja es en otro atrevimiento. Tampoco aqueste ejemplar quede al mundo, de que necio nadie le diga en su cara a su rey sus sentimientos; que, si especie de traición el callarlos es, no es menos especie de desacato decírselos descubiertos. Y así perezcan entrambos, breves átomos del viento, el uno por mentiroso y el otro por verdadero.
Rómpele
Apeles, vuestro retrato veamos. APELES: Con temor le ofrezco.
Dale un retrato
ALEJANDRO: ¿Por qué? si al verle, me dais a entender prudente y cuerdo que sólo vos sabéis cómo se ha de hablar a su rey, puesto que a medio perfil está parecido con extremo; con que la falta ni dicha ni callada queda, haciendo que el medio rostro haga sombra al perfil del otro medio. Buen camino habéis hallado de hablar y callar discreto; pues, sin que el defecto vea, estoy mirando el defecto, cuando el dejarle debajo me avisa de que le tengo, con tal decoro que no pueda, ofendido el respeto, con lo libro del oírlo, quitar lo útil de saberlo. Este retrato ha de ir; que, aunque haya de saber luego Rojana esta imperfección, por ahora por lo menos, si viere que se la finjo, no verá que se la miento. Y para que quede al mundo este político ejemplo de que ha de buscarse modo de hablar al rey con tal tiento que ni disuene la voz ni lisonjee el silencio, nadie, sino Apeles, pueda retratarme desde hoy, siendo pintor de cámara mío. APELES: Humilde tus plantas beso.
A EFESTIÓN
ALEJANDRO: Y tú a Zeuxis y a Timantes haz que les den al momento el precio de sus retratos; que, porque yerre un ingenio tal vez, no se han de pagar los estudios con desprecios. Y para que en mi servicio entre con más lucimiento Apeles, haz que le den al punto medio talento por este retrato.
A ALEJANDRO
EFESTIÓN: ¿Sabes lo que monta? ALEJANDRO: No, por cierto. EFESTIÓN: Veinte mil escudos son. ALEJANDRO: ¿No más? Pues dale otro medio. EFESTIÓN: Mira que es precio excesivo para Apeles. ALEJANDRO: Calla, necio; que si él es Apeles, yo soy Alejandro y, midiendo la distancia desde mí, nada es excesivo precio. APELES: Otra vez beso tus plantas; y a tantas honras me atrevo a suplicarte que una añadas. ALEJANDRO: Yo te la ofrezco. ¿Qué es? APELES: Licencia de volver a mi casa el breve tiempo que tarde en traer mi familia. ALEJANDRO: Ve, mas has de volver presto. --
A CHICHÓN
Vos, soldado, mientras yo abro en mi tienda este pliego, aquí esperad; que hemos de ir a aquella visita. APELES: ¡Cielos, gran dicha ha sido la mía! TIMANTES: Corrido voy. ZEUXIS: Yo voy muerto. EFESTIÓN: Mientras a su tienda vuelve el César, id repitiendo: TODOS: ¡El gran Alejandro viva! ¡Viva el gran Príncipe nuestro!
Vanse todos menos APELES y CHICHÓN
CHICHÓN: Aunque hablarte había dudado, no me sufre el corazón no besar tus pies. APELES: ¿Chichón? Tú seas muy bien hallado. ¿Por qué no hablarme querías, viéndome hoy aquí? CHICHÓN: Porque, como tu casa dejé, pensé que de mí tendrías queja. APELES: Cuando esclavo fueras, cuanto más crïado, no tuviera esa queja yo; pues si bien lo consideras, hago a Júpiter testigo que este brazo me cortara, si este brazo imaginara que no estaba bien conmigo. CHICHÓN: No era estar contigo mal; pensar que estaría, señor, siendo soldado, mejor; bien que de discurso tal te han vengado mis sucesos; pues fueron necios errores, por no moler tus colores, venirme a moler mis huesos. Locamente me dejé llevar de la vanidad, pensando que era verdad esto de la guerra, y que a cuatro días sería por lo menos general. Hanme dicho el dado mal, tanto que la suerte mía de mochillero no pasa; y así, ya que aquí has venido, haz que aqueste pan perdido se vuelva otra vez a casa. Ya de Alejandro criado eres, y un talento tienes de hacienda, con que a ser vienes el más rico de tu estado. Fuerza es que has de recibir quien te sirva; pues ¿a quién como a mí, sabiendo bien lo mal que te he de servir? APELES: ¿Y ésa es conveniencia? CHICHÓN: Pues, ¿qué conveniencia mayor que ver desde ahora, señor, lo que has de pasar después? ¿Sería mejor que entrara a servirte un mogigato, que a dos días de beato el tercero te robara? ¿Cuánto más bien te está que yo entre, con conocimiento que te quitaré el talento, mas no te le robaré? APELES: ¿Aun todavía te estás, Chichón, de aquel mismo humor? CHICHÓN: Humores locos, señor, no convalecen jamás. Pero dime, ¿en qué quedamos? APELES: En que yo nunca podré negarte mi casa. CHICHÓN: Pie y mano te beso. APELES: Vamos a saber lo que es servir CHICHÓN: Si no lo sabes, sospecha que es religión bien estrecha.
Dentro instrumentos
APELES: ¿Cómo? Mas ¿qué es lo que a oír llego? CHICHÓN: Un templado instrumento. APELES: Y al compás suyo, parece que sonora voz ofrece nuevas cláusulas al viento desde aquella quinta. CHICHÓN: Aquí, si no miente el juicio mío, prisioneras de Darío, que están las hijas oí. Y como consigo tienen las beldades soberanas de tantas damas persianas como en su servicio vienen, querrán aliviar su pena. APELES: No es novedad en su esquivo hado cantar el cautivo con el son de la cadena. Oye; que la simpatía tras sí arrastrarme procura que tienen con la pintura la música y la poesía.
Cantan dentro en lo alto a un lado
VOZ 1: Sobre los muros de Roma, de quien es espejo el Tíber, prisionera de Aureliano, Cenobia al aire repite: TODAS: ¡Ay de aquélla que vive en campos extranjeros sola y triste!
Dentro
ESTATIRA: ¡Ay de aquella que vive en campos extranjeros sola y triste! CHICHÓN: No conforman tono y letra mal a su estado, pues son de Cenobia a la prisión. APELES: ¿Qué sentido no penetra la música? CHICHÓN: En la batalla suele Alejandro mandar a sus músicos cantar para animarse. APELES: Oye y calla.
Al otro lado en lo alto cantan
VOZ 2: Aquella ilustre matrona que no se rindió invencible a tantas armadas huestes, a sólo un dolor se rinde. TODAS: ¡Ay de aquélla que vive en campos estranjeros sola y triste!
Dentro
SIROÉS: ¡Ay de aquélla que vive en campos estranjero sola y triste! APELES: Sus penas dan que sentir. CHICHÓN: Por eso debe de ser Alejandro no las ver. APELES: Ni yo las quisiera oír. VOZ 1: Y como el llanto tal vez templa lo que el mal aflige... VOZ 2: en lágrimas y suspiros al aire y al agua dice... LAS DOS: ¡Ay de aquélla que vive... TODAS: ¡Ay de aquélla que vive... LAS DOS Y TODAS: en campos extranjeros sola...
Dentro ruido de espadas, y dice dentro CAMPASPE lastimada
CAMPASPE: ¡Ay triste!
Dentro
SOLDADOS: ¡Prendedla o muera! APELES: ¡Oye, espera! ¿Qué es lo que llego a escuchar? CHICHÓN: Aquéste es otro cantar. CAMPASPE: ¡Ay de mí! SOLDADOS: ¡Prendedla o muera! APELES: De unos soldados seguida, de aquel monte, al parecer, una montaraz mujer baja, en su sangre teñida, defendiéndose valiente de todos.
Quiere ir adentro
CHICHÓN: ¿Adónde vas?
Detiénele
APELES: ¿Cómo eso dudando estás? A socorrerla... CHICHÓN: ¡Detente! APELES: desos cobardes villanos. CHICHÓN: ¿De qué sabes que lo son? APELES: De que con infame acción ponen en mujer las manos. CHICHÓN: Ya no podrás; que en un vuelo, de sus armas acosada, desde el monte despeñada da a tus pies.
Sale CAMPASPE cayendo, vestida de cazadora rústica, con la espada en la mano, ensangrentado el rostro
CAMPASPE: ¡Válgame el cielo! APELES: Hermosa deidad del monte, que con despeñado ultraje, a no desmentirlo el traje, te tuviera por Faetonte, pues te traes la luz tras ti de toda esa azul esfera, vive, porque ella no muera. CAMPASPE: ¡Ay, infelice de mí! Si acaso, joven gallardo, desdichas de mujer mueven tu pecho y piedad le deben, que me defiendas aguardo desa gente, que hoy espera prenderme o matarme. APELES: En mí tendrás quien te ampara aquí. CHICHÓN: En mí no.
Salen los Soldados que pudieren
SOLDADOS: ¡Prendedla o muera! APELES: ¿Qué es prenderla ni matarla, habiendo llegado donde mi valor, que corresponde a su obligación, guardarla sabrá, sin que de su muerte ni de su prisión logréis el intento que traéis? SOLDADOS: ¿De qué suerte? APELES: De esta suerte. --Ponte, Chichón, a mi lado.
Riñen
CHICHÓN: ¿No basta que sea Chichón, sino también coscorrón? SOLDADO 1: Muera quien libre y osado ampara una delincuente. APELES: Huye, señora; que yo te guardo el paso. CAMPASPE: Eso no; que, restándote valiente tú por mí, no he de dejarte. En este umbral te mejora.
Pónese a una puerta
CHICHÓN: Marimacha es la señora. SOLDADO 1: Ni guardarla es ni guardarte. APELES: ¡Ay de mí!
Cae
CAMPASPE: ¿Qué estoy mirando? APELES: Matar a un tiempo y morir.
Dentro
MUJERES: No salgas. ESTATIRA: He de salir.
Pásase CHICHÓN contra CAMPASPE
CHICHÓN: Pásome acá, que van dando. SOLDADO 2: ¿Ya qué defensa hay que aguardes? Date, pues que no hay más plazos, a prisión. CAMPASPE: Hecha pedazos.
Salen ESTATIRA, SIROéS, CLORI, NISE y SOLDADOS
ESTATIRA: ¿Contra una mujer, cobardes? SOLDADOS: Advierte... ESTATIRA: No digáis nada. Ese joven retirad; y si no ha muerto, cuidad de su salud, albergada en vuestra guardia. --Y ahora vosotros esta mujer dejad, pues se llega a ver en mi amparo. SOLDADOS: Ya, señora, tu respeto nos ha puesto freno. ESTATIRA: Retiraos de aquí.
CAMPASPE
CAMPASPE: ¿Qué es lo que pasa por mí?
Retírase. Salen ALEJANDRO y EFESTIÓN
EFESTIÓN: Aquí es el ruido. ALEJANDRO: ¿Qué es esto? SOLDADO 1: Esto es... ESTATIRA: No prosigáis, no, villanos; que no ha de osar nadie a hablar ni a respirar adonde estuviere yo.
A ALEJANDRO
EFESTIÓN: (Que son las infantas mira.) ALEJANDRO: (Ya hablarlas cosa es forzosa.) ¿Qué es esto, Siroés hermosa? ¿Qué es esto, bella Estatira? Que ya mi valor aplica la venganza a vuestros pies. CHICHÓN: ¿Estatira y Siroés? ¿Son infantas de botica, donde todo es jerigonza? NISE: Así una y otra se llama. CHICHÓN: Pues dadme désa una drama, que ésta ella dará una onza. ESTATIRA: Esto es el poco decoro que debe a tu Majestad la sagrada inmunidad de la guerra, pues no ignoro que, si a mi hermana y a mí prisioneras nos tratara conforme a la ilustre y clara real sangre nuestra, no así sus soldados se atrevieran a profanar desleales el respeto a estos umbrales; pero si ellos consideran el despego con que no quiso hablarnos, quiso vernos, desde que llegó a tenernos en su campo, hasta que dio esta ocasión el acaso, ¿qué mucho que a su ejemplar el tumulto popular no haga de nosotras caso? Sin ver que el ser prisioneras no es ser esclavas, pues una cosa es mostrar la fortuna en nosotras sus severas iras, y otra no tener en la ley de la prisión el trato y la estimación que no perdió nuestro ser con la libertad, el día que padre y patria perdió; que, aunque a Júpiter juró que libres no nos vería, a cuyo efecto en rescate nuestro tan grande tesoro pidió en piedras, plata y oro, que no es posible se trate cumplir; no por eso había yo de dejar de ser yo. Y para que vea si dio ejemplar a la osadía de sus soldados, habiendo oído en mi cuarto el rumor, vi desde ese mirador un infeliz defendiendo, su esposa o su dama sea, la vida de una mujer, que lo mismo viene a ser cuando en su amparo se emplea, para cumplir con su fama; pues consecuencia es forzosa que no defienda a su esposa quien no defiende a su dama. Robársela pretendían, sin duda; pues al llegar, que la habían de llevar en altas voces decían. él, mirándose acosado, para resguardo tomó esta puerta, donde no le valió el noble sagrado, pues en ella y a mis pies, aun defendiéndole yo, herido o muerto cayó. ALEJANDRO: Una y otra queja es muy digna de ti; y ahora, respondiéndote, primero que te desenoje, quiero satisfacerte, señora, a la primera que das de no haberte visto; pues piedad, no despego, es huir tu vista; que si estás de mis armas prisionera, ¿para qué te había de ver? Puesto que no había de ser que la libertad te diera. Ver yo presa una beldad, para dejármela presa, es cosa en que no interesa crédito mi autoridad; y más si llorara, siendo así que vivo temblando más a una mujer llorando que a un ejército venciendo. Si a Júpiter le ofrecí no libraros, noble indicio fue del mayor sacrificio que hacer pude; y si pedí perlas de tan gran valor, fue de mi estimación muestra, pues aun una esclava vuestra valiera precio mayor; y pues piadoso mi acción ya en aquesta parte deja hoy respondida la queja, paso a la satisfacción.
A SOLDADOS
--¿Cómo, cobardes villanos, hacéis de delitos tales cómplices estos umbrales? ¡Por los dioses soberanos, que vuestras vidas... SOLDADO: Señor, no, mal informado, des crédito al enojo, pues no es tan ciego nuestro error como imaginas; que aquella mujer que hasta aquí llegó y aquel joven defendió, no era por ser dueño della, sino porque altivo y fuerte se empeñó, habiendo intentado prenderla, por haber dado a Teágenes la muerte. ALEJANDRO: ¿Quién muerte a Teágenes dio? SOLDADO: La mujer que seguí fue. ALEJANDRO: ¿Muerta a Teágenes? ¿Por qué?
Sale CAMPASPE
CAMPASPE: Eso he de decirlo yo. Invicto Alejandro, a cuyo valor son materia fácil, si a tu duración aspiras, el bronce, el mármol y el jaspe; pues a tu sagrado nombre apellidan inmortales esculpidas letras de oro en láminas de diamante: tú, que desde los primeros años de tantas campales lides saliste bien, como brazo derecho de Marte, siendo en la tierra tus huestes y siendo en el mar tus naves siempre vencedor de todos, nunca vencido de nadie; hijo del grande Filipo (esto que te diga baste, pues no hay que ser más que ser hijo de Filipo el grande): a tus plantas delincuente hoy una mujer se vale, más en la fe de tus iras que no en la de tus piedades. No, pues, generoso quiero que me escuches, sino antes severo; porque es mi culpa tan heroicamente amable que, a precio de que la sepas, no rehuso que la mandes castigar, como el padrón diga en mi huesa: "Aquí yace quien osó morir valiente, porque osó vivir constante." Hija soy de Timoclea, griega matrona, a quien hacen, como a deidad destos montes, sacrificios estos valles. Difunto su ilustre esposo, conmigo, en años infante, a llorar su viudedad se vino a estas soledades, donde una hermosa alquería que en la cerviz dese Atlante, verde pedazo de cielo, registra montes y mares, fue su albergue y fue mi cuna, sin que nunca a ver llegase ni más políticas gentes ni más pobladas ciudades que estos riscos y estas breñas; en cuyas austeridades crecí, tan hijos del campo mis afectos montaraces que, pirata de la selva, que, bandolera del aire, [en dos elementos] reina de las fieras y las aves, el nombre de Timoclea, último don de mi madre, no sin jactancia al oírle, me trocó en el de Campaspe, como quien dice, campestre deidad de uno y otro margen. Pero ¿qué mucho? si como yo el venablo desembrace, como yo la flecha vibre, no hay en términos distantes pluma que el abril matice ni piel que el diciembre manche que por feroz se redima ni que por veloz se salve, hasta que ala o testa en boreal venatorio examen a mis umbrales no sea adorno de mis umbrales; tanto, que el que peregrino a ellos llega con pie errante, al ver colgadas las armas en su frontispicio sabe que, como reina de montes, tengo guarda de animales. Parece que del fracaso que hoy a tus plantas me trae la digresión me retira; pues no; que, para que pasen mis desdichas a su extremo, es fuerza prevenir antes que caen sobre sujeto tan fiero y tan intratable como el mío, porque hay delitos menos culpables en unos sujetos que otros; y para haber de juzgarse conviene que el juez distinga sobre qué sujeto caen, porque tiene no sé qué prerogativas aparte, para ser tal vez altiva, la que nunca ha sido fácil. Y así, asentado que yo siempre en ejercicios tales ignoré de Flora y Venus las dos profanas deidades, tanto, que amor a mi oído, si acaso le nombra alguien, me suena como ruidoso, pero no como süave, voy a que, habiendo tu gente alto hecho en ese admirable país de Grecia, porque en él de tantas marchas descanse, una desmandada tropa destos soldados, que infames califican lo que es hurto con nombre de que es pillaje, como si mudara especie la ruindad por mudar frase, a mi alquería llegó (vergüenza es que en esto hable, mas mejor están desnudas que vestidas las verdades), donde vilmente enconados en robar dos recentales, se trabaron de cuestión con los bárbaros gañanes que mis labranzas cultivan y que mis ganados pacen. A este ruido, pues, llegamos, casi a concurrir iguales, yo, que del monte venía, y uno de tus capitanes, cuyo nombre no le supe, hasta oír aquí nombrarle. Saludámonos corteses, y acudiendo a reportarles, retiré mi gente yo y él la suya, sin que pase más adelante su duelo que no pasar adelante. ¿Quién creerá que nuestras guerras naciesen de nuestras paces? Hasta dejarme en mi quinta me fue acompañando. Nadie en lo galante se fíe, porque suele lo galante afeitar a lo traidor la tez, bien como sagaces las astucias de las flores las asechanzas del áspid. Despidióse de mí; y cuando tranquilas seguridades de la paz de mis sentidos, ociosamente agradables, me adormecían, al son de unos sonoros cristales que en un jardín entonaban en bien templados compases la natural armonía de las copas de los sauces, sentí ruido y vi por una pared de hiedra arrojarse un hombre al jardín, rompiendo la muda clausura al parque. Turbóme no conocido primero; pero al instante que distinguí de más cerca el rostro, persona y traje, conocido me turbó, por dar de ladrón señales, que por las paredes entre el que ya las puertas sabe. "¿Qué es esto?" dije y no pude proseguir, porque a la cárcel de mis ya presos alientos torció el corazón la llave. Lo mismo debió (¡ay de mí!) de sucederle y pasarle a él, porque, aunque hablar quiso, fue solo con el semblante; de suerte que, por algún espacio los dos iguales hablamos como por señas, él suspenso y yo cobarde, hasta que, ya prorrumpida en mal troncadas mitades la voz, vino a decir una para mí tan disonante que él pensó que era lisonja y yo pensé que era ultraje. "Amor" fue, como quien pone, cuando algún volumen hace, la inscripción en el principio, para que ninguno extrañe la materia o la cuestión que ha de tratar adelante. No le di yo tanta espera, porque al ir a pronunciarle, veloz la espalda volví, mas no tanto que en mi alcance no le valiese la acción lo que la voz no le vale. La mano me echó y yo, viendo (¡oh, aquí el aliento me falte!) que libertades no dichas eran hechas libertades, dictada no sé de quién, de mi honor o mi coraje, me hallé su espada en la mano, sin saber quién se la saque de la cinta; bien que ahora lo sé, pues, para acordarme que fue él, el corazón, al ver que en dudar le agravie, como quien dice "yo fui", en mudos impulsos late. él, haciendo licencioso, con risueñas falsedades, de mi amenaza desprecio, de mi cólera donaire, segunda vez a mi mano la mano osó, pero en balde, pues cuando pensó que eran mujeriles ademanes, la esmeralda de las flores tiñó de su rojo esmalte. "¡Muerto soy!" dijo; y al eco de sus repetidos ayes los que de escolta tenía a golpes la puerta abren. Furiosos entran y, viendo el desangrado cadáver, conmigo embisten. Yo, entonces, por un postigo que cae al monte, me puse en fuga; ellos tras mí al monte salen. Tal vez lidio y tal vez corro, hasta que, sin que me amparen valor ni fuga, cayendo vine desde el monte al valle, donde un generoso joven, o de honrado o de arrogante, puesto en mi defensa, impide que me prendan o me maten, tan a toda costa que fue su vida mi rescate; de suerte que, de dos vidas deudora, a tus plantas reales, de dos muertes delincuente, me arrojo, para que pague, no la muerte que yo hice, sino la que esotros hacen; pues más culpada en aquésta que en esotra soy, si añades al blasón de la primera de la segunda el desastre.
De rodillas
Con que a tus plantas, señor, poniendo a un tiempo delante sobre la sangre de uno de otro la espada y la sangre, humilde te pido (así del Peloponeso pases las siempre intrincadas breñas, cuyo nevado turbante sobre sus penachos vea tremolar tus estandartes, bien como el gran César vio teñir de púrpura el Ganges, trascendiendo desde el Tigris su lábaro hasta el Eufrates) que acabes, señor, conmigo, para que conmigo acaben tantas ansias, tantas penas, tantas iras, tantos males, tantos estragos y tantos escándalos y pesares como amenazan mi vida y como mi alma combaten. ALEJANDRO: Con llanto y valor a un tiempo los dos extremos tomaste a mi inclinación, mujer, sin saber determinarme si me obligues porque lloras o porque matas me agrades. --Prended a aquesos soldados.
Prenden a los SOLDADOS, y quieren llevar a CHICHÓN
CHICHÓN: A mí no, que yo a esperarte estaba para ir a aquella visita. ALEJANDRO: Es verdad; dejadle a ése solo. CHICHÓN: Tus pies beso. (El demonio que aquí aguarde Aparte ni diga que es su criado, o muera Apeles o sane.) ALEJANDRO: Mira, Estatira, si fueron o rigores o piedades las que usé contigo, pues lo hice por no obligarme a sentir, si tú sintieses, ni a llorar, si tú llorases. Y pues con este ejemplar respondo a las dos iguales,
A CAMPASPE
de parte de mi justicia, si no te sigue otra parte, perdonada estás, mujer; y para de aquí adelante o no mates, ya que llores, o no llores, ya que mates. --Ven, Efestïón. EFESTIÓN: ¿Qué llevas? Que dice mucho el semblante. ALEJANDRO: No sé; pero mucho temo llanto y valor de Campaspe.
Van ALEJANDRO y EFESTIÓN
ESTATIRA: Aunque parezca que no es cortesano hospedaje el que una presa se atreva a convidar con su cárcel, si el horror de vuestra casa o de aquestas soledades el riesgo en tiempo de guerras permiten, ya que llegasteis aquí, que os quedéis conmigo será para mí de grande lisonja. CAMPASPE: Vuestros pies beso. Y pues que no puede nadie pagar, si no es recibiendo, el favor que se le hace, le admito hasta que de aquestos soldados asegurarme pueda. ESTATIRA: Con nada pudisteis mejor el deseo pagarme. Venid. --¡Siroés! SIROÉS: ¿Qué llevas? Que dices mucho, aunque calles. ESTATIRA: No sé; pero mucho temo, imaginándole antes tan fiero a Alejandro, ver a Alejandro tan afable.
Vanse ESTATIRA y SIROéS
NISE: Dicha ha sido para todas tal huéspeda. CLORI: De mi parte yo me doy la norabuena. CAMPASPE: ¡El cielo a las dos os guarde! (Oh, ¡qué de cosas, fortuna, Aparte llevo que comunicarte! ¡Quiera Júpiter, no sea a las futuras edades la tragedia de aquel joven asunto a la de Campaspe!)

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Darlo todo y no dar nada,  Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002