CON QUIEN VENGO VENGO

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en la edición de Juan Jorge Keil en su libro, COMEDIAS DE D. PEDRO CALDERON (Leipzig, 1830), Tomo 4. Fue editado en forma electrónica por David Hildner en 1998 y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen doña LISARDA y doña LEONOR asidas de un papel
LEONOR: No le has de ver. LISARDA: Es en vano defenderle ya. LEONOR: Resuelta estoy antes a hacer... LISARDA: Suelta. LEONOR: ...un exceso en él villano. LISARDA: Ya el papel está en mi mano. ¿Cómo has de excusarte agora de que le vea? LEONOR: Señora, hermana, Lisarda, advierte... LISARDA: Esto ha de ser de esta suerte. LEONOR: ¿Quién mis desdichas ignora?
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LISARDA: "Amor, señor don Juan, que de amor no pasa a atrevimiento, indignamente adquiere el nombre. Dígalo el mío; pues me atreve a tanto que, sin mirar el riesgo de mi vida, el temor de mi hermano ni el recelo de Lisarda, os suplico, vengáis esta noche por el jardín, donde entraréis a hablarme; y venga con vos el criado, porque, cuando yo aventuro mi vida, trato de asegurar la vuestra." (¡Notable resolución! Aparte Más mal hay del que pensé; pues donde sólo busqué una sombra, una ilusión, hallo un engaño, una acción tan grave. No sé qué intente; mas ya importa cuerdamente disimular el agravio; que parecer muda el sabio, consejo toma el prudente.) LEONOR: ¿Estás ya contenta, di, de haberlo sabido? LISARDA: No; porque de estas cosas yo no he de estarlo, triste sí. LEONOR: ¿Mil veces no te advertí que no llegases a ver el papel, que había de ser de disgusto y de pesar? Pues quien no lo ha de estorbar ¿por qué lo quiere saber? Mira lo que has conseguido, que, andando yo con secreto, con recato y con respeto huyendo de ti, has querido perder el que te he tenido. Pues cuando tú no entendiste mi amor, respetada fuiste, y ya que lo sabes, no; porque no he de olvidar yo, porque tú mi amor supiste. LISARDA: Sin prudencia y sin consejo, dudosa, Leonor, estoy; y cuando a un discurso voy, más del discurso me alejo. Dos veces de ti me quejo, de parte de nuestro honor una, y otra de mi amor; que amar y callar te ofreces, para ofenderme dos veces con una culpa, Leonor. Cuando tú te aconsejaras conmigo, para querer, la primera había de ser que dijera que no amaras. Mas si a decirme llegaras que amaste una vez, yo fuera la primera y la tercera que echara el manto al amor; que si aquello fuera honor, estotro cordura fuera. LEONOR: Has nacido sin empeño en palabras y en acciones, tan dueño de tus pasiones, de tus discursos tan dueño que no vi en ti el más pequeño afecto a mi pena igual, para que en desdicha tal te descubriese la mía; y hace mal quien su mal fía a quien no sabe del mal. ¿Quién en libertad se vio que se duela del cautivo? ¿Quién, estando sano y vivo, se acuerda del que murió? ¿Quién en la orilla rogó por el que en el mar fallece? ¿Quién del dolor se entristece que a otro aflige y desalienta? Nadie; que nadie hay que sienta las penas que otro padece. Yo así, esclava, no te hablé, porque en libertad te vi; muerta, no me llegué a ti, porque con vida te hallé; desde el mar no te llamé, porque en la orilla vivías; doliente en las ansias mías, no te pedí que sintieras, porque sé que no supieras sentir lo que no sentías. Pero ya que yo no he sido quien te ha dicho mi cuidado, y que la ocasión me ha dado el lance que se ha ofrecido, sabe que amor he tenido y sabe que fue don Juan Colona a quien lugar dan mis favores en secreto, por ilustre y por discreto, por valiente y por galán. Dos años ha que festeja mi calle; dos años ha que asido hasta el alba está a los hierros de mi reja. Al ruego, al llanto, a la queja roca, monte y fiera fui. Pero ¿quién pudo--¡ay de mí!-- resistirse tiempo tanto a la queja, al ruego, al llanto de un hombre que llorar vi? Vida, hacienda y honra gano con tal dueño; esto previno mi esperanza, cuando vino de la guerra nuestro hermano. Y viendo que ya es en vano hablar por la reja, quiero que entre al jardín. No el primero será mi amoroso error que le enmiende otro mayor; en él esta noche espero. Mas pues te ha dicho el papel a lo que mi amor llegó, no es bien que te diga yo lo que ya te ha dicho él. Ésta es la causa crüel de mi gran melancolía, éste el fin de mi alegría; y pues que tu hermana soy, y humilde a tus pies estoy, no estorbes la suerte mía. LISARDA: Aunque es verdad que pudiera ofenderme de tu amor, estás resuelta, y error notable el reñirte fuera, pues sé que con eso hiciera mayor tu amor y tu fe de lo que al principio fue; que aunque de amor no he sabido, que crece más resistido amor, como es fuego, sé. Cuentan que se hallan dos fuentes cuyos templados cristales, naciendo juntos e iguales, son varios y diferentes; pues contrarias las corrientes, iris de oro, nieve y plata, que una montaña desata, contienen tanto rigor que la una mata de ardor y la otra de hielo mata. Yo, que aborrezco el amor, yo, que ni estimo ni quiero, soy la de hielo; pues muero a manos de mi rigor. Tú, que adoras su sabor, y tu mismo daño adquieres, eres la opuesta; pues mueres llena de ardor y de fuego. Juntémonos, porque luego, si soy hielo y fuego eres, templaremos de manera nuestra condición nociva, que el cargo del amor viva, y el de la opinión no muera. Dime, pues, ¿quién es tercera de tu amor? LEONOR: Nise avisada está de abrirle a la entrada. LISARDA: ¡Oh, qué infeliz a ser vienes, Leonor, supuesto que tienes que te calle una crïada! Mas oye lo que he pensado para asegurarme a mí y no embarazarte a ti la esperanza de tu estado. En traje disimulado yo tu crïada he de ser de noche, porque he de ver si es tan honesto el empleo de tu amor y tu deseo como me das a entender. Seis cosas así consigo; ser con nuestro honor leal, ser contigo liberal, y ser honrada conmigo; dar a tu amor un testigo que temas enamorada, suspender después la espada de don Sancho cuando venga y excusar el fin que tenga que callar una crïada. Envía, pues, el papel, y empiece el engaño hoy. LEONOR: Esperando un criado estoy que aquí ha de venir por él agora, y aun es aquél. LISARDA: Aunque de don Juan oí la fama, nunca le vi, ni a él conozco ni al crïado. Dale el papel, con cuidado de que te guardas de mí.
Salen NISE y CELIO
CELIO: No faltará una cautela; que a los audaces, sin duda, dicen que Fortuna ayuda, y a los tímidos repela. NISE: Ya te vio. CELIO: ¡Triste de mí! ¡Y qué ojos! LISARDA: ¡Gentilhombre! CELIO: Ése, señora, es mi nombre. LISARDA: ¿Cómo os atrevéis así a entraros aquí? CELIO: No sé qué respuesta daros pueda; término se me conceda el de la ley, para qué en tan estupendo exceso halle de disculpa indicio; y así digo que al oficio de la querella el proceso se lleve, porque mejor fulminado el caso esté, y que yo responderé allá por procurador. LISARDA: No de burlas respondáis, cuando de veras os hablo. CELIO: (¡Esta mujer es el diablo!) Aparte LISARDA: Decid presto ¿a quién buscáis?, o haré que por atrevido mil palos, villano, os den dos esclavos. CELIO: No harán bien en darme lo que no pido. Mi conciencia acomodada corre, porque de esto gusta, siempre abierta y nunca justa, por no verse empalizada. Y tanto se sutiliza el temor que de mi casa no salgo el día que pasa por ella Mons de Paliza. Y así, porque revoquéis, diosa Palas, la paluna sentencia, ved que ninguna causa contra mí tenéis. Buscando vengo al cajero de don Nicolás Ursino, este genovés vecino, para que me dé el dinero que de una libranza resta. Dijéronme que vivía pared en medio, y creía que fuese la casa ésta. Y así por ella me he entrado, como quien viene a pedir; mas con volverme a salir se enmienda todo lo errado.
Quiere irse CELIO
LISARDA: Llámale y dale el papel, Leonor, sin que yo lo vea. LEONOR: Oíd, soldado. Quien desea castigar hoy tan crüel vuestra osadía ha mandado que os diga que aquí, advertid, no volváis más.
Dale el papel
CELIO: Pues decid que yo lo pondré en cuidado y, cumplida mi esperanza, no vendré más donde estoy, pues, Dios bendito, me voy sin palos y con libranza.
Al irse CELIO, sale don SANCHO y le detiene
SANCHO: ¿Qué libranza? CELIO: (Esto es peor Aparte lance; no me voy sin palos.) SANCHO: ¿Qué buscáis? CELIO: (Indicios malos.) Aparte No busco nada, señor. SANCHO: ¿De quién sois crïado vos? CELIO: De Dios. SANCHO: ¡Lindo desenfado! CELIO: Si Dios todo lo ha crïado, ¿quién no es crïado de Dios? Y si argumentos tan buenos no os dejan asegurado, pruebo que soy su crïado en que es a quien sirvo menos. Y al cabo, por yerro entré aquí, y ya me he disculpado del yerro y de haber entrado. No te lo digo, porqué es contra el arte decir alguna cosa dos veces. Mas si a saberlo te ofreces, mejor lo podrás oír de esas damas, a quien yo lo he dicho ya, y mi capricho se atiene a "lo dicho, dicho".
Vase CELIO
LISARDA: Déjale; que aquí se entró preguntando si sabía de un vecino a quien él viene buscando; y tal humor tiene que estuviera todo el día oyéndole, según es de entendido y sazonado. SANCHO: Con todo eso, no me agrado yo de estas cosas. Después, oh Lisarda, que dejé la guerra, y vine a vivir en la paz, para asistir más a vuestro lado, hallé en la calle alguna vez a este hombre, y no quisiera que ocasión mi honor me diera para que, haciendo jüez al mundo de mi valor, algún loco pensamiento fuera trágico escarmiento de las fortunas de amor. LISARDA: El que te oyere decir razones tan ponderadas, tan graves y tan cansadas, muy bien podrá presumir que una de las dos previene asuntos de tu temor, cuando en buena ley de honor no sólo quien no le tiene lo ha de pensar, pero quien lo tiene debe pensar que el sol le pudo engañar, que es lo que le está más bien. Y así, del aire no arguyas, don Sancho, ilusiones vanas; que al fin somos tus hermanas, y aunque no por serlo tuyas debiéramos proceder bien, por ser nosotras sí; pues no aprendimos de ti ni de tus celos el ser ni el lustre con que nacimos, ni nos estuviera bien el aprenderle de quien viles hazañas oímos. Y así el valor y la fama de que al cielo haces testigos, guárdale para el amigo a quien quitaste la dama.
Vase doña LISARDA
SANCHO: Escucha, Lisarda, espera. LEONOR: ¿Para qué te ha de escuchar? SANCHO: Para que, ya que a culpar llegó tan altiva y fiera hoy mis acciones, también sepa, Leonor, que ha mentido el coronista fingido de mis celos. LEONOR: Está bien; pero allá podrá mejor, que no aquí, tu pensamiento ver el trágico escarmiento de las fortunas de amor.
Vase doña LEONOR
SANCHO: Oye tú también, aguarda. Yo sabré en desdicha igual quién ha informado tan mal de mí a Leonor y a Lisarda.
Vase don SANCHO. Salen don JUAN y OCTAVIO
JUAN: Grave melancolía es, Octavio, la vuestra; todo el día no hacéis, aquí encerrado, sino dejar las riendas al cuidado, dando con mil enojos voz y llanto a los labios y a los ojos. Si es tanto sentimiento, corrido del humilde alojamiento que en mi casa se os hace, poco tanto dolor se satisface con tan pequeña queja, pues agraviado el sentimiento deja. Hacedme a mí testigo de vuestros sentimientos. OCTAVIO: ¡Ay amigo! No hagáis tan grande agravio a la amistad de Octavio, pensando que podía vuestra casa aumentar la pena mía; pues, como veis, es fuerza no verme el sol, mi sentimiento fuerza el estar solo y triste; más que en la causa, en la pasión consiste. JUAN: Aunque yo de un amigo nunca a saber ni a preguntar me obligo más de lo que él quisiere decirme, aquí la ley así prefiere la voluntad que quiero que me acuse la parte de grosero, suplicándoos merezca mi cuidado saber la causa con que habéis llegado encubierto a Verona, recatada del sol vuestra persona, haciendo mi aposento voluntaria prisión. OCTAVIO: Estadme atento. Bien os acordáis, don Juan, de aquel venturoso tiempo que en las escuelas famosas de Bolonia, patria y centro de las artes y las ciencias, fuimos los dos compañeros, viviendo un cuerpo dos almas, y dando un alma a dos cuerpos. Bien os acordáis también de que en un mismo correo de vuestro padre y el mío tuvimos juntos dos pliegos, en que el señor don Ursino os mandaba que al momento viniésedes a Verona a descansarle del peso de vuestro estado, porque os tenían sus deseos de una principal señora tratado ya el casamiento. En el mío me mandaba a mí mi padre que luego trocase plumas y libros por las galas y el acero. Vos a casaros y yo a la guerra en un día mesmo fuimos llamados; si bien no de contrarios efectos, porque la guerra y casarse todo es uno es este tiempo. Al despedirnos los dos, en el abrazo postrero palabra los dos no dimos que habíamos de valernos el uno al otro, y llamarnos para cualquiera suceso; sobre cuya confïanza a buscaros, don Juan, vengo, para probar que soy yo más vuestro amigo, supuesto que yo de vuestra amistad soy quien se vale primero. Doblemos aquí la hoja, y a los discursos pasemos de mi vida, que son tales que imagino, dudo y temo que yo los pueda decir si no los dice el silencio. Salí de Bolonia, pues, para Milán, donde, luego que llegué, senté la plaza y ventajas en el tercio del señor duque de Lerma, aquel Escipión mancebo, en quien Adonis, Mercurio y Marte tiene imperio. A mi discurso volvamos, que huele a lisonja esto; mas sus proezas son tales que, aunque callarlas deseo, es fuerza volver a ellas, antes que acabe el suceso. Asenté en su compañía la plaza, y mientras el tercio estuvo en Milán, en él divertí los pensamientos de la patria y los amigos entre mujeres y juego. ¡Oh cuánto en mi relación algún amoroso extremo tarda ya, porque sin él está frío cualquier cuento! Amor al fin, que no teme los escándalos y estruendos de Marte, que desde niño le tiene perdido el miedo, como se crió en sus brazos, depuesto el arco y depuesto el arpón, quiso tal vez matar con armas de fuego, y en unos divinos ojos introdujo tanto incendio que hicieron Troya las almas, aun antes de verse dentro. Vi y amé tan igualmente que, viendo y amando a un tiempo, hubo después competencia sobre cuál sería primero. Por no cansaros--aunque con gusto me estáis oyendo-- lo que es lugares continuos, ventanas, calles, terrero, señas, papeles, crïados, noches, embozos, paseos, ya es hábito del amor gozar más quien vale menos. También sabréis cómo hallaron buen sagrado mis deseos; creció amor comunicado, y de un lance a otro siguiendo al incendio de la vista, por vecindad, el incendio del alma, pasó el que era breve pavesa entre hielo a ser llama que ya daba tornasoles y reflejos, a ser Etna, a ser Volcán, abismo de luz inmenso, el que era Volcán y Etna a ser esfera, a ser centro, oficina y obrador de los rayos y los truenos; tanto que, aunque desigual, si bien no el nacimiento, sino en la hacienda, la di palabra de casamiento; cuya llave, que es maestra para hacer a cualquier pecho de mujer, me ofreció hacerme de tantas venturas dueño. Di parte de esto a un amigo... ¿A un amigo dije? Miento; porque un amigo traidor, con capa de verdadero, es el mayor enemigo; que al fin no fuera el veneno del áspid tan ponzoñoso si no matara encubierto. ¡Oh fementido, oh aleve, oh falso, oh mal caballero! Pero quédese esto aquí. Ufano, alegre y contento esperé que el dios de Dafne, entre sombras y bosquejos de la noche sepultase su luz, siendo monumento todo el mar a todo el sol, cuando llegase a su centro. Quiso el cielo el mismo día --¡qué tasado que anda el tiempo en las penas!--que mandó, de honor y prudencia lleno, el marqués de los Balvases que fuese marchando el tercio al casal de Monferrato, abrasando y destruyendo cuandos lugares hubiese confinantes, que, aunque abiertos, no les faltaban defensas. ¡Ah ley dura, ah duro fuero de honor! ¿Qué no pararás, si sabes parar deseos? Yo, atento a la disciplina, yo, a la milicia sujeto, con mi compañía salí; que es al noble caballero la religión más estrecha de cuantas admira el tiempo la milicia. A Pontostura llegamos, donde el esfuerzo de nuestro maestre de campo hizo alarde de su aliento; pues porque tardó un crïado con su arnés, desnudo el pecho se entró por la batería. Debió de tener por cierto que la obediencia del plomo había de guardar respeto a un Sandoval y a un Padilla; y bien lo dijo el efecto; pues, hallándole una bala desarmado y descubierto, cayó sin hacerle mal, hecha una plancha en el suelo, dejando, como por firma que dijese: "no me atrevo a pasar más adelante"; un cardenal en el pecho, ganó a Pontostura, pues; a Rofinar puso cerco luego y rindió a Rofinar, a San Jorge y otros pueblos del Monferrato, dejando para mayores empleos descubierta la campaña. Mas ¿qué va que estáis diciendo agora entre vos: "¿Este hombre dónde va con este cuento, que ha dejado tanto cabos para su novela sueltos? Porque él tiene introducidos una dama por quien muerto de amores está, un amigo de quien se queja con celos, un duque a quien encarece, y a mí, a quien tiene propuesto que le tengo de valer." Pues de la farsa que emprendo todos somos personajes, todos nuestra parte hacemos. Y para que lo veáis, a mi discurso me vuelvo. Cuando a San Jorge llegó del duque de Lerma el tercio, Mons de Toral le esperaba con los caballos ligeros del suyo, de un montecillo amparado y encubierto. Descubrióle nuestra gente, y en arma los campos puestos, empezó a escaramuzar la caballería y el tercio de españoles y franceses, tan valientes como diestros. No me quiero detener a repetir por extenso la guerra, que voy muy largo; sólo detenerme quiero a contar en esta parte lo que importa a nuestro intento. El fin de la escaramuza fue que, vencido y deshecho el Toral, se retiró al casal, y hasta que dentro de él estuvo pertrechado, le dieron caza los nuestros. Y cuando ya nuestra gente volvía a ocupar los puestos, escuchamos una voz que entre los franceses muertos salía, y vimos también que se levanta entre ellos un hombre herido y desnudo, de polvo y sangre cubierto. Éste, en mal formadas voces, que apenas concibió el eco, dijo en idioma francés: "Españoles caballeros, cualquiera que haya ganado por despojo, triunfo y premio de su valor un joyel que traje pendiente al pecho, véngale a dar por rescate, si quiere joyas de precio más subido; y si no quiere, deme la muerte primero que yo viva imaginando que aun pintada es de otro dueño la bellísima Madama que lleva por huésped dentro." Dijo el francés, y aunque allí por las señas creí cierto no poder determinar ser noble, por los afectos sí; que quien noble no fuera no tuviera sentimiento tan hidalgo. Llegó a él el duque, y con muchos ruegos corteses le persuadió que fuese su prisionero. Rindióse el francés al duque, y mandó curarle luego. Ordenó que a Milán fuese, porque desmintiese el riesgo de su vida con mayor cura, regalo y aseo. Ya tenemos en la farsa otra persona de nuevo; pues ninguna está de más. Echóse un bando, diciendo que aquel soldado que hubiese adquirido en el encuentro un joyel con un retrato, le diese a rescate luego. Prometióse cien escudos por él, pareció al momento en el poder de un soldado manchego, y por mucho menos le diera. Diósele al duque, y a mí--que siempre en su pecho tuve piadoso lugar-- me dio el retrato, diciendo, "Partid, Octavio, a Milán en alas de mis deseos, y decidle de mi parte a aquel francés caballero que en generoso rescate de su dama sólo quiero que tome su libertad; y así, que se vaya luego." Ya veréis, si volvería alegre a Milán con esto; pues, obedeciendo yo a mi superior y dueño, iba donde me llevaban a voces mis pensamientos; con lo cual veréis también que no es lisonja ni afecto el haber introducido dama, amigo, guerra, encuentros, duque y francés, porque todo cuanto referí primero, para volver a Milán, fue necesario en el cuento. Volví, pues, a Milán. ¡Nunca volviera a Milán! ¡Primero, pluguiera el cielo, una bala rémora de mis deseos fuera, parándome el curso en el mar de mis tormentos! Pues embajador apenas de amor cumplí con el feudo cuando, partiendo a la casa de mi dama, hallé...El aliento aquí me falta, y aquí la voz, desde el labio al pecho, es un tósigo, un puñal, es un cordel, un veneno que me aflige, que me hiere, que me abrasa y deja muerto; porque hallé...
Sale URSINO
URSINO: ¡Don Juan! JUAN: ¿Señor? OCTAVIO: (Interrumpióme a buen tiempo, Aparte para que vuelva a tomar en mis desdichas aliento.) JUAN: ¿Tú en este cuarto? URSINO: A buscarte, muy quejoso de ti, vengo. JUAN: ¿Tú de mí quejoso? URSINO: Sí. JUAN: ¿En qué disgustarte puedo, si como a señor te aclamo, como a padre te obedezco? URSINO: En haberme dilatado una dicha tanto tiempo como ha que el señor Octavio está en casa. ¿No merezco tener parte yo de un huésped que a honrarnos viene? ¿No debo dar gracias a la Fortuna de este gusto, de este aumento? JUAN: Con causa te quejas; digo, que te ofendió mi silencio neciamente; pero fue gusto de Octavio. OCTAVIO: Yo beso tus plantas por la merced que me haces; que como vengo a sola una diligencia a Verona de secreto, no quise darte cuidado, porque he de volverme luego a Milán. URSINO: Mucho agraviaste obligaciones que tengo, Octavio, a tu sangre. OCTAVIO: Soy tu esclavo. URSINO: Pues ya que puedo, informado de mi dicha, hablar libremente, quiero que un cuarto se te aderece que, por ser al parque, creo que te diviertas; que son sus vistas por todo extremo. JUAN: Con tu licencia, señor, no saldrá de mi aposento; porque los dos lo pasamos bien aquí, y el cuarto creo que, al venir tarde o temprano, te dé ruido.
Sale CELIO
CELIO: (¿Aquí está el viejo? Aparte ¿De cuándo acá nos visita? Escondo el papel.) URSINO: No quiero embarazar vuestros gustos; pues solamente pretendo que sepáis, señor Octavio, que sé que en mi casa os tengo. OCTAVIO: Los años vivas del sol.
Vase URSINO
CELIO: Octavio, yo te agradezco que no dijeses "del fénix", arrendador de lo eterno. Y si quien trae buenas nuevas y quien las dice de presto albricias nuevas merece, papel hay, venga dinero; y si no, no habrá papel. JUAN: Daca. CELIO: ¿Qué es "daca"? Primero he de "tomacar". JUAN: ¡Qué loco estás! Proseguid; que tengo, hasta saber en qué para, pendiente el alma del cuento. OCTAVIO: Leed primero el papel; que buenas nuevas no creo que es bien, don Juan, dilatarlas. JUAN: Con vuestra licencia leo.
Lee para sí
OCTAVIO: Contento leéis. ¿Podré daros parabienes? JUAN: Creo que será agraviar, Octavio, tanta ventura con ellos. Ya os he contado otra vez que el tratado casamiento, para que entonces mi padre me llamó, no tuvo efecto; ya os dije cómo pensaba casarme a mi gusto, haciendo a una dama, a quien adoro, del alma y la vida dueño; ya os conté cómo la hablaba de noche y que por respeto de un hermano que ha venido, con quien amistad profeso, con este intento no más, pues le visito y le veo, y apenas sabe mi casa ni conoce, según creo, a mi padre, por agora se puso a mi amor silencio. Pues leed; veréis que escribe que hablarla esta noche puedo dentro de su misma casa.
Toma don OCTAVIO el papel y lee para sí
¿Qué os parece? OCTAVIO: ¡Grande extremo de amor! JUAN: Hora es ya de ir. Perdonadme; que si pierdo la ocasión, pierdo la vida.-- Tú, dame la capa presto y un broquel.-- Adiós, Octavio.
Vase CELIO
OCTAVIO: Aguardad, don Juan, teneos; porque habéis de hacer por mí una fineza que quiero suplicaros. JUAN: ¿Qué mandáis? OCTAVIO: Esta dama os pone a un riesgo notable, y os da licencia que para el seguro vuestro llevéis un crïado. JUAN: Sí. OCTAVIO: Pues en cualquiera suceso ¿cuánto es mejor un amigo de satisfacción y esfuerzo? Yo, como vuestro crïado, he de ir con vos, pues es cierto que yo para todo trance os seré de más provecho. JUAN: Claro está que lo seréis, y aunque os estimo el consejo, hay una dificultad; que le nombran a él, y temo que se disgusten. OCTAVIO: ¿Hay más que decir que soy el mesmo? Que yo sabré recatarme. JUAN: Y si os hablasen--que a Celio le tienen allá por hombre de humor y de pasatiempo-- ¿qué habéis de hacer? OCTAVIO: Pediré licencia a mis sentimientos, y diré mil disparates; que para todo hay remedio. JUAN: Sois mi amigo.
Sale CELIO
CELIO: Aquí está ya capa, broquel y sombrero. OCTAVIO: Dame tú la tuya a mí, y quédate. CELIO: Lo consiento sin más notificación. JUAN: Vamos, Octavio. OCTAVIO: Aunque llevo tantos pesares conmigo, como sabéis, algún tiempo he de gastar buen humor, mientras soy crïado vuestro.
Vanse. Salen doña LEONOR, y doña LISARDA en traje de criada
LEONOR: Huélgome de que seas testigo de mi amor, para que veas desde cerca el intento con que se atreve al sol mi pensamiento; que si me recataba de ti, Lisarda, fue porque pensaba que cuerda me quitases la ocasión, pero no porque llegases a examinarla y verla como tú no me quites el tenerla. LISARDA: Yo estimo el haber dado tan buen corte a tu gusto y mi cuidado que, conformando extremos tan contrarios, Leonor, las dos estemos gustosas de una suerte. Mas sólo un punto que me falta advierte: el día que llegare a pensar --¿qué es pensar?-- que imaginare que yo soy la que ha hecho espaldas a tu amor y de tu pecho en esto tuve parte, Leonor, te persuade que es quitarte la ocasión. LEONOR: El callarlo te prometo, aunque yo sea mujer y él sea secreto. LISARDA: Pues que ya recogida está la casa y yo vengo vestida, sin que oro brille y sin que cruja seda que informar a don Juan de quién soy pueda, vete a hacer la deshecha, para que se desmienta la sospecha, con aquella crïada que para abrir la puerta está avisada. LEONOR: Ya dije que has sabido tú la ocasión, Lisarda, que ésta ha sido la causa de dejalla, con que no es menester aseguralla. LISARDA: ¿Y vino nuestro hermano? LEONOR: No vino. Pero aquése es temor vano; porque del nuestro tiene su cuarto muy distante, y cuando viene, se entra en él, sin que sea fuerza que este jardín mire ni vea.
Hacen ruido dentro
LISARDA: ¿Qué es aquello? LEONOR: Es la seña. Ve a abrir la puerta, pues. LISARDA: Con no pequeña turbación. LEONOR: Pues ¿de qué, di, vas turbada? LISARDA: ¿No ves que hago el papel de la crïada? ¿Don Juan?
Llega a abrir. Salen don JUAN y OCTAVIO
JUAN: Sí, Nise bella; yo soy quien busca al sol con una estrella. LISARDA: Pisa quedo; que, aunque está su hermano fuera de casa, Lisarda no duerme. JUAN: Escasa de luz la noche, no da, Nise, solo un rayo. LISARDA: Ya en presencia de Leonor será luz y resplandor la tiniebla oscura y fría. JUAN: Dices bien; que todo es día con el sol. LEONOR: ¡Don Juan, señor! JUAN: ¡Leonor, señora, mi bien! Deja que en honestos lazos supla la fe de los brazos lo que los ojos no ven. LEONOR: ¿Cómo se atreviera quien no te estimara a una acción semejante? JUAN: Deudas son que a tu recato prevengo, y solo a pagarlas vengo. LEONOR: ¡Nise! LISARDA: ¿Señora? LEONOR: Atención has de tener con el cuarto de Lisarda, no despierte y a echarnos menos acierte. LISARDA: Yo tendré cuidado harto de Lisarda. OCTAVIO: Yo me aparto hacia la puerta a mirar que nadie salir ni entrar pueda. LEONOR: ¿Es Celio? OCTAVIO: Leonor, sí. (Mi crïanza empieza aquí.) Aparte LEONOR: Pues ¿cómo, no hay más hablar? OCTAVIO: No hay más hablar, porque más callar viene más a cuento; que el primero mandamiento de amor es: no estorbarás. No fui tan necio jamás que jugué con quien supiese más que yo, ni que esgrimiese con amigo que estimase, que con mi amo me burlase, que con mi moza riñese; ni con necios porfïé, ni con sabios argüí, ni con señor competí, ni de dama me confié, ni con celos me ausenté, ni tuve al fin por favores cintas, cabellos ni flores; ni en sucesos semejantes me puse entre dos amantes que se están diciendo amores.
Hablan aparte don JUAN y don OCTAVIO
JUAN: Bien el modo has imitado de Celio....mas oye. OCTAVIO: Di. JUAN: Puesto que has de estar aquí, divierte un poco el enfado con el humor de crïado. Con esto conseguirás dos cosas; y es que estarás con Nise bien divertido, y, siendo Celio fingido, él mismo parecerás. OCTAVIO: Yo voy; pero no quisiera echarlo a perder. LISARDA: (No sé Aparte cómo hablar con él, porqué el callar más yerro fuera. Mas sea de esta manera... ¡Ah, Celio! OCTAVIO: ¿Nise?
Siéntanse don JUAN y doña LEONOR, don OCTAVIO llega a hablar con doña LISARDA
LEONOR: (¡Ay de mí!) Aparte Que me entretengas aquí quiero. OCTAVIO: ¿Entretenerte quieres? Por ventura, Nise, ¿eres la mujer de Montení? LISARDA: Tu buen humor me convida. OCTAVIO: Pues miente mi buen humor, como un mal convidador que conozco en esta vida, el cual para una comida tres amigos convidó de falso, y cuando llegó del convite el aplazado día, él muy descuidado, sin esperarlos, comió. Entraron, cuando ya estaba al "Ite, comida est", y colérico después a su despensero echaba la culpa, con que no hallaba que comer; y uno, a quien llama segundo Apolo la fama, al tal convite movido, antes muerto que nacido, hizo este breve epigrama: "Tiene Fabio al parecer despensero a su medida, que al que convida se olvida de traerle que comer. Si en convidar, Fabio amigo, gastas tan poco dinero, préstame tu despensero, y vente a comer conmigo." LISARDA: Bueno el epigrama es. OCTAVIO: Consiento el llamarle bueno, porque he dicho que es ajeno. LISARDA: (Bien va sucediendo, pues Aparte no me conoce.) OCTAVIO: (¡Que des, Aparte oh Amor--tu deidad te abona--, nombre y voz de otra persona!) LISARDA: (En verdad que es extremado Aparte el pícaro del crïado.) OCTAVIO: (No huele mal la fregona.) Aparte LEONOR: ¿Tanto estimas el tener esta ocasión? JUAN: Sí; y agora que duerme la blanca aurora en lecho de rosicler, oh Leonor, quisiera ser de toda esa esfera dueño o, con el opio y beleño que da el monte de la luna, infundir en la fortuna del orbe silencio y sueño. LEONOR: Aunque en mi mano tuviera el orden del cielo yo, hoy el curso del sol no parara ni detuviera; antes más prisa le diera, por sentir el verte ausente; que quien ama firmemente, don Juan, que trocara sé las glorias de lo que ve a penas de lo que siente. LISARDA: (Ya que más segura estoy Aparte en lo que sé, le he de hablar; pues así no podré errar.) ¿Y cómo saliste hoy de con Lisarda? OCTAVIO: (Aquí doy Aparte al través. Mas la voz mía por mayor responda.) ¿Había, hermosa Nise, de hacer caso yo de esa mujer? Todo al fin fue niñería. LISARDA: No mucho, porque yo sé que es mujer que cumplirá lo que dijere. OCTAVIO: No hará. LISARDA: ¿Por qué? OCTAVIO: Yo me sé por qué. LISARDA: Ella es fiera. OCTAVIO: Ya yo sé que ella es fiera averiguada. LISARDA: Como nunca enamorada se vio, y nunca quiso bien, no tuvo duelo de quien lo está. OCTAVIO: Ella es una menguada. LISARDA: ¿Menguada? OCTAVIO: Y un argumento lo podrá probar mejor. LISARDA: ¿Y es...? OCTAVIO: Que quien no tiene amor... LISARDA: ¿Qué? OCTAVIO: No tiene entendimiento. LISARDA: Ése es falso fundamento. OCTAVIO: No es sino fino. LISARDA: Es error dar a amor tan superior grado. OCTAVIO: Pues oye, y sabrás que no se apartan jamás entendimiento y amor. Es amor una pasión del alma, tan firme en ella, que a duración de una estrella se mide su duración; un carácter o impresión fija que lleva la palma al tiempo, una dulce calma que al alma suspensa tiene, tan alma suya, que viene a ser el alma del alma. Que como si uno se atreve fuego y nieve a mezclar, luego vendrá la nieve a ser fuego o el fuego vendrá a ser nieve; porque a la unión se le debe tomar el hielo o ardor; así amor y alma, en rigor, juntándose en una calma, o el amor ha de ser alma o el alma ha de ser amor. Luego, si es en mi argumento al amor el alma igual, y del alma principal potencia el entendimiento, también del amor, atento a que ya es alma el amor, y él, como parte inferior del alma, le ha de asistir, que el criado ha de servir al huésped de su señor. El amor lleva tras sí al alma, lleva después al entendimiento, que es parte del alma; y así queda bien probado aquí que pecho en quien no halló asiento amor, y quedó violento, no fue porque fue crüel, sino porque no halló en él ni alma ni entendimiento. LISARDA: (Bachiller es el crïado.) Aparte Diga contra esa opinión la experiencia una razón. Yo vi un necio enamorado; luego es error haber dado al entendimiento fama que dueño de amor se llama, pues amar un pensamiento no está en el entendimiento, supuesto que un necio ama. Y apura más mi razón. ¿Cuántos, por haber querido, su entendimiento han perdido? Pues estos efectos son de una amorosa pasión, ¿cómo, dime, puede ser entendimiento el querer? Que amor de su mismo asiento no echara al entendimiento si le hubiera menester. OCTAVIO: (Bachillera es la señora.) Aparte Cualquiera que un arpa mida, hace que responda herida, no que responda sonora. Con esto te he dicho agora que un necio amará también; mas no sabrá amar; que quien ama sin entendimiento sonar hace el instrumento pero no que suene bien.
Dentro ruido
LISARDA: ¡Escucha, ay de mí! OCTAVIO: ¿Qué es esto? LISARDA: La puerta abren del jardín. OCTAVIO: La cuestión tuvo mal fin. LISARDA: ¡Señora! LEONOR: ¿Nise? LISARDA: Huye presto; que la suerte nos ha puesto en gran mal. Tu hermano viene por el jardín, como tiene llave de él. LEONOR: ¡Triste de mí! LISARDA: Huyamos presto de aquí. A los dos salir conviene por las tapias. JUAN: Saltad vos. OCTAVIO: Tente, señor; que no es bien; que hasta que libres estén, no hemos de salir los dos de aquí. LEONOR: Pues adiós. JUAN: Adiós.
Vanse doña LEONOR y don JUAN
OCTAVIO: Pues no vuelven a hacer ruido agora me iré, advertido de que quedas sin cuidado. LISARDA: ¡Válgate Dios por crïado tan valiente y entendido!

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Con quien vengo vengo, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002