EL CASTILLO DE LINDABRIDIS

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig), 1830. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA

Dentro ROSICLER, FLORISEO, FAUNO y CRIADOS
ROSICLER: ¡Talad de este horizonte la rústica cerviz! FLORISEO: ¡Al valle! CRIADO: ¡Al monte! FLORISEO: ¡A la cumbre! CRIADO: ¡A lo llano! FAUNO: Muchos cobardes sois, pero es en vano temer yo tanto número de gente; que mil cobardes no hacen un valiente para lidiar conmigo.
Sale FAUNO, vestido de pieles y con un bastón grande y nudoso, lo más extraño y feroz que pueda, y tras él don ROSICLER con espada desnuda
ROSICLER: Yo solamente, bárbaro, te sigo; porque tengo tu vida a mi fama ofrecida, y he de quitar de este gitano imperio la esclavitud que todo su hemisferio padece, a tus rigores enseñado. FAUNO: ¿Sabes que soy el Fauno endemoniado, hijo feroz, como mi ser lo avisa, de un espíritu y de una pitonisa, compuesto de hombre, de demonio y fiera, escándalo del mar y de la esfera, vivo horror de esta lóbrega montaña y escollo vivo de esa azul campaña? ROSICLER: Sé que son tus prodigios singulares peligro de estos montes y estos mares. FAUNO: Si tanto aliento tienes que ya lo sabes y a matarme vienes, atrévete, infelice caballero, a hacer campo conmigo. Yo te espero en esta cueva oscura, donde--partida, no la lumbre pura del sol, que hermoso alumbra, sino la oscuridad, sino la sombra de la noche importuna, jeroglífico ya de la Fortuna-- harás campo conmigo. ROSICLER: ¿Qué esperas? Ya te sigo. FAUNO: Pues ya la infausta boca, de quien mordaza fue una dura roca, está abierta, entra, pues. (Así pretendo Aparte que entren todos tras él, porque, saliendo yo por la gruta que desotra parte obró naturaleza sin el arte, se pierdan todos dentro, y sea su sepulcro el triste centro desta bóveda oscura. Tendrán a un tiempo muerte y sepultura.)
Vase
ROSICLER: Hoy sabrás que no puedo ver yo el semblante pálido del miedo.
Sale don FLORISEO
FLORISEO: ¿Dónde vas de esa suerte? ROSICLER: A dar al Fauno en esa cueva muerte. FLORISEO: Entremos, pues. ROSICLER: Yo solo le haré guerra. FLORISEO: Sin mí tú no has de entrar.
Luchan los dos sobre cuál ha de entrar, suenan dentro cajas, clarines y voces, y los dos, al oírlo, se suspenden
VOCES: ¡A tierra, a tierra! ROSICLER: ¿Qué repetidas voces desacordadas suenan y veloces? FLORISEO: Tierra dicen, mas es en la montaña, que a ser la parte que Neptuno baña, ser bajel era cierto que aportaba a la paz deste desierto. ROSICLER: Pues sea lo que fuere, déjame entrar.
Vuelven a luchar
FLORISEO: Sin mí jamás lo espere osado tu valor; y más si creo el gran prodigio que en el aire veo.
Descúbrese el castillo
ROSICLER: ¡Gran maravilla encierra! ¡Santos cielos! ¿Qué es esto? VOCES: ¡A tierra, a tierra! ROSICLER: Con más causa me admiro cuando el horror, que no encareces, miro; pues la estación vacía, claraboya dïáfana del día, es mar que con asombros sufre un bajel de piedra, y en sus hombros a errar tan veloz llega que sobre golfos de átomos navega. FLORISEO: Un castillo eminente es la proa del cubo de la frente; ondas de vidrio corre; árbol mayor es una excelsa torre, jarcias son las almenas, de banderolas y estandartes llenas, popa una cristalina galería, hermoso espejo en que se toca el día. El farol es un sol que en arreboles duplica rayos, multiplica soles; y, en fin, todo portento, es pájaro del mar y pez del viento. Mas, por dejar la admiración pasmada, sin plumas vuela, sin escamas nada, con presunción tan grave que, atendido mejor, ni es pez ni es ave. ROSICLER: ¡Oh tú, ciudad movible, si eres tu dueño tú o inaccesible el timón te gobierna o el piloto que halló camino en rumbo tan remoto, abate, abate el vuelo, y déte abrigo este gitano suelo, si ya el mar no te espera, que tú tendrás el mar por tu ribera! Pues quien sulca en el viento, ¿quién duda que en el mar tendrá su asiento?
Baja el castillo
FLORISEO: A tus voces parece que el castillo se humilla o se agradece, pues, posado en la roca que a la cueva del Fauno abrió la boca, le deja sepultado, seguro el monte ya, y a ti vengado.
Asiéntase en tierra el castillo y abren la puerta
ROSICLER: Un pasmo a otro sucede, pues, abiertas del castillo veloz las altas puertas, un escuadrón de ninfas se me ofrece. FLORISEO: La isla del Fauno isla del sol parece.
Salen todas las damas que puedan, SIRENE, ARMINDA y LINDABRIDIS, vestidas ricamente, y traerá ARMINDA una rodela, y en ella un cartel
LINDABRIDIS: Si una mujer peregrina hallar piedad es posible, por peregrina y mujer, en vuestros pechos, decidme, ¿qué tierra es ésta que toco? ¿Qué montes los que se miden con las estrellas? ¿Qué mares los que su esmeralda ciñen? Porque me importa saber, antes que su arena pise, qué clima es y quién la habita, qué tierra es y quién la rige. ROSICLER: Huéspeda hermosa del aire, porque mis voces te obliguen a pagar también en voces esa deuda que me pides, escúchame. Este caduco homenaje que resiste embates de mar y viento, con dos enemigos firme, es el Cáucaso eminente. Esta isla, donde asiste el endemoniado Fauno, albergue fue oscuro y triste a quien ese muro ya de monumento le sirve. La corona de este imperio es Menfis, y quien la rige es el magno Tolomeo, dueño del alma de Euclides. Yo soy Rosicler de Tracia, hermano soy invencible del caballero del Febo. El que a tu deidad se rinde don Floriseo es de Persia. A tan remotos países nos trajo ambición de honor; que éste en nuestros pechos vive. A vencer vine un prodigio, a cuya empresa me sigue Floriseo; que los dos profesamos las insignes leyes de caballería; y si mi intento consigue vencer la duda, que ya dentro del alma reside, con mayor causa diré, agradecido y humilde, venciendo mis confusiones, que a vencer prodigios vine. LINDABRIDIS: Tartaria, aquella provincia que sobre las dos cervices de África y Asia se sienta, rica, hermosa y apacible, aquélla que dos mitades del orbe abraza y divide, línea de plata el Orontes, pauta de cristal el Tigris, es mi patria. Hija soy noble de Brutamonte, felice rey de Tartaria. Mi nombre, en ofensa de Floripes, de Angélica y Bradamante, es la sin par Lindabridis, heredera de su imperio, si el hado no me lo impide; pues a esta instancia discurro el orbe. Y porque os admire el oírme como el verme, con más atención oídme. Es de mi patria heredada costumbre que no apellide el pueblo príncipe augusto, ni le adore, ni se humille al hijo mayor del rey; que sólo hereda y preside el que él en su testamento a la hora de morirse deja en sus hijos nombrado; que así el imperio consigue altos reyes, porque todos, por llegar a preferirse a sus hermanos, se crían magnánimos y sutiles, doctos en ciencias y en armas, sin que ley tan sola olvide las hembras, pues no lo es que el ser mujeres nos quite la acción de reinar. En fin, atentos a la sublime dignidad, yo y Meridián mi hermano, segundo Ulises, nos crïamos en Tartaria. Bien os acordáis que dije que la elección heredaba, porque el nacer era libre; pues, rendido Brutamonte, humano sol, a su eclipse --¡oh violencia, qué no postras! ¡oh humanidad, qué no rindes!-- llegó el caso de nombrar sucesor--¡lance terrible!-- entre mí e Meridián; y al tiempo que "Herede", dice, "este imperio...", perdió el habla, dejando confuso y triste el reino; y pasando entonces a mejor vida, pues vive al lado del sol, adonde lucero añadido asiste, dejó en duda la elección y en bandos parcial y libre la plebe que, alborotada, por las calles se divide diciendo unos "Meridián viva" y otros "Lindabridis". Llegó la pasión a extremos tales que en guerras civiles la Tartaria ardió. Ya eran las campañas apacibles de Flora selvas de Marte, pues, variados los matices, tal vez murieron claveles los que nacieron jazmines. Un día que frente a frente los dos campos se compiten, haciendo aceros y plumas de un abril muchos abriles, delante yo de mi gente, ocupaba la invencible espalda a una turca alfana, que entre el copete y las crines se ocultaba de tal forma que, con las ondas que finge, dio a entender que sus espumas iba cortando en un cisne. En otra parte mi hermano un persa hipogrifo oprime, tan fiero que, despreciando su especie, osado y terrible, se manchó de espuma y sangre; gustando él que le salpiquen por desmentirse caballo con los remiendos de tigre. Ya con el marcial estruendo aun no dejaban oírse lo robusto de las cajas, lo dulce de los clarines, cuando mi hermano, arbolando un blanco estandarte, pide licencia de hablar; y así a dos ejércitos dice, "Tártaros fuertes, si acaso la cólera se permite a la razón, y el orgullo os deja el discurso libre, paréntesis de la muerte sean mis voces; oídme. Lidie la razón primero que la sinrazón hoy lidie. Las heredadas costumbres de este imperio se dirigen a que su príncipe sea en letras y armas insigne. Pues si en mí los dos extremos de ingenio y valor se miden, ¿por qué me desheredáis tiranamente insufribles? Mas porque de mi persona los méritos se examinen, rindámonos a un partido para todos apacible. Halle mi hermana un esposo que, si me excede o compite en valor, ingenio y gala, desde aquí quiero rendirme a sus plantas, y que él ciña la corona que me quiten, con calidad que, si ella, en el tiempo que describe el sol un círculo entero, plateando de perfiles los vellones del Ariete y las escamas del Piscis, no le hallare, quede yo quieto, pacífico y libre en la posesión. Con esto vuestros deseos consiguen a menos riesgo un rey; y yo cuantos ella envíe esperaré en Babilonia para que en entrambas lides viva, tártaros, quien venza, pues siempre quien vence vive." Dijo Meridián, y yo, aunque responderle quise, no pude, porque las voces entre los aplausos viles se perdieron. En efecto, las condiciones le admiten, volviendo yo a mi palacio confusa, afligida y triste. Aquí , pues, contando el caso al docto, al mágico Antistes, ayo mío, y de los cielos el prodigio más sublime, aquél cuya voz el sol respeta y en los viriles de once cuadernos azules leyó letras de rubíes, me dijo, "Si has de buscar un príncipe que te libre de ese empeño, que discurras el orbe es fuerza, y que animes con tu hermosura el valor; que no hay cosa que le incite tanto; y porque más segura todo el mundo peregrines, hoy quiero lograr en ti los más admirables fines de mis mágicos estudios. Este castillo en que asistes, alcázar portátil sea, sea palacio movible que, a obediencia de tus voces, ya se eleve o ya se incline. Parte en él, porque en él lleves las grandezas con que vives, las galas que te hermosean, y las damas que te sirven." Pronunció el acento apenas último cuando ya gime la torre, ya tiembla y ya de la tierra se divide; y, elevados en el viento muros, campos y jardines, de tan nueva Babilonia todos éramos pensiles. Ese pájaro que, cuando vuela, los aires aflige; ese pez que, cuando nada, los crespos mares oprime; ese monstruo que los montes, cuando los habita, rinde; ese escollo que navega, ese monte que describe, esa fábrica que nada, ese, en fin, portento horrible que miráis, es el famoso castillo de Lindabridis. Si sois, como lo mostráis y vuestras personas dicen, príncipes que de trofeos habéis de orlar vuestros timbres; si en defensa de las damas vuestros aceros se visten, ya con la espada en la mano, ya con la lanza en el ristre, buena ocasión se os ofrece. A vuestras plantas se rinde una hermosura que os ame, un reino que os apellide, una empresa que os ilustre, una lid que os acredite, una mujer que os adore y un honor que os eternice.
Vase LINDABRIDIS
ROSICLER: Espera, mujer. SIRENE: Detente; estos umbrales no pises, aunque la ocasión te llame, aunque tu valor te anime, si la acción perder no quieres de las empresas que sigues.
Vase SIRENE
FLORISEO: Escucha... ARMINDA: Si estos aplausos deseas, firma invencible ese cartel y no intentes violar su muro, aunque mires arderse el castillo en fuego. Esto importa.
Vase, dejando fijo el cartel
FLORISEO: Que le firme no dudes. Este puñal mi nombre en bronce describe. ROSICLER: No harás; porque estas empresas son mías. FLORISEO: Contigo vine a vencer un monstruo, a quien ya todo ese monte oprime, no a dejar tan alto empleo. ROSICLER: Pues ¿tú conmigo compites? FLORISEO: Desistir un hombre noble a tal causa es imposible. No compito a quien excedo. ROSICLER: Como la lengua lo dice, ¿no lo dijera el acero? FLORISEO: Sí hiciera. ROSICLER: Pues calla y riñe.
Sacan las espadas y riñen. Dentro CLARIDIANA
CLARIDIANA: Ten el caballo, que al pie de aquel castillo arrogante, que en competencia de Atlante coluna del cielo fue, los repetidos aceros de dos jóvenes valientes me llaman.
Dentro MALANDRÍN
MALANDRÍN: Señor, no intentes meter paces.
Sale CLARIDIANA, en traje de hombre
CLARIDIANA: Caballeros, si del duelo comenzado tiene acaso en mi valor apelación el favor, lógrese el haber llegado en una ocasión tan fuerte quien vuestros riesgos impida. FLORISEO: No podréis; porque una vida vive a costa de otra muerte. ROSICLER: Viviendo yo, no pudiera vivir quien me compitió; y, para que viva yo, es forzoso que otro muera. Y así, joven, cuyo brío mostráis bien, pues no podéis ser nuestro adalid, seréis juez de nuestro desafío. Vednos, pues, y, ya que advierto en vos valor tan altivo, dad luego un caballo al vivo y una sepultura al muerto. FLORISEO: Esto los dos os pedimos; y, sin esperar respuesta que no admite más ley que ésta, la causa por que reñimos. CLARIDIANA: Cuanto me pedís haré.
Salen a la ventana del castillo LINDABRIDIS, SIRENE y ARMINDA
SIRENE: Grande estruendo de armas suena. LINDABRIDIS: Desde esta dorada almena del castillo los veré. CLARIDIANA: ¡Qué bien mostráis que es de amor lance tan duro y crüel! Y así os presido, porque él no admite medio mejor que morir matando. ¡Ea, pues, reñid los dos igualmente; que, habiendo de estar presente yo a este duelo, cierto es que no habrá engaño o traición, ventaja o alevosía. Yo os hago seguro el día, el campo y la ejecución.
Riñen FLORISEO y ROSICLER
ARMINDA: Los dos riñen que testigos de tus relaciones fueron. LINDABRIDIS: ¿Tan presto pasar pudieron desde amigos a enemigos? FLORISEO: No has de ser conquistador de esta aventura, viviendo este brazo. ROSICLER: Yo defiendo que la merezco mejor. FLORISEO: Que la merezcas o no, yo he de firmar el cartel. SIRENE: Por ti es el campo crüel. LINDABRIDIS: Pues remediarélo yo.-- ¡Ah del monte!
Dejan de reñir
FLORISEO: Alma y acción son ya despojos del viento. ROSICLER: En su mismo movimiento se ha helado la ejecución. CLARIDIANA: ¡Bella mujer! LINDABRIDIS: Si el trofeo de la encantada aventura hoy vuestro esfuerzo procura, que así del aire lo creo, y sobre firmar aquí el cartel habéis reñido, seña es de no haber leído su condición. ROSICLER: Es así. LINDABRIDIS: Pues ¿quién por firmar se mata, sin ver lo que ha de firmar? FLORISEO: Quien de sólo conquistar tan nuevos aplausos trata; que el que lee la condición de la dicha que pretende su mismo valor ofende y agravia su estimación; pues da a entender que, no siendo la condición a su gusto, no admite la dicha injusto temor. Y, como pretendo yo esta dicha conquistar, con cualquiera de esta suerte por firmar, me doy la muerte, sin ver lo que he de firmar. ROSICLER: Yo, de esa voz advertido, confieso que pude errar en atreverme a firmar condición que no he leído; y así he de leer el cartel para aumentar mis blasones, sabiendo las condiciones con que cae mi firma en él; pues más valor muestra quien a reñir osa salir, sabiendo que va a reñir, que no, aunque riña también, el que en la ocasión se halló, pues uno y otro valiente, aquél ve el inconveniente que atropella y éste no. Veamos, en duda tan grave, cuál más valor muestra ahora, quien firma riesgos que ignora o quien firma los que sabe.
Lee el cartel
"El caballero diestro y animoso que en el certamen muestre la osadía, y a Meridián prefiera generoso en la gala, el ingenio y valentía, será rey de Tartaria, será esposo de Lindabridis, cuya monarquía le aclama en posesión quieta y segura, rey de un imperio, dios de una hermosura. Aquél, empero, que, al amor rendido, al castillo los términos profane, en cuanto, de los céfiros movido, montes pise, ondas sulque, aires allane, quedará de la acción desposeído, ni consiga laurel, ni precio gane, que ha de vagar, de este peligro esento, páramos de cristal, golfos de viento. Aquel también osado caballero que por celos, por ira y por venganza en los términos dél saque el acero, pierda el triunfo, el laurel y la esperanza. Y no, porque a firmar llegue primero, impida que otro firme, pues alcanza más aplauso, más fama, más victoria quien corona de méritos la gloria.: No leo más; y, pues no impide mi fe otro competidor, porque veáis que mi amor con mi obediencia se mide, vuelvo a la vaina el acero; que no tengo yo de hacer hazañas para perder dichas que ganar espero. FLORISEO: Cese entre los dos aquí la lid, pues así tendrás tú en mí una victoria más y yo un triunfo más en ti. Y en tan firme competencia, siendo la pluma un puñal que en el papel de metal escriba sin resistencia, firma tu nombre. ROSICLER: Sí haré.
Firma
FLORISEO: Y yo al cielo haré testigo de pleitear y ser tu amigo.
Firma
ROSICLER: Eso no hago yo. FLORISEO: ¿Por qué? ROSICLER: Porque en pleitos de afición es vil la conformidad, y celos sobre amistad muy infames celos son. Ni sé yo que honor y fama puedan acabar conmigo que tenga yo por amigo a quien pretende a mi dama. Y así hemos de ser los dos contrarios desde este día; que en amor no hay cortesía. FLORISEO: Dices bien; adiós. ROSICLER: Adiós.
Vanse FLORISEO y ROSICLER
ARMINDA: Bizarros han procedido. SIRENE: Valiente es el Rosicler de Tracia. ARMINDA: Pudiera ser habérmelo parecido, si el competidor no fuera el persiano Floriseo. LINDABRIDIS: Ninguno a mis ojos creo que ese afecto les debiera, mientras tuviesen delante al gallardo caballero que, llegando a ser tercero, tan cortés como arrogante, fue primero en el valor, el brío y el desenfado. SIRENE: ¡Qué suspenso se ha quedado, estatua viva de amor!
Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: Ya, señor, que se ausentaron los dos que a reñir vinieron y que, si no lo riñeron, por lo menos lo parlaron, me atrevo a llegar aquí; que, si la cuestión durara, en mi vida no llegara; porque yo en mi vida fui amigo de meter paz, desde un día que llegué, riñendo dos, y el que fue el riñón más pertinaz me abrió un geme de cabeza, por abrirla a su enemigo; y luego, cortés conmigo, me dijo con gran tristeza, cuando ya estaba en poder de la quirurga impiedad, "Caballero, perdonad; que yo no lo quise hacer." CLARIDIANA: ¿Que de burlas, Maladrín, vienes a darme la muerte? MALANDRÍN: Pues ¿qué tenemos? CLARIDIANA: Advierte que hoy es de mi vida el fin. Aquesa fábrica bella que escalar el cielo ves la de Lindabridis es, y Lindabridis aquélla que, con hermoso arrebol, da a los campos alegría, sin que le haga falta al día irse ya poniendo el sol. ¡Qué hermosa es! ¡Valedme, cielos! Pero mírola celosa; que quizá no es tan hermosa a quien la mira sin celos. MALANDRÍN: ¡Válgame el cielo! ¿Ésta es aquella ligera torre que en el mundo vuela y corre, sin tener alas ni pies? ¿Y ésta la que día y noche --de verla me maravillo-- dice, "Pónganme el castillo," como si dijera "el coche," cuya caja es cal y canto que por un encanto rueda? Aunque en esto a otros no exceda, pues no hay coche sin encanto, diciendo muy sin cuidado, "Anda al reino del Mogor" como "a la Calle Mayor, a las vistillas o al Prado." Y, caminando ligero, que el sol no puede igualallo, ni se le manca un caballo, ni se emborracha un cochero. Éste... CLARIDIANA: Calla ya. MALANDRÍN: ¡Ay de mí! No hablaré más que un jumento. CLARIDIANA: (Dame, amor, atrevimiento, Aparte y empiece tu engaño aquí.) Si el respeto o el temor con que a los umbrales llego de este encantado prodigio, fábula hermosa del tiempo, puede merecer, señora, cortés aplauso en un pecho que labró amor de diamante, dad licencia a un caballero que, cortesano del mar, que, ciudadano del viento, batió, hasta llegar a verte, las alas de sus deseos. Sagrado voto de amor... (¡Mejor dijera de celos!) Aparte ...a su templo me trae, donde rendido, humilde y sujeto os sacrifico en sus aras un alma y mil pensamientos; y aun son pocos, cuando a vos os adoro y os respeto por ídolo de su altar, por imagen de su templo. No sé si el voto cumplí, hermoso encanto, con esto; pues quien va a cumplir un voto se suele tener por cierto que va a dejar las prisiones, y yo por prisiones vengo. El príncipe Claridiano soy, de Trinacria heredero; mis vasallos son el Etna el Volcán y el Mongibelo. ¿Veis cuánto fuego os he dicho? Pues muy poco os lo encarezco; que es bien que un príncipe amante vasallos tenga de fuego. Para creencia los traigo conmigo, el Etna en el pecho, el Mongibelo en el alma, y el Volcán en el aliento. Dad, pues, licencia a que escriba con el buril de este acero mi nombre; no porque entienda que, galán, valiente y cuerdo, pueda merecer, señora, de esa hermosura el imperio, sino porque entienda sólo que morir amando puedo; pues yo, con morir amando, cumpliré con mis afectos. Mirad a cuán poco aspiro, mirad cuán poco me atrevo, pues licencia de morir os pido de cumplimiento. Y ésta sólo porque diga en mi sepulcro un letrero, "Aquí yace aquel amante que quiso morir primero que ver al dueño que amó en los brazos de otro dueño." Y es verdad--pues a estorbarlo desde la Trinacria vengo-- que si tengo de morir de estorbarlo o de saberlo, mejor será de estorbarlo; que es muy cobarde o muy necio el que se deja morir del mal y no del remedio. No me entenderéis; no importa; que soy un enigma ciego, tal que, apostando conmigo, aun yo mismo no me entiendo. Mas porque nunca os quejéis de que os engañé, os advierto que en todo cuanto os he dicho os digo verdad y os miento. LINDABRIDIS: Príncipe trinacrio ilustre, cuyo valor, cuyo ingenio dirán bien espada y pluma, competidas a un tiempo, licencia para firmar las condiciones del duelo tenéis; que en pública lid a ningún aventurero se ha negado. A los demás ni respondo ni me atrevo; que, si vos no os entendéis, en mí no será defecto el no entenderos a vos. Mas por hablar en el mesmo estilo vuestro, os respondo que el venir os agradezco, pero no el haber venido, pues lo estimo y lo aborrezco; porque también soy enigma yo, que a dos sentidos tengo dos luces. Si no entendéis, no importa; que yo me entiendo. (¡Válgate el cielo por joven! Aparte ¡En qué confusión me has puesto!)
Éntranse LINDABRIDIS, SIRENE, ARMINDA, y las otras damas
MALANDRÍN: ¡Cielos, qué de disparates atinados y compuestos os habéis dicho! Y habrá quien diga que son conceptos, sin haberlos entendido. CLARIDIANA: ¡Oh, qué cansado y qué necio estás riyendo y hablando, cuando yo amando y muriendo! MALANDRÍN: Ya los dos estamos solos, nadie nos oye; bien puedo hablar contigo, señora. Si vienes con este intento determinada a estorbar el amor o los deseos de aquel descortés amante, el caballero del Febo, que a estas aventuras vino, y hallaste para este efecto ese arrogante caballo --tan desbocado y soberbio que, cuanto más le corrige la disciplina del freno, tanto más corre, y se para cuando siente sobre el cuello suelta la rienda--si, en fin, volando en él tanto viento, tanta tierra y tanto mar, has dado en este desierto con el castillo; si en él ha empezado tu deseo tan felizmente, ¿qué temes? CLARIDIANA: Que soy desdichada temo. A competir he venido --es verdad, yo lo confieso-- al Febo en esta aventura, porque en ciencias y armas tengo experiencias y noticias, con que aventurarme puedo a salir con la victoria; y, siendo yo sola dueño de Lindabridis, dejar burlados sus pensamientos; pero cuanto--¡ay de mí triste!-- atrevida vine, luego que la vi, quedé cobarde; que éste es natural secreto que trae consigo el temor. Bien en los campos del viento lo dice la garza, aquella nave de pluma que, haciendo proa el pico, vela el ala, timón la cola, el pie remo, sulca grave, vuela altiva, hasta que se pasa al fuego a ser mariposa en él, por vivir otro elemento; pues aunque al paso le salgan mil pájaros bandoleros, que son ladrones del aire, de ninguno tiene miedo, sino de aquél solamente de quien ha de ser trofeo; y así, erizada la pluma y el copete descompuesto, tiembla y huye, hasta que deja la vida a sus manos, siendo flor después de haber caído, la que fue estrella cayendo. MALANDRÍN: Sobre los afectos reina la razón. CLARIDIANA: Bien dices; quiero firmar el cartel y dar principio al fin. Mas ¿qué es esto? La primera firma dice, "El caballero del Febo." ¡Dadme paciencia, cielos, si puede haber paciencia donde hay celos! ¡Ay ingrato! ¿Para mí firmas en arena fueron tus palabras, que duraron a la discreción del viento? ¿Para Lindabridis bella firmas en bronce y acero, que vivirán inmortales a la duración del tiempo? ¿Para mí escribiste en agua tantos perdidos requiebros, y para ella en bronce escribes la constancia de tu pecho? ¿A ella fineza, a mí olvido? ¿A ella agrado, a mí desprecio? ¿A ella firme, a mí mudable? ¿A ella apacible, a mí fiero? ¡Dadme paciencia, cielos, si puede haber paciencia...!
Dentro FEBO
FEBO: ¡Fuego, fuego! CLARIDIANA: ¿Qué voz es tan temerosa la que en repetidos ecos quitó el impulso a mi acción, hurtó el número a mi acento? MALANDRÍN: Sobre el campo de Neptuno un Etna, señora, veo que, brotantdo llamas, hace guerra de dos elementos. CLARIDIANA: ¿Quién vio jamás--¡oh qué horror!-- en campos de nieve ardiendo montañas de humo? ¿Quién vio abortar el agua fuego? MALANDRÍN: Bajel es. CLARIDIANA: No dices bien; porque, alumbrando su incendio, todo el bajel es farol, antorcha ya de sí mesmo. Oh, Neptuno, si eres dios, ¿cómo sufres que en tu reino jurisdicción de otra esfera esté abrasando, en desprecio de tus ondas? ¿No te corres que tu contrario soberbio entre en los términos tuyos, tiranizando tu imperio? MALANDRÍN: Norte vocal sean mis voces. ¡A tierra!
Sale FEBO cayendo
FEBO: ¡Valedme, cielos!
Se desmaya
CLARIDIANA: Mísero aborto que el mar, por despojo de esa guerra, dio de barato a la tierra, ya bien puedes respirar. Vuelve en ti, vuelve a alentar. Mas ¡ay!, que sangrienta y dura el agua su fin procura; y así a la tierra la advierte, "Pues que yo le di la muerte, dale tú la sepultura."
Pónese CLARIDIANA una banda al rostro, y llega a FEBO
MALANDRÍN: Es verdad; que yerto y frío yace. CLARIDIANA: Y yo, de asombros lleno, tropiezo en el mal ajeno, y voy cayendo en el mío. De mi muerte desconfío, porque mi vida me asombre, y porque infeliz me nombre. Detente, no espires, sol; deja, deja un arrebol compadecido a tu nombre. Que Febo...--¡mísera suerte!-- ...es...--¡tragedia lastimosa!-- ...el que...--¡pena rigurosa!-- ...arrojado...--trance fuerte!-- ...del mar...--¡miserable muerte!-- ...llegó...--¡tirano rigor!-- ...a mis pies...--¡fiero dolor!-- ...porque así...--¡valedme, cielos!-- ...cuando él me mata de celos, le vea yo muerto de amor. Bien digo; pues sus rigores es razón que yo presuma que los castigó la espuma, que es madre de los amores. Ya son mis penas mayores. Llorad, ojos; sentid, labios; no os acordéis, poco sabios, de ofensas hechas y dichas; que es vil quien en las desdichas se acuerda de los agravios. Cesen, pues, venganzas fieras, y haga finezas mi fe. Vivieras, oh Febo, aunqué en otros brazos vivieras. Estas son las verdaderas muestras de quien quiere y ama. ¡Oh mar, oh bajel, oh llama, ya es occidente crüel tu teatro, pues en él murió Febo!
Vuelve en sí FEBO
FEBO: ¿Quién me llama? ¿Dónde estoy, piadosos cielos? CLARIDIANA: ¡Albricias, alma! (Mas no; Aparte que si él vuelve a vivir, yo volveré a morir de celos. Mas viva él, y mis desvelos vivan. Si en tan breves plazos, oh Amor, ataste sus lazos, y mi fe milagros labra, no me tomes la palabra de que viva en otros brazos.) FEBO: ¿Quién eres tú, que con llanto la voz en el aire quiebras y mis exequias celebras? CLARIDIANA: Quien sintió tu muerte cuanto siente ya tu vida, tanto es mi asombro duro y fuerte, que en tu vida y muerte advierte una pena dividida, pues muerto te diera vida quien vivo te dará muerte. Y así, pues pasó el severo rigor, y pues vivo estás, no tengo que esperar más; cobra ese perdido acero; que cuerpo a cuerpo te espero donde a mi honor dé esta palma. FEBO: Hombre que en tan triste calma para mi desdicha has sido un enigma con sentido, un laberinto con alma, ¿cómo mi muerte sentiste, si de darme muerte tratas? ¿Cómo viviendo me matas, si muriendo no lo hiciste? Si piadoso entonces fuiste, ¿cómo ahora eres tirano, y tienes, crüel e inhumano, siendo amigo y enemigo, en una mano el castigo y el favor en otra mano? CLARIDIANA: Como, cuando muerto estabas, tu muerte, Febo, sentía; cuando estás vivo, la mía. Que tú la muerte me dabas. Muerto, lástima causabas; vivo, causas pena; así puedes argüir aquí mis desdichas, pues es cierto que tú, ni vivo ni muerto, no eres bueno para mí. FEBO: Si vivo ni muerto espero vencer rigor tan esquivo, si te he de enojar si vivo, si te he de ofender si muero, defender mi vida quiero. Siente el verme vivo, pues medio para los dos es hacer que el rigor dilates, y que ahora no me mates, si me has de llorar después. Una herida, que he sacado del mar, no importa. CLARIDIANA: ¡Ay de mí! ¿Herido estás, Febo? FEBO: Sí. Mas ¿qué cuidado te ha dado? CLARIDIANA: Lo que es piedad no es cuidado. FEBO: Pues si piedad sola ha sido, riñe. CLARIDIANA: Soy tan atrevido que con ventaja no quiero. Cúrate y cobra primero sangre y fuerza que has perdido; que yo te buscaré. FEBO: Pues guíame a esa torre bella. CLARIDIANA: Eso no; no has de ir a ella. FEBO: ¿Por qué? CLARIDIANA: Porque el sitio es de Lindabridis. FEBO: Tus pies mil veces me da a besar. Piadosos son fuego y mar. CLARIDIANA: ¿Mucho? FEBO: Sí. CLARIDIANA: Pues el acero esgrime; que ya no quiero que te vayas a curar. FEBO: Pues ya no quiero reñir yo; que, a su vista, es perder las esperanzas de ser su dueño; y pues argüir puedo, a medio discurrir, que celos la causa son de tu pena y tu pasión, no me puedes obligar a reñir hasta llegar del duelo la ejecución; que cuando hay tiempo aplazado, no es mengua de un caballero tener cortés el acero. CLARIDIANA: Bien la ocasión has dado de mi pena y mi cuidado, porque celos me han traído amante y favorecido de Lindabridis... FEBO: (¡Ay cielos!) Aparte CLARIDIANA: (Tenga celos quien da celos.) Aparte ...a estorbar que tú atrevido intentes esta aventura. FEBO: ¿Doyte yo más que temer que todos? CLARIDIANA: Tú no has de ser el dueño de su hermosura. FEBO: Pues tu temor ¿qué asegura? CLARIDIANA: Tantos favores lograr como tengo. FEBO: (¡Oh qué pesar!) Aparte ¿Muchos? CLARIDIANA: Sí. FEBO: Pues el acero sacaré; que ya no quiero yo tampoco irme a curar. CLARIDIANA: Ni yo reñir; que, advertido, no he de perder la esperanza. FEBO: Pues tiempo habrá a tu venganza. CLARIDIANA: Por estar aquí y herido, hoy la dilato, y te pido tomes ese bruto, en quien irte a curar; porque es bien cuidar, Febo, de esa herida. FEBO: ¿Qué te importa a ti mi vida? CLARIDIANA: Mucho. FEBO: ¿Y mi muerte? CLARIDIANA: También. FEBO: No te entiendo. CLARIDIANA: Yo me entiendo. Toma el caballo. FEBO: Sí haré. CLARIDIANA: (Mis celos estorbaré; Aparte pues, en el bruto corriendo, de aquí ausentarle pretendo; deje el campo a mi dolor. FEBO: (¡Oh, qué rabia!) Aparte CLARIDIANA: (¡Oh, qué rigor!) Aparte FEBO: (¡Qué desdicha!) Aparte CLARIDIANA: (¡Qué desvelos!) Aparte Vete ya. FEBO: (A morir de celos.) Aparte Quédate. CLARIDIANA: (A morir de amor.) Aparte

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El castillo de Lindabridis, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002