JORNADA TERCERA


Sale el REY, y un CRIADO, quien trae en una fuente una púrpura y un cetro
REY: ¿Llamaste ya al extranjero, como mandé? CRIADO 1: Sí, señor.
Sale San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: Y yo, a tu voz obediente, humilde a tus pies estoy. REY: Alza del suelo, a mis brazos llega, y oye la razón que a llamarte me ha movido. BARTOLOMÉ: Para que sepas que estoy capaz de ella, ¿quieres tú que a ti te la diga yo? REY: ¿Cómo puedes tú saber mi oculta imaginación? BARTOLOMÉ: Como esos favores debo a la piedad de mi Dios. REY: Di. BARTOLOMÉ: Destruyendo las aras de tu falsa adoración, cayó en tierra hecho pedazos el ídolo de Astarot. Alborotóse tu pueblo y, con despecho y furor, como si tuvieran culpa, los sacerdotes hirió de tu templo, cuyo estrago pasara a incendio mayor, si Irene, tu hija, tomando de los ídolos la acción, no se pusiera delante, cuyo respeto y temor bastó a parar el tumulto, pero a deshacerle no. Ceusis, siguiendo de aquella parcialidad el error, en defensa de sus dioses, al lado de Irene, dio aliento a sus cobardías, al tiempo que con mejor acuerdo iba Licanoro publicando al nuevo Dios. Encontráronse los bandos. ¿Quién nunca hasta entonces vio que a la vista de su rey batalla se diese atroz, donde era fuerza que fuese con equívoca facción el vencedor el vencido, y el vencido el vencedor? Irene, en medio de todos, era el rayo, era el furor de sus iras, cuando, al tiempo que ya uno y otro escuadrón se embestían, los detuvo lo tremendo de su voz. "¡Ay infelice de mí!" dijo, y rendida cayó en la tierra, cuyo pasmo, cuyo asombro, cuyo horror suspenso dejó al amago y absorta a la ejecución; en cuya neutralidad se ha conservado hasta hoy. Retiráronla, y apenas volvió en sí, cuando volvió tan furiosa que no hay lazo, cadena, prisión que no rompa y despedace, y con despecho y furor delirios son cuantos dice, locuras cuanto hace son. Tú, viendo tu reino todo en tan mísera aflicción, tus dos sobrinos opuestos, y loca Irene, estás hoy, no sin causa, persuadido a que ya el cielo cumplió del hado las amenazas, que fueron de su opresión causa, pues por ella ha sido todo llanto y confusión, todo ruinas, todo muertes, todo asombro, todo horror. Y así me enviaste a llamar, pareciéndote que yo puedo remediar a un tiempo su desdicha y tu dolor. REY: Es verdad; de ti no más, según admirado estoy de oír los prodigios tuyos, fiar quiero de mi pasión la esperanza, y por ponerte en mayor obligación, quiero que en mi reino seas mi privanza desde hoy, y que, siendo muy amigos, con más paz, con más amor y más blandura me enseñes la doctrina de tu Dios.
Salen CEUSIS y LICANORO por dos lados
LICANORO: (Cielos, ¿qué es esto que oigo?) Aparte CEUSIS: (¿Qué es lo que mirando estoy?) Aparte LICANORO: (¿El rey le habla afable?) Aparte CEUSIS: (¿El rey Aparte le honra?) LICANORO: (¡Qué dicha!) Aparte CEUSIS: (¡Qué horror!) Aparte REY: Y así, en tanto que da el tiempo a esta plática ocasión, quiero que en mi corte seas y en mis reinos otro yo, y en muestra de la verdad, estas insignias que son púrpura, corona y cetro, te ofrezco. De ellas dispón a tu arbitrio y, desnudando la túnica que vistió tu humildad, aquesta real púrpura viste. BARTOLOMÉ: Eso no. Los apóstoles de Cristo, los discípulos de Dios no a medrar, no a enriquecer peregrinamos, señor; a sólo adquirir venimos almas; ellas solas son nuestro triunfo, nuestro aplauso, nuestra fama y nuestro honor. Y así, con aquesta humilde ropa más honrado estoy y más galán que estuviera con la púrpura mejor; porque sé que es toda ella majestad y ostentación, vanidad de vanidades; siendo la vida una flor que con el sol amanece y fallece con el sol. LICANORO: (¡Qué generoso desprecio!) Aparte CEUSIS: (¡Qué hipócrita pretensión!) Aparte REY: Ya que la púrpura real desprecias, por vencedor de aquesta pasada lid, ciñe el sacro laurel. LICANORO: Yo seré el primero que acuda a servirte en esta acción. CEUSIS: Yo el primero que a estorbarlo acuda también; que no es bien que un advenedizo sea capaz de tanto honor. LICANORO: Suelta, Ceusis, el laurel. CEUSIS: Suéltale tú, pues mejor estará en mis manos.
Cae
Pero áspides en su valor hay ocultos para mí. LICANORO: Suelta, que para mí no. BARTOLOMÉ: Es verdad; pues tú serás quien le goce de los dos. CEUSIS: Temiera tus profecías, cuando mirándome estoy a tus pies, si no creyera que encantos tus obras son.
San BARTOLOMÉ alza a CEUSIS
BARTOLOMÉ: Levanta ahora del suelo, sin apurar más razón de que tú andas por caer y por levantarte yo. REY: Pues ¿cómo en presencia mía os atrevéis...? LICANORO: Yo, señor, ¿en qué te ofendo, si acudo a tu misma pretensión? CEUSIS: Menos te ofendo yo, pues cuidando de tu opinión, te estorbo acción tan indigna. LICANORO: ¿Indigna llamas la acción de honrar a quien nos ha dado noticias de un solo Dios? CEUSIS: Sí; pues de los demás dioses viene a infamar el honor. REY: No te opongas a mi gusto, Ceusis; y tú, Licanoro, el sacro laurel le ciñe en nombre mío. BARTOLOMÉ: Aunque estoy al cielo reconocido y agradecido al amor, licencia de no admitirle me has de dar; y porque no pienses que esto es excusarme de no servirte, te doy la palabra de que a Irene verás libre del furor que la aflige y atormenta.
Sale IRENE furiosa
IRENE: Pues ¿qué poder tenéis vos para darme a mí salud? BARTOLOMÉ: El que me ha dado mi Dios. IRENE: Mucho me huelgo de oír que tan buen médico sois, pero curad otros males que tengan remedio, y no el mío, que no le tiene mientras que Dios fuere Dios. REY: Extrañas locuras dice. LICANORO: ¡Qué lástima, qué dolor! IRENE: ¿Qué hay por acá, padre honrado? ¡Cuál vuestra imaginación anda! REY: Que estáis loca ahora creo con más ocasión porque dicen que verdades dicen los locos. IRENE: Pues yo más para decir mentiras, que no verdades, estoy.-- ¿También los dos por acá estáis? ¿Cómo va de amor? LICANORO: Mal, viendo en ti mi desdicha. CEUSIS: Bien, viendo en ti mi pasión. IRENE: ¿Oís, buen viejo? Ved qué os digo; estimad mucho a los dos; mirad que entrambos me quieren y a entrambos los quiero yo; mas con una diferencia, que a éste le quiero mejor porque sé que éste es más mío; pero es tal mi inclinación que, por saber que éste está seguro y aquéste no, habéis de ver que a éste dejo y tras esotro me voy. LICANORO: ¡Que haya razón para celos aun adonde no hay razón! CEUSIS: Pues tome el favor quien sabe que aun es locura el favor. REY: De este delirio que ves padece la sujeción; y está ahora aun más templada que otras veces; pues me dio la palabra de librarla tu verdad o tu valor, duélete de ella y de mí. BARTOLOMÉ: Dame tu amparo, mi Dios, contra tu mismo enemigo. CEUSIS: ¡Que se rinda tu valor a tan loca confïanza! LICANORO: Si obra el cielo, ¿por qué no quieres que alcance victoria? BARTOLOMÉ: ¿Podré en tu nombre, Señor, entrar en esta lid?
Dentro MÚSICA
MÚSICA: Sí. BARTOLOMÉ: ¿Vencerá el demonio? MÚSICA: No. BARTOLOMÉ: Luego en esta confianza que me da tu inspiración, bien podré atreverme. MÚSICA: Bien. BARTOLOMÉ: ¿Quién será en mi ayuda? MÚSICA: Dios. BARTOLOMÉ: Pues si Él me ayuda, ¿qué temo?-- ¡Irene, Irene! IRENE: A tu voz otra yo dentro de mí parece que estremeció mis sentidos. ¿Qué me quieres? Que el verte me da temor. BARTOLOMÉ: Que en este báculo adores la cruz que en él está. IRENE: ¿Yo? ¿Yo adorar en un madero que es del hombre redención, de Dios la figura, habiendo no adorado al mismo Dios? BARTOLOMÉ: Ya el torpe espíritu de su lengua se apoderó y habla en ella. IRENE: ¡Quita, quita! Y no te me acerques, no, si no quieres que, arrancando pedazos del corazón de esta infelice mujer, te los tire. REY: Ya volvió a su furiosa locura. LICANORO: ¡Qué lástima, qué dolor! IRENE: ¡Huid todos, huïd de mí! REY: ¡Tenedla! LICANORO: Es tal su furor que no es posible. BARTOLOMÉ: Sí es. CEUSIS: ¿Quién será bastante? BARTOLOMÉ: Yo.-- Rebelde espíritu que, por divina permisión, este sujeto atormentas, da la humilde adoración a aquesta sagrada insignia. IRENE: No quiero; y pues en mejor estatua asisto ¿qué quieres? Déjame, en mi centro estoy; pues es centro del demonio el pecho del pecador. Déjame, Bartolomé, déjame en mi posesión. BARTOLOMÉ: Tú no pudiste adquirirla. IRENE: Sí puedo; ella me la dio en vida, en muerte y en alma y en cuerpo. BARTOLOMÉ: Todo es de Dios, y no pudo enajenarlo. IRENE: Sí pudo, puesto que usó de su albedrío. BARTOLOMÉ: También usa de él para el perdón. IRENE: No le pide. BARTOLOMÉ: Sí le pide. IRENE: Ni le ha de pedir; que yo la embargaré los alientos. REY: ¿Quién tan nuevo caso vio que hable ella y no sea ella? BARTOLOMÉ: En el nombre del Señor te mando que te retires a la extremidad menor de un cabello, y libre dejes lengua, alma, discurso y voz. IRENE: ¡Ah, con qué poder me mandas! BARTOLOMÉ: ¡Irene! IRENE: ¿Quién llama? BARTOLOMÉ: Yo. ¿Cómo te sientes, señora? IRENE: Siéntome mucho mejor; que parece que me falta un áspid del corazón. BARTOLOMÉ: ¿A quién el alma y la vida has ofrecido? IRENE: A Astarot la ofrecí, cuando ignoraba los prodigios de tu Dios. BARTOLOMÉ: ¿No te pesa? IRENE: Sí me pesa; mas no me arrepiento, no; que no puedo arrepentirme de ningún delito yo. BARTOLOMÉ: Tarde volviste a ocupar el instrumento veloz de su lengua. IRENE: Nunca tardo. Asiento y lugar me dio la lengua de la mujer, si yo la mentira soy. CEUSIS: Ya a su primer fuerza vuelve. Miren si convaleció. BARTOLOMÉ: Supuesto que ya no es tuyo después que se arrepintió, de este cuerpo miserable deja la dura opresión. IRENE: Quita, quita aquesa cruz; que ya me voy, ya me voy a la cumbre de aquel monte, desde donde mi furor trastornará sus peñascos sobre toda esta región. BARTOLOMÉ: Sin hacer daño ninguno en desierto, en población, en personas, en ganados, en mies, en fruto ni en flor, desampara esta criatura. IRENE: Ya te obedezco, pues no puedo romper las cadenas que por ti me pone Dios.-- ¡Ay infelice de mí! REY: Muerta en la tierra cayó. LICANORO: ¡Qué lástima! CEUSIS: Mira ahora si encantos sus obras son. LICANORO: ¡Gran señora! ¡Prima! ¡Irene! IRENE: ¿Quién me llama? ¿Dónde estoy? ¡Qué de cosas han pasado por mí! ¿No estaba ahora yo animando los parciales de los bandos de Astarot? REY: Ya ha muchos días que eso, Irene, te sucedió. IRENE: Luego ¿he vivido sin mí todo ese tiempo? ¡Oh qué error tan grande ha sido ignorar tanta verdad hasta hoy de otra nueva ley! Supuesto que se ha cumplido en lo atroz de mi vida, en lo piadoso se cumpla. Cristo es el Dios verdadero. REY: ¡Cristo viva! Yo le ofrezco adoración. LICANORO: Yo templo y aras.
Vase
IRENE: Yo altares y sacrificios. CEUSIS: Yo no, sino rayo desde aquí ser de su persecución. REY: Ven tú conmigo, y al punto se dé en mi corte un pregón que muera por traidor quien no dijere en alta voz, "Cristo es el Dios verdadero, Cristo es verdadero Dios."
Vanse todos menos CEUSIS
CEUSIS: ¡Cielo! ¿qué es esto que escucho? Mas celos diré mejor, supuesto que cielo y celos mis dos enemigos son. Saldréme al campo a dar voces a solas con mi dolor. ¡Que pueda tanto un encanto! Pues ¿no bastó, no bastó deshacer los simulacros de mi antigua religión sino quitarme también la esperanza de mi amor? ¿Qué venganza mi tormento, qué castigo mi dolor tomará de este tirano? ¿Quién le dará a mi rencor alivio? ¿Quién me dirá cómo he de vengarme?
Dentro el DEMONIO
DEMONIO: Yo. CEUSIS: Errada voz que los vientos discurres y con veloz acento me atemorizas, ¿qué es del cuerpo de esta voz? ¿De esto que yo te dije eres sombra acaso o ilusión de mi ciega fantasía? ¿Tú, qué me respondes? DEMONIO: No.
Aparece el DEMONIO atado con una cadena
CEUSIS: Pues ¿dónde estás? DEMONIO: En el centro de aqueste peñasco estoy. CEUSIS: Deja, deja el duro espacio de esa lóbrega prisión. DEMONIO: No puedo; que aprisionado con una cadena atroz de fuego que me atormenta me miro; y así... CEUSIS: ¡Qué horror! DEMONIO: Acércate a mí, pues que a ti no me acerco yo. CEUSIS: No pudiéndose extender tu corta jurisdicción, ¿puedes ayudarme? DEMONIO: Sí; porque tiene el pecador en su albedrío tal vez más ancha la permisión que yo, pues puede acercarse él a mí, pero yo a él no. CEUSIS: Pues, siendo así, yo me acerco. ¿Quién eres? DEMONIO: Decir quién soy no importa; basta saber que soy quien a tu dolor puede dar alivio. CEUSIS: ¿Cómo? DEMONIO: Oye atento. CEUSIS: Ya lo estoy. DEMONIO: En el reino de Astiages están foragidos hoy algunos de los ministros de Astarot. Ve allá y dispón tu venganza y su venganza. Y, para poder mejor, harás que a llamar le envíe tu padre, a tu persuasión, a este galileo, diciendo que sus prodigios oyó, y que quiere que en la corte se admita su religión; y, en yendo allá, dadle muerte, con que cesará el error de sus encantos, volviendo a su antigua adoración los dioses, y tú podrás, desenojado Astarot, gozar a Irene. CEUSIS: Bien dices. ¡Oh quién pudiera veloz cortar el aire! DEMONIO: Yo haré que a tu corte llegues hoy. CEUSIS: ¿Cómo? DEMONIO: Toma aquesa antorcha; que con ella exhalación serás del viento. CEUSIS: ¡Ay de ti, Bartolomé! Que ya voy, rayo contra ti flechado, a ser tu persecución!
Toma una hacha encendida y vuela
DEMONIO: Pues para que en todo sea igual nuestra oposición, ya que no puedo seguirle, porque encarcelado estoy, música también se escuche, diciendo en sonora voz, a pesar del cielo...
Cantan
DEMONIO y MÚSICA: ¡Viva el ídolo de Astarot! DEMONIO: Aunque no esper[e] jamás de que libre me veré, ¿dónde estás, Bartolomé? ¿Bartolomé, dónde estás? Ven a desatarme, ven de aquesta cadena dura, para que pueda tomar venganza de mis injurias. ¿Qué aplauso te desvanece, qué vencimiento te ilustra si peleas sin contrario y sin enemigo luchas? Atadas mis manos tienes con el poder de que usa Dios contigo; señal es de cuánto temes mi furia. Si no la temieras, no te valieras de su justa piedad; luego vence en ti, no el valor, sino la industria. Justifique Dios su causa conmigo, y no me reduzca a estrecha prisión, si hacer pretende tu fama augusta. Desate de mi garganta este lazo que la anuda, y entonces será victoria; que, donde tuve mi suma idolatría, sus aras coloques y sostituyas. Pero ¿qué voces ahora, para más pena, se escuchan?
Dentro la MÚSICA. Cantan
MÚSICA: ¡Ay qué gran dicha! Mas ¡ay qué ventura! Que el iris divino la paz nos anuncia. DEMONIO: ¡Oh cuánto, cielos, oh cuánto debéis de temer la lucha última de los dos, pues tanto--¡ay de mí!--lo rehusan vuestras piedades! Si así estoy, ¿qué mucho presuma Bartolomé que hoy Armenia a su nueva luz reduzca? Desáteme Dios, verá si son sus victorias muchas, o alárgueme esta cadena, si de verme vencer gusta. Pero ¿qué miro? Parece que a mi petición sus duras argollas eslabonadas se rompen, para que huya de esta provincia, por más que en ella la sombra impura de mi error asiste, pues ya el arco de paz la alumbra. Y, pues Dios me da licencia para que libre discurra, yo haré que Bartolomé no dilate más la suma ley del Evangelio, dando fin con la muerte que busca a sus triunfos y victorias con mis engaños y astucias. Y, pues que ya en mi prisión empezaron sus venturas, en mi libertad comiencen las persecuciones suyas.--
Vase. Sale por otra parte
¡Ah del ínclito seno que tanta gente esconde, víbora racional de mi veneno! ¿Todos me oyen y nadie me responde? ¿Tan poco el fuego de mi voz inflama? ¡Ah del monte otra vez!
Salen CEUSIS, el SACERDOTE y gente
SACERDOTE: ¿Quién va? CEUSIS: ¿Quién llama? DEMONIO: Quien viene desterrado hoy de su patria bella, porque a Cristo adorar no quiso en ella. CEUSIS: Mal mis designios graves te ocultaré, supuesto que los sabes. Yo, rayo desatado de gran mano, llegué donde, avisado mi padre de sucesos tan extraños, me dio palabra de enmendar sus daños. A su hermano escribió que le enviara a ese monstruo, porque comunicara a su reino la luz de su doctrina tan nueva, tan extraña y peregrina. DEMONIO: Pues ya ha llegado el día, Ceusis, de tu venganza y de la mía; que, habiendo consagrado los templos y la gente bautizado, ya del rey despedido, su reino deja, sin haber querido que nadie le acompañe, para que más su hipocresía le engañe. A pie y solo camina a tu corte--¡ay de mí!--donde imagina sembrar de sus encantos los sustos, los asombros, los espantos. Mas ya llega. A este paso todos os retirad, porque, si acaso nos ve, puede ayudarse de sus mágicas ciencias y ocultarse. SACERDOTE: Dices bien.
Todos se retiran
DEMONIO: Pues yo llego, hielo mis plantas son, mi pecho fuego.
Sale San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: ¡Felice yo que puedo ver desde aquí, sin que me cause miedo, de Astarot el engaño, reducido y en salvo aquel rebaño! ¡Oh cuánto, Armenia bella, debes a las piedades de tu estrella! DEMONIO: (¡Con cuánto gusto va! Fervor le lleva; Aparte pero primero que de aquí se mueva, probará los rigores de mi saña.) Oh tú, que aquesta bárbara montaña discurres peregrino, ¿no me dirás por dónde es el camino? BARTOLOMÉ: Sí diré; que mi celo es enseñar caminos para el cielo. ¿Cuándo no andas perdido tú, infelice? DEMONIO: Luego ¿hasme conocido? BARTOLOMÉ: Sí; pues que vengo ahora a hacerte guerra y arrojarte también de aquesta tierra. DEMONIO: No harás; que ahora sin miedo te tengo yo donde vencerte puedo. BARTOLOMÉ: ¿Tú vencer? ¿De qué suerte? DEMONIO: De esta suerte; llegad todos, llegad a darle muerte; porque a mí irme conviene a repetir la posesión de Irene.
Vase
BARTOLOMÉ: Si la fe vive en ella, yo acudiré en ausencia a defendella.
Salen CEUSIS, el SACERDOTE y gente
CEUSIS: A tus plantas rendido un acaso me tuvo, y ha querido desagraviar el cielo injurias tantas, trayéndote a que estés puesto a mis plantas. BARTOLOMÉ: Sí; mas es con alguna diferencia ese trueco de fortuna; que tu soberbia altiva fue allí la que a mis plantas te derriba, y aquí, para que más mi triunfo arguyas, es humildad quien me arrojó a las tuyas. CEUSIS: Venid donde serán los justos cielos testigos de mi celo y de mis celos. BARTOLOMÉ: De nada desconfío. Beber tu caliz ofrecí, Dios mío, el fuego del amor que el pecho labra; feliz voy a cumplirte la palabra.
Vanse. Sale LICANORO
LICANORO: En notable soledad Bartolomé nos dejó; mas el ver que le ausentó el celo, amor y piedad de llevar su nueva ley a mi patria hacer pudiera que yo consuelo tuviera. ¡Oh si ya mi padre el rey admitiese esta verdad! Al punto escribirle iré en favor suyo, porqué no quiere mi voluntad que yo me aleje de aquí un punto, sin que primero a Irene vea, a quien quiero más que al alma que la di.
Córrese una cortina, y aparece IRENE en un estrado dormida
Pero en su estrado dormida está. ¡Ay, dulce hermoso dueño! ¿Quién sino tú hacer al sueño pudo imagen de la vida? No para ser homicida de indicios hagas crisol; y pues basta un arrebol de tu cielo soberano, ¿para qué es, amor tirano, tanta flecha y tanto sol? Si, cuando sin alma estás, estás, Irene, tan bella, tú no vives más con ella, mas con ella matas más. Inútil muerte me das, ya es tuyo mi corazón; pues ¿para qué, Irene, son nevando abriles y mayos, tanta munición de rayos y tanto severo arpón? Lástima se me hace, cuando tan blandamente descansa, inquietarla. Ya vendré, en escribiendo las cartas.
Vase y despierta IRENE
IRENE: ¿Quién anda aquí? Mas ¿mi esposo no es quien salió de esta sala? Pues ¿cómo--¡ay Dios!--sin hablarme vuelve a mi amor las espaldas? ¡Esposo, señor, mi dueño!
Sale el DEMONIO
DEMONIO: ¿Qué me quieres? IRENE: ¡Pena extraña!
Sale LICANORO, y quédase al paño
LICANORO: A la voz de Irene vuelvo. Mas--¡ay de mí!--¿con quién habla? DEMONIO: De ti pretendo saber a quién, enemiga, llamas señor y dueño que puedas llamárselo con más causa? IRENE: A quien lo es. DEMONIO: Yo lo soy, pues me diste la palabra de que siempre serías mía. LICANORO: (¡Cielos! ¿Qué escucho? ¡Ah, tirana!) Aparte IRENE: Verdad es que te ofrecí que te daría vida y alma si me dabas libertad; mas de esa deuda me saca la nueva ley que profeso. LICANORO: (Ella--¡desdicha tirana!-- Aparte confiesa que le rindió alma y vida.) DEMONIO: En vano hallas respuesta, pues aun lo mismo que te disculpa te agravia. ¿Qué nueva ley pudo hacerte no ser mía? LICANORO: (Honor, ¿qué aguardas? Aparte Mas--¡ay de mí!--que en tal pena valor al valor le falta.) IRENE: La ley de Bartolomé, en cuya fe y confïanza estoy de aquel pacto libre. DEMONIO: ¡Calla, no prosigas, calla, que ésta es la hora que a él le rompen y despedazan los verdugos de Astiages el corazón, las entrañas, viva imagen de la muerte! Pues el pellejo le rasgan, hasta que el sangriento filo le divida la garganta. ¡Mira para tu socorro si tienes buena esperanza! LICANORO: (¡Cielos! ¿Otro dolor? Pues Aparte el de los celos ¿no basta?) DEMONIO: ¿No fuiste mía? LICANORO: (¡Qué pena! Aparte Mas ¿qué mi paciencia aguarda?) ¡Injusto, tirano dueño de mi vida, honor y fama, muere a mis manos! DEMONIO: ¡Al cielo pluguiera que fuera tanta mi dicha que yo pudiera morir! Mas ya que no alcanzan victoria de esta mujer por ahora mis venganzas, dejarla en el ciego, el loco poder de un celoso basta.
Vase
LICANORO: ¿Adónde de mi furor, hombre o demonio, te escapas? ¿Eres de mis celos sombra? IRENE: ¡Esposo, señor! LICANORO: ¡Aparta! Que tu amor y tu respeto, u otra más oculta causa que ignoro, en prisión del hielo mis pies y mis manos ata, para no darte la muerte. IRENE: Pues ¿en qué te ofendo? LICANORO: ¡Ah ingrata! Si antiguo dueño tenías, a quien la vida y el alma ofreciste antes que a mí, ¿para qué, traidora, falsa, ofendiste tanto amor, burlaste fineza tanta? IRENE: Verdad es... LICANORO: ¿Que aun no lo niegas? IRENE: ...que yo... LICANORO: ¿Qué aun no lo recatas? IRENE: ...ofrecí al dios de Astarot alma y vida. LICANORO: Calla, calla; que el dios de Astarot no tiene poder ya en vida ni en alma para venirte a pedir celos de mí. Tú me engañas. IRENE: Verdad, Licanoro, digo. Y si el irse--¡ay Dios!--no basta de aquí invisible, daré otro testigo que haga más fe en mi crédito. LICANORO: ¿Quién? IRENE: Bartolomé, a cuya instancia estoy de aquel pacto libre. LICANORO: ¿No has escuchado, tirana, que mi padre--¡ah dura pena!-- le dio muerte? En vano trazas valerte de su noticia tan aprisa. IRENE: Mi fe es tanta que aun muerto he de esperar que tus dudas satisfaga. LICANORO: ¿Cómo es posible, si ya la cólera me desata las manos, para que tome de tus agravios venganza? ¡Muere pues! IRENE: ¡Bartolomé, tu amparo y favor me valga!
Saca LICANORO la espada y, al ir a herirla, cantan dentro y él se suspende
MÚSICA: "A quien con fe le llama, siempre socorre y nunca desampara." LICANORO: ¿Qué voces mi acción suspenden? IRENE: Las que mi inocencia guardan.
Salen el REY, LESBIA, LIRÓN, un CRIADO y otro criados
REY: ¿Qué música es ésta, cielos, que suspende y arrebata los sentidos? CRIADO: Todo el aire se puebla de luces claras. REY: Licanoro, ¿contra quién desnuda traéis la espada? LICANORO: Contra mí mismo primero que contra quien la sacaba, oyendo estas voces. REY: Luego ¿oísteis las músicas varias? LICANORO: Sí, señor. Y no eso sólo nos admira y nos espanta, sino el ver que allí una nube hojas de púrpura y nácar despliega, y un trono en ella, sobre cuya ardiente basa, triunfante Bartolomé, los coros el viento rasgan. Roja púrpura se viste, y un monstruo trae a sus plantas, a quien con una cadena aprisionado acompaña. Aladas divinas voces dicen en cláusulas blandas... MÚSICA: "A quien con fe le llama, siempre socorre y nunca desampara."
En un trono se descubre BARTOLOMÉ, que trae al DEMONIO a los pies
BARTOLOMÉ: Feliz imperio de Armenia, no sólo vuelvo a tu patria en alas de serafines, para que sepas la rara crueldad que conmigo usaron, habiéndome hecho mudara, como culebra, el pellejo, con ira y cólera extraña, sino también para que vivas, en mi confïanza, seguro de que esta fiera, que atada traigo a mis plantas, no perturbará tu paz. Éste es... DEMONIO: Yo lo diré, calla; porque quiero que me sirvan de veneno mis palabras. Yo soy el dios de Astarot, yo el que tuvo vuestra patria idólatra tantos años, dándome adoración falsa. De esta esclavitud el cielo hoy por Bartolomé os saca, alumbrándoos en la ley evangélica de gracia. Irene, que un tiempo fue de mis engaños esclava, ya está libre. Mas ¿qué mucho que ella y todo el mundo salga de mi esclavitud, si el cielo con estas cadenas ata mis fuerzas, dando poder a su apóstol de cortarlas? BARTOLOMÉ: Con esta declaración pública que has hecho, baja al abismo, mientras yo a esferas subo más altas. DEMONIO: Abra, para recibirme, el infierno sus gargantas.
Húndese
BARTOLOMÉ: Y a mí sus puertas el cielo, para recibir mi alma.
Vuela
REY: ¿Quién, a tan grandes prodigios, no le rinde al cielo gracias? LICANORO: ¿A quién quedarán recelos, viendo verdades tan claras? LESBIA: ¿Y quién, viendo que en su mano Bartolomé santo enlaza las cadenas del demonio, contra él no le invoca y llama? Dando fin a esta comedia, perdonad sus muchas faltas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002