LA AURORA EN COPACABANA

 

Texto basado en el encontrado en CUARTA PARTE DE COMEDIAS NUEVAS DE DON PEDRO CALDERON DE LA BARCA... (Madrid: Buendía, 1672). Fue editado en forma electrónica por Ezra Engling y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000. Los que quieren tener a la mano una edición completa, con variantes, notas y una introducción amplia pueden acudirse a la edición preparada por Ezra Engling y publicada en Londres por Támesis, en 1995.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Dentro instrumentos y voces, y salen en tropa todos los que puedan vestidos de indios, cantando y bailando; IUPANGUI, indio galán, un SACERDOTE, GLAUCA, y TUCAPEL y, detrás de todos, Guáscar INCA, rey. Todos con arcos y flechas
IUPANGUI: En el venturoso día que Guáscar Inca celebra edades del sol, que fueron gloria suya y dicha nuestra, ¡prosiga la fiesta! MÚSICA: Prosiga la fiesta, y aclamando a entrambas deidades, del sol en el cielo, y del Inca en la tierra, al son de las voces repitan los ecos que viva, que reine, que triunfe y que venza. INCA: ¡Cuánto estimo ver que a honor de la consagrada peña, que desde Copacabana sobre las nubes se asienta en hacimiento de gracias de haber sido la primera cuna del hijo del sol, de cuya clara ascendencia mi origen viene, os mostréis tan alegres! IUPANGUI: Mal pudiera nuestra obligación faltar a tanta heredada deuda. Cinco siglos, gran señor, de dádiva tan excelsa como darnos a su hijo para que tú de él desciendas se cumplen, y hoy otros cinco ha que cada año renuevan la memoria de aquel día todas tus gentes, en muestra de cuánto a su luz debimos. Y así, no nos agradezcas festejos que de dos causas nacen hoy: una, que seas tú nuestro monarco, y otra, que al culto en persona vengas, a cuyo efecto hasta Tumbez donde el sol su templo ostenta, a recibirte venimos diciendo en voces diuersas... ÉL y MÚSICA: Que vivas, que reines, que triunfes y que venzas. INCA: De una y otra causa, a ti no poca parte te empeña, Iupangui, pues que no ignoras desciendes también de aquella primera luz, por quien de inca ya que no la real grandeza, la real estirpe te toca. IUPANGUI: Mi mayor fortuna es ésa. (Bien que mi mayor fortuna, Aparte si he de consultar mis penas, no es sino ser el felice día en que a Guacolda, bella sacerdotisa del sol, llegué a ver. ¡Ay de fineza, que al cabo del año, y día está con mirar contenta!) SACERDOTE: Pues en tanto que llegamos a la falda de la sierra donde las sacerdotisas de este templo es bien que vengan, puesto que allá ha de ser hoy la inmolación de las fieras que llevamos encerradas para sus aras sangrientas, prosiga el canto. GLAUCA: Bien dice. El baile, Tucapel, vuelva. TUCAPEL: Es por mostrar, Glauca, cuanto de hacer mudanzas te precias. IUPANGUI: ¡Que siempre habéis de reñir! LOS DOS: ¿Pues quién sin reñir se huelga? IUPANGUI: ¿Ni quién, sino yo, tendrá para sufriros paciencia? MÚSICA: Prosiga la fiesta, y aclamando a entrambas deidades, del sol en el cielo, y del Inca en la tierra, al son de las voces repitan los ecos, que viva, que...
Dentro a lo lejos
VOCES: ¡Tierra, tierra! INCA: ¡Oid! ¿Qué extrañas voces son las que articuladas suenan como humanas, sin saber lo que nos dicen en ellas? IUPANGUI: No extrañéis que en estos montes voces se escuchan tan nuevas, pues tantos ídolos tienen como peñascos sus selvas. Desde aquí a Copacabana no hay flor, hoja, arista o piedra en quien algún inferior dios no dé al sol obediencia. Y así, no sólo se oyen aquí equívocas respuestas de idiomas que no entendemos, pero se ven varias fieras que por los ojos y bocas fuego exhalan y humo alientan. Y ¿qué mayor que haber visto una escamada culebra, tal vez, que todo el contorno enroscadamente cerca hasta morderse la cola dando a su círculo vuelta, como que da a entender cuánto es misteriosa la selva a quien hacen guarda tales prodigios? INCA: Que ésta lo sea no será razón que a mí me turbe ni me suspenda. ¡Prosiga la fiesta! MÚSICA: Prosiga la fiesta.
Bailan
Y aclamando a entrambas deidades, del sol en el cielo, y del Inca en la tierra, al son de las voces repitan los ecos que viva, que reine, que triunfe y que venza.
Dentro PIZARRO y los ESPAÑOLES a lo lejos
PIZARRO: Pues ya vemos tierra, ea, para arribar a su orilla, amaina. TODOS: Amaina la vela.
Dejan los INDIOS de bailar
INCA: Callad, pues vuelven las voces, por si podéis entenderlas. UNO: ¡Silencio! OTRO: ¡Silencio!
Dentro
GUACOLDA: ¡Ay triste! INCA: ¿Qué nuevo eco se lamenta ya en nuestro idioma? TUCAPEL: El de una mujer y, según las señas, sacerdotisa. IUPANGUI: (Guacolda Aparte es la que diciendo llega.)
Sale GUACOLDA como asustada
GUACOLDA: Valientes hijos del sol, cuya clara descendencia hasta hoy lográis en el grande Inca que en vosotros reina, suspended los sacrificios que a su alta deidad suprema preuenís, y acudid todos a mi voz y a la ribera del mar a ver el prodigio que a nuestros montes se acerca. INCA: Hermosa sacerdotisa cuya divina belleza te acredita superior a cuantas el claustro encierra a su deidad consagradas, ¿qué es esto? (Hablar puedo apenas, Aparte admirado en hermosura tan rara.) Cuando te espera tanto concurso a que tú sus ricos dones ofrezcas, ¡en vez de venir festiva y acompañada de bellas ninfas del sol, sola, triste, confusa, absorta y suspensa a turbarlos vienes! GUACOLDA: No me culpes hasta que sepas, generoso Guáscar Inca, la causa. INCA: ¿Qué causa es? GUACOLDA: Ésta... IUPANGUI: (¿Quién creerá que muero yo Aparte por saberla y no saberla?) GUACOLDA: De ese templo que a la orilla del mar brilla en competencia del que a la orilla también de la laguna que cerca de Copacabana el valle yace, a vista de la peña en cuya eminente cumbre el sol na aurora bella amaneció para darnos a su hijo, porque fuera no menos noble el cacique que domine las setenta y dos naciones que hoy, después de partir herencias con tu hermano Atabaliba, mandas, riges y gobiernas. De ese templo, otra vez digo, salí con todas aquéllas que al sol dedicadas, hasta que por su muerte merezcan ser su víctima algún día, viven a su culto atentas, con deseo de llegar tan rendida a tu presencia, que fuesen mi alma y mi vida el primer don de la ofrenda, cuando volviendo los ojos al mar vimos en su esfera un raro asombro, de quien no sabré darte las señas. Porque si digo que es un escollo que navega, diré mal, pues para escollo le desmiente la violencia; si digo preñada nube que a beber al mar sedienta se abate, diré peor, porque viene sin tormenta; si digo marino pez, preciso es que me desmientan las alas con que volando viene; si digo velera ave el que nadando viene, también desmentirme es fuerza; de suerte que a cuanto viso monstruo es de tal extrañeza que es escollo en la estatura, que es nube en la ligereza y aborto de mar y viento, pues con especies diversas, pez parece cuando nada y pájaro cuando vuela. Los gemidos que pronuncia voces son de extraña lengua que hasta hoy no oímos. Al verle todas huyeron ligeras a salvar la vida, viendo que si a tierra una vez llega, será en vano que la huída las ampare ni defienda, pues quien corre tan veloz por el mar ¿qué hará por tierra? Sola yo, no al valor tanto como al desmayo sujeta, absorta me quedé; y viendo que habían cerrado las puertas del templo a mi retirada, ni bien viva ni bien muerta hasta este sitio he llegado, donde para que no creas más a mi voz que a tus ojos, te pido que al mar los vuelvas. Mírale, pues cuán horrible ya a las orillas se acerca. Sálvete, señor, la fuga, pues no puede la defensa. INCA: ¿La fuga salvarme a mí, contra quien en vano engendran portentos ni tierra ni agua ni aire ni fuego? Las flechas que contra otros animales, bien que no de igual fiereza, emponzoñadas usamos de mil venenosas yerbas contra éste, flechad; que yo seré el primero que emprenda lograr el tiro. IUPANGUI: A tu vida mi pecho el escundo sea. (¡Ay Guacolda, si entendieses Aparte tan equívoca fineza que es lealtad cuando me obliga, y es amor cuando me fuerza!) GUACOLDA: (¡O, si tú, Iupangui, vieses Aparte los pesares que que me cuestas!) TODOS: Todos haremos lo mismo. TUCAPEL: Sino yo. Glauca... GLAUCA: ¿Qué intentas? TUCAPEL: ...que tú te pongas delante, con que a todos nos remedias. GLAUCA: ¿Yo a todos? TUCAPEL: Sí. GLAUCA: ¿Como? TUCAPEL: Como si te coge la primera a tí, de tí quedará tan ahíto, que no tenga hambre para los demás. INCA: Pues ya que la lealtad vuestra en mi defensa se ponga no venga a ser en mi ofensa. Igual con todos haremos ala, y de nuestras saetas, tan espesa sea la nube que sobre su escama llueva los congelados granizos de piedra y pluma, que muera en las ondas desangrada.
Dentro
PIZARRO: Echa el áncora y aferra, haciendo a esos montes salva. GUACOLDA: ¿Qué esperáis cuando ya expuesta al tiro está?
Al disparar ellos al vestuario, disparan dentro una pieza, y todos los indios se espantan. Dentro voces
VOCES: Dale fuego. UNOS: ¡Qué asombro! OTROS: ¡Qué horror! TODOS: ¡Qué pena! TUCAPEL: ¡Qué bravo metal de voz tiene la señora bestia! INCA: Monstruo que con tal bramido al verse herido se queja, de los abismos, sin duda, aborto es. GUACOLDA: Pues no aprovechan contra él las flechadas iras de nuestros arcos y cuerdas, defiéndanos de los montes la espesura. TODOS: Entre sus breñas nos amparemos.
Vanse los INDIOS, y quedan solos INCA e IUPANGUI
INCA: ¡Cobardes, así a vuestro rey se deja! Pero ¿qué importa si quedo yo conmigo? IUPANGUI: Considera que cuando de conocido la vida, señor, se arriesga, todos dicen que es valor, mas ninguno que es prudencia. En ventajosos peligros donde no alcanza la fuerza, alcanze la industria. INCA: ¿Cómo? IUPANGUI: Manda desatar las fieras que están para el sacrificio en diversas grutas presas; y fieras a fieras lidien, cebándose antes en ellas, que no en las gentes, aquese asombro. INCA: Bien me aconsejas; ceda el brío a la razón una vez. (Mejor dijera Aparte ceda al gusto, pues por sólo salvar la vida de aquella hermosa sacerdotisa lo acepto.) IUPANGUI: (Guacolda bella Aparte ya cumplí con la lealtad, cumpla ahora con la fineza. ¿Dónde el temor te ha llevado?)
Vanse. Dentro voces
VOCES: ¡Al monte, al monte!
Descúbrese la nave, y en ella PIZARRO, ALMAGRO, CANDIA y MARINEROS
PIZARRO: La tierra que desde aquí se descubre no es, como las otras, yerma que atrás dejamos, pues toda coronando de sus tierras las más eminentes cimas, se ve de gentes cubierta. ALMAGRO: ¡Gracias a Dios, gran Pizarro, que después de tantas deshechas fortunas, naufragios, calmas, hambres, sedes y tormentas como habemos padecido desde que abriendo las sendas del mar del norte al del sur, atravesamos la Nueva España, y en Panamá nos hicimos a la vela. Gracias a Dios otra vez y otras mil a decir vuelva, que después de tantos riesgos, ansias, sustos y tragedias, hemos llegado a lograr el descubrimiento de estas Indias que hasta hoy ignoradas, solamente supo de ellas la estudiosa geografía de quien halló por su ciencia el ser preciso, que siendo el orbe circunferencia, hubiese, mientras no daba una nave al mundo vuelta, aquella remota parte que no constaba encubierta. PIZARRO: Ya que a sólo descubrirla venimos, bástenos verla el día que no tenemos para su conquista fuerzas. Y así, pues estas noticias son el fin de nuestra empresa, volvamos, ya que tenemos de estos mares experiencia, donde mejor prevenidos de más pertrechos de guerra, más navios y más gente, víveres, pólvora y cuerda, volvamos a su conquista en nombre del quinto César Carlos que felize viva. CANDIA: Fuerza será, pues no quedan de los treinta que salimos, más que trece hombres que sepan de armas tomar, y la gente de mar, poca, y ésa, enferma. Pero antes que nuevos rumbos tomemos para la vuelta, será bien, ya que llegamos aquí, que llevemos de estas remotas partes--porque podrá ser cuando nos vean, que si lo creen los valientes los cobardes no lo crean-- algunas señas bien como frutas, árboles o yerbas que allá no haya; y fuera de esto será también acción cuerda, por si el mar que siempre ha sido teatro de contingencias acabare con nosotros, y otros al mismo fin vengan, dejar señas de que aquí llegamos, y no se adquieran la gloria de que ellos fueron los primeros en empresa tan ardua y dificultosa. PIZARRO: ¿Qué señas han de ser ésas que aquí podamos dejarlas? CANDIA: ¿Qué más declaradas señas, pues es la propagación de la fe causa primera, que una cruz en esos montes, pues nadie habrá que la vea, que no diga, "Aqui llegaron españoles, que ésta es muestra del celo que los anima y la fe que los alienta"? PIZARRO: No sólo es heroica, pero es religiosa propuesta. ALMAGRO: Pues ya que es de otro el consejo, porque alguna parte tenga en acción tan generosa, mía la ejecución sea. Yo iré a tierra en el esquife. CANDIA: Eso no; ni es bien se entienda, señor don Diego de Almagro, que en aquesta conferencia, siendo la propuesta mía, sea la ejecución vuestra. Mío fue el voto, y el riesgo mío ha de ser. ALMAGRO: Por la mesma razón es bien que partamos en dos la diferencia. Contentaos, Pedro de Candia, con que vuestro el voto sea, y dejadme a mí la acción. CANDIA: Primero que yo consienta... ALMAGRO: Primero que yo... PIZARRO: ¿Qué es esto? Ved que la amistad nuestra a todos nos hizo iguales. En llegando a competencias, del puesto, usaré con que el rey mis servicios premia, pues vengo por General; y al que no mire, no atienda que estoy aquí... LOS DOS: Pues da el orden a quien a tí te parezca. PIZARRO: Sí haré. Perdonad, Almagro, que hace esta razón más fuerza. Id, Pedro de Candia, vos. CANDIA: Piloto, el esquife echa al agua, mientras que yo mis armas tome y prevenga el cruzado leño.
Vase
PIZARRO: En tanto, para que de la ribera la gente huya amedrentada, y el mayor espacio tenga, da fuego a otra pieza.
Disparan, y cúbrese la nave. Dentro voces
VOCES: ¡Cielos, clemencia! ¡Cielos, clemencia!
Saca IUPANGUI a TUCAPEL arrastrando
TUCAPEL: ¿Cómo quieres que los cielos de ti--¡ay, infeliz!--la tengan si tú de mí no la tienes, arrastrándome por fuerza a vista de aquese horrible parapeto que bosteza truenos y estornuda rayos? IUPANGUI: Si en la confusión primera que escuchamos su bramido huyó Guacolda, y por ella preguntando, me dijste que había venido por esta parte, ¿qué extrañas traerte y que en salvo el Inca queda, y ella no parece--¡ay, triste!-- a que me digas la senda por donde echó? TUCAPEL: No es muy fácil el saber por donde echa una niña que encerrada está, el día que se suelta. Por aquí vino, mas no sé por dónde escapó. IUPANGUI: Estrella siempre a mi elección afable y siempre a mi dicha opuesta, dime de Guacolda. Pero si es mi empeño defenderla de aquel asombro, con que yo de vista no le pierda, sabré el rato, que a él le veo y a ella no, que él no la ofenda y que ella está asegurada, consolando la tristeza de no verla yo, con ver que él tampoco puede verla. Y así yo solo en la playa, desvelada centinela he de ser de sus acciones. TUCAPEL: Si has de ser tú solo, deja que yo me vaya. IUPANGUI: Eso no. TUCAPEL: Pues ¿como, di, se concuerda solo y conmigo? IUPANGUI: Muy bien, pues en el punto que él venga acercándose a la orilla, te irás... TUCAPEL: ¡Linda cosa es ésa! IUPANGUI: .... a decir que se desaten las fieras. TUCAPEL: Ya no es tan buena... las fi... ¿qué? IUPANGUI: Las fieras, digo; pues sabiendo donde queda, con huir tú hacia aquella parte darán con el monstruo ellas. TUCAPEL: Y ellas y el monstruo conmigo, que será una diligencia muy saludable. IUAPANGUI: Oye y calla, que aun hay más terror que piensas. TUCAPEL: Mucho será. IUPANGUI: ¿No reparas en que él en el mar se queda, y que de su vientre arroja otro menor? TUCAPEL: Voy apriesa a traer las fieras. IUPANGUI: Aguarda, que aunque éste a la orilla llega, tampoco sale a la orilla donde de su seno echa un hombre, al parecer. TUCAPEL: ¡Cielos! ¿Qué generación es ésta que una bestia grande pare otra pequeñita bestia, y esta bestia pequeñita un hombre? IUPANGUI: Y de raras señas así en el blanco color del rostro como en la greña del cabello y de la barba, cuya admiración aumentan el traje y modo de armas que trae. TUCAPEL: Voy a que prevengan las fieras contra él. IUPANGUI: Detente, que es de mi valor flaqueza el pensar que para un hombre he menester yo defensas, mayormente cuando entrando voy en no sé qué sospecha tal que aunque puedo tirarle desde aquí, será bajeza matarle sin apurar que maravillas son éstas. Saldréle al paso. TUCAPEL: Yo no, ni aun huir podré ya. Esta quiebra me ha de esconder.
Escóndese ,y sale CANDIA armado con una cruz de dos troncos bastos
CANDIA: Cuando digan las edades venideras que don Francisco Pizarro quebró del mar las primeras ondas del sur en demanda del descubrimiento de estas nuevas Indias de occidente, digan también que fue en ella Pedro de Candia, el primero que puso el pie en sus arenas. IUPANGUI: Hombre aborto de la espuma que esa marítima bestia sorbió, son duda, en el mar para escupirle en la tierra, ¿quién eres? ¿De dónde vienes y dónde vas? CANDIA: (De su lengua Aparte el frase no entiendo, pero de su acción es bien que entienda que debe de ser cacique de valor y de nobleza, pues cuando desamparada toda la marina dejan, sólo él queda en la marina.) IUPANGUI: ¿Cómo no me das respuesta? ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Y dónde vas? CANDIA: Si te alteras de ver mi nave en tus mares y mi persona en tus selvas, óyeme y sabrás la causa IUPANGUI: (Como yo, habla sin que infiera Aparte lo que me dice.) TUCAPEL: (Que se hablen Aparte dos que uno ni otro sepan lo que se dicen no es nuevo.) IUPANGUI: Si eres humano y deseas hallarte en los sacrificios que al sol hacemos, y en prueba de que al dios de rayos buscas forjando sus truenos, llega; de paz te recibiremos. Dinos pues, ¿qué es lo que intentas? CANDIA: Noble cacique, que bien tu valor lo manifiesta, no de tus minas de oro, no la plata de sus venas me trae en su busca. El celo, sí; la religión suprema de un sólo Dios, y sacarte de idolatría tan ciega como padeces, a cuyo efecto ésta es la bandera
Levanta la cruz
de su cristiana milicia la más estimada prenda. IUPANGUI: Sin saber lo que me dices sé lo que decirme intentas, pues arbolando ese tronco contra mí bien claro muestras que me llamas a batalla; y así, en el arco la flecha te responderá.
Flecha el arco
CANDIA: Aunque ignoro qué es lo que decirme intentas, no ignoro que a lid me llamas, pues embebida la cuerda me aguardas. Dispara pues, mas mira que si me yerras, has de morir a este acero. IUPANGUI: De la ventaja que lleva el ser mi arma arrojadiza, y no la tuya me pesa, porque más quisiera a brazos rendirte, que no que mueras... Mas ¿qué es esto ¿Quién me pasma la mano que helada tiembla, el corazón que no late y el suspiro que no alienta? Pero ¿qué mucho, qué mucho que todo--¡ay de mí!--fallezca, si el resplandor que me abrasa carámbano es que me hiela?
Caésele el arco
Tronco que despide rayos y a puras luces me ciega, más es que tronco. No huyo de ti, quien quiera que seas, sino de tan ventajosas armas que a hechizos me venzan. Soltad las fieras, porque
Yéndose
cebe su veneno en ellas este tósigo de luces que a mí me asombra y me ahuyenta. ¡Y, a la selva, al valle, al monte, peruanos, que hoy son tierra y mar abismos de abismos contra nosotros!
Vase, y al ir tras él, CANDIA da con TUCAPEL
CANDIA: Espera; tras él... Mas ¿quién está aquí? TUCAPEL: (¡O, quién decirle supiera Aparte que soy tonto, y que de un tonto es más tonto el que hace cuenta! Yo sí, cuando...) CANDIA: Aguarda; no huyas.
Dentro voces
VOCES: ¡Al monte, al valle, a la selva, que las fieras se desatan! TUCAPEL: (...más que el primero que encuentran soy yo.) CANDIA: ¡Ay, infeliz! ¿Qué miro? De las profundas cabernas de estas montes bostezando nuevos horrores sus quiebras, mil feroces animales toda la marina pueblan,
Salen un león y un tigre haciendo lo que dizen los versos
y de ellos un león y un tigre, garras aguzando y presas a mí se vienen. Aunque es imposible la defensa, moriré matando. Pero por más furiosos que llegan, en viéndome se reparan y en vez de embestirme, tiemblan. Con que el león, arrastrando la desgreñada melena de sus coronados rizos, y el tigre, pecho por tierra, vienen postrando a mis plantas las nunca domadas testas. Justo es que yo corresponda a tan cortesana deuda.
Alágalos
TUCAPEL: ¡Oigan cómo los regala, y cómo ellos le festejan! ¿Quién tigre de falda vio, y león de brazos, que juegan con su dueño y él con ellos haciéndose muchas fiestas? CANDIA: Señor, pues este fauor tan anticipado premia el deseo de arbolar vuestra militar bandera entre estos bárbaros, donde vuestra fe plantada crezca, en vuestro nombre, subiendo a este risco, en su eminencia la fijaré.
Sube a lo alto del monte
TUCAPEL: ¡Ay de mí! ¡Que entre el león y el tigre me deja! Mas yendo tras él seguro iré. Pero en su defensa se vuelven contra mí. CANDIA: Ahora que ya tremolado queda, de este bruto valuarte en la más rústica almena, vuestro estandarte, Señor,
Dexa la cruz y baja, cortando ramas
volveré al mar con las señas de estas ramas y estos frutos, y este indio de quien la lengua aprendamos para que la entendamos a la vuelta. Ven tú conmigo; ya vosotros amigos,... TUCAPEL: ¡Ay, que se acercan! CANDIA: ...quedad en paz. Que me vaya yo en paz, que me dicen, muestran volviendo al monte. Ven tú. TUCAPEL: Glauca, pues ves que me llevan a ser de una bestia pasto, no seas pasta de otras bestias tú en mi ausencia. CANDIA: ¡Nuevos mundos, cielos, sol, luna y estrellas, aves, peces, fieras, troncos, montes, mares, riscos, selvas, buena prenda os dejo en fe de que si hoy la gente vuestra adora al sol que amanece hijo de la aurora bella, vendrá tan felize día que sobre estas mismas peñas con mejor sol en sus brazos, mejor aurora amanezca!
Vase, lleuando a TUCAPEL, y sale la IDOLATRÍA vestida de negro con estrellas, espada y bengala
IDOLATRÍA: Primero que ese día llegue a ver yo, que soy la Idolatría de esta bárbara gente que en los trémulos campos de occidente, sin saber de otro sol ni de otra aurora, por adorar la luz, la sombra adora. Primero, otra vez digo, que ese día contra la inmemorial posesión mía el Perú llegue a ver en su campaña las invasiones de la Nueva España, verá si Dios la acción no me limita y los poderes que me dio me quita; que mis ansias, mis penas y temores con el mágico horror de mis horrores perturban de manera de tierra y mar, hoy una y otra esfera, que el mar, antes que de esta hallada playa a aquel bajel con las noticias vaya, le embata, le zozobre y le persiga, por más que ahora viento en popa diga en mi oprobio y mi ultraje...
Dentro
PIZARRO: Vira al mar. TODOS: Buen viaje, buen pasaje. IDOLATRÍA: Y la tierra también verá en sus daños revalidar error de tantos años, no tan sólo volviendo al ejercicio de él que dejó suspenso sacrificio, pero aun con más terror, pues si antes era víctima bruta esta o aquella fiera, ahora he de hacer que víctima sea humana, porque siendo como es Copacabana templo del sol, y su ara aquella peña contra quien puso el español por seña el cruzado madero, a cuya vista pasmo, gimo y muero; en ella es bien--sin que atreverme pueda a sus ultrages, porque no suceda lo que en la Nueva España, que arbolando otra cruz otra montaña, hice ponerla fuego, y ardiendo sin quemarse, lo que el ciego insulto consiguió, en vez de abrasarla fue temerla, admitirla y venerarla.-- Y así digo otra vez, sin que me atreva a que este vulgo en su baldón se mueva, es bien satisfacer mi desvarío, con que a su vista el sacrificio mío, con sacrílego intento trascienda desde bárbaro a cruento; a cuyo efecto, ya en suaves voces, ya en voces tristes sonarán veloces en todo el monte oráculos diciendo...
Dentro
TODOS: ¡Albricias, que ya el monstruo se va huyendo! IDOLATRÍA: Pero no, no prosiga; dígalo el tiempo sin que yo lo diga, pues vuelven a juntarse, repitiendo... ELLA y TODOS: ¡Albricias, que ya el monstruo se va huyendo!
Vase, y salen INCA, GUACOLDA y las cuatro damas SACERDOTISAS, el SACERDOTE, GLAUCA, la MÚSICA y todos los indios e indias que puedan, con arco y flechas
GUACOLDA: ¿Qué mucho, si en hileras el armado escuadrón vio de las fieras contra él tan prevenido ¿Quién duda que haya sido quien irse sin salirse a tierra le hace?
Sale IUPANGUI
IUPANGUI: No, señor; de más alta causa nace su vuelta y su venida; maravlla mayor hay escondida. INCA: ¿Cómo? IUPANGUI: Como volviendo a la ribera en dejándote a ti, por si pudiera averiguar quien tanto horror nos daba, pequeña embarcación vi que arrojaba al mar bien como algunas balsas en que surcamos las lagunas. Aquí empecé a formar primera idea de que más que animal, fábrica sea. Confirmólo después ver cuánto asombre que esta balsa arrojase a tierra un hombre de extraño aspecto. Referir no quiero que le hablé y que me habló, si considero que no nos entendimos, y no puedo decir qué nos dijimos. Baste saber que en duelo tan prolijo dijo la acción lo que la voz no dijo. Un tronco que traía arboló contra mí; la aljaba mía un harpón contra él, pero al instante que le quise flechar, una radiante luz me cegó, y el brazo entumecido tras el arco y harpón, perdí el sentido Culparás mi pavor, pues no le culpes hasta que con las fieras disculpes. Yo vi a lo lejos que un león le hacía brutos alhagos cuya acción seguía un tigre, y que de ambos amparado, subió a ese risco en que dejó fijado sobre su pardo ceño del basto tronco el no labrado leño; con que volviendo al mar, llevó consigo a Tucapel, crïado que conmigo estaba en la marina. GLAUCA: ¿Cómo dices no ser cosa divina la que daño no ha hecho a nadie y me ha hecho a mí tanto provecho? SACERDOTE: Calla, necia. IUPANGUI: De suerte que si en la razón advierte, en la que naturalmente me fundo sin que el discurso deba nada al arte, es que debe de haber de esotra parte del mar otra república, otro mundo, otra lengua, otro traje y otra gente; y aquésta tan mañosa o tan valiente que se ha sabido hacer con singulares fábricas, vivideros esos mares; y para más desmayos, se ha sabido forjar truenos y rayos con relámpagos tales que deslumbran a hombres y animales. ¿Y pensar que han movido tanto empeño como venirse a playas estranjeras y para sólo colocar un leño, vivir ondas, traer rayos, domar fieras? No, señor, no es posible; aquí hay misterio más incomprehensible. Y así es bien discurramos qué hemos de hacer, y que nos prevengamos por si otra vez volviere, y prevenidos, sea lo que fuere. INCA: A tu suceso atento, menos le alcanzo, cuanto más le siento; y así, no sé, no sé lo que debamos hacer. SACERDOTE: Yo sí. INCA: ¿Qué es? SACERDOTE: Que prosigamos, dejándonos plantado ahí ese bruto leño hasta ver qué flor nos da o qué fruto, el sacrificio, y todos invoquemos hasta su templo al sol, por si podemos alcanzar que nos diga qué hemos de hacer. IUPANGUI: Y es justo. GUACOLDA: Pues prosiga la invocación, mas con tan otro acento, que lo que fue armonía sea lamento. INCA: Hermoso padre del día, ¿de tanta confusión, di, querrás restaurarnos?
Dentro IDOLATRÍA cantado
IDOLATRÍA: Sí. INCA: Ya respondió a la voz mía. GUACOLDA: Pues ¿qué debemos hacer, si a mí te mueves a darme también respuesta? IDOLATRÍA: Obligarme. SACERDOTE: Si obligándote ha de ser, ¿con qué te podrá obligar mérito que aunque se crea, obrar no sabe? IDOLATRÍA: Desea. SACERDOTISA 1: Ya que es mérito desear, yo deseo saber ¿qué naturaleza tirana fue la que aquí llegó? IDOLATRÍA: Humana. IUPANGUI: Si humana, cual dices, fue, ¿cómo asombra con horrores, y deja tan confundida la razón, la alma y la...? IDOLATRÍA: Vida. SACERDOTISA 2: Porque de él todo mejores nuestra ciega confusión, ¿cuál será el mejor indicio de nuestra fe? IDOLATRÍA: El sacrificio. SACERDOTISA 3: Si los sacrificios son el mejor ruego, a ellos vamos. SACERDOTISA 4: Haz que aquéste en que hoy se emplea tu pueblo, sea acepto. IDOLATRÍA: Sea. INCA: De todo cuanto escuchamos, nada inferimos. SACERDOTE: Sí, hacemos, si de lo que ha respondido componemos el sentido. IUPANGUI: ¿Y cómo le compondremos? SACERDOTE: Diciendo cada uno, ya que a todos nos respondió, lo que a él dijo. INCA: ¿Empiezo yo? GUACOLDA: Sí, y mi voz te seguirá. INCA: Si... IDOLATRÍA: Si... GUACOLDA: Obligarme... IDOLATRÍA: Obligarme... SACERDOTE: Desea... IDOLATRÍA: Desea... SACERDOTISA 1: Humana... IDOLATRÍA: Humana... IUPANGUI: Vida... IDOLATRÍA: Vida... SACERDOTISA 2: El sacrificio... IDOLATRÍA: El sacrificio... SACERDOTISA 4: Sea... IDOLATRÍA: Sea.
Cantan la MÚSICA y TODOS
TODOS: "Si obligarme desea, humana vida el sacrificio sea." SACERDOTE: Sin duda, el sol, ofendido de que en tu presencia fuera bruta víctima una fiera, hoy elevarla ha querido a que sea racional, dando de su enojo indicio no ser real el sacrificio que asiste persona real. INCA: Si eso es lo que nos advierte, ¿Cómo qué vida es no avisa? SACERDOTE: Como es la sacerdotisa a quien le toque la suerte. Las más nobles, dedicadas para eso en el templo están, deseando él cuándo serán a su dios sacrificadas. TODAS: A eso obligadas vivimos las que al sol nos consagramos. GLAUCA: Y de esto nos excusamos las que patanas nacimos. INCA: (Si a aquélla toca--¡ay de mí!) Aparte IUPANGUI: (¡Qué pena sería tan fuerte Aparte si a ella tocase!) INCA: Y la suerte, ¿cómo suele echarse? SACERDOTE: Así, cada una, una flecha dé, y en mi mano y en su mano el más noble o más anciano se ha de nombrar, para que vendados los ojos llegue, porque en señas no repare, y de aquélla que él tomare, el dueño al ara se entregue cuando cumplidos estén los cuatro legales días en que de sus alegrías padres y deudos se den la norabuena. SACERDOTISAS: Obedientes ya aquí las flechas están.
Toma el SACERDOTE las flechas juntas, y cada una tiene la suya
GLAUCA: Luego que es malo, dirán el no ser ninfas, las gentes. INCA: Nombra ya el que ha de llegar. SACERDOTE: Hallándote tú aquí, no es bien que le nombre yo. Tú, señor, le has de nombrar. INCA: Iupangui. IUPANGUI: ¿Señor? INCA: A ti, pues el más noble ha de ser, te nombro. IUPANGUI: El obedecer es fuerza. SACERDOTE: Y fuerza que aquí los ojos te venden. IUPANGUI: (Bien Aparte se pudo excusar, pues llego, aunque no los venden, ciego.
Véndanle los ojos
¿Quién, cielos, creyera, quién, que donde Guacolda está, estimara no ser ella la que eligiese mi estrella?) SACERDOTE: Llega hacia esta parte. IUPANGUI: Ya con todas las flechas di. SACERDOTE: Una has de tomar, no más.
Llega IUPANGUI, y toma la flecha de GUACOLDA
Ya descubrirte podrás. ¿A quién he elegido? GUACOLDA: ¡A mí! IUPANGUI: (¡Grave pena!) Aparte GUACOLDA: (¡Dolor fuerte!) Aparte
Retíranse los dos a las dos esquinas del tablado
INCA: Pues no es justo que me vea, aunque feliz muerte sea, nadie condenado a muerte, no sin lástima me ausento, hermosa beldad, de ti. (No es sino excusar que aquí Aparte reviente mi sentimiento.)
Vase
SACERDOTE: Dichosa tú, que crisol hoy de nuestra fe serás.
Vase
SACERDOTISAS: Venturosa tú, que vas a ser esposa del sol.
Vanse
GLAUCA: Buen parabién, pero de él no gusta. Mas ¿cómo estoy tan fiera, que a hacer no voy que lloro por Tucapel?
Vanse GLAUCA y todos menos IUPANGUI y GUACOLDA
IUPANGUI: Dos culpas, Guacolda bella, resultan hoy contra mí: que con vista te elegí, y que te elegí sin ella. Pero ni de ésta ni aquélla feliz e infeliz mi suerte se ha de disculpar si advierte que una fue para adorarte, otra para sublimarte, y entrambas para perderte. GUACOLDA: De una y otra--¡ay de mí!--fuera cualquiera disculpa error, y voy dejando al amor en aquella edad primera, a que no sé si sintiera más que eligieras tú, y no fuera la elegida yo. Y así, que errases te niego ciego, que no estuvo ciego quien lo que hubo de ver vio. IUPANGUI: Ahora es mayor mi aflicción, viendo que en mi ceguedad resignes tu voluntad. GUACOLDO: Quizá no es resignación. IUPANGUI: Pues ¿qué? GUACOLDA: Desesperación de que mi padre su esquiva enemistad vengue altiva en los dos, pues porque fuiste tú quien a Guáscar seguiste cuando él siguió a Atabaliba, por no darme a ti, forzada me trajo al templo. Y no sé si conformarme podré a morir sacrificada, pues cuando no hubiera nada de aquel violento rigor ni de este infelice amor ni cuanto da que temer, pasar del ser al no ser tuviera el mismo dolor. Por no sé qué natural luz que repugna infinito a que en mí no haya delito, y haya en un dios celestial sed de humana sangre tal, que obligue fiero y crüel sin odio de fe, a que un fiel mate a otro fiel, ¿es ley, di, que un dios no muera por mí y que yo muera por él? IUPANGUI: No sé; mas sé que admirada mi razón con tu razón me ha puesto en tal confusión, que... mas no te digo nada sino sólo que si entrada pudiera hallar para que sin argüir en la fe del sol antes que rendida tu vida, viera mi vida... GUACOLDA: No, no prosigas, que aunque tiene a la laguna puerta este templo, y ella tiene balsas en que a tiempo viene bastimento, y puedo, abierta de noche, irme a una desierta isla a ocultarme oportuna, temiendo al sol tu fortuna, en vano mi dolor cae en que hay noche, hay templo y hay puerta, balsa, isla y laguna.
Vase
IUPANGUI: ¿Qué más claro ha de decir su abandonado despecho, que fue cómplice mi amor del estado en que la ha puesto su suerte? ¿Ni qué más claro me pudo su sentimiento, para que salve su vida, facilitarme los medios? Mas ¿cómo podré--¡ay de mí!-- arrojarme a atrevimiento tan grave, como quitarle al sol tal víctima? Pero ¿qué dudo ni qué reparo? Que si no hubiera preceptos que romper, no hubiera culpas, y quedaron sin aprecio finezas de amor que de ellas alimentan sus afectos. Iré donde si ella sale, a ver si temo o no temo al sol, vea que...
Sale el INCA
INCA: Iupangui. IUPANGUI: ¿Señor? INCA: A buscarte vuelvo con una pena que sólo la fiara de ti. IUPANGUI: ¿En qué puedo servirte, que ya tú sabes mi amor, mi lealtad y mi celo? INCA: De uno y otro asegurado, sabrás que desde aquel mesmo instante que vi la rara hermosura sin ejemplo de aquella sacerdotisa, que entre el asombro y el miedo, por vencer con menos armas, venció sin color ni aliento, ni vivo ni sé de mí; y más después que añadiendo fuerza a fuerza, rayo a rayo, llama a llama, incendio a incendio, la lástima de su suerte aumentó el dolor. No quiero tenerme en cuán poderosos son dos contrarios afectos que para embestir aúnan lástima y cariño a un tiempo, porque no muriera, diera la vida. No, no suspenso, no turbado, no confuso me escuches, como diciendo entre ti que ¿cómo al Sol a quien tantas glorias debo, me atrevo contra su culto, ni aun a imaginarlo? Pero antes que tú lo pronuncies saldrá mi voz al encuentro con decirte que, a un amor que no tiene más remedio que morir de ver morir, no dudo dore sus yerros a rayos del mismo sol, mayormente cuando puedo desenojarle con otras dádivas. Y remitiendo a que sea lo que fuere, o su perdón o su ceño, ella ha de vivir, y tú has der ser el instrumento. Los cuatro legales días en que sus padres y deudos la celebran, engañando el dolor con el obsequio, te doy de plazo a que pienses cómo ha de ser, ya tu ingenio de la noche, la laguna, balsas y puertas del templo se valga, o ya tu valor, a todo trance resuelto, de disfraces para el robo o de armas para el estruendo. Tú, en fin, me la has de poner en salvo, y después el tiempo en desagravios del sol nos dirá.
Dentro
IDOLATRÍA: ¡Guáscar! El viento mi nombre pronuncia; gente será que en mi seguimiento viene. Para que no vean que hablamos solos, haciendo la plática sospechosa, mientras salirles intento yo por esta parte al paso, quédate tú aquí, advirtiendo que en tu ingenio o tu valor, honor, alma y vida dejo. Viva esta beldad, y viva tu rey, o ambos mueran.
Vase
IUPANGUI: ¡Cielos! ¿Quién en el mundo se ha visto embestido tan a un tiempo de celos, lealtad y amor? ¿Celos dije? Bien por ellos empecé que son un mal tan descortés y grosero, que en concurso de otros males, siempre se toma el primero lugar. De celos--¡ay triste!-- vuelvo a decir, pues que veo de otro adorada a Guacolda; de lealtad, pues es sujeto con quien yo ni declararme ni satisfacerme puedo; y de amor, pues cuando estoy, contra los divinos fueros que amenazaron su vida, a restaurarla, resuelto, aun los mesmos medios míos se vuelven contra mí mesmo. Pues o los consigo o no; si no los consigo, dejo que muera, y si los consigo, es para otro. Con que en medio de la argüída cuestión, vengo a estar de cuál es menos dolor ¿morir para mí, o vivir para otro dueño? En cuya confusión...
Dentro
IDOLATRÍA: ¡Guáscar! ¡Guáscar Inca!
Dentro
INCA: Veloz eco, ya que me vienes buscando, ¿para qué te vas huyendo? IUPANGUI: Otra vez la voz le llama, tras cuyo sonido el centro del monte penetra. Quede aquí mi dolor suspenso, supuesto que ni es ni ha sido para terminado presto, y vaya a ver qué será, ya que todo es misterios de Copacabana el valle: voz, que sin dar con el dueño, a lo más fragoso, más enmarañado y desierto, diciendo le lleva.
Vase, y salen INCA y la IDOLATRÍA
INCA: Dime, pues te sigo y no te encuentro siquiera, quién eres. IDOLATRÍA: Yo. INCA: Al verte más, lo sé menos, y así, a preguntar quién eres, aun después de verte, vuelvo. IDOLATRÍA: Soy la deidad a quien tocan los cultos del sol, y vengo a lidiar por él contigo, y pues ha de ser el duelo, para más vitoria mía, cara a cara y cuerpo a cuerpo, ¿qué esperas? Llega a mis brazos. INCA: Si rendido me confieso yo a tus sombras o tus luces, ¿para qué es la lid? IDOLATRÍA: ¡Qué efecto tan propio es de los ingratos darse por vencidos presto! ¿Cómo es posible que quien debe al sol tantos imperios, impida sus sacrificios? INCA: Como yo no se los debo al sol. Si él los dio a su hijo, y yo de su hijo desciendo, ya no es dádiva la mía, sino herencia. Y fuera de esto, cuando se los deba al sol como a padre, si hoy le ofendo, ¿qué hará en perdonar mañana tan bien disculpado yerro como amar una hermosura que él crió? IDOLATRÍA: Más que piensas. INCA: Eso es amenazar, y amor no teme amenazas. IDOLATRÍA: (¡Cielos! Aparte Durar él en su pasión sin darle pavor mi aspecto bien me da a entender que el día que entra el sagrado madero de la cruz en el Perú, es para que lo sangriento cese de mis sacrificios. Mas ¿qué lo extraño, si advierto que en el ara de la cruz cesó todo lo cruento, pues desde allí fueron todas hostias pacíficas? Pero no, no me dé por vencida, que aunque revele secreto que ha tantos años que guardo, con él le pondré tal miedo que no se atreva a impedir que a vista del sacro leño sean víctimas humanas triunfos míos.)
Al INCA
En efeto, ¿te fundas en que es herencia y no dádivas este reino, y en que es perdonar un padre fácil? INCA: Sí. IDOLATRÍA: Pues porque en eso no te fíes, ni el sol fue tu padre ni pudo serlo, ni este imperio, sin mí, pudo ser tuyo. INCA: ¿Cómo? IDOLATRÍA: Oye atento. Manco Capac, rico y noble cacique, fue a quien el cielo... Pero antes que yo a decirlo quiero que llegues tú a verlo, que no he de hacer sospechosa mi verdad. Y así, pretendo que su crédito afiance un portento a otro portento. ¿Qué ves en aquesta gruta?
Ábrese un peñasco, y se ve un JOVEN vestido de pieles, recostado en una peña
INCA: Un hermoso joven bello que sobre una piedra yace de toscas pieles cubierto. IDOLATRÍA: Pues escucha lo que dice. INCA: Ya a sus razones atiendo. JOVEN: ¿Cuándo, padre, será el día que de aqueste obscuro centro me saques a ver la luz? Si ya bien sabidas tengo tus liciones; si ya cuanto me has instruído lo aprendo tan a satisfacción tuya, que te has admirado viendo que el entendimiento tuyo trasladé a mi entendimiento, ¿qué aguardas para que llegue a verme en el trono excelso que me has prometido? Mira que un bien esperado es menos todo aquello que le quita de estimación el deseo, que aunque la dicha es gran joya, esperarla es mucho precio. Ven pues, ven a que segunda vez nazca del duro seno de aquesta roca, si no quieres que a mis sentimientos lleguen tarde tus alivios, llegando mi muerte presto.
Ciérrase la gruta
INCA: Aunque entiendo sus razones, el propósito no entiendo. IDOLATRÍA: ¿Qué mucho, si ha de decirlo otro prodigio primero Ya has visto el centro del monte, pues pasa de extremo a extremo y mira ahora la cumbre.
Va saliendo por lo alto del peñasco un sol, y tras él un trono dorado con rayos, y en su araceli el JOVEN ricamente vestido, con corona y cetro
¿Qué ves en ella? INCA: No puedo decirlo, que me deslumbra un sol que va amaneciendo en su horizonte. IDOLATRÍA: Porfía a mirarle, que lo mesmo hacen cuantas gentes ves concurrir a ese desierto. INCA: Es verdad: todo poblado de gentes está, y ya intento verlo. IDOLATRÍA: Y ¿qué ves? INCA: Entre varios tornasoles y reflejos, que como sin ver al sol no se ven, ciegan al verlos, miro que como pedazo suyo, va otro sol saliendo en su luciente un hermoso trono en quien, como en espejo, parece que él mismo está retratándose a sí mesmo. IDOLATRÍA: ¿Quién viene en él colocado? INCA: Si de sus señas me acuerdo, aquel afligido joven que vi entre pieles envuelto, ricamente ataviado de ropas, corona y cetro, me parece. IDOLATRÍA: Oye sus triunfos, pues oíste sus lamentos. JOVEN: Generosos peruanos cuya fe, piedad y celo en la adoración del sol logra hoy sus merecimientos, ¡albricias, que ya ha llegado el felice cumplimiento de aquellas ya confundidas noticias que dejó un tiempo en la primitiva edad de vuestros padres y abuelos, un Tomé o Tomás, sembradas en todo el Perú, diciendo que en los brazos de la aurora más pura, el hijo heredero del gran dios había venido luz de luz al uniuerso! Pero aunque dijo que había venido, habéis de entenderlo como invisible criador de todos los elementos, hombres, fieras, peces y aves, pero no en alma y en cuerpo como hoy mi padre me envía a ser monarca vuestro. Si me recibís, veréis que de este monte desciendo a vivir con vosotros, regiros y manteneros en ley, en paz y en justicia; y si no, a su trono excelso con él me volveré, donde ofendido en mi desprecio, os amenazan sus rayos, sus relámpagos y truenos.
Dentro
VOCES: Desciende, señor, desciende, pues te aclamamos, diciendo...
Dentro
MÚSICA: "Sea bien venido en joven tan bello, el hijo del sol a ser el rey nuestro." JOVEN: Ya voy a vosotros, pues que voy oyendo...
Dentro
MÚSICA y TODOS: "Sea bien venido en joven tan bello, el hijo del sol a ser el rey nuestro."
Desaparecen el sol por lo alto y, por lo bajo, el trono
INCA: Aún nada he entendido. IDOLATRÍA: Ahora lo entenderás. Oye atento. Manco Capac, rico y noble cacique, fue a quien el cielo dotó, entre otras naturales prendas, de sutil ingenio. Éste, maquinando, el día que su bella esposa un tierno infante dio a luz, como lograría verle dueño del imperio del Perú, me consultó su deseo, como a deidad a quien toca, ya te lo dije primero, la adoración del sol. Yo, hallando el camino abierto para que creciese el culto, con el agradecimiento le dije que, publicando que el infante se había muerto, con secreto le crïase; y él lo hizo con tal secreto que aun la nutriz que encerró con él, yace muerta ahí dentro. Mientras el joven crecía, también le di por consejo que publicase que el sol le había revelado en sueños, que presto le enviaría a su hijo a dominar sus imperios. Y como esta voz corría, sobre aquellos fundamentos que arruinados del olvido, los fabricaba el acuerdo, equivocando verdades a sombra de fingimientos, andaba el vulgo, ni bien dudando ni bien creyendo, hasta que a determinado día convocó los pueblos para que ocurriesen todos a recibirle; y habiendo con mi arte y su industria, como has visto, en lo supremo del monte, fingido rayos, pudo hacer que sus reflejos, desmintiendo lo distante, acreditasen lo excelso. De suerte que de este engaño desciendes, y aunque en quinientos años de la inmemorial posesión, ya es tuyo el reino, pues no hay ninguno que no se introdujese violento; con todo eso, el día que impidas, u otro por ti, los decretos que en nombre del sol disponen sus oráculos, es cierto que no habiendo conseguido yo el que vayas en aumento, me he de vengar. Y así, teme mis sañas, pues ves que puedo, en desagravios del sol, desvanecer tus trofeos, pompa y majestad, bien como ves que yo me desvanezco.
Desaparécese
INCA: Oye, aguarda, escucha, espera.
Dentro
TODOS: Allí se oye; llegad presto. INCA: ¿Qué es lo que por mi ha pasado?
Salen unos INDIOS e IUPANGUI
TODOS: ¿Qué es esto, señor, qué es esto? INCA: No sé, no sé. Cinco siglos he vivido en un momento, retrocediendo los años, y lo que he sacado de ellos es que el sol por mí no pierda sus cultos.
Aparte a IUPANGUI
Y así, el precepto que te di, Iupangui, no, no le ejecutes ni por pienso. Muera esa beldad y viva tu rey.
Vanse INCA y los INDIOS
IUPANGUI: ¿Quién creerá que al tiempo que siento el mandar que viva, el mandar que muera siento? Pero nada me acobarde; en que viva me resuelvo, y enójese o no se enoje el sol, pues es tan severo dios, que en su culto manda, contra el natural derecho, que mueran otros por él, no habiendo él por otros muerto.
Vase

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La aurora en Copacabana, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002