LAS ARMAS DE LA HERMOSURA

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 1998.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Córrese la cortina, y vense todos los bastidores del teatro trasmutados en aparadores de piezas de plata, y en medio una mesa llena de vasos y viandas, y sentados a ella hombres y mujeres, y en su principal asiento CORIOLANO y VETURIA, y los músicos detrás, arrimados al foro, y PASQUÍN y otros criados sirviendo a la mesa
CORO 1: "No puede amor hacer mi dicha mayor. CORO 2: Ni mi deseo pasar del bien que [poseo?]." CORIOLANO: Sin duda, Veturia bella, esta canción se escribió por mí, pues solo fui yo feliz influjo de aquella de Venus brillante estrella; pues benigna en mi favor... LOS DOS COROS: "No puede amor hacer mi dicha mayor." VETURIA: Mejor debo yo entender su benévolo influir; pues, dándome que sentir, me deja que agradecer; y más el día que a ser llegue la ventura mía tu esposa, pues ese día no podrán mi fe, mi empleo... VETURIA Y CORO 2: "Ni mi deseo pasar del bien que poseo." HOMBRE 1: A tanta solemnidad desde ahora será bien que todos en parabién brindemos. HOMBRE 2: A que su edad viva eterna. HOMBRE 3: Y su beldad en fecunda sucesión a Roma ilustre. PASQUÍN: Éstos son convidados que me placen, que a un tiempo la razón hacen y deshacen la razón. MÚSICOS: "No puede amor hacer mi dicha mayor, ni mi deseo pasar del bien que poseo." MUJER 1: Todas, ya que la fortuna trocó el pesar en placer, esa salva hemos de hacer. LIBIA: ¿Cómo se podrá ninguna excusar, si cada una, de cuantas hoy Roma encierra, feliz el susto destierra de aquel pasado temor? MUJER 1 y MÚSICOS: "Y no puede amor hacer su dicha..."
Dentro
VOCES: ¡Arma, guerra!
Cajas y trompetas dentro, y alborótanse todos
HOMBRE: ¡Qué asombro! MUJER 1: ¡Qué confusión! CORIOLANO: ¿Qué novedad será ésta, que dentro de Roma forman voces, cajas y trompetas? TODOS: ¿Quién causa este estruendo?
Salen AURELIO y ENIO de soldado
AURELIO: Yo. CORIOLANO: ¿Tú, señor? AURELIO: Sí. CORIOLANO: Pues ¿qué intentas? AURELIO: Despertar tu torpe olvido, porque, al ver que en mi hijo empieza la reprehensión, sepan todos que, anticipada la queja, antes que a mí su pregunta, llegó a ellos mi respuesta. Quitad, romped, arrojad aparadores y mesas, nocivos faustos de Flora y Baco, cuando es bien sean pompas de Marte y Belona.
Ocúltanse los aparadores y mesas
Y porque la causa sepan, Enio, dile a Coriolano y a cuantos con él celebran, bastardos hijos del ocio, cultos al Amor, las nuevas que traes de Sabinia... VETURIA: (¡Cielos! Aparte ¿Qué nuevas pueden ser éstas?) LIBIA: (Oye y disimula.) Aparte AURELIO: ...en tanto que a toda Roma las cuentan públicos edictos que, para freno y para rienda de tan locos devaneos, dispone el Senado. ENIO: Fuerza, como a primer senador, es, señor, que te obedezca, y fuerza también que haya, para que mejor se atiendan, de enlazar con su principio el nuevo motivo. AURELIO: Sea, no como quien le refiere, sino como quien le acuerda. ENIO: Sabinio, rey de Sabinia, mal ofendido de aquella fingida amistad con que Rómulo, atento a que fuera eterna la población de su gran fábrica inmensa que, émula a Jerusalén, también en montes se asienta, y que no pudiera serlo, sin que de su descendencia la sucesión se propague, viendo cuánto para ella buscar consortes debía, convidó para unas fiestas los comarcanos sabinos con sus familias, en muestra de firmar con ellos paces. AURELIO: Si lo fueron o no, deja al silencio esas memorias, pues nadie hay que no las sepa, según en su gran teatro al mundo las representan el tiempo en veloces plumas, la fama en no tardas lenguas; y así, dejando asentada aquella parte primera del robo de las sabinas, ve a la segunda. VETURIA: (¡Oh inmensas Aparte deidades! ¿Qué nuevas pueden ser que de pesar no sean?) ENIO: Sabinio, rey de Sabinia, mal ofendido de aquella fingida amistad, trató hacer a Rómulo guerra, y Rómulo resistirla, careando injuria y ofensa, el uno por castigarla, y el otro por mantenerla; persuadido el uno a que satisface el que se venga y el otro a que nunca tuvo lo no bien hecho otra enmienda del arrojo que lo obró, que el valor que lo sustenta. Dos veces, pues, el sabino a Roma asaltó, y en ella dos veces le obligó a que, rechazada su soberbia, levantase el sitio, dando a la dominante estrella de Rómulo por vencida de la suya la influencia. En este intermedio Roma, ufana, alegre y contenta, vencedora de sus armas, vencida de sus bellezas, procurando reducir a cariño la violencia, toda era festines, toda agasajos y finezas, bien como toda Sabinia llantos, suspiros y quejas; que entre ofensor y ofendido tan neutral vive la ofensa que a uno el gozo se la olvida y a otro el dolor se la acuerda. En esta desigualdad, ambas fortunas suspensas, viendo Sabinio que, muerto Rómulo, la suya adversa sin dominante enemigo quedaba y que a Numa, que era a quien nombrado dejó por su sucesor, resuelta en ser república Roma, no sólo le dio obediencia, pero echándole de sí, eligió en plebe y nobleza senadores y tribunos, que en libertad la mantengan. Sabinio, pues --porque el hilo en la digresión no pierda--, procurando aprovechar aquella vulgar sentencia de ser sin cabeza un pueblo monstruo de muchas cabezas, en una parte y en otra viendo también cuán ajena Roma de sus altos triunfos deleitosamente deja de ser campaña de Marte por ser de Cupido selva, a repetidas instancias de la soberana Astrea --que, celtíbera española, desde el día que, deshechas sus gentes, volvió su esposo, ni él ni nadie llegó a verla o sin lágrimas los ojos o el semblante sin tristeza--, secretas levas dispuso; pero como esto de levas es mina que por el más breve resquicio revienta, al Senado sus vislumbres llegaron en humo envueltas; de suerte que, al inquirirse, si eran ciertas o no ciertas, a mí, que por más servicios nombró en la elección primera del pueblo primer tribuno, me dio orden de que füera a informarme, disfrazado en nombre, en traje y en lengua, del estado y del designio; con que a poca diligencia pudo informarme mejor la vista que la cautela; que enmudecen los ardides donde hablan las evidencias. A toda Sabinia hallé, sin recato de que sea contra Roma la jornada, no tan sólo en arma puesta, pero en marcha; a cuyo efecto estaban pasando muestra de militares pertrechos todas las campañas llenas. Numerosas huestes son las que alistadas se asientan, según supe, voluntarias; porque --como dije-- Astrea, que adquirir de vengadora de las mujeres intenta el alto nombre, en persona las conduce y las alienta con tan gran jactancia, que sus tremoladas banderas, jeroglíficos del aire, componen en cuatro letras el vanaglorioso enigma de ser su victoria cierta. Una S, una P, una Q y una R son, cuya empresa descifrada decir quiere --según todos la interpretan--: "Al Sabino Pueblo ¿Quién Resistirá?" Y con tal priesa a lento paso la marcha disponen, que me fue fuerza, según su vecina línea confinante es de la nuestra, por llegar antes, valerme de toda la diligencia que pude. Pero por más que lo intenté, la sospecha o nota de desmandado me detuvo; y así llegan a ser de mis voces ecos sus cajas y sus trompetas, cuando lejanos repiten al viento, que se las lleva, y al eco, que nos las trae:
Cajas y voces [dentro] a lo lejos
VOCES: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra! VETURIA: (Bien temí que había de ser Aparte segunda desdicha nuestra.) AURELIO: Mira, con estas noticias, si ha sido prevención cuerda que otras trompetas y cajas despertador tuyo sean, y de cuantos hoy en Roma divertidos no se acuerdan de aquellos primeros héroes, que de apagadas pavesas fueron incendio de Europa, hasta coronarla reina del orbe. Y, dejando aparte abandonadas proezas, que en Africa y en España Rómulo dejó dispuestas, y hoy yacen en el infame sepulcro de la pereza ¿a qué más puede llegar el baldón de la honra nuestra que a pensar el enemigo que ya Roma no es la que era, pues se promete en sus timbres que no ha de hallar resistencia? Demás desto, ¿es bien que yo a un noble ofendido tenga y no tenga mira a que es desproporción muy ciega que él desvelado maquine y yo descuidado duerma, mayormente al blando sueño de tan contrarias sirenas que, si otras cantando matan, ellas llorando deleitan? ¡Oh, nunca hubierais...! CORIOLANO: Perdona, señor, y dame licencia para suplicarte que, no enojado las ofendas, ni a ellas ni a cuantos conmigo a mi ruego las festejan; y más en este jardín, donde Veturia se alberga, noble matrona, a quien todas reconocen preeminencia por su real sangre; que no es culpa suya ni nuestra el que en ellas sea agasajo lo que en nosotros es deuda. La culpa fue del primero que robadas las violenta, no de los que, ya robadas, procuran que estén contentas; que, para tenerlas tristes, mejor fuera no tenerlas. Si hacerlas nuestras quisimos, ¿cómo habían de ser nuestras si, en nuestro poder quejosas, siempre quedaban ajenas? Que desde el odio al cariño no es fácil de hallar la senda si no es que la facilite la caricia, la fineza, el obsequio, el rendimiento, la atención y la asistencia, que son las que sólo saben hacer voluntad la fuerza. Decir que esto del valor nos ha olvidado, es propuesta tan vana, que el mismo Marte el primero es que la niega, puesto que, amante de Venus, al mundo puso en sospecha de que él y Cupido habían trocado dardos y flechas; viendo cuánto ventajoso, porque su dama lo sepa, pelea el soldado que con armas de amor pelea, juzgando que son de Marte. Y para que mejor veas que ser galán en la paz no es ser cobarde en la guerra, el primero seré yo que, de la patria en defensa, al opósito le salga. Y así, para disponerla, iré por plazas y calles, diciendo en voces diversas:
Dentro
UNOS: ¡Viva Coriolano! OTROS: ¡Viva! AURELIO: Oye, hasta averiguar éstas.
Salen FLAVIO, LELIO y SOLDADOS
FLAVIO: Yo lo diré, que en tu busca vengo, para que lo sepas. Proponiéndole al tumulto de la plebe y la nobleza cuánto conviene salir a impedir el paso desa no impensada invasión, antes que pise la línea nuestra, ocupando los estrechos pasos y las eminencias, a fin de que, ya que entren, entren peleando, en que es fuerza que pierdan gente, y quizá que gente y jactancia pierdan, dije que presto el Senado nombraría a quien convenga que vaya por general; a que dieron por respuesta, reduciéndose a una voz, de varias voces compuesta:...
Dentro
UNOS: ¡Viva Coriolano! OTROS: ¡Viva! FLAVIO: De suerte que, antes que sea consulta, la aclamación común quiere que cabeza suya sea Coriolano, de que vengo a darte cuenta, por si acepta o no. AURELIO: ¿Qué es dudar si acepta o no acepta, siendo mi hijo?--- Coriolano, ya ves en lo que te empeña la común aclamación del pueblo. CORIOLANO: La vida hubiera dado en albricias, señor, a no importar mantenerla para que, en servicio suyo, en mejor trance la pierda; en cuyo agradecimiento a Flavio las plantas besa mi humildad y a Lelio da los brazos, bien como prendas de quien se obliga a pagar, reconocida la deuda. LELIO: El mérito es quien te adquiere este honor. (¡Que también sea Aparte hijo yo de senador, y de mi.... ¡Oh envidia, deja de afligirme!) Y el primero seré que irá a tu obediencia por soldado tuyo. ENIO: Yo no te doy la enhorabuena, porque me la he dado a mí, en fe de lo que interesa en tus honores mi honor. CORIOLANO: A entrambos os lo agradezca mi amistad; que con los dos, tú, Lelio, de la nobleza cabo; tú, Enio, de la plebe, ¿qué riesgo habrá que no emprenda? TODOS: ¿Ni quién que a ti no te siga? PASQUÍN: (Yo, porque allí Libia señas Aparte me hace de que allá no vaya.) AURELIO: Pues porque tiempo no pierda, retiraos todas vosotras, cada una a su vivienda, de donde ninguna salga, mientras se pasa la muestra de la gente que se aliste; porque, si acaso la pesa el ver ir contra su patria, no impida al que complacerla intente. VETURIA: Ninguna habrá tan livianamente necia que ya no desee que Roma contra los sabinos venza; que las materias de honor son tan vidriosas materias que con el más leve soplo se empañan, si no se quiebran. Y, siendo así que estuvimos todas a morir resueltas, antes de admitir a quien con fe y palabra no fuera de esposo, con todo eso el empacho y la vergüenza de no volver a ser propias de quien ya fuimos ajenas nos obligara a que todas, si nos diérades licencia, saliéramos a campaña; y yo fuera la primera que el arnés trenzado, el fresno blandido en la mano diestra, en la siniestra el escudo, y con el tiento en la rienda, montado el corcel bridón, la diera a entender a Astrea cómo ya de su venganza no necesita la nuestra. CORIOLANO: ¿Quién pudo desempeñarse ni más noble ni más cuerda? TODAS: Lo mismo todas decimos. AURELIO: No es la resolución ésa que queremos de vosotras. FLAVIO: No; que otra habrá, en que se vea que las mujeres no son tan dueños nuestros que puedan en descrédito poner de Roma el valor. AURELIO: Ni ésa tampoco es para aquí.
A CORIOLANO
Ahora ven, pues, adonde te ofrezca, con pública aclamación, de todo el pueblo en presencia, el Senado la bengala, estoque, toga y diadema de general de sus armas. CORIOLANO: Más me ha de dar. AURELIO y FLAVIO: ¿Qué es? CORIOLANO: Licencia de que responda a Sabinio, y al mote de sus banderas, poniendo yo en las de Roma el mismo. TODOS: ¿De qué manera? CORIOLANO: S, P, Q, y R son cuatro letras que interpretan: "¿Al Sabino Pueblo Quién Resistirá?" Y con las mesmas a su arrogante pregunta han de responder las nuestras, para que conozca el mundo cuán en un caso concuerdan gramáticas militares, la pregunta y la respuesta: pues si S, P, Q y R "¿Quién piensa hacer resistencia al sabino pueblo?" dicen, también dirán a quien lea en nuestro favor el mote de sus mismas cuatro letras: "Senado y Pueblo Romano es Quien resistirle piensa." FLAVIO: Bien lo has pensado.
Dentro cajas y voces a lo lejos
UNOS: ¡Arma, arma! FLAVIO: Y pues se oyen de más cerca ya sus cajas, responded a su salva. OTROS: ¡Guerra, guerra! AURELIO: Y por si acaso llegaron, según a mi oído suenan, acá sus voces, diciendo... UNOS: ¿Quién ha de hacer resistencia al sabino pueblo? AURELIO: Digan al mismo compás las nuestras... TODOS: Senado y pueblo romano. UNOS: ¡Vivan Sabinio y Astrea! TODOS: ¡Coriolano y Roma vivan! CORIOLANO: Perdona, Veturia bella, que, si voy contra tu patria, también voy en tu defensa.
Vase
TODOS: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!
Vanse todos
Salen marchando SOLDADOS, y uno trae una bandera con las letras que han dicho los versos, y detrás SABINIO y ASTREA con espada y bengala
SABINIO: En la cumbre eminente del esquilino monte que, atalaya de todo el horizonte, empina al orbe de zafir la frente, alto haga nuestra gente hasta reconocer si tiene acaso Roma ocupada de su estrecho paso la entrada que, otra vez padrastro mío, favoreció la vecindad del río; y así, hasta que los batidores vuelvan, e informados resuelvan por dónde menos fuerte sendas abra, alto haced. UNOS: Alto, y pase la palabra.
Repítenlo OTROS
SABINIO: Ya, soberana Astrea, pisas la raya en que la luz febea del sol entre Sabinia y Roma parte jurisdicciones, pues que no sin arte interpuso por valla el bastión desa rústica muralla, que a una y otra divida, bien que en vano una y otra defendida, el día que hacerlas enemigas quiso su trato infiel. ASTREA: Ya desde aquí diviso, aunque no bien, aquélla que, ayer vil choza y hoy fábrica bella, tan elevada sube que empieza en muro y se remata en nube. ¡Oh tú de la fortuna trasmutado teatro, cuya escena, no sé si diga de piedades llena o llena de crueldades, que tal vez son crüeles las piedades, en yerto albergue dio primera cuna a aquéllos que, arrojados de ignoradas entrañas, hambrienta loba halló, que en sus montañas recién nacidos, ya que no abortados, eran espurios hijos de los hados! ¡Oh tú que, en lo voraz de su fiereza, mudando especie la naturaleza, viste, en vez de ser ellos de su hambriento furor destrozo, en cándido alimento trocar la saña, haciendo que ellos fuesen los que della al revés se mantuviesen! Si a sus pechos criados, si a su calor dormidos, si de roncos anhélitos gorgeados crecieron, arrullados a gemidos, ¿qué mucho que, bandidos, sañudamente fieros, se juntaran con otros bandoleros para vivir, sin Dios, sin fe, sin culto, del homicidio, el robo y el insulto? Desta, pues, compañía Rómulo capitán, temiendo el día de tu mudanza, a fin de resguardarse, trató fortificarse, para cuyo seguro el surco de un arado lineó muro, con ley tan inviolable que, su extremo asaltarle costó la vida a Remo. Éste fue --¡oh tú, otra vez, varia fortuna, condicional imagen de la luna!-- el origen que altiva te conserva crecida, a imitación de mala yerba. Pero ya tu castigo llega, pues llega mi valor conmigo; y así, antes que sus armas se prevengan --vengan los batidores o no vengan--, entremos en sus lindes desde luego, publicando la guerra a sangre y fuego. SABINIO: La espera, Astrea, en muchas ocasiones consiguió altos blasones. ASTREA: También la espera la perdió otras tantas, y quizá más.
Sale EMILIO
EMILIO: Dame, señor, tus plantas. SABINIO: ¿Qué hay, Emilio, de nuevo? EMILIO: Apenas a contártelo me atrevo. Por no decirte que apenas de aquestos riscos soberbios con una avanzada escuadra vencí el arrugado ceño, cuando desde la eminencia vi todo el valle cubierto de romanos escuadrones, que en buena marcha dispuestos, como iban llegando, iban tomando, unos los estrechos pasos, otros desmontando los troncos, para con ellos atrincherarse; y los otros doblándose, porque a tiempos, donde importe, el retén pueda ir reclutando los puestos. ASTREA: ¿Eso excusabas decirnos? Pues toma en albricias deso esta sortija, que yo a tener que vencer vengo.-- Manda, Sabinio, que al arma toque el ejército nuestro, antes que se fortifiquen. SABINIO: Con ese español aliento, ¿quién no ha de animarse? Vayan por los costados cubriendo en las quiebras y surtidas coseletes y flecheros a la caballería, y ella, des[f]ilada en buen concierto, procure cobrar el llano, donde, trocados los riesgos, cubra ella a la infantería, dándose las manos, puesto que las dos son los dos brazos de todo el militar cuerpo. Toca a embestir, y un caballo me dad. ASTREA: Y a mí otro; que tengo de ser la primera yo que, complacido mi esfuerzo, vea la cara al enemigo, la caballería rigiendo. SABINIO: Pues porque la infantería no vaya en el desconsuelo de ir sin ti y sin mí, seré yo quien gobierne sus tercios. ASTREA: Pues, ¡al arma! SABINIO: Pues, ¡al arma! SOLDADOS: ¿Quién no ha de seguir su ejemplo? TODOS: ¡Vivan Sabinio y Astrea!
Suenan las cajas y éntranse. Salen CORIOLANO, LELIO, ENIO, y dos SOLDADOS, con dos banderas, una roja y otra blanca, con las mismas letras
CORIOLANO: Pues el sabino resuelto, para no darnos lugar a que nos fortifiquemos, baja avanzando sus tropas, fuerza es salirle al encuentro, para no darle nosotros lugar a él a que, viniendo como viene, desfilado, pueda, vencido lo estrecho, doblarse en lo llano. Ea, generoso invicto Lelio, pues, cabo de la nobleza, la vanguardia en el derecho costado te toca, ocupa tu lugar. LELIO: En él ofrezco morir --que una cosa es callar yo mis sentimientos y otra que mi honor no diga que es mío--. Tremole el viento la siempre roja bandera del Senado, con el nuevo jeroglífico, a quien sigan todos mis parciales.
Vase
CORIOLANO: Enio, tú en el siniestro costado tu lugar toma; que en medio del cuerpo de la batalla quedo yo, distribuyendo los órdenes, porque acuda donde convenga el refuerzo. ENIO: Despliegue también al aire su blanca bandera el pueblo, que no es el que menos sabe dar victorias a sus reinos.
Vase. Suenan cajas, y dentro ruido de armas [y voces]
UNOS: ¡Arma, arma! OTROS: ¡Guerra, guerra! UNOS: ¡Fuertes sabinos, a ellos! OTROS: ¡A ellos, valientes romanos! CORIOLANO: Ya los unos descendiendo, y ya subiendo los otros, en el más fragoso seno del monte, a medir las armas llegan entrambos encuentros. Disputada la batalla crece, conque al sol cubriendo nubes de plumas las flechas, tempestad parece, siendo del eclipse de sus rayos cajas y trompetas truenos, de quien relámpagos son las chispas de los aceros. Todo es horror, todo es grima, todo asombro, todo incendio. UNOS: ¡Avanza, caballería, antes que en nuestro terreno llegue a doblarse la suya. OTROS: ¡A ellos, sabinos! TODOS: ¡A ellos!
Suena la caja
CORIOLANO: ¿Qué es aquello? ¡Ay infelice!. que a lo que desde aquí veo, parece que, recargados vuelven a perder los nuestros los puestos que habían ganado. ¡Ea, fortuna, ya es tiempo de que todo lo perdamos o que todo lo ganemos! Síganme todas las tropas en batallones y tercios, pues no hay más órdenes ya que dar, que morir resueltos. ¡Volved, soldados, volved!, que ya voy a socorreros. Piérdase la vida, y no la fama.
Vase. Suenan las cajas y ruido, y sale como despeñada ASTREA
ASTREA: ¡Valedme, cielos! Que, desbocado el caballo, con no matarme, me ha muerto, si hay quien piense que el salir de la batalla fue huyendo; y no fue, sino que el hado o tarde o nunca el contento cumplido dio, bien que en vano hoy de su rigor me quejo, pues tampoco dio cumplida la desdicha el día que, habiendo vencido la cumbre al monte, al descender de su centro, corriendo por intrincados riscos el bruto soberbio, no me echó de sí, hasta que trocó de un tronco el tropiezo al golpe de la caída la amenaza del despeño. Con que, aunque rendida, aunque fatigada, en un desierto triste y sola me halle, a causa de que los que me siguieron y no alcanzaron, perdida de vista, sin mí habrán vuelto; con todo eso el quedar viva es tan natural consuelo que, siendo el vivir lo más, todo lo demás es menos.
Suenan las cajas
Y así, a pesar del cansancio, pues para elegir no hay medios, procure hallar senda que me vuelva a mi gente, puesto que, para servir de norte, me basta el confuso estruendo que, sin decirme en qué estado la batalla está, a lo lejos me está diciendo que dura, en mal pronunciados ecos. Por esta parte parece que el enmarañado seno da menos fragoso paso; seguir la vereda quiero, no en vano, pues a lo inculto quitado el impedimento, ya descubro la campaña y en ella, o miente el deseo o son nuestras las banderas que miro. Sin duda, cielos, la victoria consiguió Sabinio, puesto que veo en su rotulado enigma tremolar el blasón nuestro destotra parte del monte. Pues ¿qué aguardo? Pues ¿qué espero? ¡Oh si fuera verdad que tiene alas el pensamiento, para llegar a los brazos de Sabinio, y darle en ellos de mi vida y su victoria dos parabienes a un tiempo!
Vase. Salen CORIOLANO, LELIO, ENIO y SOLDADOS con las banderas
TODOS: ¡Victoria por el invicto heroico caudillo nuestro! LELIO: No sé qué gracias te deba dar nuestro agradecimiento; pues cuando, casi perdidos nos hallábamos, tu esfuerzo bastó a que el sabino vuelva desbaratado y deshecho. ENIO: ¿Qué gracias podemos dar que sean bastante aprecio a quien supo disponer el socorro a tan buen tiempo que, derrotado el contrario, quedase el campo por nuestro? CORIOLANO: Vuestro fue el valor y mía la dicha de llegar presto. Y por partirla contigo, a llevar las nuevas, Lelio, desta victoria al Senado ve, en tanto que yo prevengo que las fortificaciones, para que antes no hubo tiempo, prosigan, por si otra vez, reforzándose de nuevo, vuelve, no desprevenidos nos halle. LELIO: Tus manos beso por ese honor, y no tanto por las albricias le acepto, cuanto porque se prevenga el aparatoso obsequio del triunfo que debe hacer Roma a tu recibimiento.
Vase
TODOS: ¡Victoria por el invicto heroico caudillo nuestro!
Sale ASTREA
ASTREA: ¿Victoria por el invicto heroico caudillo nuestro? ¿Quién duda que por mi esposo es la aclamación, supuesto que son suyas las banderas que ya de más cerca veo? Pues ¿qué aguardo?-- Generosos sabinos, a cuyos hechos faltan a la fama bronces, faltan láminas al tiempo, mil veces enhorabuena sea el alto vencimiento desos aleves romanos, y guïadme donde dellos victorioso vea a mi esposo. CORIOLANO: Hermoso prodigio bello, cuyo revesado enigma ni le alcanzo ni le entiendo, ¿cómo a los romanos llamas sabinos? Y ¿cómo, luego, dando a quien no te oye el lauro, das a quien te oye el desprecio? ASTREA: Luego ¿estos timbres no son de Sabinio? CORIOLANO: No; que, huyendo, segunda vez derrotado a Roma la espalda ha vuelto. ASTREA: Luego ¿esas banderas son ganadas? CORIOLANO: Tampoco es eso, sino que, pues preguntaron las suyas que "quién al pueblo sabino resistiría?" con sus caracteres mesmos "Senado y pueblo romano" las nuestras le respondieron. ASTREA: ¡Ay infelice de mí! Que el equívoco me ha muerto. CORIOLANO: Quizá te ha dado la vida, puesto que has llegado a puerto donde las mujeres tienen, con franca escala el respeto, cortesanos pasaportes de inviolables privilegios. ¿Quién eres, pues, y qué causa engañada te trae? ASTREA: (¡Cielos, Aparte perdida estoy si se sabe quién soy! ¡Válgame el ingenio!) Astrea, española Palas, añadiendo al sentimiento del robo de sus matronas el de levantar el cerco que puso a Roma en venganza suya su esposo, hizo extremos tales que, hasta persuadirle a que volviese de nuevo a sitiarla, no dejó de instarle, valida a tiempos de la maña del cariño o de la fuerza del ceño. No en esto solo paró su generoso ardimiento, sino que en persona había ella de venir, a efecto de que agravio de mujeres a mujer le toca el duelo. Entre las damas que trajo en su servicio... CORIOLANO: El acento suspende, detén la voz. ASTREA: Pues ¿por qué? CORIOLANO: Porque no quiero saber más de que eres dama de Astrea. ASTREA: (Sin duda hoy muero, Aparte vengándose della en mí.) CORIOLANO: ¡Enio! ENIO: ¿Señor? CORIOLANO: Al momento manda poner el caballo mejor que en mi estala tengo; monta en otro, y nombra una escolta de hasta otros ciento, con un trompeta, que vaya contigo.
Vase ENIO
ASTREA: (¡Ay de mí, que esto Aparte mira a enviarme prisionera a Roma!) SOLDADO 1: Por si entre ellos nos nombra, vamos tras él. SOLDADO 2: Vamos, y sea diciendo... TODOS: ¡Victoria por el invicto heroico caudillo nuestro! ASTREA: (¡Ay, Sabinio, si esto vieras, Aparte cuál fuera tu sentimiento!) CORIOLANO: (¡Ay, Veturia, cuál sería tu gozo si vieras esto!) ASTREA: (Mas no me dé por vencida; Aparte prosiga, hasta ver si puedo moverle a lástima.) Astrea, en quien vasallaje y deudo en mi fortuna afianzaron repetido el valimiento, entre las demás que trajo, vuelvo a decir... CORIOLANO: También vuelvo a decir yo que suspendas acento y voz. ASTREA: Pues ¿no tengo de decir....? CORIOLANO: Nada hay que digas. ASTREA: ¿...que entrando ella...? CORIOLANO: Es vano intento. ASTREA: ¿...en la lid...? CORIOLANO: Porfías en balde. ASTREA: ¿...yo...? CORIOLANO: No más. ASTREA: ...en seguimiento suyo... CORIOLANO: Basta. ASTREA: ...mi caballo, roto el alacrán del freno... CORIOLANO: No te canses. ASTREA: ...me arrojó adonde...? CORIOLANO: ¿De qué provecho es que quieras tú decirlo, si yo no quiero saberlo? ASTREA: (¡Oh qué clara mi desdicha Aparte dice su desabrimiento!) ENIO: Ya está todo prevenido. CORIOLANO: Ahora verás que no tengo más que saber que saber que vienes, bello portento, en el servicio de Astrea. Ponte a caballo.-- Y tú, Enio, de convoy la retaguardia de su ejército siguiendo ve, hasta que haga, recobrado, alto, o tome alojamiento; y en dándole vista, haz alto tú también, haciendo seña de paz y llamada. Con que es fuerza que, viniendo algún cabo principal a parlamentar, tu intento sepa, que es ir convoyando a esta dama. Con que, en viendo que ella conoce a su gente y que quedando con ellos, queda a su satisfacción, en seguro salvamento, sin más esperar, la rienda vuelve. Y mira que te advierto que ni a ella ni a ellos les digas quién soy. ASTREA: ¿Qué es lo que oigo, cielos? ¿A mi patria me envías? CORIOLANO: Sí; que los generosos pechos lidiamos porque lidiamos, mas no nos aborrecemos para las cortesanías. ASTREA: Deja que a tus pies... CORIOLANO: No extremos hagas; que no hay que estimarme lo que hago yo por mí mesmo. Parte, pues, y dile a Astrea que un romano caballero apenas oyó su nombre en tus labios cuando, atento a la estimación, al culto, al decoro y al respeto que debe a la majestad de tan generoso dueño, te estimó por prenda suya, principalmente sabiendo que vienes en su servicio; y porque un punto, un momento no faltes dél, te remite a excusar el sentimiento de echarte menos, que eres tú muy para echada menos. Y perdóname no ser yo el que te vaya sirviendo, porque no puedo faltar de aquí. ASTREA: Ya que te merezco tan gran fineza, merezca saber a quién se la debo. CORIOLANO: Eso no; que has de ir deudora aun del agradecimiento. ASTREA: Ya que tú no me lo digas, quizá me lo dirá el tiempo. CORIOLANO: Pues no le pierdas ahora, si le habrás menester luego. Parte, pues. ENIO: Ya allí el caballo te espera. ASTREA: Sí haré, supuesto que el don del liberal, cuando le recibo, le agradezco. CORIOLANO: Pues, adiós, hermosa dama. ASTREA: Adiós, cortés caballero. Y cree de mí... CORIOLANO: Y cree de mí... Vete en paz. ASTREA: Guárdete el cielo.
Vanse. Salen LELIO y PASQUÍN
LELIO: Pasquín, pues que ya al Senado cuenta di de la victoria y, atento a tan alta gloria, a Coriolano ha enviado orden de que al punto venga para, liberal con él, ceñirle el sacro laurel, que es bien que por premio tenga, dime, ya que tú no fuiste al campo, ¿qué novedad en mi ausencia en la ciudad ha habido, y en qué consiste que a ninguna mujer veo en calle, puerta o ventana? PASQUÍN: Consiste en no tener gana de ser vistas sin aseo. LELIO: ¿Sin aseo? Eso no entiendo. PASQUÍN: Pues fácil es de entender que no quiera una mujer parecer, no pareciendo. LELIO: ¿Enigmas hablas conmigo? PASQUÍN: ¡Pluguiera a Dios que lo fueran! Que ellas te lo agradecieran, y a mí el que no te las digo. LELIO: Pues hásmelo de decir. PASQUÍN: Sí haré, mas con calidad de que creas que es verdad cuanto te he de referir, y no ficción. LELIO: Sí creeré. PASQUÍN: Pues con eso va de historia. Aquí, apuntador, memoria tu anacardina me dé. Viendo el Senado que había el siempre absoluto imperio de las mujeres ganado tanto en Roma los afectos que dio causa al enemigo para olvidarse soberbio, con nuestro presente ocio, de su pasado escarmiento, y que no sólo era el daño, divertidos en festejos, estragar de la milicia el antiguo valor nuestro, mas también de los haberes el caudal, por los excesos de sus galas, de que ellas usaban tan sin acuerdo que, de bizarros, sus trajes se pasaban a no honestos; y viendo cuán principal parte es, en fe del aseo, para ser imán del alma, el artificio del cuerpo, pues la no hermosa con él disimula sus defectos y la hermosa con aliño da a su perfección aumento, una ley ha publicado en que manda, lo primero, que no sean admitidas a los militares puestos ni políticos, negadas a cuanto es valor e ingenio; que ninguna mujer pueda del hábito que hoy trae puesto mudar la forma, inventando por instantes usos nuevos; y que, para renovarlos, haya de ser con precepto de que sean propias telas, sin géneros extranjeros, oropel del gusto, mucho brillante y poco provecho, y éstas sin oro y sin plata; ni usar tampoco de pelo que propio no sea, de afeites, baños, perfumes ni ungüentos; y que, pues hidalgas son, no sólo no nos den pechos, pero ni pechos ni espaldas; y en fin lo que más sintieron fue que no salgan en coches a los públicos paseos, ni permitan en sus casas banquetes, bailes ni juegos; con que no quedó mujer que no confesase luego al potro del desengaño las culpas del embeleco: las flacas, que a pura enagua sacaban para sus huesos cuanta carne ellas querían de en casa de los roperos, volvían a ser büidas; las gordas, que atribuyeron a sobras de lo abrigado las faltas de lo cenceño, se volvieron a ser cubas; y sin tinte en los cabellos las viejas a ser palomas, las morenas a ser cuervos. Ya todas la verdad dicen, ya son todas las que vemos, porque la gala, "afufón," el artificio lo mesmo, el arrebol, ni por lumbre, el solimán, ni por pienso, los islanes, "abrenuncio," los sacristanes, "arredro," los alcanfores son chanza, las blandurillas son cuento, la clara de huevo, "tate," el resplandor quedo, quedo, el albayalde, "exi foras," la neguilla, "vade retro." Y, en fin, para no cansarte, paso entre paso se fueron los escotados al rollo y los jaques al infierno, con que, para no ser vistas, unas y otras se escondieron, desengañadas de que para más no las habemos menester que para hilar, coser y echar un remiendo. LELIO: No sé, Pasquín, qué te diga de cuanto...
Dentro tocan cajas y atabalillos
Mas ¿qué es aquello? TODOS: ¡Victoria por el invicto heroico caudillo nuestro! PASQUÍN: Es que el Senado ha salido de la ciudad a las puertas, para Coriolano abiertas, donde esperarle ha querido, para que en ostentación del aplauso que han ganado las insignias que el Senado le dio por aclamación, con ellas quieren llevarle de Roma al gran Capitolio, en cuyo eminente solio el sacro lauro han de darle que a la victoria campal pertenece. LELIO: Fuerza es acompañarle yo, pues, aunque otra lid desigual lucha en mí, no es tiempo ya de ella, pues contrapesó el socorro que me dio a la envidia que me da. Con que en uno y otro muestro que ni uno ni otro permito. TODOS: ¡Victoria por el invicto heroico caudillo nuestro!
Tocan las chirimías y atabalillos, y salen por un lado CORIOLANO y SOLDADOS, y por otro el ACOMPAÑAMIENTO que pueda con las banderas, uno con un laurel en una fuente, otro con bastoncillo en otra, otro con un estoque en medio desnudo al hombro, y detrás AURELIO y FLAVIO
AURELIO: En hora dichosa vean (¡ay hijo del alma mía!) mis canas el fausto día de tu aplauso, y en él sean del fénix mis regocijos, de hoy en su edad desengaños, pues la hoguera de los años es la virtud de los hijos. FLAVIO: En hora dichosa vengas, valeroso Coriolano, donde del pueblo romano el merecido don tengas que tal victoria merece. CORIOLANO: A uno y otro doy los brazos, por ser prisiones sus lazos que mi humildad os ofrece.-- (En fin, no has de dar, Fortuna, cumplido ningún deseo, pues a Veturia no veo, ni aun otra mujer alguna, por calles y plazas.) AURELIO: Ven donde honrado entre nosotros el pueblo te vea. FLAVIO: Vosotros repetid el parabién. TODOS: ¡Victoria...
Sale VETURIA
VETURIA: No prosigáis en decir "por el invicto heroico caudillo nuestro;" que no es de ese nombre digno. TODOS: ¿Qué es esto, Veturia? VETURIA: Es que en público el valor mío se atreve a hablar, pues habló en público vuestro edicto. Que no es digno de ese honor Coriolano, otra vez digo, ni en vosotros para dado, ni en él para recibido; porque siendo las mujeres el espejo cristalino del honor del hombre, ¿cómo puede, estando a un tiempo mismo en nosotras empañado, estar en vosotros limpio? No blasonéis, pues, soldados, en la rota del sabino, de que venís con honor; que si valientes y altivos allá le dejáis ganado, acá le hallaréis perdido. Inútil os fue el valor, poco provechoso el brío, la resolución sin logro y sin efecto el peligro, pues [nada lográis quedando] ya de nosotras mal vistos; que si, en fe de apetecidas, vuestro agasajo nos hizo que descansase la queja a la sombra del cariño, ¿qué mucho que, despreciadas, al contrario, el albedrío, que fue dócil al halago, sea rebelde al desvío? Como esposas nos tratasteis, nobles, corteses y finos; pues ¿cómo ya como esclavas nos tratáis, con tal dominio que en mujeriles adornos aun no nos dejáis arbitrio? No lo sentimos por ellos; que por lo que lo sentimos es la desestimación, el desdén, el descariño, el ultraje, el ajamiento; que si el mundo en su principio nos privó (quizá de miedo) del uso de armas y libros, no del uso nos privó de aquel aplicado aliño con que la naturaleza se vale del artificio. Pues ¿cómo, siendo heredados, contra el natural estilo canceláis de las mujeres los privilegios antiguos? ¿Qué bruta nación, adonde nunca llegar han podido ni la política en leyes, ni la república en juicios; ¿qué adusto bárbaro, a quien tostó ardiente, erizó esquivo el sol la tez en ardores y el aire la greña en rizos, les negó la adoración del humano sacrificio de ser ellas las rogadas y ser ellos los rendidos, cuanto más la urbanidad de los comercios que, dignos, sin deslizarse a indecentes, se mantienen en festivos? Las mujeres, a quien deben primer albergue nativo los hombres y a quien los hombres en dos maneras han sido tan costosos al nacer, y al criarse tan prolijos, ¿han de vivir abatidas a vista de quien las quiso o lo dijo, por lo menos, pues basta ver que lo dijo para ver cuán desairados estar todos es preciso, vosotros con vuestras damas, y Coriolano conmigo? Y así yo, en nombre de todas, en ira envuelta el sentido, la lengua anegada en quejas, la voz ardiendo en suspiros, brotado el aliento en rayos, destilado el llanto en hilos, sin puntualidad la gala, sin preceptos el aliño, sin ley vagando el cabello, sin orden puesto el vestido, vuelvo a que, en nombre de todas, digo a todos lo que a él digo. Por noble, pues, Coriolano, por galán, por entendido, por cortesano en la paz, en la guerra por invicto, o por hombre solamente (que harto con esto te obligo), si como dama, te ruego y como esclava, te pido que aquesta infamia derogues, haciendo que su designio se borre de la memoria y se escriba en el olvido. Y si acaso a esta fineza, de cobarde o de remiso, no te dispone lo amante, no te resuelve lo fino, yo de mi parte a ti solo y a todos os lo repito de parte de las demás; protesto, juro y afirmo (por esa antorcha del día que con afán repetido se apaga al morir en ondas, se enciende al nacer en visos) que ha de ser siempre en nosotras, si no hacéis lo que os pedimos, el agasajo forzado, poco seguro el cariño, el favor poco constante, el desabrimiento fijo, triste y escabroso el lecho, el gusto forzado y tibio, con melindres la fineza, el halago con retiros, siempre el enojo rebelde, nunca seguro el alivio. Y cuando aquesto no baste, monstruos somos vengativos. Temed, pues, temed que el odio quizá se pase a peligro; que en manos de las mujeres también, con violentos bríos, saben herir los puñales, saben cortar los cuchillos. Y cuando no, ser sus ojos, viendo el adagio cumplido, de que las mujeres somos milagros y basiliscos.
Vase
CORIOLANO: Oye, espera. FLAVIO y AURELIO: ¿Dónde vas? CORIOLANO: Tras el imán que, atractivo móvil del alma, arrastrados lleva todos mis sentidos. AURELIO: Si a efecto es de castigar los oprobios que te ha dicho, eso al Senado le toca. CORIOLANO: Tan contrario es el motivo, que es a poner en sus sienes el laurel que he merecido, porque en ella, presentados como propios mis servicios, en fe dellos, se derogue tan escandaloso edicto. FLAVIO: Nunca el Senado deroga la ley que ya una vez hizo. CORIOLANO: Pues derogaréla yo, publicando en otra a gritos que obedecida no sea. AURELIO: Hijo, mira... CORIOLANO: Nada miro. AURELIO: Que eso es perderte. CORIOLANO: Perdida Veturia, ¿qué más perdido?-- Quien fuere de mi sentir, en que no se vea ofendido el honor de las mujeres, me siga.
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UNOS: Ya te seguimos a ti por caudillo nuestro, y a ellas por nosotros mismos. FLAVIO: Ciudadanos, a impedir su arrojo, venid conmigo.
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LELIO: (No es mala ocasión, envidia, de acriminar su delito.) ¡Romanos, viva el Senado!
Repítenlo UNOS
LELIO: ¡Y muera quien a su edicto se opone!
Repítenlo OTROS. [Habla dentro CORIOLANO]
CORIOLANO: ¡De las mujeres vivan los fueros antiguos! AURELIO: Dividida en bandos toda Roma está. ¿Quién en conflicto igual se vio, de una parte mi cargo, de otra mi hijo? ¡Oh apetecidos venenos! ¡Oh familiares hechizos! ¡Oh dulce encanto! ¡Oh mujeres, nunca acá hubierais venido!

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

Las armas de la hermosura, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002