AMADO Y ABORRECIDO

Pedro Calderón de la Barca

Texto basado en las COMEDIAS DE DON PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, ed. Juan Jorge Keil (Leipzig, 1830), tomo IV. Fue editado en forma electrónica por David Hildner y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen por una parte DANTE, y por otra AURELIO
AURELIO: ¿Dónde queda el rey? DANTE: Detrás de esos ribazos le dejo, en el alcance empeñado de un jabalí, cuyo riesgo veloz Aminta su hermana sigue también. AURELIO: Según eso, ocasión será de que concluyamos nuestro duelo, con la novedad que está citado. DANTE: Para ese efecto esperando estaba a vista de este edificio soberbio. AURELIO: Pues llegad; solos estamos. DANTE: ¡Ah del soberano centro donde aprisionada vive toda la región del fuego! AURELIO: ¡Ah de la divina esfera del sol más hermoso y bello que, a pesar de opuestas nubes, abrasa con sus reflejos! DANTE: ¡Ah del alcázar de amor! AURELIO: ¡Ah del abismo de celos! DANTE: ¡Patria de la ingratitud! AURELIO: ¡Monarquía del desprecio! AURELIO y DANTE: ¡Ah de la torre!
En lo alto salen NISE y FLORA
FLORA y NISE: ¿Quién llama... NISE: ...tan sin temor... FLORA: ...tan sin miedo a estos umbrales? DANTE: Decid a vuestro divino dueño... AURELIO: Decid a la soberana deidad de ese humano templo... DANTE: ...que a ese mirador se ponga. AURELIO: ...que salga a esa almena. IRENE: ¡Cielos! ¿Quién para tanta osadía ha tenido atrevimiento? ¿Quién aquí da voces? AURELIO y DANTE: Yo. IRENE: Ya con dos causas, no menos que antes extrañé el oíros, habré de extrañar el veros, no tanto porque del rey atropelléis los decretos, no tanto porque de mí aventuréis el respeto, rompiendo el coto a la línea de mi espíritu soberbio, cuanto porque acrisoléis la ingratitud de mi pecho, que a par de los dioses juzga lograr mármoles eternos. Si de por sí cada uno, aun en callados afectos que apenas a estos umbrales llegaron, cuando volvieron castigados y no oídos, examinó mis desprecios, ¿qué hará, unido de los dos, ahora el atrevimiento? ¿Qué pretendéis? ¿Qué intentáis? Y ¿con qué efecto, en efecto, llegáis aquí? ¿Para qué me dais voces? AURELIO y DANTE: Para esto.
Sacan las espadas
AURELIO: Que si de ambos ofendida estás, ambos pretendemos, con librarte de una ofensa, ganar un merecimiento. DANTE: Y porque de su valor quede el otro satisfecho, queremos que seas testigo tú misma de nuestro esfuerzo. AURELIO: Ya partido el sol está, pues el sol nos está viendo. DANTE: Yo, porque no esté partido, lidiaré por verle entero.
Riñen
IRENE: Tened, tened las espadas; templad los rayos de acero; mirad que aun el vencedor la esgrime contra sí mesmo, pues no es menor el peligro de vivir que quedar muerto.
Siguen riñendo
AURELIO: ¡Qué valor! DANTE: ¡Qué bizarría! IRENE: Llamad quien de tanto empeño el riesgo excuse. NISE: ¡Ah del monte! FLORA: ¡Cazadores y monteros del rey!
Dentro
VOZ: De la torre llaman. Acudid, acudid presto. AURELIO: ¡Que no acabe con tu vida! DANTE: ¡Que dures tanto!
Salen el REY y gente
REY: ¿Qué es esto? AURELIO y DANTE: Nada, señor. IRENE: (Las almenas Aparte dejaré. Y pues al rey tengo tan cerca de mí, han de hablarle claros hoy mis sentimientos.)
Vase
REY: ¿Qué es esto?, digo otra vez; y no ya porque pretendo que afectado el disimulo desvelar quiera el intento, sino porque ya empeñado estoy en que he de saberlo. ¿Qué es esto, Dante? DANTE: Señor, no lo sé. REY: ¿Qué es esto, Aurelio? AURELIO: Tampoco sabré decirlo. REY: ¡Oh, qué recato tan necio y tan fuera de que llegue a conseguirse! Y, supuesto que lo he de saber, mirad que casi toca el silencio en especie de traición. DANTE: A esa fuerza... AURELIO: A ese precepto... DANTE: ...la causa, señor... AURELIO: ...la causa... REY: Decid. DANTE: ...es amor. AURELIO: ...son celos. REY: Aunque celos y amor sea respuesta bastante, puesto que ellos son de acciones tales culpa disculpada, quiero más por extenso informarme de la causa porque, siendo, como sois, en paz y en guerra los dos polos de mi imperio, con quien igual he partido la gravedad de su peso,
A DANTE
valeroso tú en las armas,
A AURELIO
político tú al gobierno, no es justo, habiendo llegado yo, dejar pendiente el duelo para otra ocasión; y así he de informarme, primero que le ajuste, de la causa que tenéis. DANTE: Yo fío de Aurelio tanto, señor --porque al fin, sobre ser quien es, le tengo por competidor y mal, sin ser noble, podía serlo--, que lo que él diga será la verdad; y así te ruego la oigas dél, pues cuando no estuviera satisfecho de su valor y su sangre, por no decirla yo, pienso que me dejara vencer, aun en lo dudoso, a precio de que mi voz no rompiera las cárceles del silencio. AURELIO: Cuando no me diera Dante licencia de hablar primero, la pidiera yo, porqué tan obediente al precepto de tu voz estoy que, al ver que tú gustas de saberlo, aunque es mi afecto tan noble como el suyo, hiciera menos en callarlo que en decirlo. Y es fácil el argumento, pues en materias de amor siempre calla un caballero y no siempre un rey pregunta. DANTE: Dices bien, y yo me alegro que en callar y hablar los dos tan de un parecer estemos que, hablando tú y yo callando, quedemos los dos bien puestos. AURELIO: Un día, señor...
Salen AMINTA y damas
AMINTA: Hermano, ¿qué es la causa que te ha hecho dejar la caza y venir otra novedad siguiendo? REY: De Aurelio, Aminta, lo oirás, pues que llegas a buen tiempo. DANTE: (No llega sino a bien malo.) Aparte REY: Prosigue, pues. AURELIO: Oye atento. Un día, señor, que a caza saliste a este sitio ameno, y yo contigo, llamado de la ladra de sabuesos y ventores, que lidiaban con un jabalí en lo espeso del monte, di de los pies a un veloz caballo, a tiempo que impacientes dos lebreles, por llegar a socorrerlos, antes que de la traílla les diese suelta el montero, le arrastraban por las breñas, de suerte libres y presos que, con cadena y sin tino, iban atados y sueltos. Pasaron por donde estaba y, enredándose ligeros entre los pies del caballo, desatentado y soberbio con ellos lidió, hasta que, mal desenlazado de ellos, el eslabón a un collar rompió, y la obediencia al freno, tal que de una en otra peña, sin darse a partido al tiento de la rienda, disparó, hasta que, chocando ciego con lo espeso de unas jaras, perdió, con el contratiempo, tierra tan dichosamente que, él embazado y yo atento, desamparamos iguales yo la silla y él el dueño. Aquí, al cobrarle la rienda, se enarboló en dos pies puesto y, llevándome tras sí, partimos los elementos, pues el mar de mi sudor y de su cólera el fuego, dejándome con la tierra, le vieron ir con el viento. Solo y a pie en la espesura, ni bien vivo ni bien muerto, sin saber dónde, quedé. Preguntarásme a qué efecto, hablándome tú en mi amor, te respondo yo en mi riesgo. Pues escucha; que no acaso te he contado todo esto; porque, hallándome, según dirá después el suceso, dentro del vedado coto que tienes, gran señor, puesto a la libertad de Irene, fue justo decir primero la disculpa con que yo romperle pude, supuesto que fue por culpa de un bruto; que no pudieran con menos violento acaso quebrar mis lealtades tus preceptos. Solo y a pie, como he dicho, sin norte, sin guía, sin tiento, me hallé en la inculta maleza, las vagas huellas siguiendo de las fieras que, perdidas tal vez, tal cobradas, dieron conmigo en la verde margen de un cristalino arroyuelo que, del monte despeñado, descansaba en un pequeño remanso, y para correr paraba a tomar esfuerzo. ¡Oh cómo sin elección del humano entendimiento sabe mostrarse el peligro, sabe sucederse el riesgo! Dígalo yo; pues llevado de mí sin mí, discurriendo al arbitrio del destino --que homicida de sí mesmo, sin saber dónde guía, sabe dónde está el peligro, haciendo de las señas del escollo seguridades del puerto--, me vi, cuando juzgué a vista de los descansos, oyendo de no sé qué humana voz los mal distintos acentos, y tan lejos del alivio que, áspid engañoso el eco, en las lisonjas del aire escondía su veneno. Estaba en la verde esfera del más intrincado seno, tejido coro de ninfas como guardándole el sueño a una deidad, recostada en el apacible lecho que de flores, yerba y rosa estaba el aura mullendo. No te quiero encarecer su perfección; sólo quiero, para disculpa, que sepas que vi y amé tan a un tiempo que, entre dos cosas no pude distinguir cuál fue primero, pues juzgo que volví amando aun antes de llegar viendo. Apenas entre las ramas el templado ruido oyeron de las hojas que movía la inquietud de mi silencio cuando todas asustadas por las malezas huyeron del monte. Quise seguirlas, mas no pude; que, resuelto delante un guarda me puso el arcabuz en el pecho, diciéndome que me diese a prisión, por haber hecho contra las órdenes tuyas tan notable atrevimiento como haber roto la línea de aquese vedado cerco. Dije quién era y la causa, a cuya disculpa atento, disimulando conmigo, guïó mis pasos, diciendo lo que yo le dije a Dante después, de cuyo secreto vino a originarse en ambos la ocasión de nuestro duelo, que fue que aquel bello asombro, aquel hermoso portento, era Irene. REY: Calla, calla, no prosigas; que no quiero saber que traidor tu engaño adora lo que aborrezco. Mujer, enemiga mía, sangre aleve de quien... (Pero Aparte ¿a mí puede destemplarme tanto ningún sentimiento?) ¿Es ella, Dante, también la que tú adoras? DANTE: Supuesto que yo el secreto no he dicho, poco importa del secreto que diga la circunstancia. Sí, señor, pero advirtiendo... (Perdone Aminta.) Aparte AMINTA: (¡Ay de mí! Aparte ¿Qué escucho?) DANTE: ...que fue primero... AMINTA: (¡Ah, ingrato amante!) Aparte DANTE: ...mi amor... REY: ¿Qué? DANTE: ...que tu aborrecimiento. REY: ¿Primero tu amor? Prosigue. ¿De qué suerte? DANTE: Escucha atento. Lo que por mayor supiste sabrás por menor; que temo, por obligar lo que adoro, enojar lo que aborrezco. AMINTA: (¡Oh, quiera Amor que yo pueda Aparte reprimir mis sentimientos!) DANTE: Lidógenes, rey de Egnido, tributario del imperio de Chipre, que largos años te deje gozar el cielo, en campaña contra ti puso sus armas, diciendo que no había de pagarte aquel heredado feudo que a tu corona tributan los avasallados reinos que el Archipiélago baña, porque el de Egnido era esento a causa de no sé qué mal honestados pretextos, que no me toca argüirlos, aunque me tocó vencerlos. Tú indignado preveniste tus armadas huestes, siendo yo su general, a quien honraron con este puesto siempre, señor, tus favores más que mis merecimientos. Con ellas, pues, salí en busca de tu enemigo; y, supuesto que sabes que le vencí, sólo en esta parte quiero, por lo que al suceso toca, eslabonar el suceso. Y así diré solamente que aquel día en que vi puesto de la fortuna al arbitrio todo el poder de tu imperio, fauto para mí e infausto fue, pues me vi a un mismo tiempo ser vencedor y vencido, cuando, en fuga el campo puesto de Lidógenes, que iba desbaratado y deshecho, entre el bélico aparato de tanto marcial estruendo, tanto militar asombro reconocí un caballero que a todos sobresalía por ser su arnés un espejo en quien se miraba el sol, que, blandiendo herrado el fresno, la sobrevista calada, en un bruto tan ligero que pareció que volaba con las plumas de su dueño, de las desmandadas tropas que iban por el campo huyendo el desorden reducía, valiente, animoso y diestro, solicitando rehacerlas para empeñarlas de nuevo, por ver si así mejoraba de fortuna en el reencuentro. Puse en él los ojos y él, adivinando mi intento, que a veces el corazón habla de parte de adentro, saliéndome al paso, hizo elección de mejor puesto, ocupando de un ribazo la loma, cuyo terreno, algo pendiente, le hacía ventajoso, donde habiendo proporcionado a su juicio la distancia del encuentro, pasó de la cuja al ristre la lanza con tal denuedo que, hecho a la mano el caballo, sin esperar el acuerdo de la espuela, para mí partió tan galán, tan diestro que diera miedo a cualquiera que hubiera de tener miedo. Yo, que sobre el mismo aviso estaba, habiendo primero reparado mi caballo, por ganarle algún aliento, al verle partir, partí tan igual con él que entiendo que, a haber medio entre los dos, el choque dijera el medio. Entre baberol y gola el asta me rompió, a tiempo que yo de la gola arriba la mía rompí, subiendo en átomos, no en astillas, tal altos entrambos fresnos que, de la región del aire pasándose a la del fuego, por encenderse, tardaron en caer o no cayeron. Mal afirmado en la silla quedó un rato porque, haciendo en las grabazones presa el trozo último del cuento se llevó con el penacho, falseando el tornillo al yelmo, la sobrevista tras sí, de manera que, volviendo a recobrarse en el torno, empuñanado el blanco acero, a buscarme y a buscarle, le vi el rostro descubierto, en cuya rara hermosura, en cuyo semblante bello suspendido y admirado, juzgué que, Adonis con celos de Marte, pretendía dar satisfacciones a Venus de que lo hermoso no sólo es en las cortes soberbio. Embistióme, pues, segunda vez, en cuyo trance creo que quedara victorioso, según yo estaba suspenso, si, tropezando el caballo --quizá fue en mi pensamiento, pues yo se le eché delante--, con él no diera en el suelo, de cuyo acaso gozando, me hallé vencedor en duelo tan dudoso que quedamos uno de otro prisionero, él de mi esfuerzo, mas yo de su hermosura y su esfuerzo. Retiráronle a mi tienda, y fui el alcance siguiendo hasta que, ya coronado de despojos y trofeos, canté la victoria, y más cuan[d]o, a mis reales volviendo, supe al entrar en mi tienda que el hermoso prisionero que en ella estaba era..
Salen IRENE, CLORI y LAURA
IRENE: Yo, que llegar, señor, no temo a tus pies, gozando de esta ocasión que hoy me da el cielo, porque sé que en tus enojos nada aventuro, supuesto que no aventuro la vida, porque es la que yo no tengo. Y así, pues he de morir sepultada en mi silencio, muera anegada en mi llanto, y débate por lo menos, en albricias de mi muerte, el estarme un rato atento. Hija soy de Lidógenes de Egnido isla del Archipiélago que, ufana, como ésta a Venus consagrada ha sido, aquélla consagrada fue a Dïana, de cuyo opuesto rito ha procedido entre las dos la enemistad tirana que las mantiene en iras y rencores, hija de olvidos una, otra de amores. A aquesta causa aborrecidos creo que siempre unos isleños de otros fuimos; y así no hay que buscarle nuevo empleo a nuestra enemistad, pues siempre vimos que, opuesto el culto, opuesto está el deseo; con que unos y otros al nacer hicimos callados homenajes en la cuna de aborrecer nuestra mejor fortuna. Este, pues, heredado horror, que vario el tiempo no borró de la memoria, engendró en nuestra gente el temerario pretexto de negarte aquella gloria de que su rey te fuese tributario; y aunque declare el cielo la victoria en tu favor, nos queda por consuelo creer que tuvo otro motivo el cielo. Pues no siempre sus orbes celestiales, no siempre sus luceros, sus estrellas, árbitros de los bienes y los males, lo mejor distribuyen que hay en ellas, porque importa tal vez que desiguales los dioses oigan mal nuestras querellas y, siendo su instrumento el enemigo, injusticia parezca el que es castigo. Y así, dejando aparte que tuviese otra razón mi padre, pues ninguna es mayor que pensar cuánto le pese ver mejorada en algo tu fortuna, voy --o ya fuese justa o no lo fuese la guerra-- a si hay alguna ley, alguna razón para que, siendo prisionera, en una torre emparedada muera. Si yo en los ejercicios de Diana, por ser a su deidad más parecida, tan altiva nací, viví tan vana que, siendo de las fieras homicida, quise llegar con ambición ufana, quise pasar con fama esclarecida a serlo de los hombres, porque vieras cuánto son para mí los hombres fieras --a cuyo efecto vine gobernando del ejército el trozo que postrero se puso en fuga, ¡ay infelice!, cuando contra mí el hado articuló severo la infausta voz que el enemigo bando victoria apellidó, y por eso infiero que rigor a rigor añadir miras, crüeldad a crüeldad, iras a iras--, ¿de cuándo acá en los reyes ha durado desde un día rencor para otro día? ¿De cuándo acá la indignación del hado, fiera al vencer, no es en venciendo pía? Si mi valor te puso en tal cuidado, mi valor es también el que debía ponerte en el de honrarme, pues ha sido gloria del vencedor la del vencido. Y ya que esta razón en ti no alcanza piedad, por tantas causas merecida, acaba de una vez con tu venganza; de una vez, no de tantas se despida, porque de aquestos pies, sin esperanza de mi muerte, no digo de mi vida, no me he de levantar, donde en despojos las lágrimas consagro de mis ojos. Y porque afable esa deidad humana responda al sacrificio que la adora, no soy de armadas huestes capitana, no infanta soy de Egnido vencedora, no soy sacerdotisa de Dïana, pues sólo soy una mujer que llora, tan modesta en pedir que aun de esta suerte no pido más de que me des la muerte. REY: Levanta, Irene, del suelo; y pues en público acusas mi majestad de tirana, para que serlo no arguyan, ni tú, ni cuantos oyeron las hermosas quejas tuyas, aunque lo sienta, he de darte en público la disculpa. El día que tuve aviso de aquella batalla, en cuya victoria estribó el honor de mi majestad augusta, hice sacrificio a Venus, cuya hermosa deidad suma, tutelar de Chipre, siempre velando está en guarda suya. Ella, al tiempo que sus aras religioso fuego ahuma, a mi culto agradecida, por su oráculo articula que vencerían mis armas, pero tan a costa suya que el mejor despojo de ellas sería...
Dentro ruido grande
LIDORO: Asombros y furias nos combaten. UNO: ¡Iza! OTRO: ¡Amaina! OTRO: ¡Qué pena! OTRO: ¡Qué ansia! OTRO: ¡Qué angustia! LIDORO: ¡Piedad, dioses! TODOS: ¡Piedad, cielos! REY: Cuanto iba a decir pronuncia por mí el aire, pues en quejas la voz a mis labios hurta. IRENE: No, señor, en los acasos el constante varón funda agüeros; lamentos son, cuantos hoy tu acento usurpan, de un derrotado bajel que, sin norte y sin aguja, antes de tomar el puerto, está corriendo fortuna. AMINTA: Es verdad, pues, contrastado de dos violentas injurias, con los vientos y las ondas a brazo partido lucha. NISE: Ya de ambas sañas movido, no sabe a qué parte sulca. FLORA: Embates de mar y tierra le zozobran y le asustan. AURELIO: Y tanto que desbocado choca con las peñas duras. DANTE: En ellas cascado el pino, su todo en partes menudas desata, de suerte que ya el que fue bajel es tumba.
Dentro
LIDORO: ¡Piedad, Dïana! DIANA: A mí siempre me fue contraria la espuma, que es de la deidad de Venus primer patria y primer cuna. LIDORO: ¡Piedad, Venus! VENUS: No hay piedad con quien estos puertos busca, en sus entrañas trayendo tan grande traición oculta. TODOS: ¡Piedad, dioses! ¡Piedad, cielos! IRENE: ¡Qué pena! AMINTA: ¡Qué ansia! TODOS: ¡Qué angustia! REY: Esperad aquí las dos, siendo paréntesis una desdicha de otra, entre tanto que hoy el primero yo acuda a socorrer en la orilla los que náufragos fluctúan.
Vase
DANTE: Ociosa piedad será, que, hidrópica la sañuda sed del mar, ni aun un fragmento arroja a tierra.
Vase
AURELIO: En cerúleas bóvedas el mar dio a todos pira, monumento y urna.
Vase
IRENE: Aunque la piedad, Aminta, no es prenda de la hermosura, puesto que en humano pecho nadie las vio vivir juntas, la de esta mísera ruina será bien que aquí reduzca a tus pies --bien que a pesar de mi altivez-- mi fortuna te suplica que intercedas con tu hermano que concluya con mi vida, dando fin a una prisión tan injusta. AMINTA: Los motivos de mi hermano, que estorbó esa desventura decir, hasta ahora nadie sabe, pero está segura que, si estuviera en mi mano tu libertad, es sin duda que desde un instante acá, según el verte me angustia, estuvieras ya, no digo, Irene, en la patria tuya, pero aun donde no pudieras volver a estas islas nunca. IRENE: De tu generosa sangre lo creo, y está segura tú también que, cuando no fuera felicidad suma la libertad, por no verme donde atrevido presuma Dante halagar con finezas los ceños de mis injurias, lo estimara. AMINTA: Según eso, ¿verte amada te disgusta de Dante? IRENE: Y tanto... AMINTA: (¡Alma, albricias!) Aparte IRENE: ...que el incendio de mi furia no ha de apagarse hasta que sea con la sangre suya. AMINTA: (Primero con su poder Aparte todo el cielo te destruya.) IRENE: ¿Qué dices? AMINTA: Nada. (¡Ay, amor, Aparte siempre mi pesar procuras, primero por si le amaba y agora porque le injuria!)
Salen el REY, DANTE y AURELIO
REY: No se ha visto igual estrago; apenas la saña bruta de ese monstruo dio a la arena ni aun la seña más menuda de su naufragio. AMINTA: Pues ya que, como dices, es una pena paréntesis de otra, no venzan ambas y suplan noticias de la primera lástimas de la segunda. REY: Dices bien, y así mi voz en lo que empezó discurra, diciendo que al tiempo que religioso fuego ahuma --aquí quedamos-- las aras de Venus, su voz pronuncia que vencerían mis armas, pero tan a costa suya que trocaría el despojo en desdicha la ventura. Veniste tú prisionera y, viendo cuánto se aúnan vaticinios que amenazan ruinas, tragedias e injurias con bellezas que aun después de verse vencidas triunfan, hurtarte quise a los ojos de mis gentes. ¡Qué locura! ¡Buscar medios que embaracen donde hay estrellas que influyan! Dígalo el ver que, aun guardada en las entrañas incultas de estos montes, has podido dar principio a las futuras ansias que temí, poniendo en campal ardiente lucha los héroes que de mi imperio son las más fuertes colunas. Y pues infalible el hado ni se estorba ni se excusa, pues antes busca su efecto quien su impedimento busca, entre tu llanto y mi miedo partir pretendo la duda, y que ni libre ni presa quedes. IRENE: ¿De qué suerte? REY: Escucha, y escuchad todos. Irene, en cuya rara hermosura la de nuestra diosa Venus no quiere sufrir segunda, no ha de volver a su patria, pues su persona asegura la invasión de estos estados, siendo a la contraria furia de sus movimientos freno, y de su cerviz coyunda. Quedarse como se estaba, viendo que así no se excusan los riesgos, es miedo inútil. Si aun guardada nos perturba, darla libertad tampoco; pues será poner sin duda en su libertad al hado. A todo lo cual se junta a muerte estar condenados los dos. Pues haya una industria que disculpe mis crueldades y que repare las suyas. Esta ha de ser; que en mi estado tome estado, con que ajustan mis recelos que a su patria volverse no pueda nunca, siendo su alcaide su esposo; con que también se asegura que su sucesión vasalla la ley de mi imperio sufra. Y puesto que éste ha de ser uno de los dos, con cuya satisfacción el delito de romper esta clausura queda también honestado, cada uno consigo arguya quién querrá esposa con quien Venus desdichas le anuncia, el hado, ruinas, y todo el cielo penas y angustias; advirtiendo que ha de ser la primera a que se ajusta perder mi corte y mi gracia, pues lo que aborrezco busca, y sangre enemiga mía hacerla su esposa gusta. Y pues os doy a escoger, brevemente lo discurra vuestro amor, que habéis de darme respuesta luego, y presuma cualquiera que de esta ley, o sea justa o no sea justa, no será la culpa mía, puesto que es la elección suya. IRENE: Mira, señor, que sin mí esa nueva ley promulgas y, en vez de librarme, a más estrecha prisión me mudas. ¿Yo la mano...? REY: Esto ha de ser.
Vase
AURELIO: Pues si eso ha de ser, escucha; que yo que pensar no tengo. Perdóneme una hermosura, porque no ha de ser mi amor árbitro de mi fortuna.
Vase
AMINTA: Dante, en la elección que hicieres, mira bien lo que aventuras, que pierdes al rey y pierdes... pero prosíganlo mudas penas, que dichas son pocas y calladas serán muchas.
Vase
IRENE: Dante, porque no por mí desperdicies tu ventura; la gracia del rey conserva, en ella tu aumento funda; que yo, que no he de pagarte rendidas finezas nunca con amor, con desengaños intento que uno a otro supla; porque desde el día que fuiste de mi tragedia importuna el principal instrumento, te aborrecí con tan suma aversión que, si me hicieses reina del mundo absoluta, antes de darte mi mano ni que llegara a ser tuya, volviera, no digo sólo a aquesa prisión inculta, pero a vivir desde luego las entrañas de una gruta, donde a este vivo cadáver sirviese de sepultura o la pira de ese monte o de ese risco la tumba.
Vase
DANTE: ¡Ay, infelice! ¿Quién vio atropellarse tan juntas en dos iguales bellezas los favores y las furias, las finezas y las iras, las sañas y las blanduras, las lágrimas y las penas, las quejas y las injurias?
Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: ¿Era hora, señor, de hallarte? ¿Dónde están los que te buscan? Que hasta uno o dos yo haré que no te ofendan; y es sin duda, pues, huyendo yo, tras mí irán, con que te aseguras de ellos, para que se vea que no hay pendencia ninguna donde no sirva de algo un camarada, aunque huya. ¿Qué pendencia ha sido ésta? ¡Ah, señor!
DANTE, divertido, da un golpe a MALANDRÍN al decir las siguientes palabras
DANTE: ¡Oh suerte dura! MALANDRÍN: ¡Y cómo que lo es, y está tu suerte en la mano tuya! ¡Oigan, qué sesgo se queda! ¿Quién vio suspensión tan muda? Vamos por estotra mano, por si es más quieta la zurda. ¡Ah, señor!
DANTE, divertido, le da otro golpe
DANTE: ¡Válgame el cielo, y qué crueldad tan injusta! MALANDRÍN: Por muy injusta que es, bastantemente se ajusta a cuánto es pedir de boca.
DANTE repara en MALADRÍN
DANTE: ¿Quién está aquí? MALANDRÍN: ¿Ahora lo dudas? Pues ¿no lo dudaras antes de las dos manifacturas? DANTE: ¿Qué manifacturas? MALANDRÍN: ¡Bueno! ¿Por tan liberal te juzgas que de lo que das te olvidas? DANTE: Deja, Malandrín, locuras; que no estoy de burlas. MALANDRÍN: Pues ¿quién está, señor, de burlas si ya no es que sean de manos, tan pesadas como tuyas? Pero ¿qué es esto? ¿Qué tienes? ¿Qué suspiras? ¿Qué murmuras entre ti? Dime tus penas. DANTE: ¡Ay, infeliz, que son muchas! MALANDRÍN: Pues no me las digas todas; que hartas habrá con algunas. DANTE: Aurelio, como a su amigo, fiándome la pena suya, me dijo que a Irene adora. MALANDRÍN: Pues ¿qué importa? DANTE: ¿Hay tal locura? MALANDRÍN: La locura es importar entre amigos. ¿Que se pudra un hombre de que otro quiera lo que él quiere? DANTE: Si no escuchas, no diré que de este acaso en nuevo duelo resulta reñir los dos, y que el rey a partido nos reduzca de que el que case con ella pierda... MALANDRÍN: ¿Qué? DANTE: ...la gracia suya. MALANDRÍN: Pues ¿hay más de no casarse? ¿Vale tanto una hermosura, señor, como una privanza? DANTE: Y aun es de tantas fortunas no la menor... MALANDRÍN: ¿Qué? DANTE: ... que Aminta generosamente acuda a vengar sus sentimientos. MALANDRÍN: Por cierto que tú te asustas de una cosa que no sé en qué discreción la fundas; pues cuando está más celosa es cuando está más segura una dama. ¿Por qué piensas que en este tiempo es cordura tener un hombre dos damas, sino porque, si la una falta, quede la otra que la cátedra sustituya? Y así soy de parecer que a Irene dejes y suplas a la una con la otra, y a la otra con la una. DANTE: Calla, loco, no prosigas; que el oírte me disgusta, cuando, al ver que una me obliga al paso que otra me injuria, temo que desesperado al mar me arrojen mis furias, donde en el último aliento digan lástimas tan justas...
Dentro
LIDORO: ¡Ay infelice de mí, contra cuya suerte dura todo el poder de los hados tiranamente se aúna! DANTE: Aguarda. ¿Qué voz es ésta? MALANDRÍN: Pues ¿a quién se lo preguntas? ¿Sélo yo? DANTE: A lo que se deja ver, entre ruinas caducas que el mar a la tierra arroja, de las ondas, con quien lucha, parece que un hombre escapa la vida casi difunta. LIDORO: ¡Si aun no estás vengada, Venus, de tu cólera sañuda, no me des puerto en la tierra, pero dame sepultura! MALANDRÍN: Lo de "morir a la orilla" se dijo por él sin duda.
Sale LIDORO como arrojado y desnudo
DANTE: Infelice peregrino del mar, si de tu fortuna la última línea no tocas, el perdido aliento ayuda, que otro infelice en sus brazos te recibe, porque acuda a quien fluctúa en el mar quien en la tierra fluctúa. LIDORO: Si vuestra piedad... No puedo proseguir; que la voz muda, dentro del pecho anegada, todos mis sentidos turba. ¡Ay infelice de mí! ¡Muerto soy!
Desmáyase
DANTE: ¡Qué desventura! ¿Si ha espirado? MALANDRÍN: No, señor, que aun agonizando pulsa. DANTE: Llévale a aquesa cercana población. MALANDRÍN: ¿Quién? DANTE: Tú; y procura que con algún beneficio los alientos restituya. MALANDRÍN: Juro a Baco que es el dios por quien los pícaros juran, que tal no lleve. ¡Por cierto, linda comisión! DANTE: ¿Qué dudas? MALANDRÍN: Andar con un muerto a cuestas por aquestas espesuras. DANTE: Llévale; que yo no puedo. MALANDRÍN: Ni yo tampoco. Sin duda, que a lo que infiero era... DANTE: ¿Qué? MALANDRÍN: Amante de sola una, porque es necio tan pesado que las costillas me abruma.
Vase MALANDRÍN, llevándolo a cuestas a LIDORO
DANTE: En efecto no hay desdicha de quien no es otra mayor consuelo.
Salen el REY, AURELIO, AMINTA e IRENE
REY: ¡Dante! DANTE: ¿Señor? REY: ¿Has consultado, por dicha, la respuesta que has de dar? Que ya la de Aurelio sé. DANTE: Óigala yo, para que a ella responda. AURELIO: Que estar contra Irene conjurado el poder de las estrellas y que su destino en ellas infausto nos diga el hado no acobarda mi amor la resolución gallarda, porque sólo la acobarda perder la gracia y favor del rey, a quien, dando indicio de mis lealtades, rendida pongo a sus plantas mi vida en humano sacrificio que de ella hago a Irene bella; pues, muriendo de dolor, habrá cumplido mi amor con él, conmigo y con ella. DANTE: Pues yo, señor... AMINTA: (¡Ay de mí! Aparte ¡Con qué de temores lucho!) IRENE: (Dos veces muero, si escucho Aparte desaires de un no y un sí.) DANTE: Pues yo, señor, asentado que esto no toca en lealtad, supuesto que es voluntad tuya, digo que del hado las amenazas no temo; pues cuando precisas fueran, y no contingentes, vieran mis desdichas el extremo, con que el miedo les perdía; pues no es posible, señor, que haya desdicha mayor que no ser Irene mía. Y siendo así, me prefiero, tras el temor de los hados, a perder puestos y estados; porque, si hoy sin ella muero, todo se pierde al perdella; y quiero de aqueste modo, perdiéndolo en ella todo, perderlo todo y no a ella. Y así, a tus plantas rendido, la doy la mano. REY: Detente, loco, bárbaro, imprudente, necio y desagradecido; que, aunque licencia te di para que elección hicieras, viendo que preferir quieras tu amor a mi gracia así, tanto el desdén he sentido, puesto que no sea traición, que, en castigo de esa acción, no has de ser tú su marido; sin todo te has de quedar.--
A AURELIO
Y en premio de que tú fueses quien más mi favor quisieses que no adquirir y lograr una hermosura, has de ser quien la merezca; de modo que venga a perderlo todo quien nada quiso perder.--
A DANTE
De mi corte desterrado al punto, Dante, saldrás, sin más honores, sin más hacienda ni más estado que la vida.-- Y para que sea el dolor más tirano,
A AURELIO
dale tú a Irene la mano delante de él; que yo haré ser tan dichoso con ella que desmienta mi favor el ceño de su rigor y el influjo de su estrella. Dale la mano. AURELIO: Hoy verás, Irene, que no temía tu suerte, sino la mía. IRENE: Espera; que aun falta más.--
Al REY
Señor, aunque el hado impío a ti me tiene rendida, eres dueño de mi vida, pero no de mi albedrío. Y cuando su dueño fueras, que es lo que en ninguna acción aun los dioses no lo son, obligarme no pudieras a que le diera la mano a quien, sabiendo que es mía, lograrla no anteponía al mayor favor humano. A Dante no se la diera tampoco, aunque lo mandaras; porque cuantas luces claras contiene del sol la esfera no pudieran hacer, no, habiendo --¡ay infeliz!-- sido el que a tus pies me ha traído, que no le aborrezca yo. Con que hoy a morir me ofrezco, antes que darme al partido ni de uno que me ha ofendido, ni de otro a quien aborrezco. Y así, de ninguno yo he de ser; que, a ti rendida, podrás quitarme la vida, mas forzarme el alma no. Pues cuando no baste estar segunda vez sepultada, me has de ver desesperada echar de esa torre al mar.
Vase
REY: ¡Oye, aguarda! --Ven conmigo, Aurelio; que hoy has de ser su esposo.-- Y tú agradecer puedes que templo el castigo de tu ingratitud villana. Y así, sin puesto ni estado, de mi vista desterrado parte al instante.
Vase
AURELIO: ¡Qué ufana la Fortuna me previene dichas, pues por justa ley gozo la gracia del rey y la hermosura de Irene!
Vase
AMINTA: ¡Dante! DANTE: (¡Sólo hoy a mi vida faltaba, desesperada, tras desprecios de una amada, quejas de una aborrecida!) AMINTA: Bien pensarás que quejosa me tiene tu libertad, Dante; pues sea o no verdad, no me he de vengar celosa de ti, ni de tus desvelos; que soy quien soy, para que mi sentimiento se dé al partido de los celos. Sin la gracia del rey vas de su corte desterrado, sin dama, hacienda ni estado. No sé quién lo sienta más. La dama no podré dalla, que no es mía; mas podré hacienda y estado, en fe de que tan noble se halla mi voluntad que ofendida aun sabrá volver por sí. Espérame, Dante, aquí; que para que de tu vida repares la ruina, es bien que yo --corrida lo digo-- parta mis joyas contigo. Llévete el cielo con bien, y dondequiera que fueres, sepa yo, Dante, de ti.
Vase
DANTE: ¡Qué bien te vengas de mí! Mas eres al fin quien eres, y no te puedes negar la estimación que te debes. ¡Que digan que no hay aleves influjos para forzar un albedrío! Es quimera; porque ¿cómo puede ser que quiera yo no querer, y que quiera aunque no quiera, sin que aquel desdén mitigue este amor, y sin poder que éste me obligue a querer, ni aquél a olvidar me obligue? Miente el astro que ha influido tan varios efectos hoy que me hace, entre amor y olvido, feliz e infeliz, pues soy amado y aborrecido.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Amado y aborrecido, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002