LOS ESPAÑOLES EN CHILE

Don Francisco González de Bustos

Texto basado en el de la edición de R. Oliva en el TEATRO ESPAÑOL (Habana, 1841). Ha sido cotejado y corregido con el apoyo de la edición príncipe, PARTE VEINTE Y DOS DE COMEDIAS NUEVAS ESCOGIDAS DE LOS MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA (1665). La edición aquí presentada fue preparada por James T. Abraham en el curso de sus investigaciones para su tesis doctoral (University of Arizona, 1996). Luego fue preparada con codificación de HTML por Vern G. Williamsen.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Dicen dentro en distintas partes
UNOS: ¡Viva Fresia siempre altiva! OTROS: ¡Viva nuestro capitán! OTROS: ¡Viva el gran Caupolicán! OTROS: ¡Viva Chile! OTROS: ¡Arauco, viva!
Salen por una parte CAUPOLICÁN, vestido de indio, con arco y flecha al hombro, con bastón de general, y acompañamiento de indios; y por otra FRESIA, vestida de [india].
CAUPOLICÁN: Chilenos valerosos, vuestros aplausos siempre generosos.. FRESIA: Valientes araucanos, vuestros aplausos siempre soberanos.. CAUPOLICÁN: A Fresia por deidad que luz reparte. FRESIA: Al gran Caupolicán por vuestro Marte se deben, se han de dar a él solamente, por general de Arauco el mas valiente. CAUPOLICÁN: A Fresia, pues me ciega su luz pura, por reina universal de la hermosura, decid, para lisonja de los vientos.. FRESIA: Repitan en su gloria los acentos: viva Caupolicán.
Encuéntranse
CAUPOLICÁN: Fresia querida, si a dar a este horizonte nueva vida tu soberana luz ha madrugado.. FRESIA: Si a verte de laureles coronado la aclamación te llama.. CAUPOLICÁN: Si por Deidad la adoración te aclama, segura está de Arauco en ti la gloria. FRESIA: En ti asegura Chile su victoria. CAUPOLICÁN: Prodigio valeroso, en quien se unió lo fiero con lo hermoso, pues para asombro bélico de España, armada aurora luces la campaña: tú sola has de vivir; mintió el acento. que pobló con mi nombre el vago viento, cuando mi aplauso arguyo, de que me aclame el orbe esclavo tuyo, pues claro se apercibe vivir Caupolicán, si Fresia vive. Deja, pues, dueño mío, cuando a tus pies se postra mi albedrío, el arco soberano, que ocioso pende de tu blanca mano: depón a aqueste indicio tus enojos, pues hieren más las flechas de tus ojos. FRESIA: A tu noble fineza agradecida estoy, Caupolicán: tuya es mi vida, cuando a quien menos que tu aliento fuera, mi altiva presunción no se rindiera. (Miento mil veces, que mi afecto estraño, con Don Diego, es verdad, con este engaño firme mi fe le entrego.) CAUPOLICÁN: Con eso queda mi amor, Fresia, mas ciego. Confirme, pues, su dicha en tiernos lazos. Éstos mis brazos son. FRESIA: Y éstos mis brazos.
Abrázanse. Sale COLOCOLO, mago, vestido de pieles, con barba cana
COLOCOLO: (¿Caupolicán a Fresia está rendido, Aparte poniendo sus hazañas en olvido? Aplicar el remedio importa solo.) Oye, Caupolicán. CAUPOLICÁN: Gran Colocolo, cuya ciencia en el mundo de la magia te ha hecho sin segundo, ¿qué me quieres? COLOCOLO: Escucha: (Mi libertad con su respecto lucha; Aparte mas la patria es primero, su obligación aconsejarle quiero.) Valiente Caupolicán, noble araucana guerrero, cuyas hazañas en bronce esculpe el buril del tiempo, ya sabes que con mi ciencia conozco, alcanzo y penetro los futuros contingentes, siendo en la magia el primero que a ese globo de zafir, que está tachonado a trechos de estrellas, y en once hojas es volumen de sí mismo, si no le apuro, le mido las líneas y paralelos. Ya sabes, Caupolicán, que los indianos imperios de Méjico y del Perú, a un Carlos están sujetos, monarca español, tan grande, que, siendo de un mundo dueño, no cupo en él, y su orgullo imaginándose estrecho, para dilatarse más conquistó otro mundo nuevo. Bien a costa de la sangre nuestra, araucanos, lo vemos; pues sus fuertes españoles no de estas glorias contentos, basta en Arauco invencible sus estandartes pusieron; que no se libra remoto de su magnánimo aliento ni el africano tostado, ni el fiero adusto chileno. Desde entonces, araucanos, a su coyunda sujetos hemos vivido, hasta tanto que vosotros, conociendo la violencia, sacudisteis el yugo que os impusieron: y con ánimo atrevido, ya en la guerra mas expertos, blandiendo la dura lanza, y empuñando el corvo acero, oposición tan altiva a sus armas habéis hecho, que sublimando el valor aun más allá del esfuerzo, sois émulos de sus glorias; pues hoy os temen sangrientos los que de vuestro valor ayer hicieron desprecio. Dígalo el fuerte Valdivia su capitán, a quien muerto lloran, que de vuestras manos fue despojo y escarmiento, de cuyo casco ha labrado copa vuestro enojo fiero en que bebe la venganza iras de mayor recreo. Díganlo tantas victorias, que en repetidos encuentros habéis ganado, triunfando de los que dioses un tiempo tuvieron entre vosotros inmortales privilegios. Desde Tucapel, al valle de Lincoya, vuestro aliento ha penetrado, ganando muchos españoles pueblos, hasta cercar en la fuerza de Santa Fe con denuedo los mejores capitanes, que empuñan español fresno; y vuestra gloria mayor es haber cercado dentro al gran marqués de Cañete su general, cuyos hechos han ocupado a la fama el más generoso vuelo, de quien os promete glorias la envidia que lo está viendo. Si esto es así, ¡oh capitán!, y que está durando el cerco, donde al cuidado el peligro está llamando despierto, ¿cómo durmiendo en oprobios, al laurel tan poco atento, truecas las iras de Marte a las delicias de Venus? Cuando el bastón a tu mano Arauco fía, ¿te vemos, en vez de sangrientas lides, entregado a los requiebros? ¿Cómo vencerá soldado quien vive de amores tierno? No está en emprender la hazaña la gloria del vencimiento, sino en saber conseguir la victoria; y esta es cierto, que la da el valor obrando, no divertido el esfuerzo. Vuelve en ti, Caupolicán, arda en más nobles incendios que en los del amor tu orgullo; inflama en Marte tu pecho; forje rayos la venganza, y tu invencible ardimiento, a pesar del amor sea triaca de su veneno, que yo, que el sacro volumen de aquesos záfiros leo, la victoria te aseguro; porque los dioses supremos están y de nuestra parte. Niéguese al amor el feudo. Vibre tu brazo invencible aquese rayo sangriento, que Júpiter en tu mano para terrores ha puesto. Gima el parche, tiemble el orbe, y a voces el metal hueco, publicando sañas, rompa la vaga región del viento. Muera sólo del amago, herido con el estruendo, el español, y en cenizas caigan sus muros al suelo. Ea, valiente capitán, la libertad aclamemos, que vida sin ella es muerte; porque el castellano fiero conozca, penetre, alcance de tu valor y tu aliento, que sabes vencer pasiones, y sabes domar imperios. CAUPOLICÁN: (Corrido, por Marte estoy Aparte de haberle escuchado, puesto, que por su ciencia le estimo, y por su edad le respeto.) Colocolo, no es prudencia en los magnánimos pechos, aunque el defecto conozcan, decir tal vez el defecto: que aunque estimo, como es justo porque has sido mi maestro, tus consejos, esta vez son muy libres tus consejos. ¿Quién te ha dicho, Colocolo, que se olvida mi ardimiento de mi venganza? ¿No sabes que a los cristianos soberbios cercados tengo? ¿No sabes que mi nombre está temiendo el mundo, porque en nombrando a Caupolicán, el cielo tiembla, la tierra se encoge, gime el mar, y con respecto de oír mi nombre se turban todos los cuatro elementos? ¿No sabes que mis hazañas y mis gloriosos trofeos, que el parche publica en voces y el metal declara en ecos, vienen de Fresia divina, a quien amante venero, a quien rendido idolatro, teniéndome yo a mi mismo envidia, ¡viven los dioses!, de que su favor merezco, que hasta esa dicha me hace tener de mi propio celos? Pues, ¿cómo, (¡De enojo rabio!) Aparte te atreves, loco (¡Estoy ciego!) Aparte a disuadirme, (¡Qué engaño!) Aparte mi amor? (¡De coraje tiemblo!) Aparte ¡Viven los dioses...! Mas vete de mi presencia al momento, que por sus divinos ojos, en cuyas luces me quemo, que si otra vez perseveras en hablarme más en esto, yo, sin tener a tus canas ni a tu enseñanza respeto, te he de coger en mis brazos para que mires en ellos con tu muerte, castigos, tus locos atrevimientos. FRESIA: Yo, por la misma razón, sin el castigo te dejo, merecido a tu locura. COLOCOLO: ¡Ay araucanos! ¡Qué presto os llegará el desengaño si no tomáis mis consejos! Porque mi ciencia... CAUPOLICÁN: Es caduca.
Tocan cajas
Pero, ¿qué ruidoso estruendo es éste? FRESIA: Por esta parte viene el valeroso Rengo marchando hacia aquí. GUALEVA: Y por ésta viene Tucapel, haciendo alarde de su valor. CAUPOLICÁN: ¿Qué será? COLOCOLO: Desdicha temo. GUALEVA: Ellos lo dirán mejor, pues ya llegan a este puesto.
Salen por un lado RENGO, de indio, con carcaj, arco y flechas, y SOLDADOS que traen prisionero a MOSQUETE, vendado los ojos; y por el otro TUCAPEL, de indio, c[apitán, que trae a doña JUANA, prisionera, vestida de soldado]
RENGO: Valiente Caupolicán... CAUPOLICÁN: Bizarro y famoso Rengo... TUCAPEL: General de Arauco insigne... CAUPOLICÁN: Tucapel altivo... TUCAPEL: Hoy llego a tu presencia. RENGO: A tu vista... TUCAPEL: Alegre... RENGO: Ufano TUCAPEL: Contento... RENGO: A ofrecerte... TUCAPEL: A dedicarte... RENGO: Despojos... TUCAPEL: Triunfo... CAUPOLICÁN: Teneos; que antes de decirme nada, conociendo vuestro aliento, sé que venís vencedores; y así, vencedores quiero dar a los dos, con mis brazos, debido agradecimiento.
Abrázales
TUCAPEL: (¡Ay amor! ¿Cómo a la vista Aparte de Fresia vives?) RENGO: (Deseo, Aparte ¿cómo a vista de Gualeva no te abrasas? Yo estoy ciego.) FRESIA: Dueño mío, aunque en los dos, siendo Tucapel y Rengo, cierta estaba la victoria, quisiera oír el suceso. GUALEVA: De oírla, prima, me holgara. CAUPOLICÁN: Pues si las dos gustáis de ello, decid entrambos. LOS DOS: Escucha, Caupolicán. CAUPOLICÁN: Ya os atiendo. LOS DOS: Salí, señor. RENGO: Tente, aguarda, que yo he de decir primero. TUCAPEL: Nadie es primero que yo. RENGO: Eso fuera a no ser Rengo quien castigue tu osadía. TUCAPEL: ¿Esto escucho? Vil chileno, ¿sabes que soy Tucapel?
Empuñan
CAUPOLICÁN: Delante de mí, ¿qué es esto? TUCAPEL: En lances del pundonor, no guardo humanos respetos a nadie, porque delante de Marte hiciera lo mesmo. Muere, infame. RENGO: Muere, aleve. CAUPOLICÁN: ¿Hay tan grande atrevimiento? ¿Cómo a vuestro general le perdéis así el respeto? TUCAPEL: A Júpiter le negara, si me ofendiera. CAUPOLICÁN: ¡Prendedlos, matadlos!
Van los SOLDADOS a prender
TUCAPEL: ¡Teneos, villanos! Nadie se mueva del puesto, conociendo a Tucapel, si no quiere ser trofeo de su enojo vengativo. Y tú, general, más cuerdo con los hombres como yo procede, que en este duelo no conozco superior, que solo a mí me obedezco.
Vase
CAUPOLICÁN: ¿Cómo atrevidos...? RENGO: Detente, y nadie enojos a Rengo le dé, porque el mismo Marte no está seguro en su asiento.
Vase
CAUPOLICÁN: ¿Esto sufre mi valor? ¡Morirán, viven los cielos! COLOCOLO: No son vanos mis recelos. FRESIA: ¿Dónde vas? COLOCOLO: Tente, señor, y témplate cuerdo y sabio, sin dar rienda a tus enojos. CAUPOLICÁN: Pues, ¿cómo podré a mis ojos consentir aqueste agravio? COLOCOLO: Señor en esta ocasión es bien que te persüadas al perdón, que estas espadas defensa de Arauco son. Y es bien el duelo remitas, tu enojo disimulando; que no has de vengarte cuando de sus filos necesitas. La oposición natural, emulándose el valor, los provoca. (Así el rigor Aparte atajaré de este mal.) CAUPOLICÁN: Dices bien. Elijo el medio que me advierte tu prudencia. COLOCOLO: Pues a toda diligencia voy a poner el remedio porque no pase a más llama su enojo. CAUPOLICÁN: Parte al momento. COLOCOLO: Voy.
Vase
CAUPOLICÁN: Disimule mi aliento, aunque me riña la fama; que cuando de los cristianos vengarme intento crüel, en Rengo y en Tucapel la fuerza está de mis manos. FRESIA: Gracias mis ojos te dan de verte ya sin enojos. CAUPOLICÁN: Al espejo de tus ojos se templa Caupolicán.
Llegan los soldados a MOSQUETE
SOLDADO 1: Señor, aqueste cristiano le hizo Rengo prisionero, y yo le cogí el primero. MOSQUETE: (Borracho está este araucano.) Aparte SOLDADO 2: A aqueste le hizo señor, en un encuentro crüel, prisionero Tucapel. JUANA: (Mejor dijeras mi amor.) Aparte CAUPOLICÁN: Desatadlos.
Quítanles las prisiones
MOSQUETE: (¡Pese a mí! Aparte Ya con vista a verme llego.) JUANA: (¿Ay inconstante don Diego, Aparte lo que padezco por ti!) GUALEVA: No tiene mala presencia, prima, aquel mozo español. CAUPOLICÁN: Cristianos, si veis el sol, ¿cómo no hacéis reverencia? MOSQUETE: Dónde está, que no le veo? CAUPOLICÁN: Fresia divina lo es. JUANA: Dame, señora, tus pies.
Arrodíllase a FRESIA
GUALEVA: (No te despeñes, deseo.) Aparte FRESIA: Levantad, que en vos alabo lo atento con lo brïoso. JUANA: Ya me confieso dichoso, con ser, señora, tu esclavo. FRESIA: El español, prima, sabe ser discreto. GUALEVA: (¡Santos cielos, Aparte no es bueno que tenga celos de que mi prima le alabe?) CAUPOLICÁN: Qué aguardas? Llega, español. MOSQUETE: Dale, señora, a Mosquete de tu pie el mejor juanete, si tiene juanete el sol. (Oigan, qué tiesa se está Aparte la perra guardando el hato, y en cada pie por zapato una maleta tendrá.) FRESIA: ¿De dónde sois? MOSQUETE: Antes era de junto a Carabanchel; mas ahora soy de Argel, mas acá de Talavera. FRESIA: ¿Sois soldado? MOSQUETE: Y muy valiente. FRESIA: No es mala la presunción. MOSQUETE: Soy un pobre motilón, no quitando lo presente. FRESIA: (Su humor me causa alegría.) Aparte MOSQUETE: Hoy he muerto por mis manos veinte carros de araucanos. CAUPOLICÁN: ¡Este es loco! Fresia mía, el cuidado a recorrer las centinelas me lleva. Tú con tu prima Gualeva te puedes entretener. Perdónenme soberanos esta ausencia tus luceros, y de las dos prisioneros queden estos dos cristianos; que yo, ¡ah, Fortuna crüel!, no el cuidado he divertido. Voy a ver qué ha sucedido con Rengo y con Tucapel.
Vanse CAUPOLICÁN y los SOLDADOS
FRESIA: Pues Caupolicán nos da estos cautivos, Gualeva, escoge uno de los dos. GUALEVA: Eso a ti te toca, Fresia. (Temiendo estoy que se incline Aparte a este español.) FRESIA: Pues me dejas la elección, aquéste elijo. GUALEVA: (Y yo a mi la enhorabuena Aparte me doy, de que mi cuidado libre esté de la sospecha que tuvo de Fresia. El alma me leyó.)
A MOSQUETE
FRESIA: Conmigo, quedas, español.
A doña JUANA
GUALEVA: Y tú conmigo. JUANA: Ya se postra mi obediencia a tus pies. (¡Sin alma estoy! Aparte Fortuna, dónde me llevas?)
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Ya, señora, se ajustó la pasada competencia de Rengo y de Tucapel. A darte esta buena nueva Caupolicán me ha envïado, y a las dos llama. FRESIA: Gualeva, ve tú que yo te sigo. GUALEVA: (De mala gana se ausentan Aparte mis ojos de este español, mas obedecer es fuerza.)
Vanse GUALEVA y el SOLDADO
MOSQUETE: Usté en escoger no sabe cual es su mano derecha. FRESIA: Por qué lo dices? MOSQUETE: Lo digo, porque soy la peor bestia y de más horribles tachas del mundo. FRESIA: ¿De qué manera? MOSQUETE: Porque tengo hambre canina, y tengo sarna perpetua, un lobanillo en un lado, y huelo de ochenta leguas a hombre bajo, que los bajos como tienen los pies cerca de lo amargo del pepino, no hay demonios que los huela. Tengo mataduras, pujos, almorranas, hipo, reuma, y no me pongo escarpines: con que según la propuesta, puede usted quedar ufana de ver la ganga que lleva. FRESIA: Tantas faltas tienes? MOSQUETE: Tantas, y esto mejor lo dijera un amo que Dios me dio. FRESIA: A quién sirves? MOSQUETE: Ésa es buena. FRESIA: Dilo, pues yo te lo mando. MOSQUETE: (Mucho pregunta esta perra.) Aparte Sirvo a don Diego de Almagro, maestre de campo en esta conquista de Arauco. JUANA: (Y quien Aparte me hace andar de esta manera.) FRESIA: De este español muchas veces el nombre oí, y las proezas; y como a Marte inclinada nació mi naturaleza, confieso que me han debido inclinación, que en la guerra el valor aun del contrario estimaciones granjea. JUANA: (Esto le faltaba solo Aparte a mis celos y mis penas.) FRESIA: ¿Es galán? MOSQUETE: Como un Adonis. FRESIA: ¿Blando? MOSQUETE: Como una manteca. FRESIA: ¿Cortés? MOSQUETE: Perra, que te clavas. FRESIA: ¿Y callado? MOSQUETE: Ay, qué jalea, sal quiere este huevo, andallo. JUANA: Ya no puedo más. No creas estas locuras, señora, porque en don Diego no hay prendas dignas de tu estimación: no crió naturaleza hombre tan mudable y falso con las damas, y aun pudiera decirte de alguna, que con engaño y cautelas ha burlado; pero solo quiero, señora, que sepas, que en él se hallará el engaño, si el engaño se perdiera. FRESIA: ¿Quién os mete en eso a vos, que así habláis en mi presencia? JUANA: Yo, señora... MOSQUETE: Este capón, ¿cómo habla de esta manera? JUANA: (¡Sin alma estoy!) Aparte FRESIA: Tú prosigue. MOSQUETE: Digo, en fin, que si le vieras! conocieras un prodigio. ¡Qué talle! ¡Qué pies! ¡Qué piernas! ¡Qué osadía! ¡Qué valor! ¡Qué gala! ¡Qué gentileza! No ha llegado a tus oídos en un refrán de mi tierra, lo de, "¡Oh, qué lindo don Diego!," pues este don Diego era. FRESIA: ¿Quién creerá que tantas partes bien al corazón le suenan? Y dime, (¡Ay, Amor, que ya Aparte al alma suspiros cuestas!) ¿tiene Dama? MOSQUETE: Señora... JUANA: Señora... FRESIA: ¿Quién os lo pregunta? ¿Hay tema semejante? ¿Vos queréis apurarme la paciencia? JUANA: Yo, señora... FRESIA: Sois un necio. MOSQUETE: Póngase una bigotera, o váyase luego al rollo. JUANA: (Denme mis celos paciencia. Aparte FRESIA: Español, porque conozcas mi piedad y mi clemencia, libre estás. MOSQUETE: Pléguete Cristo, vivas más que veinte suegras. FRESIA: Mas con una condición ha de ser. MOSQUETE: Dila, ¿qué esperas? FRESIA: Que has de decirle a don Diego, que una araucana desea conocerle; y que si tanto de ser valiente se precia, y galante con las damas, que venga una noche de éstas a mi real, con el seguro, que mi palabra le empeña de su peligro. MOSQUETE: A mi amo le diré letra por letra lo que dices. FRESIA: Pues mañana te aguardo con la respuesta: vete en paz. MOSQUETE: Eso. (Vendré Aparte como ahora llueven camuesas. FRESIA: ¿No te vas? MOSQUETE: Ya te obedezco. (¡Por Dios, que escapé de buena!) Aparte
Vase
JUANA: (Cierto es su amor. ¡Ay de mí!) Aparte FRESIA: ¿Quién pensara, altiva Fresia, de oír unas alabanzas, que quizás serán inciertas, que tu pecho de diamante a un español se rindiera?
Vase
JUANA: ¡Buena he quedado! ¡Ay aleve don Diego! ¡Que aun en las tierras más remotas y apartadas sea tu nombre la primera cosa que escuche! ¿No basta con engaños y cautelas haber triunfado, ¡ay de mi!, de mi honor? Pero mi lengua, ¿cómo, hasta tomar venganza, puede articular mi afrenta? ¿No basta que por tu causa dejé en el Perú mi hacienda, mis padres, y lo que es más, mi honra infelice, pues queda con mi venida, del vulgo a la calumnia sujeta; y que a don Pedro de Rojas mi hermano su infamia sepa, que hoy en el Perú se halla sirviendo, para que tengan este borrón sus hazañas y su valor esta afrenta? ¿No basta, ingrato, no basta, que yo siguiéndote venga, porque tuve allá noticia, que estabas en las fronteras de Arauco, y en este trago a los rigores expuesta de la Fortuna, me entregue a las ráfagas inquietas del mar, que compadecido tuvo de mí más clemencia que tú; pues en fin, me puso en la arenosa ribera de Arauco? ¿No basta, ingrato, que noticia de ti tenga, que te busque mi cariño, que en un encuentro me prendan, que prisionera me traigan, que esclava por ti me vea, que te solicite amante, ¡ay Dios!, para que agradezcas de mi constante cariño tan repetidas finezas? ¡Ay infeliz doña Juana de Rojas! ¡Que buena cuenta has dado de tu recato! Pero en llegando a mi ofensa, loca me vuelve el dolor, áspid me irrita la pena. ¡Para cuándo son los rayos, para cuándo las centellas, si de un traidor no castigo la más injusta fiereza? ¡Venganza, cielos, venganza! Pero pudiendo yo misma tomarla, ¿para qué canso a los cielos con mis quejas? ¿Rayos no son mis suspiros? ¿Mi pecho no aborta un Etna? Pues muera...mas no, que nada con su muerte se remedia. ¡Cielos, piedad, que me abraso! ¡Clemencia, cielos, clemencia! Reducid a este tirano, que toda el alma me lleva.
Sale GUALEVA
GUALEVA: Español? JUANA: (¿Si me ha escuchado?) Aparte GUALEVA: ¿De qué a los cielos te quejas? JUANA: (Disimular me conviene.) Aparte No es mucho, araucana bella, que se queje un infeliz que la libertad desea, de verse esclavo. GUALEVA: ¿También hablando estás tú con ella? JUANA: Siempre ha sido apetecida la libertad. GUALEVA: (Yo estoy ciega.) Aparte Pues yo sé de un alma, ¡Ay triste!, que se halla ufana y contenta sin libertad. JUANA: Singular debe de ser, pues no hay regla que no tenga una excepción. GUALEVA: ¡Qué discreto! O soy muy necia, o algún cuidado te arrastra. JUANA: Aunque es mi razón grosera, porque estando en tu poder, no hay cuidado que lo sea, no sé qué tiene este nombre de esclavo. GUALEVA: Español, cesa. ¿Tú mi esclavo? Es desvarío. (¡Ay amor, que te despeñas!) Aparte Ciega me abraso en tus ojos; y porque mejor lo veas, ya estás libre. JUANA: Tus pies beso.
Va a arrodillarse, y detiénela GUALEVA
GUALEVA: Levanta, que esta fineza que hago contigo, conmigo más de un cuidado me cuesta. ¿son todos los españoles como tú? Dime, ¿en la guerra se usan estas blancas manos? ¿tienen todos tu belleza? JUANA: (Sólo que me enamorase Aparte faltaba ahora a mi pena: pero aquí importa un engaño; que, pues yo me hallo de Fresia celosa, fingiendo que quiero a esta mujer, con ella me he de quedar, pues con esto averiguo mis ofensas.) GUALEVA: ¿Qué respondes? JUANA: (Buena estoy Aparte para enamorar de veras; pero esto ha de ser.) Señora, el respeto no me deja... GUALEVA: Habla, ¿de qué te suspendes? JUANA: Digo, divina Gualeva, que en tus ojos... GUALEVA: ¿Qué? ¿Qué dices? JUANA: (Ella me da mucha priesa, Aparte y yo a enamorar no acierto.) Digo, que si tú quisieras, mi amor rendido... GUALEVA: Prosigue. JUANA: A tu divina belleza está ya... GUALEVA: Pues, español, hablemos claro. La mesma inclinación me has debido. Desde hoy el alma se emplea en amarte. JUANA: Soy tu esclavo. GUALEVA: (¡Qué gloria, cielos!) Aparte JUANA: (¡Qué pena!) Aparte GUALEVA: ¿Cómo te llamas? JUANA: Don Juan. GUALEVA: Pues, don Juan, una advertencia tiene que hacerte mi amor. JUANA: ¿Cuál es? GUALEVA: Que aunque libre quedas, en Arauco has de quedarte. JUANA: Me agravia que esto me adviertas. (Cuando solo por quedarme Aparte he fingido esta cautela.) GUALEVA: ¿Serás firme? JUANA: Soy tu amante, GUALEVA: ¿Iráste? JUANA: Eres mi cadena. GUALEVA: Ven, mi don Juan. JUANA: Ya te sigo. GUALEVA: ¡Qué alegría! JUANA: ¡Qué tristeza! GUALEVA: (Venciste, Amor, pues lograste Aparte de este español las finezas.
Vase
Salen el MARQUÉS de Cañete, barba, con bastón de general, don DIEGO de Almagro con béngala, don PEDRO de Rojas y SOLDADOS españoles de acompañamiento
MARQUÉS: Españoles valientes, cuyos hechos altivos y eminentes un mundo y otro aclama, aun no cabiendo en ellos vuestra fama: y veis en el estado que el bárbaro rebelde, levantado, después de tantas glorias, ha intentado postrar vuestras victorias; pues loco y atrevido --de pensarlo, por Dios, estoy corrido-- olvidado --sin duda, que es aquesto-- de quien sois, a esta plaza sitio ha puesto y es mengua, que la acción les he envidiado que un marqués de Cañete esté sitiado. DIEGO: Dos convoyes han rato. MARQUÉS: Tienen traza, según los miro, de asaltar la plaza. DIEGO: A tu sombra, señor, hoy en los muros defendidos estamos y seguros. MARQUÉS: Buen don Diego Almagro, vuestro brío no tan solo averigua el valor mío; pues dando a España glorias, le servís de muralla y de victorias. DIEGO: Vuecelencia en honrarme... MARQUÉS: Poco digo que esto mejor lo sabe el enemigo. Don Diego, hablemos claro, yo deseo, aunque el inconveniente grande veo, cuando somos tan pocos, dar castigo a estos bárbaros, que locos hoy me tienen sitiado; y no es para un endose lo Mencerrado; y aunque hay más de quinientos para cada español, hoy mis intentos se han de lograr. ¡Por vida de los dos, que he de hacer una salida! ¿Qué os parece? DIEGO: Señor, que acometamos, que alentándonos vos, menos bastamos, aunque para cualquiera cien mil mundos de bárbaros hubiera. MARQUÉS: Vos, don Pedro de Rojas, que valiente siempre unís lo bizarro y lo prudente, cuál vuestro voto es? PEDRO: Seguir osado, pues Vuecelencia lo ha determinado. MARQUÉS: ¡Por vida mía!, Don Pedro, en este intento decid desnudo vuestro sentimiento. PEDRO: Estando de por medio vuestra vida, (Ya negarle no puedo esta salida, Aparte aunque el valor heroico lo ha dictado.) me parece, según en el estado que está el socorro que esperamos, era mucho mejor, señor, que no se hiciera; porque juntos con él, si el cerco dura, está nuestra victoria más segura. MARQUÉS: Andad, señor, y ¿a mí qué me debiera si con ese partido acometiera? ¿Sufrir un cerco yo? ¿quién tal ha dicho? No sufre tanta flema mi capricho. Salir, señor, intenta mi denuedo, que pensarán, por Dios, que tengo miedo. Si el socorro llegare, ¿es mal partido que al enemigo encuentro ya vencido? PEDRO: Éste mi sentir es, mas al suceso no ha de faltar mi espada. MARQUÉS: Bueno es eso, ella sola ha de darme la victoria. PEDRO: De tu valor se espera mayor gloria. DIEGO: Mirad, don Pedro, vos habéis llegado poco habrá del Perú, sois gran soldado, bien lo dice el valor que en vos se halla, pero no conocéis a esta canalla; porque son tan valientes, y de esotros de allá tan diferentes, que porque todos sus hazañas vean, con disciplina militar pelean. Y es mengua de soldados, ver que nos tengan hoy acorralados, sin opósito suyo, pues parece, que de nuestra omisión su orgullo crece; y así, para su estrago, no hay sino darles hoy un Santïago, MARQUÉS: ¡Y como que lo creo de vuestro gran valor! DIEGO: Ya mi deseo quisiera verlo todo ejecutado.
Sale MOSQUETE
MOSQUETE: Gracias le doy al cielo que he llegado. DIEGO: ¿Mosquete? MOSQUETE: ¿Señor? DIEGO: ¿De dónde vienes con tanta prisa? MOSQUETE: ¡Buena flema tienes! Prisionero me vi del enemigo. DIEGO: Qué dices? es verdad? MOSQUETE: Lo que te digo; y tú has sido mi norte y aun mi estrella, porque en oyendo una araucana bella tu nombre, libertad me dio al instante, y me dijo... DIEGO: No pases adelante, que está el marqués aquí. MOSQUETE: (Pues oye aparte. Aparte Mira que traigo mucho que contarte.) DIEGO: Luego me lo dirás. MARQUÉS: Ese soldado, [dime,] ¿quién es? DIEGO: Mosquete, mi crïado. Llega, Mosquete a que el marqués te vea. Mosquete, acaba.
Llega al MARQUÉS
MOSQUETE: (Lo que mosquetea.) Aparte MARQUÉS: Tiene buena presencia. MOSQUETE: Menor mosquete soy de Vuecelencia. MARQUÉS: Hoy es el día, españoles míos, que necesito más de vuestros bríos; y pues lo deseamos, éste el orden será. MOSQUETE: Ya le aguardamos. MARQUÉS: Por la parte del río importa mucho, Don Diego, que salgáis... pero, ¿qué escucho?
Suena dentro un clarín
DIEGO: Llamada han hecho. MARQUÉS: Ya me da cuidado. ¿Qué puede ser?
Sale un SOLDADO
SOLDADO: Señor, es un soldado del real del enemigo, que a boca quiere hablarte. MARQUÉS: Que entre, digo. SOLDADO: Ya licencia tenéis, entrad, soldado.
Sale CAUPOLICÁN, disfrazado
CAUPOLICÁN: (No he querido fïar de otro cuidado, Aparte aunque es hacer a mi decoro ultraje, esta acción; y así, vengo en este traje solo, no porque vengo yo conmigo, a saber la intención del enemigo.)
Llega
¡Apolo os salve, soldados! ¿Cuál es aquí de vosotros el gran marqués de Cañete? MARQUÉS: Di, araucano, ya te oigo. MOSQUETE: (Parece, si no me engaño, Aparte que aqueste galgo conozco.) CAUPOLICÁN: El grande Caupolicán, del orbe terror y asombro, General de Arauco y Chile, reino a su grandeza corto, a ti el marqués de Cañete, salud envía en Apolo, para que conozcas yerros [que te han de ser tan costosos], si sabéis que ya la hambre [con torcedores ahogos] os debilita, y los días os va consumiendo sordos. Lo que a decirte me envía es, que a saber vengo sólo de vuestra altiva porfía, si el medio os ha vuelto locos; porque si sabéis que está su ejército numeroso sobre esta plaza, y que sois para su defensa pocos; si sabéis que es imposible que os venga ningún socorro, y aunque os viniera, españoles, el de Marte, fuera ocioso, ¿a qué aguardáis castellanos? ¿Cómo, altivos ciegos, cómo queréis ser vosotros mismos enemigos de vosotros? Rendíos al punto, que un día tenéis de plazo; y si locos, en este término, os tiene la ceguedad perezosos, por esa divina antorcha que el cielo devana a tornos, y ese encendido cometa de ese cristalino globo, que no ha de quedar almena que no se convierta en polvo. Mi vida, que de su saña no sea indigno despojo, esto me envía a decirte, tu respuesta aguardo sólo. DIEGO: ¡Esto escucho! ¡Voto a Dios...! Aparte MARQUÉS: Aunque tu gran desahogo, araucano, merecía más respuesta que mi enojo; y aunque no te vale el fuero de embajador que es impropio en ti porque de traidores embajador no conozco; porque vuelvas la respuesta, aquesta vez te perdono. A Caupolicán le di que ahora no le respondo de palabra, porque quiero ir en persona yo propio a castigarle en campaña. Habláis mucho y obráis poco. DIEGO: (Yo he de reventar, sin duda Aparte si los cascos no le rompo.) Descomunal araucano, altivo y presuntuoso, que fundas tu bizarría en lo adusto y en lo bronco; el marqués no ha de salir, porque fuera empeño corto a su valor. Yo saldré, que soy el menor de todos los que ves, y voto a Dios, que si en campaña le cojo --sin llegar mi espada a él, que es un bárbaro asqueroso-- le he de enviar al infierno tan solamente de un soplo; y si acaso --que sí harán-- no le quieren los demonios, volverá carbón, con que nos calentemos nosotros. CAUPOLICÁN: De tus soberbias palabras, castellano, no me corro, cuando habláis como mujeres encerrados, y propongo decirle a Caupolicán que os envíe sin enojos alguna labor que hagáis, porque no estéis tan ociosos. DIEGO: Bárbaro, ¡viven los Cielos!, que has de ver...
Acomete y detiénele el MARQUÉS
MARQUÉS: Don Diego, ¿cómo estando presente yo? DIEGO: Por ti, señor, me reporto. MARQUÉS: Dile a ese bárbaro ciego, que luego al punto dispongo sacar mi gente en campaña. CAUPOLICÁN: Esa palabra le tomo. MARQUÉS: Presto la verás cumplida. CAUPOLICÁN: Desdichados de vosotros si intentáis esta locura! MARQUÉS: Vete en paz. CAUPOLICÁN: Guárdeos Apolo.
Vase
DIEGO: ¡Vive Dios!, señor, que es mengua de españoles valerosos que de un bárbaro suframos esta befa y este oprobio! MARQUÉS: Bien decís; y así, don Diego, como os he dicho, dispongo, que por la parte del río salga vuestro pecho heroico a darles el Santïago. DIEGO: De lo que tardo me corro. MARQUÉS: Vos, don Pedro, por la parte que mira al real, animoso habéis de salir con orden de hacer al bárbaro rostro, y retiraos si acaso empeña su resto todo, que yo en Santa Fe quedo para iros dando socorro. Ea, españoles, partíos luego, y vaya Dios con vosotros. DIEGO: Toca al arma. PEDRO: Al arma toca. MARQUÉS: Ea, españoles famosos, Santïago y cierra España.
Éntranse sacando las espadas
MOSQUETE: Allá vais con mil demonios: solo Mosquete se queda, que Mosquete no está loco para que ahora dispare, que es un hombre escrupuloso, y no sale, que no quiere que le sacudan el polvo. Ve aquí que salgo, y un indio me apunta y me saca un ojo, porque tira muy derecho, aunque tiene el arco corvo. Ve aquí, que con una cuerda remangado hasta los codos, hecho verdugo de mártir, hacia mí se viene otro. Saco la cruz, y le digo --tente, que no estoy de modo que me despaches a ser vecino del Flos Sanctorum. Ya han salido. Ya se traba la escaramuza, y el plomo reparte sus peladillas.
Disparan. Dentro CAUPOLICÁN
CAUPOLICÁN: ¡Araucanos valerosos, hacia el río, que nos cortan!
Dentro DIEGO
DIEGO: ¡Todos para mí sois pocos! MOSQUETE: Aquí estoy mal; ahora bien, yo me voy a aquel rastrojo a decir que he peleado más que ninguno de todos.
Vase. Dentro ruido de batalla, y sale don DIEGO retirando algunos indios, y mételos a cuchillados
DIEGO: ¡A ellos, fuertes castellanos! IINDIOS: ¡Huyamos, que son demonios!
Vanse, y salen dos SOLDADOS españoles retirando a FRESIA
SOLDADO 1: Ríndete, araucana. FRESIA: Infames, mal mi orgullo valeroso conocéis; de aquesta suerte me rindo yo. ¡Vive Apolo, que se me cayó el acero!
Cáesele
SOLDADO 2: Date a prisión. FRESIA: Cielos, ¿cómo consentís aquesta injuria?
Sale don DIEGO
DIEGO: Hacia aquí las voces oigo. ¿Qué es aquesto? SOLDADO 1: Gran don Diego de Almagro... FRESIA: ¿Qué escucho? SOLDADO 2: Sólo haber hecho prisionera esta araucana. DIEGO: (¡Mis ojos Aparte no han visto tal hermosura!) FRESIA: (Ya por mi mal le conozco, Aparte y hallo en él cuanto la idea me propuso.) DIEGO: Oíd vosotros. Idos. LOS DOS: Ya te obedecemos.
Vanse
DIEGO: ¿Quién eres, divino monstruo? ¿Quién eres, que como diosa, hoy a tus plantas me postro?
Levanta el acero y se lo da
Vuelva el acero a tu mano, vibra en mi pecho tu odio; pero no, que ya me has muerto con los rayos de tus ojos. Y porque sepas que yo soy tu prisionero solo --por que tu vista a mi gente no cause algún alboroto-- en ese bruto, que miras atado a ese verde tronco, te pon, y vete a tu real. FRESIA: A tu valor reconozco la libertad y la vida.
Dentro TUCAPEL
TUCAPEL: Araucanos animosos, Fresia no parece. FRESIA: (¡Cielos, Aparte mi gente es ésta. ¿Qué oigo?)
Salen TUCAPEL, RENGO, y SOLDADOS indios
TUCAPEL: ¡Ah, traidores! ¿Cómo así queréis robar el tesoro de Arauco cuando el sol mismo no le merece en su solio? RENGO: Muera, qué aguardo? FRESIA: Teneos. DIEGO: Los traidores sois vosotros.
Riñe don DIEGO con todos y FRESIA le defiende poniéndose delante, y sale doña JUANA de hombre, con la cara cubierta, y pónese al lado de don DIEGO con la espada [desnuda]
JUANA: Caballero, a vuestro lado me tenéis, ánimo. FRESIA: ¿Cómo, villanos, si le defiendo, osáis altivos y locos ofenderle? TUCAPEL: ¿Qué razón moverte puede? FRESIA: Oídme todos: A este castellano debo la libertad, pues su heroico pecho libre me envïaba, cuando llegasteis vosotros; y puesto que se le ofrece a mi aliento generoso ocasión en que le pague la deuda del mismo modo, nadie le ofenda, soldados, venid siguiéndome todos: y tú, castellano al punto en ese bruto fogoso que me ofrecías, te parte al fuerte, advirtiendo sólo, que no solamente son los de Arauco valerosos, sino que hasta las mujeres tiene este aliento propio. JUANA: (Y yo de que le defienda, Aparte me abraso en celos rabiosos.) TUCAPEL: Solo porque quedes bien, templa Tucapel su enojo. FRESIA: Seguidme pues. (¡Ay, don Diego, Aparte dueño del alma te nombro!)
Vanse
DIEGO: ¡Ay, araucana divina, cautivo quedo en tus ojos! JUANA: (¡Ah falso! Pero no es tiempo Aparte de descubrirme.) Animoso caballero, montad luego, y poned la vida en cobro, que yo os aseguro el campo. DIEGO: A vuestro aliento brïoso, caballero, agradecido estoy. ¿Quién sois? JUANA: Eso sólo es imposible deciros. DIEGO: Pues si no os declaráis, ¿cómo podrá mi pecho pagaros la deuda que reconozco? JUANA: Mas me debéis que pensáis. DIEGO: Pues, ¿por qué encubrís el rostro? JUANA: Porque me importa encubrirme. DIEGO: Conoceisme? JUANA: Ya os conozco, y algún día os pediré la paga. DIEGO: Seré dichoso.
Tocan
A recoger han tocado. JUANA: Pues, caballero brïoso, idos al fuerte, que yo al real de Arauco me torno. DIEGO: Apartarme de vos siento. JUANA: Yo evitaré los estorbos para estar siempre con vos.
Tocan
DIEGO: No os entiendo. JUANA: Yo tampoco. DIEGO: Segunda vez han llamado. JUANA: Adiós. DIEGO: Adiós. Yo voy loco de ver un hombre tan raro.
Vase
JUANA: Fementido y alevoso, yo haré que pagues mi amor, que aunque te abrasan los ojos de Fresia, estorbar sabré tus intentos cautelosos.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Los españoles en Chile, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002