ACTO TERCERO


                         [Sala en casa de don Sancho]

                 Salen CAMINO con un papel y LUCRECIA

CAMINO:        Éste me dio para ti
            Tristán, de quien don García
            con justa causa confía,
            lo mismo que tú de mí;  
               que, aunque su dicha es tan corta
            que sirve, es muy bien nacido,
            y de suerte ha encarecido
            lo que tu respuesta importa,
               que jura que don García     
            está loco.
LUCRECIA:               ¡Cosa extraña!
            ¿Es posible que me engaña
            quien de esta suerte porfía?
               El más firme enamorado
            se cansa si no es querido,  
            ¿y éste puede ser fingido,
            tan constante y desdeñado?
CAMINO:        Yo, al menos, si en las señales
            se conoce el corazón,
            ciertos juraré que son,   
            por las que he visto, sus males.
               Que quien tu calle pasea
            tan constante noche y día,
            quien tu espesa celosía
            tan atento brujulea,   
               quien ve que de tu balcón
            cuando él viene, te retiras,
            y ni te ve ni le miras,
            y está firme en tu afición,
               quien llora, quien desespera, 
            quien, porque contigo estoy,
            me da dineros --que es hoy  
            la señal más verdadera--,
               yo me afirmo en que decir
            que miente es gran desatino.
LUCRECIA:   Bien se echa de ver, Camino,
            que no le has visto mentir.
               ¡Pluguiera a Dios fuera cierto
            su amor!  Que, a decir verdad,
            no tarde en mi voluntad     
            hallaran sus ansias puerto.
               Que sus encarecimientos,
            aunque no los he creído,
            por lo menos han podido
            despertar mis pensamientos.      
               Que, dado que es necedad
            dar crédito al mentiroso,
            como el mentir no es forzoso
            y puede decir verdad,
               oblígame la esperanza
            y el propio amor a creer    
            que conmigo puede hacer
            en sus costumbres mudanza.
               Y así --por guardar mi honor,
            si me engaña lisonjero,   
            y, si es su amor verdadero,
            porque es digno de mi amor--,
               quiero andar tan advertida
            a los bienes y a los daños
            que ni admita sus engaños 
            ni sus verdades despida.
CAMINO:        De ese parecer estoy.
LUCRECIA:   ¿Pues dirásle que, crüel,
            rompí, sin vello, el papel;
            que esta respuesta le doy.  
               Y luego, tú, de tu aljaba,
            le di que no desespere,
            y que, si verme quisiere,
            vaya esta tarde a la Octava
               de la Magdalena.
CAMINO:                  Voy.
LUCRECIA:   Mi esperanza fundo en ti.
CAMINO:     No se perderá por mí,
            pues ves que Camino soy.

                             Vanse los dos

                     [Sale en casa de don Beltrán]

Salen don BELTRÁN, don GARCÍA, y TRISTÁN. Don BELTRÁN saca una carta abierta. Dala a don GARCÍA
BELTRÁN: ¿Habéis escrito, García? GARCÍA: Esta noche escribiré. BELTRÁN: Pues abierta os la daré; porque, leyendo la mía, conforme a mi parecer a vuestro suegro escribáis; que determino que vais vos en persona a traer vuestra esposa, que es razón; porque pudiendo traella vos mismo, envïar por ella fuera poca estimación. GARCÍA: Es verdad; mas sin efeto será agora mi jornada. BELTRÁN: ¿Por qué? GARCÍA: Porque está preñada; y hasta que un dichoso nieto te dé, no es bien arriesgar su persona en el camino. BELTRÁN: ¡Jesús! Fuera desatino estando así caminar. Mas dime; ¿cómo hasta aquí no me lo has dicho, García? GARCÍA: Porque yo no lo sabía; y en la que ayer recibí de doña Sancha, me dice que es cierto el preñado ya. BELTRÁN: Si un nieto varón me da hará mi vejez felice. Muestra; que añadir es bien Tómale la carta que le había dado cuánto con esto me alegro. Mas di, ¿cuál es de tu suegro el propio nombre? GARCÍA: ¿De quién? BELTRÁN: De tu suegro. GARCÍA: (Aquí me pierdo). Aparte Don Diego. BELTRÁN: O yo me he engañado, o otras veces le has nombrado don Pedro. GARCÍA: También me acuerdo de eso mismo; pero son suyos ambos nombres. BELTRÁN: ¿Diego y Pedro? GARCÍA: No te asombres; que, por una condición, "don Diego" se ha de llamar de su casa el sucesor. Llamábase mi señor "don Pedro" antes de heredar; y como se puso luego "don Diego" porque heredó, después acá se llamó ya "don Pedro," ya "don Diego." BELTRÁN: No es nueva esa condición en muchas casas de España. A escribirle voy. Vase don BELTRÁN TRISTÁN: Extraña fue esta vez tu confusión. GARCÍA: ¿Has entrado en la historia? TRISTÁN: Y hubo bien en qué entender. El que mienta ha menester gran ingenio y gran memoria. GARCÍA: Perdido me vi. TRISTÁN: Y en eso pararás al fin, señor. GARCÍA: entre tanto, de mi amor veré el bueno o mal suceso. ¿Qué hay de Lucrecia? TRISTÁN: Imagino, aunque de dura se precia, que has de vencer a Lucrecia sin la fuerza de Tarquino. GARCÍA: ¿Recibió el billete? TRISTÁN: Sí; aunque a Camino mandó que diga que lo rompió, que él lo ha fïado de mí. Y, pues lo admitió, no mal se negocia tu deseo; si aquel epigrama creo que a Nevia escribió Marcial: "Escribí; no respondió Nevia. Luego dura está; mas ella se ablandará, pues lo que escribí leyó." GARCÍA: Que dice verdad sospecho. TRISTÁN: Camino está de tu parte, y promete revelarte los secretos de su pecho; y que ha de cumplillo espero si andas tú cumplido en dar, que para hacer confesar no hay cordel como el dinero. Y aun fuera bueno, señor, que conquistaras tu ingrata con dádivas, pues que mata con flechas de oro el Amor. GARCÍA: Nunca te he visto grosero, sino aquí, en tus pareceres. ¿Es ésta de las mujeres que se rinden por dinero? TRISTÁN: Virgilio dice que Dido fue del troyano abrasada, de sus dones obligada tanto como de Cupido. ¡Y era reina! No te espantes de mis pareceres rudos, que escudos vencen escudos, diamantes labran diamantes. GARCÍA: ¿No viste que la ofendió mi oferta en la Platería? TRISTÁN: Tu oferta la ofendería, señor, que tus joyas no. Por el uso te gobierna; que a nadie en este lugar por desvergonzado en dar le quebraron brazo o pierna. GARCÍA: Dame tú que ella lo quiera, que darle un mundo imagino. TRISTÁN: Camino dará camino, que es el polo de esta esfera. Y porque sepas que está en buen estado tu amor, ella le mandó, señor, que te dijese que hoy va Lucrecia a la Magdalena a la fiesta de la Octava, como que él te lo avisaba. GARCÍA: ¡Dulce alivio de mi pena! ¿Con ese espacio me das nuevas que me vuelven loco? TRISTÁN: Dóytelas tan poco a poco porque dure el gusto más. Vanse los dos [Claustro del convento de la Magdalena, con puerta a la iglesia] Salen JACINTA y LUCRECIA, con mantos JACINTA: ¿Qué? ¿Prosigue don García? LUCRECIA: De modo que, son saber su engañoso proceder, como tan firme porfía, casi me tiene dudosa. JACINTA: Quizá no eres engañada, que la verdad no es vedada a la boca mentirosa. Quizá es verdad que te quiere, y más donde tu beldad asegura esa verdad en cualquiera que te viere. LUCRECIA: Siempre tú me favoreces; mas yo lo creyera así a no haberte visto a ti que al mismo sol oscureces. JACINTA: Bien sabes tú lo que vales, y que en esta competencia nunca ha salido sentencia por tener votos iguales. Y no es sola la hermosura quien causa amoroso ardor, que también tiene el amor su pedazo de ventura. Yo me holgaré que por ti, amiga, me haya trocado, y que tú hayas alcanzado lo que yo no merecí; porque ni tú tienes culpa ni él me tiene obligación. Pero ve con prevención, que no te queda disculpa si te arrojas en amar y al fin quedas engañada de quien estás ya avisada que sólo sabe engañar. LUCRECIA: Gracias, Jacinta, te doy; mas tu sospecha corrige, que estoy por creerle dije, no que por quererle estoy. JACINTA: Obligaráte el creer y querrás, siendo obligada, y, así, es corta la jornada que hay de creer a querer. LUCRECIA: Pues ¿qué dirás si supieres que un papel he recibido? JACINTA: Diré que ya le has creído, y aun diré que ya le quieres. LUCRECIA: Erraráste; y considera que tal vez la voluntad hace por curiosidad lo que por amor no hiciera. ¿Tú no le hablaste gustosa en la Platería? JACINTA: Sí. LUCRECIA: ¿Y fuiste, en oírle allí, enamorada o curiosa? JACINTA: Curiosa. LUCRECIA: Pues yo con él curiosa también he sido, como tú en haberle oído, en recibir su papel. JACINTA: Notorio verás tu error si adviertes que es el oír cortesía, y admitir su papel claro favor. LUCRECIA: Eso fuera a saber él que su papel recibí; mas él piensa que rompí, sin leello, su papel. JACINTA: Pues, con eso, es cierta cosa que curiosidad ha sido. LUCRECIA: En mi vida me ha valido tanto gusto el ser curiosa. Y porque su falsedad conozcas, escucha y mira si es mentira la mentira que más parece verdad.
Saca un papel y ábrele, y lee en secreto. Salen CAMINO, GARCÍA y TRISTÁN por otra parte
CAMINO: ¿Veis la que tiene en la mano un papel? GARCÍA: Sí. CAMINO: Pues aquella es Lucrecia. GARCÍA: (¡Oh, causa bella Aparte de dolor tan inhumano! Ya me abraso de celoso). ¡Oh, Camino, cuánto os debo! A CAMINO TRISTÁN: Mañana os vestís de nuevo. CAMINO: Por vos he de ser dichoso. Vase CAMINO GARCÍA: Llegarme, Tristán, pretendo adonde, sin que me vea, se posible fuera, lea el papel que está leyendo. TRISTÁN: No es difícil; que si vas a esta capilla arrimado, saliendo por aquel lado, de espaldas la cogerá. GARCÍA: Bien dices. Ven por aquí. Vanse los dos JACINTA: Lee bajo, que darás mal ejemplo. LUCRECIA: No me oirás. Toma y lee para ti. Le da el papel a JACINTA JACINTA: Ése es mejor parecer.
Salen TRISTÁN y GARCÍA por otra puerta; cogen de espaldas a las mujeres
TRISTÁN: Bien a fin se consiguió. GARCÍA: Tú, si ves mejor que yo, procura, Tristán leer. Lee JACINTA: "Ya que mal crédito cobras de mis palabras sentidas, dime si serán creídas, pues nunca mienten, las obras. Que si consiste el creerme, señora, en ser tu marido, y ha de dar el ser creído material al favorecerme, por éste, Lucrecia mía, que de mi mano te doy firmado, digo que soy ya tu esposo don García." Hablan aparte GARCÍA y TRISTÁN GARCÍA: ¡Vive Dios, que es mi papel! TRISTÁN: Pues ¿qué? ¿No lo vio en su casa? GARCÍA: Por ventura lo repasa, regalándose con él. TRISTÁN: Comoquiera te está bien. GARCÍA: Comoquiera soy dichoso. JACINTA: Él es breve y compendioso; o bien siente o miente bien. GARCÍA: Volved los ojos, señora, cuyos rayos no resisto. Tápanse LUCRECIA y JACINTA y hablan aparte JACINTA: Cúbrete, pues no te ha visto, y desengáñate agora. LUCRECIA: Disimula y no me nombres. GARCÍA: Corred los delgados velos a ese asombro de los cielos, a ese cielo de los hombres. ¿Posible es que os llego a ver, homicida de mi vida? Mas, como sois mi homicida, en la iglesia hubo de ser. Si os obliga a retraer mi muerte, no hayáis temor, que de las leyes de amor es tan grande el desconcierto, que dejan preso al que es muerto y libre al que es matador. Ya espero que de mi pena estás, mi bien, condolida, si el estar arrepentida os trajo a la Magdalena. Ved cómo el amor ordena recompensa al mal que siento, pues si yo llevé el tormento de vuestra crueldad, señora, la gloria me llevo agora, de vuestro arrepentimiento. ¿No me habláis, dueño querido? ¿No os obliga el mal que paso? ¿Arrepentísos acaso de haberos arrepentido? Que advirtáis, señora, os pido, que otra vez me mataréis. Si porque en la iglesia os veis, probáis en mí los aceros, mirad que no ha de valeros si en ella el delito hacéis. JACINTA: ¿Conocéisme? GARCÍA: ¡Y bien, por Dios! Tanto, que desde aquel día que os hablé en la Platería, no me conozco por vos; de suerte que, de los dos, vivo más en vos que en mí; que tanto, desde que os vi, en vos transformado estoy, que ni conozco el que soy ni me acuerdo del que fui. JACINTA: Bien se echa de ver que estáis del que fuisteis olvidado, pues sin ver que sois casado, nuevo amor solicitáis. GARCÍA: ¡Yo casado! ¿En eso dais? JACINTA: ¿Pues no? GARCÍA: ¡Qué vana porfía! Fue, por Dios, invención mía, por ser vuestro. JACINTA: O por no sello; y si os vuelven a hablar de ello, seréis casado en Turquía. GARCÍA: Y vuelvo a jurar, por Dios, que en este amoroso estado, para todas soy casado y soltero para vos. Aparte a LUCRECIA JACINTA: ¿Ves tu desengaño? LUCRECIA: (¡Ah, cielos! Aparte ¿Apenas una centella siento de amor, y ya de ella nacen volcanes de celos? GARCÍA: Aquella noche, señora, que en el balcón os hablé, ¿todo el caso no os conté? JACINTA: ¿A mí en balcón? LUCRECIA: (¡Ah, traidora!) Aparte JACINTA: Advertid que os engañáis. ¿Vos me hablasteis? GARCÍA: ¡Bien, por Dios! LUCRECIA: (¿Habláisle de noche vos, Aparte y a mi consejos me dais?) GARCÍA: Y el papel que recibisteis, ¿negaréislo? JACINTA: ¿Yo, papel? LUCRECIA: (¡Ved qué amiga tan fiel!) Aparte GARCÍA: Y sé que lo leísteis. JACINTA: Pasar por donaire puede, cuando no daña, el mentir; mas no se puede sufrir cuando ese límite excede. GARCÍA: ¿No os hablé en vuestro balcón, Lucrecia, tres noches ha? JACINTA: (¿Yo Lucrecia? Bueno va; Aparte toro nuevo, otra invención. A Lucrecia ha conocido, y es muy cierto el adoralla, pues finge, por no enojalla, que por ella me ha tenido). LUCRECIA: (Todo lo entiendo. ¡Ah Traidora! Aparte Sin duda que le avisó que la tapada fui yo, y quiere enmendallo agora con fingir que fue el tenella, por mí, la causa de hablalla). A don GARCÍA TRISTÁN: Negar debe de importalla, por la que está junto de ella, ser Lucrecia. GARCÍA: Así lo entiendo, que si por mí lo negara, encubriera ya la cara. Pero, no se conociendo, ¿se hablarán las dos? TRISTÁN: Por puntos suele en las iglesias verse que parlan, sin conocerse, los que aciertan a estar juntos. GARCÍA: Dices bien. TRISTÁN: Fingiendo agora que se engañaron tus ojos, lo enmendarás. GARCÍA: Los antojos de un ardiente amor, señora, me tienen tan deslumbrado, que por otra os he tenido. Perdonad, que yerro ha sido de esa cortina causado. Que, como a la fantasía fácil engaña el deseo, cualquiera dama que veo se me figura la mía. JACINTA: (Entendíle la intención). Aparte LUCRECIA: (Avisóle la taimada). Aparte JACINTA: Según eso, la adorada es Lucrecia. GARCÍA: El corazón, desde el punto que la vi, la hizo dueña de mi fe. A LUCRECIA JACINTA: ¡Bueno es esto! LUCRECIA: (¡Que ésta esté haciendo burla de mí! No me doy por entendida, por no hacer aquí un exceso). JACINTA: Pues yo pienso que, a estar de eso cierta, os fuera agradecida Lucrecia. GARCÍA: ¿Tratáis con ella? JACINTA: Trato, y es amiga mía; tanto, que me atrevería a afirmar que en mí y en ella vive sólo un corazón. GARCÍA: (¡Si eres tú, bien claro está! Aparte ¡Qué bien a entender me da su recato y su intención!) Pues ya que mi dicha ordena tan buena ocasión, señora, pues sois ángel, sed agora mensajera de mi pena. Mi firmeza le decid, y perdonadme si os doy este oficio. TRISTÁN: (Oficio es hoy Aparte de las mozas en Madrid). GARCÍA: Persuadidle que a tan grande amor ingrata no sea. JACINTA: Hacedle vos que lo crea, que yo la haré que se ablanda. GARCÍA: ¿Por qué no creerá que muero, pues he visto su beldad? JACINTA: Porque si os digo verdad no os tiene por verdadero. GARCÍA: ¡Ésta es verdad, vive Dios! JACINTA: Hacedle vos que lo crea. ¿Qué importa que verdad sea, si el que la dice sois vos? Que la boca mentirosa incurre en tan torpe mengua, que, solamente en su lengua es la verdad sospechosa. GARCÍA: Señora... JACINTA: Basta; mirad que dais nota. GARCÍA: Yo obedezco. A LUCRECIA JACINTA: ¿Vas contenta? LUCRECIA: Yo agradezco, Jacinta, tu voluntad. Vanse las dos GARCÍA: ¿No ha estado aguda Lucrecia? ¡Con qué astucia dio a entender que le importaba no se Lucrecia! TRISTÁN: A fe que no es necia. GARCÍA: Sin duda que no quería que la conociese aquella que estaba hablando con ella. TRISTÁN: Claro está que no podía obligalla otra ocasión a negar cosa tan clara, porque a ti no te negara que te habló por su balcón, pues ella misma tocó los puntos de que tratasteis cuando por él os hablasteis. GARCÍA: En eso bien mi mostró que de mí no se encubría. TRISTÁN: Y por eso dijo aquello: "Y si os vuelven a hablar de ello, seréis casado en Turquía." Y esta conjetura abona más claramente el negar que era Lucrecia y tratar luego en tercera persona de sus propios pensamientos, diciéndote que sabía que Lucrecia pagaría tus amorosos intentos, con que tú hicieses, señor, que los llegase a creer. GARCÍA: ¡Ay, Tristán! ¿Qué puedo hacer para acreditar mi amor? TRISTÁN: ¿Tú quieres casarte? GARCÍA: Sí. TRISTÁN: Pues pídela. GARCÍA: ¿Y si resiste? TRISTÁN: Parece que no le oíste lo que dijo agora aquí: "Hacedla vos que lo crea, que yo la haré que se ablande." ¿Qué indicio quieres más grande de que ser tuya desea? Quien tus papeles recibe, quien te habla en sus ventanas, muestras ha dado bien llanas de la afición con que vive. El pensar que eres casado la refrena solamente, y queda ese inconveniente con casarte remediado; pues es el mismo casarte, siendo tan gran caballero, información de soltero. Y, cuando quiera obligarte a que des información, por el temor con que va de tus engaños, no está Salamanca en el Japón. GARCÍA: Sí está para quien desea, que son ya siglos en mí los instantes. TRISTÁN: Pues aquí, ¿No habrá quien testigo sea? GARCÍA: Puede ser. TRISTÁN: Es fácil cosa. GARCÍA: Al punto lo buscaré. TRISTÁN: Uno, yo te lo daré. GARCÍA: ¿Y quién es? TRISTÁN: Don Juan de Sosa. GARCÍA: ¿Quién? ¡Don Juan de Sosa! TRISTÁN: Sí. GARCÍA: Bien lo sabe. TRISTÁN: Desde el día que te habló en la Platería no le he visto, ni él a ti. Y, aunque siempre he deseado saber qué pesar te dio el papel que te escribió, nunca te lo he preguntado, viendo que entonces, severo negaste y descolorido; mas agora, que he venido tan a propósito, quiero pensar que puedo, señor, pues secretario me has hecho del archivo de tu pecho, y se pasó aquel furor. GARCÍA: Yo te lo quiero contar, que, pues sé por experiencia tu secreto y tu prudencia, bien te lo puedo fïar. A las siete de la tarde me escribió que me aguardaba en San Blas don Juan de Sosa para un caso de importancia. Callé, por ser desafío, que quiere, el que no lo calla, que le estorben o le ayuden, cobardes acciones ambas. Llegué al aplazado sitio, donde don Juan me aguardaba con su espada y con sus celos, que son armas de ventaja. Su sentimiento propuso, satisfice a su demanda, y, por quedar bien, al fin, desnudamos las espadas. Elegí mi medio al punto, y, haciéndole una ganancia por los grados del perfil, le di una fuerte estocada. Sagrada fue de su vida un Agnus Dei que llevaba, que, topando en él la punta, hizo dos partes mi espada. Él sacó pies del gran golpe; pero, con ardiente rabia, vino, tirando una punta; mas yo, por la parte flaca, cogí su espada, formando un atajo. Él presto saca --como la respiración tan corta línea le tapa, por faltarle los dos tercios a mi poco fiel espada-- la suya, corriendo filos, y, como cerca me halla --porque yo busqué el estrecho por la alta de mis armas-- a la cabeza, furioso, me tiró una cuchillada. Recibíla en el principio de su formación, y baja, matándole el movimiento sobre la suya mi espada. ¡Aquí fue Troya! Saqué un revés con tal pujanza, que la falta de mi acero hizo allí muy poca falta; que, abriéndole en la cabeza un palmo de cuchillada, vino sin sentido al suelo, y aun sospecho que sin alma. Dejéle así y con secreto me vine. Esto es lo que pasa, y de no verle estos días, Tristán, es ésta la causa. TRISTÁN: ¡Qué suceso tan extraño! ¿Y si murió? GARCÍA: Cosa es clara, porque hasta los mismos sesos esparció por la campaña. TRISTÁN: ¡Pobre don Juan...! Mas, ¿no es éste que viene aquí? Salen don JUAN y don BELTRÁN por otra parte GARCÍA: ¡Cosa extraña! TRISTÁN: ¿También a mí me la pegas? ¿Al secretario del alma? (¡Por Dios, que se le creí, Aparte con conocelle las mañas! Mas ¿a quién no engañarán mentiras tan bien trobadas?) GARCÍA: Sin duda que le han curado por ensalmo. TRISTÁN: Cuchillada que rompió lo mismos sesos, ¿en tan breve tiempo sana? GARCÍA: ¿Es mucho? Ensalmo sé yo con que un hombre, en Salamanca, a quien cortaron a cercen un brazo con media espalda, volviéndosela a pegar, en menos de una semana quedó tan sano y tan bueno como primero. TRISTÁN: ¡Ya escampa! GARCÍA: Esto no me lo contaron; yo lo vi mismo. TRISTÁN: Eso basta. GARCÍA: ¡De la verdad, por la vida, no quitaré una palabra! TRISTÁN: (¡Que ninguno se conozca!) Aparte Se¤or, mis servicios paga con enseñarme ese salmo. GARCÍA: Está en dicciones hebraicas, y, si no sabes la lengua, no has de saber pronunciarlas. TRISTÁN: Y tú, ¿sábesla? GARCÍA: ¡Qué bueno! Mejor que la castellana. Hablo diez lenguas. TRISTÁN: (Y todas Aparte para mentir no te bastan. "Cuerpo de verdades lleno" con razón el tuyo llaman, pues ninguna sale de él ni hay mentira que no salga). Hablan aparte don BELTRÁN y don JUAN BELTRÁN: ¿Qué decís? JUAN: Esto es verdad. Ni caballero ni dama tiene, si mal no me acuerdo, de esos nombres Salamanca. BELTRÁN: (Sin duda que fue invención Aparte de García, cosa es clara. Disimular me conviene). Gocéis por edades largas, con una rica encomienda, de la cruz de Calatrava. JUAN: Creed que siempre he de ser más vuestro cuando más valga. Y perdonadme, que ahora, por andar dando las gracias a esos señores, no os voy sirviendo hasta vuestra casa. Vase don JUAN BELTRÁN: (¡Válgame Dios! ¿Es posible Aparte que a mí no me perdonaran las costumbres de este mozo? ¿Que aun a mí en mis propias canas, me mintiese, al mismo tiempo que riñéndoselo estaba? ¿Y que le creyese yo, en cosa tan de importancia, tan presto, habiendo ya oído de sus engaños la fama? Mas ¿quién creyera que a mí me mintiera, cuando estaba reprehendiéndole eso mismo? Y ¿qué juez se recelara que el mismo ladrón le robe, de cuyo castigo trata? TRISTÁN: ¿Determinaste a llegar? GARCÍA: Sí, Tristán. TRISTÁN: Pues Dios te valga. GARCÍA: Padre... BELTRÁN: ¡No me llames padre, vil! Enemigo me llama, que no tiene sangre mía quien no me parece en nada. Quítate de ante mis ojos, que, por Dios, si no mirara... TRISTÁN: ¡El mar está por el cielo; mejor ocasión aguarda! BELTRÁN: ¡Cielos! ¿Qué castigo es éste? ¿Es posible que a quien ama la verdad como yo, un hijo de condición tan contraria le diésedes? ¿Es posible que quien tanto su honor guarda como yo, engendrase un hijo de inclinaciones tan bajas, y a Gabriel, que honor y vida daba a mi sangre y mis canas, llevásedes tan en flor? Cosas son que, a no mirarlas como cristiano... GARCÍA: (¿Qué es esto?) Aparte TRISTÁN: Quítate de aquí! ¿Qué aguardas? BELTRÁN: Déjanos solos, Tristán. Pero vuelve, no te vayas; por ventura, la vergüenza de que sepas tú su infamia podrá en él lo que no pudo el respeto de mis canas. Y, cuando ni esta vergüenza le obligue a enmendar sus faltas, servirále, por lo menos de castigo el publicallas. Di, liviano, ¿qué fin llevas? Loco, di, ¿qué gusto sacas de mentir tan sin recato? Y, cuando con todos vayas tras tu inclinación, ¿conmigo siquiera no te enfrenaras? ¿Con qué intento el matrimonio fingiste de Salamanca, para quitarles también el crédito a mis palabras? ¿Con qué cara hablaré yo a los que dije que estabas con doña Sancha de Herrera desposado? ¿Con qué cara, cuando, sabiendo que fue fingida esta doña Sancha, por cómplices del embuste, infamen mis nobles canas? ¿Qué medio tomaré yo que saque bien esta mancha, pues, a mejor negociar, si de mí quiero quitarla, he de ponerla en mi hijo, y, diciendo que la causa fuiste tú, he de ser yo mismo pregonero de tu infamia? Si algún cuidado amoroso te obligó a que me engañaras, ¿qué enemigo te oprimía? ¿Qué puñal te amenazaba, sino un padre, padre al fin? Que este nombre solo basta para saber de qué modo le enternecieran tus ansias. ¡Un viejo que fue mancebo, y sabe bien la pujanza con que en pechos juveniles prenden amorosas llamas! GARCÍA: Pues si lo sabes, y entonces para excusarme bastara, para que mi error perdones agora, padre, me valga. Parecerme que sería respetar poco tus canas no obedecerte, pudiendo, me obligó a que te engañara. Error fue, no fue delito; no fue culpa, fue ignorancia; la causa, amor; tú, mi padre. ¡Pues tú dices que esto basta! Y ya que el daño supiste, escucha la hermosa causa, porque el mismo dañador el daño te satisfaga. Doña Lucrecia, la hija de don Juan de Luna, es alma de esta vida, es principal y heredera de su casa; y, para hacerme dichoso con su hermosa mano, falta sólo que tú lo consientas y declares que la fama de ser yo casado tuvo ese principio, y es falsa. BELTRÁN: No, no. ¡Jesús! ¡Calla! ¿En otra habías de meterme? Basta. Ya, si dices que ésta es luz, he de pensar que me engañas. GARCÍA: No, señor; lo que a las obras se remite, es verdad clara, y Tristán, de quien te fías, es testigo de mis ansias. Dile, Tristán. TRISTÁN: Sí, señor; lo que dice es lo que pasa. BELTRÁN: ¿No te corres de esto? Di. ¿No te avergüenza que hayas menester que tu crïado acredite lo que hablas? Ahora bien; yo quiero hablar a don Juan, y el cielo haga que te dé a Lucrecia, que eres tal, que es ella la engañada. Mas primero he de informarme en esto de Salamanca, que ya temo que, en decirme que me engañaste, me engañas. Que, aunque la verdad sabía antes que hablarte llegara, la has hecho ya sospechosa tú, con sólo confesarla. Vase don BELTRÁN GARCÍA: ¡Bien se ha hecho! TRISTÁN: ¡Y cómo bien! que yo pensé que hoy probabas en ti aquel psalmo hebreo que brazos cortados sana. Vanse los dos. [Sala con vistas a un jardín, en casa de don JUAN de Luna] Salen don JUAN, viejo, y don SANCHO JUAN: Parece que la noche ha refrescado. SANCHO: Señor don Juan de Luna, para el río, éste es fresco, en mi edad, demasiado. JUAN: Mejor será que en ese jardín mío se nos ponga la mesa, y que gocemos la cena con sazón, templado el frío. SANCHO: Discreto parecer. Noche tendremos que dar a Manzanares más templada, que ofenden la salud estos extremos. Hacia adentro JUAN: Gozad de vuestra hermosa convidada por esta noche en el jardín, Lucrecia. SANCHA: Veáisla, quiera Dios, bien empleada, que es un ángel. JUAN: Demás de que no es necia, y ser, cual veis, don Sancho, tan hermosa, menos que la virtud la vida precia. Sale un CRIADO CRIADO: Preguntando por vos, don Juan de Sosa a la puerta llegó y pide licencia. SANCHO: ¿A tal hora? JUAN: Será ocasión forzosa. SANCHO: Entre el señor don Juan. Vase el CRIADO. Sale don JUAN, galán, con un papel JUAN de S: A esa presencia, sin el papel que veis, nunca llegara; mas ya con él, faltaba la paciencia, que no quiso el amor que dilatara la nueva un punto, si alcanzar la gloria consiste en eso, de mi prenda cara. Ya el hábito salió; si en la memoria la palabra tenéis que me habéis dado, colmaréis, con cumplirla, mi victoria. SANCHO: Mi fe, señor don Juan, habéis premiado con no haber esta nueva tan dichosa por un momento sólo dilatado. A darlo voy a mi Jacinta hermosa, y perdonad que, por estar desnuda, no la mando salir. Vase don SANCHO JUAN de L: Por cierta cosa tuve siempre el vencer, que el cielo ayuda la verdad más oculta, y premiada dilación pudo haber, pero no duda. Salen don GARCÍA, don BELTRÁN, y TRISTÁN por otra puerta BELTRÁN: Ésta no es ocasión acomodada de hablarle, que hay visita, y una cosa tan grave a solas ha de ser tratada. GARCÍA: Antes nos servirá don Juan de Sosa en lo de Salamanca por testigo. BELTRÁN: ¡Que lo hayáis menester! ¡Qué infame cosa! En tanto que a don Juan de Luna digo nuestra intención, podréis entretenello. JUAN de L: ¡Amigo don Beltrán! BELTRÁN: ¡Don Juan, amigo! JUAN de L: ¿A tales horas tal exceso? BELTRÁN: En ello conoceréis que estoy enamorado. JUAN de L: Dichosa la que pudo merecello. BELTRÁN: Perdón me habéis de dar; que haber hallado la puerta abierta, y la amistad que os tengo, para entrar sin licencia me la han dado. JUAN de L: Cumplimientos dejad, cuando prevengo el pecho a la ocasión de esta venida. BELTRÁN: Quiero deciros, pues, a lo que vengo. Don GARCÍA habla aparte a don JUAN de Sosa GARCÍA: Pudo, señor don Juan, ser oprimida de algún pecho de envidia emponzoñado verdad tan clara, pero no vencida. Podéis, por Dios, creer que me ha alegrado vuestra victoria. JUAN de S: De quien sois lo creo. GARCÍA: Del hábito gocéis encomendado, como vos merecéis y yo deseo. JUAN de L: Es en eso Lucrecia tan dichosa, que pienso que es soñado el bien que veo. Con perdón del señor don Juan de Sosa, oíd una palabra, don Garcia. Que a Lucrecia queréis por vuestra esposa me ha dicho don Beltrán. GARCÍA: El alma mía, mi dicha, honor y vida está en su mano. JUAN de L: Yo, desde aquí, por ella os doy la mía; Danse las manos que como yo sé en eso lo que gano, lo sabe ella también, según la he oído hablar de vos. GARCÍA: Por bien tan soberano, los pies, señor don Juan de Luna, os pido. Salen don SANCHO, JACINTA y LUCRECIA LUCRECIA: Al fin, tras tanto contrastes, tu dulce esperanzas logras. JACINTA: Con que tú logres la tuya seré del todos dichosa. JUAN de L: Ella sale con Jacinta ajena de tanta gloria, más de calor descompuesta que aderezada de boda. Dejad que albricias le pida de una nueva tan dichosa. Hablan aparte don GARCÍA y don BELTRÁN BELTRÁN: Acá está don Sancho. ¡Mira en qué vengo a verme agora! GARCÍA: Yerros causados de amor, quien es cuerdo los perdona. A don JUAN, viejo LUCRECIA: ¿No es casado en Salamanca? JUAN de L: Fue invención suya engañosa, procurando que su padre no le casase con otra. LUCRECIA: Siendo así, mi voluntad es la tuya, y soy dichosa. SANCHO: Llegad, ilustres mancebos, a vuestras alegres novias; que dichosas se confiesan y os aguardan amorosas. GARCÍA: Agora de mis verdades darán probanza las obras. Vanse don GARCÍA y don JUAN de Sosa a JACINTA JUAN de S: ¿Adónde vais, don García? Veis allí a Lucrecia hermosa. GARCÍA: ¿Cómo Lucrecia? BELTRÁN: ¿Qué es esto? A JACINTA GARCÍA: Vos sois mi dueño, señora. BELTRÁN: ¿Otra tenemos? GARCÍA: Si el nombre erré, no erré la persona. Vos sois a quien yo he pedido, y vos la que el alma adora. LUCRECIA: Y este papel engañoso, Saca un papel que es de vuestra mano propia, ¿lo que decís no desdice? BELTRÁN: ¡Que en tal afrenta me pongas! JUAN de S: Dadme, Jacinta, la mano, y daréis fin a estas cosas. SANCHO: Dale la mano a don Juan. A don JUAN de Sosa JACINTA: Vuestra soy. GARCÍA: Perdí mi gloria. BELTRÁN: ¡Vive Dios, si no recibes a Lucrecia por esposa, que te he de quitar la vida! JUAN de L: La mano os he dado agora por Lucrecia, y me la disteis; si vuestra inconstancia loca os ha mudado tan presto, yo lavaré mi deshonra con sangre de vuestras venas. TRISTÁN: Tú tienes la culpa toda; que si al principio dijeras la verdad, ésta es la hora que de Jacinta gozabas. Ya no hay remedio, perdona, y da la mano a Lucrecia, que también es buena moza. GARCÍA: La mano doy, pues es fuerza. TRISTÁN: Y aquí verás cuán dañosa es la mentira; y verá el senado que, en la boca del que mentir acostumbra, es la verdad sospechosa.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002