LA VERDAD SOSPECHOSA

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en varios textos tempranos de LA VERDAD SOSPECHOSA. Fue preparado por Vern Williamsen para un curso dictado en el año 1986.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


                        [Sala en casa de don BELTRÁN]


Salen por una puerta don GARCÍA y un LETRADO viejo, de estudiantes, de camino; y, por otra, don BELTRÁN y TRISTÁN
BELTRÁN: Con bien vengas, hijo mío. GARCÍA: Dame la mano, señor. BELTRÁN: ¿Cómo vives? GARCÍA: El calor del ardiente y seco estío me ha afligido de tal suerte que no pudiera llevallo, señor, a no mitigallo con la esperanza de verte. BELTRÁN: Entra, pues, a descansar. Dios te guarde. ¡Qué hombre vienes! ¡Tristán! TRISTÁN: ¿Señor? BELTRÁN: Dueño tienes nuevo ya de quien cuidar. Sirve desde hoy a García; que tú eres diestro en la corte y él bisoño. TRISTÁN: En lo que importa, yo le serviré de guía. BELTRÁN: No es crïado el que te doy; mas consejero y amigo. GARCÍA: Tendrá ese lugar conmigo. TRISTÁN: Vuestro humilde esclavo soy. Vanse don GARCÍA y TRISTÁN BELTRÁN: Déme, señor Licenciado los brazos. LETRADO: Los pies os pido. BELTRÁN: Alce ya, ¿Cómo ha venido? LETRADO: Bueno, contento, honrado de mi señor don García, a quien tanto amor cobré, que no sé cómo podré vivir sin su compañía. BELTRÁN: Dios le guarde, que, en efeto, siempre el señor Licenciado claros indicios ha dado de agradecido y discreto. Tan precisa obligación me huelgo que haya cumplido García, y que haya acudido a lo que es tanta razón. Porque le aseguro yo que es tal mi agradecimiento, que, como un corregimiento mi intercesión la alcanzó --según mi amor, desigual--, de la misma suerte hiciera darle también, si pudiera plaza en Consejo Real. LETRADO: De vuestro valor lo fío. BELTRÁN: Sí, bien lo puede creer. Mas yo me doy a entender que, si con el favor mío en ese escalón primero se ha podido poner, ya sin mi ayuda subirá con su virtud al postrero. LETRADO: En cualquier tiempo y lugar he de ser vuestro crïado. BELTRÁN: Ya, pues, señor Licenciado que el timón ha de dejar de la nave de García, y yo he de encargarme de él, que hiciese por mí y por él sola una cosa querría. LETRADO: Ya, señor, alegre espero lo que me queréis mandar. BELTRÁN: La palabra me ha de dar de que lo ha de hacer, primero. LETRADO: Por Dios juro de cumplir, señor, vuestra voluntad. BELTRÁN: Que me diga una verdad le quiero sólo pedir. Ya sabe que fue mi intento que el camino que seguía de las letras, don García, fuese su acrecentamiento; que, para un hijo segundo, como él era, es cosa cierta que es ésa la mejor puerta para las honras del mundo. Pues como Dios se sirvió de llevarse a don Gabriel, mi hijo mayor, con que él mi mayorazgo quedó, determiné que, dejada esa profesión, viniese a Madrid, donde estuviese, como es cosa acostumbrada entre ilustres caballeros en España; porque es bien que las nobles casas den a su rey sus herederos. Pues como es ya don García hombre que no ha de tener maestro, y ha de correr su gobierno a cuenta mía, y mi paternal amor con justa razón desea que, ya que el mejor no sea, no la noten por peor, quiero, señor Licenciado, que me diga claramente sin lisonja, lo que siente --supuesto que le ha crïado-- de su modo y condición, de su trato y ejercicio, y a qué género de vicio muestra más inclinación. Si tiene alguna costumbre que yo cuide de enmendar, no piense que me ha de dar con decirlo pesadumbre; que él tenga vicio es forzoso; que me pese, claro está; mas saberlo me será útil, cuando no gustoso. Antes en nada, a fe mía hacerme puede mayor placer, o mostrar mejor lo bien que quiere a García, que en darme este desengaño, cuando provechoso es, si he de saberlo después que haya sucedido un daño. LETRADO: Tan estrecha prevención, señor, no era menester para reducirme a hacer lo que tengo obligación. Pues es caso averiguado que, cuando entrega al señor un caballo el picador que lo ha impuesto y enseñado, si no le informa del modo y los resabios que tiene, un mal suceso previene al caballo y dueño y todo. Deciros verdad es bien; que, demás del juramento, daros una purga intento que os sepa mal y haga bien. De mi señor don García todas las acciones tienen cierto acento, en que convienen con su alta genealogía. Es magnánimo y valiente, es sagaz y es ingenioso, es liberal y piadoso, si repentino, impaciente. No trato de las pasiones propias de la mocedad, porque, en ésas, con la edad se mudan las condiciones. Mas una falta no más es la que le he conocido, que, por más que le he reñido, no se ha enmendado jamás. BELTRÁN: ¿Cosa que a sus calidad será dañosa en Madrid? LETRADO: Puede ser. BELTRÁN: ¿Cuál es? Decid. LETRADO: No decir siempre verdad. BELTRÁN: ¡Jesús! ¡Qué cosa tan fea en hombre de obligación! LETRADO: Yo pienso que, o condición, o mala costumbre sea. Con la mucha autoridad que con él tenéis, señor, junto con que ya es mayor su cordura con la edad, ese vicio perderá. BELTRÁN: Si la vara no ha podido, en tiempo que tierna ha sido, enderezarse, ¿qué hará siendo ya tronco robusto? LETRADO: En Salamanca, señor, son mozos, gastan humor, sigue cada cual su gusto; hacen donaire del vicio, gala de la travesura, grandeza de la locura; hace, al fin, la edad su oficio. Mas, en la corte, mejor su enmienda esperar podemos, donde tan validas vemos las escuelas del honor. BELTRÁN: Casi me mueve a reír ver cuán ignorante está de la corte. ¿Luego acá no hay quien le enseñe a mentir? En la corte, aunque haya sido un extremo don García, hay quien le dé cada día mil mentiras de partido. Y si aquí miente el que está en un puesto levantado, en cosa en que al engañado la hacienda o honor le va, ¿no es mayor inconveniente quien por espejo está puesto al reino? Dejemos esto, que me voy a maldiciente. Como el toro a quien tiró la vara una diestra mano arremete al más cercano sin mirar a quien le hirió, así yo, con el dolor que esta nueva me ha causado, en quien primero he encontrado ejecuté mi furor. Créame, que si García mi hacienda, de amores ciego, disipara, o en el juego consumiera noche y día; si fuera de ánimo inquieto y a pendencias inclinado, si mal se hubiera casado, si se muriera, en efeto, no lo llevara tan mal como que su falta sea mentir. ¡Qué cosa tan fea! ¡Qué opuesta a mi natural! Ahora bien; lo que he de hacer es casarle brevemente, antes que este inconveniente conocido venga a ser. Yo quedo muy satisfecho de su bueno celo y cuidado, y me confieso obligado del bien que en esto me ha hecho. ¿Cuándo ha de partir? LETRADO: Querría luego. BELTRÁN: ¿No descansará algún tiempo y gozará de la corte? LETRADO: Dicha mía fuera quedarme con vos; pero mi oficio me espera. BELTRÁN: Ya entiendo; volar quisiera porque va a mandar. Adiós. Vase don BELTRÁN LETRADO: Guárdeos Dios. Dolor extraño le dió al buen viejo la nueva. Al fin, el más sabio lleva agramente un desengaño. [Una calle en las platerías] Vase el LETRADO. Salen don GARCÍA, de galán, y TRISTÁN GARCÍA: ¿Díceme bien este traje? TRISTÁN: Divinamente, señor. ¡Bien hubiese el inventor de este holandesco follaje! Con un cuello apanalado, ¿qué fealdad no se enmendó? Yo sé una dama a quien dio cierto amigo gran cuidado mientras con cuello le veía; y una vez que llegó a verle sin él, la obligó a perderle cuanta afición le tenía, porque ciertos costurones en la garganta cetrina publicaban la rüina de pasados lamparones. Las narices le crecieron, mostró un gran palmo de oreja, y las quijadas, de vieja, en lo enjuto, parecieron. Al fin el galán quedó tan otro del que solía, que no le conocería la madre que le parió. GARCÍA: Por esa y otras razones me holgara de que saliera premática que impidiera esos vanos cangilones. Que, demás de esos engaños, con su holanda el extranjero saca de España el dinero para nuestros propios daños. Una valoncilla angosta, usándose, le estuviera bien al rostro, y se anduviera más a gusto a menos costa. Y no que, con tal cuidado, sirve un galán a su cuello que, por no descomponello, se obliga a andar empalado. TRISTÁN: Yo sé quien tuvo ocasión de gozar su amada bella, y no osó llegarse a ella por no ahujar un cangilón. Y esto me tiene confuso; todos dicen que se holgaran de que valonas se usaran, y nadie comienza el uso. GARCÍA: De gobernar nos dejemos el mundo. ¿Qué hay de mujeres? TRISTÁN: ¿El mundo dejas y quieres que la carne gobernemos? ¿Es más fácil? GARCÍA: Más gustoso. TRISTÁN: ¿Eres tierno? GARCÍA: Mozo soy. TRISTÁN: Pues en lugar entras hoy donde Amor no vive ocioso. Resplandecen damas bellas en el cortesano suelo, de la suerte que en el cielo brillan lucientes estrellas. En el vicio y la virtud y el estado hay diferencia, como es varia su influencia, resplandor y magnitud. Las señoras, no es mi intento que en este número estén, que son ángeles a quien no se atreve el pensamiento. Sólo te diré de aquellas que son, con alma livianas siendo divinas, humanas; corruptibles, siendo estrellas. Bellas casadas verás, conversables y discretas, que las llamo yo planetas porque resplandecen más. Éstas, con la conjunción de maridos placenteros, influyen en extranjeros dadivosa condición. Otras hay cuyos maridos a comisiones se van, o que en las Indias están, o en Italia, entretenidos. No todas dicen verdad en esto, que mi taimadas suelen fingirse casadas por vivir con libertad. Verás de cautas pasantes hermosas recientes hijas; éstas son estrellas fijas, y sus madres son errantes. Hay una gran multitud de señoras del tusón, que, entre cortesanas, son de la mayor magnitud. Síguense tras las tusonas, otras que serlo desean, y, aunque tan buenas no sean, son mejores que busconas. Éstas son unas estrellas que dan menor claridad; mas, en la necesidad, te habrás de alumbrar con ellas. La buscona, no la cuento por estrella, que es cometa; pues ni su luz es perfeta ni conocido su asiento. Por las mañanas se ofrece amenazando al dinero, y, en cumpliéndose el agüero, al punto desaparece. Niñas salen que procuran gozar todas ocasiones; éstas son exhalaciones que, mientras se queman, duran. Pero que adviertas es bien, si en estas estrellas tocas, que son estables muy pocas, por más que un Perú les den. No ignores, pues yo no ignoro, que un signo el de Virgo es, y los de cuernos son tres: Aries, Capricornio y Toro. Y así, sin fïar en ellas, lleva un presupuesto solo, y es que el dinero es el polo de todas estas estrellas. GARCÍA: ¿Eres astrólogo? TRISTÁN: Oí, el tiempo que pretendía en palacio, astrología. GARCÍA: ¿Luego has pretendido? TRISTÁN: Fui pretendiente por mi mal. GARCÍA: ¿Cómo en servir has parado? TRISTÁN: Señor, porque me han faltado la fortuna y el caudal; aunque quien te sirve, en vano por mejor suerte suspira. GARCÍA: Deja lisonjas y mira el marfil de aquella mano; el divino resplandor de aquellos ojos, que, juntas, despiden entre las puntas flechas de muerte y amor. TRISTÁN: ¿Dices aquella señora que va en coche? GARCÍA: Pues ¿cuál merece alabanza igual? TRISTÁN: ¡Qué bien encajaba agora esto de coche de sol, con todos sus adherentes de rayos de fuego ardientes y deslumbrante arrebol! GARCÍA: ¿La primera dama que vi en la corte me agradó? TRISTÁN: La primera en tierra. GARCÍA: No; la primera en cielo, sí; que es divina esta mujer. TRISTÁN: Por puntos las toparás tan bellas, que no podrás ser firme en un parecer. Yo nunca he tenido aquí constante amor ni deseo, que siempre por la que veo me olvido de la que vi. GARCÍA: ¿Dónde ha de haber resplandores que borren los de estos ojos? TRISTÁN: Míraslos ya con antojos que hacen las cosas mayores. GARCÍA: ¿Conoces, Tristán?... TRISTÁN: No humanes lo que por divino adoras; porque tan altas señoras no tocan a los Tristanes. GARCÍA: Pues yo, al fin, quien fuere, sea, la quiero y he de servilla. Tú puedes, Tristán, seguilla. TRISTÁN: Detente, que ella se apea en la tienda. GARCÍA: Llegar quiero. ¿Usase en la corte? TRISTÁN: Sí, con la regla que te di de que es el polo el dinero. GARCÍA: Oro traigo. TRISTÁN: ¡Cierra, España!, que a César llevas contigo; mas mira si en lo que digo mi pensamiento se engaña; advierte, señor, si aquélla que tras ella sale agora puede ser sol de su aurora, ser aurora de su estrella. GARCÍA: Hermosa es también. TRISTÁN: Pues mira si la crïada es peor. GARCÍA: El coche es arco de amor, y son flechas cuantas tira. Yo llego. TRISTÁN: A lo dicho advierte... GARCÍA: ¿Y es?... TRISTÁN: Que a la mujer rogando, y con el dinero dando. GARCÍA: ¡Consista en eso mi suerte! TRISTÁN: Pues yo, mientras hablas, quiero que me haga relación el cochero de quién son. GARCÍA: ¿Dirálo? TRISTÁN: Sí, que es cochero.
Vase TRISTÁN. Salen JACINTA, LUCRECIA, ISABEL, con mantos; cae JACINTA y llega don GARCÍA y dale la mano
JACINTA: ¡Válgame Dios! GARCÍA: Esta mano os servid de que os levante, si merezco ser Atlante de un cielo tan soberano. JACINTA: Atlante debéis de ser, pues lo llegáis a tocar. GARCÍA: Una cosa es alcanzar y otra cosa merecer. ¿Qué victoria es la beldad alcanzar, por quien me abraso, si es favor que debo al caso, y no a vuestra voluntad? Con mi propia mano así el cielo mas ¿qué importó, si ha sido porque él cayó, y no porque yo subí? JACINTA: ¿Para qué fin se procura merecer? GARCÍA: Para alcanzar. JACINTA: Llegar al fin, sin pasar por los medios, ¿no es ventura? GARCÍA: Sí. JACINTA: Pues ¿cómo estáis quejoso del bien que os ha sucedido, si el no haberlo merecido os hace más venturoso? GARCÍA: Porque, como las acciones del agravio y el favor reciben todo el valor sólo de las intenciones, por la mano que os toqué no estoy yo favorecido, si haberlo vos consentido con esa intención no fue. Y, así, sentir me dejad que, cuando tal dicha gano, venga sin alma la mano y el favor sin voluntad. JACINTA: Si la vuestra no sabía, de que agora me informáis, injustamente culpáis los defetos de la mía. Sale TRISTÁN TRISTÁN: (El cochero hizo su oficio; Aparte nuevas tengo de quién son). GARCÍA: ¿Qué hasta aquí de mi afición nunca tuvisteis indicio? JACINTA: ¿Cómo, si jamás os vi? GARCÍA: ¿Tampoco ha valido, ¡ay Dios!, más de un año que por vos he andado fuera de mí? TRISTÁN: (¿Un año, y ayer llegó Aparte a la corte?) JACINTA: ¡Bueno a fe! ¿Mas de un año? Juraré que no os vi en mi vida yo. GARCÍA: Cuando del indiano suelo por mi dicha llegué aquí, la primer cosa que vi fue la gloria de ese cielo. Y aunque os entregué al momento el alma, habéislo ignorado porque ocasión me ha faltado de deciros lo que siento. JACINTA: ¿Sois indiano? GARCÍA: Y tales son mis riquezas, pues os vi, que al minado Potosí le quito la presunción. TRISTÁN: (¿Indiano?) Aparte JACINTA: ¿Y sois tan guardoso como la fama los hace? GARCÍA: Al que más avaro nace, hace el amor dadivoso. JACINTA: ¿Luego, si decís verdad, preciosas ferias espero? GARCÍA: Si es que ha de dar el dinero crédito a la voluntad, serán pequeños empleos, para mostrar lo que adoro, daros tantos mundos de oro como vos me dais deseos. Mas ya que ni al merecer de esa divina beldad, ni a mi inmensa voluntad ha de igualar el poder, por lo menos os servid; que esta tienda que os franqueo dé señal de mi deseo. JACINTA: (No vi tal hombre en Madrid). Aparte Lucrecia, ¿qué te parece del indiano liberal? LUCRECIA: Que no te parece mal, Jacinta, y que lo merece. GARCÍA: Las joyas que gusto os dan, tomad de este aparador. Habla TRISTÁN aparte a don GARCÍA TRISTÁN: Mucho te arrojas, señor. GARCÍA: ¡Estoy perdido, Tristán. Habla ISABEL aparte a las damas ISABEL: ¡Don Juan viene! JACINTA: Yo agradezco, señor, lo que me ofrecéis. GARCÍA: Mirad que me agraviaréis si no lográis lo que ofrezco. JACINTA: Yerran vuestros pensamientos, caballero, en presumir que puedo yo recibir más que los ofrecimientos. GARCÍA: Pues ¿Qué ha alcanzado de vos el corazón que os he dado? JACINTA: El haberos escuchado. GARCÍA: Yo lo estimo. JACINTA: Adiós. GARCÍA: Adiós, y para amaros me dad licencia. JACINTA: Para querer, no pienso que ha menester licencia la voluntad. Vanse las mujeres GARCÍA: Síguelas. TRISTÁN: Si te fatigas, señor, por saber la casa de la que en amor te abrasa, ya la sé. GARCÍA: Pues no las sigas; que suele ser enfadosa la diligencia importuna. TRISTÁN: "Doña Lucrecia de Luna se llama la más hermosa, que es mi dueño; y la otra dama que acompañándola viene, sé dónde la casa tiene; mas no sé cómo se llama." Esto respondió el cochero. GARCÍA: Si es Lucrecia la más bella, no hay más que saber, pues ella es la que habló, y la que quiero; que, como el autor del día las estrellas deja atrás, de esa suerte a las demás, la que me cegó, vencía. TRISTÁN: Pues a mí la que calló me pareció más hermosa. GARCÍA: ¡Qué buen gusto! TRISTÁN: Es cierta cosa que no tengo voto yo; mas soy tan aficionado a cualquier mujer que calla, que bastó para juzgalla más hermosa haber callado. Mas dado, señor, que estés errado tú, presto espero, preguntándole al cochero la casa, saber, quién es. GARCÍA: Y Lucrecia, ¿dónde tiene la suya? TRISTÁN: Que a la Victoria dijo, si tengo memoria. GARCÍA: Siempre ese nombre conviene a la esfera venturosa que da eclíptica a tal luna. Salen don JUAN y don FÉLIX, por otra parte JUAN: ¿Música y cena? ¡Ah, Fortuna! GARCÍA: ¿No es éste don Juan de Sosa? TRISTÁN: El mismo. JUAN: ¿Quién puede ser el amante venturoso que me tiene tan celoso? FÉLIX: Que lo vendréis a saber a pocos lances, confío. JUAN: ¡Que otro amante le haya dado, a quien mía se ha nombrado, música y cena en el río! GARCÍA: ¡Don Juan de Sosa! JUAN: ¿Quién es? GARCÍA: ¿Ya olvidáis a don García? JUAN: Veros en Madrid lo hacía, y el nuevo traje. GARCÍA: Después que en Salamanca me visteis, muy otro debo de estar. JUAN: Más galán sois de seglar que de estudiante lo fuisteis. ¿Venís a Madrid de asiento? GARCÍA: Sí. JUAN: Bien venido seáis. GARCÍA: Vos, don Félix, ¿cómo estáis? FÉLIX: De veros, por Dios, contento. Vengáis bueno en hora buena. GARCÍA: Para serviros. ¿Qué hacéis? ¿De qué habláis? ¿En qué entendéis? JUAN: De cierta música y cena que en el río dio un galán esta noche a una señora, era la plática agora. GARCÍA: ¿Música y cena, don Juan? ¿Y anoche? JUAN: Sí. GARCÍA: ¿Mucha cosa? ¿Grande fiesta? JUAN: Así es la fama. GARCÍA: ¿Y muy hermosa la dama? JUAN: Dícenme que es muy hermosa. GARCÍA: ¡Bien! JUAN: ¿Qué misterios hacéis? GARCÍA: De que alabéis por tan buena esa dama y esa cena, si no es que alabando estéis mi fiesta y mi dama así. JUAN: ¿Pues tuvisteis también boda anoche en el río? GARCÍA: Toda en eso la consumí. TRISTÁN: (¿Qué fiesta o qué dama es ésta, Aparte si a la corte llegó ayer?) JUAN: ¿Ya tenéis a quien hacer, tan recién venido, fiesta? Presto el amor dio con vos. GARCÍA: No ha tan poco que he llegado que un mes no haya descansado. TRISTÁN: (¡Ayer llegó, voto a Dios! Aparte Él lleva alguna intención). JUAN: No lo he sabido, a fe mía, que al punto acudido habría, a cumplir mi obligación. GARCÍA: He estado hasta aquí secreto. JUAN: Ésa la causa habrá sido de no haberlo yo sabido. Pero la fiesta, ¿en efeto fue famosa? GARCÍA: Por ventura, no la dio mejor el río. JUAN: (¡Ya de celos desvarío!) Aparte ¨Quién duda que la espesura del Sotillo el sitio os dio? GARCÍA: Tales señas me vaya dando, don Juan, que voy sospechando que la sabéis como yo. JUAN: No estoy de todo ignorante, aunque todo no lo sé; dijéronme no sé qué confusamente, bastante a tenerme deseoso de escucharos la verdad, forzosa curiosidad en un cortesano ocioso... (o en un amante con celos). Aparte Don FÉLIX habla aparte a don JUAN FÉLIX: Advertid cuán sin pensar os han venido a mostrar vuestro contrario los cielos. GARCÍA: Pues a la fiesta atended: contaréla, ya que veo que os fatiga ese deseo. JUAN: Haréisnos mucha merced. GARCÍA: Entre las opacas sombras y opacidades espesas que el soto formaba de olmos y la noche de tinieblas, se ocultaba una cuadrada, limpia y olorosa mesa, a lo italiano curiosa, a lo español opulenta. En mil figuras prensados manteles y servilletas, sólo envidiaron las almas a las aves y a las fieras. Cuatro aparadores puestos en cuadra correspondencia, la plata blanca y dorada, vidrios y barros ostentan. Quedó con ramas un olmo en todo el Sotillo apenas, que de ellas se edificaron, en varias partes, seis tiendas. Cuatro coros diferentes ocultan las cuatro de ellas; otra, principios y postres, y las vïandas, la sexta. Llegó en su coche mi dueño, dando envidia a las estrellas; a los aires, suavidad, y alegría a la ribera. Apenas el pie que adoro hizo esmeraldas ya hierba, hizo cristal la corriente, las arenas hizo perlas, cuando, en copia disparados cohetes, bombas y ruedas, toda la región del fuego bajó en un punto a la tierra. Aun no las sulfúreas luces se acabaron, cuando empiezan las de veinte y cuatro antorchas a oscurecer las estrellas. Empezó primero el coro de chirimías; tras ellas, el de las vihuelas de arco sonó en la segunda tienda. Salieron con suavidad las flautas de la tercera, y, en la cuarta, cuatro voces, con guitarras y arpas suenan. Entre tanto, se sirvieron treinta y dos platos de cena, sin los principios y postres, que casi otros tantos eran. Las frutas y las bebidas en fuentes y tazas hechas del cristal que da el invierno y el artificio conserva, de tanta nieve se cubren, que Manzanares sospecha, cuando por el Soto pasa, que camina por la sierra. El olfato no está ocioso cuando el gusto se recrea, que de espíritus süaves, de pomos y cazolejas y distilados sudores de aromas, flores y hierbas, en el Soto de Madrid se vio la región sabea. en un hombre de diamantes, delicadas de oro flechas, que mostrasen a mi dueño su crueldad y mi firmeza, al sauce, al junco y la mimbre quitaron su preeminencia; que han de ser oro las pajas cuando los dientes son perlas. En esto, juntas en folla, los cuatro coros comienzan, desde conformes distancias, a suspender las esferas; tanto que, envidioso Apolo, apresuró su carrera, de todas estas estrellas. porque el principio del día pusiese fin a la fiesta. JUAN: ¡Por Dios, que la habéis pintado de colores tan perfetas, que no trocara el oírla por haberme hallado en ella! TRISTÁN: (¡Válgate el diablo por hombre! Aparte ­Que tan de repente pueda pintar un convite tal que a la verdad misma venza!) Hablan don JUAN y don FÉLIX aparte JUAN: ¡Rabio de celos! FÉLIX: No os dieron del convite tales señas. JUAN: ¿Qué importa, si en la sustancia, el tiempo y lugar concuerdan? GARCÍA: ¿Qué decís? JUAN: Que fue el festín más célebre que pudiera hacer Alejandro Magno. GARCÍA: ¡Oh! Son niñerías éstas ordenadas de repente. Dadme vos que yo tuviera para prevenirme un día, que a las romanas y griegas fiestas que al mundo admiraron nueva admiración pusiera. Don GARCÍA mira adentro. Hablan don FÉLIX y don JUAN aparte FÉLIX: Jacinta es la del estribo, en el coche de Lucrecia. JUAN: Los ojos a don García se le van, por Dios, tras ella. FÉLIX: Inquieto está y divertido. JUAN: Ciertas son ya mis sospechas. LOS DOS: Adiós. FÉLIX: Entrambos a un punto fuisteis a una cosa mesma. Vanse don JUAN y don FÉLIX TRISTÁN: (No vi jamás despedida Aparte tan conforme y tan resuelta). GARCÍA: Aquel cielo, primer móvil de mis acciones, me lleva arrebatado tras sí. TRISTÁN: Disimula y ten paciencia, que el mostrarse muy amante, antes daña que aprovecha, y siempre he visto que son venturosas las tibiezas. Las mujeres y los diablos caminan por una senda, que a las almas rematadas ni las siguen ni las tientan; que el tenellas ya seguras les hace olvidarse de ellas, y sólo de las que pueden escapárselas se acuerdan. GARCÍA: Es verdad, mas no soy dueño de mí mismo, TRISTÁN: Hasta que sepas extensamente su estado, no te entregues tan de veras; que suele dar, quien se arroja creyendo las apariencias, en un pantano cubierto de verde, engañosa hierba. GARCÍA: Pues hoy te informa de todo. TRISTÁN: Eso queda por mi cuenta. Y agora, antes que reviente, dime, por Dios, ¿qué fina llevas en las ficciones que he oído? Siquiera para que pueda ayudarte, que cogernos en mentira será afrenta. Perulero te fingiste con las damas. GARCÍA: Cosa es cierta, Tristán, que los forasteros tienen más dicha con ellas, y más si son de las Indias, información de riqueza. TRISTÁN: Ese fin está entendido; mas pienso que el medio yerras, pues han de saber al fin quién eres. GARCÍA: Cuando lo sepan, habré ganado en su casa o en su pecho ya las puertas con ese medio, y después, yo me entenderé con ellas. TRISTÁN: Digo que me has convencido, señor; mas agora venga lo de haber un mes que estás en la corte. ¿Qué fin llevas, habiendo llegado ayer? GARCÍA: Ya sabes tú que es grandeza esto de estar encubierto o retirado en su aldea, o en su casa descansando. TRISTÁN: ¡Vaya muy en hora buena! Lo del convite entre agora. GARCÍA: Fingílo, porque me pesa que piense nadie que hay cosa que mover mi pecho pueda a envidia o admiración, pasiones que al hombre afrentan. Que admirarse en ignorancia, como envidiar es bajeza. Tú no sabes a qué sabe cuando llega un portanuevas muy orgulloso a contar una hazaña o una fiesta, taparle la boca yo con otra tal, que se vuelva con sus nuevas en el cuerpo y que reviente con ellas. TRISTÁN: ¡Caprichosa prevención, si bien peligrosa treta! La fábula de la corte serás, si la flor te entrevan. GARCÍA: Quien vive sin ser sentido, quien sólo el número aumenta y hace lo que todos hacen, ¿en qué difiere de bestia? Ser famosos en gran cosa, el medio cual fuere sea. Nómbrenme a mí en todas partes, y murmúrenme siquiera; pues, uno, por ganar nombre, abrasó el templo de Efesia. Y, al fin, es éste mi gusto, que es la razón de más fuerza. TRISTÁN: Juveniles opiniones sigue tu ambiciosa idea, y cerrar has menester en la corte, la mollera. Vanse don GARCÍA y TRISTÁN [Sala en casa de don SANCHO] Salen JACINTA e ISABEL, con mantos, y don BELTRÁN y don SANCHO JACINTA: ¿Tan grande merced? BELTRÁN: No ha sido amistad de un solo día la que esta casa y la mía, si os acordáis, se han tenido; y así, no es bien que extrañéis mi visita. JACINTA: Si me espanto es, señor, por haber tanto que merced no nos hacéis. Perdonadme que, ignorando el bien que en casa tenía, me tardé en la Platería, ciertas joyas concertando. BELTRÁN: Feliz pronóstico dais al pensamiento que tengo, pues cuando a casaros vengo comprando joyas estáis. Con don Sancho, vuestro tío, tengo tratado, señora, hacer parentesco agora nuestra amistad, y confío --puesto que, como discreto, dice don Sancho que es justo remitirse a vuestro gusto-- que esto ha de tener efeto. Que, pues es la hacienda mía y calidad tan patente, sólo falta que os contente la persona de García. Y aunque ayer a Madrid vino de Salamanca el mancebo, y de envidia el rubio Febo le ha abrasado en el camino, bien me atreveré a ponello ante vuestros ojos claros, fïando que de agradaros desde la planta al cabello, si licencia le otorgáis para que os bese la mano. JACINTA: Encarecer lo que gano en la mano que me dais, si es notorio, es vano intento, que estimo de tal manera las prendas vuestras, que diera luego mi consentimiento, a no haber de parecer --por mucho que en ello gano-- arrojamiento liviano en una honrada mujer. Que el breve determinarse es cosa de tanto peso, o es tener muy poco seso o gran gana de casarse. Y en cuanto a que yo lo vea me parece, si os agrada, que, para no arriesgar nada, pasando la calle sea. Que si, como puede ser y sucede a cada paso, después de tratarlo, acaso se viniese a deshacer, ¿de qué me hubieran servido, o qué opinión me darán las visitas de un galán con licencias de marido? BELTRÁN: Ya por vuestra gran cordura, si es mi hijo vuestro esposo, le tendré por tan dichoso como por vuestra hermosura. SANCHO: De prudencia puede ser un espejo la que oís. BELTRÁN: No sin causa os remitís, don Sancho, a su parecer. Esta tarde, con García, a caballo pasaré vuestra calle. JACINTA: Yo estaré detrás de esa celosía. BELTRÁN: Que le miréis bien os pido, que esta noche he de volver, Jacinta hermosa, a saber cómo os haya parecido. JACINTA: ¿Tan apriesa? BELTRÁN: Este cuidado no admiréis, que es ya forzoso; pues si vine deseoso vuelvo agora enamorado. Y adiós. JACINTA: Adiós. Habla don BELTRÁN a don SANCHO BELTRÁN: ¿Dónde vais? SANCHO: A serviros. BELTRÁN: No saldré. SANCHO: Al corredor llegaré con vos, si licencia dais. Vanse los dos ISABEL: Mucha priesa te da el viejo. JACINTA: Yo se la diera mayor, pues también le está a mi honor, si a diferente consejo no me obligara el amor; que, aunque los impedimentos del hábito de don Juan --dueño de mis pensamientos-- forzosa causa me dan de admitir otros intentos, como su amor no despido, por mucho que lo deseo --que vive en el alma asido-- tiemblo, Isabel, cuando creo que otro ha de ser mi marido. ISABEL: Yo pensé que ya olvidabas a don Juan, viendo que dabas lugar a otras pretensiones. JACINTA: Cáusanlo estas ocasiones, Isabel, no te engañabas. Que como ha tanto que está el hábito detenido, y no ha de ser mi marido si no sale, tengo ya este intento por perdido. Y así, para no morirme, quiero hablar y divertirme, pues en vano me atormento; que en un imposible intento no apruebo el morir de firme. Por ventura encontraré alguno que tal merezca, que mano y alma le dé. ISABEL: No dudo que el tiempo ofrezca sujeto digno a tu fe; y, si no me engaño yo, hoy no te desagradó el galán indiano. JACINTA: Amiga, ¿quieres que verdad te diga? Pues muy bien me pareció. Y tanto, que te prometo que si fuera tan discreto, tan gentilhombre y galán el hijo de don Beltrán, tuviera la boda efeto. ISABEL: Esta tarde le verás con su padre por la calle. JACINTA: Veré sólo el rostro y talle; el alma, que importa más, quisiera ver con hablalle. ISABEL: Háblale. JACINTA: Hase de ofender don Juan si llega a sabello, y no quiero, hasta saber que de otro dueño he de ser, determinarme a perdello. ISABEL: Pues da algún medio, y advierte que siglos pasas en vano, y conviene resolverte, que don Juan es, de esta suerte, el perro del hortelano. Sin que lo sepa don Juan podrás hablar, si tú quieres, al hijo de don Beltrán; que, como en su centro, están las trazas en las mujeres. JACINTA: Una pienso que podría en este caso importar. Lucrecia es amiga mía; ella puede hacer llamar de su parte a don García; que, como secreta esté yo con ella en su ventana, este fin conseguiré. ISABEL: Industria tan soberana sólo de tu ingenio fue. JACINTA: Pues parte al punto, y mi intento le di a Lucrecia, Isabel. ISABEL: Sus alas tomaré al viento. JACINTA: La dilación de un momento le di que es un siglo en él. Sale don JUAN, al encuentro JUAN: ¿Puedo hablar a tu señora? ISABEL: Sólo un momento ha de ser, que de salir a comer mi señor don Sancho es hora. Vase ISABEL JUAN: Ya, Jacinta, que te pierdo, ya que yo me pierdo, ya... JACINTA: ¿Estás loco? JUAN: ¿Quién podrá estar con tus cosas cuerdo? JACINTA: Repórtate y habla paso, que está en la cuadra mi tío. JUAN: Cuando a cenar vas al río, ¿cómo haces de él poco caso? JACINTA: ¿Qué dices? ¿Estás en ti? JUAN: Cuando para trasnochar con otro tienes lugar, ¿tienes tío para mí? JACINTA: ¿Trasnochar con otro? Advierte que, aunque eso fuese verdad, era mucha libertad hablarme a mí de esa suerte; cuanto más que es desvarío de tu loca fantasía. JUAN: Ya sé que fue don García el de la fiesta del río; ya los fuegos que a tu coche, Jacinta, la salva hicieron; ya las antorchas que dieron sol al soto a media noche; ya los cuatro aparadores con vajillas varïadas; las cuatro tiendas pobladas de instrumentos y cantores. Todo lo sé; y sé que el día te halló, enemiga, en el río; di agora que "es desvarío de mi loca fantasía." Di agora que es libertad el tratarte de esta suerte, cuando obligan a ofenderte mi agravio y tu liviandad. JACINTA: ¡Plega a Dios!... JUAN: Deja invenciones. Calla, no me digas nada, que en ofensa averiguada no sirven satisfacciones. Ya falsa, ya sé mi daño; no niegues que te he perdido; tu mudanza me ha ofendido, no me ofende el desengaño. Y aunque niegues lo que oí, lo que vi confesarás; que hoy lo que negando estás en sus mismos ojos vi. Y su padre, ¿qué quería agora aquí? ¿Qué te dijo? ¿De noche estás con el hijo y con el padre de día? Yo lo vi; ya mi esperanza en vano engañar dispones; ya sé que tus dilaciones son hijas de tu mudanza. Mas crüel, ¡vive los cielos, que no has de vivir contenta! Abrásete, pues revienta, este volcán de mis celos. El que me hace desdichado te pierda, pues yo te pierdo. JACINTA: ¿Tú eres cuerdo? JUAN: ¿Cómo cuerdo, amante y desesperado? JACINTA: Vuelve, escucha; que si vale la verdad, presto verás qué mal informado estás. JUAN: Voyme, que tu tío sale. JACINTA: No sale; escucha, que fío satisfacerte. JUAN: Es en vano, si aquí no me das la mano. JACINTA: ¿La mano? Sale mi tío.

FIN DEL PRIMER ACTO

La verdad sospechosa, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002