ACTO TERCERO


Salen don JUAN y CELIO
JUAN: Don Diego soy de Luján. CELIO: Don Diego, a no haber sabido que le eres tan parecido, te tuviera por don Juan. JUAN: Su primo y traslado soy. CELIO: Otro en Flandes conocí bien diferente de ti. JUAN: De ése tuve cartas hoy, porque es mi primo también. En Madrid pretende oficios. CELIO: ¿Con dineros? JUAN: Con servicios. CELIO: Dios le dé paciencia. JUAN: Amén.
Salen doña ANA e INÉS, asomándose a una puerta, sin ser vistas de don JUAN y CELIO
ANA: Celio entró descolorido. INÉS: A la muerte igual lo vi. ANA: Escuchémoslos de aquí, que un grande mal he temido. CELIO: ¿Conócesme? JUAN: Oído he que es, tu nombre Celio. CELIO: ¿Sabes que soy de los hombres graves de Sevilla? JUAN: Bien lo sé. CELIO: ¿Sabes que una hermana tengo hermosa? JUAN: Decirlo he oído. CELIO: Pues ésa la causa ha sido porque a visitarte vengo, porque me han dicho de ti que en mi ausencia la visitas. Si casarte solicitas, háblame, don Diego, a mí; mas si a deshonrarme vas, ni vuelvas más a mi casa, ni más por mi calle pasa, y seguro vivirás. ANA: ¡Ah, vil, traidor! INÉS: No te asombres, señora, de que don Diego haga como todos. ANA: ¡Fuego en el mejor de los hombres! JUAN: En vuestra casa no he entrado después que en Sevilla entré; que miente, sustentaré, quien lo contrario ha informado. Con esto, y daros aquí la palabra de no entrar, os podéis asegurar de aquí adelante de mí. CELIO: No tengo más que pediros. JUAN: Celio, lo que os debo os doy. CELIO: De vos obligado voy, JUAN: Y yo lo quedo a serviros. (Con esto no ofenderé Aparte a Leonardo, ni a don Diego.)
Vase CELIO. Doña ANA e INÉS, todavía está asomadas a una puerta, sin ser vistas de don JUAN
ANA: (Yo me abraso en vivo fuego.) Aparte Inés, ¿qué haré? INÉS: Yo, ¿qué sé? Ningún consejo te doy, que en amor es necedad. ANA: De mi agravio la verdad por ti quiero saber hoy. Mientras yo de mi tormento hablo con mi primo aquí, entra por detrás de mí a esconderte en su aposento. Aunque sin comer estés tras su pabellón un día, lo que habla con Mendo, espía cuando estén solos, Inés. INÉS: Harélo. Ponte delante, porque yo también pretendo saber quién es este Mendo desdeñoso y arrogante, que tanto huele a señor.
Vase INÉS. Doña ANA, se adelanta hacía don JUAN
JUAN: Prima querida... ANA: Enemigo, ya no finjas mas conmigo, de mil maneras traidor; todo embustes y quimeras, ya don Diego, ya don Juan, ya descortés, ya galán, ya ficciones y ya veras; o don Diego o don Juan seas, ¿aquí que disculpa tienes, pues conmigo te entretienes, traidor, y a Julia deseas? Acabóse tu invención sufrir más es desvarío. Hoy, falso, sabrá mi tío tu cautelosa intención. Sabrá que quiebra don Diego del hospedaje la fe; otra vez te amenacé, y me detuve a tu ruego, o a tu engaño, que es más cierto, pues que finges que me quieres. Bien sé que don Diego eres. Las cartas lo han descubierto, que de tu padre recibes. Yo misma las he leído. Si piensas que te he querido, ciego y engañado vives. A don Juan quiero, y a ti, por retrato verdadero te quiero... ¡Que no te quiero, y sí te quiero, ay de mí! Déjame, que el sentimiento me tiene tal, enemigo, que ni siento lo que digo, ni sé decir lo que siento.
Vase doña ANA
JUAN: ¡Aguarda, falsa, traidora! ¿Tanto celas a don Diego, y quieres fingir que el fuego de don Juan te abrasa agora? ¡Triste de mí! Si fïado en tu lealtad, me ausentara, al primero que llegara hubieras mi amor trocado. Necio el que espera firmeza en la mujer y en el mar.
Sale SANCHO
SANCHO: ¿Nunca nos han de faltar quebraderos de cabeza? Cada vez reñís así, y os vuelvo a ver juntos luego. Allá en la corte, don Diego, cierto galán conocí, que con su dama rifaba y juraba de no vella cada mañana, y con ella cada noche se acostaba. Con aquesta pesadumbre seis años vivido habían, de suerte que ya reñían por no perder la costumbre. Si os tenéis amor, en fin, y una puerta adentro estáis, ¿por qué causa siempre andáis como Sancho y su rocín? JUAN: Si ella me tuviera amor... SANCHO: ¡Plugiera al cielo que así me lo tuviera el Sofí! JUAN: Inés, ¿no fuera mejor? SANCHO: Dame que yo un bajá fuera, que con el Sofí privara; que a fe que Inés me adorara... JUAN: Fueras moro, y no lo hiciera, porque Inés a Cristo adora. SANCHO: Es verdad; ¿mas que mujer por mandar y por tener no será mil veces mora? Porque el poeta, no en balde haber dicho, consider,: "a los moros por dinero, y a los cristianos de balde." Aunque en su trato inhumano lo postrero falta ya; que si un cristiano no da, no quieren ver a un cristiano. La que ves más recatada, es cristiana solamente aquello que es conveniente para no morir quemada. La que ir a misa desea el domingo de mañana, no lo hace por cristiana, mas porque el galán la vea. Yo con más de alguna trato, de oro y seda, punta y punto, que si el Credo le pregunto, se queda en Poncio Pilato. La que vieres repasar en el rosario las cuentas, no reza, sino hace cuentas de lo que te ha de pescar. JUAN: Satírico Sancho, estás. SANCHO: ¿Pues cuándo yo--¡mal pecado!-- de ese pie no he cojeado? JUAN: Como pecas, pagarás, que el que la culpa comete, la pena quiere llevar. SANCHO: Es parlar, sin murmurar, lo que beber sin luquete. JUAN: Buen plato, pero costoso, suele comer quien murmura. SANCHO: Dime: ¿qué hay de Mendo? JUAN: Jura que por él no estés celoso, por más que Inés lo persiga. SANCHO: Entretenerme deseas con promesas. JUAN: Porque veas a lo que Mendo me obliga, éntrate en ese aposento; verás, si con él me enojo. SANCHO: No haya lo de hacer del ojo y hablarse con fingimiento; que todo lo sé entender. JUAN: Él viene: escóndete, acaba.
Entra SANCHO en el cuarto de don JUAN. Sale don DIEGO
JUAN: Ya, Mendo, te deseaba. DIEGO: Lo que mandas vengo a ver. (De alguien está temeroso, Aparte pues que Mendo me ha nombrado.) JUAN: ¿Sabes, Mendo, cómo ha estado Celio conmigo celoso? DONDIEGO: ¿Celoso? Cuéntame de eso. ¿Y de quién lo está? JUAN: De mí. DIEGO: ¿Pues que le han dicho de ti? JUAN: Lo que, si acaso confieso, parará en broquel y cota, dijo...
Bajan la voz
SANCHO: Yo, una por una, di en el barril de aceituna, y en el pipote y candiota. ¡Qué buen vino, pese a mí!
Bebe
Ya al menos este camino no se pasará sin vino. ¡Linda estocada le di! Desde aquí quiero espïar. Mejor estaré arrimado, que me siento algo pesado. Pero quiéreme asentar, porque así estaré mejor, pues que lo mismo han de darme. No será malo acostarme;
Échase detrás de un pabellón
que se anda alrerrerror cuanto mirro. Cerrarré los ojos. Sueño enemigo, ¿qué tienes que hacer conmigo?
Duérmese
JUAN: Con ésto contento fue. DIEGO: Y yo también lo he quedado, porque cumplí mi deseo, pues de guardarla te veo con eso desobligado.
Ronca SANCHO
JUAN: Deja esta conversación, y atiende a aqueste rüido.
Pasan al cuarto de don JUAN
DIEGO: Sanchillo es, que está dormido detrás de tu pabellón. JUAN: ¡Oh, qué vigilante espía! Escondióse donde ves, a ver cómo por Inés yo en su favor te reñía. DIEGO: ¿Qué haremos? No será malo fingir que tropiezo en él. JUAN: Que le duela.
Pisa don DIEGO a SANCHO, y él despierta, se levanta y saca a INÉS, tirando de detrás de la cortina
SANCHO: ¡San Miguel, San Onofre, San Gonzalo, San Custodio, San Mamés, San Inocente, San Pablo! ¡Favor, que me lleva el diablo! INÉS: No soy, Sancho, sino Inés. SANCHO: ¡Jesús me libre de mal! JUAN: ¡Despierta! SANCHO: ¡Dios sea conmigo! DIEGO: ¿Qué tienes? Di. SANCHO: Ya lo digo. Soñaba el juicio final. JUAN: ¿Y qué viste? SANCHO: Decir quiero las cosas que allí pasaban. Sobre un tribunal estaban un sastre y un escudero, que venían a juzgar a los vivos y a los muertos. JUAN: ¡Qué terribles desconciertos! SANCHO: No se puede eso negar; pues, ¿quien habrá que no crea que es jüicio universal la lengua de un oficial mientras hace la tarea? ¿Y qué vida, buena o mala, de un escudero se guarda, mientras a su dueño aguarda con otros en la antesala? Pues como llamar quisiesen los dichos dos a jüicio, usaron de un artificio porque todos acudiesen, vivos y muertos, al son; y fue advertencia discreta; que en lugar de la trompeta, tañeron con un doblón. Al punto que el son oyeron, no quedó muerto en la huesa; es verdad que más apriesa las mujeres acudieron. Las almas, era de ver cómo a sus cuerpos volvían; unas los desconocían y no quisieran volver; otras buscan diligentes un hueso que les faltaba... Una vieja me mataba preguntando por sus dientes. A un gordo bodegonero una nalga le faltó, y al fin la mitad halló en casa de un pastelero. Una dama del deleite, que anegada muerto había, su cara desconocía porque estaba sin afeite; y al fin fue carilavada la tal señora a jüicio; otra fue, por beneficio de las moscas, descarada; que la hubieron de comer con el gusto de la pasa. Estando en aquesto, pasa arrastrando una mujer con ambas piernas quebradas, que eran las del mal ladrón; que él, con su antigua afición, se llevó las de ella hurtadas. Quejóse en palabras tiernas; los jüeces que la oían, dijeron, "Todas habían de tener así las piernas." Aquí se dejó esta queja, por ver con furor insano a un ladrón y un escribano riñendo por una oreja; mas quitólos de cuidados el sastre, que para sí la aplicó, dejando así a entrambos desorejados. "Todas las ha menester el sastre," dijo un poeta; mas por la gracia discreta le mandaron parecer. Súpose que eran sus galas solamente murmurar, y mandáronlo quemar entre cien comedias malas. Mas él, que no se desdeña a trueco de hablar, de arder, dijo, "¡Malas han de ser! A fe que no falte leña." A cierta dama de coche acusaron de que había, con uno a quien no quería, dormido toda una noche. Ella dijo, "Aunque sin gana, la pasé bien con pensar en lo que me había de dar el hombre por la mañana." Condenáronla a juntar por siempre, para escarmiento, a un hombre de mal aliento, muy amigo de besar. El demonio rehusaba llevarla al reino profundo, diciendo que acá en el mundo más fruto de ella sacaba; mas dijo otro resabido, "Llevarla es más acertado, que ninguno la ha gozado que no se haya arrepentido." Salió una doña María, mujer de un noble tendero, y mandóla el escudero llamarse Mari-García. Quiso, a poder de aderezo, una vieja niñear, y mandáronla azotar con cien años al pescuezo. Un glotón, con mano franca gastaba sólo en comer, y pusiéronlo en poder de un ama de Salamanca. A una que por desconciertos en ramera vino a dar, la condenaron a andar cargada de perros muertos. A un viejo que tiñe y pinta las canas por varios modos, condenaron a que todos le echasen de ver la tinta. A un colérico, en quien junto el decir y hacer nació, por pena se le mandó que hiciese medias de punto. A cierta vieja que amantes trataba de concertar, condenaron a tratar con soldados y estudiantes. Uno que por imprudencia se casó mozo, llegó, y éste sólo se salvó, por llevarlo con paciencia. Tras éste a mí me llamaron, en hora mala, a jüicio, y por este negro vicio de beber, me condenaron a que un demonio aguador me echase unas angarillas. Sentílas en las costillas, y desperté del dolor. Como a Inés tan cerca vi, aun despierto voceaba que el demonio me llevaba, que es lo mismo para mí. INÉS: Aquí por diablo me cuentas, y por ángel cuando quieres. SANCHO: Pues que te adoro, ángel eres, y eres diablo, pues me tientas. JUAN: La señora Inés, ¿qué hacia detrás de mi pabellón? DIEGO: Amores de Sancho son los que me traen en espía. INÉS: Mejor lo quemen. DIEGO: Amén. SANCHO: Menos amenes en mí, señor Mendo, que hay aquí hombre que es hombre de bien. JUAN: Bueno está. SANCHO: Sí, bueno está. JUAN: Declare Inés lo que hacía. INÉS: A Sancho vi que venía, y como en seguirme da, quise de él librarme así. SANCHO: ¡Linda invención, vive Dios! La verdad es que los dos nos escondimos allí porque Mendo no nos viera, de quien se recata Inés. DIEGO: La verdad sin duda es. INÉS: Miente el lacayo. SANCHO: Embustera, no te disculpes en vano. JUAN: Dadme espada y capa. INÉS: Miente el vil. JUAN: Basta.
Don JUAN habla aparte con Sancho
Lindamente te puse a Inés en la mano. SANCHO: Y lindamente con Mendo la revolví yo también.
Don JUAN habla aparte con don DIEGO
JUAN: Yo reviento. Primo, ven; que estoy por hablar muriendo. INÉS: Mendo... DIEGO: ¿Para qué me llama? ¿Quiere contar la fingida lo que ha soñado, metida, con Sancho, tras de la cama? INÉS: ¿Así me he de ver tratar, lacayo infame, por vos? Traidor, como creo en Dios, que me la habéis de pagar.
Vanse todos. Salen JULIA, con una carta, y GUILLÉN
JULIA: Guardad, Guillén, la puerta en tanto que repaso esta carta. No venga Celio acaso. GUILLÉN: Puedes vivir de mi cuidado cierta.
Vase GUILLÉN
JULIA: Triste esperanza muerta, que sólo vives ya para matarme, ¿dónde quieres llevarme siguiendo un bien que huye presuroso, y funda en ir huyendo su vitoria, yendo donde es forzoso que el tiempo y la distancia en su memoria borren el nombre mío? ¡Oh, loco desvarío del que a amor obedece, que siempre lo difícil apetece!
Lee el papel. Salen don DIEGO y GUILLÉN
GUILLÉN: Venís a muy buen tiempo; que a Leonardo de responder acaba, y yo, mientras lo escrito repasaba, la puerta, por si viene Celio, guardo. DIEGO: (En vivos celos ardo.) Aparte Haced lo mismo agora, mientras doy mi embajada a Julia. GUILLÉN: Mendo, que presto concluyáis os encomiendo.
Vase GUILLÉN. Don DIEGO quita la carta a JULIA
DIEGO: ¡Ah, mudable, traidora! JULIA: ¿Qué es esto? ¿Quién se atreve de esta suerte? Hola! DIEGO: Llama, crüel; que ya deseo ver mi temprana muerte. ¿Conócesme? JULIA: ¡Jesús! ¿Qué es lo que veo? ¡Don Diego de Luján! DIEGO: ¡Tente, liviana; detén la mano, adúltera, enemiga, que menos inhumana algún tiempo me diste bañada en llanto triste, y ya por otro ausente se fatiga, firmando aquí mi agravio y tu mudanza! ¡Oh, cielo soberano! ¿Qué justa ley me impide la venganza de una traidora mano? Yo, sin delito, en fuego me consumo, ¿y quien tanto pecó no siente el humo? ¿Y las palabras, falsa, que me diste? ¿Y los santos testigos, que en rompiendo la fe que prometiste, te obligaste a tener por enemigos, con abrazos atando el lazo fuerte, diciendo, "Tuya soy hasta la muerte?" ¡Apenas conocías a quien tú misma toda te debías! Yo, que juzgué mis esperanzas muertas, por tener nuevas de que no vivías, de mis palabras ciertas un punto no he rompido, ¿y tú de tantas, una no has cumplido? Hiciste, al fin mujer, como quien eres. Para mujer te queda, y como a mí, a Leonardo le suceda; que sí sucederá, pues tú le quieres.
Vase don DIEGO
JULIA: Aguarda, vuelve, espera, amor primero mío, propietario señor de mi albedrío, escúchame siquiera, ¿por que quieres que muera sin oír mi descargo? ¿Qué inhumano jüez así condena?
Sale GUILLÉN
GUILLÉN: Dí, ¿qué es, Julia, la pena? JULIA: A don Diego seguid. GUILLÉN: ¿A qué don Diego? JULIA: El que salió de aquí. GUILLÉN: Cobra sosiego. JULIA: Partid, Guillén, tras él. Sabed su casa. GUILLÉN: Aplaca un poco el fuego que te abrasa; que el que salió de aquí se llama Mendo. JULIA: ¡Oh, qué bien lo entendéis! GUILLÉN: Yo no te entiendo. Don Diego de Luján, que de Leonardo te dio la carta, de este mozo es dueño. Mendo es su nombre propio. JULIA: (0 éste es sueño, Aparte o disfraz de que algún enredo aguardo.) ¿Sabéis adónde vive ese don Diego? GUILLÉN: Don Rodrigo de Castro, que es su tío, en su casa lo hospeda. JULIA: (Dueño mío Aparte de tu amoroso fuego, puesto que fue el primero que en mis venas derramó el niño ciego, la brasa vive, aunque los largos días muestran cubrirla de cenizas frías. Contra razón condenas a quien por ver perdida la esperanza de volverte a cobrar, hizo mudanza; mas ya que vuelvo a verte enamorado, verás que fue el mudarme en esta ausencia, del arco haber la cuerda desvïado, porque con más violencia vuelva mi amor a su primero estado.) Guillén, mañana cuando a misa vamos, iré a cas de don Diego. GUILLÉN: Tú pretendes que en riesgo nos veamos. JULIA: ¿Refrenarme procuras? No te entiendes; que mientras más me aplacas, más me enciendes.
Vanse los dos. Salen CELIO y GERARDO
CELIO: Gerardo, yo no he podido averiguar lo más cierto en razón del desconcierto en mi casa sucedido. Mi hermana y don Diego niegan ser lo que decís verdad; mas yo, por vuestra amistad, niego lo que ellos alegan; y así, para que se eviten pruebas y averiguaciones, con quitar las ocasiones es bien los daños se quiten. Palabra de no llegar a mi casa, entre los dos, don Diego me ha dado; y vos la misma me habéis de dar. GERARDO: Vos pedís tanta razón, que obrando he de responder; sólo siento no poder daros más satisfación. Siento que de mi lealtad hayáis cobrado sospecha; siento que quede deshecha sin razón nuestra amistad. CELIO: Eso no, Gerardo amigo; puesto que no queráis vos, amigos somos los dos, haciendo vos lo que digo. Si vuestra amistad es llana, entre los dos ha de ser, y así no habéis menester entrar a ver a mi hermana. Antes si, como mostráis, estimáis el ser mi amigo, con hacer esto que digo, mas de nuevo me obligáis. GERARDO: Pues tened seguridad de que os tengo tanto amor, que en mirar por vuestro honor he de mostrar mi lealtad. CELIO: Nunca, Gerardo, de vos pensé menos. GERARDO: Así muestro en cuánto estimo el ser vuestro. CELIO: Dios os guarde. GERARDO: Guárdeos Dios.
Vase CELIO
GERARDO: Él vive, Julia enemiga, que hecho un Argos, pues me abraso, he de guardarte, y un paso no has de dar que no te siga; que he de hacer, si puedo, cierta mi disculpa con tu hermano; porque a don Diego, no en vano, vi dos veces a tu puerta. Pues me quitas la esperanza, mi amor convierto en rigor; que un desesperado amor siempre apela a la venganza.
Vase GERARDO. Salen INÉS y SANCHO
INÉS: Ya, Sancho, de tu afición y de tus ruegos me ofendo. ¿Que quieres? Yo soy de Mendo, y le tengo obligación. SANCHO: Inés esto mismo diera a la mía calidad; que, a no haber dificultad, no tanto yo te debiera. INÉS: Y Mendo, ¿qué sentiría, di, si yo tu dama fuese? ¿Te holgaras de que te hiciese tal ofensa la fe mía? SANCHO: Inés, respondo que no; pero yo no te pretendo para que se huelgue Mendo, sino para holgarme yo. INÉS: Don Diego sale. No sea que me halle Mendo contigo.
Vase INÉS
SANCHO: ¡Plega a Dios que por castigo tan vieja en un mes te vea, que tus callos desafíen las conchas de las tortugas, y el verano, en las arrugas de tu cara, chinches críen!
Salen don JUAN y don DIEGO
JUAN: ¿Qué es esto, Sancho? SANCHO: Señor, Inés, que viven los cielos, que a puro pedirme celos, va despidiendo mi amor. DIEGO: ¡Buena es ésta! JUAN: Ya la entiendo. ¿Dónde vas? SANCHO: De ti me aparto, don Diego, porque estoy harto de estos secretos de Mendo.
Vase SANCHO
JUAN: ¿Qué hay de Julia desde ayer? DIEGO: ¿Qué ha de haber de ayer acá? JUAN: ¿Pues qué? ¿No habéis vuelto allá de ayer acá? DIEGO: ¿Qué es volver? JUAN: Tras de seis años de ausencia no es mucho haberse mudado, y más habiendo cesado en vos la correspondencia. DIEGO: Con que pensé que era muerta, de eso la disculpa di.
Vuelve SANCHO
SANCHO: Señor, Julia viene aquí. DIEGO: ¿Quién? SANCHO: Julia. Ya está a la puerta.
Sale JULIA, con manto y GUILLÉN
JUAN: ¿Vos, señora, en esta casa? Que me engaño se me antoja. JULIA: Por las ventanas se arroja quien en su casa se abrasa; que estoy de suerte... JUAN: Aguardad: no sepan vuestros cuidados, señora, nuestros crïadas. Sancho, Guillén, despejad. SANCHO: Mendo, ¿por qué no se irá? ¿No tiene lengua también? JUAN: No me repliques. SANCHO: (Aun bien Aparte que no queda Inés acá.)
Vanse SANCHO y GUILLÉN
JUAN: Con esto no temeré que Sancho en esta ocasión saque a luz nuestra invención. DIEGO: Discreta advertencia fue. JULIA: Yo, don Diego, no a rogarte que te ablandes he venido; que si reina en ti el olvido, por demás es obligarte. Vengo a dar satisfación de las culpas que me pones; que tus groseras razones ofendieron mi opinión. Siete años ha que partí de Flandes a esta ciudad, sin alma y sin libertad, porque la dejaba en ti. En estos tan largos años, ni aun de tu nombre he tenido una nueva; de tu olvido, ¿qué más ciertos desengaños? Como faltó esta esperanza, admití nuevo cuidado; buscar un desesperado su remedio no es mudanza. El señor que despedir un crïado resolvió, no se ofende si él buscó otro dueño a quien servir. Baste que en llegando a verte muestre mi correspondencia; que todo en mí fue violencia lo que no ha sido quererte. Baste que el volverte a amar, en cobrando mi esperanza, muestre que de mi mudanza fue causa el desesperar.
Sale SANCHO
SANCHO: Baste, que se está apeando Leonardo en nuestro zaguán. JULIA: ¿Qué Leonardo? SANCHO: El que a don Juan, mi señor, fue acompañando a las Indias en la armada. JULIA: Eso, ¿como puede ser? SANCHO: Él te puede responder, que ya llega. JULIA: ¡Ay, desdichada! JUAN: Julia, escóndete. No des ocasión a algún exceso.
Vase JULIA
DIEGO: (Ya de celos pierdo el seso.) Aparte
Sale LEONARDO
SANCHO: Dame Leonardo, los pies. LEONARDO: ¡Sancho! SANCHO: ¿Y mi señor don Juan? LEONARDO: Con salud va navegando. SANCHO: Su traslado estás mirando, que es don Diego de Luján. LEONARDO: Dadme, don Diego, los brazos. JUAN: Y el alma; que el no salir al zaguán a recebir, Leonardo, vuestros abrazos, fue por pensar que burlaba Sancho, que la nueva dio. LEONARDO: El cielo santo ordenó lo que imposible juzgaba. JUAN: ¿Cómo? LEONARDO: Salimos de la gran bahía al favorable soplo del solano, y perdimos de vista el mismo día, interpuesta la mar, el suelo hispano; ya quince veces plateado había con sus rayos el sol al Oceano, y nuestra armada sin peligro alguno ara veloz los campos de Neptuno, cuando llegada ya la fatal hora de cesar mi viaje, una mañana al tiempo que el crepúsculo a la aurora tiende alfombras que pise de oro y grana, una pena, crüel despertadora, cambia en espinas la mullida lana, y viendo que conmigo no me valgo, huyo de mí y a la cubierta salgo. Siéntome al bordo, solitario amante, las piernas a la mar, la vista al cielo; da un balance la nao, y en un instante todo el costado entrega al blando hielo. Yo triste, inadvertido navegante, que este súbito daño no recelo, como ni de un cordel estaba asido, caigo, y soy en las ondas sumergido. Al centro me llevó con la caída del cuerpo grave el ímpetu violento, y yo los brazos, a buscar la vida, revuelvo con frecuente movimiento mas la ligera casa, que impelida volaba al pajaril del fresco viento, cuando al aire salí del agua fría, con la popa a mis voces respondía. Trescientos hombres que iban en la nave supo hacer sordos mi enemiga suerte, o fue que el alba entre el licor süave de las preciosas lágrimas que vierte, mezcló el beleño de Morfeo grave, haciendo oficio entonces de la muerte; o fue que por caer a sotavento, el camino a mi voz impidió el viento. De vista la perdí. ¡Cuál quedaría! Sin esperanza de remedio humano, con votos y promesas todavía apelo a Dios, cuya piadosa mano a darme vida una fragata envía, que de las islas pasa al suelo hispano. Venme, y llegan los nobles pasajeros; cógenme, vuelvo a España, y vengo a veros. JUAN: Yo os doy un gran parabien de que hayáis con bien venido.
Sale GUILLÉN, alborotado
GUILLÉN: ¿Tanto os habéis detenido, Julia? JUAN: ¿Qué es esto, Guillén? GUILLÉN: Que se esconda mi señora, que viene Celio. JUAN: ¿Estáis loco?
Salen CELIO y GERARDO
CELIO: Matarla, Gerardo, es poco. GERARDO: Mi verdad veréis agora. GUILLEN: (Aquí me quiero esconder.) Aparte
Vase GUILLÉN
LEONARDO: (Recelo alguna traición.) Aparte JUAN: (Yo estoy en gran confusión.) Aparte SANCHO: (Hoy esta Troya ha de arder.) Aparte CELIO: Don Diego, mal habéis hecho lo que hacer me prometistes, pues la palabra que distes, puesta la mano en el pecho, de no inquietar a mi hermana, habéis quebrado, que ha sido hecho de hombre fementido, de pecho y sangre villana. JUAN: Celio, no es éste lugar de castigar ese brío; que es la casa de mi tío, y la debo respetar. Salid al campo, y tendréis respuesta y satisfación. CELIO: ¡Tened! ¿Con buena invención llevarme de aquí queréis? Primero me habéis de dar a Julia, a quien escondida tenéis, don Diego; y la vida después os he de quitar. JUAN: ¿Qué decís? Que no os entiendo. CELIO: No hay que negar, que a Guillén vi por mis ojos también entrarse de mí escondiendo. ¡Dadme a Julia, o vive Dios que ponga a esta casa fuego! LEONARDO: Si es así, dadla, don Diego. GERARDO: ¿Acá estáis, Leonardo, vos? LEONARDO: Acá estoy. GERARDO: Luego lo vi en viendo a Julia. CELIO: Acabad. Salga aquí Julia, y pensad que no he de salir de aquí sin ella o sin vuestra vida.
Salen don RODRIGO, doña ANA e INÉS
RODRIGO: ¿Qué alboroto es éste, cielo? ANA: Inés, gran daño recelo. INÉS: (Yo estoy de temor perdida.) Aparte RODRIGO: ¿Qué es esto, Celio? ¿En mi casa tantas voces y rüido? JUAN: Mal informado ha venido. CELIO: No os espante lo que pasa; oíd, señor don Rodrigo. Don Diego el honor me quita, que mi hermana solicita hasta tenerla consigo en vuestra casa escondida. Mirad si es ésta ocasión para cobrar mi opinión o perder aquí la vida. RODRIGO: ¿Qué decís, sobrino? JUAN: Niego lo que Celio, aquí ha afirmado. GERARDO: El negar es excusado; que yo la vi entrar, don Diego, y hasta agora no ha salido. JUAN: ¿Vos habéis sido la espía? GERARDO: A mi honor le convenía, y por cobrallo lo he sido. RODRIGO: Reportaos; que yo a buscarla entraré, y como quien soy, Celio, la palabra os doy, si la hallo, de sacarla, y de que don Diego aquí vuestro honor os restituya siendo Julia mujer suya. CELIO: Fuerza es remediarlo así.
Vase don RODRIGO. Doña ANA habla aparte a INÉS
ANA: ¿Qué te parece? El amor de don Diego fue fingido. LEONARDO: (¿Don Juan a Julia ha querido? Aparte ¡Vive el cielo que es traidor, y a las Indias me enviaba por poderla pretender!) JUAN: (Demonio fue esta mujer. Aparte Aquí mi invención acaba.)
Salen JULIA, don RODRIGO y GUILLÉN
RODRIGO: Salid, Julia, sin temor conmigo... JULIA: ¡Al cielo pluguiera que sin la vida saliera! RODRIGO: Que yerros son por amor. GUILLÉN: (Guillén, vuestro fin llegó.) Aparte ANA: (¿Que tal en el mundo pasa?) Aparte CELIO: ¡Ved el honor de mi casa! ... LEONARDO: (Pues que de mí se escondió, Aparte sin duda no me buscaba. Mi sospecha es verdadera; pero callaré hasta el fin.) JULIA: (En confusión estoy puesta.) Aparte CELIO: ¿Negarás, don Diego, ahora tu sinrazón y mi afrenta? JUAN: Celio, si yo te ofendí, yo satisfaré la ofensa; pero si Julia ha venido a mi casa a buscar nuevas de Leonardo, que hoy ha vuelto por gran milagro a esta tierra, ¿por qué quieres darme a mí de este delito la pena? CELIO: ¿Esto es verdad? JULIA: Es verdad. DIEGO: (Mil confusiones me anegan. Aparte Don Juan por no descubrirse toda mi ventura arriesga.) LEONARDO: Pues dime, Julia traidora, ¿cómo tal engaño intentas? ¿Cómo de mí te escondiste, si de mi buscabas nuevas? JULIA: Por escuchar, escondida, tu mudanza o tu firmeza. CELIO: Dadle, Leonardo, la mano; que en calidad ni en hacienda Julia no os es desigual, y así mi honor se remedia. DIEGO: (Perdone don Juan; que ya Aparte es dañosa la paciencia.) Celio, cuanto aquí os han dicho, es invención y quimera. Julia vino a verme a mí. GERARDO: ¿Es gracia o locura aquésta? DIEGO: Don Diego soy de Luján. Ved si son gracias o veras. Celio, bien me conocéis de Flandes. CELIO: Mis manos mesmas mejor que a vos no conozco. DIEGO: Pues desde entonces, por letras, por palabras, por favores y por más forzosas prendas, es vuestra hermana mi esposa; que aquí la ocasión estrecha a inventar lo que ha inventado, a don Juan de Castro fuerza, por proseguir el disfraz con que quedó en esta tierra, fingiendo ser yo en su casa-- trazas que el amor ordena. Mas yo, viendo que perdía si callara más, la prenda que más estimo, y don Juan, cuando muy mal le suceda, tiene al fin el padre alcalde, solté al silencio las prendas. RODRIGO: ¿Que eres don Juan? JUAN: Don Juan soy. SANCHO: Parece, por Dios, comedia. RODRIGO: Pues dime: ¿qué te ha obligado a estos enredos que ordenas? JUAN: Yerros son que amor disculpa. Por no salir de esta tierra, de mi prima emponzoñado con amorosas saetas, lo que has oído fingí; y, ¡ojalá no lo fingiera, pues su liviandad ha sido de este delito la pena! ANA: Don Juan, sin razón me culpas, que con su persona mesma no te puedo yo ofender. Deja vanas sutilezas. Con tu sujeto me dio natural correspondencia el cielo; mudarte el nombre no muda naturaleza; y así seguí ciegamente la inclinación de mi estrella, de que sacarás que a nadie podré amar, que tú no seas. Y ya que de hablar verdades la ocasión forzosa llega, sabe que desde aquel día que don Diego en esta tierra y en ésta tu casa entró, supe de él, y más, quién era; pero callélo, porque él el secreto me encomienda; y así siempre te he querido por don Juan. Testigo sea don Diego que está presente. DIEGO: (Mi prima es, ayudaréla; Aparte que con los ojos me pide que con su engaño consienta.) Doña Ana dice verdad, don Juan; que os adora y precia por don Juan. Dadle la mano, que merece su firmeza. JUAN: Aunque el no haberme guardado secreto haya sido ofensa, de que no es mi bien mudable os agradezco las nuevas; y así la mano le doy, si mi padre da licencia. RODRIGO: Mi sangre es también doña Ana; verla amparada me alegra; pero sin dispensación, siendo tu prima, ¿qué intentas? JUAN: Yo la tengo negociada. No duerme el que Amor desvela. CELIO: Parece que a concertar vine yo las bodas vuestras. DIEGO: Con dar yo la mano a Julia alcanzaréis parte de ellas, si la merezco. JULIA: Yo gano. DIEGO: Tened, Leonardo, paciencia; que en competencias de amor es bien que el antiguo venza. LEONARDO: Yo no lo puedo impedir, puesto que en la mar soberbia de religión hice voto, sí Dios me librase de ella. SANCHO: Gracias a Dios, sora Inés, que ya no hay Mendo que tenga, y que me dará la mano de mujer, aunque no quiera. INÉS: Antes quiero. Toca, Sancho. SANCHO: ¿Topa, Sancho? ¡Buena es ésa! ¿Al casar me dices topa, siendo Sancho? ¡Guarda fuera! INÉS: Toca dije. SANCHO: Toca, pues, y acabe aquí la comedia.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002