ACTO SEGUNDO


Salen ROMÁN, don JUAN y el DEMONIO
ROMÁN: Haber conmigo mostrado tanta liberalidad, conociendo la verdad de mi intento y mi cuidado, me ha obligado a visitar otra vez a Aldonza, y creo que he de lograr mi deseo porque la pienso gozar; que presto la habéis de ver libre de aquella pasión que en su amante corazón tal mudanza pudo hacer. JUAN: ¿Son, al fin, señor doctor, Hechizos la causa de ella? ROMÁN: O no hay en el cielo estrella ni en el sol hay resplandor. Mas ni os aflija ni espante; que, como me habéis pedido, para saber quién ha sido vuestro ofensor y su amante, he levantado figura. Pero advertid que éstas son cosas en que la opinión y la quietud se aventura; y si lo que de ella infiero os tengo de declarar, palabra me habéis de dar como noble caballero, pues que os sirvo, del secreto; que por nadie--¡vive Dios!-- lo hiciera sino por vos. JUAN: Como quien soy os prometo fuera de que os dejaré hoy, por lo que os he cansado, liberalmenle pagado, que el secreto guardaré, contra que pierda el honor y la vida. ROMÁN: Pues, don Juan,
Saca un papel de una figara levantada, y habla mirando a él
....................[ -án] en amistad y en amor Fortuna adversa; y me obligo a asegurar que os ha hecho todo el daño el falso pecho de vuestro mayor amigo. JUAN: Don Félix es el mayor. ROMÁN: Las señas os puedo dar de él, pero no señalar la persona. Es de color trigueño, y es de mediana estatura y voz süave, ni bien sutil ni bien grave. Goza la estación lozana de su juventud, y tiene negra la barba y cabello. JUAN: Basta para conocello; que cuánto dices conviene con las señas claramente de Félix. ROMÁN: El declararos celoso antes de informaros será acción poco prudente. Velad; y pues confïado de que vos lo estáis está, en su descuido hallará la verdad vuestro cuidado. Y voyme, don Juan; que es hora de ver mis enfermos. JUAN: Sólo quiero saber, Demodolo, si la que mi pecho adora, según vuestra astrología, C corresponde a quien me ofende. ROMÁN: Tanto en su afición se enciende cuanto en la vuestra se enfría.
Hablan ROMÁN y el DEMONIO
DEMONIO: Loco queda. ROMÁN: Su furor con Félix le precipite, y su discordia me quite tan fuerte competidor; que más seguro pretendo con su ausencia o con su olvido; y queda tan bien perdido matando como muriendo.
Vanse ROMÁN y el DEMONIO
JUAN: ¿Es posible que haya sido Félix amigo traidor? Pero las fuerzas de amor, ¿qué obligación no han rompido? ¿Puede engañarse la ciencia y mentir la astrología? Sí; mas la desdicha mía me niega esta contingencia. Sombra seré, por los cielos, de su vida y sus acciones. Árgos serán mis pasiones, y linces serán mis celos; y si me ofende, ha de ver en su muerte mi venganza; que a quien pierde la esperanza, ¿qué le queda que perder?
Sale don FÉLIX
FÉLIX: Si es cierto que la amistad hace de dos almas una, cierto es que en vuestra fortuna tengo [mi felicidad.] Dadle pues a mi cuidado una nueva venturosa. ¿Qué hay de vuestra prenda hermosa? Demodolo, ¿hase afirmado en que nace su cuidado de su pernicioso encanto? JUAN: (¡Ah cielos! No ayuda tanto Aparte la amistad, sino el amor. Quiero engañarle y fingir que soy ya diclioso amante; que con esto en el semblante el pecho ha de descubrir.) Don Félix, el accidente que la mudanza causó de doña Aldonza pasó como exhalación ardiente; que por ser de lo violento tan breve la duración, volvió a su antigua afición fácilmente el pensamiento. Muy presto la norabuena me daréis de mi alegría. FÉLIX: Decid, don Juan, de la mía pues no era menor mi pena. (Si declararte codicias, Aparte ésta es, Félix, la ocasión de tu abrasada pasión pide el remedio en albricias. Atrévete; que el contento jamás avariento ha sido.) JUAN: (Por Dios, que se ha suspendido Aparte mal se encubre el sentimiento.) FÉLIX: Si nuestra firme amistad me puede dar confïanza a una atrevida esperanza, don Juan, licencia me dad para poder declararos mi intento. JUAN: Tanto agraviáis mi amistad cuanto dudáis que nada puedo negaros. FÉLIX: La hermosa doña Teodora, vuestra hermana, en quien Amor cifra su gloria mayor, si por bella me enamora, por sangre vuestra me obliga a que, en albricias del bien de haber vencido el desdén de vuestra amada enemiga, os pida su blanca mano, pues nadie puede fundar su esperanza ni valor a cielo Lan soberano con más alas que yo vuelo. Merezca pues que en un día vuestra ventura y la mía celebre y envidie el suelo. JUAN: (¡Ved si ha obrado mi ficción! Aparte No es amor, sino venganza de su perdida esperanza, la causa de esta intención; que no haberla declarado hasta ahora, que he fingido que soy de Aldonza querido, indicio evidente ha dado de que este medio escogió con que su desdén castigue, porque con celos la obligue lo que con hechizos no.) FÉLIX: Don Juan, ¿de qué os suspendéis? ¿No admitís mi pensamiento? JUAN: Antes, Félix, el contento de la merced que me hacéis con razón me ha suspendido. Luego propondré a mi hermana vuestro intento, y lo que gana con tan principal marido. Y si admite, como espero, nueva de tanta alegría, sin que aguardéis a la mía, hacer vuestra boda quiero. (Así pretendo probar Aparte la verdad de su intencion.) FÉLIX: No, don Juan; que no es razón que Félix lleque a alcanzar tanta dicha sin que vos la vuestra alcancéis tambien; que el bien para mí no es bien si no es común a los dos. Fuera de que no sería bien pensado duplicar los gastos por no aguardar a hacerlos un mismo día. JUAN: (¿Ya quién duda que es venganza Aparte de Aldonza el fin de este intento, pues resiste al casamiento hasta perder su esperanza con verme en la posesión de su mano? ¡Ah cielo santo! ¿Cómo se refrena tanto mi ofendido corazón? FÉLIX: Don Juan, ¿qué determináis? JUAN: (Asegurarlo conviene.) Aparte Quien más voluntad no tiene que la vuestra, ¿qué dudáis que hará vuestro gusto? FÉLIX: Hablad Luego a la bella Teodora. JUAN: Ni vuestras partes ignora, ni dudo su voluntad. FÉLIX: Si la merezco, daréis la vida al mayor amigo. JUAN: (Y a mi mayor enemigo Aparte la muerte, si me ofendéis.)
Vanse los dos por diferentes partes. Salen ROMÁN y el DEMONIO
ROMÁN: ¿Porqué dilatas mi gloria? Tu amistad y tu poder, ¿qué Sirven, si no he de ver tan deseada victoria? DEMONIO: Román, la amistad enfrena al poder, porque si usara de él, tus artes publicara, y te expusiera a la pena. Por esto con tal templanza has de remediar tu mal, que parezca natural el triunfo de tu esperanza. Usa de la industria en tanto Que provechosa te fuere; y en lo que ella no valiere, ocurrirás al encanto. Por todas partes camina felizmente tu deseo, pues por los efectos veo que cuanto Aldonza imagina, es solo en la gallardía que en tus partes le he mostrado; y ciega de este cuidado, Ahora a llamar te envía. ROMÁN: Solo acreditar me falta de principal caballero; que éste es el medio postrero de alcanzar gloria tan alta. DEMONIO: Ya la invención conveniente para ese fin he trazado. De la corte se ha ausentado un don Diego, descendiente de Guzmanes, por no hacer un casamiento a disgusto porque a su padre era justo, que le trocó, obedecer. Yo trazaré cómo crea Aldonza que este don Diego eres tú. ROMÁN: De tanto fuego librarse el alma desea. DEMONIO: De su persona las señas finjo yo, para este efeto, en el engañoso objeto que tú en lo aparente enseñas. Mas oye lo que he de hacer; que ya Leonor ha llegado.
Sale LEONOR, con manto, quedándose a escuchar al paño
LEONOR: Solo está con su crïado. Desde aquí quiero atender a lo que los dos platican, por ver si averiguo así estas sospechas que en mí por puntos se multiplican.
Hablan aparte ROMÁN y el DEMONIO
DEMONIO: Con esto has de acreditar tu nobleza mentirosa; que Leonor quiere curiosa lo que hablamos escuchar. ROMÁN: Comienza. DEMONIO: ¿Cómo, señor, un hombre de tu nobleza quiere ejercitar en Deza el oficio de doctor, pudiendo en la corte estar, por quien eres estimado? ¿Cómo no te da cuidado el sentimiento y pesar de tu padre don Fernando de Guzmán, el noble viejo de quien eres claro espejo? LEONOR: ¿Qué es lo que estoy escuchando? ROMÁN: Todo lo advierto; mas es el casarme a mi disgusto un tormento tan injusto, que me obliga a lo que ves. Por no hacerlo me ausenté, y de lugar en lugar, en Deza vine a parar, donde este oficio tomé por vivir más disfrazado, y porque usar lo podía como quien filosofía y otras ciencias ha estudiado; que si bien fue el aprendellas entonces curiosidad, hoy es ya necesidad a este fin valerme de ellas. Mudé en Demodolo el nombre de don Diego de Guzmán, con que mis intentos van tan seguros, que no hay hombre que pueda saber quién soy. LEONOR: ¿Quién tal pensara? ROMÁN: Y tú ves que es tan pródigo interés el que gano, que si voy a este paso, no habrá cuenta que lo sume; con que puedo lucirme mientras no heredo los cinco mil que de renta goza mi padre. LEONOR: ¡No es nada! Luego vi que este doctor era noble.
Aparte ROMÁN y el DEMONIO
ROMÁN: ¿Oye Leonor? DEMONIO: Atenta está y admirada. ROMÁN: Prosigue.
Alza la voz
DEMONIO: Todo es verdad; mas según tendrá deseo de hallarte tu padre, creo que hiciera a tu voluntad de tu esposa la elección. ROMÁN: Que no la tengo imagino. Preso está, si libre vino a Deza mi corazón. Si puedo, ha de ser mi esposa la que adoro. LEONOR: ¿Quién será? DEMONIO: ¿No ves lo mal que te está? Que aunque es principal y hermosa debes aspirar, señor, por tu calidad y hacienda, a más soberana prenda. ROMÁN: ¡Qué poco sabes de amor! No hay grandeza que prefiera a la que mi pecho adora. LEONOR: Mas, ¿si fuese mi señora? ¡Que dicha tan grande fuera! DEMONIO: Pues ¿para qué te atormentas? Dile quién eres; que es cierto que alcanzarás por concierto lo que por amor intentas. ROMÁN: ¿Cómo quieres que acredite con ella esta novedad, sin que hacer de la verdad más probanza solicite? Pues haciéndola, es forzoso que se publique mi intento, y mi padre el casamiento me ha de estorbar cuidadoso. Fuera de que tanta gloria quiero por mí merecer; que cuando la da el poder, no estima Amor la victoria. LEONOR: No hay más que esperar.
Llégase a los dos
ROMÁN: ¡Leonor! LEONOR: Doña Aldonza, mi señora, a quien ha apretado agora el melancólico humor, os suplica que al momento, la visitéis.
A ROMÁN, al oído
DEMONIO: Éstos son efectos de su aficíon, aunque disfraza el intento. ROMÁN: Como debe, se apercibe a servirla mi cuidado.
Sale TRISTÁN, con un bolsón de dinero
TRISTÁN: De mi señor, que obligado se te confiesa, recibe, señor, estos cien doblones. ROMÁN: Veinte escudos te darán el porte de ellos, Tristán. TRISTÁN: Desde el sur a los trïones te canten mil alabanzas por cada maravedí; que de mi fortuna así la primer victoria alcanzas, pues no podrá despintarme estos escudos que están en mi mano. LEONOR: Ya, Tristán, tienes con qué regalarme. TRISTÁN: ¿Aun no te has ido? ¡Qué presto, porque mi desdicha arguya, hallé quien me disminuya la ventura! Mas, ¿qué es esto?
Vacía el bolsón, y son cuartos
En cuartos se han convertido los doblones. Pues yo fui quien los conté, yo los vi; mas mi desdicha ha podido hacer tal transformación. ROMÁN: Yo no creyera este engaño, de vos, Tristán. LEONOR: ¡Caso extraño! ¿Agora das en ladrón? TRISTÁN: ¡Bueno está! Voto no a Dios, que por mis ojos los vi que eran doblones. ROMÁN: Así atestiguáis contra vos, porque si traéis vellón, y doblones recibistes, vos solamente pudistes hacer la transformación. Volved pues por los doscientos escudos antes, Tristán, que sepa el señor don Juan vuestros bajos, pensamientos. (Así quiero que empecéis, Aparte necio, a sentir el castigo de ser tan libre conmigo.)
Vase ROMÁN
DEMONIO: ¡Ah, Tristán! ¿Ésas tenéis?
Vase el DEMONIO
LEONOR: Pensé, Tristán, que tuvieras, solos para regalarme, veinte escudos; y obligarme agora mejor pudieras que los doscientos empuñas; mas ya no espero tocarlos; que tienes para guardarlos poco amor y muchas uñas.
Vase LEONOR
TRISTÁN: ¿Aun eso más? ¿Quién se ha visto en un lance tan confuso? Mi propria mano los puso en el bolso, y voto a Cristo, que eran éstos cien doblones de oro fino. Algún demonio con tan falso testimonio me solicita ocasiones de desesperar. Yo soy quien los conté, yo los vi ni estaba borracho allí, ni aquí tampoco lo estoy.
Vuelve a vaciar el bolsón, y caen escudos
Pero, ¡qué miro! ¿No son doblones éstos que toco? ¡Válgame Dios! ¿Si estoy loco? Sí; ¿qué mas información que háberlos allá tenido por cobre, y por oro aquí? Pero lo mismo que a mí a todos ha parecido. Que me engaño agora creo; mas éstos, doblones son. No es sueño, no es ilusión; que por mis ojos los veo. Pues abora, ¿qué he de hacer? Que si al doctor se los doy, el delito de que estoy indiciado han de creer; si no se los doy, también. ¿Quién vio mayor confusión? Ya ha quedado por ladrón sin culpa un hombre de bien.
Sale don FÉLIX
FÉLIX: Tristán, ¿qué es eso? Parece que estás disgustado. Ahora que ha de gozar la que adora tu dueño, ¿qué te entristece? TRISTÁN: ¿Gozar o qué? De su amor muy mal sabéis el estado; nunca tan desconfïado se vio don Juan mi señor. FÉLIX: ¿Cómo? TRISTÁN: Para que lo crea, ¿no es probanza suficiente el mandarle expresamente Aldonza que no la vea? Mirad cuánto desconfía pues han podido obligalle los celos a que en la calle me mande estar en espía para averiguar de quién ha nacido su mudanza. FÉLIX: Nunca más firme esperanza tuvo don Juan de su bien, si no me quiso engañar. TRISTÁN: Industria debió de ser; que es treta del mercader que está cerca de quebrar ostentar más bizarría, porque con eso desmienta las sospechas; que así aumenta el crédito en quien le fía. ¿No veis los competídores que contra sí disperara don Juan, si no publicara confïanzas y favores? FÉLIX: Eso no corre conmigo, que amigo soy verdadero. TRISTÁN: Para este fin el primero se ha de engañar el amigo; que engañado, como entiende no serlo, con mas fervor el crédito y el honor del que le engañó defiende, jurando una falsedad sin perjurarse; y lo hiciera con tibieza si supiera que no jura la verdad. Demás que los deseosos como los sarnosos son. FÉLIX: ¡Notable comparación! TRISTÁN: Siempre dicen los sarnosos, aunque esté en mayor pujanza la sarna, que ya se quita. Así en los que solicita el amor es la esperanza; que consuelan con engaños ellos mismos su pasión cuando hay mayor comezón de celos y desengaños. FÉLIX: Yo, Tristán, he sospechado que don Juan por excusarme la pena que ha de causarme con la suya, me ha engañado. TRISTÁN: Pienso que has dado en lo cierto. FÉLIX: Pues vive Dios, que ha de ser doña Aldonza su mujer, o verse a mis manos muerto quien dio la justa ocasión a la mudanza. TRISTÁN: Escuchad. puies os negó la verdad mi señor, será razón, ya que yo os la declaré, que no lo sepa don Juan. FÉLIX: Pues no le digas, Tristón, que me has visto. TRISTÁN: Así lo haré. FÉLIX: (A Aldonza tengo de ver Aparte e inquirir este secreto, pues hasta que tenga efeto el de don Juan, no he de hacer con su hermana el casamiento. Quizá podrá mi cuidado descubrir quién la ha obligado a que mude pensamiento.
Vase don FÉLIX
TRISTÁN: A nuestra tema volvamos. ¿Qué harémos, Tristán, en esto de los dobiones, supuesto que la opinión arriesgamos? Mas don Juan es el que viene. ¿Qué puedo hacer? A callar me resuelvo hasta pensar mejor lo que me conviene.
Sale don JUAN
JUAN: ¿Diste al doctor el dinero, Tristan? TRISTÁN: (¿Qué diré?) Aparte Señor, oye. En casa del doctor hallé a Leonor. JUAN: Lo primero de todo, Tristón, me di si el dinero recibió. TRISTÁN: (Mucho aprieta.) Aparte Nunca yo Afirmo lo que no vi. Iba a llamarle Leonor de parte de su señora... JUAN: Eso está bien. Dime agora, ¿diste el dinero al doctor? TRISTÁN: (Dalle.) Aparte JUAN: Responde. TRISTÁN: (Ya sé Aparte con lo que me he de excusar.) Yéndole, señor, a dar los cien doblones, troqué el bolso en que los llevaba con uno de cuartos mío, y fue tal mi desvarío, porque de él no me acordaba, temiendo que Demodolo sospechase mal de mí, que avergonzado salí, y después, estando solo, el bolso de los doblones hallé; mas no me he atrevido a llevarlos, de corrido, hasta que con él me abones. JUAN: Llévalos luego; y agora dime quién ha paseado esta calle o visitado a la que mi pecho adora. TRISTÁN: Ninguno de quien tu bien no se pueda confïar, porque solo he visto entrar a Félix agora. JUAN: ¿A quién? TRISTÁN: A Félix. JUAN: (¡Ah santos cielos!) Aparte ¿Hablóte o viote? TRISTÁN: Señor, ni me habló ni vio. JUAN: (¡Ah traidor! Ved si son vanos mis celos. Mataréle, aunque ha de hacerme su muerte quedar perdido. Si a Aldonza pierdo ofendido, vengado quiero perderme.
Vase don JUAN
TRISTÁN: ¡Con qué pulgas preguntó si me habló! Por si de mí hubiera sabido aquí la verdad que él le negó! ¡Mal año! ¡Miren si ha sido prevención provechosa! No hay alhaja más preciosa que ser un hombre entendido.
Vase. Salen doña ALDONZA, FÉLIX y LEONOR
ALDONZA: Mal celebra el descontento, Félix, las fiestas de Amor, y yo, que de este dolor Tan afligida me siento, no es mucho que a la esperanza de don Juan la ejecución dilate; que es dilación la que veis, y no mudanza. Y si está en darle la mía en daros su hermana a vos la mano, pedidle a Dios, don Félix, mi mejoría.
Sale don JUAN y escucha desde el paño
FÉLIX: No atribuyáis al dolor esquiveza semejante; que el más indispuesto amante sana gozando su amor. Aldonza--¡viven los cielos!-- que hace la mudanza en vos estos efetos. JUAN: (¡Por Dios, Aparte que le está pidiendo celos, persuadido de mi engaño a que me ha vuelto a querer!) FÉLIX: Mirad que aunque en la mujer no es, señora, caso extraño el mudarse, en las que son, como lo sois, principales, infaman defectos tales su nobleza y opinión; y habiendo ya vuestros labios pronunciado el sí, no es justo hacer, por leyes del gusto, a las del honor agravios. ALDONZA: Ya, Félix, os he afirmado que se ha engañado y mentido quíen ha dicho o entendido que mi pecho se ha niudado. JUAN: (¿Satisfacciones le das?) Aparte ALDONZA: Con esto podéis dejarme, porque no pienso cansarme en satisfaceros más. FÉLIX: Porque ofende quien porfía, os suplico solamente que abreviéis, que está pendiente de estas bodas mi alegría.
Apártase de doña ALDONZA, y ésta se vuelve de espaldas y habla con LEONOR
JUAN: (Primero venganzas mías Aparte Os darán muerte, traidor.)
Al retirarse don FÉLIX encuentra a don JUAN
FÉLIX: ¡Don Juan amigo?
Hablan los dos a un lado, y doña ALDONZA con LEONOR al otro
ALDONZA: Leonor, prosigue lo que decías. FÉLIX: ¿Llegáis agora? JUAN: Llegué en este punto. (El cuidado Aparte que le da si le he escuchado, en la pregunta se ve. Disimular lo que he oído importa; que así aseguro la venganza que procuro.) ¿Quién duda que habréis venido a pedir a la que adora mi abrasado pensamiento que abrevie mi casamiento, por llegar al de Teodora vos más presto? FÉLIX: Y juntamente con eso, le vine a dar de que os volviese a estimar las gracias. JUAN: (¡Qué diferente Aparte es acusar su mudanza de agradecer mi ventura!) FÉLIX: (Pues ocultarme procura Aparte el mal fin de su esperanza, no es bien que por entendido me dé con él de su engaño.) ALDONZA: ¿Hay suceso más extraño? ¡Qué gran dicha hubiera sido que fuese yo la querida de don Diego de Guzmán, cuando sus ojos me dan con el veneno la vida! Decir en la corte oí que se ausentó. ¿Quién creyera que a darme en Deza viniera tan nuevo cuidado a mí? Mas a Madrid es razón escribir para informarme; que no es cordura arrojarme con livíana información. Y en tanto importa, Leonor, este secreto encubrir; que el verme le han de impedir si saben que no es doctor. LEONOR: Cuando por ti no callara, lo hiciera porque imagino que don Diego es adivino y que de mí se vengara. FÉLIX: Adiós; que os quiero dejar a solas; que los testigos son del amor enemigos. (No le quiero, avergonzar Aparte con ver de Aldonza el rigor, pues él lo encubre de mi.)
Vase
JUAN: (Sus celos pretende así Aparte disimular el traidor. ¿Iréme o veréla? ¡Cielos! Aconsejadme en tal pena; que su desprecio me enfrena cuanto me animan los celos.
Salen ROMÁN y el DEMONIO. Doña ALDONZA sigue hablando con LEONOR sin reparar en JUAN ni en los demás
ROMÁN: Don Juan, ¿qué hacéis? JUAN: No os espante el verme aquí; que al temor de Aldonza y de su rigor es esta puerta un gigante que el paso me impide. ROMÁN: Entrad; que quiero ver si en su pecho, cierto remedio que he hecho causa alguna novedad.
Aparte al DEMONIO
La fealdad has de aumentar agora a don Juan. DEMONIO: Sí, haré. ROMÁN: Quiero que Aldonza le dé causa de desesperar. JUAN: No espero que en mi favor Aldonza se haya mudado; que tengo ya averiguado que es don Félix el traidor que me ofende. ROMÁN: Ya veréis En mi verdad mi deseo.
Adelántanse
ALDONZA: Don Diego es éste que veo. LEONOR: Y don Juan. ALDONZA: ¿Qué me queréis, don Juan? Dejadme, por Dios.
Cae desmayada en los brazos de LEONOR
ROMÁN: Perdió el sentido. JUAN: ¡Ay de mí¡ ROMÁN: Bien se echa de ver aquí que al hechizo contra vos la fuerza le han aumentado. JUAN: Es cierto; que el alevoso don Félix partió celoso; y de mi engaño, obligado, porque le dije que ya ha vuelto Aldonza a quererme, para ganarla y perderme, nuevos conjuros hará. ROMÁN: Idos pues, don Juan, de aquí; que miéntras presente estéis, ni favor alcanzaréis, ni Aldonza volverá en sí. JUAN: ¿Hay tal desdicha? ROMÁN: Idos presto. JUAN: De vuestra ciencia confío que su remedio y el mío tengo de alcanzar. ROMÁN: Supuesto que de su mudanza loca sabéis la ocasión, haced vos lo que os toca, y creed que haré yo lo que me toca. JUAN: A mí me toca el castigo de don Félix. El traidor muera, pues es el mayor enemigo un falso amigo.
Vase. Hablan aparte ROMÁN y el DEMONIO
DEMONIO: Ya va resuelto a matar a don Félix. ROMÁN: La ventura que pretendo me asegura si lo llega a ejecutar. LEONOR: Señora, ¿hay pena mayor? Señor doctor, ¿qué aguardáis, que el remedio no aplicáis a este tan mortal dolor? ROMÁN: La fuerza te mostraré de la medicina agora. Déme su mano. ¡Ah, señora! ALDONZA: ¿Fuése don Juan? ROMÁN: Ya se fue. LEONOR: ¿Cómo te sientes? ALDONZA: Mejor despues que se fue, y después que he mirado, como ves, que está aquí el señor doctor. ROMÁN: Siendo tan en mi favor el remedio, no dudéis que salud alcanzaréis; aunque yo voy sospechando que tengo de ir enfermando al paso que vos sanéis. ALDONZA: ¿Hay contagio en el humor que causa mi mal? ROMÁN: Y tal, que sin pegar vuestro mal, no sanaréis del dolor. ALDONZA: ¿Y sentís, señor doctor, que os toca la pena mía? ROMÁN: Tanto, que apostar podría que nunca con tal exceso os tocó a vos. ALDONZA: Y aun por eso siento yo tal mejoría. ROMÁN: ¿Pensáis pagarme la cura? ALDONZA: El alma es premio pequeño. ROMÁN: No podréis; que tiene dueño. ALDONZA: Así tuviera ventura. ROMÁN: ¿Fáltale a tanta hermosura? ALDONZA: ¿Qué desventura mayor que acrecentarme el dolor quien cura la enfermedad? ROMÁN: Si le calláis la verdad, no echéis la culpa al doctor. ALDONZA: Dijéralo si pensara que estaba en esto mi bien. ROMÁN: ¿Pues de quién lo espera quien al doctor no se declara? ALDONZA: A mi pesar me repara la obligación del recato. ROMÁN: Decid solo cómo os mato y os sano, Aldonza. ALDONZA: Mi mal curáis como original, Y causáis como retrato. Enigma es vuestro dolor, que mi ciencia desanima. ALDONZA: No os espante si es enima, pues lo es también el doctor. ROMÁN: Mi confusión es mayor. ALDONZA: Entended, pues sois tan sabio, lo que os encubre mi labio. ROMÁN: El atreverme a entender el pensamiento es hacer al poder del cielo agravio. ALDONZA: Pues yo no he de declararme. ROMÁN: Pues yo no os he de curar. ALDONZA: Aguardad. ROMÁN: ¿Qué he de aguardar, si no quereis confïarme vuestros males? ALDONZA: Si a sanarme os obligáis, no os serán ocultos. ROMÁN: O no tendrán los astros cierto valor. ALDONZA: ¿Conocéis, señor doctor, a don Diego de Guzmán? LEONOR: (¡Mal año! ¿Qué ojos le echó Aparte al inocente crïado! Sin duda que ha sospechado que el secreto descubrió. ALDONZA: ¿Qué dudáis? ROMÁN: Aldonza, yo soy... ALDONZA: ¿Vos sois? ROMÁN: Soy extranjero, digo, y a ese caballero no conozco. ALDONZA: Toda estoy turbada con el "yo soy" que pronunciasteis primero; que es don Diego de Guzmán el que por fama me mata, y esa persona retrata las señas que de él me dan. ROMÁN: ¿Tan gallardo y tan galán soy, que a parecerme llego al que os causa amor tan ciego? ALDONZA: Pues para que otra mas alta que yo os estime, ¿qué os falta mas a vos que ser don Diego? ROMÁN: ¡Quién fuera don Diego! ALDONZA: ¡Bien! ¡Qué falso estáis! ROMÁN: Si yo fuera tan venturoso, ¿estuviera con vos falso? Aldonza, ¿quién no gozara tanto bien si fuera don Diego? ALDONZA: ¿Luego sólo eso os falta? ROMÁN: Estoy ciego. ALDONZA: Pues sí no lo vi jamás, y le parecéis, ¿hay más que fingir que sois don Diego? ROMÁN: Tras tan claro desengaño, fingirlo ¿qué me importara? ALDONZA: Tal estoy, que eso bastara para remediar mi daño. ROMÁN: Pues si es bastante el engaño, que soy don Diego haced cuenta. ALDONZA: Yo estoy con eso contenta. ROMÁN: Y yo muriendo por vos. ALDONZA: Y yo por vos. LEONOR: ¡Gloria a Dios, que llegamos a la venta! ROMÁN: ¿Seré tu esposo? ALDONZA: No doy favor a quien no ha de serlo. ROMÁN: ¿Cuándo podré merecerlo? ALDONZA: A obligarme empiezas hoy. ROMÁN: Sí; mas si en la cumbre estoy de tu favor, ¿ya qué resta? ALDONZA: Aunque el alma esté dispuesta, aun no lo está la ocasión, si atiendo a la obligación de cuerda, noble y honesta. ROMÁN: La dificultad mayor en declararse consiste. ALDONZA: Haz cuenta, pues, que venciste si ya te he dicho mi amor.
Hacen que se van
ROMÁN: En la esperanza hay temor; la posesión asegura. ALDONZA: Si has de estimar mi hermosura, deseos te ha de costar; que alcanzar sin desear da desprecio a la ventura. ROMÁN: Antes da la brevedad al bien calidad mayor. ALDONZA: La estimación es menor si es mayor la calidad demás que a decir verdd, es templo la dilación de tu vida o mi opinión. ROMÁN: ¿Qué temes? ALDONZA: Lo que dirán, y los celos de don Juan, de quíen sabes la pasión. ROMÁN: Presto don Juan no será importante impedimento. ALDONZA: ¿Cómo? ROMÁN: Porque el sentimiento en estado le pondrá, si algo sé, que no podrá ser digno de tanto bien, aunque ablandes tu desdén. ALDONZA: Pues con eso seré luego tu esposa, si eres don Diego. ROMÁN: ¿Y si no lo soy? ALDONZA: También.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Quien mal anda en mal acaba, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002