QUIEN MAL ANDA EN MAL ACABA

Juan Ruiz de Alarcón

El texto presentado aquí, en general atribuido a Juan Ruiz de Alarcón está basado en la edición príncipe que se encuentra en una edición suelta sin fecha, publicada en Sevilla por Francisco Leefael. Esta suelta fue editada por Juan Eugenio Hartzenbusch para el tomo 20 de la BAE. Este texto fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1999.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Sale ROMÁN, vestido humildemente
ROMÁN: Ni beldad ni gentileza igual en mi vida vi. Sin duda a sí misma aquí excedió naturaleza. Los miembros forma perfetos soberana proporción, y como la causa, son milagro en mí sus efetos, pues que su vista primera tanto en mi pecho ha podido; mas no fuera dios Cupido si igual poder no tuviera. Rindióme, hirióme, matóme de una vez. ¿Quién puede haber que tan divino poder con humanas fuerzas dome? ¿Mas quién hay que sin ventura se atreva a tanta beldad? ¿Cómo tendrá mi humildad alas para tanta altura?
Sale TRISTÁN, de camino, dirigiéndose a un mozo que está dentro
TRISTÁN: Sacad las mulas, mancebo. VOZ: ¡Cuerpo de Dios con la priesa! Dentro Aun no me he puesto a la mesa. TRISTÁN: Caminando como y bebo yo, como grulla, en un pie. Ensillad. ROMÁN: Mientras es hora de partir, esa señora, me decid, ¿quién es? TRISTÁN: No sé. ROMÁN: Si el oficio entre su gente de mayordomo ejercéis, por qué causa respondéis un "no sé" tan secamente? TRISTÁN: No os espante que del eco guarde las leyes así; que si seco respondí, también preguntastes seco. ¿No dijérades siquiera, "Hidalgo, saber quería, si cabe en la cortesía, ¿Quién es esta pasajera?" Y no, sin haber jamás visto a un hombre, "Esa señora, me decid, mientras es hora de partir, ¿quién es?" Demás que estoy con vos en pecado, porque os he visto comer, y ni vino os vi beber ni tocino habéis probado; y de hablar con vos me corro; que quien no come tocino ni vino bebe, es indino de hablar ni escupir en corro. ROMÁN: El padecer corrimientos, de flema y calor causados, hace para mí vedados esos dos mantenimientos; y si con menos razones que debiera os pregunté, soy hombre llano, y no sé cortesanas invenciones. Yo hablé con sinceridad, y con la misma os ofrezco mi amistad. TRISTÁN: Yo lo agradezco; mas porque hasta en la amistad fuese también desdichado, tengo el amigo primero que he encontrado, por agüero, que es lo mismo ser aguado. ROMÁN: Desde hoy no lo pienso ser si con eso os obligáis. TRISTÁN: Pues a lo que preguntáis es justo ya responder. Don Francisco de Meneses, cuanto desdichado, noble, padre de esta hermosa dama, que Aldonza tiene por nombre, con ella y su casa toda de Deza partió a la corte, al pleito de un mayorazgo, que hoy es ya de Aldonza el dote. Venciólo al fin; mas no quiso su fortuna que lo goce, pues salió con la sentencia la de su muerte conforme. Aldonza, huérfana y sola con esto, determirióse a volver entre sus deudos a Deza, su patria, donde la espera ya, para ser su esposo, don Juan de Torres, mi señor, noble, galán, rico y venturoso joven. Y así, don Pedro, su primo, que es el que veis, a la corte se partió, para volverla acompañando en su nombre; que por no serle decente antes que su mano goce, no se atrevió a ser el mismo precursor de sus dos soles. Más que me habéis preguntado, he dicho en breves razones y adiós; que ya en la litera la bella Aldonza se pone.
Vase
ROMÁN: ¡Ah cielos! ¿Quién vió salir de purpúreos pabellones pródiga el alba de rayos, lloviendo perlas y flores; quién tras la fiera borrasca que formó tremenda noche vió el hermoso Autor del día bordar claros horizontes, quién por capital sentencia esperó suplicio enorme, y en dichosa libertad trocó las duras prisiones; que no juzgue, bella Aldonza, si a tu beldad las opone, alba, libertad y día, sombra, esclavitud y noche?
Sale doña ALDONZA, de camino,y don PEDRO, escudereándola, y TRISTÁN, atraviesan el teatro
TRISTÁN: Llegad, mancebos.
Vanse doña ALDONZA, don PEDRO y TRISTÁN
ROMÁN: ¡Oh Amor! ¡Dichoso don Juan de Torres, que ha de gozar la belleza mayor que el mundo conoce! ¡Ay de mí! Ya para entrar en la litera recoge las faldas. Amor, ¿qué he visto? ¿Qué nuevo inhumano golpe, con breves puntos de un pie, siglos eternos dispone, tanto a los ojos de glorias, cuanto al corazón de ardores? ¡Perdido estoy! ¡Estoy loco! ¡Muerto estoy! Ya el sol se esconde, que deslumbra cuando alumbra, y ciega cuando se pone. Ya camina. ¿Qué he de hacer? Por valles, prados y montes seré alfombra de sus plantas sombra de sus resplandores. No puedo más... No soy mío. Miente la opinión, que pone siempre elección de los actos en la voluntad del hombre; miente que no hay albedrío; ley es todo, todo es orden dispuesto por los influjos de los celestes orbes. Pues te sigo, bella Aldonza, forzado de mis pasiones, como el acero al imán y como la aguja al norte; dictándome la razón, que el imposible conoce, por ser nuestros dos estados en todo tan desconformes. ¿Quién, pues, me dará esperanza de que algún tiempo la goce, si diabólicos engaños no ayudan mis pretensiones? Que según estoy, no hay cosa que no intente, no hay desorden que no emprenda, no hay delito que mi atrevimiento estorbe. ¿Hay un demonio que escuche estas quejas, estas voces, y por oponerse al cielo dé remedio a mis pasiones?
Sale el DEMONIO, en forma de galán
DEMONIO: Román Ramírez. ROMÁN: ¿Quién es? DEMONIO: Yo soy el mismo que llamas, que de las eternas llamas vengo en la forma que ves, a tus voces obediente, y dispuesto a tu favor. ROMÁN: ¿Qué dices? DEMONIO: Pierde el temor, pues Amor es tan valiente. Yo soy tu amigo, que soy quien a tu abuelo ha servido de familiar. Condolido. Román, de tu pena estoy. Pero pues de mí te vales, pierde la desconfïanza; que o lograrás tu esperanza, o a los reyes infernales faltará el poder, la ciencia, la industria, el arte y engaño. ROMÁN: Si al inevitable daño de esta amorosa dolencia das fin... (Detestable medio Aparte es al que me determino; mas si del cielo me vino la desdicha, y no el remedio, ¿en qué dudo?) Una amistad eterna hallarás en mí, y en el niundo solo a ti adoraré por deidad. DEMONIO: Pues con recíproco pacto nos obligamos los dos: tú a adorarme a mí por dios, y yo, igualando al contracto, a cumplirle, ese deseo, y hacer que de Aldonza goces, y que obedezca a tus voces todo el reino del Leteo. Riqueza, honor y opinión de noble y sabio he de darte y tras de todo, librarte del poder y la opresión de las justicias, de suerte que te valga mi amistad eterna felicidad en la vida y en la muerte, pues si mi amigo leal hubieres sido en el mundo, .................... [ -undo] te trataré como tal. ROMÁN: Pues con esas condiciones me pongo ya en tu poder. DEMONIO: Atiende a lo que has de hacer para que tus pretensiones consigas. Tú has de mudarte, para no ser conocido, el nombre; que concedido me es a mí desfigurarte, ofreciendo en lo visible a los ojos otro objeto, ya que el natural sugeto alterar no me es posible. Con esto entrarás en Deza, e indicios darás de que eres hombre ilustre; di que quieres disimular tu nobleza. Y para hacerte opulento en riquezas y opinión, y disponer la ocasión a tu enamorado intento, médico te has de fingir; que de él necesita Deza. ROMÁN: ¡Cómo podrá mi rudeza, si ni leer ni escribir jamás supe, acreditar esa invención? DEMONIO: Yo al oído lo que el físico ha sabido más docto, te he de dictar; y pues no son a mi ciencia angélica reservadas, yerbas te daré adecuadas a sanar cualquier dolencia. Con esto y con los engaños que según las ocasiones tracen nuestras invenciones, verás el fin de tus daños. ROMÁN: Impide pues a don Juan con Aldonza el casamiento antes que logre su intento. DEMONIO: Yo te lo ofrezco, Román; que de tal suerte los ojos de Aldonza inficionaré al mirarle, que le dé una vista mil enojos. ROMÁN: Pues ya en todo te obedezco. DEMONIO: ¿Qué nombre te has de poner? Y advierte que no ha de ser de cristiano, que aborrezco sus ecos. ROMÁN: Pónmele tú. DEMONIO: Demodolo desde aquí te nombra. ROMÁN: El tuyo me di. DEMONIO: Yo me llamo Belcebú. Y con esto ven, amigo, para que el pacto confirmes, donde con tu sangre firmes lo que has tratado conmigo. ROMÁN: Vamos. DEMONIO: Tu lascivo ardor verás presto satisfecho. ROMÁN: Tanto han podido en mi pecho codicia, ambición y amor.
Vanse. Salen don JUAN, TRISTÁN, y don PEDRO, de ciudad
PEDRO: Ya, primo, estaréis contento, pues Aldonza, no obligada solo, pero enamorada, corresponde a vuestro intento. TRISTÁN: No pienso yo que agradó Narciso a la ninfa más. JUAN: ¡Estoy loco! ¿Quién jamás tal belleza mereció? PEDRO: En ella las gracias todas el cielo quiso copiar; y adiós; que voy a sacar galas para vuestras bodas.
Vase
TRISTÁN: ¿Qué vestido piensas darme para estas fiestas, señor? Que yo también con Leonor tengo de matrimoniarme. JUAN: A tu voluntad está la tienda del mercader. TRISTÁN: ¿Cuándo, Fortuna, he de ser venturoso? ¿Cuánto va que si lo voy a sacar, según nací desdichado, o el mercader ha quebrado o tú no te has de casar? JUAN: Calla. ¿Cómo puede ser, si Aldonza ya lo desea, ni que mi esposa no sea, ni que quiebre el mercader siendo tan ríco? TRISTÁN: Porque es mi Fortuna tan avara, que si en zapatos tratara, nacieran todos sin pies. Un amo que tuve yo, dijo, estando ya espirando, "A Tristanillo le mando..." y al momento mejoró. Pero mi suerte colijo que se engañó; que en teniendo más aliento, prosiguiendo, "Mando a Tristanillo," dijo, que al punto que muera yo, le pague todo el dinero que me debe, a mi heredero." Y en diciéndolo espiró. JUAN: Pues con tales desengaños, no te he de hacer bien jamás. TRISTÁN: Quiéreme mal y verás como vives dos mil años. JUAN: Ya sale Aldonza, Tristán. TRISTÁN: Di, señor, la que te adora.
Salen doña ALDONZA y LEONOR
LEONOR: Aquí está don Juan, señora.
Hablan las dos aparte, junto a la puerta
ALDONZA: ¡Qué dices! ¿Éste es don Juan? LEONOR: ¿En qué lo has desconocido? ALDONZA: O tú te engañas, o a mí me engañó cuando lo vi, o tengo el seso perdido. LEONOR: Lo postrero es lo que creo. ¿Qué has visto en él que te asombre? ALDONZA: ¿Don Juan puede ser un hombre tan mal tallado y tan feo? El que yo he visto, el que quiero, el que espera ser mi esposo, es gallardo y es airoso; éste es desairado y fiero. LEONOR: ¡Qué dices! ¿Estás sin seso? ¿Hay algún galán en Deza que a su talle y getitileza pueda igualar? ALDONZA: Y aun por eso me afirmo en que no es don Juan. LEONOR: ¿Hay locura más extraña? Dime, el que le acompaña ¿no es su crïado Tristán? ALDONZA: Sí. TRISTÁN: ¿Qué temes? ¿Qué contrario embistes? JUAN: Verla tan bella me acobarda. TRISTÁN: Aguarda que ella te saque por el vicario. LEONOR: Ya llega; agora verás cuál de las dos se ha engañado. (O está loca, o se ha mudado.) Aparte ALDONZA: O estoy ciega o tú lo estás. JUAN: ¿Cuando, bella Aldonza, harán nuestras bodas venturoso, al que solo en ser tu esposo funda su gloria?
Al oído a doña ALDONZA
ALDONZA: ¿Es don Juan? JUAN: ¿Cuándo el alma que te adora con tan deseada unión en dichosa posesión se verá?
Aparte a su ama
LEONOR: ¿Es don Juan, señora? JUAN: Advierte, mi bien, que están juzgando las ansias mias eternidades los dias.
Aparte a su ama
LEONOR: Di ahora que no es don Juan. ALDONZA: (¡Don Juan es, al fin! ¿Qué es esto? Aparte ¿Qué puede ser? O venía, cuando otras veces le veía, tan aliñado y compuesto, que las faltas ha podido encubrir que agora veo, o me engañaba el deseo, o después acá ha tenido algún furioso accidente con que se ha desfigurado, o por dueño me ha cansado; que se juzga diferente el que se teme marido que el que se estimó galán.) JUAN: ¿No me respondéis?
Aparte al criado
Tristán, ¿Qué es aquesto? TRISTÁN: Mi vestido. JUAN: ¡Señora! ¿Qué novedad es ésta, Leonor? LEONOR: No sé. (Si puedo lo enniendaré.) Aparte Pienso que una enfermedad que en el corazón padece y ha muy poco que le ha dado este disgusto ha causado que vuestro amor no merece; que siempre que lo ha tenido, aunque libre del dolor, del melancólico humor vuelve a cobrar el sentido. Es tan turbado y confuso, que por gran rato no entiende, y la pasión le suspende de las potencias el uso. Yo apostaré que hasta agora, don Juan, ni os ha conocido, ni palabra os ha entendido. Mira que es don Juan, señora, quien te habla. ALDONZA: (Estoy perdida.) Aparte JUAN: ¡Qué enfermedad tan crüel! ALDONZA: (No me casara con él Aparte si me importara la vida.) JUAN: Bella Aldonza, gloria mía, si cuantas piedras cordiales en las regiones australes el ligero ciervo cría; Si cuanta persiana yerba y odorífero semnión, aplicado al corazón, de pasiones lo reserva; si cuanta perla luciente, cuanto purpúreo coral, antídotos de ese mal, engendra el mar y el oriente, alegrarte pueden, tantas me permite que te ofrezca, que al mundo todo empobrezca para enriquecer tus plantas. ALDONZA: Señor don Juan... LEONOR: Ya ha cobrado, pues habla, su entendimiento. ALDONZA: Ni sin salud hay contento, ni alegría con cuidado. Yo me siento de tal suerte sujeta a melancolía, que no hay para mi alegría, sino acercarme a la muerte; y así, es bien que el casamiento dilate hasta mejorar; que poco puede durar accidente tan violento; y entre tanto sólo os pido que el visitarme, don Juan, excuséis; que sois galán hasta ahora, y no marido.
Vase doña ALDONZA
TRISTÁN: Leonor, ¿qué ocasión ha hecho en Aldonza tal mudanza? LEONOR: ¿Qué pensamiento lo alcanza? Algún demonio sospecho, por lo que mis ojos ven, que anda, Tristán, por aquí. TRISTÁN: ¿Y hay demonio para ti? ¿Haste mudado también? LEONOR: Forzoso ha de ser mudarme si no se casan los dos.
Vase LEONOR
TRISTÁN: Nunca, Leonor, me dé Dios otro mal que no casarme. ¡Ah señor! ¿Qué suspensión es ésta? ¿Estás persuadido que ha causado mi vestido este mal de corazón? "Tristan, ¿cómo puede ser, si Aldonza ya lo desea, ni que mi esposa no sea, ni que quiebre el mercader, siendo tan rico?" Ya es clara del mercader la ventura; que a ser firme esta hermosura, era fuerza que él quebrara. JUAN: No puede, no puede ser que Aldonza se haya mudado. Del corazón la ha obligado la dolencia a proceder con tan extraña esquiveza; que si de mí se agradó, si contenta el sí me dio, si yo adoro su belleza, si soy el mismo que fui, si ella es la mesma que ha sido, si ni de ofensa ni olvido se puede quejar de mí, cosas son que contradicen el crédito a su mudanza. TRISTÁN: Eso ha dicho la esperanza; entran los celos y dicen. Si, aunque con mentira fea, le han dicho algún mal de ti; si después que te dio el sí en nueva afición se emplea... JUAN: Calla, atrevido. TRISTÁN: ¿Es error discurrir sin decidir? JUAN: Sí; que ofende el discurrir en agravio del honor. TRISTÁN: ¿Puede ser? JUAN: No puede ser. TRISTÁN: ¿Qué mujer no se mudó? JUAN: No es mujer Aldonza, no. TRISTÁN: ¡Vive Cristo, que es mujer, y se ha mudado, y perdido cuanta afición te tenía! JUAN: Pues ¿por qué ocasión podía mudarse? TRISTÁN: Por mi vestido; y apostara a que esto es cierto de ojo, a no recelar que ella te volviera a amar porque yo quedase tuerto. JUAN: Necio estás. TRISTÁN: Y tú estás ciego, pues en el aspecto triste de doña Aldonza no viste que de su amoroso fuego no hay ya ni aun cenizas frías. JUAN: Tú quieres matarme. TRISTÁN: Quiero, señor, no ser lisonjero. JUAN: ¡Vive Dios, pues que porfías, y gustas de mi pesar, si no es cierta su mudanza y se cumple mi esperanza, que a palos te he de matar. TRISTÁN: Con eso, sí, los regalos de Aldonza has de conseguir.
Sale LEONOR, con manto
LEONOR: Albricias vengo a pedir. TRISTÁN: ¡Mira lo que obran los palos! JUAN: ¿De qué, Leonor? LEONOR: Al instante que desconsolado y triste de la presencia partiste, don Juan, de tu hermosa amante, de todo punto cobró su acuerdo y enternecida, amorosa y condolida de tu pena, te escribió los favores y regalos que en este papel verás. JUAN: ¿Ves, Tristán, cuán necio estás? TRISTÁN: ¿Ves cuánto pueden mis palos? JUAN: Por nueva tan venturosa te da en albricias mi amor esta cadena. TRISTÁN: Leonor ya no puedes ser mi esposa. LEONOR: ¿Por qué? TRISTÁN: Porque yo no fuera desdichado, a merecer hermosa y rica mujer. JUAN: Calla; que ya, aunque no quiera tu fortuna, pienso hacerte venturoso, y el vestido mejorar que he prometido. TRISTÁN: Tente, señor; que es perderte.
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JUAN: "Si os di nombre de marido, Ya es fuerza por no matarme, revocarlo, no casarme." ¿Qué es aquesto? TRISTÁN: Mi vestido. LEONOR: ¿Cómo dice? JUAN: ¿Dónde hay pena que iguale con mi pasión? TRISTÁN: ¿Éstos los favores son? Vuelve, Leonor, la cadena. LEONOR: Vuelve, don Juan, a leer; que el papel me leyó a mí Aldonza, y no dice así. JUAN: Sí dice. LEONOR: No puede ser.
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JUAN: "Si os di nombre de marido, ya es fuerza, por no matarme, revocarlo, no casarme." LEONOR: O el seso todo he perdido, o algún demonio a porfía trueca las letras así; que yo misma se le oí, y tal razón no decía. JUAN: Con industria lo habrá hecho para engañarte, Leonor; que viéndote en mi favor aquel rigoroso pecho, trocó el sentido al papel; porque si tú lo entendieras es cierto que le impidieras rsolución tan crüel. Ello es cierto; yo he perdido el bien que no merecí. LEONOR: Prosíguela. JUAN: Dice así,
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"De mi mal ha procedido la esquiveza y novedad que disculpar es tan justo; pues no parta con el gusto su imperio la enfermedad. Doña Aldonza de Meneses." Leonor, tan clara razón no admite interpretación y, aunque tú misma le oyeses lo contrario, esto que leo viene de Aldonza firmado, y es cierto que se ha mudado. LEONOR: Yo lo miro y no lo creo... Dame el papel, que estoy loca y corrida de que a mí, ya que te la rompa a ti, me trate con fe tan poca.
Vase LEONOR
TRISTÁN: ¿Y la cadena? Voló. Tú has hecho un gentil empleo.
Sale don FÉLIX que se queda retirado, escuchando a don JUAN
JUAN: Bien lo debo a su deseo, cuando a sus efectos no, ¡Pluguiera a Dios redimiera lo menos del mal que lloro, con cuanto rubio tesoro produce la indiana esfera! FÉLIX: (¿Qué escucho? Cuando es mi intento Aparte pedir a don Juan, hermano de mi Teodora, su mano en albricias del contento de su cumplida esperanza, se lamenta. ¡Plega a Dios que no nos dañe a los dos igualmente una mudanza!) ¿Qué es esto, don Juan? JUAN: Amigo, sucesos de un desdichado. Doña Aldonza se ha mudado. FÉLIX: ¿Qué decís? JUAN: ¿De lo que digo dudáis, cuando es en mi daño? FÉLIX: ¿Y qué ha sido la ocasión? JUAN: Cierto mal de corazón, según dice, tan extraño, que de gusto y aun de seso la priva. FÉLIX: (¡Hay desdicha igual¡) Aparte Quiera Dios que vuestro mal estribe, don Juan, en eso; porque un médico extranjero ha venido, a cuya ciencia no hay reservada dolencia. Llevádsela; que yo espero no solo que librará de ese mal su corazón, pero que de su pasión la causa conocerá. TRISTÁN: ¡Oh médico celestial! FÉLIX: (Callaré mi pretensión Aparte hasta mejor ocasión; que un triste no es liberal.) JUAN: ¿Que es tan sabio? FÉLIX: Eslo de suerte, que por los pulsos y aspetos penetra hasta los secretos de la vida y de la muerte. TRISTÁN: ¡Qué adivina el extranjero por los aspetos, señor! Mátenme si este doctor no fuere un gran embustero. FÉLIX: Con obras se acreditó; que no con palabras sólo. TRISTÁN: ¿Y llámase? FÉLIX: Demodolo. TRISTÁN: Miren si el nombre buscó Famoso por lo exquisito, por lo extraño provocante, porque dé al vulgo ignorante la novedad apetito. JUAN: Félix, toda mi esperanza pongo yo en ese doctor. A mí me cure de amor, si a Aldonza no de mudanza. Busquémosle. FÉLIX: De él espero el fin que tu amor desea. TRISTÁN: Yo, que su gualdrapa sea la tumba de tu dinero.
Vanse todos. Sale doña ALDONZA
ALDONZA: Cielos, ¿qué vario accidente causa los males que lloro? Ausente a don Juan adoro, y lo aborrezco presente. La postrer vez que lo vi, disforme me pareció; y luego que se ausentó, reina ya su amor en mí, poniéndonme, porque muera a los ojos la memoria, la nunca igualada gloria que hallé en su vista primera. Quién vio tan nuevo furor, y quién tan loco accidente, que muera estando presente y viva, ausente, el amor?
Sale LEONOR, con manto
ALDONZA: Leonor... LEONOR: Vengo tan corrida de que me hayas engañado con el papel que me has dado, que no olvidaré en mi vida este agravio. ALDONZA: No te entiendo. LEONOR: ¡Bueno es leerme el papel, fingiendo que llevo en él a don Juan la vida, siendo la sentencia de su muerte! ¡No supiera yo leer! ¡Mal haya el hombre o mujer que da de su humilde suerte indicios con no saberlo! ALDONZA: ¿Qué dices? Muestra y verás, Leonor, que engañada estás. LEONOR: ¿Qué importa si has de leerlo conforme a tu voluntad? ALDONZA: Si con mi vida aseguro tu recelo, yo la juro de leerte la verdad.
Lee
"Si os di nombre de marido, ya es fuerza, por no matarme, revocarlo no, casarme. de mi mal ha procedido la esquiveza y novedad que disculpar es tan justo, pues no parte con el gusto su imperio la enfermedad." ¿Ésta la sentencia ha sido de muerte? LEONOR: ¿Hay tal confusión? Las mesmas palabras son, y no es el mismo sentido. ¿En qué estará? ¿Hay tal tormento como ser de ingenio rudo? ¿A qué nació quien no pudo merecer entendimiento? Pues muy contrario sentido don Juan al papel ha dado, con que se ha desesperado tanto como yo corrido. ALDONZA: Misterio hay, Leonor en esto, y a lo que puedo entender, algún divino poder, a nuestras bodas opuesto. Mas dime, por vida mía, ¿qué te pareció don Juan? LEONOR: Tan de buen gusto y galán, que envidiarle el sol podía. ALDONZA: ¿Cómo es posible que el verle sola a mí me cause enojos? Pues si estuviera en mis ojos el defecto, ¿había de hacerle solo a don Juan, mi accidente un agravio tan crüel, pues a nadie sino a él miro de sí diferente? No lo entiendo.
Sale TRISTÁN
TRISTÁN: Mi señor, tan enfermo de tu mal, que está más que tú mortal, te trae, señora, un doctor de cuya infalible ciencia huye medrosa la muerte, y los dos ya para verte sólo aguardan tu licencia. ALDONZA: Entren. Por dicha mi amor hallará de tanto daño en don Juan el desengaño, o el remedio en el doctor.
Salen JUAN, ROMÁN, de doctor galán, y el DEMONIO, de platicante
JUAN: Aldonza, con el cuidado de vuestra indisposición, mi abrasado corazón el remedio ha procurado. El señor doctor que os viene avisitar, no de humano, de médico soberano la fama y las obras tiene. Decid vuestro mal; que creo que tendrá fin la dolencia, si alcanza poder la ciencia y ventura mi deseo.
Aparte a LEONOR
ALDONZA: ¡Ay triste de mí! Leonor, mi mal crece de hora en hora. LEONOR: ¿Qué sientes? ALDONZA: Don Juan agora me ha parecido peor. ¡Qué narices!
Hablando aparte el DEMONIO con ROMÁN
DEMONIO: El objeto falso que ofrezco a sus ojos en don Juan le causa enojos, y se queja de su efeto Aldonza. ROMÁN: Dime, ¿no fuera mi pretensión más segura si el hechizo en la hermosura de Aldonza lo mismo hiciera que en don Juan, porque él viniese a aborrecerla también? DEMONIO: No, Román. No te está bien, porque si él la aborreciese, ni cuidara de su mal ni te hubiera menester; y el amarla le ha de hacer contigo tan liberal, que goces de su riqueza gran parte, y no es de tu intento el más leve fundamento para alcanzar la belleza de doña Aldonza. ROMÁN: Bien dices. DEMONIO: (Lo más cierto es que pretendo Aparte que don Juan pierda, sintiendo los sucesos infelices de su amor, el sufrimiento, con que a delitos e injurías le precipitan las furias de su celoso tormento.) ¿Qué aguardas? ROMÁN: ¿Has ya mudado lo visible en mí? DEMONIO: No fuera, si alguno te conociera, poderoso mi cuidado. No temas. JUAN: (Yo la he perdido. Aparte Con gran disgusto me mira.) TRISTÁN: (Ella se queja, él suspira, Aparte y yo lloro mi vestido.) ROMÁN: Si de las manos confiero las líneas con las señales del rostro, de vuestros males, señora, entender espero la verdadera ocasión. TRISTÁN: Señor doctor, no quisiera que esta cura adoleciera de la santa Inquisición. JUAN: Calla, necio. TRISTÁN: No me vayas a la mano, porque he oído decir que está prohibido adivinar por las rayas; y yo soy, aunque me ves en lo demás tan humano, un católico cristiano, testarudo aragonés; y no tiene el mundo aceros iguales a mi coraje para impedir el ultraje de mi Dios y de mis fueros, pues tan sin dicha nací, que siendo el más inocente, se escapará el delincuente y me prenderán a mí. ROMÁN: Por docto, tengo permiso para valerme de tales conjeturas y señales; que la Inquisición no quiso prohibir tan milagrosos misterios sino a ignorantes, que con artes semejantes dan luego en supersticiosos; pero yo, que con la ciencia física llego a alcanzar lo que ellas pueden mostrar, de usarlas tengo licencia. Mandadle, señor don Juan, dejarnos; que es peligroso un testigo escrupuloso, siendo ignorante. JUAN: Tristán, véte al punto. TRISTÁN: Bien hacéis en recelaros de mí, que la leva os entendí.
Vase
ROMÁN: (Presto me lo pagaréis.) Aparte Dadme el pulso. (Oh, nieve pura, Aparte como sois fuego de amor!) JUAN: (¡Ah! ¡No fuera yo el doctor!) Aparte ROMÁN: Libre estáis de calentura. (Así lo estuviera yo.) Aparte Alzad el rostro... (¡Ay de mí! Aparte Cuello hermoso, el cielo en ti todo su poder mostró.) Dadme la mano... (En que adora Aparte cinco saetas mi amor.)
Rehusa ella
ALDONZA: ¿La mano? JUAN: El señor doctor se entiende. Dadla, señora.
ROMÁN tómale la mano izquierda
ROMÁN: Su virtud le comunica a la izquierda el corazón; y así por su indicación sus sentimientos publica. Con ella apretad la mía; que la fuerza quiero ver que tiene. LEONOR: (No he visto hacer Aparte jamás tal anatomía. ROMÁN: Apretadla. JUAN: (Ya me dan Aparte celos estas experiencias.) ROMÁN: Los misterios de las ciencias son muy ocultos, don Juan.
Aparte a don JUAN
Escuchadme y os diré por no advertirla, en secreto de esta experiencia el efeto. (Con esto dilataré Aparte La gloria que estoy mirando.)
Habla a don JUAN, recatándose de que le oiga doña ALDONZA, y nunca deja su mano
En la relacion que hiciere, es forzoso que se altere su corazón, en tocando la causa de su pasión; y yo lo he de conocer, porque en la fuerza ha de haber aumento o diminución y haciendo luego jüicio, según la quiromancía, física y fisonomía, tendré verdadero indicio de la secreta ocasión de su mal, y aplicaré el remedio, con que os dé su mudanza admiración. JUAN: ¡Qué sutil filosofía!
Aparte a LEONOR
ALDONZA: ¿Has advertido, Leonor, Qué buen talle de doctor? LEONOR: Extraña es su bizarría! ROMÁN: Haced lo que os he advertido, hermosa Aldonza. ALDONZA: Yo siento lesión en mi entendimiento, turbación en mi sentido. Siento inconstante deseo, frágil memoria, de modo que juzgo diverso todo de lo que vi lo que veo. ROMÁN: Basta; que agora tocastes al punto. La alteración dio a la mano el corazón; que en la fuerza desmayastes.
Aparte a LEONOR
ALDONZA: Dice verdad. Peregrino es el médico. LEONOR: ¡Hay tal cosa! Ciencia tiene milagrosa. JUAN: (Entendiólo. Él es divino; que aborrecer facilmente sin causa a quien ha querido, muestra que le ha parecido despues acá diferente. ROMÁN: Señora, ya yo sospecho vuestro mal. Hechizos son los que en vuestro corazón tan gran novedad han hecho. LEONOR: ¿No lo dije yo? ALDONZA: ¡Ay de mí! ROMÁN: Alguno que ciego adora vuestra hermosura, señora, quiere asegurarla así.
El DEMONIO habla aparte a doña ALDONZA, colocado a espaldas de ella
DEMONIO: ¿Quién sino don Juan sería? ROMÁN: Indicio ofrecen notorio del maléfico amatorio vuestra gran melancolía, la turbación del sentido y variedad del deseo. ¿Cuánto va, Aldonza, que feo alguno os ha parecido, a quien juzgastes primero bizarro, hermoso y galán? LEONOR: Es verdad. ALDONZA: Esto en don Juan me ha sucedido, y ya infiero, Leonor, que lo has publicado. LEONOR: Fálteme Dios si tal hice. (¡Loca estoy! Secretos dice Aparte que entre los dos han pasado.) JUAN: (Él lo ha entendido. Yo soy Aparte quien ya le parezco mal.) ALDONZA: (No vi jamás hombre igual.) Aparte ROMÁN: Si con esto, Aldonza, os doy ocasión para admiraros, estos son cortos efetos; que secretos más secretos pienso presto declararos. Agora os he de mostrar más clara la ciencia mía que por la quiromancía del todo he de penetrar vuestro mal. Mostrad la palma de la mano, que es papel del cielo, que escribe en él las afecciones del alma. ¡Qué obscuras líneas! En ellas se advierte la confusión que padece el corazón.
Bésale la palma
JUAN: Pues, ¿qué hacéis? ROMÁN: Humedecellas; que muestra en ellas la mano más viveza y más color con la humedad y calor que les da el aliento humano. JUAN: Aldonza pudiera hacello. (No me puedo refrenar.) Aparte ROMÁN: Señor don Juan, a pensar que os diera disgusto en ello, ni lo hiciera, ni mis pies estos umbrales tocaran si en recompensa esperaran innumerable interés. Yo ejecuto con llaneza los medios cuyos efetos tocáis ya, pues los secretos de la bella Aldonza empieza a entender y declarar; y cuando con la experiencia que veis, pretende mi ciencia lo que importan alcanzar, me obligan vuestros recelos a desistir, porque yo vengo a dar salud, y no desconfïanzas y celos. El tiempo os vendrá a mostrar que es tan secreto y profundo su mal, que nadie en el mundo, sino yo, lo ha de curar; mas pues las llanezas mías culpáis, buscad quien dilate su enfermedad, y la mate con purgas y con sangrías.
Vuelve las espaldas
ALDONZA: Aguardad. ROMÁN: (Con esto quiero Aparte Mi estimación aumentar.) Él mismo me ha de llamar, y costarle su dinero.
Vanse ROMÁN y el DEMONIO
ALDONZA: Volved. Fuése. ¡Todo así se conjura en afligirme! LEONOR: ¡Que se fuese sin decirme la buenaventura a mí! ALDONZA: ¿Esto, don Juan, es fineza? ¿Esto debo a vuestro amor? ¿Celos formáis de un doctor? Éraos ya a la sutileza de su ingenio tan pesada, temiendo, si prosiguiera, que del todo descubriera que estoy de vos hechizada? JUAN: De mí, Aldonza! ALDONZA: Caso es llano. ¿Quién sino vos desconfía de mi amor? ¿Quién pretendía asegurarse mi mano sino vos? ¿En quién miráis lo que ha obrado en mí el hechizo, sino en vos, si bien no hizo la operación que intentáis, pues que trocando la acción, por dicha me perderéis con lo que intentado habéis asegurar mi afición? Y tras de hacerme, con medio tan injusto, tanto daño, ¡por encubrir vuestro engaño me quitáis a mí el remedio! JUAN: Aldonza, juraros quiero... ALDONZA: No por eso me aseguro; que también dará en perjuro quien ha dado en hechicero. JUAN: ¿Hay tal rabia? He de perder la vida con la paciencia. ALDONZA: No me mintáis inocencia. Lo que importa es deshacer el daño, y hacer que vuelva a remediarlo el doctor; y mientras no, vuestro amor no espere que me resuelva a las bodas que desea; que obra contra vos de suerte el hechizo, que la muerte no me parece tan fea. LEONOR: (Declaróse.) Aparte JUAN: Aldonza mía, sólo por satisfaceros el médico he de traeros, si cuanta riqueza envía la oriental región me cuesta. ALDONZA: Hacedlo, y no me veáis primero que de él sepáis que estoy menos indispuesta. JUAN: ¡Eso más! ALDONZA: Don Juan, no os pese; que a vos os importa. JUAN: ¿Quién se vio a las puertas del bien, que como yo le perdiese?
Vase
LEONOR: Rabioso va. ALDONZA: Y yo, Leonor, quedo confusa, pensando que de don Juan voy sanando, y enfermando del doctor.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Quien mal anda en mal acaba, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002